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ArribaAbajo

Silvas




- I -


El suspiro

ArribaAbajo   Fany, Fany, ¿qué es esto?, ¡tú suspiras!
¡Tú en quejidos dolientes
tornas la voz graciosa,
delicia de mi ser, gozo del suelo!
¡Tú al cielo triste y desolada miras!,  5
¡y consternada, mísera, llorosa,
en ayes más ardientes
te vuelves a angustiar! ¿La calma pura
de tu pecho dó está? ¿Quién su ventura,
su grato olvido, su quietud gloriosa  10
pudo anublarlos?, ¿quién...? Benigno, el cielo
nos ríe, idolatrada;
y en fausta unión, dulcísima lazada,
que apuremos Citeres las delicias
de su imperio nos da. ¿Nuestra fineza,  15
nuestro embeleso y votos y caricias
pueden, Fany, crecer? ¿Más mi terneza
ser puede?, ¿más la llama
que mi fiel pecho, que tu pecho inflama?
   ¡Y suspiras, mi bien! ¡Oh, que no sabes  20
cuánto al Amor desconocida ofendes!,
¡cuál con un ay me enciendes!,
¡cuál me afliges cruel! Cada suspiro
loco me vuelve, el corazón me abrasa;
cada mirada el alma me traspasa,  25
y en cada ay tuyo fenecer me miro.
Sí, Fany, sí; que el aura deliciosa,
afable, tierna, plácida, que un día
entre aromas y néctares süaves
tu apasionado seno despedía  30
y mi boca tal vez robó dichosa,
los suspiros ardientes,
los gratísimos ayes que apenada
tu lengua regalada
en los transportes del amor más lino  35
sonaba herida de su ardor divino,
hoy de las penas, de las ansias graves,
de las zozobras que en el alma sientes
son efecto infeliz... ¡Desventurado!
Ni aun ya dudarlo a mi dolor es dado.  40
Tus ojos, tu tristeza, tu caído
semblante, de llorar desfallecido,
tu débil anhelar, ese quedarse
cual muda estatua y súbito inflamarse
cual la grana más viva,  45
ese buscarme y evitarme esquiva,
obstinada en callar: todo descubre
el mal agudo que tu pecho encubre,
que sus ternezas ominoso impide
y en partes mil lidiando lo divide.  50
   ¿De dó empero este mal?, ¿qué te desvela?
¿Qué tiembla ya el honor ni qué recela,
cuando a la sombra de mordaz censura
el aura del Amor más blanda aspira
a nuestra feliz llama,  55
la luz sucede a la tiniebla oscura
y el cielo eterno bien nos asegura?
   ¿Merecerá tu ira
la fe constante que mi pecho inflama,
y absorto en ti de todo me enajena?  60
¿Te cansa ya la celestial cadena
con que un tiempo se unieron
nuestras dos almas y felices fueron?,
¿los dulces himnos que en ternura iguales
con los del Teyo armónica mi lira  65
modular sabe, pero Amor le inspira,
y a los dioses te allegan inmortales?
   ¡Ay!, no; perdón, amada,
perdona al dolor mío
blasfemia tal, tan ciego desvarío,  70
y a tu alma torne la quietud robada.
No más tu pecho dolorido gima,
no más el mío oyéndolo se oprima,
no más... ¡Pero de nuevo,
cuanto más fino a consolarte pruebo,  75
vuelves a suspirar sólo al mirarme...!
De una vez, cruda, acaba de matarme.
   Mas deja en tanto al labio apasionado
que tu suspiro celestial aliente;
benigna deja que en el hondo seno  80
lo ponga reverente,
de mil y mil que exhalo acompañado.
¡Oh corazón de sus encantos lleno!,
recíbelo feliz, y en el glorioso
trono do reina mi Fany querida,  85
do afable dulces leyes te prescribe
y a par tus votos sin cesar recibe,
ponlo, y por siempre tu sin par fineza,
tu lealtad y desvelo cariñoso,
tu ciego ardor, tu voluntad rendida,  90
tu pura fe, tu natural llaneza,
y cuanto haya en amor de más divino,
ante él lo ofrece en holocausto digno.
Y tú calma, mi bien, tan cruda pena;
ría en sus gracias tu beldad serena;  95
alienta, alienta, y mi dolor no agraves;
alienta, y no la gloria
en que inundarme afortunado siento
destruyas, o el futuro sentimiento
despiertes hoy aleve  100
en mi exaltada, mi vivaz memoria.
   En las desdichas que amagarnos sabes
deja este espacio breve,
déjalo, Fany, a mi fugaz ventura,
y goce yo sin nieblas tu hermosura.  105
Gócela fino; a ¡ni cariño deja
crédulo abandonarse a los süaves
inefables encantos
con que el deseo lisonjero aleja
el fatal plazo de dolor y llantos;  110
y ardiente apure mi felice boca
el dulce cáliz que su sed provoca.
   No en mi ilusión me aflijas; que inhumana
vendrá, ¡oh dolor!, la ausencia;
la ausencia, Fany, cuyo espectro odioso  115
comino asusta nuestro amor dichoso,
a ejecutar bien presto
del hado en mí la bárbara sentencia;
y en sañudo ademán, torvo semblante,
con violencia tirana,  120
voz imperiosa y diestra menazante,
lejos de ti me arrastrará... ¡Funesto
recuerdo!, ¡trance horrible! ¡Fany mía,
que yo haya de partir! ¡Que mi ventura,
tan dulce unión, tan íntimos amores,  125
tan claro día, tan divinas flores,
hayan de fenecer! ¡Ay!, aquel día,
día de duelo y luto y amargura,
tú llorarás también; con tus plegarias
las raudas horas a mi bien contrarias  130
anhelarás parar; bárbaro, impío
al cielo llamarás, del cuello mío
queriendo en vano desatar tus brazos,
perdida huir mis últimos abrazos.
   Y solitaria, mísera, cuidosa,  135
vagarás por ni estancia pavorosa
con planta vacilante,
espíritu azorado y vista errante,
llamando en débil voz, en grito triste,
al que no ha nada a tus rodillas viste,  140
ciego en su amor, perdido, enajenado,
la cabeza en tu seno reclinada,
cantar apasionado
su eterna fe, tu llama regalada;
y entonces abismado, confundido,  145
mísero, desolado, sin sentido,
pedirá en vano, anhelará la muerte,
cual blando alivio a su infelice suerte.
   Los ayes, pues, el suspirar quejoso
con que afliges mi pecho,  150
a otros suspiros y zozobras hecho
en los delirios de un amor dichoso,
déjalos, Fany, a la ominosa hora
del adiós triste que a la par tememos;
y hoy en delicias crédulos gocemos  155
del fugaz rayo que aún los montes dora.




