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- VII -


Al Excmo. Sr. Príncipe de la Paz con motivo de su carta patriótica a los obispos de España recomendándoles el nuevo Semanario de Agricultura

ArribaAbajo   ¡Qué ven mis ojos! ¡Al augusto Carlos,
a vos, señor, desde su trono excelso,
del desvalido labrador la suerte
con lágrimas mirar; y hasta la esteva
bajando honrada, en su feliz alivio  5
con atención solícita ocuparos!,
¡que a la ignorancia desidiosa os veo
querer lanzar de los humildes lares,
do abrigada hasta aquí, tantas fatigas,
desvelos tantos disipando ciega;  10
sus infelices víctimas arrastra
de la indigencia al criminal abismo!
   Ya a vuestro mando poderoso corren
las luces, la enseñanza; tiembla y gime
azorado el error, de espigas de oro  15
la madre España coronada encumbra
su frente venerable, y cual un tiempo,
sobre el orbe domina triunfadora.
Gozad, señor, de la sublime vista
de tan gloriosa perspectiva, afable  20
tended los ojos, contemplad el pueblo,
el pueblo inmenso que encorvado gime
con sus afanes y sudor creando,
tutelar numen, las doradas mieses
en que el Estado su sustento libra.  25
Miradlo, oídlo celebrar gozoso
el día que le dais, alzar las manos
a vos y al trono, y demandar al cielo
para Carlos y vos sus bendiciones.
   Seguid, seguid, y, nuevo Triptolemo,  30
sed el amigo, el protector, el padre
del colono infeliz; raye la aurora
de su consuelo; y en su lugar, sobrado
por vos, ría el que a todos nos sustenta.
Alguna vez con pecho generoso  35
la grandeza olvidad, dejad la corte
y el fausto seductor; y a él descendiendo,
ved y llorad. En miserables pajas
sumida yace la virtud; fallece
el padre de familias que al Estado  40
enriqueció con un enjambre de hijos;
gime entre andrajos la inocente virgen,
por su indigna nudez culpando al cielo;
o el infante infeliz transido pende
del seno exhausto de la triste madre.  45
Las lágrimas, los ayes desvalidos
calmad humano en la infeliz familia;
y vedla en su indigencia aun celebrando
a su buen rey, en su defensa alegre
ansiar verter su sangre generosa;  50
vedla humilde adorar la inescrutable
Providencia, y con frente resignada,
religiosa en su mísero destino,
besar la mano celestial que oprime
tan ruda su cerviz, y le convierte  55
el pan que coge en ásperos abrojos.
   Comparad, justo, comparad entonces
su honradez, su candor, su sufridora
paciencia, su bondad, con el orgullo
del indolente y rico ciudadano.  60
Aquél afana, suda, se desvela
del Alba rubia al Véspero luciente,
sufre la escarcha rígida, las llamas
del Can abrasador, la lluvia, el viento;
cría, no goza, y sin quejarse deja  65
que el pan mil veces le arrebate el vicio.
Y el otro, rico, cómodo, abundoso
de regalo y placer, en el teatro,
en el ancho paseo, en el desorden
del criminal festín, siempre al abrigo  70
del sol, del hielo, con soberbia frente
censura, increpa, desconoce ciego
la mano que le labra su ventura;
y osado acaso... El ocio y el regalo
le hacen ingrato, desdeñoso, injusto;  75
y su honradez al labrador, paciente.
¿Qué sería, señor, si al cielo alzara
la frente más holgado?, ¿si sobre ella
la palidez, el escualor, el triste
tímido abatimiento no afeasen  80
indignos su virtud?, ¿qué, si arrastrando
cual siervo vil, de la pobreza amarga
no llevase doquier los rudos grillos?
   Rompedlos vos, y le veréis que alegre
corre a la esteva y al afán, que tierno  85
la mano besa que su bien procura.
Instruidle, alentadle, y la abundancia
sus trojes colmará; nuevas semillas,
nuevos abonos, instrumentos nuevos
a servirle vendrán; las misteriosas  90
ciencias el pan le pagarán que cría
para el sustento de sus nobles hijos.
No será, no, la profesión primera
del hombre y la más santa, que honró un día
ínclitos consulares y altos reyes,  95
y aun sonar pudo el divino labio
del sumo Autor en el Edén dichoso,
ruda y mofada en su ignorancia ciega.
   Los anchos llanos de Castilla, ora
desnudos, yermos, áridos, que claman  100
por frescura y verdor, verán sus ríos
útiles derramarse en mil sonantes
risueños cauces a llevar la vida
por sus sedientas abrasadas vegas.
Desplegará sus gérmenes fecundos  105
la tierra, y alzarán su frente hermosa
mil verdes troncos, su nudez cubriendo.
La Bética será, cual fuera un día
entre la docta antigüedad, el suelo
donde los dioses los elíseos campos  110
plantaron, premio a las ilustres almas:
mieses, ganados, perfumadas frutas
doquier, y paz y cándida alegría.
Volveranse un jardín los agrios montes;
todo se animará; sobre la patria  115
sus faustas alas tenderá la alegre
prosperidad; y al indio en largos ríos
la industria llevará nuestras riquezas.
