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ArribaAbajo

Odas




- I -


La visión de Amor

ArribaAbajo   Por un florido prado
iba yo en compañía
de la zagala mía,
contento y descuidado.
El alma, suelta de pasiones graves,  5
con mi dulce rabel seguir curaba
ya el trino de las aves,
ya el be que a mis corderas escuchaba;
y así me deleitaba,
porque a un tierno muchacho le divierte  10
cualquier belleza que en natura advierte.
   Vi que hacia mí venía
una doncella hermosa,
cual purpurante rosa,
que nunca visto había.  15
«La Musa», dijo, «soy de los amores.
No, zagalejo simple, te receles
cuando ves en suavísimos ardores
los hombres y aves, brutos y vergeles.
No cantes, no, cual sueles,  20
esa rusticidad de la natura,
que bien mayor mi numen te asegura.
   Canta de tu zagala
la esplendente belleza,
su noble gentileza,  25
su enhiesto cuello y gala;
cántate de sus ojos hechizado;
y ciego en sus dulcísimos ardores,
haz que suene su nombre celebrado
por tu verso entre todos los pastores.  30
Coronado de flores,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   En estos frescos valles
el ánimo se encanta;  35
corra feliz tu planta
sus tortuosas calles,
estancia amena de la Cipria diosa,
grata mansión de mil dríadas bellas,
do a alegre trisca incitan amorosas  40
en talle airoso cándidas doncellas.
Sigue, sigue sus huellas;
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Mira allí prevenidas  45
entre parras espesas
cien opíparas mesas,
de cupidos servidas,
do los que inflama Amor van a sentarse.
Al Teyo mira, que el festín honrando,  50
ya empieza con los brindis a turbarse;
y entre lindas rapazas retozando,
te está dulce cantando:
Sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.  55
   Corre, joven dichoso,
do el anciano te llama,
y con su copa inflama
tu pecho aún desdeñoso.
Ven, entra en los pensiles del Parnaso,  60
donde hallarás otros muchachos bellos,
cual Tibulo, Villegas, Garcilaso,
y alegre el niño Amor jugando entre ellos.
Ea, si quieres vellos,
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,  65
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Ve cuál las palomitas
se arrullan amorosas,
o susurrar gozosas
punzantes abejitas,  70
y allá, bajo una hiedra enmarañada,
gemir dos venturosos amadores,
la sien de mirto y rosa entrelazada,
y a Venus derramar sobre ellos flores.
Aquí, que es todo ardores,  75
sigue, tierno zagal, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido».
   Dijo Erato amorosa,
y en una vega amena,
de aves parleras llena,  80
dejonos cariñosa;
y yo y mi zagaleja nos entramos
en una gruta retirada, umbría,
y quién más pudo arder allí probamos,
y ella mi amor, y el suyo yo vencía.  85
Desde tan fausto día
sigo, siervo feliz, sigo a Cupido,
brazo con brazo a mi zagala asido.




- II -


Canción erótica pastoril

ArribaAbajo   Cantaba yo en el prado
del mirto, en compañía
de la zagala mía,
bien libre y descuidado;
y el alma, exenta de pasiones graves,  5
al rabel tosco remedar curaba
ya el canto de las aves,
ya el be que a los corderos escuchaba,
porque a un tierno muchacho le divierte
cualquiera gracia que en natura advierte,  10
   cuando una ninfa hermosa,
que nunca visto había,
vi que hacia mí venía,
más fresca que una rosa:
«La Musa», dijo, «soy de los amores;  15
no, zagalejo tierno, te receles,
cuando ves en dulcísimos ardores
los hombres y aves, brutos y vergeles;
no cantes de hoy, cual sueles,
esa rusticidad de la natura,  20
que mayor bien mi numen te asegura.
   Canta de tu zagala
la espléndida hermosura,
su airosa compostura,
su talle, esmero y gala;  25
cántate de sus ojos cautivado
que abrasan con su luz mil corazones,
y que tu dulce amor será llevado
del Crucero Polar a los Triones;
y en tan dulces canciones,  30
sigue, tierno garzón, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Ven, ven por este prado
bañado con olores
de soberanas flores  35
que el alba ha rociado,
estancia amena de la Cipria diosa,
dulce mansión de las dríadas bellas,
do su pasión divierten amorosa
en blandos juegos cándidas doncellas.  40
Sigue sigue estas huellas;
sigue, tierno garzón, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Mira aquí prevenidas
entre parras espesas  45
mil opíparas mesas
de sátiros servidas,
y a los que al dulce Amor sirven, sentados,
y Anacreón, que honrando los banquetes,
hace a las zagalejas mil juguetes.  50
En tan gratos luquetes,
sigue, tierno garzón, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Ven, ven, zagal querido,
ven donde yo te llamo,  55
ceñido de aquel ramo
a pocos concedido;
ven y entra en las delicias del Parnaso,
do te aguardan muchachos asaz bellos,
cual Villegas, Cetina y Garcilaso,  60
y el niño Amor jugando en torno de ellos.
Ea, si quieres vellos,
sigue, tierno garzón, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido.
   Mira las palomitas  65
cuál bullen amorosas,
y susurran gozosas
punzantes abejitas;
mira, bajo una hiedra enmarañada,
cantar los inflamados amadores,  70
con ungüentos su ropa rociada,
y a Cupido verter sobre ellos flores.
Aquí, que es todo amores,
sigue, tierno garzón, sigue a Cupido,
brazo con brazo a tu zagala asido».  75
   Dijo Erato amorosa,
dejándome en la amena
estancia de amor llena
en calma gloriosa;
y yo y mi zagaleja nos sentamos  80
a la sombra de un mirto en un repecho,
y quién más pudo amar allí probamos
juntando el alma, el corazón, el pecho;
y en ternuras deshecho
gocé de las delicias de Cupido,  85
brazo con brazo a mi zagala asido.




- III -


A Filis, en el día de sus años

ArribaAbajo   En las alas del céfiro llevada
por la rosada esfera,
baja, de flores mil la sien ornada,
la alegre Primavera;
   y el mustio prado, que el helado invierno  5
anubló en luto triste,
al vital soplo del favonio tierno
de hierba y flor se viste.
   Las aves en los árboles cantando
su venida celebran;  10
y el hielo los arroyos desatando,
entre guijas se quiebran.
   Mas sale Fili en el glorioso día,
que años cumple dichosa;
sale, y más flores con su planta cría  15
que Primavera hermosa.
   La venturosa tierra, que animada
con su beldad divina,
de tan no vista gala se ve ornada,
humilde se le inclina;  20
   y de aromas y de ámbares cargando
del seno de las flores,
el viento los sentidos regalando,
le envía mil olores.
   Las plantas a su vista reverdecen  25
y los arroyos saltan;
sus largas vegas en verdura crecen
y en su aljófar se esmaltan.
   Las dulces y parleras avecillas
le dan en voz sonora,  30
haciendo con los picos maravillas,
más cantos que a la aurora;
   y uniendo de sus tonos no aprendidos
la música acordada,
le echan, dejando los calientes nidos,  35
otra nueva alborada.
   «Salve», le dicen, «copia peregrina
de la beldad eterna;
salve, fragante rosa y clavellina;
salve, azucena tierna.  40
   Salve, y al bajo mundo de tus dones
liberal enriquece.
¡Ay, qué lazo a los tristes corazones
ya tu hermosura ofrece!
   Amor, el blando Amor desde tus ojos  45
su ardiente arpón dispara,
y mil tiernos cautivos por despojos
a tu planta prepara.
   ¡Qué inocente rubor si se alboroza,
qué si ornándose apura  50
ufana el arte y se contempla y goza
tu angélica hermosura!
   ¿Para qué bello joven venturoso,
alma Venus, preparas
la delicada rosa que amoroso  55
sacrifique en tus aras?
   ¿A quién, a quién benigna has acordado
tal premio? ¿O quién es digno
de ver tu pecho de su amor tocado,
pimpollo peregrino?  60
   Que en vano el cielo tu beldad no cría;
y aunque el rostro colores,
tan áspero desdén será algún día
trocado en mil ardores».
   Esto las avecillas van cantando  65
con delicado acento;
y un Viva Filis al Olimpo alzando,
se esparcen por el viento.