- II -


Fany enojada

ArribaAbajo   ¿Será posible, idolatrado dueño,
que contra un inocente
dure en ti siempre el implacable ceño?
Mírote, y tiemblo; ardiente solicito
tu gracia, y me baldonas inclemente.  5
Callo, y tu lado respetoso evito;
y huyendo, injusta, a mi pesar te irrito.
Vuelvo, y te agitas más; ¡en cuántas iras
arden tus lindos ojos si me miras!
   ¿Por qué tanto rigor, tan fiero encono?,  10
¿por qué, Fany adorada,
tras ruegos tales desdeñarme airada
con gesto tal y tan amargo tono?
¿Me cesarás de amar? ¿Los celestiales
juramentos que hiciste,  15
los que a mi labio apasionado oíste,
si en fe, más puros, en delirio iguales,
se pueden quebrantar?, ¿el dulce encanto
de tus tiernas caricias
se acabó para mí?, ¿serán mis males  20
con tu rigor eternos,
y eterno mi llorar tus injusticias?
   Duélete, oh cruda, de mi amargo llanto;
duélete, y cariñosa
vuelvan tus ojos a mirarme tiernos;  25
tu suave boca a articular donosa
el idioma de amor; finos, tus brazos
ciñan mi cuello en deliciosos lazos;
tu pecho celestial abrase al mío,
y acabe, acabe ese rigor impío.  30
   Acabe ya; que la implacable saña
ni al tierno Amor, ni a Cíprida conviene.
Todo en el mundo sus mudanzas tiene,
y encono tanto a tu hermosura daña.
   Te idolatro, y mis dudas  35
son nobles hijas del amor más fino;
de este amor puro, celestial, supremo,
que hará por siempre mi feliz destino;
y así perderte a cada punto temo.
   Si tú, mi bien, amases  40
cual yo sin seso tu beldad adoro,
si tu pecho inclemente
sentir pudiera mi pasión ardiente,
y cual mísero peno tú penases,
la gracia hicieras que rendido imploro.  45
   Benigna disculparas
mi enojo ciego, mi furor demente,
mi error celoso, y las palabras rudas
que a tu dulzura angelical comparas
y que en mi oído sin cesar sonando,  50
flechas semejan rápidas, agudas,
que impía disparas a mi pecho triste;
y por mi llanto mi dolor juzgando,
por este llanto ciego
con que hoy tus plantas dolorido riego  55
y antes de gozo derramar me viste,
en lugar de asperezas
y ese tu ceño indómito, ominoso,
que indigno anubla tu semblante hermoso,
solícita doblaras iris finezas  60
y amorosos consuelos,
feliz castigo en mis soñados celos.
   Pero tú, Fany fiera,
tú anhelas sólo que en mis ansias muera;
y así en ellas te gozas de mirarme,  65
burlándote, cruel, de mi tormento,
y yo infeliz sin fruto me lamento...
Perdón, perdón, o acaba de matarme.
      Si horrísona tormenta
      cubre en tiniebla el día,  70
      la luz y la alegría
      vuelve riente el sol.
      Mírete yo contenta,
      caiga tu ceño oscuro,
      y alentará seguro  75
      mi afortunado amor.