   El labrador, que por instinto es bueno,
lo será por razón; y el vicio en vano  120
querrá doblar su corazón sencillo.
Será su religión más ilustrada;
y el que ora bajo el esplendente cielo,
abrumado de afán, siente y no admira,
cual el buey lento que su arado arrastra,  125
el activo poder que le circunda,
de su Hacedor la diestra protectora
ostentada doquier -ya en el milagro
de la germinación, ya de las flores
en el ámbar vital o el raudo viento,  130
en el enero rígido, en la calma
del fresco otoño, en la sonante lluvia,
en la nieve fecunda, en todo, en todo-,
podrá, instruido, levantar la frente
llena de gozo a su inefable dueño,  135
ver en sus obras su bondad inmensa
y en ellas adorarle religioso,
ora su mano próvida a sus campos
envíe la abundancia y los corone
su bendición de sazonadas mieses,  140
ora le agrade retirarla y mande
al hielo, al viento, al áspero granizo
talarlos, ¡ay!, con ominoso vuelo.
   ¡Gran Dios!, ¡qué perspectiva tan sublime
para una alma sensible y generosa!  145
¡Con qué ternura extática se place
mi musa en ella y se adelanta alegre
en los días de gloria de mi patria!
¡Cuán dulces bendiciones, qué loores
os guardan ya sus venideros hijos!  150
Traspasad con la mente el tardo tiempo;
vedlos por vos sobrados, virtuosos,
hombres, no esclavos ya de una grosera
rudez indigna o de miseria infausta.
Ved el plantel de vigorosos brazos  155
que en torno de ellos la abundancia cría,
fruto feliz de vuestro celo ardiente;
gozaos en ellos cual su tierno padre.
Oíd en sus labios vuestro fausto nombre,
y a la vejez que al escucharlo, al cielo  160
los ojos alza en júbilo inundados.
Ved y gozad, si en los presentes males
llorasteis hasta aquí; y abrid el seno
con tantas dichas al placer más puro.
   Sed en el alma labrador... La mía  165
se arrebata, señor; habla del campo,
del colono infeliz; criado entre ellos,
jamás pudo sin lágrimas su suerte,
sus ansias, ver mi corazón sensible.
Fueron mis padres, mis mayores fueron  170
todos agricultores; de mi vida
vi la aurora en los campos: el arado,
el rudo apero, la balante oveja,
el asno sufridor, el buey tardío,
gavillas, parvas, los alegres juegos  175
fueron, ¡oh dicha!, de mi edad primera.
Vos lo sabéis, nuestra provincia ilustre
héroes y labradores sólo cría.
De sus arados a triunfar corrieron
del Nuevo Mundo las sublimes almas  180
de Pizarro y Cortés; y con su gloria
dejaron muda, atónita la tierra.
Al forzudo extremeño habréis mirado
más de una vez sobre el montón de mieses
burlar de Sirio abrasador los fuegos,  185
lanzando al viento los trillados granos
con el dentado bieldo, o de la aurora
los rayos aguardar sobre la esteva.
Pues extremeño sois, sed el patrono,
el padre sed del labrador; los pasos  190
de los buenos seguid. Pero, ¡ah!, no basta
que le instruyáis, que a socorrerle vengan
a vuestra voz mil útiles doctrinas.
Doquier se vuelve, entre cadenas graves,
sin acción ve sus miembros vigorosos.  195
Parece que la suerte un muro ha alzado
de bronce entre él y el bien; trabaja y suda,
y en vano anhela despedir el yugo,
el grave yugo que su cuello oprime.
   Busca la tierra do afanoso pueda  200
sus brazos emplear, y ansia llorando
la dulce propiedad, que una ominosa
vinculación por siempre le arrebata.
No tiene un palmo do labrar, y en torno
leguas mira de inútiles baldíos.  205
Abierta su heredad, pídele en vano
los frutos en sazón, y está con ellos
brindando al buey y la golosa oveja.
Perderse ve las sonorosas linfas
del claro arroyo, y fecundar no puede  210
sus secos campos con su grato riego.
Aislado en su hogar pobre, le circundan
sendas impracticables; el altivo
inútil ciudadano le desdeña.
Sus hombros llevan la pesada carga  215
de los tributos; el honor, los premios,
al artesano, al fabricante buscan,
mientras él yace en infeliz olvido.
Si la guerra fatal sus impías teas
enciende, él corre a defender la patria;  220
y mil y miles tan glorioso empleo
logran huir a la cobarde sombra
de una odiosa exención; obras, gabelas,
duros bagajes... Abrumado siempre,
hollado, perseguido, en vano, en vano  225
su dicha anhelaréis si tantos grillos
dejáis, señor, a sus honradas plantas.
Sin fruto le instruís, el denso velo
mejor le está de su rudez grosera.
En su ignorancia estúpida no siente  230
la mitad de su mal; le abrís los ojos
para hacerle más mísero y que llore
de su destino la desdicha inmensa.
   Volvedla humano en plácida ventura,
alzando del buen rey al blando oído  235
su justo llanto, su ferviente ruego.
Cortad, romped con diestra valedora
el tronco del error; y amigo, padre
del campo y la labor, un haz de espigas
cima gloriosa en vuestras armas sea.  240




