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- XXVII -


A mi patria, en sus discordias civiles

ArribaAbajo   ¿Cuándo el cielo piadoso
te dará fausta paz, oh patria mía,
y roto el cetro odioso
de la discordia impía,
reirá en tu augusto seno la alegría?  5
   Tus hijos despiedados
alzáronse en tu mal por destrozarte;
¿cuándo en uno acordados
correrán a abrazarte
y en tu acerbo dolor a confortarte?  10
   ¡Mísera!, ¿dó los ojos
vuelvas, sin ver allí tu inmenso duelo?
Estériles abrojos
cubren el yermo suelo,
que antes de espigas de oro pobló el cielo.  15
   La llama asoladora,
igualando el palacio y la cabaña,
tus entrañas devora,
y en su implacable saña
en lloro y sangre tus provincias baña.  20
   ¿Y tú el delirio alientas
contra ti de tus gentes, y en su seno
los odios alimentas,
y de mortal veneno
tú propia el cáliz les presentas lleno?  25
   ¿Dó vas, o qué pretendes?
¿Qué furor te arrebata? ¡Cuánta hoguera,
ay, en tu estrago enciendes!
¡Ay!, ¡cuál la atroz Meguera
te aguija impía en tu infeliz carrera!  30
   Y con gesto espantable,
de su crin las culebras desprendiendo
con su diestra implacable,
sobre ti en son horrendo
está sus alas fúnebres batiendo;  35
   sus alas, que concitan
a mil y miles en delirio insano,
y pavorosos gritan:
«Hiera el hierro inhumano,
el hacha tale de la cumbre al llano,  40
   no haya paz ni acomodo,
el fatal bronce sin descanso truene
y, asolándolo todo,
con sus destrozos llene
el hondo abismo, que bramando suene...»  45
   Caiga, patria querida,
caiga tanto furor; cobre el arado
el hierro que homicida
la cólera ha afilado
y va en tu noble sangre mancillado.  50
   Hermanos nos herimos,
y viuda impíos nuestra madre hacemos;
bajo un cielo vivimos,
y unas aguas bebemos,
y a emponzoñarlas bárbaros corremos.  55
   Ángeles que de España
fieles guardáis la inmarcesible gloria,
ahogad tan fiera saña,
robad a la memoria
de horrores tantos la llorosa historia.  60
   No dure ni en la pluma
ni en el labio tan bárbara ruina,
jamás finible suma
de estragos, do mezquina
la patria a hundirse rápida camina.  65
   ¡Ay, qué plaga ni gente
de lucha tal ignora los furores
y el delirio inclemente
y los ciegos rencores
con que ilusos doblamos sus errores!  70
   Bastante a nuestros nietos
de lágrimas y amargos funerales,
espantables objetos,
memorias inmortales,
dejamos ya de nuestros largos males;  75
   hasta allá do entre el hielo
el rudo escita derramado mora
se oyen con grave duelo,
y el reino de la aurora
la gran caída congojado llora.  80
   Y todos, del divino
indomable valor que nos inflama
pasmados, el destino
maldicen y la trama
que atizar pudo tan infanda llama.  85
   Ella en la tumba ha hundido
una generación; tanta grandeza
cual sombra ha fenecido;
la española riqueza
cebo fue del soldado a la fiereza.  90
   Nada, nada quedara
del antiguo esplendor... ¡Y aún ciega gritas!,
¡y el puñal se prepara!,
¡y las teas agitas!,
¡y a estragos nuevos el rencor concitas!  95
   ¡Infeliz!, ¡en qué horrendo
abismo gemirás precipitada
con funeral estruendo!
Después yerma, menguada,
tu error maldecirás desengañada.  100
   Demandarás tus hijos,
y «¡Ay!, perecieron», sonará en respuesta,
«los ojos en ti fijos
en su ausencia funesta».
¡Cuánto, ay, tu engaño de virtud te cuesta!  105
   ¡Oh, luzca el fausto día!,
¡oh, luzca al fin, en que la paz gloriosa
te abrace, oh patria mía!
En calma deliciosa
torne el cielo tu cólera ominosa;  110
   y en tu amor inflamados,
cual hijos a tus plantas nos postremos,
do errores olvidados,
hermanos nos amemos
y en tu seno felices descansemos.  115




