Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes
y un oceánico silbo de tromba hace cerrar mis ojos,
en mi alma se extiende el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
soledades a través del espacio melódico de los cielos,
soledades, os presiento.
¡Oh Pascal!
El espíritu de aventura y de geometría,
en avalancha me sobrecoge.
—625→
¡Y acaso no soy sino un acróbata
sobre las geodésicas y los meridianos!
Mas, como tú antaño, pequeño Blas,
boca arriba bajo las sillas,
con gran estrépito muerdo los travesaños.
¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina las ventanas.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria dignificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas
¡Oh palpitación vertiginosa
de esas alas bajo las sienes!
(¡Sombra eterna de mis manos!)
Ruta solar de mi potencia
y ruta del pan: la espiga violenta.
Las pupilas ávidas del colegial se consumen a la sombra de los graneros;
las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe bajo la gracia de Dios.
Torrentes, torrentes, ¡oh rieles de Aldebarán
por dónde resbalan los trineos!
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros
sobre nuestras cabezas, en el deslumbramiento de la paloma,
en la ardiente seda del movimiento.
¡Ah, que venga,
flor apagada en el aliento de su tumba,
nuestra madre hasta nosotros,
¡nuestra tierna madre en la augusta presencia de los océanos!
Sobre ti, ahora alada de mis manos,
sobre ti mis ojos se cierran
como labios
al sabor de un vino más generoso.
—626→
¡Ah, muy pronto serán los remolinos de la penumbra!
Señor: Vuestras seis épocas en un collar.
El himno exaltado de la palabra nos sostiene
¡Y más fresco que todas esas hierbas
de nuestras salivas el pilar de donde salta el licor de los gineceos!
¡Manantial! confesión de un alma que se honra
en ser aún más blanca que la aurora.
Rompeos, puertas: El día que acaba de nacer
llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se extingue a las brisas del mundo:
apresúrate,
¡oh mi alma y despierta, en la octava de tu canto,
el florilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, las vertientes y los valles,
como se abrevan en esas linfas que brotan de la misma entraña metálica de la roca,
yo me sacio en la garrafa del ventrílocuo.
¡Ah, bajo la amenaza de los signos siderales,
huye amigo -cabalga los montes y las tinieblas-
aún a riesgo de perecer
en la brasa relampagueante de los vitrales!
¡Escucha! Oye cómo cruje a los lejos la encrucijada,
génesis de tu soplo,
teclado del viajero.
-En mí, el más noble ejemplar de las aves zancudas
espumea y gruñe la saltante savia del caucho.
Esas voces del huracán, aún distantes, sacuden
el bosquecillo sonriente de las brisas en la mañana:
como ellas me levanto en la verticalidad floral de mi impulso.
¡Oh manantiales! Como ellos aspiro a las cimas
líquidas y seculares de la selva.
—627→
Cal viva y lustral de las lagartijas del cuerpo en harapos.
A la sombra de las secoyas meditan las formas barrocas
la herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se dilata
en la verde substancia del aire,
el relámpago estalla
en las piedras y en los bosques,
en la noche eocena del cazador.
-Oh, flores,
mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan emocionante en el llamado:
¡Ven, acude!
Ven, señor de las ondas y de las especias:
¡Oh navegante Cristóforo,
dinos el esplendor subterráneo
de tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra, atropellamiento de fantasmas.
Llevad esos lagos, esas islas, esos arrecifes,
¡oh brazos del semáforo!
Id, oh mis párpados, barcas locas, id a zozobrar incesantemente,
id, entre las campanas de los náufragos, a tejer vuestras cortinas de plata!
El ángel ronca,
el ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su nido siniestro.
Incansable, la espuma color de humo.
Emerge -baba inmunda de las bebidas de Baltasar.
Los palmípedos, los ganoides remontan la corriente
de esas aguas tumultuosas bajo las aguas,
de esas trombas ensordecedoras y submarinas del trueno.
El águila altiva,
el águila apocalíptica planea y reina sobre los vientos.
—628→
¡Tierra! ¡Tierra!
Yo me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de Pathmos.
Viñas de Noé, racimos de Jafet,
el vino me envuelve con todos sus anillos,
-detrás de las vigas vigilantes del dintel
amigos, cumplamos la orden del alfabeto,
la visión y la estima conyugales.
