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Églogas




- I -


 

Batilo, Arcadio y Poeta.

 

BATILO

ArribaAbajo    Paced, mansas ovejas,
la hierba aljofarada
que el nuevo día con su lumbre dora,
mientras en blandas quejas
le cantan la alborada  5
las parlerillas aves a la Aurora.
La cabra trepadora
ya suelta se encarama
por la áspera ladera.
De esta alegre pradera  10
paced vosotras la menuda grama;
paced, ovejas mías,
pues de abril tornan los felices días.
   Corónase la tierra
de verdor y hermosura  15
y aparecen de nuevo ya las flores;
líquida de la sierra
corre la nieve pura,
y vuelven a sus juegos los pastores.
Todo el campo es amores:  20
retoñan los tomillos;
las bien mullidas camas
componen en las ramas
a sus hembras los dulces pajarillos,
y el arroyuelo esmalta  25
de plata el valle, do sonando salta.
   Así cual es sabroso
después de noche triste
el rocío del alba al mustio prado,
o cual tras enojoso  30
invierno el mundo viste
de gala el sol, gozándose el ganado,
así cual al cansado
pastor que tras hambriento
lobo corrió es la fuente,  35
tras el marzo inclemente
tal es a mí del céfiro el aliento;
y cual a abeja rosa,
del campo así la vida deliciosa
   Apenas ha nacido  40
el día en los oteros,
de arreboles el cielo matizando,
por el alegre ejido
saco ya mis corderos,
y alegres los cabritos van saltando.  45
Mientra el sol se va alzando,
mil celosas porfías
a la sombra en reposo
separo, si celoso
mi manso está por las corderas mías;  50
y si la noche viene,
el estrellado cielo me entretiene.
   Mas por aquella loma
con sosegada planta,
al viento dando el pastoril acento,  55
el dulce Arcadio asoma;
su armoniosa garganta,
¡cuán acordada sigue al instrumento!
También canta contento
de la estación florida.  60
Para en torno seguirle,
corro de cerca a oírle:
algo acaso dirá de mi querida,
o la nueva tonada
que Tirsi canta a su Licori amada.  65

ARCADIO

   ¿Quién, viendo la hermosura
de esta tendida vega
y el brillo y resplandores del rocío,
los brincos, la soltura
con que el ganado juega,  70
y el soto lejos, plácido y sombrío,
el noble señorío
con que el claro sol nace,
las nieblas recogerse,
en ondas mil la hierba estremecerse,  75
y los hilos de luz que el aire hace,
tierno latirle el seno
no siente, y de placer su ánimo lleno?
   Doquiera es primavera,
que abril vertiendo viene  80
nuevas galas y espíritu oloroso;
la novilla doquiera
sobrado el pasto tiene
en tierna hierba de pacer sabroso.
El pastor en reposo,  85
ya libre sus tonadas
puede cantar tendido,
viendo su hato querido
lento buscar las sombras regaladas,
y pueden las pastoras  90
bailar alegres las ociosas horas.
   No a mi gusto sea dado
riquezas enojosas,
ni el oro que cuidados da sin cuento;
no el ir embarazado  95
entre galas pomposas,
ni corriendo vencer al raudo viento;
mas sí cantar contento
sentado a par mi Elisa,
viendo desde esta altura  100
del valle la verdura
y de mi dulce bien la dulce risa,
y mis vacas pastando
y el manso río entre árboles vagando.
   Pero aquel que allí veo  105
que por el prado viene,
¿no es Batilo el zagal? Tan de mañana,
¡cuán bien a mi deseo
la suerte lo previene!
Guarde el cielo, pastor, tu edad lozana.  110

BATILO

    La gracia sobrehumana
de tu cantar divino
guarde del lobo odioso;
y sigue en tan sabroso
tono, hechizo del valle y de amor digno,  115
que el ganado alboroza,
y el choto juguetón por él retoza.

