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- XVI -

ArribaAbajo   En tus graciosos ojuelos,
sus redes el Amor tiende:
¿quién, Amarilis, los mira
que la libertad no pierde?
   Ora blandamente hieran,  5
o altivamente desdeñen
con el enojo turbados,
¡qué de corazones vencen!
   Al mirar afectuosa
o el volverlos impaciente  10
dulcemente descaídos
y lánguidos dulcemente,
   ¡ay!, ¿a cuál de los zagales
no da a un tiempo vida y muerte?,
vida de dulce esperanza  15
y muerte de mil desdenes.
   Yo, que advertido no estuve
de tan soberanas leyes,
mirelos y halleme ciego,
empero sin que escarmiente,  20
   ni sin que en medio de tantas
rigurosas esquiveces,
o tema nuevos castigos,
o cobarde desespere;
   pues anhelo por perderla  25
cuando la vista me vuelven,
y anhelo, cuando la pierdo,
por ella sólo por verte.
   De este tesón amoroso
que el Amor sólo mantiene,  30
¿acaso, bella Amarilis,
salir vencedora puedes?
   Pues cese el desdén altivo,
cese, mis ojuelos, cese,
que a soberanos decretos  35
sólo obedecer conviene;
   además que en mí excusados
son castigos tan crueles,
porque ser su esclavo al verlos
juré, y he de serlo siempre.  40
    Detened, ojuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un rendido
    no es ley ni razón.

   No yo el padecer  45
siento ni el penar;
sí sólo el cegar,
porque no he de ver
vuestro hermoso ser,
gracia y esplendor.  50
    Detened, ojuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un remedio
    no es ley ni razón.




- XVII -


ArribaAbajo   Si aun siendo, versos humildes,
en medio de mis delirios
del blando Amor engendrados
y entre lágrimas nacidos,
   no queréis guardar más años  5
aquel antiguo retiro
donde os echó el escarmiento
y mi razón os previno,
   salid, salid norabuena;
probaréis en el juicio  10
de las gentes más rigores
aun que probáis en el mío,
   que no todos de Amor sienten
el tirano poderío,
y si lo sienten, no todos  15
aprueban lo que han sentido.
   Fruto sois de mis niñeces;
pero acaso en esto mismo,
bien lejos de disculparos,
más agraváis el delito,  20
   que quien fue tan de antemano
y en tanto fuego encendido,
ya tendrá abrasado el pecho
de su venenoso hechizo.
   Pero no, mis dulces versos,  25
que llorar me veis contino
los siempre dañosos frutos
del árbol de mi cariño;
   y así para libertaros
de la envidia y de sus tiros,  30
volad a la gran ciudad
que el Betis baña benigno.
   Allí, emulación de Febo,
y de Temis asistido,
sentado en medio del foro  35
hallaréis un fiel amigo.
   En él hallaréis amparo;
decidle: «Dulce Jovino,
recíbenos en el nombre
del sin ventura Batilo».  40




- XVIII -


Rosana de azul

ArribaAbajo   ¿Por qué causa de azul vienes,
bella zagaleja, al baile?
¿Estás celosa de alguno?
A Dios plegue que me engañe.
   Celos en ti ser no pueden,  5
que no hay serrana en el valle,
por presumida de hermosa,
que con tu valor se iguale.
   Amarilis y su hermana,
las preciadas de alabarse,  10
la palma ayer te cedieron
de gentileza y donaire.
   Las demás todas te adoran,
y admiran en tu semblante,
aunque zagalas, las gracias  15
que adoramos los zagales.
   Todas dicen de tus ojos
que son el sol cuando sale,
y que con tu rostro al cielo
no le pesará igualarse;  20
   que de ébano es tu cabello,
y tus cejas, de azabache,
y que nada los claveles
para con tus labios valen;
   que tus palabras son perlas  25
que entre alegre risa esparces,
y que mucho más que hermosa
eres discreta y afable.
   ¿Por qué, pues, serrana bella,
de celos y de azul sales,  30
y sin que dármelos quieras,
hace que en ellos me abrase?
   ¿Te hace lo azul más donosa?
¿Hace más gentil tu talle?
¿O ha menester tu belleza  35
de los aliños del arte?
   Mas, ¡ay!, que es azul el cielo,
zagala hermosa, esto baste:
vístete de azul, querida,
si mis ruegos algo valen.  40
   Repetiré yo la letra
que ayer compuse al mirarte;
atiéndela, por tu vida,
sin que por mía te canse.
    Si te vistes, serrana,  45
    de todo el cielo,
    dinos, ¿qué es tu donaire,
    beldad y aseo?

