Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo

Églogas




- I -


Jovino

 

Jovino, Batilo.

 

POETA

ArribaAbajo    La luna plateada,
mirándose en el Betis sosegado,
y la noche enlutada
a Febo han ahuyentado,
cuando Batilo el hato conducía  5
por una estrecha vía
y a su amado Jovino va buscando,
al son de su rabel ansí cantando:

BATILO

    ¡Oh querido Jovino!,
que a Orfeo igualas en tañer la lira,  10
y tu cantar divino
las deidades admira,
oye de tu Batilo los clamores;
los acentos cantores
lleven a tus oídos su llegada,  15
cerca de tu chocilla y tu morada.

POETA

    Jovino, pues, sentado
a la entrada le espera; mas sacando
su instrumento pintado,
ansina fue cantando:  20

JOVINO

    ¡Oh Batilo!, la miel más regalada
de la abeja, pastada
con tomillo de Hiblea o amaranto,
no me es tan dulce a mí como tu canto.
Tú a Venus amorosa,  25
que danzas guía con sus tres criadas,
con tu voz deleitosa
las tienes encantadas,
y los cíclopes fieros martillando
te van acompañando,  30
entre tanto Vulcano, diligente,
por oírte sale de la fragua ardiente.

POETA

    A la sombra de un pino
se juntan, sus fortunas alabando.
Dio principio Jovino,  35
Batilo fue alternando;
y olvidados del sueño y sus delicias,
del campo las primicias
con los dones de Ceres ensalzaban,
y al son de su rabel así cantaban:  40

JOVINO

    El Betis caudaloso
corre pausadamente murmurando
por el bosque frondoso,
y se están ensayando
las aves a cantar de mil maneras,  45
y en las verdes laderas
brinca altiva la cabra trepadora,
cuando Febo las cumbres con luz dora.

BATILO

    Un pausado arroyuelo
hace mil juegos en el verde prado,  50
creciendo con el hielo
del monte desatado;
él riega de las ramas agobiadas
las frutas maduradas,
y allí junto, en la sombra más amena,  55
la dulce flauta el pastorcillo suena.

JOVINO

    Ya el jabalí cerdoso
en las redes con perros enredamos;
ya del corzo temoso
los cuernos consagramos  60
a Diana en su templo laqueado;
y ya con el arado
el sulco hendemos en la dura tierra,
si que ningún cuidado nos dé guerra.

BATILO

    O ya al olmo crecido  65
rodeamos la hiedra cariñosa,
o en el campo florido
con la liga engañosa
a la agorera grulla delicada
o la perdiz pintada  70
sujetamos contentos y gozosos,
libres de los cuidados afanosos.

JOVINO

    También cuando el verano
saca su coronada frente afuera,
con nuestra propia mano  75
arrancamos la pera
y nuestras ovejuelas ordeñamos
entre los verdes ramos;
y a la hora de siesta convidando,
la abeja está en las flores susurrando  80

BATILO

    A todo nuestro canto
los allegados montes dan oídos;
somos con otro tanto
de ellos correspondidos;
aquí posan las náyades graciosas,  85
y estas selvas hermosas
para su habitación han escogido.
¡Tanto les preocuparon el sentido!

JOVINO

    Agora la perdida
hoja recobra el bosque más frondosa,  90
el aire inspira vida,
la selva deleitosa
otra vez verde avena ha producido,
y en el árbol crecido
las ramas otra vez han retoñado  95
que el podador con su hoz había cortado.

BATILO

    El céfiro amoroso
en estas selvas reina suavemente,
y el Betis caudaloso
se mueve lentamente;  100
ya el prado lleva hiedra trepadora,
y el lilio que enamora,
con las rosas y el trébol verde escuro,
y en la vid el racimo ya maduro.

JOVINO

    Ya es tiempo que ciñamos  105
la frente con coronas olorosas,
y que el laurel cojamos
con las nevadas rosas;
la casia, la vïola y lirios buenos,
con acantos amenos;  110
azucenas, jazmín, con clavellinas,
tomillos y otras hierbas muy divinas.

BATILO

    Aquí la fuente fría
enriquece los campos deleitosos
y tempera del día  115
los ardores fogosos.
La nieve, con los soles derretida,
con horrenda caída
baja de la montaña presurosa.
¡Oh feliz vida!, ¡vida deleitosa!  120

POETA

   Los pastores dichosos
de este modo acabaron sus loores,
celebrando gozosos
de Ceres los primores.
Tú, mi flauta, colgada de este pino,  125
su voz y son divino
admira, pregonando su alegría,
y en aquesto te emplea noche y día.




