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Ha correspondido a la selección de Alfredo Gangotena cerrar, como un magnífico colofón, la obra fundamental de la Biblioteca Ecuatoriana Mínima, expresión, limitada si se quiere, de la cultura nacional, en el proceso de cuatro siglos de elaboración, hasta nuestros días -en lo que se refiere a los valores humanos a quienes la muerte ha asignado ya su vivencia histórica-. Y así, en el desenvolvimiento de nuestra poesía, hemos podido constatar, aquilatar y admirar las más variadas y contrapuestas expresiones, desde el alambicado culteranismo de Antonio Bastidas y Juan Bautista Aguirre, nuestros dos primeros poetas coloniales, a través de la épica rotunda de Olmedo, del clasicismo, neoclasicismo y romanticismo, con Remigio Crespo Toral como figura señera y central, y del modernismo en todas sus facetas -marcando su huella de introversión y desasosiego en Borja, Noboa, Fierro y Silva- —606→ hasta el existencialismo filosófico de Gangotena. En la búsqueda de la perfección, el realismo positivista, engendró el parnasianismo; como el idealismo filosófico el simbolismo; mas, parece verse en la esencia de nuestro tiempo una profunda corriente romántica: así lo indica la pugna entre el idealismo y el positivismo, unificados para ello, contra el existencialismo. Y el existencialismo es en el fondo una tendencia romántica: la existencia de cada ser es más profunda y compleja que toda explicación intelectiva. Es menester, sin embargo, reflexionar que si en la hora de la desolación, de que habla Pascal, la ciencia no nos consolará, es dudoso que en aquella tampoco nos acompañará la obra poética. Esta evidencia desoladora imprime caracteres inconfundibles a la obra de Gangotena, que pretendió trasplantar su mente filosófica a la pureza de la lírica, mediante el artificio del hipérbaton agudizado y estilizado hasta la tortura por la magnificencia de la palabra, como clave de una idea inexpresable e irrevelable.
A los quince años de edad, en 1919, Gangotena estampó en un poema íntimo -«Nocturno»- esta transposición, reveladora de lo que sería en sus producciones futuras, su modo de decir poético:
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Como en Tempestad secreta nos dijera más tarde -en 1940- ya en el pleno desarrollo de su lírica:
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La presencia de Gangotena en nuestra antología de poetas, nuestra y por tanto eminentemente española, se justifica y se impone. Poeta bilingüe, fue calificado y considerado en la literatura francesa de la época como un extraordinario lírico. Pero también su huracanado estro despliega magnificencia original e inconfundible en Tempestad secreta y en varios poemas en español incorporados en Absence o publicados aparte de sus obras en francés.
Más aún, el substrato de su inspiración, la fuente anímica de sus creaciones, mana abundosa e inextinguible del solar geográfico al que estaba arraigado por nacimiento y por ancestro: sólo a un poeta americano por esencia y por excelencia puede sugerirle el inconsciente o puede aquel tener la clara conciencia de un símbolo como el orogénico, tan atormentadamente cósmico, tan dislocadamente andínico, para el devastador vendaval desflecado en los riscos de su alma.
¡Con cuánta razón los gobiernos del Ecuador y Francia le otorgaron post mortum, como a hijo destacado y predilecto, la medalla «Al mérito» y la cruz de la «Legión de Honor»!
Los fragmentos de algunas opiniones que se publican a continuación completan, con su autoridad, el conocimiento del gran lírico americano, nacido y muerto en Quito.
—[608]→ —609→
Quiero hablaros ahora de uno de los más leales amigos de Francia, de la Francia en la América del Sur, el gran poeta ecuatoriano Gangotena, que en plena juventud acaba de morir en Quito [...]
Lo conocí por el año de 1923, antes de que preparara su ingreso a la Escuela de Minas, donde fue admitido a título de francés. Gangotena fue uno de los raros estudiantes extranjeros que ha sido aceptado con ese privilegio.
Antes de entregarse totalmente a la poesía, Gangotena se interesó con todo su fuego en la filosofía y especialmente en la metafísica. Pero fue su poesía, tan original y conmovedora, la que le convirtió en uno de mis mejores amigos [...]