   Yo no sé, zagala,
qué falta a tus prendas,  50
cuando al cielo mismo
por adorno llevas.
    Pues van en su velo
    sol, luna y luceros,
    dinos, ¿qué es tu donaire,  55
    beldad y aseo?




- XIX -

ArribaAbajo   Ahogado entre mil suspiros
al umbral de Roselana,
que con tristes labios sella
y ardientes lágrimas baña,
   cuando ella en el blando lecho  5
acaso más bien descansa
o en inocentes labores
las prolijas noches gasta,
   el sin ventura Batilo
perdido de amor la llama,  10
y el viento lleva sus quejas,
y el cielo escucha sus ansias.
   Quien tiene amores no duerme,
todo le turba y enfada;
pues ¿cómo podrá dormir  15
quien sirve sin esperanza?
   A veces le ve la Aurora
cubierto el gabán de escarcha,
cuando con ella se vuelve
yerto a la triste cabaña,  20
   y a veces, el instrumento
templando, la voz turbada
de miedo de ser oído
y de tal vez enojarla.
   Aunque ella jamás le escucha,  25
como si con ella hablara,
estos amorosos versos
sentidamente le canta:
    En tu lecho descansa,
    zagala mía,  30
    aunque me halle a tus puertas
    llorando el día.

   Tú, que sin amores
en descuido duermes,
del helado enero  35
los hielos no sientes,
    mientras yo por moverte,
    zagala mía,
    a tus puertas espero
    llorando el día.  40

   Yo perdido y loco
llamo y no me atiendes,
y mis tristes voces
el viento las pierde.
    Pero no, no despiertes,  45
    zagala mía,
    aunque me halle a tus puertas
    llorando el día.




- XX -


ArribaAbajo   «Cuando el claro sol se pone,
otro sol para mí sale
por tu mirador, señora,
si merezco en él hallarte.
   Que en tus ojos su luz llevas,  5
y tus niñas celestiales
la noche vuelven en día
y cielo a tu casa hacen.
   Por esto, si te retiras,
en sombras queda la calle,  10
mis ojos, en triste luto,
y mi pecho, en mil pesares.
   Mas, ¡ay!, ¿qué sirve al deseo
que tan ciego en ti se abrase,
si de tan lejos no pueden  15
las súplicas escucharse?
   Ojalá, pues fui dichoso
en la ocasión de adorarle,
mirara ese sol más cerca
ni yo fuera tan cobarde.  20
   Atrevido me abrasara;
pero gozara un instante
sus resplandores, bien mío,
que a mil vidas equivale;
   que si en mis penas no tengo  25
el consuelo aun de quejarme,
antes que el remedio llegue
temo que el dolor me acabe.
   Si los ojos lenguas fueran,
ansias que en el alma nacen  30
llegaran a tus oídos
y pudieras aliviarme;
   pero todo se me niega,
y mil honestas verdades
dentro del alma se ahogan  35
o exhálanse en tiernos ayes».
   Así se quejaba un triste
a los balcones de un ángel,
que de su amor condolido,
sale tal vez a escucharle.  40




- XXI -


En un despecho

ArribaAbajo   Cuitado corazón mío,
¿dónde hallarás a tus males
remedio, cuando aun te niegan
el alivio de quejarte?
   ¿Qué sirve que al cielo ruegues  5
y con súplicas le canses,
ni que tus lágrimas tristes
hasta el mármol duro ablanden?
   Tus mal gastados suspiros
perdidos van por el aire,  10
tus quejas no son oídas,
tus súplicas llegan tarde.
   Un tiempo, ¡oh fugaces horas!,
me vieron estos umbrales,
que ora mis lágrimas bañan,  15
entre los brazos de un ángel.
   No así la vid amorosa
con mil lascivos enlaces
al olmo prende y rodea,
y es la hermosura del valle.  20
   La Luna desde los cielos,
envidiosa de mirarme,
su nevada luz cubría
entre pálidos celajes.
   Los rutilantes luceros  25
parábanse a contemplarme,
y naturaleza muda
me tributaba homenaje.
   Un sueño fueron mis glorias;
y al despertar, las señales  30
me ha dejado que en su vuelo
deja por el viento el ave.
   Sólo la memoria triste
me representa la imagen
de mi deshecha ventura,  35
para más atormentarme.
   Al que nunca fue felice
no sabrá de mis pesares;
el que lo fue y se ha perdido
puede solo consolarme.  40