- IV -


Al Amor, confesándose rendido

ArribaAbajo   ¿Qué más quieres, Amor? Ya estoy rendido;
ya el pecho indócil, de tu arpón llagado,
humilde implora tu favor sagrado;
tu esclavo soy, si tu enemigo he sido
      con furor obstinado.  5
   Ves cuán alegre a tu señar desecho
las inútiles armas por seguirte.
¡Oh, qué demencia ha sido resistirte!
Ya lo conozco, ya; ves aquí el pecho
      presto para servirte.  10
   Dulce tirano, si agradarme quieres,
muy más crudo me hiere con tus flechas
y ponme en tus prisiones más estrechas,
¡ay!, con los grillos, grillos de placeres
      que a los amantes echas.  15
   Sólo a la ninfa de que te has valido
para rendirme con su vista hermosa
haz que me aliente en la prisión dichosa,
haz me regale el corazón herido
      mirándome amorosa.  20




- V -


Diálogo


La reconciliación


LIDIA

ArribaAbajo    Ingrato, cuando a hablarme
a mi choza de noche te llegabas,
¡cómo para ablandarme
al umbral te postrabas
y en encendido llanto lo regabas!  5

FILENO

    Ingrata, cuando a verme
a la huerta del álamo salías,
¡cuál, ay, por encenderme
de rosas me ceñías
y mil extremos cariñosa hacías!  10

LIDIA

    ¿Pues qué, cuando sentado
a la sombra del álamo dijiste:
«Con tu hechicero agrado,
ay Lidia, me rendiste»,
y al yo querer huir me detuviste?  15

FILENO

    ¿Pues qué, cuando celosa,
tendido en el arroyo me topaste;
y al verme, cariñosa,
por detrás te acercaste
y en tus cándidos brazos me enredaste?  20

LIDIA

   ¿Y cuando tú, engañoso,
que te abriera la choza me pedías,
con tono doloroso
mil ruegos no me hacías,
y al fin con tus halagos me rendías?  25

FILENO

    ¿Y cuando tú enviabas
con Lálage a avisarme que allá fuera,
dime, no me rogabas
que hasta el alba estuviera,
tierna clamando al alba no saliera?  30

LIDIA

    Calla, desconocido,
calla, que por Dorila me has dejado
y, en su querer perdido,
el voto has quebrantado
con que al tuyo mi pecho fue ayuntado.  35

FILENO

    Calla, desconocida,
que por Lícida a mí me despediste
y, a Lícida rendida,
el voto no cumpliste
que debajo del álamo me hiciste.  40

LIDIA

    Pues, ¡ay!, amado mío,
tus vanos celos calma; ven y entremos
por este bosque umbrío,
do quejas olvidemos
y a par alegres nuestro amor cantemos.  45

FILENO

    Pues canta, mi pastora,
y aves y vientos párense a escucharte,
que el zagal que te adora
sabrá fiel agradarte
y en todas estas vegas nombre darte.  50




- VI -


Filis rendida

ArribaAbajo   Alado dios de Gnido,
benigno Amor, delicia y gloria mía,
ya el ánimo afligido
su ansia calmó, se inunda en alegría.
   Ya celestial reposo  5
diste y eterno bien a mi deseo.
¡Dulce Amor! ¡Qué dichoso
es el estado en que por ti me veo!
   De mi zagala hermosa,
de mi Fili, ablandaste los rigores;  10
¡ay!, oyome piadosa,
y pagó mi querer con mil favores.
   Sus ojuelos divinos,
que mira con envidia el sol dorado,
me halagaron benignos.  15
¡Oh, mirar vivo, ardiente, regalado!
   Con su boca de perlas,
¡qué palabras tan tiernas me decía!
Loco corrí a cogerlas,
y del néctar bebí que ella vertía.  20
   Su mejilla de rosa
a mis labios junté, gocé atrevido;
y era más olorosa
que todas las que dan Pafos y Gnido.
   Después, ¡ay!, ¡quién pudiera,  25
quién bastara a decir la suerte mía!
¡Oh!, ¡tan eterna fuera
cual su inmortal memoria y mi alegría!
   Con delicioso lazo
Amor por anegarme en sus placeres  30
me ató; y en su regazo
un beso, mil nos dio grata Citeres.
   Las Gracias revolantes
en torno en sueltos coros nos cercaban,
y con himnos amantes,  35
«Ven, Himeneo, ven», dulces cantaban.
    «¡Ay!, ven al venturoso
vínculo de constancia y hermosura;
ven al triunfo glorioso,
que el poder del Amor más asegura.  40
   Ven, y al zagal que ahora
tan alto premio en su firmeza alcanza,
estrecha su pastora,
y su ardor asegura de mudanza.
   Ven, que sólo a ti es dado  45
confirmar en la paz que han recibido
los que el nudo ha hermanado
de la alma Venus y el rapaz Cupido».




- VII -


En los días de Filis

ArribaAbajo   ¡Qué dulcísimo canto el aire llena!
¡Qué tono, qué armonía
embebecido el ánimo enajena
en tan alegre día!
   ¡Qué luz!, ¡qué fausta luz!, ¡qué pura llama,  5
en su carroza de oro
con mano liberal el sol derrama
de su inmenso tesoro!
   Céfiro lleno de ámbares süaves
regala los sentidos,  10
y el trino y alborada de las aves
encantan los oídos.
   Salta alegre la tierra y sus collados,
corona de verdura,
mientras los arroyuelos deslizados  15
quiebran su nieve pura,
   y, cual sierpes de nácar, por los valles
con vistosos albores
forman mil giros y torcidas calles,
jugando con las flores.  20
   Todo, inocente angélica belleza,
se debe a tu luz pura,
que a adornar basta la naturaleza
de no vista hermosura;
   y a tu beldad y gracia peregrina  25
vuelve la primavera,
las flores vuelven, vuelve la divina
luz de la cuarta esfera.
   De tus años el círculo dichoso
y el bien logrado día,  30
así cual sol asoma tras medroso
cerco de nube umbría
   y esparce con su luz en lo criado
el gozo antes perdido,
y bala y regocíjase el ganado  35
y florece el ejido,
   así vuelve la gala y la alegría
a la dichosa vega,
que con su curso de corriente fría
el claro Tormes riega.  40
   Sus zagalejas, con festivas danzas
y coros concertados,
cantan de tu beldad las alabanzas
en mil himnos sagrados;
   y los tiernos amantes pastorcillos  45
sus letras van siguiendo,
tocando los acordes caramillos,
conciertos mil haciendo.
   «Feliz», cantan, «feliz tan almo día,
entre todos glorioso;  50
jamás lo desampare la alegría
ni luz de sol hermoso.
   Como fausto por siempre venerado
quede de gente en gente,
pues lo has, beldad divina, consagrado  55
con tu primer oriente.
   Angélica beldad, del alto cielo
por Dios acá enviada
para gozo y honor del triste suelo,
mientra allá seas tornada,  60
   crece, luz soberana, en gracias crece
y en virtud te adelanta,
cual palma que en el valle alta florece
y al cielo se levanta.
   Por ti goza la tierra venturosa  65
abundancia y verdura,
y cándida verdad y gloriosa
fe de inocencia pura.
   Dichoso el que agradarte mereciere
y, en tu amor abrasado,  70
en lazada de rosa a ti viviere
para siempre añudado».
   Así cantan los coros, por el suelo
esparciendo mil flores;
arde en más pura luz el almo cielo  75
y aplaude a tus loores.




- VIII -


Desdén injusto


Imitando a Garcilaso

ArribaAbajo   Por la escabrosa vía
del olvido, señora, y la aspereza
camina el alma mía;
y en eterna tristeza
la aflige sin cesar vuestra crudeza.  5
   Mil cosas va trazando;
ya para, torna y sigue su camino,
el aliento esforzando;
y ya, perdido el tino,
vuelve y lo baña en lágrimas contino.  10
   ¡Ay!, ¡qué de monstruos mira
por la horrorosa senda repartidos,
de nuestra injusta ira
entre el rigor nacidos
y con su humilde amor embravecidos!  15
   Entre crudos furores,
a cada paso le amenazan muerte;
y crecen sus temores
cuando mezquina advierte
vuestro helado desdén, su esquiva suerte.  20
   No sé cómo ha concierto
para seguir la senda engañadora,
ni cómo vive acierto;
sólo sé que os adora,
y aun feneciendo vuestro nombre implora.  25
   Así, muy más segura,
a la muerte se entrega por amaros;
pero le es cosa dura
que no baste a apiadaros,
puesto que nunca alcance hasta obligaros.  30
   Por Dios, señora mía,
que los ojos a mí tornéis piadosa,
que el Amor, ¡ay!, no os cría
tan linda y tan graciosa
para que vos seáis tan desdeñosa.  35
   Muévaos a blandura
esta llaneza de alma con que os quiero,
esta mi fe tan pura
con que por vos me muero,
y nada más que amaros de ello espero;  40
   y puesto que habéis dado,
con vuestro proceder de amor exento,
al ánimo angustiado
tan áspero tormento,
hoy benigna le dad dulce contento.  45




