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- XVII -


Himno a Venus


(Traducido)

ArribaAbajo   Desciende del Olimpo, alma Citeres,
madre de amor hermosa;
brotarán en mi pecho mil placeres
con tu vista dichosa.
   Crecerá la delicia y la alegría  5
en que por ti me veo,
y colmará feliz el alma mía
su encendido deseo;
   su deseo, Dïone, que penado
sólo a tu numen clama,  10
y de amor lleno y de temor sagrado,
dulce madre te llama.
   Ven, oh de Gnido y Pafos protectora,
que un pueblo de amadores
tu auxilio celestial ferviente implora,  15
cantando tus loores,
   y espera, el seno en júbilo saltando,
que entre aromas süaves
sobre el fúlgido carro que tirando
van tus cándidas aves  20
   bajes a tu áureo templo, do en sus aras
cuando parado hubieras,
de gloria al mundo con tu luz colmaras
y eterno bien nos dieras.
   De las mansiones del radiante cielo  25
el deleite inefable
con tu dulce mirar gozará el suelo
y tu sonrisa amable,
   logrando que en un éxtasi glorioso
tu numen lo adurmiese,  30
que en primavera perennal dichoso
para ti floreciese;
   para ti, ¡oh regocijo y hermosura
del estrellado asiento,
do la esperanza inmarcesible dura  35
y es sin fin el contento!




- XVIII -


La aurora boreal

ArribaAbajo   No tiembles, Lice, ni los ojos bellos
de objeto tanto atónita retires;
perdone a tu mejilla
el miedo que su púrpura mancilla.
   ¿Viste no ha nada la brillante llama  5
morir del sol, que lánguido su carro
deslizó al mar ondoso?
Helo, pues torna su esplendor glorioso.
   Esas ardientes flechas, esa hoguera
viva, agitada, que en su lumbre inflama  10
del aire el gran vacío,
rompiendo de la niebla el cerco umbrío,
   tantos grupos y piélagos de fuego
que hirviendo bullen, la riqueza suma
de matices y albores  15
que del iris apocan los primores,
   son otra nueva aurora, que del polo
corriendo boreal con sus reflejos
el horizonte dora,
cual la que al día en su nacer colora.  20
   Allá en su natal suelo y su infinita
copia de luz, si rozagante tiende
la undosa vestidura,
suple del sol la pompa y la hermosura.
   Viérasla allí de mil y mil maneras  25
el cielo esclarecer: ora lanzarse
en rápido torrente,
ora alzar leda la rosada frente,
   ora el oro del fúlgido topacio
mentir sus llamas, o el azul más puro,  30
y ora de la mañana
el claro albor y la encendida grana,
   si no se agita en turbulentos rayos
que aquí y allá flamígeros discurren,
ahogando sus centellas  35
el fuego brillador de las estrellas,
   o en arco inmenso se derrama y sube
hasta el cenit, do pródiga sembrando
su inexhausto tesoro,
tremola ufana su estandarte de oro,  40
   que el lapón rudo extático contempla,
o a su próvida luz atento vaca
a sus pobres afanes,
y acata entre ella a sus paternos manes.
   Así el imperio de la noche vence  45
que aquellas plagas desoladas cubre,
llenando de alegría
su eterno hielo y su tiniebla umbría.
   Hija del sol cual la que alegre ríe
para nosotros en el rubio oriente  50
recamada de albores,
bañando en perlas las dormidas flores,
   del caro padre el rutilante carro,
purpúreo manto y túnica vistosa
agraciada recibe,  55
y de su llama y sus favores vive.
   Así la nuestra, al empezar fogoso
el mismo sol su plácida carrera,
le antecede lumbrosa,
la sien ceñida de jazmín y rosa.  60
   No temas, pues, sus ráfagas ardientes,
ni rayos tantos, ni vistosos juegos
como en sus pasos forma,
ni si en mil modos su beldad transforma.
   La misma siempre en apariencia varia,  65
si la ignorancia la tembló algún día
y amenazó esplendente
del tirano cruel la torva frente,
   hoy la verdad en colocar se place
su numen claro en el radiante trono  70
donde inocente brille
y nada aciago su fulgor mancille,
   rigiendo augusta con luciente cetro
el yerto polo y páramos sombríos,
do en toda su grandeza  75
su majestad se ostenta y su belleza.
   Goza, pues, Lice, sin zozobra goza
del vistoso espectáculo que ofrece
un nuevo día al suelo,
ardiente hermoso el ámbito del cielo.  80




- XIX -


Al maestro fray Diego González, que se muestre igual en la desgracia

ArribaAbajo   No con mísero llanto
aumentes tu penar, ni a la memoria
traigas los días de voluble gloria
que te robó Fortuna,
si crecer tu quebranto  5
en la queja importuna
no anhelas sin provecho,
cerrando al bien el obstinado pecho.
   Siente, Delio, que moras
el reino del dolor, do nada puro  10
es dado ver, ni de temor seguro
el contento se asienta;
y acaso mientras lloras,
ya blando el cielo alienta
tu seno, y la alegría  15
en copa de oro liberal te envía.
   Cuanto es so el claro cielo
el bien envuelve con el mal mezclado;
y cuando el mal el ánimo ha llagado,
luego el bien le sucede.  20
Así el lúgubre velo
descorre, a par que cede
al sol la noche oscura,
con sus dedos de rosa el alba pura.
   Verás que tempestuosa  25
tiniebla envuelve el día, y el luciente
relámpago cruzar la nube ardiente,
la ronca voz del trueno
sonar majestuosa,
y temblar de horror lleno  30
el rústico, inundados
entre lluvia y granizo sus sembrados.
   Y los vientos veloces
robar las nubes de la etérea playa
verás; el iris que purpúreo raya  35
del pueblo alado mueve
las armónicas voces,
y el labrador se atreve
a contar por segura
ya la esperanza de la mies futura.  40
   Así lo ordena el cielo;
así van lo liviano con lo grave
enlazados, y lo áspero y suave
en perenne armonía;
y el lloro y el desvelo  45
tras la vana alegría
con ala infausta vuela,
cuando esperanza menos lo recela.
   Quien vive prevenido
ríe a la suerte, el pecho sosegado;  50
cantando va del mar alborotado
entre el bramar horrendo,
y de Marte al ruïdo
y funeral estruendo
carita, o cuando el tirano  55
a su cuello amenaza en impía mano.
   Mas si en pos fausta aspira
Fortuna y le sublima en su engañosa
tornátil rueda, confiar no osa;
antes teme prudente  60
que torva ya le mira
desgracia, y diligente
la frágil vela coge,
echa el ancla, y al puerto se recoge,
   a que pase esperando  65
la ola bramante, y calme bonanzoso
Febo la mar; mas si en letal reposo
le aduerme la ventura,
el huracán soplando
le arrastra en su locura  70
a do en tiniebla ciega,
por más que clame, el piélago le anega.