- XXII -

ArribaAbajo   «Ten lástima, Galatea;
lástima ten de mis ansias,
que cada vez que me miras
con tus ojuelos me abrasas.
   ¿Qué encanto, qué fuego esconden  5
que a un tiempo aflige y regala?,
¿o cuál, di, sólo en tornarlos
en amores me embriagan?
   ¿Dó toman la viva lumbre,
el señorío, la gracia,  10
esa gracia encantadora
que albedríos mil arrastra?
   Dinos, dinos qué es aquesto;
mis ciegos ardores calma;
¡ay!, cálmalos, Galatea,  15
que me matan tus miradas.
   Rayos de Amor son tus ojos;
él mora entre sus pestañas,
y el fulgor de sus pupilas
los visos son de sus alas.  20
   De ellas en alegre juego
mil dulces flechas dispara,
y ora mis ansias alientan,
y ora abaten mi esperanza.
   Me miras tierna, enloquecen;  25
me precipito a tus plantas
a de mil besos ardientes
y mil lágrimas bañarlas.
   Me miras tibia, y perdido
mi labio en desdicha tanta,  30
para ablandar su aspereza
ni quejas ni ruegos halla.
   ¡Ay, ojos, donosos ojos,
do la gloria se traslada!,
ojuelos, no me miréis,  35
que en vos desfallece el alma».
   Así un zagal, de amor loco,
a su querida cantaba,
y a sus vivaces ojuelos
luego esta dulce tonada:  40
    Suspended, ojuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un rendido
    no es ley ni razón.

   No yo el padecer  45
siento ni el llorar,
sí sólo el cegar
por no poder ver
vuestro hermoso ser,
gracia y esplendor.  50
    Detened, ojuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un rendido
    no es ley ni razón.




- XXIII -

ArribaAbajo   «Ten lástima, zagaleja;
lástima ten de mis ansias,
que cada vez que me miras
con tus ojuelos me abrasas.
   ¿Qué fuego en ellos escondes  5
que su ardor mismo regala,
o qué violencia, bien mío,
que el corazón me avasallan?
   ¿De dónde toman su lumbre
y ese resplandor que lanzan,  10
muy más que el del sol vistoso,
que en amores me embrïaga?
   Dinos, dinos qué es aquesto;
mis ciegos ardores calma;
¡ay!, cálmalos, vida mía,  15
que me matan tus miradas.
   Soles, y más son tus ojos;
Amor mora en sus pestañas;
la lumbre que en ellos veo
son los visos de sus alas.  20
   Sus flechas son, zagaleja,
los rayos que me traspasan;
y el blando fuego que arrojan,
las ráfagas de sus llamas.
   ¡Ay, ojos!, ¡ay, bellos ojos,  25
do la gloria se traslada!,
ojuelos, no me miréis,
que me abrasáis toda el alma».
   Un zagal, de amor perdido,
así a Amarilis cantaba,  30
y a sus amorosos ojos
luego esta dulce tonada:
    Detened, ïjuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un rendido  35
    no es ley ni razón.

   No yo el padecer
siento ni el penar,
sí sólo el cegar
por no poder ver  40
vuestro hermoso ser,
gracia y esplendor.
    Detened, ojuelos,
    tan cruel rigor,
    que herir a un rendido  45
    no es ley ni razón.