- III -


El cumpleaños de Fany, habiendo de dejarla dentro de breves días

ArribaAbajo   Ya entre arreboles la risueña aurora
cielos y tierra de su albor colora;
de nuevas flores se engalana el prado,
y el viento bulle en ámbares bañado.
   Fany, amable Fany, en raudo vuelo  5
fausto nos vuelve el cielo
de tu feliz natal el claro día.
Las aves en acorde melodía
proclamándolo van... ¿Oyes, amada,
sus trinos armoniosos?,  10
¿de tu nombre los vivas deliciosos?
Tus años son, ¡oh suerte afortunada!,
tus años, de tu vida
el oriente feliz. Fany querida,
loco de gozo, embebecido todo,  15
mi fina llama, mi sin par ternura,
por más que encarecértelo procura
mi cariñoso labio, no hallan modo
cómo este día celebrar; quisiera
que tu pecho inundar dado me fuera  20
del júbilo, mi bien, que inunda el mío,
y embriagarlo en su angélico contento.
   Tierno quisiera el fugitivo plazo
que el cielo, oh cara, me destina pío
al de tu vida unir, unir mi aliento,  25
y en delicioso indisoluble lazo
hacer que por entrambos tú aspirases
y, yo acabando, de mi ser gozases.
   Entonces, ¡ay!, en mi delirio ardiente
reclinado en tu seno blandamente,  30
¡cuán alegre muriera
y a vida más feliz en ti naciera!
      Fin tan delicioso,
      de ti acariciado,
      no, dueño adorado,  35
      no fuera morir;
      éxtasi glorioso
      de dulces amores,
      fuera en mil ardores
      por siempre vivir.  40
   Esta cadena misteriosa que une
nuestras almas amantes,
más cada vez en su pasión constantes,
que de ambas con suavísima armonía
en solo un punto el anhelar reúne  45
y un solo pensamiento,
siempre a mi gusto tú, yo al tuvo atento,
su firme nudo aún más estrecharía
y un solo ser de nuestro ser haría.
   Nuestros dos pechos sin jamás saciarse  50
amaran siempre para más amarse.
Feliz sintiera cuanto tú gustaras;
con tus suaves afectos mi ternura
natural excitaras;
néctar fuera en mis labios tu dulzura;  55
despertaran mis llamas tus ardores;
tu timidez amable, mis temores;
y venturoso fuera en tu ventura.
      Unida a la planta
      que fiel la sustenta,  60
      la hiedra alimenta
      su humilde raíz,
      y ufana levanta
      sus tiernos pimpollos
      hasta los cogollos  65
      del árbol feliz.
   Yo dejara de ser, pero en la vida
de mi Fany querida
tornara a florecer. ¡Oh si me oyese
el cielo y luego mi querer cumpliese!  70
   ¡Qué en vano, idolatrada, la aspereza
de la suerte envidiosa
atribulara entonces mi fineza!,
ni en medio mi delirio apasionado
me vieras siempre en dudas abismado.  75
   ¡Qué en vano, ay, triste, la memoria odiosa
de tener que ausentándome dejarte
y a un bárbaro opresor abandonarte
atosigara mi doliente seno,
aun en tus brazos de zozobras lleno!  80
   ¡Qué en vano, en fin, el ansia de perderte,
muy más amarga que la misma muerte,
hoy, a anublarme en mi gozar vendría
ni el vuelo a mi esperanza cortaría!
      ¿Quién te arrancara  85
      del lado mío,
      de tu albedrío
      fiero opresor?
      ¿Quién me privara
      de las delicias  90
      que en tus caricias
      me brinda Amor?
   Un ser con tu ser hecho
y en nudo celestial a ti ayuntado,
nudo de amor dulcísimo y estrecho,  95
tú aspiraras mi aliento apasionado,
yo inflamara tu angélica ternura;
y embebecido, loco en mi ventura,
cuanto ansío ciego sin cesar gozando,
feliz mi llama se alentara amando  100
y cuanto más ardiera más gozara,
y gozando sin fin, sin fin ansiara,
ni nada, dulce bien, nada temiera.
   Cuando ora acaso en la celeste esfera
el sol no acabará su presto giro,  105
y lejos de ti... ¡Oh Dios...! Perdón, amada,
permite a mi dolor sólo un suspiro,
y años mil te haga el cielo afortunada.
      Sobre tu amable vida
      plácido el tiempo gire,  110
      de la vejez retire
      lejos de ti el horror.
      Siempre en niñez florida
      brillar tus gracias veas;
      siempre adorada seas,  115
      siempre pagues mi amor.