ARCADIO

    Tú más antes al viento
suelta esa voz süave
que a todas las zagalas enamora,  120
tañendo el instrumento
que el desdén vencer sabe
y ablandar como cera a tu pastora;
y la letra sonora
cántame que le hiciste  125
cuando te dio el cayado
por el manso peinado
que con lazos y esquila le ofreciste,
o bien la otra tonada
de la vida del campo descansada.  130
   Premio será a tu canto
este rabel que un día
me dio en prenda de amor el sabio Elpino;
y en él con primor tanto
pintó la selva umbría,  135
que muestra bien su ingenio peregrino.
Del Tormes cristalino
formó en él la corriente
que ir riendo dijeras,
lo largo en sus praderas  140
vagando los rebaños mansamente,
y la ciudad de lejos
del sol como dorada a los reflejos.
   A un álamo arrimado,
alegre un zagal canta  145
mientras su amada flores va cogiendo;
por el opuesto lado
un mastín se adelanta
y a otra zagala fiestas viene haciendo;
todo que lo está viendo  150
lejos un ciudadano,
el semblante afligido
y en cuidados sumido,
haciéndole a otro señas con la mano,
que al umbral de una choza  155
ríe entre los pastores y se goza.

BATILO

    Y yo de Delio hube
una flauta preciada,
labrada de su mano diestramente.
Tan guardada la tuve  160
que jamás fue tocada,
pero mi amor en dártela consiente.
Los valles y la fuente
puso en ella de Otea,
de vida el llano ameno  165
como por mayo lleno;
un muchacho en el cerro pastorea,
y el rabel otro toca
y a contender cantando le provoca.
   De flores coronadas,  170
más lindas que las flores,
suelto el cabello al céfiro liviano,
van bailando enlazadas,
causando mil ardores,
las zagalejas en el verde llano.  175
A un lado está un anciano
que la flauta les toca,
y algunas ciudadanas,
mirándolas ufanas
y como que la envidia las provoca  180
con regocijo tanto.
Pero tú empieza, y seguiré yo el canto.

ARCADIO

   Dulce es el amoroso
balido de la oveja,
y la teta al hambriento corderuelo;  185
dulce, si el caluroso
verano nos aqueja,
la fresca sombra y el mullido suelo;
el rocío del cielo
es grato al mustio prado,  190
y a pastor peregrino
descanso en su camino;
dulce el ameno valle es al ganado,
y a mí dulce la vida
del campo, y grata la estación florida.  195
   Mire yo de una fuente
las menudas arenas
entre el puro cristal andar bullendo,
o en la mansa corriente
de las aguas serenas  200
los sauces retratarse, entre ellos viendo
los ganados paciendo;
mire en el verde soto
las tiernas avecillas
volar en mil cuadrillas;  205
y gocen del tropel y el alboroto
otros de las ciudades,
cercados de sus daños y maldades.
   ¿Dónde las dulces horas,
de júbilo y paz llenas,  210
más lentas corren, ni con más reposo?
¿Quién rayar las auroras,
corno el zagal serenas,
ve, ni del sol el trasponer hermoso?
¡Cuidado venturoso!,  215
¡mil veces descansada
pajiza choza mía!;
ni yo te dejaría
si toda una ciudad me fuera dada,
pues solo en ti poseo  220
cuanto alcanzan los ojos y el deseo.
   ¿Para qué el vano anhelo,
ni los tristes cuidados
que engendran el poder y los honores?
Mejor es ver el cielo  225
que no techos pintados;
mejor que las alfombras, nuestras flores.
Los árboles mayores
nos dan fácil cabaña:
una rama, sombrío;  230
otra, reparo al frío;
y cuando silba el ábrego con saña
en las noches de enero,
lumbre para bailar un roble entero.
   Aquí en la verde grama,  235
oiga yo en paz gloriosa
el lento susurrar de este arroyuelo;
aquí evite la llama,
cabe mi Elisa hermosa,
del sol subido a la mitad del cielo,  240
y su dorado pelo
orne de florecillas,
o teja en su regazo
de ellas guirnalda o lazo;
y arrúllenme las blandas tortolillas  245
cuando yo la corone
y la firmeza de mi amor le abone.

BATILO

    Y a mí leche sobrada
me da, y natas y queso
y su lana y corderos mi ganado;  250
mis colmenas, labrada
miel de tierno cantueso,
y pomas olorosas el cercado.
Gobierna mi cayado
dos hatos numerosos,  255
que llenan los oteros
de cabras y corderos;
y deja a los zagales envidiosos
mi dulce cantilena,
que a las misma serranas enajena.  260
   Más bienes no deseo
ni quiero más fortuna,
contento con mi suerte venturosa.
En este simple arreo
no hay pastorcilla alguna  265
que huya de mis cariños desdeñosa.
Su guirnalda de rosa
me dio ayer Galatea;
Filis, este cayado;
y este zurrón leonado,  270
la niña Silvia, que mi amor desea;
mas yo a Filena quiero,
ella me paga, y por sus ojos muero.