- VIII -


Al Excmo. Sr. don Gaspar Melchor de Jovellanos en su feliz elevación al Ministerio Universal de Gracia y Justicia

ArribaAbajo   ¿Dejaré yo que pródiga la Fama
cante tus glorias y que el himno suene
de gozo universal, callando en tanto
mi tierno amor su júbilo inefable?
Jovino, no, si atónito hasta ahora  5
no supo más mi corazón sensible
que en ti embeberse, en lágrimas bañada
la cariñosa faz, lágrimas dulces
que brota el alma en su alegría inmensa,
ya no puedo callar; siento oprimido  10
el pecho de placer; trémulo el labio
hablar anhela, y repetir los vivas,
los faustos vivas, de los buenos quiere.
   Sí, mi Jovino, por doquier tu nombre
resuena en gritos de contento; todos,  15
todos te aclaman: las amables Musas,
la ardiente juventud, la reposada
cobarde ancianidad, el desvalido
y honrado labrador, en su industrioso
taller el menestral... Yo afortunado  20
los oigo, animo, y gózome en tu gloria,
y lloro de placer, y gozo y lloro.
   ¡Gloria!, ¡felicidad!, Jovino amado,
dulce amigo, mitad del alma mía,
al fin te miro do anhelaba; fueron  25
agradables mis súplicas... Huyera
la niebla vil que tu virtud sublime
mancillar intentó; cual la deshace
el dios del día del cenit, do brilla
rico de luz en el inmenso espacio,  30
tú la ahuyentaste así. Carlos te llama,
te acoge afable cabe sí, te entrega
de la alma Temis el imperio y quiere
que tú su reino a sus hispanos tornes,
reino de paz y de abundancia y dulce  35
holganza y hermandad... Jovino mío,
¡gloria!, ¡felicidad!... Sí, volverasle
este reino del bien; tu celo ardiente,
tu patriotismo, tu saber profundo,
tu afable probidad lábrenle a una.  40
   Todos lo anhelan de tu justa diestra.
La humanidad, la lacerada patria,
con lágrimas te muestran sus amados
hijos; y todos hacia ti convierten
los solícitos ojos, de inefables  45
esperanzas del bien las almas llenas.
Velos, velos, Jovino, en estos días
de alegría inmortal; velos llamarte
padre, reparador; velos, y goza
el sublime espectáculo de un pueblo,  50
un pueblo, inmenso y bueno que en ti espera.
   «Cayó del mal el ominoso cetro»,
clama, «y el brazo asolador; radiante
se ostente la verdad, si antes temblando
ante el hinchado error enmudecía.  55
Fue, fue a sus ojos un atroz delito
buscarla, amarla, en su beldad augusta
embriagarse feliz. La infame tropa
que insana la insultó, como ante el viento
huye el vil polvo, se disipe y llore  60
su acabado favor; Jovino el mando
tiene; los hijos de Minerva alienten.
   Aliente la virtud: tímida un día
si osó al aula llegar, tornó llorosa,
desatendida, desdeñada, en tierra  65
su helada faz y del favor hollada;
mas ya le tiende la oficiosa mano
su ardiente adorador, y el merecido
lauro decora sus brillantes sienes.
   La misma mano cariñosa enjuga  70
el sudor noble al atador y aguija
su ardiente afán, y la esperanza ríe,
de espigas de oro coronada a entrambos.
No ya taladas llorará sus mieses,
ni el ancho río los sedientos surcos  75
verán correr inútil, su rocío
al sordo cielo demandado en vano.
Vuelve a los campos la olvidada Temis
y la igualdad feliz; en pos le ríen
la oficiosa hermandad y los deleites  80
del conyugal amor, de atroz miseria
hoy cuasi extinta su celeste llama.
Su habitador, de sus pajizos lares
seguro goce ya y alce la frente
al cielo sin rubor; ama Jovino  85
los campos y el arado; a vuestro numen
corred, colonos, y aclamad su nombre».
   Así la voz del bullicioso pueblo;
¿y a su anhelante ardor negarte osaras,
sorda la oreja al ruego fervoroso  90
de la querida desolada patria?,
¿y al yugo hurtabas la cerviz robusta?,
¿o de trepar a la elevada cumbre,
donde la gloria a coronar te lleva
tu carrera inmortal, cobarde huías?  95
   Vilo, sí, yo lo vi; pueblos, sabedlo,
y acatad la virtud: yo vi a Jovino
triste, abatido, desolado, al mando
ir muy más lento que Gijón le viera
trocar un día por la corte. Nunca  100
más grande lo admiré; por sus mejillas
de la virtud las lágrimas corriendo,
yo atónito y lloroso le alentaba.
Callaba, y yo también; si revolvía
a su albergue de paz los turbios ojos,  105
«De ti me arrancan», suspiraba. «¡Ay, horas
de delicia inmortal, do en el silencio
apuré ansioso las sublimes fuentes
del humano saber! Queridos hijos
de mi incesante afán, por mí guiados  110
al templo augusto que a Natura alzara
mi constancia y mi amor, do inmensa ostenta
su profusión y altísimos misterios,
más vuestro padre no os verá; felices
guardad su amor y eterna remembranza».  115
Y tornaba a exclamar... Yo enmudecía,
no osando hablarle en su dolor profundo;
y el coche, en tanto, rápido volaba.
   No, no era hijo de un cobarde miedo
tan solícito ansiar; horribles vía  120
los torpes monstruos que contino asaltan
al cansado poder, la impía calumnia,
la adusta envidia, el recelar insomne,
la negra ingratitud que a los umbrales
del aula espían fieros su inocencia.  125
El muro vía que a la sombra alzara
de un falaz bien el interés mañoso,