- XXIV -

ArribaAbajo   No culpes, bella aldeana,
mi amor porque tarde llegue
a tus pies, y no en el día
de tus años florecientes.
   Culpa, sí, mi adversa estrella,  5
que me embarazó que viese
los anuncios en el cielo
de tu hermosísimo oriente.
   si no, ¿cómo ser podía
que en mí tal olvido hubiese?,  10
¿ni cómo mi fe dejara
de darte mil parabienes?
   Mi obligación es amarte,
mi mayor ventura, verte,
y de mis bienes el colmo  15
es verte y amarte siempre.
   Mira tú, Amarilis bella,
si quien así vive puede
negarse a un tiempo a su gusto
y faltarte a cuanto debe.  20
   ¡Oh, quién volviera tus días!
¡Oh, como el, ellos te viese
pagar mil adoraciones
con discreciones corteses!
   ¡Quién de tus gracias pudiera  25
colgado estar, y ofrecerte
segunda vez su albedrío
con humildad reverente!
   ¡Quién de tus ojos gozara
la divina luz, que puede  30
oscurecer la del sol
cuando asoma por oriente!,
   el negro pelo en vistosos
rizos en torno las sienes,
que prolijamente el arte  35
para más adorno tuerce;
   hermosísimo el trenzado
con mil flores, en que tiene
su majestuoso solio
la lisa y serena frente;  40
   en los ojuelos la gloria,
y en los labios mil claveles,
marfil bruñido en el cuello,
rosas en el seno y nieve;
   airosamente compuesto  45
el cuerpo, y en prisión breve
pequeño el pie, y el vestido
tal que el arte al precio excede;
   cada ademán una gracia,
cada mirada que enciende  50
una alma y cada palabra
que un nuevo albedrío prende.
   ¿No estabas así, señora?
No, Amarilis, me lo niegues,
así tu ventura sea  55
como tu beldad merece.
   El templo eres de las Gracias
y hermosísima estás siempre,
pero en tus días, señora,
mi imaginación se pierde.  60
   Muy más bella te contemplo
que el alba cuando amanece,
y más que el sol y la luna
cuando toda su luz tiene.
   ¡Oh, si yo te hubiera visto  65
en ellos no de otra suerte
que la rosa está en el mayo
coronando los vergeles!
   ¡Oh, si yo te hubiera visto
muy más bella que el alegre  70
prado tras lluvias tempranas
citando el céfiro le mece!;
   aunque no tan bien cual otros,
te echara al rabel de Alexis
esta letra que a tu oído  75
temo que ya tarde llegue:

   Goza de tus verdes años,
zagaleja bella,
    y a tus gracias iguales
    tus dichas sean.  80
   Tus días, zagala,
son los del Amor;
tu fiesta, la suya;
tu beldad, su arpón;
   gózalos, y a Dios  85
plegue que mil veas,
    y igual a tus gracias
    tu ventura sea.
   Cada vez más linda,
del tiempo el rigor  90
en mil y mil días
no agoste tu flor;
   que en todos mi ardor
servirte desea,
    y igual a tus gracias  95
    tu ventura sea.




- XXV -


[Fragmento]

ArribaAbajo   ¿De qué sirve, pensamiento,
que buscando te fatigues
término a los crudos males
que mi corazón afligen?
   Ya no hay remedio: Los cielos,  5
con arbitrio irresistible,
lo ordenaron, y han querido
que por siempre sea infelice.
   Cesa, y no me lisonjees,
que cuantos arbitrios finges  10
son sueños vanos que sólo
de agravar mis penas sirven.
   Padecer es mi destino,
padecer, víctima triste
de un amor sin esperanza [...]  15




- XXVI -


[Fragmento]

ArribaAbajo   Pues me mandas que te cuente,
Rosana, los tristes sueños
en que anoche ha batallado
mi amoroso devaneo,
   dispón el piadoso oído,  5
que aunque a mis lástimas hecho [...]