- IX -


ArribaAbajo   Dulcísima señora,
mis amores, mi bien y vida mía,
mi cielo, sol y aurora,
por quien espero un día
mi gloria celestial y mi alegría:  5
   a este pecho afligido,
a este pecho do tú siempre has morado
y ahora te ha venido
sin culpa en desagrado,
vuelve tu bello rostro regalado.  10
   Vuelve tu rostro bello,
tus ojos celestiales, y amorosa,
si puedes conocello
en hora tan penosa,
procura de aliviarle más piadosa.  15
   Procura de aliviarle
en el crudo dolor que le rodea,
procura de alentarle,
y él más dichoso vea
en tu rostro la gloria que desea.  20
   En tu rostro amoroso
mire ya retratada su esperanza;
¡ay, momento dichoso,
do al bien que al fin se alcanza
es aun dulce y sabrosa la tardanza!  25




- X -


ArribaAbajo   ¡Ay, Cloris!, si mi llanto
y el suspirar del ánimo encendido
pudieran en ti tanto
que en mi dolor crecido
quisieras concederme atento oído,  5
   y este crudo tormento
que el corazón me aqueja desdeñado
y el fiero mal que siento
te hubieran ya mudado
y esperara de ti ser escuchado,  10
   también esperaría
que tú de tus rigores te ablandaras,
y que de la fe mía
piadosa te agradaras,
y que, cual yo te amo, al fin me amaras.  15
   Porque ¿quién, ay, pudiera
mirarme en tantos males congojado
que no se enterneciera,
y me hubiera sacado,
pudiendo hacerlo, de tan mal estado?  20
   Las fieras sanguinosas
hubieran ablandado su crudeza
y fueran más piadosas
que tú con tal belleza,
pues, viéndolo, no dejas la aspereza.  25




- XI -


ArribaAbajo   Ya siento, alado niño, que me amparas;
fácil oído a mi lamento diste,
grato tus ojos hacia mí volviste,
y mil dulces placeres me preparas
para este pecho triste.  5
   El dardo que al herirme me lanzaste,
del corazón le siento ya arrancado;
la llaga de mi pecho se ha cerrado;
los grillos y cadenas que me echaste
de flores se han tornado.  10
   La bella ninfa que causó mis males
se siente herida y, de su ardor inquieta,
mis ruegos oye y mi querer aceta;
yo vi en su blando seno las señales
de la dulce saeta.  15
   Pues sigue, ¡oh niño!, en tu favor piadoso;
sigue y ablanda mi Fenisa bella
y haz que yo pueda con mi voz vencella,
porque llegue en gozalla a ser dichoso
tanto como en querella.  20




- XII -


ArribaAbajo   ¡Ay, cómo el palomillo enamorado,
del dulce ardor tocado,
corre tras su paloma
y en mil giros ufano la rodea!
¡Cómo para y asoma,  5
y en lascivos arrullos anhelante
la sigue susurrante!
Ya cesa embebecido,
ya empieza otro quejido,
ya vuelve a las caricias,  10
ya de amor le ofrece mil delicias
entre arrullos süaves.
Llámala, y porque tarda, en ansias graves,
furioso en torno de ella da mil vueltas,
y las brillantes plumas desenvueltas  15
del cuello luminoso y matizado,
las blandas alas sueltas,
los rutilantes ojos encendidos,
la arremete, de amor arrebatado,
con mil tiernos gemidos.  20
Mas la esquiva avecilla le resiste;
el ciego no desiste:
segunda vez pomposo la rodea,
la arrulla y con su arrullo la recrea;
desplegadas las alas acomete,  25
barre su cola el suelo,
da en rededor un vuelo,
la cabeza levanta, y se promete
rendirla con su ufana gentileza.
En esto ya ella empieza  30
a escuchar amorosa el blando ruego.
Él se queja y lamenta,
torna, vuela, la ronda, y más se alienta
con el lascivo fuego
de la amante paloma, que, rendida,  35
con garganta süave
ya le inflama y convida
por un quejido grave,
y no ya corre ni en volar se empeña
ni sus besos desdeña,  40
antes, ciega, le llama,
con un suspiro ardiente y regalado
por término del ansia que padece,
al feliz premio que el amor le ofrece.
Él corre desalado,  45
ardiendo en igual llama.
Sus blancas alas el contento agita,
su cuello se hincha, su pasión se irrita;
y sin más detenerse,
por los picos unidos,  50
alternando los besos y gemidos,
el tierno corazón quieren beberse,
gozando en mil caricias
los premios del amor y sus delicias.




- XIII -


Respuesta a la vida de Jovino por el zagal Batilo, con alguna noticia de la suya

ArribaAbajo   La historia de Jovino
y el aurífero verso tan sonoro
que Anacreón divino
justamente envidiara canta agora,
humilde musa, si con plectro de oro  5
te favorece Apolo. Empresa tanta
no tu vuelo acobarde, que deudora
le eres de esos loores,
pues él en muy mayores
el nombre ilustre de Dalmiro canta;  10
   el nombre de Dalmiro,
a quien tú debes que el ardor timbreo
en humilde retiro
te tocase benigno y la corriente
del diáfano Pamiso, con deseo  15
bebida. ¡Oh gran Jovino!, y tú no agora
me desdeñes cantando, mas consiente
que por mí sea llevado
con vuelo arrebatado
del crucero polar hasta la aurora;  20
   y a mí Temis severa
también plugo mandarme con ley dura,
más feliz si pudiera
en el hondo del pecho aun ser tocado
del apolíneo ardor... ¡Ay, tal ventura  25
guardárase a ti solo!, y nunca ingrata
la diosa a tu querer, fuete acordado
cantar en digno empleo
a Delio y a Mireo,
con grandílocuo verso, que arrebata  30
   el ánimo; y no en vano
Minerva te llamó do el claro Henares
corre, en cabellos cano
(de la gran Maderit, que en raudo giro
plácido lame el sacro Manzanares  35
no lejos), y la diosa allí asentada
preside en alto solio. Del retiro
se huyó de esta ribera,
¡ay, cuán culta antes era!,
por cien bárbaras lenguas baldonada.  40
   Por tanto a ti fue dado,
con cítara que envidia el tracio Orfeo,
el humilde cayado
y las gracias del Teyo y de Talía.
Melpómene al coturno sofocleo  45
te levantó después y al regio ornato.
¡Guay, pensábalo necio yo algún día!
Pero ya sólo amores
canto humilde entre flores,
y tiemblo del escénico aparato.  50
   Mas no fue dado a todos
la máscara falaz o el siervo astuto,
ni el que con altos modos
ornasen la virtud o el escarmiento
de negras tocas y sangriento luto;  55
que supera la empresa los deseos.
Tú sí, cual la dircea al firmamento
ave audaz se levanta,
bastas a empresa tanta,
descendido de claros semideos:  60
   de semideos claros,
do va el violento Pilas defendiendo
los que un tiempo reparos
fueron del moro audaz; pero, ¡oh memoria!,
no vayas tantas cosas recorriendo,  65
que exceden tu poder, y aun el de todos.
Y yo también, señor, ¡oh grande gloria,
aunque no en digna esfera!,
si en mí no degenera,
algo debo a la sangre de los godos.  70
    Batilo me llamaron;
de Balto, grande nombre; y deliciosas
las ninfas me criaron
do el ancho Guadiana sonoroso
se despeña hacia el mar con espumosas  75
ondas; y a Maderit fuera llevado.
En la pueril edad osé amoroso
cantar allí a Filena;
después, ¡oh grande pena!,
vine a este suelo tosco, ¡ay!, desterrado.  80
   Feliz la hermosura
que, en lampo de belleza irresistible
cuanto tuvo natura,
con tu amor, ¡gran Jovino!, le fue dado.
Ni la madre de Lino vio asequible  85
tal prez, ni Calíope tan subido
cantar oyó jamás cuando el dorado
plectro Febo trinaba
y a Olimpo la ensalzaba,
de su belleza y de su amor perdido.  90
   Del Hidaspe niseo,
tu nombre en raudo vuelo a la Sonora
intacta llevar veo,
Enarda, y tu valor, ¡oh gran ventura!,
y al lucífero reino de la aurora,  95
merced al verso aonio y al divino
saber que cautivó tu hermosura;
pero, ¡oh!, en belleza rara
no ocupes siempre avara
el sonoro cantar del gran Jovino;  100
   mas da a su numen sacro
responder al humilde que me inflama.
No ofende al simulacro
quien, no siempre quemando odor sabeo,
le adora humilde; y si en sonante llama  105
arde su corazón, ¡oh excelsa gloria!,
¿qué más podrá bastar a tu deseo?
Deja, deja entre tanto
al gran varón que canto
responder del amigo a la memoria.  110
   Descenderá del cielo
la sagrada amistad en carro de oro,
¡oh celestial consuelo!,
y uniranos las palmas con divino
vínculo; de virtudes largo coro  115
henchirá nuestros pechos, y en Mireo
y en Batilo, y en Delio con Jovino,
veranse ahora en su templo,
con nuevo y digno ejemplo,
Cástor y Pólux, Piritóo y Teseo.  120