firme, altísimo, inmenso, que su brazo
debe por tierra echar; la incorruptible
posteridad sus hechos reseñando;  130
y mil escollos y vadosas sirtes,
do acaso zozobrar su heroico celo.
¡Ah, lo que emprende, y lo que deja!, cuanto
de un alma al soplo de ambición helada
puede la dicha hacer. En su retiro  135
brillaba augusto como el sol; no el fausto,
no grandeza o poder; su excelsa mente,
su oficiosa virtud eran Jovino.
   ¡Inefable virtud, sagrada hoguera
que al hombre haces un dios, y ante tu trono,  140
cuando su pecho omnipotente inflamas,
haces que ofrezca en sacrificio alegre
reposo y vida y cuanto abarca inmenso
en la tierra su amor, de almas sublimes
consuelo, encanto, anhelo, numen, todo!  145
Hablaste, y dócil se rindió mi amigo;
y a tu imperio obediente, a hacer dichosos
corrió, infeliz en la común ventura.
¡Infeliz! No; tus gozos inefables
sacian el corazón; doquier te ostentas  150
ríe altísima paz, se oye el sublime
grito inmortal de la conciencia pura,
y los siglos sin fin que en raudo giro
eterno el nombre de tus hijos suenan.
   Entre ellos brillará, Jovino, el tuyo,  155
y de uno en otro crecerá su gloria.
La humanidad y tus canoras Musas
suyo le aclamarán; dirán que diste
grandes ejemplos, y que empresas grandes
consumaste feliz; la encantadora  160
arte de Apeles lo dirá, el sonoro
cincel, y el genio del grandioso Herrera,
y el ancho Betis, y Madrid, y el suelo
de tu caro Gijón, la antigua cuna
del cetro hispano, en sus riscosas cimas  165
sobre las nubes de tu planta holladas,
infatigable para el bien; diranlo
cuantos riges en paz, manso y süave
cual la altísima mano que sustenta
el orbe, y sabe próvida, invisible,  170
llevarlo siempre al bien. Tú así en el mando
afable ordenarás; verán los hombres
que no es yugo la ley, que es dulce nudo
de feliz libertad y paz y holganza.
   Veranlo; y yo les clamaré inflamado  175
de un fuego celestial, fuego en que arden
nuestros dos pechos, inmortal ejemplo
de fino amor y fraternal ternura:
«Este es mi amigo, y me crió, y su labio
me enseñó la virtud, y al lado suyo  180
a ser bueno aprendí y amar los hombres.
Él en mi seno el delicioso anhelo
prendió y la sed del bien, y él me decía
que una lágrima es más, sobre las penas
del infeliz vertida, que oro y mando  185
y cuanto, excelso, prez el mundo adora.
Lloré y gocé con él; juntos nos vieron
las prestas horas revolver tranquilos
los sagrados depósitos do cierra
Minerva sus riquísimos tesoros,  190
fastos sublimes de la mente humana,
y apurelos con él; al templo augusto
él me introdujo de la santa Temis,
y débole su amor; y cuanto abriga
sentir sublime el corazón le debo».  195
   ¡Gloria!, ¡felicidad, Jovino amado,
y eterna gratitud!... Pueblos, conmigo
venid, uníos; y que el himno suene
de perdurable honor que extienda el eco
al zemblo helado y donde nace cl día,  200
y el ancho espacio de los cielos llene.
Tú, en tanto, afana, lidia, vence, ahuyenta
el fatal genio que su trono infausto
en la patria asentó; caiga el coloso
del error de una vez, alzando al cielo  205
libre el ingenio sus brillantes alas.
Un hombre sea el morador del campo;
no los alumnos de Minerva lloren
entronizada a la ignorancia altiva;
ni cabe el rico la inocencia tiemble.  210
Justa la ley, al desvalido atienda,
inalterable, igual, sublime imagen
de la divinidad; y afable ría
la confianza en los hispanos pechos.
Haz su ventura así; lábrala cuanto  215
te consume su amor, siempre embargada
la excelsa mente en inefables gozos,
gozos sublimes, que sin fin florecen,
que en vano hiere calumniosa envidia,
Fortuna acata, de los siglos triunfan  220
y eterno lauro a la virtud ostentan.
   «Del individuo líbrase en la dicha
del todo el bien, y al universo entero
la inocencia infeliz de duelo llena,
con tan estrecho vínculo se añuda  225
el linaje humanal». Así inflamado
tú me decías, y en mi blando seno
tu heroico afán solícito inspirabas.
Llegó el día feliz; dase a tu diestra
válida obrar cuanto enseñó tu labio,  230
a tu ingenio asentar el gran sistema
que dio a los campos tu saber profundo,
y a tu pecho filántropo embriagarse
en dicha común, próvido haciendo
que, do el mal antes, bienes mil florezcan.  235
   Sí, florezcan por ti, cual en los días
de mayo el suelo de la blanda llama
regalado del sol, llama fecunda,
benéfica, vital; y hasta el remoto
manilo de tu amor los dones lleguen.  240
Y gratos él, de América los hijos
y los dichosos de tu cara Iberia,
artistas, sabios, labradores, cuantos
en ella precian y en el ancho mundo
las letras, la virtud, el almo fuego  245
de la amistad y un corazón sencillo,
la ansia noble del bien y la indulgente
solícita bondad, todos te aclarasen;
eterna admiración a todos seas;
tu claro nombre en sus idiomas suene;  250
y a mi entusiasmo y mi ternura unidos,
cuando tu mando alegres recordemos,
tu fausto mando, el grito fervoroso,
en júbilo inefable enajenados,
¡Gloria! ¡felicidad! por siempre sea.  255