Cuando se decidió a enseñarme sus versos en francés, quedé súbitamente asombrado por la personalidad profunda y la natural grandeza de este poeta de diez y ocho años. La originalidad, la verdadera, la que viene de las fuentes mismas del corazón, brotaba gravemente de estos poemas sombríos y abrasadores, a menudo difíciles, pero cuyas propias tinieblas se reflejan en esas —610→ aguas maravillosas, y dan testimonio de elevación y de belleza palpitantes.
Espíritu sin prudencia, así escribiese en francés o en español, afrontaba siempre con brillo, y con qué terrible éxito, los extremos más peligrosos de la poesía. Era un poeta difícil, y no porque cultivase el hermetismo, si no por la densidad de su lirismo y la riqueza de sus facultades.
Delicado de salud, siempre en peligro, estaba dotado maravillosamente para recoger y situar el sufrimiento humano. Era uno de esos raros poetas desgarrados y desgarradores, cuyo patetismo es la brújula constante y cruel.
Desde el comienzo se clasificó en primera línea en la poesía joven francesa y tenía también muchos admiradores en Bélgica. Nos deja tres libros: Orogénie, Abscence, Nuit... y otro en español, cuyo título define también al poeta: Tempestad Secreta.
Después de los horribles días de 1940, Gangotena se consagró a nuestra causa, hizo religión de Francia, por así decirlo. Abandonando sus negocios y sus estudios, dio todo su tiempo y todas sus fuerzas a nuestro país. Fue el portapalabra del comité de la Francia combatiente en el Ecuador, ante las autoridades de su país, ante sus amigos, y especialmente, ante los enemigos de nuestra causa. «Es mi modesta contribución para mi patria espiritual»
, decía.
Algunos minutos antes de su muerte, en la plenitud de su conciencia, pidió... que se le enterrase con esa Cruz de Lorena que siempre llevaba consigo.
—611→
[...]
La obra publicada de Gangotena, en espera de la próxima edición de Noche y de Tempestad Secreta, preparada (esta última) por sus amigos, está contenida (entre otros) en un librito de raro mérito, cuyo solo título abre a nuestro conocimiento los caminos solitarios de un país venteado, de naturaleza solar; de una tierra de cataclismo, alimentada por una frondosidad que atrae las tormentas, como las que en las altiplanicies de la Cordillera se desencadenan tan frecuentemente. Se trata de Orogenia, de una génesis de las rocas donde jamás falta la acción de las aguas. Dice él:
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Es a estos valores de viento, vida y verdor, que está dedicada la obra de Gangotena. Despojada de su vestidura de gritos, no en vano la nombra: «indolente cadena de montañas bajo mi peso»
.
Pero los gritos mismos, con qué autoridad, afín a las de un Lautréamont y de un Saint John Perse, estallaban en la poesía de 1930. El surrealismo había agotado las metáforas y conducida a más de un poeta a no venerar sino al campo de atracción de las palabras abandonadas a su suerte, de palabras atenuadas. Con la terrible inocencia de sus veinte y cinco años, Gangotena atendió, por el contrario, al sortilegio de su corazón.
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dice con osadía. Y hay que oírle en toda la fuerza de la exaltación:
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Vemos, entonces, cómo el adolescente grácil, generoso y altivo, a la vez prisionero de América e imbuido de amor a París, espontáneamente descubre un lenguaje sensible, evadido de la tristeza que le atormenta tan dolorosamente.
Es verdad que la magnificencia fue la cualidad predominante en Gangotena. Gracias a ella su estro sobresale en el grupo que giró alrededor de las Odas de Claudel, las Gravitaciones de Supervielle, y tiene su profundo arraigo en un lenguaje de cristiandad.
Magnificencia concreta, palabras concretas de magnificencia, ninguna otra definición es más acertada para la lírica del poeta galo-ecuatoriano:
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O bien esta exhortación sideral que descubre el fin de los huracanes, la noche por atravesar:
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Orogenia abunda en tales resplandores, de un cielo grave y luminoso donde «las sedas eucarísticas»
se despliegan alternativamente. Sin embargo, Gangotena no era conocido sino de algunos
—613→
que le descubrieron en la Ligue de Coeur de Julien Lancé y le han tenido desde entonces por uno de nuestros primeros líricos. Pero, dejaremos a Supervielle la labor de hablarnos a nombre de estos pocos para relievar este parentesco francés con las repúblicas sudamericanas, y ampliar el campo de nuestra común fraternidad (Mensaje de Supervielle).