- IV -


A las Musas

ArribaAbajo   Perdón, amables Musas; ya rendido
vuelvo a implorar vuestro favor; el fuego
gratas me dad con que cantaba un día
las dulces ansias del amor más ciego,
o de la ninfa mía  5
las gratas burlas, el desdén fingido,
y aquel huir para rendirse luego.
El entusiasmo ardiente
dadme en que ya pintaba
la florida beldad del fresco prado,  10
la calma ya en que el ánimo embargaba
el escuadrón fulgente
que en la noche serena
el ancho cielo de diamantes llena,
deslizándose en tanto fugitivas  15
las horas y la cándida mañana
sembrando el paso de arrebol y grana
a Febo luminoso.
¡Ah Musas!, ¡qué gozoso
las canciones festivas  20
de las aves armónico siguiera,
saludando su luz, el labio mío,
ora mirando el plateado río
sesgar ondisonante en la ladera,
ora en la siesta ardiente  25
bajo la sombra hojosa
de algún árbol altísimo copado
al raudal puro de risueña fuente,
gozando en paz el soplo regalado
del manso viento en las volubles ramas!  30
Ni allí loca ambición en peligrosos,
falaces sueños embriagó el deseo,
ni sus voraces llamas
sopló en el corazón el odio insano,
o en medio de desvelos congojosos  35
insomne se azoró la vil codicia,
cubriendo su oro con la yerta mano.
Miró el más alto empleo
el alma sin envidia, los umbrales
del magnate ignoró, y a la malicia  40
jamás expuso su veraz franqueza.
De rústicos zagales
la inocente llaneza,
y sus sencillos juegos y alegría
de cuidados exento  45
venturoso gocé, y el alma mía
entró a la parte en su hermanal contento.
La hermosa juventud me sonreía,
y de fugaces flores
ornaba entonces mis tranquilas sienes,  50
mientras el ardiente Baco me brindaba
con sus dulces favores;
y de natura al maternal acento
el corazón sensible,
en calma bonancible  55
y en común gozo y en comunes bienes
de eterna bienandanza me saciaba.
¡Días alegres, de esperanza henchidos,
de ventura inmortal!, ¡amables juegos
de la niñez!, ¡memoria,  60
grata memoria de los dulces fuegos
de amor! ¿Dónde sois idos?
Decidme, Musas, ¿quién ajó su gloria?
Huyó niñez con ignorado vuelo,
y en el abismo hundió de lo pasado  65
el risueño placer. ¡Desventurado!
En ruego inútil importuno al cielo,
y que torne le imploro
la amable inexperiencia, la alegría,
el ingenuo candor, la paz dichosa  70
que ornaron, ¡ay!, mi primavera hermosa;
mas nada alcanzo con mi amargo lloro.
La edad, la triste edad del alma mía
lanzó tan hechicera
magia, y a mil cuidados  75
me condenó por siempre en faz severa.
Crudo decreto de malignos hados
diome de Temis la inflexible vara;
y que mi blando pecho
los yerros castigara  80
del delincuente, pero hermano mío,
Astrea me ordenó, mi alegre frente
de torvo ceño oscureció inclemente
y de lúgubres ropas me vistiera.
Yo mudo, mas deshecho  85
en llanto triste su decreto impío,
obedecí temblando,
y subí al solio, y de la acerba diosa
las leyes pronuncié con voz medrosa.
¡Oh, quién entonces el poder tuviera,  90
Musas, de resistir!, ¡quién me volviese
mi oscura medianía,
el deleite, el reír, el ocio blando
que imprudente perdí!, ¡quién convirtiese
mi toga en un pellico, la armonía  95
tornando a mi rabel con que sonaba
en las vegas de Otea
de mis floridos años los ardores
y de Arcadio la voz le acompañaba,
bailando en torno alegres los pastores!  100
El que insano desea
el encumbrado puesto,
goce en buen hora su esplendor funesto.
Yo viva humilde, oscuro,
de envidia vil, de adulación seguro,  105
entre el pellico y el honroso arado;
y de fáciles bienes abastado,
en salud firme el cuerpo, sana el alma
de pasiones fatales,
entre otros mis iguales,  110
en recíproco amor, entre oficiosos
consuelos. Feliz muera
en venturosa calma,
mi honrada probidad dejando al suelo,
sin que otro nombre en rótulos pomposos  115
mi losa al tiempo guarde lisonjera.
Pero, ¡ah Musas!, que el cielo
por siempre me cerró la florecida
senda del bien; y a la cadena dura
de insoportable obligación atando  120
mi congojada vida,
alguna vez llorando
puedo solo engañar mi desventura
con vuestra voz y mágicos encantos.
Alguna vez en el silencio amigo  125
de la noche callada
puedo en sentidos cantos
adormir mi dolor; y al crudo cielo
hago de ellas testigo,
y en las memorias de mis dichas velo,  130
Musas, alguna vez, pues luego airada
Temis me increpa, y de pavor temblando
callo y su imperio irresistible sigo,
su augusto trono en lágrimas bañando.
Musas, amables Musas, de mis penas  135
benignas os doled: vuestra armonía
temple el son de las bárbaras cadenas
que arrastro miserable noche y día.




- V -


Al céfiro, durmiendo Cloris

ArribaAbajo   Bate las sueltas alas amorosas,
cefirillo süave, silencioso;
no de mi Clori el sueño regalado
ofendas importuno. Al fresco prado
tórnate y a las rosas;  5
tórnate, cefirillo bullicioso,
y de su cáliz goza y sus olores.
A mi Clori perdona; tus favores,
tu lisonjero aliento le escasea,
y huye lejos del labio adormecido.  10
No agravies, no, atrevido
su reposo felice,
que Amor quizá en su idea
me retrata esta vez, quizá le ofrece
mi fe pura y le dice:  15
«Duélete, oh desdeñosa,
de tan fina pasión»; y con su fuego,
su tímida modestia desvanece,
tornándola sensible y cariñosa.
¡Oh, mi ventura no interrumpas ciego!  20
Yo no sé qué, latiéndome gozoso,
me anuncia el corazón al contemplarla.
Déjame ser en sueños venturoso
y escapa lejos a jugar al prado,
o respetoso pósate a su lado.  25
Empero ya travieso por besarla,
una rosa doblaste
y vivaz en sus hojas te ocultaste.
De nuevo tornas y la rosa inclinas,
y con vuelo festivo,  30
bullicioso y lascivo
la meces y a su pecho te avecinas.
¡Oh, que mi ardor provocas
cada vez que lo tocas!
¡Oh, que tal vez ese cogollo esconde  35
letal punzante espina que su nieve
hiera con golpe aleve!
Cesa, y benigno a mi rogar responde;
cesa, céfiro manso,
y siga Clori en plácido descanso.  40
Cesa, y a tu deseo
corresponda tu ninfa agradecida
en fácil himeneo,
¡oh nuncio del verano deleitoso!
Tú que en móviles alas vagaroso,  45
de las flores galán, del prado vida,
vas dulce susurrando,
con delicado soplo derramando
mil fragantes esencias, ¡ay!, no toques
esta vez a mi Clori; no provoques,  50
cefirillo atrevido,
con tu aroma su aliento;
guarda, que Amor con ella se ha dormido.
Mas, ¡ay, con qué contento
parece que se ríe y que me llama!  55
Su boca se desplega
y su semblante celestial se inflama
como la rosa pura
que bañada en aljófares florece,
emulando del alba la hermosura.  60
Llega festivo, llega
a sus párpados bellos,
y con ala traviesa, cariñoso
asentándote en ellos,
apacible los mece;  65
que otra vez ríe y su alegría crece.
¡Ay!, agítala, llega, y tan dichoso
momento no perdamos, cefirillo,
que Amor me llama y su favor me envía.
Acorre, vuela, y tu fugaz soplillo  70
al logro ayude de la dicha mía.