- IX -


Al doctor don Plácido Ugena prebendado de la Iglesia Catedral de Valladolid, sobre no atreverme a escribir el poema épico de Pelayo

ArribaAbajo   No, Ugena mío, con rugosa frente
más censures mi musa silenciosa;
no perezoso, llámame prudente.
   Quisieras que con trompa sonorosa
ahora cantara, cual ansié algún día,  5
del gran Pelayo la virtud gloriosa
   y el brazo que a la goda monarquía,
por tierra hollado el arrogante moro,
rompió la vil cadena en que gemía;
   digno argumento del cilenio coro,  10
de invencible constancia, de altos hechos
y patrio honor riquísimo tesoro.
   Llano Gijón, los bárbaros deshechos,
los dardos vueltos en la horrenda cueva
a herir, ¡oh pasmo!, sus infieles pechos,  15
   un monte desplomarse sobre el Deva,
y el hondo valle y despeñado río,
que armas y huesos aún rodando lleva,
   otro sonoro plectro, Ugena mío,
piden que iguale la materia el canto;  20
que yo mi paz de mi silencio fío.
   Tú me conoces bien, tú sabes cuánto
inflamó al numen la inmortal memoria
de tantas lides, de prodigio tanto;
   cuál de la patria la sublime historia  25
el nombre augusto al corazón tocaba,
hirviendo en gozo al contemplar su gloria.
   ¡Oh memoria!, ¡oh dolor! Ya me acechaba
la vil calumnia, y con su torpe aliento
la alma verdad y mi candor manchaba.  30
   Indigneme en su insano atrevimiento,
indigneme y gemí; y arrebatado
me vi al furor de un huracán violento.
   Sin nombre, sin hogar, proscrito, hollado
me viste; empero en sufrimiento honroso  35
inmoble, en Dios y en mi virtud fiado.
   ¿Quién del trueno al estruendo pavoroso
no desmayó? ¿De tal horror testigo,
quién por sí no tembló y huyó medroso?
   Tú y otros raros cariñoso abrigo  40
me disteis sólo, la clemente mano
tendiendo do apoyarse al triste amigo.
   ¡Honor a la amistad, al soberano
feliz venero de inmortal ventura,
que ennoblece y consuela al ser humano!  45
   Pasó el nublado asolador; mas dura,
aún viva dura en la azorada mente
la infausta imagen de su sombra oscura.
   ¡Oh, si pudiese hablar!, ¡oh, si patente
poner la iniquidad, rompiendo el velo  50
de horror do esconde su ominosa frente!
   Que al fin próvido y justo, al santo cielo
plugo amparar a la bondad hollada,
tornando en bien mi amargo desconsuelo.
   Una mano sagaz cuanto ignorada  55
ya en mi poder los monumentos puso,
blasón de mi inocencia inmaculada.
   Todo lo hallé feliz, ni es ya confuso
el crimen para mí; la trama infame,
la mano sé que en sombras la dispuso.  60
   No empero aguardes que indignado clame;
no, aunque holladas vilmente, que en mi ayuda
la religión y la justicia llame.
   Pasose el tiempo, mi razón es muda;
mi ajado pundonor nada apetece;  65
y en su paciencia mi bondad se escuda.
   Fortuna en vano su favor me ofrece,
quiero ignorado, en plácido sosiego,
mientras voluble a miles embebece,
   gozar mi noble ser, sin que ni el ciego  70
favor me deba, o la ambición cuidosa,
ni justa queja, ni oficioso ruego.
   ¡Cuán bien, amigo, oscuro se reposa!
¡Cuán bien del yugo de afanoso mando
vaga exenta y feliz la mente ociosa!;  75
   ya del saber humano contemplando
el tesoro inmortal, que del olvido
fue en cien siglos el genio acrisolando;
   ya sobre el sol, con cálculo atrevido,
el vuelo de un cometa persiguiendo,  80
en los espacios de la luz perdido;
   ya edades y naciones recorriendo,
con noble ardor en la vivaz memoria
mil útiles avisos imprimiendo;
   riendo ya los hijos de la gloria,  85
o repasando en reflexión severa
de errores mil la lamentable historia.
   Atesore por mí, mande quien quiera,
con que en grata inocente medianía
yo arribe al puerto en mi fugaz carrera.  90
   Pasamos vaga sombra en breve día;
y aun ciegos anhelamos, ¡oh culpable
hidrópico furor, necia agonía!
   Pueda yo, el vuelo alzando a la inmutable
fuente del bien, en su corriente pura  95
ahogar la sed del ánimo insaciable,
   y embriagado aun beber; de la impostura
mi bondad pueda, y del letal encono,
los fieros golpes contrastar segura.
   De hueca vanidad el necio entono,  100
de ambición loca o de servil bajeza
la frente vil, el humillante tono,
   desdeñe cuerda en su veraz llaneza;
y lejos de adular al vulgo insano,
preciando noble de mi ser la alteza,  105
   pueda reír al ímpetu liviano
con que ciego el poder al uno eleva
y al otro abate con airada mano;
   y huyendo alegre tan amarga prueba,
mi mente ejerza el celestial empleo  110
que anhela el gusto y la razón aprueba.
   Logre de un huerto el plácido recreo,
la grata sombra de alameda umbría,
de fresco viento el delicioso oreo,
   do el fácil giro, la corriente fría  115
de un arroyuelo murmullante y puro,
vista y pecho me colmen de alegría;
   y en grata soledad libre y oscuro,
una casilla, cómoda aunque breve,