- XIV -


A los dichosísimos días de doña María Andrea de Coca

ArribaAbajo   ¡Ay!, si mi humilde lira
volviera el dulce y melodioso acento
que mi pecho le inspira,
o mi amor alcanzara
que desde su celeste y alto asiento  5
Erato me ayudara
y me diera su aliento sonoroso,
¡cuál cantara de un día tan glorioso!;
   de un tan glorioso día,
de blanda paz y de delicias lleno,  10
colmado de alegría,
de luz y de reposo,
do el sol ha aparecido más sereno
y el campo más hermoso,
y ninfas y zagalas y pastores  15
van y vienen cantando mil amores.
   Mil amores cantando
van y vienen aprisa, do parece
que en una choza entrando
ven una ninfa bella  20
y de nuevo su aliento se enardece
bailando en torno de ella,
y con el canto, el coro y la armonía,
crece el placer y se renueva el día.
   El día se renueva,  25
y otra luz y otro sol del horizonte
salir de nuevo prueba,
y Febo en carro de oro
por el valle derrama y por el monte
su preciado tesoro,  30
alegrando con rayo soberano
el hombre, el ave, el bruto, el monte, el llano.
   El llano, el monte, el bruto
y todo lo criado se renueva,
ofreciendo tributo  35
a la ninfa divina
por quien luz tanta y tanta paz se prueba,
y la más peregrina
zagala, en regocijos tan extraños,
canta el día glorioso de sus años;  40
   de sus años gloriosos
que el misterioso círculo renuevan,
mientras, en amorosos
cánticos regalados,
zagalas y pastores hoy se prueban,  45
y todos acordados
repiten a una voz: «¡Filena viva!»,
y Eco los oye y le responde: «¡Viva!»
   Eco «¡Viva!» responde,
«y gocemos su gracia y hermosura»;  50
el coro corresponde,
un nuevo ¡Viva! alzando,
y Eco lo vuelve con mayor dulzura;
y así en acento blando
de ninfas, de zagalas y pastores,  55
todo el valle resuena en sus loores.
   Todo el valle resuena,
y las pintadas aves con sus trinos
le dan la enhorabuena,
cantando de mil modos  60
su discreción y méritos divinos;
pero no pueden todos,
que, aunque a sus lenguas mil y mil juntaran,
nunca pudieran, aunque más cantaran.
   Nunca cantar pudieran  65
la gracia de su rostro y hermosura,
ni, aunque mucho dijeran,
pintaran de sus ojos
el gracioso mirar o la ternura
que en continuos despojos  70
deja, con su esplendor, en dulce calma
cautivo el corazón, rendida el alma;
   el corazón cautivo
del humilde zagal que la enamora
y oye el tono festivo  75
de las parleras aves,
su voz juntando a la canción sonora;
y en acentos süaves,
«¡Viva mil y mil años!» todos cantan,
y el ¡viva! al cielo con ardor levantan.  80
   Levantan hasta el cielo
la voz y el tono, y la citérea diosa
lo escucha con desvelo
desde las altas sillas,
do al punto baja, con razón celosa,  85
viendo las maravillas
del gran día que tanto se señala,
y al cielo hermoso en resplandor lo iguala.
   Le iguala al cielo hermoso;
mas mirando a la ninfa y su hermosura,  90
con júbilo amoroso
la majestad depone
y la abraza y la besa, y con ternura,
de mil rosas le pone
una guirnalda en su rizado pelo,  95
y en el dorado carro torna al cielo.




- XV -


A Ciparis, en el día de sus años

ArribaAbajo   Don grande es la alta fama;
y así como a la luna
oscurece del sol la ardiente llama,
así a par de Ciparis la fortuna
la hermosura abatió; mas si a quien ama  5
la Venus Dionea
donó lira sonora,
oh musa, ora la emplea
en cantar de este día. La alma aurora
de nieve y oro el yermo cielo dora,  10
   merced al verso aonio y al concento
de docta poesía
cuando Apolo cantando calma el viento,
quedando a la dulcísona armonía
de la divina lira y sacro acento  15
la natura admirada;
ni pudo ser cantado
por cítara dorada
otro objeto mayor que el que ha tocado
a humilde musa por favor sagrado.  20
   Suben al alto Olimpo los odores
de cínamo panqueo
y amáraco fragante y otras flores;
mas cumple, dulce musa, alto deseo
y olvida un poco a Amor y tus dolores.  25
Canta de este gran día
a Eurídice la bella
dulcísima armonía
dictó el intonso dios, y a la doncella
mudada en lauro por huir su huella.  30
   Cual deidad iba en nácar erictea
de la espuma engendrada
que blandamente el aura la menea,
tal hoy Ciparis sale acompañada
del coro que cantando la rodea  35
de las Gracias y amores;
el invierno aterido
huye al verla, y mil flores
da el campo, y por do arrastra su vestido
vese de rosas mil enriquecido.  40
   ¿Qué es, pues, la hermosura si adornada
de honestidad no brilla?
Cual palma que a las nubes elevada
con su pompa los árboles humilla,
mi señora a la bóveda estrellada  45
se ensalza glorïosa;
desde el humilde suelo
la garza generosa
bate las alas, y con raudo vuelo
la tierra olvida, remontada al cielo.  50
   Ni de mayor virtud enriquecida
hubo jamás doncella;
si habla, de entre sus labios desparcida
corre la miel; las Gracias, tras la huella
de su planta veloz van de corrida,  55
y no tanta hermosura
el iris refulgente
muestra, tras nube oscura
por las doradas puertas del oriente,
como su undosa túnica esplendente.  60
   Natura este gran día está admirada
y en él se está placiendo.
¿Qué es del invierno triste? Aun más templada
que en mayo el aura dulce va bullendo;
seguid pues, oh avecillas; sea loada  65
de vos mi alta señora.
Tú, Venus, oye pía,
y el templo olvida ahora
de Gnido, y del Olimpo la ambrosía:
tu vista solemnice este gran día.  70
   De los años el curso arrebatado,
que tanto la hermosura
desaliña y ofende, tú has burlado.
Así del sacro Líbano en la altura
crece el eterno cedro al cielo alzado;  75
el tiempo te enriquece,
y el cielo tu alma vida
guarda, y grato te ofrece
don de belleza y juventud florida,
y luego a sus mansiones te convida.  80
   Si a humano ser los dioses largamente
de sus dones colmaron
sobre mortal poder, ¡oh, cuán fulgente
sobre todos, señora, te elevaron!
Mas ¿quién podrá cantarte, si en oriente  85
el sol impera solo?
Empero, si inspirada
mi voz fuese de Apolo,
tú serás algún día al cielo alzada
y en digno verso lírico cantada.  90