- VI -


Las flores

ArribaAbajo   Naced, vistosas flores,
ornad el suelo que lloró desnudo
so el cetro helado del invierno rudo
con los vivos colores
en que matiza vuestro fresco seno  5
rica naturaleza.
Ya ríe mayo, y Céfiro sereno
con deliciosos besos solicita
vuestra sin par belleza
y el rudo broche a los capullos quita.  10
Pareced, pareced, ¡oh del verano
hijas y la alma Flora!,
y al nacarado llanto de la Aurora
abrid el cáliz virginal; ya siento,
ya siento en vuestro aroma soberano,  15
divinas flores, empapado el viento,
y aspira la nariz y el pecho alienta
los ámbares que el prado les presenta
doquiera liberal. ¡Oh, qué infinita
profusión de colores  20
la embebecida vista solicita!,
¡qué magia!, ¡qué primores
de subido matiz que anhela en vano
al lienzo trasladar pincel liviano!
Con el arte, natura  25
a formaros en una concurrieron,
galanas flores, y a la par os dieron
sus gracias y hermosura.
Mas, ¡ah!, que acaso un día
acaba tan pomposa lozanía,  30
imagen cierta de la suerte humana;
empero más dichosas,
si os roba, flores, el ferviente estío,
mayo os levanta del sepulcro umbrío,
y a brillar otra vez nacéis hermosas.  35
Así, oh jazmín, tu nieve
ya a lucir torna, aunque en espacio breve,
entre el verde agradable de tus ramas;
y con tu olor subido
parece que amoroso  40
a las zagalas que te corten clamas
para enlazar sus sienes venturoso,
mientra el clavel, en púrpura teñido,
en el flexible vástago se mece,
y oficioso desvelo a la belleza,  45
a Flora y al Amor un trono ofrece
en su globo encendido,
hasta que trasladado
a algún pecho nevado,
mustio sobre él desmaya la cabeza  50
y el cerco encoge de su pompa hojosa;
y la humilde violeta, vergonzosa,
por los valles perdida,
su modesta beldad cela encogida;
mas el ámbar fragante,  55
que le roba fugaz mil vueltas dando
el aura susurrante,
en él sus vagas alas empapando,
descubre fiel dó esconde su belleza.
Orgulloso levanta la cabeza  60
y la vista arrebata
entre el vulgo de flores olorosas
el tulipán, honor de los vergeles,
y en galas emulando a los claveles,
con fajas mil vistosas  65
de su viva escarlata
recama la riquísima librea.
Pero, ¡ah!, que en mano avara le escasea
cruda Flora su incienso delicioso;
y solo así a la vista luce hermoso.  70
No tú, azucena virginal, vestida
del manto de inocencia en nieve pura
y el cáliz de oro fino recamado;
no tú, que en el aroma más preciado
bañando afortunada tu hermosura,  75
a par los ojos y el sentido encantas.
De los toques mecida
de mil lindos amores
que vivaces codician tus favores,
¡oh, cómo entre sus brazos te levantas!,  80
¡cómo brilla del sol al rayo ardiente
tu corona esplendente!,
¡y cuál en torno cariñosas vuelan
cien mariposas y en besarte anhelan!
Tuyo, tuvo sería,  85
¡oh azucena!, el imperio sin la rosa,
de Flora honor, delicia del verano,
que en fugaz plazo de belleza breve
su cáliz abre al apuntar el día,
y en púrpura bañada el soberano  90
cerco levanta de la frente hermosa.
Su aljófar nacarado el alba llueve
en su seno divino;
Febo la enciende con benigna llama;
y le dio Citerea  95
su sangre celestial cuando afligida
del bello Adonis la expirante vida,
que en débil voz la llama,
quiso acorrer, y del fatal espino
ofendida, ¡oh dolor!, la planta bella  100
de púrpura tiñó la infeliz huella.
Codíciala Cupido
entre las flores por la más preciada;
y la nupcial guirnalda que ciñera
a su Psiquis amada  105
de rosas fue de su pensil de Gnido,
y el tálamo feliz también de rosa
donde triunfó y gozó cuando abrasado
en su llama dichosa,
tierno exclamó, en sus brazos desmayado:  110
«¡Hoy, bella Psiquis, por la vez primera
siento que el dios de las delicias era!»
¡Oh reina de la flores!,
¡gloria del mayo!, ¡venturoso fruto
del llanto de la Aurora!  115
Salve, ¡rosa divina!,
salve; y ve, llega a mi gentil pastora
a rendirle el tributo
de tus suaves olores,
y humilde a su beldad la frente inclina.  120
Salve, ¡divina rosa!,
salve; y deja que viéndote en su pecho
morar ufana, y por su nieve pura
tus frescas hojas derramar segura,
loco envidie tu suerte venturosa,  125
y anhele, en ti trocado,
sobre él morir: en ámbares deshecho
me aspirará su labio regalado.