El polen del solsticio, como de miel, en la basílica
deslumbrante de mi oído,
las harinas, las llamas del desierto,
¡el misterio del mundo abierto a mi conocimiento!
¡Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles matemáticas!
Mas los trucos y los nombres, los hilos del Álgebra,
me ayudarán a olfatearte
¡oh tácita estrella de magnesio!
Ya, luminosa, te anuncias a la turbación de mi pensamiento,
mis miembros ciegos exploran
las brumosas telas de araña.
El pájaro balsámico
no otea como etapas de su vuelo
sino las sílabas inciertas de mi palabra.
-¡Detén tus bielas, las facetas de tu ojo,
oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
A grandes pasos subimos por la escala botánica:
¡Dios!
La casa se ausenta de nosotros, con el gran estremecimiento de sus persianas.
Antaño, en Florida, sobre campos de esmeralda y de pimienta
el Cordero Místico pastaba libremente.
—629→
¡Oh chantres sobre las colinas
prestaos a la alborada que os cantan los metales.
-¡Es verdad! Ya no es el bello desorden de la oda:
¡sobre la playa se expande la umbela del barbero!
Ondinas, oréadas, hijas eternales en éxodo
¡Aleluya! Ved
aparecer -como zócalo el rumor angélico de las brisas-.
En el aire diáfano, las Siete Iglesias.
Abre las puertas,
grita las palabras de tu Libro
¡oh Juan!
¡Descansad
descansad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de cáñamo!
El imán magnético desata los glaciares de la aurora boreal;
es la hora
en que el ángel reposa sobre el estante de su sombra,
para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
y la extraña morada,
la extraña y melódica morada de las aguas cenitales.
Llevo mi cabeza en la mano como San Dionisio
desganadamente, Señor, ¿de qué país
vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes,
me penetran como silbidos sordos Vuestras miradas.
—630→
Bajo la enramada
(Traducción de Gonzalo Escudero)
A Gonzalo Zaldumbide.
Aprendo la gramática
de mi solitario pensamiento.
En la enramada rosa
todo tiembla, menos
este libro guardián, que reposa
5
cual ángel en sueños.
El hombre rígido, en la acera,
es justa medida del árbol,
el techo agita su ramaje de pizarra
donde florecen negros pájaros.
10
Bajo el cielo, campana de tomillo,
el mundo suspira, se apaga la brisa.
Transitoria, en la sombra, se posa
la imagen del mejor amigo.
Allí mi ángel guardián reposa
15
como un libro adormecido.
En la onda de savia invernal surgida de mis sienes
escucho el aletear del olvido.
Estas vigas, que sueñan a la claridad de la lámpara,
silenciosas, esparcen su alma carcomida.
20
Moscas, larvas, chinches, hormigas,
y tú, en el sueño, indolente oruga,
¡acudid pronto, saltad, festejad!
Que ya la noche hunde su quilla
en la rada del hogar.
25
—631→
Orgía
(Traducción de Gonzalo Escudero)
¡Coruscante en su boca, la panacea!
Las venas del padre no son
sino hilos de celaje azul, ramaje del blasón.
El espíritu ha hecho de su cráneo
la sola brújula del pensamiento.
Las manos levantan el cielo raso
como antorchas de ciencia y de progreso.
He aquí que nuestras mejillas se tornan carmesíes.
Somos sus huéspedes de gran linaje.
Luego nos procuran su ambrosía
el ajo, la estricnina y el sublimado.
Corimbos, umbelas, encajes en llama.
Mis miradas tatúan los senos de la dama.
Oh hermanos, que mi corazón haga la vuelta de la mesa.
¡Sobre mi rostro lamentable, mis lágrimas no son sino gotas de sangre!
Estos brazos nacientes como tromba sórdida de la axila,
el innoble deseo y el vientre, los pómulos de la infame
junto a la salina blancura del mantel.
¡Duerme! ¿Para qué la amargura fluyente
de tus santas y lejanas soledades, oh mi alma?
Ellos, urgidos por la sombra de los grandes caminos,
franquean temprano las puertas del Edén.
Luego yo, el indigente, me quedo junto a Lázaro
Cogiendo sus cortezas y sus migas de pan.