- XX -


El nacimiento de Jovino

ArribaAbajo   Id, oh cantares míos, en las alas
de la fiel amistad, y de Jovino
celebrad la alegría
en su feliz y bienhadado día.
   Id al dulce Jovino, a vuestro numen;  5
id, y dad el tributo de alabanza
a su nombre glorioso,
pues su amor solo os inspiró oficioso.
   ¡Qué cosa más süave y deliciosa
que este tributo! ¡Qué para la tierra  10
de más prez y contento
que de un hombre de bien el nacimiento!
   Nace un héroe, y medrosa se estremece
la tierna humanidad sobre una vida
que del linaje humano  15
destruirá la mitad con cruda mano.
   El envidioso nace, y mira al punto
al astro de la luz con torvo cebo,
sólo porque derrama
sobre sus padres su benigna llama.  20
   Nace un malvado, y a su vista el vicio
bate las palmas, y gozoso ríe,
viendo el nuevo aliado
que en su cólera el cielo le ha otorgado.
   Empero hombre de bien Jovino nace;  25
y a su cuna corriendo las virtudes,
en sus brazos le mecen
y en su amable sonrisa se embebecen.
   Naturaleza al verse ennoblecida
se regocija; y mil alegres himnos  30
los ángeles cantando,
sus venideras dichas van contando.
   «Su vida», dicen, «correrá apacible,
bien cual sereno el sol brilla en un día
de alegre primavera  35
por la tranquila purpurante esfera.
   Será de niño de sus padres gozo;
después, creciendo, de su patria gloria,
y de premios colmado,
de sus émulos mismos ensalzado.  40
   Detendrá la vejez por contemplarle
su lento paso, y lucirán sus canas
como la luna hermosa
en medio de la noche silenciosa.
   Respetará la muerte su inocencia;  45
y en un plácido sueño a las alturas
subirá de la gloria,
dejando al mundo eterna su memoria.
   Será allí recibido con canciones
de gozo celestial; su acorde lira  50
a los coros divinos
por siempre unida seguirá sus trinos.
   Ni la calumnia, ni la envidia fea
lo mancharon viviendo; en su tranquila
muerte los tristes claman,  55
y dulce padre y protector le llaman.
   La indulgente amistad moró en su seno;
la piedad, en sus manos dadivosas;
y en su rostro, el gracioso
aire de la virtud y su reposo».  60
   ¡Oh mil veces felice quien merece
loores tales! ¡Oh sin par Jovino,
a quien naciendo el cielo
dio liberal en joya rica al suelo!
   Vive; y en dotes y en aplausos crece,  65
que de mi Musa ocupación gustosa
será, Jovino, en tanto,
decir tu nombre en regalado canto.




- XXI -


A la esperanza

ArribaAbajo   Esperanza solícita, a mi ruego
ven, aligera mi afanosa carga;
ven, que abismado el ánimo fallece
      con pena tanta.
   No me abandones a mi suerte cruda;  5
déjame al menos que me adule el aura
con que a los tristes su dolor agudo
      leda regalas.
   Lóbrega noche, pavoroso trueno,
de airado rayo agitadora llama,  10
ruedan en torno de mi triste frente,
      de horror helada.
   Donde los ojos dolorido torno,
cien furias hallo que gritando claman:
«Caiga, y hollemos su abatido cuello»,  15
      ¡bárbara saña!
   Ven, y disipa el ominoso bando,
hija del cielo; tu presencia grata
torne al herido desolado pecho,
      torne la calma.  20
   Tú, que benigna al arador avaro
sobre la esteva en su labor halagas
con la esperanza de la mies que opima
      julio le guarda;
   tú, que al osado marinero alientas  25
cuando asaltado en la voluble barca
de hórridos vientos y revueltas olas,
      mísero clama;
   al que agoniza en solitario lecho
entre las sombras de la triste parca  30
aún le confortas amorosa, y nunca
      de él te separas.
   Todo lo endulzas favorable, y cubres
de un velo grato que enajena el alma,
que hace la copa de la vida al hombre  35
      menos amarga,
   tal como el brillo de la blanca luna,
deshecho el ceño de la noche opaca,
del caminante el abatido aliento
      fausto levanta.  40
   Madre del gozo, cariñosa amiga
siempre constante, deliciosa maga,
en cuyos brazos inefable alivio
      las penas hallan,
   plácida corre a mi lloroso ruego,  45
y aplica presta a la profunda llaga
que en lo más vivo de mi ser penetra
      blanda triaca.
   Dame tocar al más humilde puerto;
dame alentar en su dichosa playa;  50
goce a su ocaso mi agitada vida
      paz y bonanza.