- VII -


El sueño

ArribaAbajo   ¿Por qué en tanta alegría
se inunda mi semblante
y enajenado el ánimo se goza,
curiosa me demandas, Fili mía?
Hállote, y al instante  5
mi corazón palpita y se alboroza;
y río si te miro,
y no de pena, de placer suspiro.
Un sueño, un sueño sólo mi contento
causa, Fili adorada;  10
óyelo, y goza el júbilo que siento.
En la fresca enramada,
cual solemos triscando
y riendo y burlando,
soñé feliz que estábamos un día.  15
De lindas flores a tu sien tejía
y amáraco oloroso
yo una guirnalda bella;
mas tú, cuando oficioso
ceñírtela intenté, me la robaste;  20
y una cinta con ella
flexible haciendo, blandamente ataste
mis dos manos. «Estrecha, Fili, estrecha»,
dije, «el nudo primero,
y otro y otro tras él y otro me echa,  25
que a gloria tengo el ser tu prisionero».
Luego viendo una rosa
en medio el valle descollar hermosa
sobre todas las flores,
de los besos del céfiro halagada,  30
acortarla corrí. «¡Flor venturosa»,
le dije, «el lácteo seno de mi amada
de tu frescura goce y tus olores!»
Y en él la puse lleno de ternura.
Mi rosa pareció más encendida,  35
y su nieve, más pura
contrapuesta a la púrpura subida.
Tú al punto la tomaste,
y no sin vanidad, ¡ay!, la llegaste
al carmín vivo de tus labios bellos,  40
y besándola, de ellos
a los míos riendo la pasaras.
El alma toda, apenas los tocaras,
el alma toda a recoger tu beso
sobre la rosa se lanzó anhelante;  45
y por uno sin seso,
su tierno cáliz te torné abrasado
con mil y mil en mi pasión amante.
En tales burlas, por el fresco prado
vagando alegres fuimos,  50
cantando mil tonadas
o remedando en voces acordadas
ya el trino delicado a los jilgueros,
ya el plácido balar de los corderos,
cuando a Lícidas vimos  55
que a nosotros venía
cual suele: en torva faz, hosco y celoso.
De súbito nublose tu alegría,
bien como flor cortada
cuya mustia beldad cae desmayada;  60
y con labio medroso,
«Huyamos», me dijiste,
¿zagal tan necio y tan odioso viste?
Yo te idolatro; y quiere
que oiga su amor y alivie su cuidado,  65
y así me sigue cual si sombra fuera.
¡Ay zagal!, aquí estás; en vano espera».
Y fiel mi mano al corazón llevaste;
sobre él la puse, y fino palpitaba,
y el mío de placer mil vuelcos daba.  70
Así en trisca inocente
sin sentirlo llegamos a la fuente
que en torno enrama el álamo pomposo.
«Aquí evitemos la abrasada siesta»,
dijiste, «pues a plácido reposo  75
su sombra brinda y brinda la floresta»;
y te asentaste en la mullida grama.
Yo, cariñoso, me senté a tu lado,
y en torno se derrama,
con el tuyo paciendo, mi ganado  80
por la fresca pradera.
El albo vellocino a la cordera
que en grato don por el rabel me diste
a rizar oficiosa te pusiste;
y yo en tanto escribía  85
tu nombre venturoso
en la lisa corteza,
y así apenado al álamo decía:
«Crece, tronco dichoso,
crece; y el nombre de mi Filis amada  90
crezca a la par contigo,
y a par también su amor y su firmeza;
y sé a los cielos de mi fe testigo.
De hoy más por los pastores
se escogerá tu sombra regalada  95
cuando traten en pláticas de amores
o al viento envíen sus dolientes quejas.
Sus inocentes danzas
tendrán en ti las lindas zagalejas,
y anidarán los dulces ruiseñores.  100
Ni sufrirás del tiempo las mudanzas
de tus sonantes hojas despojado,
ya con su nombre a Fili consagrado».
Tú, que fina escuchaste
mi apasionado ruego,  105
cariñosa tomaste
la aguda punta y escribiste luego
tras Fili, de Damón, y por adorno,
de mirto una lazada
que los dos nombres estrechaba en torno;  110
y tierna me miraste. ¡Oh, qué mirada!
De ella alentado, mis felices brazos
a tu cuello de nieve
lanzándose amorosos... Un ruido
suena a la espalda, y la enramada mueve.  115
Tú, esquiva, evitas los ardientes lazos;
yo miro airado; y Lícida, escondido,
torvo acechaba nuestra dulce llama.
Su odiosa vista en cólera me inflama;
detiéneme tu brazo cariñoso;  120
Lícidas huye con fugaz carrera;
despierto; y en mi sueño venturoso
fue Fili de Damón tu voz postrera.




- VIII -


Los recuerdos tristes

ArribaAbajo   ¡Ah, Clori!, se anublaron
los días del placer; nuestra ventura
pasó, pasó dejando en la memoria
sólo tristes recuerdos y amargura.
Sombra fugaz, volaron  5
las horas fugitivas de mi gloria,
muy más que el ave que ni rastro deja
cuando hasta el cielo rápida se aleja.
Vuelvo atrás; y el deseo
engañador te finge cual un día  10
nos viera Amor, de sus ardientes flechas
nuestras dos almas, para en uno hechas,
gozándose llagadas, retirados
del comercio importuno
y a su imperio feliz abandonados,  15
ya en la alameda hojosa en el recreo
de un paseo inocente,
ya en tu albergue glorioso do ninguno,
triste censor de nuestras ansias piaras,
ni tus palabras mágicas oía,  20
ni de mi loca lengua las ternuras,
ni los suspiros de mi amor ferviente.
Solo el cielo nos viera
y sus puras antorchas rutilantes,
y al cielo enajenado yo pedía  25
que en sus claras mansiones
mis votos y tus votos recibiera;
y en mis brazos amantes,
más fino y tú más tierna te estrechaba;
y así testigos mi delirio hacía  30
de mi inmensa ventura
ya la lumbre de amor, ya los Triones,
mientras ardía y gozaba,
y tornaba a gozar, y más ardía.
¿Te acuerdas, adorada, la ternura  35
con que anublando ya la imagen triste
de mi ausencia el placer, tú me dijiste:
«¡Oh importuno!, olvidemos
momento tan fatal; ora gocemos,
gocemos otra vez?» ¡Ah!, ¿qué se hiciera  40
de aquella noche en que, el desdén rendido,
prorrumpiste llorando: «Eres querido;
tuya soy, tuya?». ¡Oh noche!, si olvidarme
de ti puedo, mi pecho al gozo muera,
Clori deje de amarme.  45
Divididos apenas
del blondo estío en los ardientes días,
si el momentáneo trance se llegaba
de alejarme de ti, ¡cuál te afligías!,
¡cómo yo me apartaba! ¡Ay, horas llenas,  50
horas llenas de gloria y de ventura!,
¡horas que en vano detener procura
mi insano amor! ¿Dó estáis, o qué se ha hecho
de aquel hallarme a su adorable lado
y a sus plantas postrado,  55
en ansias mil deshecho,
ya embriagado el oído
en su voz celestial, que el alma eleva
y do le agrada extática la lleva,
ya ciego, arrebatado, sin sentido  60
a los rayos lumbrosos
de sus ojuelos, vivos, cariñosos,
ya plácido gozando la alegría
de su amable semblante,
do reinan sencillez y cortesía  65
y angélica inocencia, el albo seno,
de honestidad y de ternura lleno,
bajo la sutil gasa palpitante,
mientras furtivo mi mirar seguía
su movimiento blando,  70
mi fiel imagen dentro contemplando?
Clori, esta imagen indeleble sea,
a pesar de la suerte,
que agostará nuestro florido suelo.
Idólatra en tu fe, constante vea  75
arder hasta la muerte
la fiel llama que en ti me envidia el cielo;
o si débil acaso... Clori mía,
sin que dejes de amarme,
en tus brazos, iluso en mi alegría,  80
hoy acabe, si un día has de olvidarme.