- XXVII -


Alarma española, al Excelentísimo señor Conde del Montijo

ArribaAbajo   «Al arma, al arma, españoles,
que nuestro buen rey Fernando,
víctima de una perfidia,
en Francia suspira esclavo.
   En su bondad inocente,  5
como verdad los halagos
creyó de un aleve amigo,
y corrió inerme a sus brazos.
   ¡Oh, si los ardientes ruegos
de tantos fieles vasallos  10
oyera, ni él gemiría,
ni yo os llamara a vengarlo!
   Pero era joven y bueno,
y en su corazón honrado
desechó cual imposibles  15
sospechas de un doble trato.
   Era rey, nieto de reyes;
como tal, por sacrosanto
tuvo el seguro ofrecido
por otro rey su aliado.  20
   Este seguro, españoles,
que aun entre el cafre inhumano
fue firme, inviolable siempre,
sólo a un buen rey ha faltado.
   El oficioso convite  25
fue para prenderle un lazo,
y echole la vil cadena
con el beso y los abrazos;
   cadena que arrastra el triste
sólo porque le adoramos,  30
y de su cuello inocente
al nuestro está amenazando.
   ¿Y en paz sufrirlo podemos?
¿Y el acero toledano
no esgrimimos? ¿Nuestros nombres  35
mancillará oprobio tanto?
   ¿Dónde están los nobles hijos
de Ramiro y de Pelayo?
Buen Cid, ¿son éstos tus nietos,
son éstos tus castellanos?  40
   Al arma, al arma, españoles;
la patria os llama: corramos
al arma a vengarla fieles,
o como buenos muramos.
   No a crédulas esperanzas  45
el pecho abráis; en tardando
todo es perdido, y los grillos...
¡Oh baldón! ¡Pude nombrarlos!
   Grillos y duras esposas
nos aguardan; nuestras manos  50
las llevarán, y mendigos
viviremos e infamados.
   Ved, si no, la triste Italia,
y allá en Roma, al Pastor santo,
hecho el indigno juguete  55
del mismo que tanto ha honrado.
   Ved al holandés sufrido,
la Prusia, el rudo polaco,
el noble alemán, de sangre
la Europa entera hecha un lago.  60
   Creyó sus dobles promesas
ciego el portugués, y a saco
dadas sus ricas ciudades,
maldiciendo está su engaño.
   Por la ambición de uno solo  65
el mundo gime: los campos,
los talleres, la oficiosa
industria, todo asolado.
   Seremos lo que son ellos:
viles, míseros esclavos;  70
y nuestras hijas y esposas
servirán a su regalo.
   Nuestros venerables usos,
nuestras leyes, el sagrado
culto y fe de nuestros padres  75
veranse por tierra hollados.
   Estas leyes y este culto,
de que tanto nos preciamos,
en que dichosos nacemos,
que con la leche mamamos,  80
   acabarán como un día,
allá en los tiempos infaustos
de Witiza y de Rodrigo,
míseramente acabaron.
   ¿Y lo sufrirán los nietos  85
de los que, ochocientos años
combatiendo contra el moro,
al África al fin lo echaron?,
   ¿los que heroica frente hicieron
al invencible romano,  90
y con Sagunto y Numancia
indomables se abrasaron?
   No, tanta mengua no cabe
en pecho español; volvamos
la vista a nuestros abuelos  95
y cuidemos de imitarlos.
   Un ejército no es nada
contra un pueblo que, ligado
en nudo fiel, sus hogares
defiende, a todo arrestado.  100
   Diez millones de españoles
no son, no queriendo, esclavos;
sientan los bravos de Jena
la fuerza de vuestros brazos.
   Sientan que aún arde en los pechos  105
aquel glorioso entusiasmo
que un traidor entibiar pudo,
pero no pudo apagarlo.
   Esas lucientes corazas,
esos sables, esos cascos  110
que llevan, ¿son de otro temple
que fueron los africanos?
   Los vencisteis porque libres
quisisteis morir; hagamos
hoy lo mismo, y la victoria  115
nos ceñirá con sus lauros.
   La patria os llama y el rey;
corred, corred a librarlo
de los grillos; arma suenen
el Ebro, el Betis, el Tajo.  120
   Todo suene al arma, y todos,
del niño al trémulo anciano,
soldados, la vida demos
como buenos por entrambos».
   De Madrid así en la plaza  125
cantaba un fiel castellano,
y «Al arma, al arma», decía,
«por nuestro buen rey Fernando».