- XXII -


Filis rendida

ArribaAbajo   Alado dios de Gnido,
Amor, mi gloria y celestial delicia,
ya el ánimo afligido
mereció hallar a tu deidad propicia.
   Ya el laurel victorioso  5
logré y los premios que anheló el deseo.
¡Dulce Amor, qué dichoso
es el estado en que por ti me veo!
   De mi Fili adorada
la timidez domaste y los rigores;  10
y en mi llama inflamada,
pagó mi suspirar con mil favores.
   Sus ojuelos divinos,
que envidia el sol en su lumbroso oriente,
me halagaron benignos.  15
¡Ay mirar vivo, regalado, ardiente!
   De su boca, ¡qué perlas
dulce riendo a mi rogar saltaron!
Loco corrí a cogerlas,
y en néctares mis labios se inundaron.  20
   Su mejilla de rosa
miré inflamarse a mi feliz porfía,
más fresca y olorosa
que cuantas Gnido en sus pensiles cría.
   Después, ¡oh, quién pudiera  25
fiel retratar mi celestial ventura,
las finezas que oyera,
mi ciego ardor, su virginal ternura!
   Con su más rico lazo,
colmándonos Amor de sus placeres,  30
nos unió; en su regazo
un beso, mil nos dio grata Citeres,
   y con amiga diestra
la copa de su néctar más precioso
brindándonos, nos muestra  35
la senda a un bosque retirado umbroso,
   do nuestros finos pechos
en llama ardieron súbito más viva,
cual cera al sol deshechos,
ni yo cobarde, ni mi Fili esquiva.  40
   En torno revolante
coro de amores con alegre juego
y bullicio incesante
a una alentaba nuestro dulce fuego;
   y las Gracias risueñas  45
sobre mi Fili rosas derramaban,
y aplaudiendo halagüeñas,
«Ven, Himeneo, ven», dulces clamaban;
   «ven fausto al delicioso
vínculo del amor y la belleza  50
y al triunfo más glorioso
sobre el desdén de la sin par fineza.
   Ven, y al zagal que ahora
tan alto bien por su firmeza alcanza,
estrecha su pastora;  55
y eterna flor corone su esperanza.
   Ven, que sólo a ti es dado
confirmar en la paz que han recibido
los que en uno han juntado
propicia Venus y el rapaz Cupido».  60




- XXIII -


Segundos días de Filis

ArribaAbajo   ¡Qué dulcísimo canto el aire llena!,
¡qué aplauso, qué armonía
embebecido el ánimo enajena
en tan alegre día!
   ¡Qué espléndido fulgor, qué viva llama  5
en su carroza de oro
con mano liberal el sol derrama
de su inmenso tesoro!
   Lleno favonio de ámbares süaves
regala los sentidos,  10
y el estrépito y trino de las aves
encantan los oídos.
   Ríe ufana la tierra, y reanimada,
de galas se matiza;
la nieve en arroyuelos desatada  15
sonante se desliza,
   que en purísimo aljófar por los valles,
con vistosos colores
forman mil giros y galanas calles
jugando con las flores.  20
   Todo, inocente angélica belleza,
se debe a tu luz pura,
que a adornar basta la naturaleza
de no vista hermosura.
   La tuya en su donaire peregrina  25
nos trae la primavera,
su júbilo y sus rosas, la divina
luz de la cuarta esfera.
   De tus años el círculo dichoso
esta riente aurora,  30
cual tras lóbrega noche, se alza hermoso,
y el sol los cielos dora.
   Vivífìco tornando en cuanto existe
el lustre antes perdido,
de lozano verdor las selvas viste,  35
de hierba el ancho ejido.
   Así vuelven las Gracias y el contento
a la dichosa vega,
que en raudal puro, susurrando lento,
undoso el Tormes riega.  40
   Sus zagalejas, en vistosas danzas
con bullicioso canto,
dicen de tu beldad las alabanzas,
su irresistible encanto;
   y los tiernos amantes pastorcillos  45
las salvas repitiendo,
al compás sus acordes caramillos
sus letras van siguiendo.
   «Feliz», claman, «feliz tan albo día,
y hermoso y puro brille;  50
jamás lo desampare la alegría,
ni lloro lo mancille.
   Como fausto por siempre señalado
quede de gente en gente,
pues lo has, Filis divina, consagrado  55
con tu primer oriente.
   Angélica beldad, del alto cielo
cual joya acá enviada
para gozo y honor del triste suelo
mientra allá seas tornada,  60
   ídolo celestial de los zagales,
adorable hechicera,
causa feliz de mil sabrosos males,
gloria de esta ribera,
   crece, temprana flor, en gracias crece  65
y en virtud te adelanta,
cual palma excelsa que en el val florece
y al cielo se levanta.
   Crece, y cual pomo que de rosas lleno
puebla el aire de olores,  70
así tus ojos, tu sensible seno
derramen siempre amores.
   Por ti goza la tierra venturosa
pompa, flores, verdura,
y cándida verdad y gloriosa  75
fe de inocencia pura.
   Feliz el que a servirte consagrare
su bien lograda vida,
y tu hablar dulce y tu reír gozare,
que a juegos mil convida;  80
   pero feliz sin par quien mereciere
fijarte, y a ti unido,
tu seno de jazmín latir sintiere
de su amor derretido».
   Así los coros y el aplauso suena  85
que a mi Filis aclama;
y el cielo, en luz más fúlgida y serena,
en su loor se inflama.




- XXIV -


A la mañana, en mi desamparo y orfandad

ArribaAbajo   Entre nubes de nácar, la mañana,
de aljófares regando el mustio suelo,
asoma por oriente:
las mejillas de grana,
de luz candente el transparente velo,  5
y muy más pura que el jazmín la frente.
Con su albor no consiente
que de la opaca noche el triste manto
ni su escuadra de fúlgidos luceros
la tierra envuelva en ceguedad y espanto,  10
mas con pasos ligeros,
la luz divina y pura dilatando,
los va al ocaso umbrífero lanzando;
   y en el diáfano cielo, coronada
de rutilantes rayos, vencedora  15
se desliza corriendo.
Con la llama rosada
que en torno lanza, el bajo mundo dora,
a cada cosa su color volviendo.
El campo, recogiendo  20
el alegre rocío de las flores,
del hielo de la noche desmayadas,
tributa al almo cielo mil olores;
las aves acordadas
el cántico le entonan variado  25
que su eterno Hacedor les ha enseñado.
   En el ejido, el labrador, en tanto,
los vigorosos brazos sacudiendo
a su afán se dispone;
y entre sencillo canto,  30
ora el ferrado trillo revolviendo
las granadas espigas descompone,
o en alto montón pone
la mies dorada que a sus trojes lleve,
o en presto giro la levanta al viento  35
que el grano purgue de la arista leve,
con su suerte contento,
mientras los turbulentos ciudadanos
libres se entregan a cuidados vanos.
   Yo sólo, ¡miserable!, a quien el ciclo  40
tan gravemente aflige, con la aurora
no siento, ¡ay!, alegría,
sino más desconsuelo
que en la callada noche al menos llora
sola su inmenso mal el alma mía,  45
atendiéndome pía
la luna los gemidos lastimeros,
que a un mísero la luz siempre fue odiosa.
Vuelve, pues, rodeada de luceros,
oh noche pavorosa,  50
que el mundo corrompido, ¡ay!, no merece
le cuente un infeliz lo que él padece.
   Tú, con tu manto fúnebre sembrado
de brillantes antorchas, entretienes
los ojos cuidadosos,  55
y al inundo fatigado
en alto sueño silenciosa tienes.
Mientras velan los pechos amorosos,
los tristes, sólo ansiosos,
cual estoy yo, de lágrimas y quejas,  60
para mejor llorar te solicitan,
y cuando en blanda soledad los dejas,
sus ansias depositan
en ti, oh piadosa noche, y sus gemidos
de Dios tal vez merecen ser oídos.  65
   Que tú en tus negras alas los levantas,
y con clemente arrebatado vuelo
vas, y ante el solio santo
los rindes a sus plantas,
de allí trayendo un celestial consuelo  70
que ledo templa el más amargo llanto;
aunque el fiero quebranto
que este mi tierno corazón devora,
por más que entre mil ansias te lo cuento,
por más que el cielo mi dolor implora,  75
no amaina, no, el tormento,
ni yo, ¡ay!, puedo cesar en mi gemido,
huérfano, joven, solo y desvalido.
   Mientras tú, amiga noche, los mortales
regalas con el bálsamo precioso  80
de tu süave sueño,
yo corro de mis males
la lamentable suma, y congojoso,
de miseria en miseria me despeño,
cual el que en triste ensueño  85
de alta cima rodando al suelo baja.
Así, en mis secos párpados desiertos
su amoroso rocío jamás cuaja;
que en mis ojos, de lágrimas cubiertos,
quiérote empero más, oh noche umbría,  90
que la enojosa luz del triste día.