- IX -


El lecho de Filis

ArribaAbajo   «¿Dó me conduce Amor?, ¿dó, inadvertido,
en soñadas venturas embebido,
llegué con planta osada?
Ésta es la alcoba de mi Fili amada;
aquél su lecho, aquél. Allí reposa;  5
allí, su cuerpo delicado, hermoso,
en blanda paz se entrega
al sueño más süave; esta dichosa
holanda la recibe. Llega, llega
con paso respetoso,  10
¡oh deseo feliz!, llega y suspira
sobre el lecho de Fili; y silencioso,
si en él descansa, al punto te retira.
Retírate; no acaso a despertarla
en tu ardor impaciente  15
te atrevas por tu mal; huye prudente,
huye de riesgo tal, y ni a mirarla
pararte quieras por estar dormida,
que aun corre riesgo, si la ves, tu vida.
Pero solo está el lecho. ¡Afortunado  20
lecho, salve mil veces,
pues que gozar mereces
de su esquiva beldad! ¡Salve, nevado
lecho; y consiente que mi fina boca
la holanda estreche que felice toca  25
los miembros bellos de mi Fili amada!
Su deliciosa huella señalada
en ti, lecho felice,
«Aquí posó dormida
la rubia frente», a mi deseo dice:  30
«Allí tendió hacia mí su brazo hermoso,
del delirio de un sueño conmovida;
y aquí asentó su seno delicioso».
¡Oh salve veces mil; y el atrevido
tiempo que te consuma,  35
dichoso lecho, del Amor mullido!
Siempre en torno de ti las Gracias velen;
los sueños lisonjeros,
cuando mí Fili tu süave pluma
busque, sobre ella cariñosos vuelen;  40
en sus alas los céfiros ligeros
todo el ámbar le ofrezcan de las flores;
y mi forma tomando,
el placer en su seno mil ardores,
gozos mil mueva, su desdén domando.  45
¡Salve, lecho feliz, que sólo sabes
misterios tan suaves!
Tú, si su seno cándido palpita,
le sientes palpitar; tú, si se queja;
tú, si el placer la agita  50
y embriagada le deja
fingirse mil venturas,
todo lo entiendes, lecho regalado,
todo lo entiendes con envidia mía.
Sus ansias inefables, sus ternuras,  55
sus gozos, sus desvelos,
su tímida modestia, sus recelos,
en el silencio de la noche amado
patentes a ti solo, con el día
para mí desparecen  60
y cual la niebla al sol se desvanecen.
¡Oh lecho, feliz lecho, cuál suspiro
cuando tu suerte y mis zozobras miro!
Si en ti el reposo habita,
¿de dó, lecho feliz, viene la llama  65
que en delicias me inflama?,
¿la grata turbación que el pecho agita?
¡Ah, lecho afortunado!,
tú de mi bien en tu quietud recibes
el llanto aljofarado  70
si lastimada llora; tú percibes,
tú solo en sus amores confidente,
su delicada voz. ¿Mis ansias siente?
¿Se angustia como yo? ¿Teme? ¿Recela?
¿Duda si en verla tardo, y se desvela?  75
¡Ay!, tú lo sabes: dímelo, te ruego,
y templa de una vez mi temor ciego;
témplalo, dulce lecho...». Así decía
el ardiente Damón, sin que pensase
que Filis le atendía  80
a otra parte del lecho retirada.
La bella zagaleja, lastimada
de que tanto penase,
salió presta de donde se escondía;
Damón se turba, y Filis, cariñosa,  85
se ríe dulcemente y le asegura,
mudando la serrana desdeñosa
su rigor desde entonces en blandura