- II -


Batilo


Dedicada a doña María Andrea de Coca


POETA

ArribaAbajo    Cual suele lamentando blandamente
con voz süave y doloroso canto
el cisne fenecer su dulce vida,
así Batilo en amoroso llanto
y ardientes ayes, de su ninfa ausente,  5
el ánima despide dolorida;
y con ansia crecida,
viéndose ya muriendo
y el grave mal sintiendo
que por momentos en su pecho crece,  10
con nuevo aliento que el dolor le ofrece
suelta de llanto una profunda vena
y al punto desfallece,
que el dolor de sentido le enajena.
   Mas luego que en su acuerdo ha ya tornado  15
después de un gran desmayo que le oprime
y en que piensa acabar el sin ventura,
no como debe su dolor redime;
antes vuelve al lugar acostumbrado
y empieza a lamentar con más ternura,  20
y a aquella hermosura
que es causa de su muerte
llama en la acerba suerte
con una voz muy blanda y amorosa;
y acusando la ausencia rigurosa,  25
luego pide a los dioses celestiales
que con muerte dichosa
quieran poner ya fin a tantos males.
   Otras veces en medio de un desierto,
do zagal nunca fue con su ganado  30
y él por ser retirado le buscaba,
soltando allí la rienda a su cuidado
quedaba desmayado y como muerto,
y así la oscura noche le encontraba.
Luego se retiraba  35
tras sus pobres ovejas,
diciendo tristes quejas
del riguroso trance en que se vía;
y cuando ya en las redes las tenía,
con dolores de muerte más crecidos  40
de nuevo prorrumpía
en lágrimas amargas y en gemidos.
   Quien le viera llorar tan lastimado,
con flaco aliento y dolorosas voces,
de su largo penar lástima habría.  45
Las fieras y animales más atroces
hubo ya con sus quejas ablandado,
y aun las duras montañas conmovía.
Tú, divina María,
que mi voz escuchaste  50
y en algo la apreciaste
cuando en el margen de tu Tormes blando,
que entre guijuelas corre susurrando,
canté de tu belleza entre las flores,
contigo razonando  55
de ovejas, de cabañas y pastores,
   en tanto que Fortuna rigurosa
deja de perseguirme y de apartarme
de aquel tan dulce bien que yo tenía,
dígnate, pues que canto, de escucharme  60
con presencia benigna y amorosa,
cual atendiste entonces mi Talía,
ora el alegre día
pases en la cabaña
por la abrasada saña  65
del ardiente León que arroja fuego,
ora en sutil labor o blando juego,
o ya en el prado con ligera planta.
No desdeñes mi ruego,
y escucha a tu Batilo, que así canta:  70