- XXV -


En la muerte de Nise

ArribaAbajo   ¿Qué son tan triste lastimó mi oído?
¿Qué antorchas melancólicas, qué lutos,
qué cánticos dolientes,
qué lloro es éste, qué tropel de gentes?
   ¡Ay!, ¡ay! La pompa fúnebre de Nise,  5
de la inocente Nise, que a la vida
robó en su albor primero
de la parca cruel el golpe fiero.
   Cuando empezaba, florecilla tierna,
su aroma a derramar, y el alma pura  10
a la impresión abría
primera del placer que le reía;
   cuando orgulloso en poseerla, el mundo,
preparándola cultos la fortuna,
más dulce la adulaba  15
y el tálamo nupcial fausta le ornaba;
   cuando sus gracias, su sensible pecho,
su amable sencillez... La muerte impía,
¡ay!, presa en ella hizo,
y en polvo y humo todo se deshizo.  20
   No ha nada yo la vi con planta airosa
la tierra despreciar, yo vi sus ojos
arteros, rutilantes,
y en sus labios las risas revolantes.
   La vi de la discreta Galatea  25
al lado en la carroza mil cautivos
hacerse: ¡oh, qué donoso
semblante!, ¡qué agasajo tan gracioso!
   ¡Ilusión triste de la ciega mente!
¿Qué fue de todo ya?, ¿quién te dijera,  30
¡oh Nise!, en aquel día,
que la tumba a tus pies el hado abría?
   ¿Quién, que a tus padres de perenne duelo
causa infausta crecías?, ¿ni a mi musa,
que cuando te cantase,  35
tus exequias llorando celebrase?
   Mas no, llorar no debe; venturosa
rápida pasajera en plazo breve,
la orilla abandonada,
en blanda paz acabas la jornada.  40
   Hallaste amargo de la vida el cáliz;
y de él huyendo el inocente labio,
más beber no quisiste
y azorada en la tumba te escondiste.
   Tu alma feliz, sin conocer del mundo  45
los lazos, las traiciones, voló al cielo,
do como virgen pura
de eternal palma goza ya segura;
   y entre mil celestiales compañeras
los conciertos armónicos siguiendo,  50
coronada de flores
rinde al Señor altísimos loores.
   ¡Nise!, reposa en paz; mas si a la gloria
do ríes suben mundanales ansias,
blanda oye estos gemidos  55
por toda alma sensible a ti debidos.




- XXVI -


Al capitán don José Cadalso, de la sublimidad de sus dos odas a Moratín

ArribaAbajo   De pompa, majestad y gloria llena
baja, sonora Clío,
y heroico aliento inspira al pecho mío
con fausto soplo y redundante vena,
para que cante osado  5
el verso de Dalmiro arrebatado;
   arrebatado al esplendente cielo,
y a los dioses que atentos
a lo sublime están de sus acentos,
dicha tal envidiando al bajo suelo,  10
que goza en el poeta
su gloria, su delicia y paz completa;
   y las fúlgidas mesas olvidando
que Jove presidía,
el néctar abandonan y ambrosía,  15
bajando todos de tropel volando
(y aun Jove al verse solo
también se inclina desde el alto polo),
   a gozar transportados los loores
que de Moratín canta  20
el que al divino Herrera se adelanta;
y tal vez algún dios de los menores
cual Bacante furiosa
la cítara acompaña sonorosa.
   Mas, ¿qué sacro furor hierve en mi pecho,  25
que entró sin ser sentido
y en sobrehumano fuego me ha encendido?
Ya el orbe inmenso me parece estrecho,
y mi voz más robusta
al número del verso no se ajusta.  30
   Cual suele el sacerdote arrebatado
del claro dios de Delo
mirar con faz ardiente tierra y cielo,
y el pecho y el cabello levantado
con sus voces espanta,  35
la trípode oprimiendo con la planta,
   así yo tiemblo, y el furor que siento
me inspira que le cante,
no blandiendo el acero centellante,
la roja cruz al pecho que ardimiento  40
da al pundonor hispano,
huyendo al verla el bárbaro africano;
   no en el caballo que del dueño siente
el poderoso tasando,
tascando espumas y relinchos dando,  45
y el casco bate, y gózase impaciente,
cuando al son de las trompas
su escuadrón rige entre marciales pompas;
   mas sí pulsando la grandiosa lira
con el marfil agudo  50
que hombres y fieras domeñar bien pudo,
o cuando en ayes flébiles suspira,
tu muerte, Filis, llora,
y al sordo cielo en tu favor implora
   (al sordo cielo, que ordenado hubiera  55
que el vil suelo dejases,
y a su alto asiento exhalación volases,
planta fugaz de efímera carrera
que con el sol florece,
y con su ocaso lánguida fenece),  60
   ceñida de laurel la sien gloriosa,
que Febo agradecido
sirviéndole las Musas ha tejido,
y al alma Venus, de mirar graciosa,
que con divina mano  65
un mirto enlaza al lauro soberano,
   con los dioses menores que le cercan,
y él trinando entre todos
con blando acento y lamentables modos;
atónitos algunos no se acercan,  70
o en planta van callada,
por no turbar su música extremada.
   ¿Cuál claro vate por el ancho mundo
feliz lograra tanto?
¿Cuál pudo de los dioses ser encanto,  75
no ya de los del tártaro profundo,
sino de las mansiones
do suben pocos ínclitos varones?
   Orfeo y Anfión tanto ensalzados,
que en dulce son llevaban  80
hombres, fieras y aun riscos do gustaban,
y el que los hondos piélagos alzados
calmó a su blando acento
y la vida salvó por su instrumento;
   la cítara de Píndaro divino,  85
la trompa de Homero,
y el claro cisne que cantó guerrero
las armas y el varón que a Italia vino,
atónitos atiendan,
y a herir, Dalmiro, el plectro de ti aprendan.  90
   Las dulces moradoras de Hipocrene
no con labio canoro
únicas sigan tu vihuela de oro,
cuando su trino, rubio Cintio, llene
los ciclos de alegría,  95
pues ya un mortal semeja su armonía.
   Y tú, salve, poeta soberano,
y con nueva corona
tu frente se orne, oh gloria de Helicona;
la patria te la ponga por su mano,  100
y en su amor tú encendido,
con tus versos la libres del olvido.
   Salve, oh Dalmiro, salve, y venturoso,
de mil varones claros
las ínclitas virtudes y hechos raros  105
sublime canta en verso numeroso.
Tu fama, hinchendo el suelo,
rauda se encumbre al estrellado cielo.