ARCADIO

    Pues cuando el sabio Elpino
se huyó de la alquería  275
a la ciudad por sus hechizos vanos,
con su ingenio divino,
¡qué cosas no decía
después de los arteros ciudadanos!
Aun a los más ancianos,  280
si te acuerdas, pasmaba,
contándonos los hechos
de sus dañados pechos.
Yo, zagalejo, entonces le escuchaba,
y aún guarda la memoria  285
la mayor parte de su triste historia.
   El semblante sereno,
y el corazón roído
cual es el fruto de silvestre higuera,
miel envuelta en veneno  290
su razonar fingido,
pechos lisiados de la envidia fiera,
hijos que desespera
la vida de sus padres,
muertes, alevosías,  295
entre esposos falsías,
y doncellas vendidas por sus madres:
esto contaba Elpino
de la ciudad después que al campo vino.

BATILO

    Y Dalmiro cantaba  300
aquel que fue a la guerra
y vio las tierras donde muere el día,
que en nada semejaba
el río de esta sierra
al mar soberbio que pavor ponía.  305
Me acuerdo que decía
que del viento irritado
bramaba en son horrendo,
con las olas queriendo
estrellarse en el cielo encapotado,  310
tragándose navíos
como a las enramadas nuestros ríos;
   que entonce el alarido
y acabar de los tristes
quebraba el corazón en tal cuïta  315
cual si débil balido
de herida oveja oíste,
o choto que su madre solicita.
¡Oh ceguedad maldita,
fiar vida y ventura  320
a una tabla liviana!
Mejor es la galana
vega, Arcadio, con planta hollar segura
tras mis mansas corderas,
que el ver navíos ni borrascas fieras.  325

ARCADIO

    Ni yo, Batilo, quiero
ver más que nuestros prados,
ni beban mis ganados de otro río.
Aquí no lobo fiero
nos trae alborotados,  330
ni nos daña el calor o hiela el frío.
No ajeno poderío
nuestro querer sujeta,
ni mayoral injusto
nos avasalla el gusto.  335
Todos vivimos en unión perfecta,
y el sol y helado cierzo
nos dan salud y varonil esfuerzo.
   Todo es amor sabroso,
alegría y hartura,  340
y descanso seguro y regalado.
Ni el pastor envidioso
murmura la ventura
del otro a quien da el cielo más ganado,
ni el mayoral honrado  345
burla al zagal sencillo,
ni con doblez le trata;
ni su seno recata
la amada de su tierno pastorcillo,
gozan de su belleza libremente.  350
   Como las ciudadanas,
a engañar no se enseñan
nuestras bellas y cándidas pastoras;
ni en su beldad livianas
nuestro querer desdeñan  355
o mudan de amador a todas horas.
Mejor que las sonoras
canciones de la villa
su voz suena a mi oído,
y que el ronco alarido  360
de sus plazas, la voz de mi novilla.
Mas canta tu tonada
de la vida del campo descansada.