Caro amigo Supervielle, usted aceptará que sea hoy día que (a su Mensaje) conteste nuestro Gangotena con palabras suyas que las he escogido del poema «Absence» en las que se reconoce más aún la intención de su destino, que hoy rememoramos:
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—614→
Ha sido usual, al parecer con sobradas razones, ubicar a Alfredo Gangotena entre los poetas europeos y particularmente franceses, subestimando lo americano y ecuatoriano de su nacimiento y vida. Datos formales y sucesos de su existencia concurren a robustecer tal generalizada creencia, según mi opinión, no del todo justa ni verdadera.
Si bien Alfredo Gangotena muy joven se traslada a París, se gradúa de Ingeniero de Minas y en especial asimila, rápidamente, la alquitarada cultura francesa y como si fuesen propias se ubica en las turbulentas corrientes líricas de la primera postguerra, en cambio y en contraste demasiado acusado, su obra tiene tal vértigo cósmico, tan proteica naturaleza, tal convulsionado éxtasis, tan arrebatada orquestación, sólo posibles en un ser nacido y nutrido en un continente en el «tercer día de su Creación». Lo americano, a pesar de él y contra él, brota de su poesía, inevitable y fatal, como la lava de un volcán incandescente.
Se dirá que llegó incluso, en admirable compenetración anímica, a adoptar el francés como su idioma poético, pero aquello fue apenas la forma, el cincelado molde conteniendo y derramando —615→ materias en ignición, bullentes, caóticas, desesperadas por la bravía naturaleza en crecimiento, más que por la desolación del espíritu que caracteriza a la vieja y sabia civilización gala.
Difícilmente en un país dominador de la naturaleza, de primorosos jardineros como dijera Kyserling y de razonadores puros con los cartabones geométricos y disciplinarios de Pascal y Descartes, puede darse un vibrante torrente poético como el de Gangotena. Necesitábase precisamente la «orogenia» atormentada, las adustas o imponentes cimas coronadas de vértigo y nieve, los angustiados congostos escalofriados de abismos, la dilatada selva devoradora y aún no vencida.
Esa vigencia telúrica ha obrado fatalmente en todos los grandes poetas americanos arrebatados por lo universal y fascinados por el absorbente foco cultural de Francia. Tales los casos en lo que va del siglo del uruguayo Jules Supervielle, del chileno Vicente Huidrobo y de nuestro Alfredo Gangotena. Todos ellos escribieron buena parte de su obra lírica en francés y sin embargo y a pesar de todo, se los percibe americanos por el tono místico y su proteico vigor creativo. Es como si un delirio cósmico, metálico, los poseyera constantemente, tal el subsuelo de su tierra volcánica y la áspera y dura silueta de las altas cordilleras, por eso, en general, sus poemas son alucinados y desnudos como las aristas de los Andes perdidos en los cielos de tormenta y sus cantos desmeñados y frenéticos como la tierra rasgada de metales y humos excesivos.
No hay en ellos como en Claudel, por ejemplo, la experiencia completa y poderosa del mundo, sino el mágico deslumbramiento de la creación, como en el génesis. Cantan bellamente al borde del caos, muchas veces rondando la locura, la muerte, el suicidio.
A esos desadaptados de nacimiento y temperamento perteneció Alfredo Gangotena. Habría querido ser francés sobre todas las cosas y amó a ese país con locura, pero más cerebral que entrañablemente. Sentíase en verdad un exilado de su patria aún invertebrada y rebelábase contra el medio como el condenado sin remisión, porque sentía precisamente los tiránicos imperativos de la geografía y el ambiente.
Por eso su poesía es un constante acezar sobre temas contradictorios. Odia a la naturaleza, pero se rinde a su grandiosidad omnipotente y la canta en tonos sombríos; junta materiales díscolos, fuerzas oscuras, problemas síquicos sin solución, pensamientos y sentimientos personales entremezclados con imprecaciones, con apóstrofes, con exclamaciones, con delirios mágicos y a veces místicos, que es como crear un mundo subjetivo aparte, dentro del mundo.