- XXVII -


En una salida de la corte

ArribaAbajo   ¡Oh, con qué silbos resonando aflige
el aquilón mi oído! En negras nubes
encapotado el cielo,
el rápido huracán revuelve el suelo.
   El blando otoño se amedrenta y cede  5
al invierno sañudo, que entre nieblas
alza su frente umbría
por la enriscada cumbre del Fuenfría.
   Cesan mudas las aves, largas lluvias
inundan los collados, a un torrente  10
otro torrente oprime,
y el lento buey con el arado gime.
   Oigo tu voz, Minerva; ya me ordenas
la corte abandonar por el retiro
pacífico y el coro  15
de divinos poetas. El canoro
   cisne de Mantea y el amable Teyo,
la dulce abeja del ameno Tíbur;
Laso y el culto Herrera,
del Tormes a la plácida ribera  20
   me arrastran; y tú, en lauro coronado,
oh gran León, que tu laúd hiriendo
tierno en el bosque umbrío
frenaste el curso al despeñado río.
   La falsa corte y novelero vulgo  25
desdeña el numen; los tendidos valles
y el silencio le agrada,
y la altísima sierra al cielo alzada.
   En ocio y paz de la verdad atiende
allí la augusta voz, el alma dócil  30
su clara luz recibe,
huye el error, y la virtud revive;
   y al cielo alzados los clementes ojos,
le seña con la mano la ardua cumbre
do la gloria se asienta,  35
y a su lauro inmortal el pecho alienta.
   Con vuestra llama inflamaré mi acento,
¡oh blandos cisnes de Helicón!, y alegre
burlaré del oscuro
pluvioso enero en el hogar seguro;  40
   que también algún día silbó el noto
sobre vuestras cabezas, y aterido
también quiso el invierno
el eco helar de vuestro labio tierno.
   ¡Ay!, ¿qué dura en el mundo? Al albo día  45
la noche apremia, desperece el año,
y juventud graciosa
cede fugaz a la vejez rugosa.
   ¿A qué afanar para un instante solo?
Ya me acecha la muerte; y ni los ruegos  50
enternecen la cruda,
ni hay escapar de su guadaña aguda.
   Ella herirá, y en el sepulcro umbrío
polvo y nada entraré, sin que más deje,
¡oh amargo desconsuelo!,  55
que un nombre vano y lágrimas al suelo.




- XXVIII -


Al otoño

ArribaAbajo   Fugaz otoño, tente,
que embriagada en placer el alma mía
con tu favor se siente;
y en su dulce alegría
porque atrás tornes, votos mil te envía.  5
   Tente; deja que goce
tu plácida beldad feliz el suelo
y el hombre se alboroce,
viendo cuál colma el ciclo
con tu abundancia opima su desvelo.  10
   No atiendas, oh corona
deliciosa del año, eterno esposo
de la amable Pomona,
no atiendas desdeñoso
el ruego de los hombres fervoroso.  15
   Por ti la selva y prado
de hojas viste, y de flores, primavera;
y en estío abrasado
con más ardua carrera
se pierde el día en la luciente esfera.  20
   Todas las estaciones
te sirven a porfía; y dadivosa
desparciendo sus dones,
tu mano con vistosa
profusión orna el mundo cariñosa.  25
   Yo cantare tus bienes,
padre de la abundancia, coronado
de pámpanos las sienes,
entre parras sentado
al rayo bienhechor del sol templado,  30
   ocioso, en paz süave,
de vil adulación libre el oído,
lejos la rota nave
del golfo embravecido,
y en tu belleza el ánimo embebido.  35
   ¿Qué perfumes, qué olores
lleva el aura en sus alas? ¿Qué verdura
es ésta y tiernas flores?
¿Qué rica vestidura
cubre súbito el suelo de hermosura?  40
   Doquier me torno veo
mil delicados frutos: la granada
brinda hermosa al deseo,
y en la rama colgada
mece el viento la poma sazonada.  45
   Los huertos, las laderas
brillan en mil colores a porfía;
las aves lisonjeras
hinchen con su armonía
de deleite los pechos y alegría.  50
   El rústico inocente,
de su sudor el fruto con usura
recoge diligente,
y ponderar procura
con sencillas palabras su ventura;  55
   o en más altas canciones
tus dones, rico otoño, alegre dice,
los celestiales dones
con que le haces felice,
y en su grato entusiasmo te bendice;  60
   que tú su pecho llenas
de gozo y confianza, y al futuro
arado y a las penas
del ejercicio duro
le haces volar en corazón seguro.  65
   A ti solo armoniosa
mi lira ensalzará, no los ardores
del León, o la ociosa
estación de las flores,
ni del sañudo invierno los rigores.  70
   Ensalzará cantando
tu belleza, tu calma, tu frescura,
mientras, su hervor templando,
deja el sol que segura
trisque y vague en el prado la hermosura.  75
   Arrebolado el cielo,
la atmósfera tranquila, manso el río,
del viento el leve vuelo
y el soto verde umbrío
saltar hacen de gozo al pecho mío.  80
   Mas ¿qué insanos clamores?,
¿qué algazara de súbito ha sonado?
Ya de vendimiadores
las lomas se han poblado,
y el dios del vino la señal ha dado.  85
   Remuévense las cubas;
entre confiesas voces y tonadas,
las sazonadas uvas,
del vástago cortadas,
danzando son del pisador holladas.  90
   El tórculo resuena;
en purpúreos arroyos espumante
el mosto el lagar llena,
y con grita triunfante
corre en torno y lo aplaude el tierno infante.  95
   Todo es risas y gozo;
la sencilla rapaza a su querido
halaga sin rebozo,
o con desdén fingido
sus brazos huye y déjale corrido.  100
   La cándida alegría
vaga de pecho en pecho, celebrado
en coros a porfía
el néctar regalado
en que el tierno racimo se ha tornado.  105
   Ven, pues, ¡oh dios del vino!;
ven, que todos te llaman calurosos,
con tu licor divino,
y rige sus dudosos
pasos y sus cantares licenciosos.  110
   Ven, que ya de occidente
silban las tempestades, y ya el cielo,
de tiniebla inclemente
cubierto, el desconsuelo
del aterido invierno anuncia al suelo.  115