- XVI -


ArribaAbajo   Llorad, llorad, mis ojos;
llorad, mis ojos, de sufrir cansados
tantas ansias y enojos,
y corred desatados
en arroyos de lágrimas turbados.  5
   Corred, y mis mejillas
de llanto bañen dos amargos ríos;
no márgenes ni orillas
ya sufráis, ojos míos,
¡ay!, pues ya no lo sufren sus desvíos.  10
   ¡Diera naturaleza,
oh, diera nuevas aguas que llorase!
¡Diérame tal terneza
que fieras amansase
y pechos más que fieras ablandase!  15
   Llorara yo contino
la mísera cogida y ningún fruto
de mi querer mezquino.
Nunca se viera enjuto
mi rostro, y nunca el corazón sin luto.  20
   Porque, ¿quién podrá tanto
que baste a moderar dolor tan fiero?
¿Cesaré en mi quebranto
cuando vivir no espero,
y aunque pueda vivir, vivir no quiero?  25
   ¿Qué me sirve la vida,
la vida a los felices tan amable,
si mi dulce homicida,
oh caso miserable,
de su lado me aparta inexorable?  30
   Ni lágrimas, ni ruegos,
ni este mi amor la mueve tan rendido;
los ojos tengo ciegos,
suspiro enternecido,
suspiro y lloro, mas sin ser oído.  35
   ¡Oh, si mirar pudiera
mi corazón en tanta desventura!
Entonces conociera
mi ardor y mi ternura,
que hoy tiene por engaño áspera y dura.  40
   ¿Yo pudiera engañarla?
¿Yo fingirle un amor que en mí no había?
¿Y por qué?, ¿por burlarla?
Al cielo temería,
y los rayos que Dios del cielo envía.  45
   Plegue a mi fe, señora,
si mi lengua te miente en cuanto digo,
que nunca desde ahora
yo torne a ser tu amigo,
y del cielo y los hombres sea enemigo.  50
   Yo te miré, y rendido
prosigo en adorarte; por ti muero
y, nunca arrepentido
de mi querer primero,
cuanto más me atormentas, más te quiero.  55
   Pero tú al mismo paso
sigues en desdeñarme esquiva y dura
y de mí no haces caso,
de mí ni mi ternura,
ofendiendo al Amor y a tu hermosura.  60
   ¿Y aquesto me quedaba,
di, por descanso de mis largos males?
¿Este premio aguardaba
a mis ansias mortales
después de mil tormentos infernales?  65
   ¿Después de un año entero
de suspiros, de lágrimas y quejas,
así con desdén fiero
de tu vista me alejas,
y burlas de mi amor, y así me dejas?  70
   ¿No bastaba a acabarme
tanta persecución como he sufrido?
¿Ni aquel fin lamentable
siempre de mí sentido,
ay, siempre, pero no cual es debido,  75
   sino que tú, señora,
afiles el cuchillo por tu parte
y me hieras ahora,
como si el adorarte
con tan sencilla fe fuera agraviarte?  80
   Muda, muda de intento,
y merezca yo verte más piadosa;
el crudo mal que siento,
en calma deliciosa
se trocará y en vida venturosa.  85
   ¡Ay!, cumple mi esperanza,
pues ella de tan lejos me ha traído,
cúmplela sin tardanza;
si no, yo soy perdido
por mi amor, por mi engaño y por tu olvido.  90
   Por ti vine, señora,
del Tormes a la orilla, y mi ganado
por ti no guardo ahora;
por ti dejé otro prado
do fuera mi rabel bien escuchado.  95
   Mas nunca aquí viniera,
si a penar he venido solamente.
Muriera en mi ribera,
o allá en Eresma ausente
do enturbiara mi llanto su corriente.  100
   Allí yo lamentara
contino tu desdén y tus rigores,
y cual cisne acabara
cantando mis dolores,
y sepultado fuera entre las flores;  105
   mas aquí desvalido,
llorando moriré tanta crudeza;
nunca mi fin sentido
será, ni tu aspereza
lamentará mi amor y mi firmeza.  110
   ¿Qué quieres, di, que haga
para amansar tu enojo y conmoverte?
Tus rigores agrava
más y más, que aun la muerte
me es dulce, como logre merecerte.  115
   ¡Ay!, ¿qué he de hacer, cuitado?
¿Qué más me queda? ¿Rogaré rendido?
¿Iré con mi ganado
al Eresma?, ¿o perdido,
buscaré mi remedio en el olvido?  120
   ¿Pero qué he dicho, loco?
¿Yo irme? ¿Yo no verte? ¿Yo olvidarte?
Mi bien, aún sufro poco,
aún no debo alcanzarte:
yo prometo servirte hasta obligarte.  125




- XVII -


ArribaAbajo   Cuando te peinas, Lálages divina,
cuando desatas la dorada trenza
dándola al viento que ligero vuela,
      lleno de flores,
   de tu cabello la dorada lumbre  5
tanto resalta con la luz opuesta,
tanto me brilla, que la vista hiere,
      ciego me deja.
   Luego se enciende con amante llama
todo mi pecho, del amor tocado,  10
cual en verano trigo que se prende
      y arde sonando.
   Lágrimas tristes lloro por si puedo
(¡flaco remedio!) con el agua darle
corte a las llamas; pero doy al viento  15
      míseros ayes.
   Y así creciendo con el aura débil,
luego voraces más y más me cercan;
ya me consumen, a tu vista caigo:
      ¡tenme, mi vida!  20




- XVIII -


ArribaAbajo   ¡Ay, enemiga mía, engañadora,
sorda siempre y cruel a mis amores!,
¿así quieres dejar a quien te adora
y olvidas mi cariño y mis dolores,
que me dejas por otro? ¡Ay, vil traidora!,  5
¿que un otro ha de gozarte y tus favores;
un otro, indigno, sí, de merecerte?
¡Mas yo primero me daré la muerte!
   Primero, ¡ay sí!, primero que mirarte
entre los brazos de ese mi enemigo,  10
yo mismo he de matarme por vengarte;
yo te descargaré de un tal amigo,
enojoso y culpado por amarte.
Al Amor de tal voto hago testigo,
y de que riegue de la boda el día  15
tus pies indignos con la sangre mía.
   ¿En qué te ofendí yo, ni en qué mi pecho
fue jamás contra el tuyo, ni pudiera?
¿No nos unió el Amor con lazo estrecho?
¡Y tú le rompes ya de esta manera!  20
Tu mano a mí me toca de derecho;
mas si quieres, ingrata, que yo muera,
dale, enemiga, dale a ese tirano
el premio indigno de tu indigna mano.
   Tiempo fue que juzgaste el primero  25
este mi tierno amor ora enojoso.
¡Ay, tiempo, cual la sombra pasajero,
qué de cosas me muestras! El glorioso
tiempo de mi querer, en dolor fiero
trocole torbellino impetuoso;  30
trocole torbellino, y mi homicida,
en muerte trocará mi triste vida.
   Este solo remedio me ha quedado
y este solo remedio ha de salvarme,
pues más vale acabar desesperado  35
que poco a poco en penas acabarme.
Tú, si mi amor te debe algún cuidado,
acuérdate, enemiga, de llorarme;
y éste es para olvidar mejor remedio
que un otro nuevo amor o tierra en medio.  40




- XIX -


ArribaAbajo   ¡Y que tú, mi señora,
mi gloria y mi regalo, me has oído,
y mi amor, desde ahora
en lazo firme unido
al tuyo, triunfará del negro olvido!  5
   Tal premio me esperaba,
tal palma y galardón tan venturoso.
Amor bien lo ordenaba,
que a estado tan glorioso
debió ser el camino trabajoso.  10
   Por bien sufrido llevo
cuanto por ti he penado y por quererte;
ya aquel desdén apruebo
que un tiempo fue tan fuerte,
pues digno soy por él de merecerte.  15
   ¡Que yo te he merecido
y tu divino amor en mí se emplea!
¡Que soy de ti querido!
¡Ay, esta dicha sea
eterna, mi señora, y te posea!  20
   Que yo seré en amarte
tan eterno, mi bien, que a Amor asombre,
y haré que con cantarte
tengas claro renombre
y se adore en el mundo tu alto nombre.  25