- XXVIII -


A mi musa

ArribaAbajo   No en tan curioso anhelo
más, musa mía, derramada vueles
por el inmenso cielo,
ni el abismo del Ser sondar anheles,
   del gran Ser que en su mano  5
sustenta el universo; tú has corrido
del átomo liviano
al último lucero que encendido
   cabe su trono brilla,
y del vil gusanillo hasta el ardiente  10
serafín que se humilla
temblando ante su faz omnipotente.
   ¿Qué has visto? Te perdieras
en tanta inmensidad, y nada, nada,
musa, alcanzar pudieras;  15
cuerda, pues, coge el ala despeñada.
   Seguir deja y adora
las leyes que a la máquina infinita
puso la protectora
Deidad que por el éter precipita  20
   su giro y la sostiene
con valedora acción. En su hondo seno
todo su lugar tiene,
y el universo dura, de orden lleno;
   orden que a par se ostenta  25
en el bullir del cefirillo blando
que en la hórrida tormenta
que brama, el hondo mar al cielo alzando.
   Arder ve a la abrasada
canícula, y del mundo el desaliento;  30
y ve en su mies dorada
a un tiempo de él el próvido sustento.
   Ve al día rutilante
cuanto existe mover: el ave vuela,
gira la bestia errante,  35
y en rudo afán el hombre se desvela;
   pero la pavorosa
noche su velo en pos tiende lucido,
y ya el suelo reposa
y el vigor cobra, con la acción perdido.  40
   Sabio así lo dispuso
el grande Ordenador; cuanto ha creado,
todo en orden lo puso.
Nunca, ¡oh!, nunca él por ti gima alterado.
   Por ley sentó primera  45
el bien universal, en él te aplace;
ley dulce, lisonjera,
que una familia a cuanto existe hace.
   Cuando amorosa un alma
la inmensidad abarca de los seres,  50
gusta en gloriosa calma
del cielo anticipados los placeres.
   ¿Gimes en vida oscura,
en soledad y olvido? ¡Error insano!
Ve en cada criatura  55
un hijo de tu Autor, goza un hermano.
   Sus arcángeles puros,
cercándote, el bien que obras están viendo,
de los lazos oscuros
que el vicio armó, tus pasos defendiendo;  60
   y aun a su lado, un día
sublime, sobre el sol, si el orden amas,
la eterna compañía
podrás gozar de cuanto bueno hoy llamas.
   Allí la sed ardiente  65
del bien apagarás, que ora te apura,
cabe la misma fuente
do el raudal brota de eternal ventura.
   Ábrete, pues, gozosa
a un inmenso esperar, cuanto recoges  70
tu ardor en la llorosa
tierra, ni combatida te acongojes.
   Si el vil supersticioso
te roe atroz con viperino diente,
de su trono lumbroso  75
Dios ve tu pecho, y lo verá inocente.
   Débil, mas fiel, siguiendo
su dulce ley de amor, tierna le amas;
y por su error gimiendo,
a tu enemigo mismo hermano llamas;  80
   cual de su excelsa altura
él gozar hace próvido, inefable,
del sol la llama pura
a par al inocente y al culpable,
   y sin número dones  85
al suelo llueven de su larga diestra,
eternas bendiciones
con que su amor al universo muestra.
   Él te ve, musa, y esto
baste a tu dulce paz; firme confía,  90
quien en la lid te ha puesto,
tu sien de eterno lauro ornará un día.