BATILO

    ¡Oh soledad gloriosa!,
¡oh valle!, ¡oh bosque umbrío!,  365
¡oh selva entrelazada!, ¡oh limpia fuente!,
¡oh vida venturosa!,
¡sereno y claro río
que por los sauces corres mansamente!
Aquí entre llana gente,  370
todo es paz y dulzura
y feliz armonía
del uno al otro día.
La inocencia, de engaño está segura,
y todos son iguales:  375
pastores, ganaderos y zagales.
   El cielo despejado
y el canto repetido
de las pintadas aves por el viento,
el balar del ganado  380
y plácido sonido
que del céfiro forma el blando aliento,
tal vez el tierno acento
de alguna zagaleja
que canta dulcemente  385
y este oloroso ambiente
en grata suspensión al alma deja;
y a sueño descansado
brinda la hierba del mullido prado.
   No aquí esperanza o miedo,  390
las tramas y falsías
que saben los soberbios ciudadanos.
El pastorcillo ledo
en paz goza sus días
sin entregarse a pensamientos vanos.  395
Los cielos soberanos
bendicen su majada,
y él con sencillo celo
da bendición al cielo,
tal vez acompañando la alborada  400
con que en el campo adora
el coro de las aves a la aurora.
   Sin recelo ni susto
los términos pasea
de las cabañas que nacer le vieron;  405
y ora aparta con gusto
la cabra en su pelea,
o ve do los jilgueros nido hicieron.
Si al lagarto sintieron
sus tiernos corderillos,  410
ríe cual se espantaron,
corrieron o balaron;
ora al yugo acostumbra los novillos,
ora fruta o flor nueva
en don alegre a su zagala lleva.  415
   Con las serranas viene
a triscar por el prado,
y enguirnalda la sien de frescas flores,
ni entonces libre tiene
su pecho otro cuidado  420
que cantarles ufano mil amores.
Mejor son sus favores
que la villa y sus tristes
cuidados y ruïdos,
pues no en tales gemidos  425
dos tortolillas querellarse vistes
cual canta en voz sonora
de amor un zagalejo a su pastora.
   La fruta sazonada,
¡con cuál dulce fatiga  430
de la rama se corta! ¡Cuán gustoso
es ver la acongojada
lucha en la blanda liga
del verdecillo o colorín vistoso!
¡Cuán grato el armonioso  435
susurrar y el desvelo
de abeja entre las rosas!,
¡o ver las mariposas
de flor en flor pasar con presto vuelo!,
¡o mirar la paloma  440
bañarse alegre cuando el alba asoma!
   Así Tirsi decía
que la primera gente,
como agora vivimos los pastores,
por los campos vivía  445
en la edad inocente,
antes que del verano los ardores
marchitaran las flores,
cuando la encina daba
mieles, y leche el río,  450
cuando del señorío
los términos la linde aún no cortaba,
ni se usaba el dinero,
ni se labraba en dardos el acero.
   Y cierto, ¿cuántas veces  455
los más altos señores
vienen a nuestras pobres caserías
sin pompa ni altiveces
a gozar los favores
del campo y sus sencillas alegrías?  460
Las rústicas porfías
que los zagales tienen
miran embelesados;
y en seguir los ganados
por los tendidos valles se entretienen,  465
o de bailar se gozan
y al son de nuestras flautas se alborozan.
   Aquí Delio y Elpino
moraron, y el famoso
que dijo de las magas el encanto  470
con su verso divino
junto al Betis undoso;
y aquí Albano entonó su dulce canto.
¡Oh grata vida!, ¡oh cuánto
me gozo en ti seguro!  475
De flores coronado
y al cielo el rostro alzado,
este vaso de leche alegre apuro.
Bebe, Arcadio, y gocemos
tan feliz suerte, y a la par cantemos.  480

ARCADIO

    Cual la dulce llamada
de paloma rendida
es al tierno pichón que la enamora,
cual hiedra enmarañada
que a reposar convida,  485
y cual agrada el baile a la pastora,
tal tu canción sonora
es, zagal, a mi oído;
ni así es el prado ameno
de grata hierba lleno  490
de las ovejas con hervor pacido
en fresca madrugada,
cual me encanta tu música extremada.

BATILO

    No el lirio comparado
con zarza montuosa  495
ser debe, o con el cardo la azucena;
ni así aquel desagrado
y altivez enojosa
de las de la ciudad con la serena
gracia de mi Filena.  500
Ellas me desdeñaron
allá en su plaza un día;
yo sus burlas reía,
y ellas de mis desprecios se enojaron.
Volvime a mis corderos  505
y a gozar, zagaleja, tus luceros.

ARCADIO

    Y yo a mi Elisa amada
fui compañero acaso
la tarde en la ciudad que fiesta había;
cual luna plateada  510
reluce en cielo raso,
así Elisa entre todas relucía.
¡Cuán bella parecía,
zagal! Sus lindos ojos
mil pechos abrasaron,  515
envidias mil causaron,
y se hicieron a un tiempo mil despojos.
¡Ay, Elisa, bien mío,
de tu firmeza mi ventura fío!

BATILO

    Los surcos las labradas  520
laderas hermosean,
y del olmo la vid es ornamento;
las pomas sazonadas
el paladar recrean,
y al ánimo la flauta da contento,  525
al bosque, el manso viento;
tú a todo nuestro prado
le das, Filena mía,
la risa y alegría;
al sentirte venir bala el ganado,  530
y Melampo colea
y haciéndote mil fiestas te recrea.