—632→
Bebida turbia
Traducción de Jorge Carrera Andrade
A Henri Michaux.
Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina del sueño, en mi ciudad
la oda se inicia: ¡Que comience a mugir en mí la imprenta!
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes, ancas de la pradera.
La imagen del Espíritu Santo se enciende detrás de la vidriera
sus alas de amor bordadas penden de los extremos del dintel,
y sus sombras de miel, umbelíferas, me abrazan y me penetran
sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores: Pentecostés de mis padres.
Rocas ¡Como esas frutas
madurad, rocas bajo la luna,
en las salivas del año!
—633→
¡Ah! Sitios de mi grandeza.
Y más blancas que todo esas nievas,
que el iris del moribundo,
en los manantiales del azur mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Me agarro a las paredes de antro como las lágrimas de las madréporas.
Semejante al gallo en su demencia planetaria,
por la sibilina mano de yeso estoy absesionado.
¡Oh palabra en el olvido,
astro del desierto aclara mi desnudez,
deja el agua celeste de tus ramas expandirse y
resplandecer
sobre el paisaje de un solitario.
El grito verde de la rana en mi alma pronto se liquida
y como el topo
que mina las bóvedas de la tierra,
la frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ando ciego y busco las treinta y tres clavos sobre el entablado;
el alfabeto del bosque me devuelve las palabras sonoras, ya pronunciadas.
Tened compasión de mí
miembros solidarios de la aventura, exprimid el limón de nuestra faz.
Los párpados se ausentan, el cielo se hace:
¿Virgen súbita, eres tú, como el océano
que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?
Mientras que se eternizan, en la roja esfera de mi sangre
el rumor y el estrépito y la vigilia voraz de los chinches
levantaos, oleajes, en la plata de nuestra fuerza,
arrancadme de este horno
¡hincaos en mi piel, unas! Esta corteza y sus membranas están pesadas de sueño.
Las aristas del sílex, la hojarasca de las rocas y el calcáreo
—634→
saltan en mis ojos
bajo el peso y el son de tu presencia,
en las raíces de la tormenta se levantan los muros de mi guarida
capa espesa de la noche.
Mi sombra se pavonea en la soledad de tus claustros.
En los ápices de mis arterias se ajustan las llamas de las cortinas
no es el nimbo sino las huella del casco animal que golpea.
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo, a mecerme, pájaros,
a fin de que mi corazón recuerde deliciosamente la frescura de las aguas.
Mas, ¡oh Lázaro! ¿quién mojará mis labios en estos lugares?
¿Quién en este mundo podrá masticar la maleza de mi exilio?
¡Ah, el infortunio toma en mí las formas del continente
y en él se enfanga el alma siniestra
que ensucia el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!
—635→
El ladrón
(Traducción de Gonzalo Escudero)
A Jules Supervielle.
Como los grandes vientos que soplan en su nocturna y miserable inmensidad,
en las profundas soledades del invierno,
yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarda
sino el golpe siniestro de mis años.
Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:
en sus claros de bosque,
las divinas y vigilantes miradas husmean entre las hojas marchitas.
Desollándome como Judas el infame
-el alma en la punta de la lengua helada-
me agito en el más bajo fondo del bosque
como las entrañas del famélico.
—636→
Mil formas solemnes se precisan en esta sombra oscura y temida,
mil formas solemnes que se jactan ante mí del hipócrita contorno de sus encantos.
El limo de mi sombra aterciopelada
me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.
Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita
en el blanco nadir de sus raíces,
el hombre maldice su destino.
En la basílica de los pinares,
el yermo corazón se lamenta:
«¡Despréndete aceleradamente, río, y sé
la cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!
Que las ramas de hierro prendan los hervores de
la tempestad.
Aunque las frondas del relámpago estallen,
no podréis jamás apagarla.
Cielos, tristes y sombríos cielos,
¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro de mis ojos!»
«¿Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?
Sobre vosotros, charcas de absintio
y putrefactos brazos del río.
En el aire, en el agua mental del firmamento,
¿Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?
¿En las cavernas de la tempestad o en la extrema soledad del movimiento?».
«¡Hierbas, adiós!
Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.
¡Adiós!