BATILO

    ¡Oh, afloja, dolor fiero, un poco afloja,
fiero dolor, y deja de oprimirme,
y deja el pecho y corazón cuitado!
Que ya basta, ¡ay dolor!, basta a rendirme
el largo padecer y la congoja  75
que en mi terrible ausencia me ha tomado;
bástame mi cuidado
y bástanme mis penas:
no con otras ajenas
quieras ejercitar el sufrimiento,  80
faltándome en las propias el aliento.
Oh, deja de afligirme, dolor fiero;
déjame en lo que siento,
pues lejos de mi bien, amando muero.
   Ausente de mi bien y mi cabaña,  85
por la ingrata Fortuna aquí traído,
de muy cerca la muerte estoy mirando,
y yo, desventurado y afligido,
la llamo porque corte su guadaña
a tela que el dolor va ya cortando.  90
Llámola suspirando;
mas ella, por cansarme
y más atormentarme,
el golpe me dilata rigurosa,
¡oh bárbara piedad, oh indigna diosa!,  95
quedando en tan acerba y triste suerte
yo con ansia amorosa,
luchando con la vida y con la muerte.
   Así, de esta manera padeciendo,
pobre de bien y falto de contento,  100
voy de mi larga ausencia los dolores.
Crece mi mal; y al paso que lo siento
yo atajándole voy, y él va creciendo
y sus llagas haciéndose mayores.
¡Oh terribles dolores!,  105
¿a dó me habéis traído
de flaco y de rendido,
que ni aun alzarme puedo de este suelo,
regado con mi llanto y con mi duelo,
ni de aquí, de este sitio, ya apartarme,  110
por más que pido al cielo
ayude mi flaqueza para alzarme?
   Mis pobres ovejillas, fatigadas
del ardor de la siesta calurosa,
la sombra en los espinos van buscando,  115
y la frescura verde y deleitosa
del arroyo echan menos las cuitadas,
y del mucho calor están balando;
y yo, aquí suspirando
sus balidos oyendo,  120
me estoy enterneciendo
y de ellas no me cuido, antes las dejo
vagar solas en tanto que me quejo
del rigor de mi ausencia y de mis hados,
demente y sin consejo,  125
pues quejándome aumento mis cuidados.
   Mas aunque los aumente, no por eso
callaré escarmentado, ni bastante
será, aunque más padezca, a escarmentarme,
que siempre en mi penar seré constante;  130
y crezca de mis males el proceso,
crezca, si hartos no son, hasta acabarme;
crezca, y para angustiarme
prevenga la Fortuna mil penas una a una
y opóngalas cruel contra mi suerte,  135
pues aquí me ha de hallar tan firme y fuerte
que por más que me aleje la esperanza,
darme podrá la muerte
primero que en mi amor tope mudanza.
   Acuérdaseme bien toda la historia  140
y aquel largo proceso tan sabroso
en que amor me enredó del primer día;
luego un placer sintiendo glorioso,
me vienen de repente a la memoria
mil casos de contento y alegría,  145
y del bien que tenía
me toma la esperanza
y dulce confianza
de volverlo a gozar cumplidamente;
y tan dulce recreo el alma siente  150
que aunque está mil dolores padeciendo,
los niega y los desmiente
y de esperanza sola está viviendo.
   Así doy a mis penas algún vado,
y algún rato descanso en mi fortuna  155
y procuro alentarme en la tristeza,
mas luego de mi ausencia la importuna
memoria a ocupar vuelve mi cuidado
y empiézame a afligir con más crueza;
y con tanta fiereza,  160
por modos tan extraños,
me ofrece nuevos daños,
que sin poder valerme ni abastarme,
en brazos del dolor vuelvo a hallarme,
y luego soy allí tan abatido  165
que ni aun puedo quejarme,
tan grande es su rigor y tan crecido.
   Acuérdome la noche tenebrosa,
llena de oscuridad y de temores,
que la postrera fue de mi ventura;  170
luego se me figura en sus horrores
la triste comitiva que llorosa
conmigo lamentó mi desventura.
¡Ay, con cuánta ternura
y con cuáles gemidos  175
del corazón salidos,
sin poder de sus brazos desasirme,
me fueron rodeando al despedirme
los mis dulces amigos, que leales
me daban al partirme  180
de su dolor las últimas señales!
   Y yo cuitado, entre ellos vacilando,
ni tiempo ni lugar había tenido,
ni espacio a prevenirme en una hora;
como improviso el mal había venido,  185
mi ausencia supe y me partí llorando.
Ya se asomaba la galana Aurora,
que de arreboles dora