- XXIX -


La meditación

ArribaAbajo   Huye, pensamiento mío,
huye el afanoso estruendo
de la ciudad y los hombres,
y haz de ti mismo un desierto.
   ¿Qué hallas, dime, en sus caminos  5
sino zozobras y duelos,
y enconos y envidias viles
tras míseros devaneos?
   Al uno la sed del oro
engolfa en mares inmensos,  10
y otro tras un nombre vano
pierde la quietud y el sueño.
   A aquél la guerra embriaga,
y en el estrépito horrendo
del mortal cañón y el parche  15
colocó su bien supremo.
   A éste en pos lleva el deleite,
a otro un ominoso empleo,
y al otro el aura voluble
del favor le tiene ciego.  20
   Dejémoslos que deliren;
y de sus errores lejos,
para nosotros vivamos
en soledad y sosiego.
   ¿No vale más, estudioso,  25
gozar en libre comercio
de esa infinidad de seres
que en sí encierra el universo,
   correr con ansia dichosa
desde la tierra a los cielos,  30
descender al hondo abismo,
volar sobre el raudo viento,
   y preguntarles a todos
qué son, dó vienen, qué fueron,
quién, ordenador y grande,  35
«Tal», les dijo, «es vuestro puesto;
   tales leyes os conservan,
y con tales encadeno
ese sin cuento de soles
que enciende eficaz mi aliento,  40
   del inmensurable espacio
velocísimos corriendo
las sendas que les marcara
con mi omnipotente dedo?».
   ¿No vale más, alma mía,  45
ofrecer tu humilde incienso
a un Dios que a un mortal? ¿La gloria
no vale más que el vil suelo?,
   ¿y exhalar tus hondos ayes
en el dulcísimo seno  50
de tu Hacedor, que importuna
cansar al poder con ellos?
   Despréndete, pues, del lodo,
despréndete, y al Excelso,
por el éter infinito,  55
trepa con alas de fuego.
   Salud, purísimos seres,
que de inefable amor llenos,
ante su sagrario el himno
de loor trináis eterno,  60
   entre extáticos ardores
y humos de un aroma etéreo,
rindiéndole el feudo antiguo,
siempre a vuestras arpas nuevo.
   Recibid en vuestros coros,  65
recibid a un compañero,
si del polvo la bajeza
puede de vosotros serlo.
   ¡Oh, quién el fervor me diese
y el santísimo embeleso  70
con que vos servís! ¡Quién, limpio
de mundanales afectos,
   postrar pudiera su frente
bajo el altísimo asiento
del gran Ser! ¡Quién, de su gloria  75
temblando besar el velo
   y con sus nublados ojos
llevar débil no pudiendo
luz tanta, precipitarse
entre ella atónito y ciego!,  80
   clamándole: «¡Un vil gusano
os adora fiel; mi ruego
no desdeñéis; ved la nada
cabe Vos, Padre, Dios bueno!
   Vedla; y dad plácido oído  85
a mis ayes lastimeros,
lanzándome una mirada
que avive mi desaliento,
   una mirada de aquéllas
en que cual Señor supremo  90
sustentáis el bajo mundo
y de gracia henchís los cielos;
   y de allá do entre esplendores
de gloria os gozáis cubierto,
tended la clemente mano  95
al abismo en que me veo,
   y alzadme de él amoroso.
Cual del gavilán huyendo
el ave al callado asilo
de su nido aguija el vuelo,  100
   así yo ahincado me arrojo
en vuestro adorable gremio,
y en él mis delicias hallo,
y en él mi esperanza aliento.
   ¿Me desdeñaréis, Dios mío?  105
¿Será que el mísero feudo
de mi gratitud rendida
os pueda encontrar severo?
   ¿Lanzaréis de vuestra casa
por vil al humilde siervo,  110
y las lágrimas de un hijo
las veréis, Señor, con ceño?
   No, no, que sois el amigo,
el protector, el consuelo
el padre, el Dios del que gime  115
en orfandad y desprecio,
   del que acosado del mundo
y blanco a sus tiros puesto,
sólo en su amargura vive
de un pan de lágrimas lleno.  120
   Vos le alzáis en vuestros brazos,
y con solícito empeño,
en sus desmayados ojos
enjugáis el llanto tierno;
   y la calma bonancible  125
tornáis a su triste pecho,
y en gozo trocáis sus penas,
y en paz su desasosiego.
   Iris que aplacáis benigno
con vuestro gracioso aspecto  130
las hórridas tempestades
y los vendavales fieros,
   aparecéis, y en un punto,
vientos, olas, aguaceros,
todo atónito enmudece,  135
todo os adora en silencio.
   Yo os adoro a par, mis ojos
fuentes de lágrimas hechos;
la lengua os canta y bendice
con balbucientes afectos;  140
   que la piedad fervorosa,
el alma exhalada entre ellos,
el alma toda, recoge
con blando oficioso anhelo,
   mientra el corazón llagado  145
de amor y santo respeto,
ante vos, cual grata nube
arde de fragante incienso.
   Y asombrado, embebecido,
por doquiera que me vuelvo,  150
amoroso padre os hallo
y Dios grande os reverencio.
   Que doquier de vuestra gloria
inagotable el proceso
se ostenta, de vuestro brazo  155
se palpa un nuevo portento;
   esas bóvedas inmensas,
ese sinfín de luceros
que sobre mi frente brillan,
siglos y siglos ardiendo,  160
   y pregonando, aunque mudos,
en el orden estupendo
con que misteriosos ruedan
la mano que los ha puesto;
   la tierra, abreviado punto  165
de seres tantos cubierto
que de vos sólo reciben
orden, ser, vida, sustento,
   y do en giro invariable,
raudo, en común bien el tiempo  170
alterna del Can las llamas
con los erizados hielos,
   sembrando doquier profuso
los tesoros que del seno
de vuestro amor inefable  175
recoge en alivio nuestro;
   ese crecer cuanto vive,
y el insondable misterio
de encerrarse en uno solo
millones de seres nuevos;  180
   el mar, el mar que halla dócil,
obedeciendo el imperio
de vuestra voz poderosa,
en cada arenilla un freno,
   ora en sus rabiosos tumbos  185
asaltar tiente soberbio
las estrellas, y los montes
bata con ímpetu horrendo,
   ora plácido y callado
semeje a un inmenso espejo,  190
en que los cielos se pintan
y arde y se goza el sol bello;
   esas pavorosas nubes
en que retumbando el trueno
y el alado ardiente rayo  195
me llenan de pasmo y miedo;
   la nieve, el hielo, la lluvia
que en largos ríos corriendo
vuelve a la mar los tesoros
que el sol le robó y los vientos;  200
   yo mismo, abreviado mundo,
donde en felice compendio
de vuestro universo unidas
las leyes todas encuentro,
   que cual la hierba que piso  205
me nutro y me desenvuelvo,
respiro a par del gusano,
y como el ángel entiendo;
   yo, que en mí el fuego divino
de la virtud hervir siento,  210
y con vos por ella unirme
desde mi nada merezco;
   todo a una voz os proclama,
todo por su inmenso Dueño,
Hacedor omnipotente,  215
y Conservador Supremo».
   Alienta, espíritu mío,
alienta, y con noble empeño,
del ser por la inmensa escala,
de este Ser llégate al centro.  220
   Llega, llega confiado,
que ese generoso esfuerzo
que en ti sientes no es del lodo
ni de un instinto grosero.
   Tu ambición es más sublime:  225
el polvo apegado al suelo
jamás, jamás se desprende
de su miserable cieno.
   Tú eres inmortal; la llama
de tu alado pensamiento  230
arderá siempre, aunque acabe
ese pábulo terreno
   do sus brillos se oscurecen,
como al tajador acero
la vaina guarda, y se esconde  235
en el pedernal el fuego.
   Arderá; y feliz un día,
de los ángeles en medio
te asentarás, con sus himnos
mezclando tus ayes tiernos  240
   y llamándoles hermanos
y el vestido recibiendo
de inmaculada blancura
con que te ornará el Excelso.
   Toma, pues, las prestas alas  245
del querubín; como estrecho,
el bajo mundo abandona,
y trepa cielos y cielos.
   Trépalos y, venturoso,
al inexhausto venero  250
de la verdad pon el labio,
y bebe y bebe sediento:
   raudal de inmensa dulzura,
donde jamás satisfecho,
más ansia cuanto más goza  255
de amor llagado el deseo.
   Allí embriagado en delicias,
verás con desdén y tedio
cuanto hasta aquí tus sentidos
fascinó, y preciabas necio.  260
   Que allí la ilusión fenece,
allí el bien es siempre el mesmo,
inmarcesibles las llores,
y perenne el embeleso.
   Vuela, pues, vuela afanoso,  265
redobla tu heroico anhelo;
la distancia es infinita,
pero infinito es el premio.
   La fe por seguro norte,
y en el suavísimo incendio  270
de la caridad más viva
cual fino amador deshecho,
   por la airada mar del mundo,
entre huracanes y riesgos,
condúzcate la esperanza  275
de eterna ventura al puerto.