- XX -


En una ausencia

ArribaAbajo   De aquí, do desterrado
los enemigos hados me han traído,
Anfriso, un desdichado
salud te da rendido:
¡ay!, la salud te da que de él ha huido.  5
   No porque en tan ardiente
suelo (así lo tembló tu fiel ternura)
mi cuerpo esté doliente
(en fortuna tan dura
esto faltaba a mi cruel ventura);  10
   mas el necio cuidado
en que peno revuelto noche y día
mi contento ha nublado,
y a par con mi alegría
va mi salud en la desdicha mía.  15
   Mi rostro amarillea
y su carmín los labios han perdido;
mi frente bermejea
por el sol encendido;
de mis ojos la luz se ha obscurecido.  20
   Mis áridas mejillas
bañadas van en encendido llanto
que inunda sus orillas,
y mi voz causa espanto
a quien no alcanza mi mortal quebranto.  25
   Anfriso, si me vieras
en desventura tal, ¿cuál quedarías?
No, ya no conocieras
al que en más claros días
gloria y prez de la aldea ser decías,  30
   cuando a las zagalejas
a bailar convidabas, y a tu lado
yo con mil blandas quejas
desperté su cuidado,
siendo, ¡oh dolor!, de alguna bien premiado.  35
   Mas ora en todo tiene
un tósigo memoria: mi tristeza
con nada se entretiene,
y a par que mi terneza,
crece mi mal con bárbara fiereza.  40
   Si al campo con la aurora
salgo en mis largas velas a alentarme,
el aljófar que llora
viene triste a acordarme
que en lágrimas también debo emplearme.  45
   Así a más largo lloro
suelto la rienda; y fácil me parece,
cuando tierno la imploro,
que en llanto el alba crece
y apiadada conmigo se entristece.  50
   Luego no dulce canto
suena de pajarillos, mas ruïdo
y horrísono quebranto:
el cuervo da un graznido,
y el búho torna un lúgubre chillido.  55
   Pavoroso y temblando
vuelvo a mi casa y a mi amarga pena,
mil suspiros lanzando
contra quien me condena,
y de ti, amada choza, me enajena.  60
   Pues luego a la comida
no hay decirte, ¡oh dolor!, cuánto padezco:
la más apetecida,
más torvo la aborrezco;
si a gustarla me fuerzan, me enternezco.  65
   Sus plácidos rocíos,
huyendo el sueño con infausto vuelo,
niega a los ojos míos;
así, o contino velo,
o en amargo sopor mísero anhelo.  70
   Que en duelo y confusiones
salen del hondo Averno a congojarme
cien hórridas visiones;
y yo, por apartarme
de ellas, triste batallo en desvelarme.  75
   Aun las Musas huido
han, del mísero pecho lastimadas;
y hanse, ¡ay de mí!, acogido,
o a sus gratas moradas,
o a do más blandamente sean tratadas.  80
   En vano ya procuro
dulce cantar con mi doliente avena;
discorda mal seguro
el labio, y en tal pena
mi infausto numen su afición no enfrena;  85
   que en el mal en que vivo
me entretienen los versos numerosos,
cual cantando el cautivo
cien tonos dolorosos
blando alivia sus hados congojosos.  90
   Yo así compongo versos
en el mísero trance en que me veo,
ni limados ni tersos,
mas que dan al deseo
breve descanso en deleitoso empleo.  95
   Logro engañar las horas;
y al nacer, coronadas de mil flores,
me topan las auroras
de inocentes pastores
llorando penas y loando amores.  100
   Y así el León fogoso,
que llamas vibra de su boca ardiente,
no me es tan enojoso,
mientras yo dulcemente
las ansias canto que mi pecho siente.  105




- XXI -


Al señor don Gaspar de Jovellanos, oidor de la Real Audiencia de Sevilla y nombrado Alcalde de Corte

ArribaAbajo   Mis ruegos encendidos
bendijo el santo cielo,
que ya en alzar tu mérito tardaba,
y benignos oídos
dio al incesante anhelo  5
con que la amistad santa le imploraba.
La España se quejaba
de ver, ¡oh gran Jovino!,
que sólo el Beti undoso
gozase tan precioso  10
tesoro, y conmovida con benino
celo, así iba rogando,
las manos, congojosa, en alto alzando:
   «¿Cuándo será que pueda
tu nombre esclarecido  15
gloria dar a Madrid y sus doseles,
y en la sublime rueda
te mire yo ingerido,
aunque más tú por no subirla anheles?
Fortuna, si es que sueles  20
a la virtud, tan rara
ya entre el linaje humano,
prestar tal vez la mano,
de tus más ricos dones me prepara,
porque hoy el mundo vea  25
premiado el hijo de la santa Astrea.
   Y la Sabiduría
con el crinado Febo
lleven también la gloria que ganaron;
darles quiero un buen día,  30
pues tanto en ti les debo,
que ellos tu docto pecho alimentaron,
mi amado, y lo colmaron
del celestial tesoro
de su divina lumbre  35
sobre humana costumbre».
Así clamaba España en tierno lloro;
su ruego fue admitido,
y tú a Madrid, señor, restituido.
   Y las ninfas hermosas  40
que moran las corrientes
del real Manzanares, conmovidas,
sus alcobas umbrosas
dejan y alegres fuentes,
de perlas, nácar y coral ceñidas,  45
apenas son oídas
nuevas tan deseadas;
el viejo Manzanares
ofrece en sus altares
a Neptuno mil víctimas sagradas,  50
esperando que un día
tu voz suspenda su corriente fría.
   Mientras, por otro lado,
Betis el caudaloso,
escondido en sus lóbregas alcobas,  55
en su urna reclinado,
dolorido y lloroso
el cerco rompe de sus verdes ovas,
pues tú, oh Henares, le robas
del malhadado suelo  60
su blasón más subido;
y acuérdase afligido
el tiempo alegre en que benigno el cielo
le pasó de tu orilla
a darle leyes en su gran Sevilla.  65
   Mas la sonora Fama,
el raudo vuelo alzando
por la región diáfana del viento,
la nueva alegre aclama,
tu nombre dilatando  70
con clara voz y regalado acento;
y con sus lenguas ciento
cantando, así empezara
con dulce melodía:
«Ya vino aquel gran día  75
que tanto al suelo hispano deseara
mi amor, y unidos veo
Apolo y Temis en tan alto empleo.
   Eterna primavera
vuelve en él, y el dorado  80
siglo lleno de bienes celestiales.
Tú, ¡oh miserable!, espera,
que ya eres amparado,
y a cesar van, ¡oh huérfano!, tus males.
Llegad a sus umbrales,  85
llegad, ¡oh desvalidos!;
veréis el tierno pecho,
de blanda cera hecho,
romper a vuestra vista en mil gemidos;
mas vosotros, malvados,  90
huid sus ojos celosos y enojados.
   La paz y la justicia
con la equidad sagrada
jamás fueron en lazo tan estrecho
juntas; ya la malicia  95
su reino desampara,
y vuelve a la inocencia su derecho;
el cielo satisfecho
con venturoso hado
bendice tus acciones,  100
colmando de sus dones
la tierra miserable, y mal tu grado,
pues a alzarte empezara,
asiento en lo más alto te prepara.
   Los dioses inmortales,  105
luego, de sus tesoros
te colman otra vez con larga mano:
Apolo, celestiales
palabras y sonoros
números, y Minerva un sobrehumano  110
candor te da y el cano
don de recto consejo
y discreta prudencia;
poder Jove y clemencia;
Mercurio, habilidad en el manejo;  115
y a su rueda importuna,
benigna pone un clavo la Fortuna».
   Esta visión gloriosa
a mis ojos gozosos
en un sueño mostró la Amistad santa;  120
las aves su armoniosa
voz soltaron; vistosos
coros formaron con alegre planta
las ninfas; y entre tanta
maravilla, en el cielo  125
corrió un fulgor divino,
el agüero aprobando.
Yo desperté, y alzando
las manos, dije entonce: «¡Oh gran Jovino!
Mírete yo algún día  130
regir la vasta hispana monarquía».




- XXII -


Al Excmo. señor don Eugenio Llaguno y Amírola, mi amigo, en su promoción al Supremo Consejo de Estado

ArribaAbajo   Ya de tus glorias pródiga, la Fama
celebra, Elpino, los honores sumos
con que propicio te decora el César
      méritamente.
   Ella publica que alargarte quiso  5
la justa mano, y en el alto templo
do del estado la prudencia augusta
      es acatada,
   por tu hondo seso próvido asentarte
entre los Padres de la Patria, sacros  10
órganos suyos. ¡Oh gloriosa suerte,
      nueva felice!
   Cuanto anhelaba mi cariño sale
cierto, ni en vano lo predije, amigo;
verte aún mis ojos en la cumbre aguardan,  15
      cabe la silla
   del que modera en poderoso cetro
la hesperia gente y a su planta puestos
dos hemisferios con alegre rostro
      ve reverentes.  20
   Diote Minerva su saber divino,
íntegra fe tu generosa sangre,
y un pecho el cielo que lo recto y bueno
      siempre adorara.
   Con dotes tales, ¿qué recelas? Entra,  25
entra, y de Carlos al clemente oído
clame tu voz; el miserable aliente,
      tiemble el inicuo.
   ¡Oh, qué de bienes a la tierra llegan!
Toda florece: el enemigo fraude  30
huye, sus impías odiosas artes
      pávidas huyen.
   La airada frente al arador no asusta
del poderoso, el zagalejo canta
libre y seguro por el hondo valle  35
      himnos alegres.
   El siglo antiguo de Saturno torna,
la virgen vuelve y la inocencia santa,
toda virtud apresurada corre
      tras de tu huella.  40
   Fausto, disfruta las excelsas honras,
y Hesperia sienta tu gobierno dulce;
mas de las Musas, que en el Tormes eran
      tan acatadas
   y ora llorosas y abatidas yacen,  45
¡ay, no te olvides!; su favor benigno
así los cielos por eternos años
      nunca te nieguen.