- XXIX -


Que es locura engolfarse en proyectos y empresas desmedidas, siendo la vida tan breve y tan incierta

ArribaAbajo   Huye, Licio, la vida;
huye fugaz cual rápida saeta
del arco despedida,
cual fúlgido cometa
que al ciego vulgo pavoroso inquieta.  5
   Ensueño desparece,
niebla del sol al rayo se derrama,
sombra se desvanece,
y expira débil llama
que apaga un soplo, si otro soplo inflama.  10
   ¿Qué fue de los pasados
hervores del amor?, ¿de la alegría
y cantos regalados
y ufana lozanía
en que tu seno y juventud bullía?  15
   Nada quedó. La rosa,
que un día cuenta en su vital carrera,
renace más hermosa
cuando la primavera
ríe purpúrea en la celeste esfera.  20
   El bosque, a quien impío
ábrego roba su gentil belleza,
con nuevo señorío
la entoldada cabeza
levanta y a brillar con mayo empieza;  25
   grato asilo a las aves,
que en su verde follaje en voz canora
trinando van süaves,
y en sombra bienhechora
brinda al cansancio que a Morfeo implora.  30
   Sólo el vital aliento
pasa, y no tornará, tu clara mente
y este mi llano acento
por siempre al inclemente
Orco irán, que a los pies temblar se siente.  35
   Él su boca insaciable
abre inmenso, y sepulta en sus horrores,
a par del miserable,
del mundo a los señores
y al seno virginal bullendo amores.  40
   Recoge, pues, el vuelo.
De árboles tanta copia derramada
con que abrumas el suelo,
la casa alta, labrada,
de mármoles lustrosos adornada,  45
   la extranjera vajilla,
tanto milagro del pincel y tanta
costosa maravilla
que los ojos encanta
y en que a natura el arte se adelanta;  50
   todo, cuando ominoso
te hunda en la tumba inexorable el hado,
lo dejarás lloroso,
sólo, ¡ay desventurado!,
de un lienzo vil tu cuerpo rodeado,  55
   sin que en tu inmenso duelo
ni el alto grado do te alzó la suerte
ni tanto claro abuelo
basten a guarecerte
del dardo inevitable de la muerte,  60
   entrando en pos gozosa
la mano a derramar de un heredero
cuando hoy junta afanosa
de alhajas y dinero
la tuya en feudo grave al mundo entero.  65
   ¡Y aún te agitas y sudas,
y en negocios te engolfas noche y día,
planes, empresas mudas,
y en eterna agonía
de inerte culpas la prudencia mía!  70
   Mejor será que imites
esta feliz prudencia, en lo presente
la esperanza limites
y cedas al torrente
que nos arrastra, como yo paciente.  75
   Un velo denso, oscuro,
que en vista humana traspasar no cabe,
envuelve lo futuro;
y el cielo en triple llave
lo guarda, que abrir sólo el tiempo sabe.  80
   Así, pues, sin ruïdo
días y casos presurosos vuelen;
tú en pacífico olvido;
y otros teman y anhelen;
o en la corte falaz míseros velen.  85
   Minerva nos convida,
dándonos la amistad su dulce abrazo;
sin duelo de la vida
llegarse el fatal plazo
miremos, Licio, en su genial regazo.  90