- XXX -


Los consuelos de la virtud

ArribaAbajo   No es sueño, no ilusión. Las arpas de oro
con su armónico trino
me elevan de los ángeles; divino,
divino es el concento,
la esfera se abre al rozagante coro,  5
y una fragancia siento
con que nada sería
cuanta goma y copal Arabia cría.
   No ceséis, paraninfos celestiales,
vuestro inefable canto,  10
que ledo acalle mi perenne llanto.
Solo, él solo, a ser basta
salud segura en los horribles males
con que el mundo contrasta
a un mísero inocente,  15
blanco a sus tiros y furor demente.
   «No de tal mundo la impotente saña
así apocado llores,
ni a seco tronco le demandes flores;
y alza, ¡oh ciego!, los ojos  20
a ese inmenso esplendor que el cielo baña,
que allí de tus enojos,
allí mora el consuelo,
sombra y nada los júbilos del suelo:
   sombra y nada que leve un soplo eleva  25
del menor vientecillo,
y otro que sigue róbales el brillo,
y espuma se deshacen.
Mancíllalos la edad y en pos los lleva,
con el uso desplacen,  30
y el hastío sus rosas
torna al cabo en espinas dolorosas.
   Espera, pues, en tu bondad seguro;
que al fin pura y triunfante
saldrá, y hermosa corno el sol radiante.  35
Tu Hacedor soberano,
que justo sonda el laberinto oscuro
del corazón humano,
tus ansias compadece,
y ya su sombra tutelar te ofrece.  40
   La virtud brilla con su propia lumbre,
ni como el vil deleite
bella se ostenta de mentido afeite;
mientras con firme planta,
de mortal gloria a la sublime cumbre  45
modesta se adelanta,
la alcanza vencedora,
y el vicio mismo a su pesar la adora.
   Dios, el Dios que en su diestra omnipotente
la creación sustenta,  50
con su soplo vivífico la alienta;
y a su ángel dio el destino
de la justicia, que doquier presente
con su escudo divino
la cubra, ante quien vano  55
cae de los hombres el orgullo insano.
   Ara es de Dios el corazón del bueno,
de do al cielo, incesante,
la nube de su amor sube fragante.
La paz y la divina  60
ferviente caridad de gozos lleno
a sus pies le avecina;
y allí sacia, ¡oh ventura!,
su ansia del bien cabe su fuente pura.
   Con santa envidia su inefable suerte  65
absortos consideran
los serafines que abrazarle esperan.
¿Y qué entonces la impía
persecución, la infamia, ni la muerte?
Nube que en medio el día  70
al sol loca se opone,
que en fugaz niebla a su fulgor traspone.
   Las lágrimas que ansiado a veces llora
son de la primavera
grata lluvia que esmalta la pradera  75
de mil galanas flores.
La piedad que su aljófar atesora,
entre santos fervores
por feudo las ofrece,
y una mirada a su Señor merece.  80
   Las torvas nubes que del bajo suelo
se alzan en toldo oscuro
viles a mancillar su lampo puro,
entre el grito ominoso
de la maldad y su impotente anhelo  85
hacen que más lumbroso
con las pruebas se torne
el lauro augusto que su frente adorne.
   Muere en la paz que la virtud da sola.
Todo cabe él se aflige;  90
y él, ledo, al ángel que sus pasos rige
ve ya corno a un hermano
presto a ceñirle la inmortal estola
que el dueño soberano
a los suyos prepara  95
y él en lid tanta triunfador ganara.
   Los alcázares suenan estrellados
y de oro los quiciales,
abriéndose las puertas eternales
a recibir al justo;  100
mientra un coro de espíritus alados
trina el cántico augusto
con que a la compañía
se aduna celestial desde aquel día:
    «Ven, ven feliz; tú, que del ciego mundo  105
ya los grillos rompiste
y ángel al centro de tu ser volviste;
tú, en quien halló un amigo
siempre el opreso en su gemir profundo,
del indigente abrigo,  110
y en su soledad cruda
padre al pupilo, amparo a la vïuda;
   tú, en quien ardió con llama inextinguible
la caridad süave,
que amar y perdonar tan sólo sabe,  115
a par que la justicia
contra el crimen tronar te vio inflexible,
de bronce la malicia,
la flaqueza indulgente,
los hombres grato, la amistad ferviente;  120
   ven a coger afortunado el fruto
de tus largos sudores;
ven a gozar las eternales flores
que anheló tu esperanza;
a dar ven el dulcísimo tributo  125
de inefable alabanza
al que en su inmenso seno
Padre hoy te inclina, de ternura lleno.
   Aquí todo es solaz, todo alegría,
todo inmortal dulzura,  130
todo consuelo y paz, todo ventura.
Eterno resplandece
sin niebla y claro el sol, plácido el día,
con rosas mil florece
perennal primavera,  135
sin fin bullendo un aura lisonjera;
   y sobre nubes de esplendor divino
el Señor asentado,
el himno entiende de eternal agrado
que sus loores suena.  140
Ven, entra, llega a tan feliz destino,
corre a la inmensa vena
del río de la vida,
y al mundo en su raudal por siempre olvida».
   Luego, con cuanto un tiempo honrara el suelo,  145
en sociedad amante,
de rosas y laurel la sien radiante,
se estrecha venturoso,
goza, y renace sin cesar su anhelo,
y a gozar vuelve ansioso;  150
ni mente humana llega
al bien inmenso en que feliz se anega.
   ¿Y gemirás porque un espacio breve
penes ora entre grillos,
sandio anhelando los falaces brillos  155
de un mundo injusto y loco?
¿Tan poco, ¡oh ciego!, la virtud te debe,
y su esplendor tan poco?,
¿o igual se te presenta
al gozo eterno el que un instante cuenta?  160
   No así, no así; tu lacerado pecho
abre, enancha a la rara
suerte feliz que el cielo te prepara;
que el premio sólo sigue
al que lidió y venció y hollar derecho  165
la ardua senda consigue
que lleva hasta la cumbre
do arde de gloria la inexhausta lumbre».
   ¡Cesáis, oh santos ángeles...! Seguro
ya por vos no suspiro,  170
y en manos del gran Ser mi suerte miro;
mientras, con pecho entero,
la amarga copa del dolor apuro,
y constante prefiero
la virtud indigente  175
al vicio entre la púrpura fulgente.