y de purpúreas lumbres
las empinadas cumbres,  190
plazo fatal a mi partida amarga.
¡Oh, fueras esta vez, noche, tan larga,
fueras tan larga como yo quería,
y con tu fría carga
la Aurora detuvieras que salía!  195
   Entonces, ¡ay!, entonces, yo demente,
¡qué extremos hice, de dolor movido!
Miré los cielos y acusé los cielos,
y fui a hablar y no pude, que oprimido
súbito me sentí de un acidente,  200
doloroso descanso a mis desvelos.
Crecen mis desconsuelos
habiendo de partirme
sin poder despedirme
de mi querida Filis, que pudiera,  205
si en desconsuelo tanto allí me viera,
siendo la causa Amor de un mal tamaño,
hacer que me partiera
con corto alivio en mi prolijo daño.
   Pero todo se niega a mi fortuna,  210
todo, si no es los medios de angustiarme,
que así el tirano Amor lo ha decretado
y la suerte lo ordena por probarme,
sufriendo desde entonces de una en una
cuantas penas han ambos encontrado;  215
y helas yo tolerado
con la esperanza sola
de que esto me acrisola
para alcanzar después aquel tesoro
rico sobre la plata y sobre el oro  220
que viene de las Indias a la España:
Filis, que humilde adoro,
gloria del Tormes, luz de su cabaña.
   Mas, ¡ay!, que ha de negarme también esto
aquel que por tan áspero camino  225
me trae y me revuelve con fiereza,
y yo le sigo pobre y peregrino,
sin serme trabajoso ni molesto
lo estrecho de la senda y su aspereza.
¡Oh Amor! ¿Por qué extrañeza  230
me eres tan riguroso,
siendo tú tan sabroso,
tan dulce como miel, tan regalado
como a las ovejuelas es el prado
cuando aparece por abril florido  235
convidando el ganado?
¿Cómo en tan fiero enojo te he venido?
   ¿Hete yo resistido, ni mi cuello
tu yugo sacudió del primer día
que tú, aun siendo yo niño, me lo echaste?  240
¿No lo tomé con gusto y alegría?
¿Algún tiempo perdiste por ponello?
¿Rompí el lazo después con que le ataste?
Pues ¿por qué te mostraste
tan cruel y tan bravo  245
con un humilde esclavo
que se ofreció con gusto a la cadena?
Padezcan tu rigor por digna pena
los necios que llevarla han resistido;
pero en mí, ¡cuál condena  250
que te haya como siervo obedecido!
   Pues vuélveme a mi bien, vuélveme luego
al servicio de aquélla por quien vivo,
por quien muero y me abraso en mil amores.
Hállete esta vez sola compasivo,  255
y muévate a piedad mi humilde ruego
y mi largo penar y mis dolores.
¡Ay!, ¡ay!, que son mayores,
y con rigor más fuerte
solicitas mi muerte.  260
¡En qué fuego tan crudo estoy ardiendo!
En lágrimas mi pecho derritiendo
se va con el dolor, y yo las lloro,
y estoy aquí muriendo
tan lejos de la ninfa a quien adoro.  265
   ¿Habrá algún amador que haya sufrido
dolores que a los míos se comparen
o penas que se igualen a esta mía?
De hoy más, los que afligidos se miraren
reparen cuanto yo los he excedido,  270
y hallarán en sus males compañía,
y hallarán alegría
en el lance postrero,
y hallarán compañero
que los consuele cuando estén penando  275
y, en sus pequeños males reparando,
diga con débil voz y flaco aliento:
«No estéis así llorando,
que aun es mayor, zagales, mi tormento».
   ¡Oh zagala querida de mis ojos,  280
mi vida y mi regalo y mi alegría!,
por ti acabo, señora, y por ti muero;
recibe este suspiro que te envía
mi corazón, recibe estos despojos,
tristes despojos de dolor tan fiero,  285
recibe este postrero
adiós de un alma triste
que en otro tiempo viste
de gloriosa alegría rodeada,
cuando de ti se vido estar colgada,  290
mirando en tu semblante su contento;
mas ora, ¡ay!, angustiada,
muere lejos de ti y en tal tormento.
   Adiós, zagala, de tu Tormes gloria;
adiós te queda, y del afecto mío  295
acuérdate algún día menos fiera;
no dure, muerto yo, tanto desvío;
débate haber de mí alguna memoria,
y me será la tierra más ligera.
Adiós en mi postrera  300
dolorosa jornada...
Adiós, Filis amada...
Adiós, mi bien..., adiós... Por ti he vivido
y mil fieros dolores he sufrido...
Por ti muero de amor..., me siento yerto...,  305
mi pecho se ha oprimido...