Me lanzo sobre la apunta de mis pies
hacia el meteoro de Belén.
Sin hurtaros un día el Paraíso,
al revés de la gota adormecida,
escalo los torreones más saltos,
señor,
señor, a fin de ofreceros muscíneas».
—637→
El hombre de Trujillo
(Traducción de Gonzalo Escudero)
A Paul A. Bar
Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia en la querencia de tu inocente claridad.
¡Salud, mar vegetal!
Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas argénteas de la aurora.
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
las velas desplegadas de las carabelas,
escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
—638→
¡Aclarad, astros del silencio,
la paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas,
vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
el ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión,
y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.
¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del cemento,
me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
¡Orinecidas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.
¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.
El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
en selva de seda
y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
ahí renace el alba lustral y salina,
el alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
todas las vasijas y los odres secos.
¡Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!
La sien sonora de mi pensamiento,
la oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo desolado.
—639→
Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
tiemblan mis dedos
como la savia y como el año.
Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se adelanta,
oh taciturno,
y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las brumas de un suspiro,
oh taciturno,
como las piedras bajo el peso del futuro.
¡Yo profiero este grito tan alto,
pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
en los lagares de las landas, y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas
de terciopelo y extraía su sombra con cuidado
de los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno
Nadie sabe escucharlo
sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su planicie helada.
Piedad, oh piedad, que nos podrimos en la vitrina de las estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
después de esta fontana de eternidad,
se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.
Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
del alma en la grande e implacable violencia que me destruye para siempre!
¡Oh cruz!
Astro de geometría, mi palabra,
insignia destellante,
cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos cardinales!
—640→
Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la resistencia para el viaje.
Cohortes
bajo mi soplo,
¿hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
Sobre la aorta pesa
su leche nocturna.
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!
¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,
el edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
hermanos, amigos, iluminad las sábanas y los corredores,
hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la muerte.
—641→
De La tempestad secreta
A. M. F.
1926-1927 (Texto original en francés)
Nocturno
(Traducción de Gonzalo Escudero)
A André Gaillard.
¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
Y el elixir de las llamas que se derrama en el seno de mi inquina.
El
huracán de todas las lágrimas puede abatirse en mi desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce de las octavas,
me vienen puros como brisas contra todo infierno de condenación.
—642→
Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman sus sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas torno mis ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras de la lluvia.
Un ángel de amor
fulgirá en la amorosa ruta de mis miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora boreal,
me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en vuestros arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a tus instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente digno de los ornamentos de la pradera.
Dejad libre por lo
menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.
Para colmo de ignominia, he aquí los nombres que se corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen a alimentarme del viento fétido de sus discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi sombra y mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas, este encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las aguas movedizas de la noche.
—643→
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento del vuelo,
rompiendo esta roca de lágrimas,
levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el árido espacio del durmiente.
Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves y entre las flores.
Sé paciente y sueña,
oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada tumba de mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor de las lluvias.
¡Pero que venga el paisaje! Nacido de las aguas
lejanas de un murmullo.
¡Que venga al fin este
hermano mayor de mi pupila a
abrirse como un canto de luz entre las hojas!
Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas atribuladas suspiran en el agua nocturna de vuestras corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente, como un sueño bajo la luna; silenciosamente, los encajes esplenderán en la memoria de los pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las
augustas cimas de otrora.
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas de la anémona,
imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse tal el oro de las arenas, bajo la verde sombra de las lianas que velan sobre la ventana.
—644→
La luna de improviso, nueva en el mundo; me ilumina como un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz vehemente donde el alma, tal una ala de luz, vuela delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus destellos de vida.
Recuerdo,
ah, si recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una mujer entre mis brazos.
¡Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me exilan del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis ojos.
Vientos rompientes
de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres a través de mis lágrimas.
¡Marchad, oh vientos,
que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se ríe de vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh, mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos de flor,
y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de condenación.
Pero la más dulce habita mi
alma como una semilla en los vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse sobre mi desolación.
—645→
De Ausencia
1928-1930 (Texto original en francés)
Traducción de Gonzalo Escudero
- VI -
Soy el viajero que se estremece y dice:
«¡El mundo es austero y no podemos ir más lejos!»