- XXVIII -


Alarma segunda, a las tropas españolas

ArribaAbajo   ¿Dónde estáis, valientes hijos
de la victoria y la patria?
¿Nuestra religión se entibia?
¿Vuestro corazón desmaya?
   Generales, que a las lides,  5
compañeros de sus armas,
llevándolos, de la gloria
gozáis ya de sus hazañas
   ¿por qué en la mitad del triunfo
bajáis la tajante espada,  10
el atambor no retumba,
y el bronce ardiente desmaya?
   Corre audaz nuestro enemigo,
libre en su bárbara saña,
del Ebro las anchas vegas;  15
sus felices campos tala.
   Nada, ominoso, perdona:
hiere, oprime, fuerza, mata,
y a fuego y a sangre lleva
del palacio a la cabaña.  20
   Ni al trémulo helado anciano
librarle pueden sus canas,
ni a la tímida doncella,
su belleza y sus plegarias.
   De los brazos de la madre  25
despavorida la arranca
su brutal furor... ¡Oh cielos!,
¡salvad su inculpable infamia!
   ¡Ay, que feroz la atropella;
lucha en vano, en vano clama,  30
y expira en los torpes brazos
que tan vilmente la ultrajan!
   Cae moribunda la madre
con la infeliz; y de rabia
ciego el padre, en la impía turba  35
su afrenta, matando, lava.
   Pero al fin sucumbe y muere;
y el bárbaro, en furia insana,
triunfa impune, y hasta el templo
corre, y nefario lo allana.  40
   Nuestro Dios ved por el suelo.
¡Con qué sacrílega audacia
lo escupe su inmunda boca,
lo conculca su vil planta!;
   y en su ansia de vino y oro  45
robando el cáliz del ara,
lo hace copa de sus brindis,
y sus torpes triunfos canta.
   Soldados, en estos triunfos
mirad nuestra eterna mancha,  50
si dejáis, ¡indigna mengua!,
que uno solo vuelva a Francia.
   Que sus cánticos aleves
sean el grito de venganza
que os haga correr al puesto  55
do patria y honor os llaman.
   Ínclitos aragoneses,
¿de qué os sirvió tanta hazaña,
tanto sudor y fatiga,
tanta sangre derramada?,  60
   ¿de qué los velludos pechos
oponer a tantas balas,
ni a vuestras nobles matronas
valor tanto en tantas gracias,
   si los que de luto y sangre  65
y lágrimas vuestras casas
llenaron, por deteneros,
impunes al fin se escapan?
   ¡Gloriosos hijos del Betis,
no con Bailén sólo acaban  70
los vándalos que asolaron
vuestras vegas afamadas;
   aún respiran más bandidos,
que mientras el Ebro arrasan
blandiendo su infame acero,  75
con torva vista os amagan.
   Vosotros, que al claro Turia
bebéis las plácidas aguas,
esforzados valencianos,
corred del viento en las alas;  80
   corred orillas del Ebro
a repetir las hazañas
que de Valencia en los muros
celebrando está la fama.
   Bailén y Valencia sean  85
do el vil francés os aguarda;
en la oprimida Rioja,
allí está el honor de España:
   Allí, laureles o grillos.
Soldados, al arma, al arma,  90
y a ceñiros los laureles,
pues está la suerte echada.
   Si tardáis más, el tirano
que huella con dura planta
la desventurada Europa,  95
del polo a la triste Italia,
   ¡ay, qué de estragos y muertes,
y qué de horrores y llamas
en su cólera implacable
para acabarnos prepara!  100
   Sus victorias se eclipsaron
por vuestra heroica constancia,
y los de Marengo y Ulma,
con sus yelmos y corazas,
   huyen y medrosos tiemblan,  105
y cual tímida manada
de corderos, se retiran
al crujir de vuestras armas.
   Él lo ve; y en su hondo pecho,
que siente toda la infamia  110
de su negra alevosía,
se agita a horribles venganzas.
   Como el tigre en el desierto,
que el hambre y la sed abrasan,
sobre la incauta corcilla  115
se arroja y la despedaza,
   vendrá, y traerá sus legiones,
que oprimen la Escitia helada,
ofreciendo a su codicia
por cebo montes de plata.  120
   Vendrá, y lloraréis de nuevo
las ciudades asoladas,
talados campos y mieses,
vuestras madres degolladas,
   manchado con brutal furia  125
el honor de vuestras casas,
y entre hierros vuestros hijos
ir como esclavos a Francia.
   No esperéis, no, que él deponga
sus odios; las negras almas  130
no vuelven atrás del crimen,
y como empiezan acaban.
   Soldados, ved nuestra suerte;
ya la cadena pesada
suena en su mano, y con ella  135
fiero a su carro nos ata.
   Ya llega, y los pueblos arden
cual si un torrente de lava
los abismase, y la tierra
en sangre humea inundada.  140
   ¡No, soldados!, ¡no, españoles!,
¡no, Dios bueno!, tal infamia
y abominación impía
sobre nosotros no caiga.
   Corred, hijos de la gloria,  145
corred, que el clarín os llama
a salvar nuestros hogares,
la religión y la patria.
   Vil el perezoso sea,
vil el que vuelva la espalda;  150
yo mismo animoso os sigo,
y opondré el pecho a las balas.
   Partamos, que Dios nos guía,
pues es tan suya la causa,
alzando el pendón glorioso  155
que nuestros padres llevaban,
   allá cuando al moro fiero,
en el Salado y las Navas,
la bárbara frente hollaron
para eterno honor de España.  160



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