asilo ofrezca a mi humildad seguro,  120
   do al fuego el ceño del invierno lleve,
me goce en mayo, el inflamado estío
huya, aspire de octubre el aura leve;
   y allí los cisnes del Castalio río,
el cano Homero, el culto Mantuano  125
y el del perdido Edén cantor sombrío,
   Horacio amable siempre, siempre humano,
el que, oh Delia, en tus ojos se abrasaba
y el que oyó el Geta rígido inhumano,
   el que tu amor frenético pintaba,  130
Fedra infeliz, o la clemencia augusta
que a Cina criminal su diestra daba,
   o el que en Alcira a la opresión injusta
vengando, en César a la audaz grandeza,
y en su Mahoma al fanatismo asusta,  135
   del dulce Laso la feliz llaneza,
del grave Herrera la sonante lira,
del gran León el gusto y la belleza,
   vengan, y cuantos Cintio afable inspira,
a acordar con sus números rientes  140
los trinos que mi cítara suspira.
   Mi espíritu arrebaten elocuentes
el genio ardiente que arredró al malvado
Catilina en sus furias inclementes,
   del gran Benigno el labio que inspirado  145
la nada muestra de su orgullo ciego
al poder sobre el trono sublimado,
   del cisne de Cambrai el suave fuego,
y tu voz, oh Granada, fervorosa,
que alza al trono de Dios mi humilde ruego.  150
   Lleve tras ellos mi razón medrosa
a tus pies, inmortal filosofía,
del gran Bacon la antorcha luminosa.
   Profundo Newton me dirá quién guía,
cual ordenado ejército, a sol tanto  155
rodando inmenso en la región vacía.
   Buffon, natura, tu sublime manto
a alzar me enseñe, y a inflamar mi seno
Platón de la virtud al nombre santo.
   De vicios a Nerón y horrores lleno,  160
en Tácito temblar despavorido
mire, y morir a Séneca sereno.
   Oiga en Livio del foro el gran ruïdo,
la voz de Bruto que venganza clama,
o de Virginia el último gemido,  165
   y arder a Roma en la gloriosa llama
de patriotismo y libertad, que activa
mi sangre agita y su desmayo inflama.
   Tanta es de la palabra fugitiva
la mágica virtud cuando imperioso  170
la inspira el genio, la pasión la aviva.
   Así ocupado viviré gozoso,
sin que del ocio el insufrible hastío
mi espíritu atosigue congojoso.
   Cual sueño, en tanto, de la vida el río  175
se huye fugaz, y hundirse resignado
en él contemplo de mi aliento el brío.
   De la dura desgracia así enseñado
me hago mejor, como la encina añosa
al hierro, el oro al fuego depurado.  180
   Despareció la juventud fogosa,
y en pos de obrar el turbulento anhelo,
y de gloria la llama generosa.
   Ya de la edad el perezoso hielo
mi frente amaga, a decorarla empieza  185
la nieve, y miro con desdén el suelo.
   Téngase, pues, su brillo y su nobleza
orgulloso el favor, llene engreída
el mundo la ambición de su grandeza.
   Gima en medio su espléndida comida  190
la opulencia infeliz; pierda insaciable
la gula en ella la salud, la vida.
   Mientras yo, Ugena mío, inalterable
mi suerte ordeno; silencioso adoro
la alma virtud en su candor amable;  195
   y mil altas verdades atesoro,
ya que no es dado el revocar los años,
los locos años que perdidos lloro.
   ¡Ah, si pudiera ser!, ¡o si los daños
ora en ellos borrar que amargos veo  200
a la luz de mis cuerdos desengaños!
   Otro fuera, ¡oh dolor!, otro su empleo.
Sola, oh sublime celestial Sofia,
de inmenso bien llenaras mi deseo;
   y mientras uno en mísera agonía  205
gimiera de medrar o tras liviana
beldad otro en amor sin seso ardía,
   a otro agitara la codicia insana,
corriera aquél al funeral estruendo
de Marte, y éste tras el aura vana,  210
   yo, escarmentado, de la playa viendo
ya el ponto hervir en furia borrascosa,
su falaz calma sin cesar perdiendo,
   y al vendaval con ala pavorosa
cubrir volando de tiniebla oscura  215
del desmayado sol la faz lumbrosa,
   a par que el hombre en su fatal locura
ciego en los grillos del error se agita,
perdiendo entre ellos su fugaz ventura,
   y mientras más la tempestad concita  220
el turbulento mar, más sin sentido
en medio su furor se precipita,
   en suave paz, en inocente olvido,
sólo en atar de la razón cuidara
al útil yugo el corazón rendido;  225
   lo necesario sin afán buscara;
nunca al ajeno bien contrario hiciera
el bien sencillo que dichoso ansiara;
   innoble al mal, al aura lisonjera
que el cielo a veces favorable envía,  230
el ciego porvenir igual me viera;
   con solícito afán la noche, el día,
para elevarme hasta su excelso Dueño
su obra inmensa sagaz estudiaría,
   y sin temblar del poderoso el ceño,  235
tras el fausto correr, o fascinado
comprar un nombre con mi dulce sueño.
   Tan seguro y veraz cuanto ignorado,
siempre mi rostro el sol viera gozoso,
ni de nadie envidioso ni envidiado.  240
   Que aquél, Ugena mío, es más dichoso
que más oscuro en su rincón se encierra;
y el oro y todo el mando de la tierra
ni un día valen de feliz reposo.