¿Qué vida tenéis, inmundas presencias?
Ni sangre ni fuerza ni deseo de perecer.
Tengo una mano de odio sobre vuestra vida.
Tengo una mano abierta sobre vuestras fronteras.
Debéis sufrirme en adelante.
Y mi espíritu en el cielo del viento,
como una flor abierta sobre la tumba de una mano.
Un grito suena:
«¡Márchate, márchate!
Tienes el corazón en demasía atormentado.
Este astro no se hizo para ti.
¡Márchate! ¿Aquí se place cada cual
en morder una hierba amarga?»
—646→
Es exacto.
El amor ha revuelto mi alma.
¡Adiós! Yo saboreo una mejor presencia.
Su nombre de gracia es el solo reino en mis pensamientos
que ha hecho la vuelta alrededor de las nieves
y la lejana vuelta alrededor de mis años.
Pero desciendo en la gravedad de mis quejas,
a semejanza de la horrible noche atosigada,
¡esta noche de muerte que sopla su aquilón iracunda en nuestros ojos!
¿Me miráis acabar miserable y amenazado de vergüenza?
Señor, hace un siglo
que he perdido todo lugar en el espíritu.
Desde entonces, mi alma levanta una desolada quejumbre,
y mi cuerpo está ocupado en morir.
Se ha hablado de mí para desgarrarme.
¡Ni padre ni madre!
Estoy en maldición, adiós, mis sombras.
La noche se inflama al otro lado de mi grito.
Todo ha fenecido en mis venas.
Sin embargo, el cielo azul se desplaza.
Sin embargo, un cielo tan puro
nos reclama una mirada de júbilo.
Señor Jesús, la fe me enciende.
¡Señor, abridme el muro que de Vos me separa!
Una terrible palabra mora en mi espíritu.
No me aventuro a ir más lejos.
Mi cuerpo se entristece de corromperse lentamente.
Y cada uno se place en alimentarse de su congoja.
Maldita esta lumbre
que me golpea en la raíz de mis ojos,
que no caldea ni ilumina
y sólo inventa un sonido
de espanto que desgarra mis venas.
—647→
¡Toda la desolación en mi boca!
No respiro sino el viento del odio.
Mis aniquiladoras aguas del cielo
han recorrido mi camino de la noche.
Me ha contemplado un ángel largo tiempo,
maldiciendo mis sombras y mis párpados.
Y mi castigo irá más lejos que el fuego,
porque soy en verdad el hijo de la iniquidad.
Ah, el corazón de los hombres.
Así sea,
mi Dios.
Si esa es Vuestra ineluctable voluntad.
—648→
- X -
Esta mortal enfermedad al fondo de mí me torna triste y loco, Señor.
Triste y solitario.
Una antigua sombra del cielo de los ríos se agiganta y sobre mí desciende.
Aunque me olvide,
aunque vague la tarde bajo esta lluvia
vegetal y de infierno,
todo lo he tentado.
La inexorable desesperanza, con su raíz pérfida y rociada de lágrimas, no me dejará nunca.
Esta enfermedad sin tiempo ni piedad, me torna triste y loco, Señor.
No tengo recurso ni derecho a las vivificantes formas de la palabra.
Mi corazón se apaga
y mi voz se estremece con un sonido de muerte,
esta voz perdida,
no hace mucho más bella y fausta que todas las brisas en la montaña.
—649→
Mi alma está brumosa, cansada y vacilante
desde entonces, ¿Sobre qué pasión y qué pecho reclinaré mi cabeza?
Para siempre la oración ha calcinado a mis labios.
¡Ninguna mano amiga!
Ah si al menos habría podido fugar de estas sábanas sórdidas
y marcharme gozoso, infante en la ruta de las flores,
a la selva, a la selva, Señor.
Marcharme a donde lloran, visitadas por fieras, visitadas por astros,
donde lloran y se encienden entre las hojas las corolas del olíbano.
A la selva, Señor, donde las raíces aladas nos restituyen inocencia, esperanza y vida.
¡Malditos estos
huesos que se quiebran
y más malditos estos nervios que destilan sangre, la prieta sangre de mi dolor!
Ningún párpado amigo bajo el cielo que se deleite en descender sobre mis congojas.