- XXX -


Consejos y esperanzas de mi genio en los desastres de mi patria

ArribaAbajo   «Tus alas de oro de felice vuelo
dame, oh genio divino
a quien impuso favorable el cielo
velar en mi destino.
   Huiré veloz de esta llorosa tierra  5
a otra región más pura,
do libre, y lejos tan infanda guerra,
respire en paz segura.
   Doquier incendios, crímenes, gemidos,
sangre y muertes y horrores  10
y tigres miro, sin piedad ni oídos
al ruego y los clamores.
   ¡Execrable maldad! Ciego el ibero
de un furor inhumano,
fulmina impío el reluciente acero  15
contra su propio hermano.
   Sopla la inmensa llama en faz aleve
la anarquía orgullosa,
y el sello forja que su frente lleve
de servidumbre odiosa,  20
   aguijando con fiera gritería
del vulgo atroz la saña.
¿Será, ¡ay!, que llegue el postrimero día
a la infeliz España,
   así dispuesto por ejemplo al mundo  25
y a todas las edades
del cielo, airado en su saber profundo
contra nuestras maldades?
   Y su nombre otro tiempo tan temido,
y su prez y alta gloria,  30
blasón tanto y afán esclarecido
que engrandece la historia
   de nuestros padres y feliz la Fama
de las puertas de oriente
con su trompa inmortal volando aclama  35
al lóbrego occidente,
   ¿al hondo olvido irán por la laxeza
de sus degenerados
bastardos nietos, en la vil pobreza
y el oprobio abismados?  40
   ¡Y a ultraje tanto a la enemiga suerte
en su encono inflexible
guardarme plugo, sin ahogar la muerte
mi corazón sensible!
   Tus alas, paraninfo, vagarosas  45
dame, dame benigno;
a las esferas treparé lumbrosas
y huiré este suelo indigno,
   donde al delito entronizado veo,
la virtud lacerada,  50
la verdad santa del error trofeo,
y la inocencia hollada».
   O vide o pareciome que a mi anhelo
mi genio condolido,
raudo bajando del excelso cielo  55
así sonó en mi oído:
   «Firme sostén y con serena frente,
que nunca al pecho entero
hundió la tempestad, pasa el torrente,
y él se alza muy más fiero.  60
   Seguirá el sol tras la tiniebla obscura;
y a la discordia que ora
trastorna el inundo, tu constancia apura,
la paz consoladora.
   Hela cual iris asomar radiante,  65
y a su luz las naciones
al fausto ciclo en júbilo incesante
colmar de bendiciones.
   Vuelto el ibero de su error impío
y en el hogar colgado  70
el acero fatal, su ceño umbrío
verá en amor tornado,
   con lazo firme y fraternal unirse
su juventud lozana,
y a una todos con lágrimas reírse  75
de esta cólera insana.
   Plácidos días de inmortal contento
correrán y reposo,
cual en pos del invierno turbulento
asoma abril hermoso,  80
   y de su helado sueño despertando,
parece que revive
el ancho suelo con su aliento blando,
y un nuevo ser recibe.
   Tú el choque en tanto con inmóvil planta  85
resiste del destino,
que así las olas hórridas quebranta
escollo al mar vecino.
   Ruedan en tumbos mil, con rabia fiera
su erguida frente hieren,  90
instan, bátenlo, tornan, y en ligera
niebla deshechas mueren.
   Tu asilo sea tu constante pecho,
inaccesible muro
al miedo, al interés, a un vil despecho;  95
y allí espera seguro,
   mientras gue el cielo plácido se ostenta,
y un viento más süave
lleva al puerto en tan áspera tormenta
la malparada nave».  100
   Dijo, y despareció... Tu aviso santo
dócil y humilde sigo,
oh genio celestial; seme tú en tanto
guarda y potente abrigo.




- XXXI -


A mi amigo don Manuel María Cambronero, por su sensibilidad y su amor a la patria


(Escrita en diciembre de 1813)

ArribaAbajo   ¡Oh, qué don tan funesto
es, Fabio mío, un corazón sensible!
Cual débil muro puesto
de un mar airado al ímpetu terrible,
   siempre inerme y desnudo  5
al punzante dolor, mal reparado
contra su dardo agudo,
va quien lo abriga sin cesar llagado,
   pues cual vivaz espejo
que cuantas formas fúlgido recibe  10
nos presenta en reflejo,
en él grabado el mal ajeno vive.
   Tierno padre y esposo,
por su grey cara próvido se azora;
hijo humilde y cuidoso,  15
sus canos padres padeciendo adora.
   De cuantos seres ama
la aciaga suerte el ánimo le oprime;
por su patria se inflama
de santo amor y en sus angustias gime.  20
   Hombre, ve esclavo al mundo
del error y la odiosa tiranía;
y en su duelo profundo
sin la virtud su ser maldeciría.
   Sufren el bruto, el ave,  25
del aterido invierno la aspereza,
y a sus ansias no sabe
solícita negarse su terneza.
   Cuantos objetos mira,
tantos le llevan desvelado el pecho;  30
y por todos suspira
y anhela y tiembla en lágrimas deshecho,
   bien cual tú, Fabio mío,
cuyo sensible corazón padece
por cuanto el hado impío  35
ora aciago a nuestra patria ofrece.
   Vesla, su paz perdida,
su augusto nombre y su blasón ajado;
y con tu propia vida
tornarle ansiaras su esplendor pasado.  40
   De mil hijos que anhelan
servirla fieles y de sí aún separa,
las cuitas te desvelan;
y del tuyo su bien tu amor comprara.
   Del encono ominoso  45
que en ella atiza la discordia impía
el término azaroso,
tu seno abisma en mísera agonía;
   y allá en tu clara mente
no hay mal que sufra, que infeliz la amague,  50
por que tu amor ferviente
no gima, y feudo en lágrimas le pague.
   Ella podrá engañada
lanzarnos, Fabio, de su amado seno,
muestra fortuna hollada,  55
de oprobrio el nombre y de calumnias lleno;
   podrá hacer que bebamos
el cáliz hasta el fin de la amargura,
que míseros gimamos
en orfandad y en indigencia dura;  60
   mas hacer jamás puede
que nuestro honrado pecho la desame,
ni aunque el suelo nos vede,
que madre el labio sin cesar la llame;
   madre que ilusa o ciega  65
la espalda vuelve a nuestro justo ruego
y a escucharnos se niega,
cuanto es más puro nuestro noble fuego,
   empero en quien perdidos
los ojos fijaremos expirando,  70
más y más a ella unidos,
en trance tal aún su ventura ansiando.