POETA

    Esto dijo el pastor y quedó muerto.
Tirsi, su amigo, en pos de sus ovejas
venía el valle arriba, cuidadoso,
por su zagal cuitado preguntando;  310
y oyendo aquel suspiro doloroso,
aquel último llanto, aquellas quejas,
de susto queda y de pavor temblando.
Luego, a un lado mirando
y a su Batilo viendo,  315
a él se llega corriendo
y abrázase al amigo, y sobre él llora
y a los dioses del campo humilde implora,
y así le dice, en lágrimas bañado...
Pero el cantar ahora  320
a vos sólo. Pïérides, es dado.

TIRSI

    ¿Qué es esto, dulce amigo? ¡Ay!, ¿cuál veneno,
cuál súbito dolor o qué acidente,
o qué fieros hechizos ponzoñosos
así te me han parado de repente?  325
¿No te vi yo en el valle sano y bueno
cantar bajo los árboles coposos,
y con tonos sabrosos
entretener la siesta?
¿Y en aquella gran fiesta  330
que celebran de Pan los mayorales,
en medio no te vi de los zagales
cual está en fresca orilla sauz lucido
que sobre sus iguales
se levanta más verde y más florido?  335
   Pues, ¡ay!, ¿cómo ora estás de esta manera,
amarilla tu cara y ensuciada,
y tus ojos sin luz y tan llorosos,
y tu boca marchita y demudada
que de carmín y rosas antes era,  340
y tristes tus suspiros y dudosos?
¡Ay!, ¡ay! ¡Cuán dolorosos
anuncios de tus males
y cuán ciertas señales
de lo que el corazón me había ya dado  345
en ti mirando estoy, zagal cuitado!
¡Oh, hubiérale creído mi deseo,
y te hubiera librado
del doloroso trance en que te veo!
   Porque lleno yo ya de mil temores,  350
que siempre mucho teme quien bien ama,
de ti le consulté y él así dijo:
«Batilo oculta de su amor la llama
y calla de su ausencia los dolores,
mas harale morir su mal prolijo».  355
Pero ¿por qué me aflijo
en volver a acordarme
de lo que he de olvidarme?
Bien claro lo decía tu tristeza,
por más que la ocultabas. ¡Oh crudeza,  360
oh crudeza de Amor; tú le has matado,
y cierto en su braveza
un magnífico triunfo habrás ganado!
   Habrás ganado, Amor, eterna gloria
en haber muerto a hierro un inocente  365
y mil flechas clavar en un rendido.
De hoy más se extenderá de gente en gente
tu nombre, tu poder y tu victoria;
y más reverenciado y más temido
serás que hasta aquí has sido,  370
y en eternas canciones sonarán tus acciones
y serás dignamente celebrado,
que quien es tan valiente y tan osado
que da la muerte al que rendido tiene,
merece ser loado  375
y que su nombre eternamente suene.
   ¡Oh cuitado zagal, que Amor te ha puesto
en el mísero estado en que te veo,
y él causa ha sido de tan gran tristeza,
y tú de su rigor eres trofeo!  380
¿Quién podrá con paciencia sufrir esto,
ni tanta sinrazón, ni tal crudeza?
¡Oh bárbara fiereza!
¡Oh atrocidad no oída
contra una tierna vida  385
y un inocente pecho! ¡Oh amigo amado,
ya no queda a tu Tirsi desdichado
sino lágrimas sólo de amargura;
mi gloria se ha acabado,
y empieza mi dolor y desventura!  390
   ¡Oh amado amigo!, ¿cómo así te fuiste
sin decirme tu amor y tus dolores?
¿Por qué de tanto mal no me avisaste?
¿Ésta fue la amistad y los favores
que en vida tan crecidos me hiciste  395
y la sencilla fe con que me honraste?
¡Ay!, ¿por qué me negaste
el abrazo postrero,
y que al decir «Yo muero»
Tirsis cogiera tu postrero aliento  400
y le diera en su pecho un digno asiento?
¿Por qué este corto alivio aun me has negado
en tanto sentimiento
como acá con tu muerte me has dejado?
   ¿Hubo en mí alguna culpa, algún delito,  405
para olvidarme así tan crudamente,
negándome este don tan merecido?
¿Mi pobre choza no te fue patente
cuando volviste mísero y aflito?
¿En ella fuiste acaso mal servido?  410
¿No fuiste, ¡ay!, asistido
con el queso y manteca y con la fruta seca
que el huerto del arroyo nos criaba?
¿El cabrito en la mesa no sobraba,
la miel y los panales regalados,  415
y cuanto me guardaba
Telis para los días señalados?
   Pues, ¿cómo, mi Batilo, fuiste ingrato?
¿Por qué olvidaste tanto beneficio
como Telis y Tirsi aquí te hicieron?  420
Si fue para dejarme en ejercicio
mi sencilla amistad con tan mal trato,
tus vanos pensamientos te mintieron.
Mas tus dolores fueron
los que te enajenaron  425
y a obrar te precisaron
de un modo tan contrario que debiera.
¡Oh dolores de amor!, ¿qué cruda fiera
obrar pudiera lo que habéis obrado,
haciendo que así muera  430
el zagal más cortés de todo el prado?

POETA

    De Tirsi aquí llegaba el triste acento,
cuando viendo a Damón que hacia la aldea
iba ya sus cabrillas ladeando,
le ruega si molesto no le sea  435
que el cuerpo del amigo con gran tiento
alzasen en los hombros descansando.
Luego, ambos sollozando
cogen al moribundo,
y con dolor profundo  440
toman muy poco a poco su camino
por do guiaba al hato más vecino;
y yo, que tal desdicha estuve viendo
y amor tan peregrino,
paso a paso también los fui siguiendo.  445



Arriba
Anterior Indice Siguiente