- X -


La mendiguez

ArribaAbajo   No en balde, no, si el infeliz gemido
de la indigencia desvalida alzaba,
príncipe, a vos, para su bien fiaba
entre el séquito y boato cortesano
encontrar siempre un favorable oído.  5
Presto a tender la valedora mano,
presto a enjugar las lágrimas que vierte
la triste humanidad, de la ominosa
vil mendiguez y de la horrible muerte
que ya sus frentes pálidas cubría  10
mis niños redimís, fijáis su suerte;
y en vez del vicio y la vagancia odiosa
en que su infancia mísera gemía,
nueva vida le dais, vida que un día
útil, honrada, laboriosa, el cielo  15
fausto bendecirá, y el patrio suelo
sobre el rico telar verá empleada.
   En vano al hambre ya su desolada
orfandad temblará, ni el inocente
cuello abrumado con el yugo odioso  20
de un mísero abandono, los umbrales
del rico, aún más que su indolente oreja,
conmoverán en tono doloroso.
   Lejos de oprobio vil, de amarga queja,
del ocio torpe y sus horribles males,  25
en el sudor que inundará su frente
y en el salario de sus diestras manos,
colmándolos la industria de sus dones,
su vida librarán y su ventura;
y hombres serán de hoy más y ciudadanos.  30
   Afable recibid de su ternura
las lágrimas, señor, las bendiciones
de su inocente gratitud, mezcladas
con las sencillas que mi afecto os debe.
Bendiciones de amor, no inficionadas  35
del interés o la lisonja fea,
plácida a vos la caridad las lleve;
y ella sola a bien tanto el premio sea.
Ella os inunde el bondadoso seno
del júbilo inefable que consigo  40
trae la dulce piedad; dar blando abrigo
al desvalido, y de ternura lleno
mezclar al suyo el delicioso llanto
de un solícito amor: ¡celeste encanto!,
¡sólido bien divino, inmarcesible!,  45
que en vano anhela el feble sibarita,
en vano el hielo y las entrañas duras
del egoísta bárbaro, insensible,
y, siempre igual en sus delicias puras,
el gozo eterno del Olimpo imita.  50
   ¡Ah, qué a su lado son cuantas el oro
da de ilusiones, ni el inquieto anhelo
de la hinchada ambición, cuantos la tierra
prodiga dones o su seno encierra,
cebo infeliz del humanal desvelo!  55
De delicias riquísimo tesoro,
jamás se agotará; nunca su hastío,
nunca de tibia indiferencia el hielo
ahogan el pecho en inacción amarga.
Entre el silencio de la noche umbrío,  60
las puntas del dolor, la odiosa carga
del grave mando que sus ansias cela
y el crudo afán del velador cuidado,
su recuerdo feliz plácido vuela,
acariciando el corazón penado;  65
bálsamo de salud sus llagas cura,
y alivio y paz y sueño nos procura.
   En él veréis mis niños inocentes,
príncipe, alguna vez en su asqueroso
pálido horror de fetidez cubiertos,  70
quebrando el pecho en su gemir dolientes,
sólo en andrajos míseros envueltos,
sin pan ni abrigo, oprobio vergonzoso
del ser humano y de la patria afrenta,
que por sus hijos, ¡oh dolor!, los cuenta;  75
y en torno luego de ignominia tanta
redimidos por vos, en el semblante
el vivaz gozo y la salud radiante,
triscando alegres con ligera planta,
o al obrador llevados por la santa  80
humanidad del templo, en su contino
preciado afán enriqueciendo el suelo,
que su tumba infeliz sin vos sería,
bendecir gratos el dichoso día
en que a su voz os condoléis benigno,  85
trocando en tanto bien su amargo duelo.
   Hoy para un nuevo ser, de vuestra mano,
en faz alegre y oficioso anhelo
la patria en su regazo los recibe.
Hoy gozosa en sus fastos los escribe  90
de vuestro celo generoso, humano,
señor, por hijos; ¡oh feliz si viera
cumplirle un día favorable cuanto
la fama anuncia y la razón espera!
Estos asilos próvidos que el santo  95
fervor del bien a la vagancia opone,
que a la indigencia humilde desvalida
refugio son, y la vejez helada
implora en el ocaso de la vida,
puertos sagrados, do en salud se pone  100
la mísera orfandad, abandonada
a los acasos de la suerte inciertos,
de la alma religión santificados,
que es toda amor como su Autor divino,
por vos, sólo por vos lógrense abiertos;  105
y al saber cuerdo y la virtud fiados,
llenen al fin su altísimo destino.
   ¡Oh, cuán alegre España aplaudiría,
príncipe, a tanto bien! ¡Cómo el deseo,
lo que ahora anhela, entonces gozaría!  110
Próvido acelerad tan fausto día,
y al ocio dad y la indigencia empleo.
Dádselo; ved cómo doquier se ofrece
cubierto el vicio de infeliz laceria,
y erigiendo en virtud su oprobio mismo,  115
osado vaga y se derrama y crece
impune, embrutecido en su miseria,
corrompe el pueblo, la nación infama,
abriéndole a sus plantas el abismo.
   Ella, señor, a su socorro os llama.  120
Su nombre augusto vuestro celo inflame;
miren mis ojos la vagancia infame
proscrita de una vez: libre se vea
de tan hórrida plaga el suelo hispano;
vil el mendigo por sus vicios sea,  125
su suerte odiada y de piedad indigna;
y al que es baldón no se le llame hermano.
Contra tal peste fervorosa truene
la religión y su contagio enfrene.
Sancione en fin la caridad divina  130
tan sagrada verdad; y en una mano
la vara..., y otra el pan, severa ahuyente,
a par que al pobre verdadero aliente,
al que en su gesto y flébil alarido,
sucio, flaco, asqueroso, a un palo asido  135
-¡oh descuido!, ¡oh vil mengua!, ¡oh desventura!-
vincula de sus vicios el sustento.
No su indigno gritar hiera mi oído,
ni espectro tal a mis umbrales mire.
Cuente yo, cuente mi salud segura,  140
y no en mi propio hogar incauto aspire
la fatal fiebre con su torpe aliento.
   El celo y la piedad a ambos retire
de la vista común; a ambos reciba,
si no el taller, el afanoso arado;  145
su pecho inflame la ganancia activa;
y cada cual solícito, aplicado,
de su noble jornal cual hombre viva;
el celo y la piedad, que en oficiosa
santa hermandad los generosos pechos  150
a empresa apellidados tan gloriosa,
de patriotismo en vínculos estrechos
unir sabrán, su llama difundida
del solio excelso hasta la humilde aldea,
y una la acción y el fin, los medios unos,  155
darle al público amor sublime vida,
al mal doquier remedios oportunos;
y harán que obra tan ardua fácil sea.
¿Y por qué no lo harán? ¿Podrá el tardío
bátavo allá en su suelo pantanoso,  160
el anglo odiado con su cielo umbrío,
o el áspero alemán lo que, ¡ay!, en vano
el genio nacional ansíe afanoso?
¿Menos grande será, menos humano?
¿Ellos tendrán asilos do segura  165
labor se apreste a la indigente mano,
do la doncella mísera, inocente,
gane en su noble dote su ventura,
do cierto abrigo a su flaqueza cuente
la edad caduca y la niñez cuitada,  170
do, del saber y la piedad guiada,
la aplicación se instruya y la pereza
tiemble del crudo azote, la aspereza?
¿Tendranlos, y acá no...? ¿Qué estrella impía
nos domina, señor? ¿Dó está el sagrado  175
amor del bien y la virtud? ¿Qué fuera
del noble y gran carácter, algún día
digno blasón del español honrado?
Su llama generosa, ¿qué se hiciera?,
¿o cuál soplo en las almas le ha apagado?  180
De vos, sólo de vos remedio espera
la congojada patria en tan continos
desoladores males cual la oprimen;
en vos la suma está de sus destinos.
En hambre y muertes las provincias gimen,  185
ahogadas en amargo desaliento;
y el anglo avaro, ¡oh ultraje!, en impía guerra
cual vil pirata nuestros puertos cierra,
déspota infiel del líquido elemento.
Yace el antiguo honor en sombra oscura,  190
y del estado la ínclita grandeza;
gloria, genio, esplendor, poder, riqueza,
todo pasó, y en pos nuestra ventura;
doquiera el dios del mal su cetro extiende,
cetro de llanto y amargura y duelo.  195
Mientras, la infame mendiguez, segura
de su peste inundando el ancho suelo,
bajo sus alas fúnebres se tiende
cual torrente sin límites, y osada,
luto, horrores y vicios nos presenta.  200
Firme, firme oponed la diestra airada,
y acabe en fin proscrita y encerrada.
Medios la patria os prestará abundantes;
tesón en torno y voluntad constantes
vos consagradle, y redimid su afrenta.  205
Nuevo Atlante seréis que en hombros lleve
su suerte incierta y nuestro mal repare,
que la orfandad y la indigencia ampare
y el ser humano a su nobleza eleve.