- XXXII -


Que la felicidad está en nosotros mismos

ArribaAbajo   No es, Julio, la riqueza
el oro amontonado;
ni huye la dicha de un humilde estado;
la dicha, amiga aun de la vil pobreza.
   Ten acorde a tu suerte  5
sin cesar el deseo;
frena un ciego anhelar, el devaneo
que en la nada hundirá luego la muerte;
   y alegre y venturoso
adularán tu seno,  10
ora de nubes y zozobras lleno,
la blanda paz, el celestial reposo.
   Providente natura
para tu bien presenta
doquier placeres fáciles, y ostenta  15
tierna madre a tus ojos su hermosura.
   Escoge: un claro día,
el sol que con su llama,
señor del cielo, el universo inflama,
y la beldad le torna y la alegría;  20
   el viento que bullente
jugando entre las flores
regala tu nariz con sus olores
y el pecho te dilata dulcemente;
   las flores que embelesan  25
con sus galas vistosas;
las abejas volando entre las rosas
que abrazados sus vástagos se besan;
   el incesante trino
con que avecilla tanta  30
su gozo explica, sus amores canta,
de Filomena el suspirar divino;
   y hasta en la noche oscura
el sinfín que en su velo
arde de luces y tachona el cielo,  35
del sol mismo emulando la hermosura;
   si bien sabes mirarlo,
todo alegrarte puede,
que a todos y sin precio se concede,
porque todos a par puedan gozarlo.  40
   Ni hay alfombradas salas
o riquezas iguales,
ni llegan los alcázares reales
a pompa tanta y naturales galas;
   o más grato embebece  45
un armónico coro
que el arroyuelo de cristal sonoro
que serpeando el ánimo adormece,
   salta y ríe, y la vista
con mágico atractivo  50
deslumbra y fija. En su bullir festivo,
¿qué pecho habrá que al júbilo resista?
   El llanto mismo, el llanto
en que un llagado pecho
prorrumpe a veces, ¡oh dolor!, deshecho,  55
aun tiene su placer, y es un encanto.
   El alma que oprimida
siente ahogarse en su pena,
con sus lágrimas dulces se serena
y entre ellas torna a recobrar la vida,  60
   bien como el caminante
que en medio la agria cuesta
aliento toma y a doblar se apresta
su cima que enriscada ve delante.
   Veces mil, Julio mío,  65
lo llevo así probado.
¡Triste, ay, de aquel a quien maligno el hado
abisma en un dolor mudo y sombrío!
   Que siempre, siempre al cielo
torvo hallará y sañudo,  70
ni jamás del dolor el dardo agudo
de su pecho arrancar verá al consuelo.
   No, pues, necio, te exhales
en quejas ominosas;
que nosotros labramos, no las cosas,  75
si bien lo estimas, nuestros crudos males.




- XXXIII -


Que no son flaqueza la ternura y el llanto

ArribaAbajo   ¿Te admiras de que llore?,
¿de que mi blando pecho
brote en lluvia de lágrimas deshecho
y al santo cielo tan ferviente implore?
   No femenil flaqueza  5
ni torpe cobardía
causa a mi lloro son, que el alma mía
sabe sufrir con rígida entereza,
   y ya un tiempo pudiste
impávida en los males  10
notar mi frente igual: ¿viste señales
de miedo en mí, ni lamentar me oíste?
   Hoy por doquier que miro
en eterna amargura
hallo al mortal gemir; de mi ternura  15
mi llanto nace, y por su mal suspiro;
   que un dulce sentimiento,
uniéndome a sus penas,
me veda ya el mirarlas como ajenas,
y hombre, los males de los hombres siento.  20
   ¿Y qué, tú no has probado
el placer delicioso
de llorar, Julio, alguna vez? ¿Lumbroso
te rió siempre el cielo y despejado?
   ¿Grata siempre tu amante  25
oyó tu fe amorosa?
¿Nunca esquiva te huyó, nunca celosa?
¿Nunca por otro te dejó inconstante?
   ¿Siempre a tu fino amigo
miró fausta su estrella?  30
¿No hirió tu oído su infeliz querella?
¿Ni un desgraciado mendigó tu abrigo?
   ¿No viste en triste duelo
tus padres venerandos,
ni en los horrores de la guerra infandos  35
taladas mieses, devastado el suelo?
   ¡Mísero tú, si entonce
seco el raudo torrente
que ora inunda mi faz, de yerta frente
fuiste a mal tanto y corazón de bronce!  40
   Pero tu pecho es bueno,
y condolerte sabes;
no, pues, de ver al infeliz te alabes
con ojo enjuto y ánimo sereno.
   A mí no es concedido  45
frenar, amigo, el llanto
en su suerte fatal, sensible tanto
cuanto he casos más ásperos sufrido;
   y el que olvidado gime
o en destierro ominoso,  50
o a la calumnia y a la envidia odioso,
tiembla al poder que bárbaro le oprime,
   siempre mi pecho abierto
hallarán a su pena,
siempre mi lengua de consuelos llena  55
y mi rostro de lágrimas cubierto.
   Otro aplauda en buen hora
su firmeza insensible,
y roca a la piedad inaccesible,
ría al que triste con el triste llora;  60
   que yo, obligado al cielo
del don de mi ternura,
si no alcanzo a aliviar la desventura,
de llorar logro el celestial consuelo.




- XXXIV -


A mis libros

ArribaAbajo   Fausto consuelo de mi triste vida,
donde contino a sus afanes hallo
blandos alivios, que la calma tornan
      plácida al alma,
   rico tesoro, deliciosa vena  5
do puros manan, cual el almo rayo
que Febo lanza esclareciendo el orbe,
      santos avisos,
   donde Minerva providente cela
sus maravillas, monumento ilustre  10
del genio excelso que feliz me anima,
      libros amados,
   do de los siglos la fugaz imagen,
donde, natura, tu opulenta suma,
del seno humano el laberinto ciego,  15
      quieto medito,
   nunca dejéis de iluminarme, nunca
en mi cansada soledad de serme
útil empeño, pasatiempo dulce,
      séquito grato.  20
   Vuestro comercio el ánimo regala,
vuestra doctrina el corazón eleva,
vuestra dulzura célica el oído
      mágica aduerme,
   cual reverdece la sonante lluvia  25
al seco prado y regocija alegre
la árida tierra, que su seno le abre,
      madre fecunda.
   Por vos escucho en el aonio cisne
la voz ardiente y cólera de Ayace,  30
los trinos dulces que el amor te dicta,
      cándido Teyo.
   Por vos admiro de Platón divino
la clara lumbre; y si tu mente alada,
sublime; Newton, al Olimpo vuela,  35
      raudo te sigo.
   En la tribuna, el elocuente labio
del claro Tulio atónito celebro;
con Dido infausta, dolorido lloro
      sobre la hoguera;  40
   sigo la abeja que libando flores
ronda los valles del ameno Tíbur;
y oigo los ecos repetir tus ansias,
      dulce Salicio,
   viéndome así del universo mundo  45
noble habitante, en delicioso lazo
con las edades que en el hondo abismo
      son de la nada.
   Nunca preciados, do la suerte, oh libros,
lleve mi vida, cesaréis de serme,  50
ora me encumbre favorable, y ora
      fiera me abata,
   bien me revuelva en tráfagos civiles,
bien de los campos a la paz me torne,
siempre maestros de mi vida, siempre  55
      fieles amigos.



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