- XXXI -


La creación o la obra de los seis días

ArribaAbajo   ¿Dónde la mente en tus etéreas alas
se encumbra, el viento impávida surcando,
inspiración divina...?
Ya, las nubes hollando,
al valle el monte excelso ante ella igualas;  5
ya el sol contigo altísima domina.
A Urano, ese invisible
lucero, y cuanto por la inmensa esfera
arde sol claro al lente inaccesible,
atrás los deja en su fugaz carrera,  10
   hasta tocar los últimos confines
del reino de la luz, donde velado
en majestad gloriosa
yace el Señor sentado
en trono de inflamados serafines.  15
Allí en gozo inefable asistir osa
al solemne momento
cuando imperioso le intimó a la nada,
Acaba, y a su excelso mandamiento
esta máquina inmensa fue ordenada.  20
   Ostentar quiso de su augusta mano
la infinita virtud, el inefable
saber de su honda mente,
y allá, en su perdurable
quietud, contempla el tipo soberano  25
del universo su bondad clemente.
¡Cuánto plan en un punto
anhela su elección! Éste prefiere,
de su insondable amor feliz trasunto,
do en larga vena derramarlo quiere.  30
   Súbito, en vuelo rápido se lleva
sobre el abismo solitario, ansioso
de trazar obra tanta;
y en torno el caos medroso,
el muro eterno con su vista eleva  35
fijo a la creación. La escuadra santa
de espirtus que dichosa
acata su deidad enmudecía
atónita ante el trono y respetosa
cuando en potente voz Jehová decía:  40
    Que la luz sea; y de arreboles llena
resplandeció la luz, saltó exhalada
de entre aquel yermo oscuro
una llama dorada
que inundó en rauda trasparente vena  45
de la lóbrega noche el reino impuro.
Los gérmenes primeros
por la fecunda voz a unirse empiezan,
ciegos girando en vértices ligeros
que en su incesante vuelo se tropiezan;  50
   y alzándose entre etéreos resplandores
un pabellón magnífico, suspenso
a la voz soberana
por el ámbito inmenso,
ornolo de vivísimos fulgores.  55
La esmeralda, el azul, el oro y grana
mezclados altamente
tejen sus ricos trasparentes velos;
y arde en vistosos fósforos lucientes
la infinidad do rodarán los cielos.  60
   Ya al feliz mando del Autor divino
la hermosa luz existe, noble muestra,
espléndido portento
de su sagrada diestra,
si material de altísimo destino,  65
pues las mansiones de inmortal contento
orna, do él mismo mora.
Resuena en inefable melodía
el angélico coro, y fiel le adora.
Él cesa, y hubo fin aquel gran día.  70
   Con él súbito el tiempo, que en olvido
yacía y sueño eterno, despertando
asió su rueda instable,
y el vuelo desplegando,
vio ya a sus pies cuanto será rendido.  75
Cesó la eternidad inmensurable,
que su diestra imperiosa
en sombra y luz su duración divide,
y hundiéndose en la nada silenciosa
el fugaz curso de los seres mide.  80
   La luz, empero, el término no fuera
de la virtud vivífica infinita,
ni el celestial venero
a tan nada limita
de su amor el Señor, y aunque igual viera  85
la flor del valle, el brillo del lucero,
del ave el matutino
canto, y del serafín, que en llama pura
arde de amor, el inefable trino,
en sí gozando su eternal ventura,  90
   vuelve; y hallando en su divino seno
ser tanto gire su voz ansia obediente,
Las aguas se dividan,
ordena omnipotente,
y el firmamento extiéndase sereno.  95
Las rápidas corrientes se retiran
sobre el cielo lumbroso,
en torno en ancha bóveda afirmado,
muro inmenso al abismo proceloso,
del Eterno a la voz súbito alzado,  100
   inmenso muro en su labor divina,
de su largueza y su poder trasunto,
do alzará su morada.
¡Qué armonioso conjunto
de eterno albor que en torno lo ilumina,  105
orden, belleza, variedá extremada!
Cuanto encumbrarse puede
mente humanal, o de mayor riqueza
idear feliz al ángel se concede,
nada es con su magnífica grandeza.  110
   Sienta en medio su trono, y, ¡oh consuelo!,
bienes allí sin número atesora
su inefable clemencia.
La piedad que le implora,
tierna a él se vuelve en su ferviente anhelo,  115
y a él se acoge exhalada la inocencia.
Ve el Señor complacido
por alfombra a sus pies el firmamento,
más que el oro purísimo lucido;
y a mandar torna en divinal acento:  120
    Las aguas se unan que a la tierra impiden
aparecer. En tumbos espumantes,
por entre el aire vano
las ondas resonantes
dóciles parten, rápidas dividen  125
su inmensa madre con furor insano.
Ya hay mar; ruge y se humilla
rendido ante el Señor; y en grato estruendo
su gloria anuncia, y nacarado brilla,
de ola en ola su nombre repitiendo.  130
   En su incesante anchísima carrera,
con misterioso círculo de él nacen
ya los eternos ríos,