Maldito aquí y en todas partes, maldito, no tengo ciencia ni esperanza de evasión.
Tullido, ignorante y relegado a la tarde de las arenas,
me nutro de mi sola tristeza
y no hay para mi cuerpo amado, otra hambre que la de perecer.
Sin embargo, una luz menuda y vacilante me anima con su rehílo.
¿Acaso a dilatarme voy en los sueños junto con los ángeles que vigilan mi larga y cruel ausencia?
¿Así habré de vivir un tiempo de brisas balsámicas,
a cuyo abrigo me aprestaré religiosamente a recuperar el silencio absoluto de mi carne?
Silencio, silencio y olvido. ¡Preciso olvido!
—650→
- XVI -
(Texto original en español)
Altas aves, ya en el jardín del vuelo,
moráis líquidamente en trance de alas.
Acudid adentro que vuestro celo
brille en la fragancia de aquestas salas.
Líquidas ansias y plural deseo
de la noche en las sedas de mi aliento.
Frondosos ángeles, en tal recreo,
avivan las aguas de mi tormento.
El entendimiento rompe las puertas.
La luna riela en sus llamas: las nieves
la acarician tanto. Las espesuras
están de vuelo, están de guarda, breves
de brisa en la cumbre de mis alturas.
—651→
¿Dónde se esconde, en qué silencio, en qué
llanuras? La sangre de mis moradas
sufre en acecho, ay, ¿en Su ausencia habré
de fijar el vuelo de mis miradas?
¡Oh mi pupila en ansias bajo el cielo,
nocturna, cabe el néctar de las flores!
¡Cuántas aves penan en mi desvelo
hecho de abstinencias, de sinsabores!
«No la busquéis, dejad en paz la artera
Selva: el Himeneo pone cerrojos
a todo empeño. Mi conciencia entera
os aconseja con cal y abrojos».
Oh voz sin tino, ¿por qué me ahuyentas
y rompes mi llanto contra tus lajas?
¡Ay! ¿la esposa mía? La busco a tientas
¿Y perdida la tengo en tus mortajas?
Todos responden, mares y tinieblas:
«Un nuevo esposo se agolpa en su piel,
como las ascuas, ¡Cuatro tinieblas
ceban tarántulas para la infiel!»
Tiritan los dientes de mi pasión.
¿Hallaré cerradas las porterías?
Los negros puñales del escorpión,
en mi pecho, labran negras estrías.
¡Oh canto de agonía como vuelo
fatal de sangre en mis oscuras venas!
Ojos de mi llorar, vestid de duelo,
vestid mis ansias, ensalmad mis penas.
—652→
- XVII -
(Texto original en español)
Y yo seré la ardiente espina
cuyo nacimiento buscadle en las arenas del desierto.
Iré por consiguiente sangre adentro y de soslayo, como van las tempestades.
Y en mi ansiedad viajaré también en ondas graves
hacia aquel país lejano de toda mente, país de Knana,
cuando al paso, senda abajo, te hallaré en voces de un suspiro, toda en escombros, ciudad de Balk.
¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales han amanecido en mi recinto!
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu, que me
amortiguan el semblante como holanes de rocío en torno de tantas frondas agostadas.
Adelanta, alma mía, adelanta nemerosa en cielo bien profundo,
ya verás suscitarse, en pos de ti, variadas, numerosas alacenas, colaciones y proventas.
Y más ventajas en tu sangre,
y tus cristales primorosos en los ríos elocuentes del espíritu.
—653→
Al acecho anduve en tus tormentas
¡Oh príncipe de innumerables plantas y llanuras!
Seis largos siglos han fermentado ya este licor de abejorros y tarántulas.
¡Salud! por fin me encuentro entre altas nubes y torrentes, al alcance de tu séquito.
Escucha, ¡Oh príncipe!, mi lenguaje de impaciencia y sumisión:
«Mis corceles van, como llamas sin recato, del viento al coral de sus latidos.
Profesores, ya no vivo de vuestra ciencia cenagosa y de ignominia:
velad en campo ausente;
vuestro estilo me enajena, y mis palabras me las dictan esta sangre alborotada y más temblores.
Y tú, versificador inmundo, considera en mis pupilas esta terrible luz de inteligencia.