- XXIII -


Al sabio Elpino, en los nuevos honores de Jovino

ArribaAbajo   La dulce nueva de las altas honras
que de Jovino a la virtud son premio
y obra feliz de tu amistad constante,
      siempre oficiosa,
   ¡oh!, ¡cuál mi pecho en esperanza enciende!,  5
¡cómo lo inunda de placer divino!;
y en su embeleso, Elpino, te tributa
      mil parabienes
   por el amigo, que en olvido injusto
hasta aquí viera su virtud sumida,  10
y a la calumnia con agudo diente
      osada herirle.
   Mientra, afanoso en el común provecho
él se desvela, y a la Patria ofrece,
¡ejemplo raro!, de su celo ardiente  15
      frutos opimos.
   Mas tú de Temis en tu mano llevas
la igual balanza, los debidos días
sabes al premio, y en tu noble pecho
      vive el amigo.  20
   Vive, y alegre el galardón recibe
que le guardabas próvido; gozosa
la Patria ríe; la calumnia infame
      huye bramando.




- XXIV -


A la guerra

ArribaAbajo   Horrendo monstruo, destructor impío,
tú, que aniquilas la humanidad toda,
¿no compadeces el fatal destino
      de los mortales?
   De los mortales, digo, que gimiendo  5
están debajo las cadenas duras
del cautiverio cruel que les impone
      tu tiranía.
   ¿Cuándo tu imperio sobre el universo
se verá aniquilado para siempre,  10
dejando a todos libres del espanto?
      ¿Cuándo, seguido
   de la discordia e implacables furias,
te veremos volver precipitado
a tu palacio, allá en lo más profundo  15
      del hondo Averno?
   Entonces, no las temerosas madres
turbadas correrán por las campiñas,
ni con su llanto bañarán al hijo
      que en su regazo  20
   de miedo esconde el macilento rostro
y se deshace en lágrimas tan sólo
por imitar de su afligida madre
      el sentimiento.
   Ni se verá un anciano que, temblando  25
del enemigo a la cuchilla fiera,
aunque sin fuerzas, deja presuroso
      su hogar desierto;
   y en el camino, de su amado nieto,
que con su vida defendió su patria,  30
resbala el triste en la reciente sangre
      y muere al punto.
   Ni el retumbante estruendo de las bombas
resonará en los cóncavos peñascos,
de confusión llenando el universo,  35
      de estrago y ruina.
   La roja Ceres reinará en los campos,
la paz alegre traerá en su seno
flores y frutos con que olvidaremos
      tantas desgracias.  40
   Tú, que gobiernas todo lo criado
con leyes justas, sabias, permanentes,
haz que amanezca tan dichoso día,
      Dios soberano.




- XXV -


Al rey

ArribaAbajo   No en el cansado anhelo
del mandar imperioso,
el oro insomne, ni el laurel glorioso
se cifra el bien en el lloroso suelo;
   sólo es pura, inefable,  5
superior a la suerte,
a envidia vil y congojosa muerte,
la dicha de aliviar al miserable,
   sus lágrimas limpiando
con diestra cariñosa,  10
con ojos de bondad, con voz graciosa,
vida en su seno a la esperanza dando;
   que una sola mirada,
una palabra amiga
vuelve el aliento, y el dolor mitiga  15
a un alma en crudas penas abismada.
   Vos gozáis de esta dicha,
vos, señor, cuando humano
tendéis al triste la oficiosa mano,
padre común en la común desdicha.  20
   Os clama condolido
el huérfano indigente,
y rey y padre y tutelar, clemente
le escucháis, le acogéis enternecido,
   fiel en la humilde tierra  25
de aquel Señor traslado,
que allá en su gloria, sin cesar buscado,
jamás su oído a nuestras ansias cierra.
   En el fuego divino
que arde sólo en el seno  30
de piedad blanda, de indulgencia lleno,
arder os vi, y os emulé el destino.
   Mis ojos se arrasaron
en lluvia deliciosa,
latiome el pecho en inquietud sabrosa,  35
y a vos más gratos vínculos me ataron;
   vínculos de ternura,
que en dulce simpatía,
de delicias colmando el alma mía,
la hacen abrirse a su genial dulzura.  40
   Seguid, oh bien querido
del cielo, a manos llenas
sembrando bienes, redimiendo penas;
y nunca un día, oh Tito, habréis perdido.
   Ved que el poder fenece,  45
que, sombra transitoria,
se huyen fausto, esplendor, grandezas, gloria,
y eterna sólo la virtud florece.
   De aplauso y bendiciones
os colmará este suelo;  50
seréis de reyes ínclito modelo,
y generosa envidia a las naciones.




- XXVI -


España a su rey don José Napoleón I, en su feliz vuelta de Francia


Hic dies vere mihi festus atras eximet curas.

Horacio, Lib. 3, Oda 14.                