y a él vueltos se deshacen.
Tiéndese el Indo en su feliz ribera;  135
reina inmenso entre páramos sombríos
el Amazona undoso;
Nilo en sus aguas la abundancia lleva;
y el Rin, que hoy guarda al bátavo industrioso,
del ponto inmenso las corrientes ceba.  140
   Él rueda en su hondo abismo y se conmueve;
llega, huye, torna, apártase, y bramando
de hórridos vientos lleno,
las rocas desgarrando,
ya el cielo en sierras de agua a herir se atreve,  145
ya su azul pinta plácido en su seno;
¡oh pasmo!, en leve arena
por siempre atada la voluble planta,
hirviendo entre alba espuma el paso enfrena,
y hermosa ante él la tierra se adelanta,  150
   cual de inocencia y rosicler teñida
en su fiesta nupcial brilla esplendente
la virginal belleza;
alzan su augusta frente
los altos montes enriscada, erguida,  155
rudas columnas de eternal firmeza
contra los elementos,
que el tiempo asolador en vano ofende;
y en paz segura de fragosos vientos
el ancho valle entre sus pies se tiende.  160
   Allí abreviados en la mina oscura
siglos de ardua labor, fúlgido crece
el oro en vena rica,
sus brillos esclarece
el hermoso diamante, y la luz pura  165
ya en prismas mil aun tosco multiplica.
La faz de ella inundada,
la hora a la tierra de animarse llega;
y en su calor prolífico empapada,
fecunda brota y su vigor despliega.  170
   El bosque sacudió la cima hojosa
de sus excelsos hijos; los collados
de hierba se matizan;
los árboles, cargados
de flor a un tiempo y fruta deliciosa,  175
la mano que los viste solemnizan;
y tú, oh rosa, rompiste
tu cáliz virginal, y los favores
del nuevo vivaz céfiro sentiste,
bañándolo en balsámicos olores.  180
   Ufana en sus racimos deleitosos
la vid los largos vástagos derrama,
ya el néctar preparando
que en gozo el pecho inflama;
y los pensiles de Pancaya umbrosos,  185
al firmamento en galas emulando,
exhalan una nube
de etérea suavidad, feudo agradable
que el ángel de Sabá volando sube,
y aceptó en faz de amor el Inefable.  190
   Mientras, siguiendo, plácido decía:
Reinen en las altísimas esferas
los astros esplendentes,
y en sus vagas carreras
formen la umbrosa noche, el claro día,  195
y tiempos y estaciones diferentes.
Súbito, a la imperiosa
voz de Jehová los astros se inflamaron,
y a dar su vuelta eterna, silenciosa,
cual ordenado ejército empezaron.  200
   Tú entonces, claro Erídano vestiste
tu luz en urnas de oro; sus divinos
fuegos prender sintieron
los soles matutinos;
y tú, Aquilón, los tuyos recibiste;  205
a sus inmensas órbitas corrieron
los cometas brillantes;
y en su inmóvil quicial el Polo viera
miles en derredor de astros brillantes,
que contar sólo su Hacedor pudiera.  210
   Las Osas, el Dragón, el Cancro fiero,
el lóbrego Orión, ese lumbroso
largo surco nevado,
cinto del cielo hermoso,
y cuanto esmalta fúlgido lucero  215
el manto de la noche pavonado,
a una voz fue: con ella
poblose de esplendor el gran vacío,
y en pos del alba y su riente estrella
se ostentó el sol en noble señorío.  220
   Salve, ignífero sol, fuente abundosa
de sempiterna luz, del rubio día
padre, señor del cielo,
tú, que hinches de alegría
su ámbito inmenso, y con tu faz gloriosa  225
fecundas creador el bajo suelo;
de tu Hacedor divino
lumbroso trono en la fulgente altura,
salve, y su brillo apaguen peregrino
los astros todos con tu lumbre pura.  230
   Salve, y próvido inunda en suave llama
tu hermana celestial, que en paso lento
ya en el cenit domina,
y al mundo soñoliento
de su alba rueda tu esplendor derrama.  235
¡Deidad siempre a los míseros benigna,
luna consoladora!,
de tu lóbrega noche el manto extiende
ante quien de ella te aclamó señora,
y a un tiempo tanto sol profuso enciende.  240
   Pero, ¡ah!, que él vuelve a su inefable mando;
silencio, astros lucientes. El profundo
golfo animado sienta,
dando de sí fecundo
cuanta ave el aire diáfana cortando,  245
cuanto pez raro en sus abismos cuenta.
De escama aquél bruñida
deslízase fugaz; cuál perezoso
se arrastra, incierto de su nueva vida;
cuál a la presa lánzase furioso.  250
   Y a par que inmóvil en las ciegas rocas
el trémaro falaz su presto fuego
eléctrico despide,
en incesante juego
salta el rebaño de las mansas focas.  255
Cruza el salmón, y el piélago divide
tras la dulce corriente
do en paz deponga sus fecundas ovas;
y un vulgo inmenso espárcese impaciente
a morar libre entre cerúleas tobas.  260
   Vio el glacial polo a la ballena fiera,
señora de las olas, cual un día
la Grecia fabulosa
su Delos ir decía
sobre el piélago Egeo, y la ligera  265