Sin lugar a duda Alfredo Gangotena fue un gran trágico, un trágico de estirpe universal. La oposición de lo material y de su espíritu se plantea en conflicto irredento. Por eso pretende huir de la realidad pero abrazándola fortísimamente como un náufrago. Las fuerzas de la naturaleza lo anonadan y sin embargo se desbordan en sus poemas y le acompañan en orquestación grandiosa —616→ y a menudo aterradora. Las mil facetas de las manifestaciones de la tierra amplificadas con el tan-tan de su obsesionante tambor totémico, constituyen el telón de fondo de su grandiosa pero desgarrada arquitectura lírica, firme a pesar de las tormentas, clareante en medio de una atmósfera de génesis.
En tan pocas líneas es imposible dar una idea aproximada de la desconcertante riqueza, de la tremenda densidad poética de la obra de Gangotena. Ninguno de nuestros líricos conocidos le aventaja en primitivismo y universalidad al mismo tiempo. Él a la vez es nuestro y del mundo y sólo por eso podría ser francés.
Antes de los cuarenta años dio cima a una obra casi igual en calidad y en lirismo atormentado desde sus primeras producciones de adolescente en 1923; en 1926 escribe La tormenta secreta libro de cinco largos y desgarradores poemas; en 1928 esos cantos telúricos y acaso místicos de Orogenia; en 1930 Ausencia, poema desolado y desesperado hasta el paroxismo, dividido en 17 cantos; en 1938 Noche poema de anticipación funeral, lleno de horas negras, citas agoreras, fatídicas, en las que se siente «desnudo en un antro iluminado de sudores»
; y, por fin, en 1940, uno de los pocos poemas en español como marcando el regreso al lugar de origen, a la matriz, ya cerca la cuenta final de su vida, Tempestad secreta, en verdad la última y más atribulada tempestad de su alma, tempestad metafísica de amor y soledad, de esa terrible soledad ya cercana a lo eterno.
—617→
Era menudo y fino, como tallado en palo de naranjo. Su silueta se había ido de la memoria cuando después de 1918 se embarcara para Francia a seguir sus estudios en la Escuela de Minas de París [...]
Después llegó, de tarde en tarde, un rumor: [...] comenzaba a perfilarse como un extraordinario poeta francés y se movía con soltura y sensibilidad entre los Élouard, los Aragón, los Supervielle, gestando su poesía pánica y huracanada. Así se le vio volver al filo del año veinte y siete, con su garganta defendida por una bufanda con los colores de Francia, sensitivo, melancólico, taciturno, como mordido por un mal de ausencia. Así llegó una noche acompañado de Henry Michaux con su sombrero de alas cansadas, a sentarse a la mesa de la «Logia de los murciélagos». Traía sobre su prestigio de ausente entrañable, el airón de su poesía estremecida, creciendo como un cardo triste [...]
Era excepcional su presencia, aristocrática y sencilla, disimulada, bajo una tranquila y filosófica serenidad. Las gentes de pluma, irreparablemente lugareñas, miraban con emboscada hostilidad a este poeta que «escribía en francés» y que, para ellas —618→ tenía el sello perjudicial del «descastamiento», de espaldas a la realidad de su tierra, ausente muchos años de la fragua vernácula, ajeno, por íntimo pudor, a la bravía literatura insurgente de aquellos años. No se quería comprender cómo el poeta había asimilado una manera de ser ante el arte y la poesía diametralmente opuesta a la actitud vindicativa de aquellos años [...]
Alejado vivía Gangotena de todo ornamento artificioso, de toda postura cándida o afectada. Su actitud era insular, habitando en un mundo interior inaccesible para los demás, que él defendía con entereza suave. Ajeno a la figuración, alérgico a la ostentación vanidosa, mantenía su aislamiento, libre de contactos impuros, cultivando su poesía al margen del elogio o la diatriba... Su conflicto interior no rebosaba jamás a la superficie; aceptaba el dolor con estoica entereza, sin desbordes patéticos, con castiza hidalguía. Y era, la poesía, la misteriosa, la secreta espita por donde manaba su dolorida angustia con hamletiana permanencia.
Nada más lejos de su orgullo que asumir la postura del incomprendido. Una altivez ingénita constituía su amurallado recinto. La vida opaca de sus últimos años, tempranamente últimos, se diluía en la lectura y en la creación tumultuosa, como si adivinase su fin próximo. Toda su experiencia sutil, la erizada aventura de su espíritu, se volcarían torrenciales en aquella Tempestad secreta en la que afloran sus calladas dudas y su conflicto interior, con una fuerza de cataclismo, pulverizando sus anhelos y estableciendo sus comprobaciones sobre el trágico caos. Su estampa era la estampa de un ausente, gravitando sobre la noche sin fin, en una soledad cundida de alaridos, de presagios, de inéditas desgarraduras, de fosforescencias satánicas. Pero, entre su poesía y su actitud existió una confusa distancia insalvable. Nadie diría que ese rostro de niño triste y apacible escondiese una flamígera tormenta interior sacudida por el espanto [...]