ArribaAbajo   La excelsa umbrosa cumbre del Pirene
doblaba ya con planta presurosa
el buen rey, que del lado
del grande hermano, cuya gloria tiene
atónita a la Europa y respetosa,  5
vuelve a su pueblo amado,
de mil guerreros fuertes rodeado.
En vivas repetidos
un pueblo inmenso sin cesar le aclama,
que en su amparo le llama  10
y hoy de su amor los votos ve cumplidos.
   Él, con su rostro de bondad que afable
feliz contento y confianza inspira,
grato los aceptaba;
cual tierno padre que a sus hijos mira,  15
su amor les muestra en su sonrisa amable,
y el placer que gozaba,
al verse amado el júbilo doblaba.
Sublima aplauso tanto
voluble el eco al estrellado asiento,  20
de la Patria contento,
del pérfido bretón miedo y espanto,
   cuando, improviso, en forma sobrehumana,
regio boato y majestad sublime,
si aspecto dolorido,  25
se ofreció ante sus ojos soberana
matrona augusta que su acción reprime,
lacerado el tendido
manto, de mil castillos guarnecido,
apagados del lloro  30
sus ojos y anublaba la alta frente,
ajando un león rugiente
sus ricas fimbrias recamadas de oro.
   Alza la diestra en ademán grandioso,
y un cetro de oro y perlas firme extiende.  35
Con aire de señora
«Tente», le dice, «oh rey; no presuroso
me huelles, y mi voz plácido atiende.
Tu España soy, que hasta ahora
en suerte incierta sus destinos llora.  40
Ya dilato el fiel seno
a la dulce esperanza; mi ventura
disfrutaré segura,
y un grato porvenir de gloria lleno.
   ¡Ay, cuánto, cuánto de zozobra y susto,  45
cuánto cuidado punzador sufriera
hasta este claro día!
¡Cuánto he temblado que el hermano augusto
y su brillante corte entretuviera
tu vuelta y mi alegría!  50
Fausto, el cielo ha escuchado la voz mía.
Llega, estrecha, hijo amado,
entre mis brazos nuestro eterno nudo.
Sé a mi flaqueza escudo,
y conhorte a este suelo desgraciado.  55
   Dominé un tiempo, y con excelso vuelo
crucé desde la aurora hasta el ocaso.
Mis ínclitos pendones
llevé y mi nombre al contrapuesto suelo,
de un nuevo mundo a Europa abriendo el paso.  60
Respeto mis leones
fueron y miedo a indómitas naciones;
y con saber profundo
mis hijos a los cielos se encumbraron,
o leyes me dictaron  65
que Temis celebró y admiró el mundo.
   No fui por tanto más feliz: llevarme
de estéril gloria a peregrinas gentes
me dejé, do sin fruto
vi la espada y la muerte devorarme.  70
El error, con mil formas diferentes,
cubrió de negro luto
la luz de mi saber; un vil tributo
a cien fantasmas vanos
ofrecí ilusa, que aun mirar no osaba;  75
y de señora esclava,
labré mis grillos con mis propias manos.
   Hoy atizando el fanatismo impío
su antorcha funeral mi seno enciende.
Mis hijos, fascinados,  80
corren a hundirse en el sepulcro umbrío;
de su madre el gemir ninguno atiende.
Mis campos asolados,
en sangre ajena y propia veo inundados;
la pestilente llama  85
crece, y la rabia que a morir condena;
Guerra el leopardo suena,
Guerra, y los pueblos su bramido inflama.
   Ven, hijo, amparo y esperanza mía;
corre a salvar los lacerados restos  90
de mi antigua grandeza.
Ven, que a ti solo el cielo los confía;
y en ti, como en un dios, los ojos puestos,
ya calmo en mi tristeza
de mis inmensos males la aspereza.  95
Tú, con potente mano,
próvido apoya mi vejez ruinosa;
mi juventud hermosa
por ti me torne, y mi verdor lozano.
   ¡Ay, cuánto por lidiar! ¡Cuánta fatiga!  100
¡Qué de cuidados y de amargas velas!
¡Cuánto escollo ominoso
vas a afrontar, y con nefaria liga
el bien contrastarán que heroico anhelas!
El combate glorioso  105
con esfuerzo acomete generoso,
que en ti los ojos tiene
fijos la Europa, y silenciosa espera
que fausto en la carrera
el premio alcances que a tu sien previene.  110
   ¿Y cómo no, cuando el excelso hermano,
que a par rige la espada y caduceo,
es tu escudo potente,
y el remedio a tu esfuerzo soberano
libró del mal en que acabar me veo?  115
Ya brilla en tu alta frente
de mi bien y mi gloria el ansia ardiente.
Tiende la vista afable,
tiéndela en torno, y a mis pueblos mira
en su sangrienta ira  120
y en su delirio indómito y culpable.
   Ellos son hoy lo que por siempre han sido,
del áspero trabajo llevadores,
arrostrando la muerte
sin una queja, un mísero gemido,  125
de inviolable lealtad con sus señores,
de pecho osado y fuerte,
jamás domable en ominosa suerte,
por llano, fiel y honrado,
claro siempre del mundo en la memoria.  130
¡Ay, cuánto tanta gloria,
virtud tanta, su brillo han mancillado!
   Que arda viva en los pechos españoles
por ti otra vez, pues a regirlos vienes
con cetro justo y pío.  135
Al hondo abismo do los ves lanzoles
un ciego pundonor; de alzarlos tienes
tú el dulce poderío:
Ve en cada alucinado un hijo mío.
Halágalos humano,  140
rasga al error su tenebroso velo,
y en obsequioso anhelo,
rendidos, fieles, besarán tu mano.
   Bien lo vieras, oh rey, cuando la orilla
del ancho Betis, del Genil famoso,  145
victorioso pisaste.
¿Qué cultos no te dio mi gran Sevilla
con pura fe, con celo generoso?
¿Qué pecho no encantaste
cuando a la rica Málaga llegaste?  150
¿Qué mi real Granada
no te ostentó de amor? ¿Qué aclamaciones,
qué ardientes bendiciones
doquier no oíste en tu feliz pasada?
   Fausto, has gozado del placer más puro,  155
de la gloria mayor que humano seno
llenó: la verdadera
de conquistar sin lágrimas; seguro
sigue esta senda y de esperanzas lleno.
La misma soy doquiera;  160
mi paciente Castilla fiel te espera.
Ya su bondad conoces;
ya aquí suenan sus júbilos festivos,
y entre himnos mil votivos,
de la gran corte las alegres voces.  165
   Gózate afable en el común contento;
mas tiende a par la vista observadora,
y caerá tu alegría.
¡Cuál con mis ansias congojarte siento!
De mis campos la rabia asoladora  170
taló la lozanía.
La reja se forjó en espada impía.
Mis letras ve apagadas,
quemados mis talleres y desiertos,
y en mis seguros puertos,  175
mis fuertes naves del bretón robadas.
   A ti, próvido, el cielo a daño tanto
concede el ocurrir con afanosa
constancia y alta mente.
Ven, llega, enjuga mi apenado llanto;  180
rompe, arranca la flecha ponzoñosa
que tan profundamente
lleva enclavada el corazón doliente.
Mi paz en tu desvelo,
de tus sudores mi abundancia fío;  185
mi gloria y poderío
obra serán de tu sublime celo.
   Tú poblarás mis campos asolados,
que rompa el buey con la luciente reja,
labrando mi sustento;  190
triscando en tanto en los herbosos prados
la suelta cabra con la mansa oveja,
al colono avariento
reirá abundancia en plácido contento;
y el genio nueva vida  195
dará a la industria, el vuelo desplegando,
al trabajo alentando
la edad caduca a la niñez florida,
   mientras las ciencias con afán glorioso
sublimes corren por la inmensa esfera,  200
las distancias midiendo
del helado Saturno al Can fogoso
y del flamante sol la eterna hoguera,
o en blanda paz rigiendo
mis hijos van, al suelo descendiendo;  205
mis hijos, que rendidos
adorarán la diestra protectora
que bien tanto atesora,
en gratitud y en júbilo perdidos.
   Mas hoy te piden, con ardiente ruego,  210
al joven que la guerra ha devorado
la madre dolorida;
la niñez, guarda; la vejez, sosiego;
la honesta virgen, a su amor robado;
el huérfano, acogida;  215
la religión, el ara destruida.
Por doquiera triunfante
se alza el genio del mal, si tú no corres
y a todos nos socorres,
en tanta tempestad iris radiante.  220
   Helos, helos, si no, los ojos fijos
y alzados hasta ti, las manos yertas
extenderte llorando,
desfalleciendo en males tan prolijos,
dudar, temer, ansiar, siempre en inciertas  225
borrascas zozobrando,
de ti solo su término esperando,
cual un dios implorarte,
buscar su vida en tu benigna frente,
y en su esperanza ardiente  230
rey, padre, amigo, salvador llamarte.
   ¡Qué perspectiva tan grandiosa y bella
de una gloria sin fin! Las santas leyes,
letras, instituciones,
creador te esperan; tu sublime huella  235
sea por doquier modelo a grandes reyes,
y envidia a las naciones.
Con el águila unidos los leones
en eterna lazada,
dormida en paz descansará la tierra,  240
bramando la impía guerra
entre hórridas cadenas aherrojada.
   Así será, hijo amado, y yo lo veo
hasta un remoto porvenir; tú tiende
por el inmenso océano  245
la vista en tanto a más sublime empleo,
y a todo en tu hondo seno igual atiende.
El indio más lejano
es de mis hijos venturoso hermano,
como padre le llama;  250
sol benéfico, ahuyenta sus errores,
y verasle de flores
ornar la madre a quien respeta y ama.
   Mas, ¡ay!, no emules la funesta gloria
del indómito Marte, ni así al templo  255
de la Fama camina.
Lleve unida a sus pasos la victoria
el grande hermano, de héroes claro ejemplo.
Tú en paz feliz domina,
y, justo, al cielo en mi ventura inclina,  260
que él tu seno indulgente,
sencillo, humano, y bondadoso hiciera
porque a los siglos fuera
dechado ilustre tu mandar clemente.
   ¡Florezca años sin fin el suelo mío  265
bajo tal mando, y de tu estirpe clara
mil reyes tras ti vea!
Mi ruego el cielo favorezca pío;
y deme luego a la princesa cara
que un iris nuevo sea,  270
pues su virtud al mundo orna y recrea;
démela, y las hermosas
prendas de un mutuo amor: goce este día,
gócelo el ansia mía,
que ya son nuestras joyas tan preciosas.  275
   Y tú ven, llega, corre». Así clamaba
la triste España; y a los pies lanzarse
tentó en su angustia dura
de José, que en sus brazos la elevaba
y en su seno otra vez tornó a estrecharse,  280
y suyo ser le jura
y para ella vivir. Tanta ventura
en júbilo su duelo
convierte, y pasa el rey, su fausto mando
un lucero afirmando  285
que brilló hermoso en el alegre cielo.




- XXVII -


En los dichosos días del Excmo. señor don Miguel José de Azanza, mi amigo

ArribaAbajo   Salud, paz, libertad, dulce alegría
y placer y ocio blando,
para ti al cielo, en tu dichoso día,
voy, amigo, rogando.
   Mientra él al mundo el círculo lumbroso  5
renueva de tu oriente,
cual el sol lleno de esplendor glorioso
alza la excelsa frente;
   y a su benigna, centellante llama,
pliega su negro velo  10
la noche, el éter líquido se inflama,
y arde y se goza el suelo.
   Así es tu día, Azanza, así es el día
en que, de su alta esfera,
Dios al hombre de bien al mundo envía  15
a empezar su carrera:
   día de gozo a la virtud amable,
de esperanza al caído,
y al vicio, hasta en el Tártaro espantable,
de duelo y de gemido.  20
   Dure, pues, dure la feliz memoria
de tu oriente sereno;
oh amigo, dure, y gózalo de gloria
y de fortunas lleno.
   Sobre tu frente, sin tocarla, vuele  25
plácido el tiempo alado;
su verdor grato la vejez no hiele,
ni la oprima cuidado.
   Y Amor tal vez, Amor... En la amargura
de nuestros breves días,  30
sin su dulce ilusión, ¿qué es la ventura?,
¿qué son las alegrías?



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