- X -


Mi vuelta al campo

ArribaAbajo   Ya vuelvo a ti, pacífico retiro.
Altas colinas, valle silencioso,
término a mis deseos,
faustos me recibid; dadme el reposo
por que en vano suspiro  5
entre el tumulto y tristes devaneos
de la corte engañosa.
Con vuestra sombra amiga
mi inocencia cubrid, y en paz dichosa
dadme esperar el golpe doloroso  10
de la parca enemiga,
que lento alcance a mi vejez cansada,
cual de otoño templado
en deleitosa tarde, desmayada
huye su luz del cárdeno occidente  15
el rubio sol con paso sosegado.
¡Oh, cómo, vegas plácidas, ya siente
vuestro influjo feliz el alma mía!
Os tengo, os gozaré; con libre planta
discurriré por vos, veré la aurora,  20
bañada en perlas que riendo llora,
purpúrea abrir la puerta al nuevo día,
su dudoso esplendor vago esmaltando
del monte que a las nubes se adelanta
la opuesta negra cumbre;  25
del sol naciente la benigna lumbre
veré alentar, vivificar el suelo,
que en nublosos vapores
adormeciera de la noche el hielo;
del aura matinal el soplo blando,  30
de vida henchido y olorosas flores,
aspiraré gozoso;
el himno de alborada bullicioso
oiré a las sueltas aves,
extático en sus cánticos süaves;  35
y mi vista encantada,
libre vagando en inquietud curiosa
por la inmensa llanada,
aquí verá los fértiles sembrados
ceder en ondas fáciles al viento,  40
de sus plácidas alas regalados;
sobre la esteva honrada,
allí cantar al arador contento
en la esperanza de la mies futura;
alegre en su inocencia y su ventura,  45
más allá un pastorcillo
lento guiar sus cándidas corderas
a las frescas praderas
tañendo el concertado caramillo;
y el río ondisonante,  50
entre copados árboles torciendo,
engañar en su fuga circulante
los ojos que sus pasos van siguiendo,
lento aquí sobre un lecho de verdura,
allí celando su corriente pura,  55
cerrando el horizonte
el bosque impenetrable y arduo monte.
¡Oh vida!, ¡oh bienhadada
situación!, ¡oh mortales
desdeñados y oscuros!, ¡oh ignorada  60
felicidad, alivio de mis males!
¡Cuándo por siempre en vuestro dulce abrigo
los graves hierros que aherrojada siente
el alma romperá!, ¡cuándo el amigo
de la naturaleza  65
fijará en medio de ella su morada
para admirar confino su belleza
y celebrarla en su entusiasmo ardiente!
Otros gustos entonce, otros cuidados
más gratos llenarán mis faustos días:  70
de mis rústicas manos cultivados
los campos que labraron mis abuelos,
las esperanzas mías
colmarán y mis próvidos desvelos;
mi huerta abandonada,  75
que apenas ora del colono siente
en su seno la azada,
de hortaliza sabrosa
verá poblar sus niveladas eras;
mi mano diligente  80
apoyará oficiosa
ya el vástago a la vid, ya la caída
rama al frutal que al paladar convida
doblada al peso de doradas peras;
verame mi ganado,  85
a su salud, a su custodia atento,
solícito contarle cuando lento
torna al redil de su pacer sabroso;
o en ocio afortunado,
mientra su ardiente faz el sol inclina,  90
solitario filósofo el umbroso
bosque, en la mano un libro, discurriendo,
llenar mi pecho de tu luz divina,
angélica verdad, las celestiales
sagradas voces respetoso oyendo  95
que en himnos inmortales,
en medio de las selvas silenciosas
do segura reposas,
al sencillo mortal para consuelo
tal vez dictaste del lloroso suelo.  100
De las aves el trino melodioso
allí mi dulce voz despertaría,
y armónica a las suyas se uniría,
cantando sólo el campo y mi ventura;
allí del campo hablara  105
con el pobre colono, y en las penas
de su estado afanoso,
con blandas voces de consuelo llenas
humano le alentara;
o bien, sentado a la corriente pura,  110
viva, fresca, esplendente,
del plácido arroyuelo bullicioso
que entre guijuelas huye fugitivo,
si del vicio tal vez la imagen fiera
mi memoria afligiera,  115
el ánimo doliente
se conhortara en su dolor esquivo,
y en sus rápidas linfas contemplando
de la vida fugaz el presto vuelo,
calmara el triste anhelo  120
de la loca ambición y ciego mando.
Imagen, ¡oh arroyuelo!,
del tiempo volador y de la nada
de nuestras mundanales alegrías,
una de otra apremiada,  125
tus ondas al nacer se desvanecen,
y en raudo curso en el vecino río
tu nombre y sus cristales desparecen.
Así se abisman nuestros breves días
en la noche del tiempo; así la gloria,  130
el alto poderío,
la ominosa riqueza
y lumbre de belleza,
do ciega corre juventud liviana
pasan cual sombra vana,  135
sólo dolor dejando en la memoria.
¡Oh, cuántas veces mi azorada mente
en tu margen florida,
contemplando tu rápida corriente,
lloró el destino de mi frágil vida!,  140
¡cuántas en paz sabrosa
interrumpí tu plácido ruïdo
con mi voz, oh arroyuelo, dolorosa,
y en dulces pensamientos embebido,
a tu corriente pura  145
las lágrimas mezclé de mi ternura!,
¡cuántas, cuántas me viste
querer de ti apenado separarme,
y moviendo la planta perezosa,
cien veces revolver la vista triste  150
hacia ti al alejarme,
oyendo tu murmullo regalado,
y exclamar conmovido
con balbuciente acento:
«¡Aquí moran la dicha y el contento!  155
¡Oh campo!, ¡oh soledad!, ¡oh grato olvido!,
¡oh libertad feliz!, ¡oh afortunado
el que por ti de lejos no suspira,
mas trocando tu plácida llaneza
por la odiosa grandeza,  160
por siempre a tu sagrado se retira!
¡Afortunado el que en humilde choza
mora en los campos, en seguir se goza
los rústicos trabajos, compañeros
de virtud e inocencia,  165
y salvar logra con feliz prudencia
del mar su barca y huracanes fieros!»



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