ARCADIO

    No así de la pastora
la gala es deseada,
ni del zagal el dulce caramillo,  535
ir vaca mugidora
tanto en la cela agrada
a enamorado cándido novillo,
o a la liebre el tomillo,
cual a Elisa es sabrosa  540
pradera y selva umbría.
Con menos agonía
huye del gavilán la garza airosa,
que Elisa desalada
corre de la ciudad a su majada.  545

BATILO

   Darme quiere Lisardo
por el mi manso un choto
para llevarlo en don a sus amores;
yo para ti lo guardo,
y el nido que en el soto  550
ayer cogí con ambos ruiseñores.
¡Ay, si yo en mis ardores
fuese abeja y volara,
mi bien, siempre a tu lado!,
¡o en colorín mudado,  555
continuo mis ardores te cantara!,
¡o hecho flor, me cortases
y a tu labio de rosa me allegases!

ARCADIO

    No a la cigarra es dado
de voz haber porfía  560
con jilguero que canta en la enramada,
ni con cisne extremado
en dulce melodía
puede ser abubilla comparada,
ni a tu voz regalada  565
mi tono desabrido.
¡Oh fuente!, ¡oh valle!, ¡oh prado!,
¡oh apacible ganado!
Si el canto de Batilo es más subido
que el de los ruiseñores,  570
grata escuche Filena sus amores.

BATILO

    La alondra en compañía
de la alondra se goza,
y en su arrullo, la tórtola lloroso;
el ciervo en selva umbría  575
con su par se alboroza,
y con el agua, el ánade pomposo;
yo, con el amoroso
rostro de mi pastora;
ella, con sus corderas,  580
y éstas, en las laderas
cuando de nueva luz el sol las dora;
y a Arcadio mi tonada,
y a todo el valle su cantar agrada.

POETA

    Así loando fueron  585
la su vida inocente
los dos enamorados pastorcillos,
y los premios se dieron
del álamo en la fuente,
llevando allí a pastar sus ganadillos;  590
y yo que logré oíllos
detrás de una haya umbrosa,
con ellos comparado
maldije de mi estado.
De entonces la ciudad me fue enojosa,  595
y mil alegres días
gozo en sus venturosas caserías.




- II -


Aminta



ArribaAbajo   A Aminta y Lisis en unión dichosa
amor unido había,
el casto amor de la inocencia hermano.
Lisi, cual fresca purpurante rosa
que abre su cáliz virginal del día  5
al suave aliento, por Aminta ardía,
y él celebraba ufano
en tierno acento su zagala bella.
El fugaz eco plácido llevaba
su constante ternura  10
a su querida cuando lejos de ella
su cándido ganado apacentaba.
Eran dos niños, por común ventura
ya dulce fruto de sus castos fuegos,
así blondos y hermosos  15
cual entre las zagalas bulliciosos,
sin venda ni arco en infantiles juegos
porque esquivas sus llamas no recelen,
sueltos los amorcitos vagar suelen
cuando las danzas del abril florido.  20
En ellos y en su Lisi embebecido,
del pasto alegre del vicioso prado
Aminta revolvía
a su feliz cabaña su ganado
y el sol laso entre nieblas se perdía,  25
cuando asomar por el opuesto ejido
los vio el padre feliz. ¡Oh, qué alegría
con su vista sintió!, ¡cómo su pecho
en plácida zozobra palpitaba,
cual nieve al sol en blando amor deshecho!  30
En lágrimas bañado los miraba,
y luego al cielo en gratitud ferviente;
y así cantó con labio balbuciente:

AMINTA

    ¡Oh mis lindos amores,
mitad del alma mía,  35
de vuestra madre bella fiel traslado!
Creced, tempranas flores,
de gloria y alegría
colmando a vuestro padre afortunado;
y cual risa del prado  40
es el fresco rocío,
dulce júbilo sed del pecho mío.
   ¡Ah, con qué gozo veo
plácidos ir girando
en lenta paz mis años bonanzosos,  45
cuando en feliz recreo
de mi cuello colgando
inocentes reís, o bulliciosos
en juegos mil donosos
triscáis por la floresta  50
tras los cabritos en alegre fiesta!
   El colorín pintado
que en la ramilla hojosa
se mece y blando sus cuidados trina,
el vuelo delicado  55
con que la mariposa
de flor en flor besándolas camina,
la alondra que vecina
al cielo se levanta,
todo os es nuevo y vuestro pecho encanta.  60
   En vuestra faz de rosa
ríe el gozo inocente,
y en los vivaces ojos, la alegría;
vuestra boca graciosa
y la alba tersa frente  65
son un retrato de la Lisi mía.
La blanda melodía
de vuestra voz remeda
la suya, pero en mucho atrás se queda.
   ¡Y el candor soberano  70
de su pecho divino!,
¡y su piedad con todos oficiosa!
Yo vi su blanca mano,
del mísero Felino
socorrer la indigencia rigurosa.  75
Clori en su congojosa
suerte llorar la viera,
de su amarga orfandad fiel compañera.
   «Sola estás; mas el cielo,
si te roba», exclamaba,  80
«la cara madre, te dará una amiga»;
y a la triste en su duelo
sollozando alentaba.
Clori la abraza en su cruel fatiga
y sus ansias mitiga  85
en su seno clemente.
Yo al verlo me inundaba en lloro ardiente.
   De entonces más perdido
la adoré, y ciego amante
sus pisadas seguí por selva y prado  90
(así en el ancho ejido
con balido anhelante
corre a su madre el recental nevado).
Oyó en fin mi cuidado,
y mi feliz porfía  95
coronando, su mano unió a la mía.
   Vosotros, mis amores,
sois el fruto precioso
del dulce nudo y bendición del cielo,
de mil suaves ardores  100
galardón venturoso,
de nuestras ansias plácido consuelo,
renuevos que el desvelo
de mi cariño cría
para gozarme con su pompa un día.  105
   Creceréis, y mi mano
os cubrirá oficiosa,
cual tiernas plantas, de la escarcha cruda.
El cielo soberano,
con bendición gloriosa,  110
hará que el fruto a la esperanza acuda,
y deleitosa ayuda
en la vejez cansada
a mí seréis y a vuestra madre amada.
   Entonces nuestra frente  115
el tiempo habrá surcado
de tristes rugas, el vigor perdido;
tal el astro luciente
se acerca sosegado
al occidente en llamas encendido.  120
Pero habremos vivido;
y hombres os gozaremos,
y en vosotros de nuevo viviremos.
   El ganado que ahora
mi blando imperio siente,  125
el vuestro sentirá; y en estos prados
os topará la aurora
tañendo alegremente
mi flauta y caramillo concertados.
Los tonos regalados  130
que ora a cantar me atrevo
hará más dulces vuestro aliento nuevo.
   En humilde pobreza,
mas en paz y ocio blando,
luego mi Lisi y yo reposaremos.  135
Sobre vuestra terneza
nuestra suerte librando,
a vuestra fausta sombra nos pondremos.
Plácidos gozaremos
su celestial frescura,  140
y os colmarán los cielos de ventura.
   Porque el hijo piadoso
es de ellos alegría,
y habitará la dicha su cabaña;
pasto el valle abundoso  145
siempre a su aprisco cría,
ni el lobo fiero a sus corderas daña;
nunca el año le engaña,
y en su trono propicio
acoge Dios su humilde sacrificio.  150
   A sus dulces desvelos
ríe blanda su esposa,
corona de su amor y su ventura;
y de hermosos hijuelos
cual oliva viciosa  155
le cerca, y en servirle se apresura;
de inefable ternura
inundado su seno,
cien nietos le acarician de años lleno.
   ¡Oh mis hijos amados!,  160
sed buenos, y el rocío
vendrá del cielo en lluvia nacarada
sobre vuestros sembrados;
os dará leche el río,
y miel la añosa encina regalada;  165
vuestra frente nevada
lucirá largos días...
¡Ay, oiga el cielo las plegarias mías!


   Con delicado acento
así Aminta cantaba,  170
bañado el rostro en delicioso llanto
y el feliz pecho en celestial contento;
y con planta amorosa
a sus dulces hijuelos se acercaba.
Llegó do estaban, y cesó su canto,  175
que con burla donosa
uno el cayado juguetón le quita
y el balante ganado ufano rige
que al redil conocido se dirige,
mientra el más pequeñuelo se desquita  180
con mil juegos graciosos,
sonar queriendo con la tierna boca
la dulce flauta que su padre toca,
y de Aminta en los brazos cariñosos
llegando a la alquería,  185
caen las sombras y fallece el día.

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