dorada anteceder la onda espumosa,
al tiburón aleve
con el manso delfín, al ave iguales
vagar sus hijos por el viento leve,
y a mil gozarse en selvas de corales,  270
   selvas que ornando de purpúrea alfombra
las llanuras del mar, en su galana
espesura repiten
la alta tierra, lozana,
con bosques, prados y agradable sombra.  275
En formas y matiz allí compiten
sin cuento los vivientes,
en paz rodando su crustáceo manto;
y feliz cuaja en perlas esplendentes
la ostra del alba el cristalino llanto.  280
   Todo es vida y acción; por los menores
ríos revuelven con fugaz presura
sus nadantes hijuelos,
mientras el aura pura
se ve inundar de alados pobladores.  285
Álzase audaz el águila a los cielos,
do al sol sus ojos prueba,
del pueblo volador reina se aclama,
a una altísima roca el nido lleva,
y en fiero canto a su consorte llama.  290
   Allí el pavón, de su lumbrosa cola
tornasolada de esmeraldas y oro
la rueda ufano tiende;
y alegre, su canoro
pico soltando por los vientos sola,  295
la alondra cual un punto inmóvil pende.
Desplega arrebatada
sus alas la fragata vagarosa,
y pule al sol el ave celebrada
de Edén las sedas de su pluma hermosa.  300
   Miles se pierden por el bosque espeso
y al ciego encanto del amor se entregan,
o en los floridos prados
van, vuelven, saltan, juegan.
Cuanto gime en dulcísimo embeleso  305
sus ayes Filomena lastimados,
sesga el cisne pompudo
con alto cuello por el ancho río;
y el pavoroso búho en grito agudo
suspira ya por el silencio umbrío.  310
   Y todo el pueblo alígero vagando
se extiende y goza de su nueva vida;
y en canora garganta,
con salva repetida
de valle en valle el eco resonando,  315
su divino Hacedor alegre canta.
Con paternal ternura
él los oye y bendice, en arpas de oro
himnos trinando de inmortal dulzura
de querubines el radiante coro.  320
   Vivífica entre tanto su voz suena:
¡Sus!, bestias de la tierra. Y de repente,
animándose lanza
de sí cuanto viviente
su faz no bien sabida alegre llena.  325
De las selvas el rey feroz se avanza,
el cuello vedijoso
con orgullosa pompa sacudiendo;
y de Edén por el valle deleitoso
pausado gira, y hórrido rugiendo.  330
   Un collado cabe él siente y se agita,
y helo súbito vuelto un elefante;
bullicioso, su brío
muestra el potro en sonante
casco, y rápido el paso precipita;  335
anhela el ciervo por el bosque umbrío,
la cabeza ramosa
alzando al cielo; mansa la cordera
bala y pace; la liebre recelosa
párase, acecha, escucha en la pradera.  340
   Vagan por ella en muchedumbre inmensa
las bestias cuantas son, aún de su instinto,
cual después, ¡ay!, no esclavas;
y aunque en breve recinto
cabra y lobo hermanados, sin ofensa  345
juegan, en grata unión mansas con bravas;
todas, ¡oh mal logrado
tiempo, suerte feliz, santa armonía!,
en paz gozando del glorioso estado
en que inocente el mundo se adormía.  350
   Así impaciente, con su frente ruda,
por juego el bravo toro el aire hiere;
sin daño el tigre fiero
sus garras probar quiere;
brama el rinoceronte en voz sañuda;  355
y tras la pista el can cruza ligero;
mientras con la cabeza
las copas de los árboles tocando,
entre ellos con gallarda ligereza
la pintada jirafa huye saltando.  360
   Cuanto vive y alienta, del florido
más hondo valle hasta la cima helada
del Ande, que en el cielo
desperece encumbrada,
todo, todo el vivir ha recibido  365
de Jehová, que lo esparce por el suelo
con diestra valedora.
Los hijos de la tierra, en grato acento,
del aquilón lo anuncian a la aurora,
«Jehová, gloria a Jehová», sonando el viento,  370
   cuando hubo un gran silencio: misterioso,
su obra mayor el Hacedor ordena;
cielo y tierra asombrados
escuchaban; se llena
atónito de un pasmo respetuoso  375
el bando fiel de espíritus alados,
y todo enmudecía.
Jehová entonces, Al hombre, en su hondo seno,
a imagen nuestra hagamos, se decía;
y el barro el hombre fue, de beldad lleno,  380
   ardua labor de perfección sublime
con que inefable su universo sella.
En su saber profundo
complaciéndose en ella,
su aliento celestial vida le imprime,  385
y aclámale señor del ancho mundo.
Ya en él hay, ¡oh portento!,
quien del clavel los ámbares aspire,
oiga al ave su armónico concento,
y la hoguera del sol absorto admire.  390
   Hay quien feliz del acabado enlace
de la divina creación anhele
sondar las perfecciones,
quien los cielos nivele,
quien, afinque inmenso, al universo abrace,  395
y el prez alcance de tan altos dones;
que hasta allí todo mudo,
ciego, insensible a maravilla tanta,
giró en las sombras de un instinto rudo:
él solo a lo infinito se levanta.  400
   ¡Qué augusta majestad!, ¡qué gentileza!,
¡qué acuerdo en movimientos y figura!,
¡qué gracia encantadora!
Sí, todo le asegura
que es para el infinito. Su belleza,  405
cuanto doquier hay bello, en sí atesora.
Albo trono la frente
de inocente candor, excelso mira
con faz al cielo plácida, riente,
y del vago horizonte en torno gira.  410
   Desplégase la rosa delicada
en su risueña boca, que sentido
dar sabe al aura leve,
el material sonido
fácil tornando en plática ordenada  415
que útil enseña, apasionada mueve,
los ojos retratando,
fiel, vivo espejo do se pinta el alma,
ya su ternura o su dolor, llorando,
ya en más benigna luz su alegre calma.  420
   Mientras, la mente con el ángel vuela,
y a su inmenso Hacedor alzarse osa;
y del brillo encantado
de la virtud gloriosa,
otra patria mejor gozoso anhela.  425
A su inefable posesión llamado,
allá en dulce fatiga
lánzase en alas de oro la esperanza;
nada su ser y noble ansiar mitiga;
ni el mismo Edén a que la olvide alcanza:  430
   Edén feliz, que la atención divina
le plantó liberal, de almo reposo
fausta mansión que encierra
cuanto más deleitoso
hubo, y de encanto y pompa peregrina.  435
Rico vergel del dueño de la tierra,
¡qué de fuentes y flores,
qué de frutas suavísimas guardabas!
En tus vitales céfiros, ¡qué olores,
qué amable sombra a la inocencia dabas!  440
   Allí, floridas las alegres sienes,
de eterna juventud gozar debía
sin penas ni desvelo,
santísima alegría,
bosquejo fiel de los inmensos bienes  445
que en perenne raudal le guarda el cielo,
cuando en nueva dulzura
súbito se inundó, viendo a la amable
Eva a su lado, que inocente y pura
formó de él en su ayuda el Inefable.  450
   Hermosísimo don, milagro raro
de gracia y perfección, do resplandece
muy más la excelsa idea,
mira tierna, y parece
que en sus ojos se anima un sol más claro;  455
su aliento, cual el céfiro, recrea;
si ríe, la mañana
nace en su frente y sus mejillas dora;
marcha, y se inclina a su esbeltez lozana
la alta palma, del Líbano señora.  460
   De los vivientes el inmenso bando
por reina la aclamó, mientra en la cumbre
del cielo respetuoso
el sol, de su áurea lumbre
sus miembros va castísimos bañando.  465
Gratamente a su rayo delicioso
su cuerpo se estremece
la embriaga su nariz de ámbar suave;
ve absorta el cielo; el trino la embebece
del colorín; y dó atender no sabe.  470
   Que ya en su serlo la celeste llama
de afectos mil purísimos se enciende;
ya sensible palpita,
admira y se sorprende;
vese tan bella, y cariñosa se ama;  475
y entre donosa timidez se agita.
La mano a una flor llega,
y a cortarla dudosa aun no se atreve;
la encanta el ave que volando juega,
y ansia seguirla por el aura leve.  480
   El común padre extático la admira,
y Eva se inunda en virginal ternura.
Desciende el amor santo
de la estrellada altura,
y en mutuo ardor su corazón suspira,  485
ya en lazo atados de divino encanto.
¡Ser de mi ser querido!»,
Adán exclama, «en tu inocencia hermosa
hallo el bien sumo al embeleso unido»;
y ella en su seno inclínase amorosa.  490
   ¡Oh sombra! ¡Oh bien fugaz! ¡Fatal deseo
de vedado saber! La compañera
de tan alto destino
cayó en el mal ligera,
sedujo al infeliz... ¡Cielos!, ¿qué veo?  495
Con faz sañuda un querubín divino
y espada centellante
les cierra el santo Edén; la pena aguda
de Adán anubla el varonil semblante,
y Eva a su lado va llorosa y muda.  500
   Huyen los brutos su dañado imperio,
sorda la tierra su favor les niega,
y su frente culpable
hiere la muerte ciega...
¡Oh culpa felícisima!, ¡oh misterio!,  505
¡víctima!, ¡redención!, ¡precio inefable!
Ya es gloria la caída.
Llover el claro empíreo al Deseado
miro, a su mismo Autor mi carne unida,
y al polvo sobre el ángel sublimado.  510
   Lenguas del universo, criaturas
de Dios, almos espíritus, cantemos
bondad tan infinita;
y el loor que le demos
suba cual grato incienso a las alturas,  515
do en pura luz inaccesible habita
su celestial grandeza.
Ordenador de mundos soberano,
en cuanto obró de tu saber la alteza,
brilla en gracias magníficas tu mano.  520
   Tus obras son, cual tuyas, acabadas,
buenas, próvidas, sabias, y te admiro
doquier omnipotente.
Sobre los cielos giro,
cruzo del mar las bóvedas saladas,  525
de las heladas zonas a la ardiente;
y todo es un portento.
¡Sublime creación!, al bosquejarte,
falta al numen atónito el aliento;
jamás la mente acaba de admirarte.  530



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