La caída de Francia bajo las divisiones acorazadas del fascismo, causó en el ánimo de Alfredo Gangotena un penoso impacto del cual no alcanzaría a sobreponerse. Su pasión francesa era consecuencia de sus años de conocimiento del espíritu de su pueblo, de su plena identificación con su cultura, de su amor por las vetustas piedras que ornamentan el paisaje de Francia... Sólo su caudalosa poesía le ayudaría a salvar las fronteras de la pesadilla de aquellos años. Entonces, se refugiaría más anhelosamente en los recuerdos de sí mismo, para mejor contemplar el conjunto de su existencia de permanente trasplantado, de ciudadano de una nostalgia, de peregrino de un espejismo.
Su epílogo final se desencadenó con incontenible violencia. Sobre su lecho de agonizante llegó el postrer homenaje de la más noble condecoración de Francia: la cruz de la Legión de Honor que el Gobierno de la Liberación adjudicara a este poeta crecido a la sombra de sus más bellos jardines. La cruz llegaba con la muerte, en alegórica coincidencia. Tal fue la pasión y tránsitos de Alfredo Gangotena...
—619→
Lacinantes y tremendas habían sido la vida y el drama de Alfredo Gangotena. Para tanta desesperación tenían que ser forzosamente breves. Nació y murió en Quito, murió de Quito. Su formación francesa explica su sensibilidad, su gusto, la lengua en que mejor se expresaba, sus excentricidades, sus refinamientos. Franceses eran su propia poesía, el título de Ingeniero de Minas obtenido en la Universidad de París y su actitud de desterrado. Pero su entraña, el sabor a cobre y sangre de su poesía, su embriaguez de trópico, su original versión del cosmos, si se quiere ese cierto desorden de su estro y alguna oscuridad que recorte su obra, eran auténticamente ecuatorianos. El Ecuador le donó las asperezas y las contradicciones de su dislocada geografía, su temática y algo de esa vacilación implorante de quien se mueve en un mundo rudimentario:
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—620→
[...] el matemático oscuro, el poeta extravagante y de rabiosos contrastes, vivió sus últimos años, los más atormentados, en rotunda beligerancia contra el medio pacato y aldeano, en provocativa rebeldía, sufriendo y escribiendo, huyendo cada día a París, a través de sus versos cargados de imprecaciones o de melancolía, y por el camino de una fraterna correspondencia con sus amigos europeos, a quienes había sorprendido con el envío del primer volumen de sus versos: Orogenia. A la hostilidad o al silencio de los medios literarios ecuatorianos replican con su aliento y su elogio Jean Cocteau, Max Jacob, Tristán Tzara, Teodoro Banville y Jean Cassou y Michaux y Élouard y el gran filósofo Jacques Maritain.
Pero ni el tierno e incitante «Mensaje a Gangotena», de Jules Supervielle, logra agitar la charca en que se ha empantanado el poeta:
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Para entonces, Banville ha incorporado un soneto de Gangotena a su Manual de Literatura Francesa, y la revista Argus de la Presse le dedica algunas páginas. Para entonces, también Gangotena ha madurado, serenando su ímpetu y frenando e se borboteante desaforado elocuentismo tropical de su obra primigenia. Ha forjado un lenguaje poético personal, que sólo a él es dado emplear, e incorporado al francés imágenes de su mundo violento y bárbaro.
Su poema Ausencia -un libro- servirá para ratificar sus altas, originales calidades. Max Jacob dice de él: Ausencia me —621→ hace el efecto de una gran campana, cuyo sonido escucho con deleite. Me dice así: no más entretenimientos artísticos ni pequeñas acuarelas. Una época trágica requiere una poesía trágica. Una época desolada, poetas martirizados. Y he aquí que de las Américas nos llega una voz de metal, un verbo firme y profundo y un corazón lacerado por un mal atroz, el mal del país, el mal que nos ha dado el gran poeta Ovidio, y tantos otros desterrados.