- XI -


Al Príncipe de la Paz, siendo Ministro de Estado, sobre la calumnia

ArribaAbajo   En el silencio de la noche, cuando
en profunda quietud el ancho mundo
sumido yace entre su manto umbrío,
huye azorado de mis tristes ojos,
señor, el sueño plácido, acosado  5
del monstruo horrible de la atroz calumnia.
Ella, silbando furibunda, anhela,
su ponzoña fatal vertiendo en torno,
cubrir de sombras mi inocencia inerme:
abulta, finge, infama; y a vos osa  10
llegar, príncipe amado, por lanzarme
de vuestro noble generoso pecho.
   Brama, y ya corren a su infausto grito
el falso celo y la ignorancia ruda,
que en vagos ecos su clamor repiten,  15
baten las palmas, y a fantasmas vanos
dar saben forma y menazante ceño.
Su pérfida piedad con voz aguda
veloz los lleva de uno en otro oído;
y en todos, ¡ah!, con misteriosas voces  20
mañosos siembran el infiel recelo,
llaman delito mi franqueza honrada;
mi amor del bien, delirio; mi constante,
inviolable lealtad... De horror, la pluma
de la trémula mano se desliza,  25
un sudor frío por mis miembros corre
y mi ser todo desfallece y tiembla
de noble indignación a ultraje tanto.
Sufrir no puede un alma generosa
tan infaustas ideas; ni a alentarme  30
mi celo fiel o mi inocencia bastan,
ni tus avisos, oh sublime hija
del cielo, alma virtud, consoladora.
   Veo, señor, entre dudosas nieblas
vacilar vuestro espíritu; los gritos  35
del error oigo; a la funesta envidia,
sesga mirarme, y retorcer las manos
lívidas, yertas, sus horribles furias
llamando contra mí; y al justo cielo
llorando clamo en doloridas voces.  40
   «¿Será», le digo, «la virtud hollada
siempre de la maldad? ¿Su infausto trono
sobre mi patria asentará por siempre
el ominoso error, en que sumida
gimió, juguete vil de sombras vanas?,  45
¿ni a derrocarle de su asiento umbrío
bastará el celo, el poderoso brazo
del ministro feliz que ardiente anhela
del desmayado ingenio la divina
llama prender en ella, cual su lumbre  50
el sol desparce en el inmenso cielo?
Cuantos en pos de esta divina llama
osen correr con planta generosa,
del común bien el ánimo inflamado,
¿beberán tristes el amargo cáliz  55
de la persecución? ¿Los pensamientos
se tildarán del que afanoso emprende
de la verdad la ruda áspera senda
o trepar de la gloria a la alta cumbre?
Y el que su honor mancilla, en ocio infame  60
sumido, inútil, ignorante, oscuro,
de olvido solo y de desprecio digno,
¿con frente erguida, de impudencia armado,
osará demandar el alto premio
debido a la virtud que él asesina?  65
   ¿Qué es esto, justo Dios? Allí entre grillos
a España torna por el mar cerúleo
el que, del inundo el ámbito doblando,
logró añadir la América ignorada
de Castilla al blasón. El que a sus reyes  70
dio de la rica Nápoles el cetro,
si en la gloria inmortal, gime acosado
de la calumnia y de la negra envidia.
Allá, doblando el áspero Pirene,
escapa apenas del hispano suelo  75
el que en trueque feliz sus agrias sierras,
antes sólo mansión de fieras bravas,
supo en pensiles convertir, do opima
ríe Pomona y la dorada Ceres;
mientras muere el pacífico Ensenada  80
desdeñado en Medina, y su suspiro
último es por el bien que ardiente anhela.
Allí, apartado de los hombres, gime
en Batres Cabarrús, y el noble fuego
siente apagarse de su excelsa mente,  85
a par que tú, Jovino, gloria mía,
honor ilustre de la toga hispana,
de patriotismo y de amistad dechado,
ves anublada tu virtud sublime:
la envidia vil y la ignorancia ruda  90
se armarán contra ti, pero tu nombre
fausto crece en tu plácido retiro.
Y aquí, malgrado que en su diestra lleva
la suma del poder, miro del dardo
también herido de la atroz calumnia  95
de mi príncipe el seno: da a los pueblos
la dulce paz por que llorando anhelan,
y esta dichosa paz es un delito
que estúpida le increpa la ignorancia.
De la nación la dignidad sostiene  100
que el ítalo falaz burlar quería;
y es otro crimen su constancia noble.
Tienta, ilustrado, que recobre cl César
la parte del poder que en siglos rudos
de densas nieblas le robó insidiosa  105
extraña mano, a su interés atenta;
tiéntalo sólo, y la calumnia clama
«Impiedad, impiedad», con grito horrible.
¡Oh aleve voz!, ¡oh pérfida calumnia!
¿Qué es esto, santo Dios? ¿Jamás ni un paso  110
podrá darse hacia el bien sin que un delito
sea en los ecos de su lengua infame?
¿Serán la luz y la virtud opuestas?
El que trabaja y se desvela, y ansía
el bien, recto en sus obras, ¿delincuente  115
en sus pasos será? Yo en mi llaneza,
en mi simple bondad, en el olvido
de mi oscuro rincón, ¿también gimiendo
y herido y acosado, y hasta el trono
alzando su clamor la negra envidia?  120
   ¿Qué es esto, justo Dios? ¿Dónde indignado
los hijos llevas de tu amada España?
¿Qué horrible abismo ante los pies les abres?
¿Por qué destierras de sus nobles pechos
la amistad, la virtud? ¿Por qué enemigos  125
los haces, y arman sus honrados brazos
en mutua destrucción?». Mi ruego humilde
fue atendido, señor: ante mis ojos,
un resplandor desde el excelso cielo
pareciome bañar mi humilde estancia,  130
el aire rutilar más claro y pirro,
y una divina voz que poderosa
«Sigue», clamó, «no temas; sigue y lidia
que el día llega de la luz; la patria
mira a lo lejos hacia ti las manos  135
tender y el lauro plácida ofrecerte.
Tiempo será que tu inocencia brille
pura así como el sol, que tus anhelos,
a término felice al fin llevados,
la ansiada gloria de tu patria vean  140
y de las ciencias el augusto imperio,
derrocado el error al reino oscuro».
   Yo, embebecido en la visión divina,
alcé los ojos, que hasta allí caídos
el dolor y las lágrimas tuvieron;  145
y os vi, señor, con plácida sonrisa
oír mis voces y alentar mis penas,
bien como cuando de la vil calumnia
quejándome ante vos, en vuestro seno,
de bondad lleno y de indulgencia afable,  150
depositaba mis dolientes ansias.
Tal os viera, señor; así de entonces
tranquilo aliento, y su clamor insano
alzará contra mí la envidia en vano.



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