A lo que Jacques Maritain agrega, en carta al poeta: «Estoy conmovido con el envío de vuestro poema que he leído con gran placer. Permitidme que os diga con toda sencillez que he experimentado con ese poema, Ausencia, un profundo sentimiento de admiración y emoción. En la decadencia actual de la poesía, ese sentimiento ha llegado a ser para mí tan raro, que tengo una alegría muy particular al poder expresarme en esta forma. Vuestro poema es de una grandeza trágica que admiro profundamente. Hay tal belleza de forma y de volumen que me conmueve. El alma liberada pasa por vuestros versos. Vuestra soledad debe ser muy grande en ese país "duro e ingrato". ¿Puedo deciros que contáis aquí con amigos sinceros
y fieles?»
—622→
Orogénie =avec un portrait de l'auteur por P. A. Bar gravé sur bois par Georges Aubert = Editions de la Nouvelle Revue Française = Paris, 1928. Achevé d'imprimer le vingt-deux mais mil neuf cent vingt huit a Dijon sur les presses de Maurice Darantier = Orogénie - L'Orage Secret (1926-1927).
Orogenia: Cuaresma, Cáliz de sombra, Bajo la enramada, Orgía, Bebida turbia, Figura de drama, Velada, Sala de espera, El ladrón, El hombre de Trujillo, Provincias eólicas.
La Tempestad secreta: La sombra de las secoyas, Nocturno, La voz, ¡Oh sol entre las aguas!, Canto de agonía.
Absence = Chez l'auteur. Mil neuf cent trente-deux. Quito, Équateur = De cet ouvrage, achevé d'imprimer le 10 décembre 1932, 11 a été tiré 600 exemplaires numeratés de 1 à 600.
Ausencia: (1928-1930) = I los ángeles esperan... II Recuerdas, tú...?, III Es ya tiempo de mi retiro..., IV Estás ahí ya, en medio de la noche..., V ¡Oh tierra! Tierra tres veces maldita..., VI ¡Ah! soy el viajero que se estremece y dice..., VII Muchos insectos en torno de un solo pensamiento..., VIII —623→ Golpead!, ¡golpead!..., IX Los muros tiemblan, las hojas también..., X Esta enfermedad mortal..., XI Señor, me ha retornado la locura..., XII Visiblemente me debilito, desaparezco..., XIII Oh luz filtrante y bienhechora..., XIV Estos muros de sombra..., XV Adiós, mis perros...
Texto original en español: XVI Altas aves, ya en el jardín del vuelo..., XVII Y yo seré la ardiente espina...
Nuit = Poème liminaire de Jules Supervielle = Cahiers des poétes catholiques = Achevé d'imprimer sur les presses de l'imprimerie Van Doorslaer... a Bruxelles, le 22 novembre mil neuf cent trente-huit = (50 ejemplares de lujo numerados del 1 al 50, 350 numerados del 51 al 400 y 650 no numerados).
Nuit (1938) - Abscence (1928-1930).
Noche: I Brisas, apartaos de mi senda..., II Mi semblante sumiso en la extirpación de las palabras..., III Así ataviada con las tinieblas de tu fuerza..., IV Qué acontece esta noche...? V En la boca de los muertos... Ausencia= Ibid. Poemas I a XV.
Tempestad secreta = Quito, abril XCMXL. Acabose de imprimir el 30 de abril de 1940, en las prensas de la Caja del Seguro (350 ejemplares numerados).
Poemas Varios: Revues Intentions (París, 1923), Philosophies (París, 1924, 1925).
«Paseo en el techo», «Arco Iris», «Vidriera», «Terreno baldío», «Camino», «El solitaria», «Pera de angustia», «Partida», «Cristóforo». Texto original en español: «De lo remoto a lo escondido», «Vigilia adentro», «En estas nocturnas salas», «Agonías de un caribú», «Perenne luz». (Hermenéutica de «Perenne Luz»).
La Biblioteca Ecuatoriana Mínima ha acogido, para esta selección, traducciones de Jorge Carrera Andrade (Poesía francesa contemporánea, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1951) y Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego (Alfredo Gangotena: Poesía, Edit. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1956). De Tempestad secreta se publican los textos comparativos de la edición de 1940 y de las variantes para una nueva edición, texto el último hasta ahora inédito, a fin de que se aprecie la perpetua y constante depuración de su lírica.