Miradme todos con asombro: en verdad, hasta entonces, no habréis visto soledad y faz más puras».
¡Magnates y caciques de la Tierra, embajadores, empolvados sobrestantes, cuánto apestan vuestras venas!
Ya me tenéis en duelo y en congoja, harto de vuestra absoluta podredumbre.
Y en mis ojos rompen su alarma tres ciclones.
Para vosotros, digo: el cubil, los andrajos y como rótulo, un laberinto.
Ardientes manos de mi pesadumbre,
haced, ¡oh manos!, que vuestros poros viertan la tanta sangre que os ahoga.
¡Alto ahí!, salamandras y reptiles salivantes, dadme soledades de rencor.
Y el sortilegio de la espuma, y la escrófula con que habré de alterar este mundo ensimismado.
Mis arterias, en la noche de mi cuerpo, se acrecientan de agonías.
«¡Que se aparten de mi albo movimiento! vociferan los caudales,
que se aparten los guijarros, las arenas: mis aguas vienen, mis aguas van, con la vigilancia y la transparencia del espíritu!»
—654→
¡Apártate, escolopendra! Ya pronto volaré en vuelos de mis ansias.
Llamaradas y torrentes, a la vez, me buscan gimiendo en mi propia angustia.
Y mi corazón olvidará toda
memoria triste de su sangre en este cuerpo de venturas,
¡oh cuerpo femenino, en cuya luz se extasían las tormentas, los ciclones!
¡Adiós! Mis labios vibran en las cenizas de otros vientos.
¡Verdad, verdad!, ya nuevamente se declara en mis cristales
la presencia de este ser tan secreto y transparente como el néctar de las flores.
Aquí, en voces de mi adviento, al amparo de una lámpara perdida en su esplendor de azufre,
aquí, en mi destierro, escuchando el vuelo de las breñas en alas del torrente y el velamen caudaloso del espíritu.
Te imploro y me estremezco, ¡oh bella del espíritu!
Y cuando el recreo de mis penas, tus pupilas me acarician.
Bajo este cielo atravesado de clamores, de venas lentas de rocío,
ten por cierto, ¡oh dulce mía!, más allá de todo ambiente, te escucha mi ansiedad;
en la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de tu sangre,
¡la dulzura de tu empeño!
—655→
De Noche
1938 (Texto original en francés)
Traducción de Gonzalo Escudero
- V -
El sol ha cesado de responder en la boca de los muertos.
Desesperada, mi lengua está desesperada y asfixiada con ampollas.
El sueño que me alarga
ya no será sino un manto de vidrio
arrojado al desprecio,
en torno de mi palidez.
Abjuro de mi destino, los salvajes me han obscurecido la razón.
Se drena la tempestad por las erguidas trombas de mis brazos.
Para ascender a la roca prohibida de las montañas,
—656→
mi voz se ha transfigurado.
Ella no es otra, maldita de infortunio,
sino el vagabundo lamento en los sombríos reductos de la Ciudad.
¡Oh astros,
he velado!
Mi descubierto semblante reposa en la tiniebla.
Así mi lentitud se parece a la savia abisal de los grandes océanos.
¡Espero, Señor, esta noche, esta inmensa noche,
en el agotamiento y en la ira!
Y la vigilante lámpara no ilumina
sino de sorpresa las superficies arcanas de mi corazón
la frente cargada de presagios,
se desprende nítidamente bajo su cielo en el alféizar de las sombras.
Mi faz envuelta de esplendores.
¡Pero el aprobio, Horacio!
La claridad de mi boca
sobre la confesión de las estremecidas bocas.
Todavía la herida está quemante
por la enfiladura fulmínea del ala que me ha herido.
Como las rumorosas y verdes corolas de la muerte,
las moscas se despiertan en la fulgencia
de la sal de mi dolor.
Inclinado sobre la fiebre de mi carne
y de mis huesos,
recuerda que vivías, amigo,
en la desordenada caída de mis venas.
Tu mirada en vilo
sobre mi frente, sólo me ha quedado como una transparente pradera
con tu largo salto, golpeas adelante,
para no verme jamás sobre la tierra difunta del pasado.
Horacio,
¿qué hay?
Mi ala es silencio en todos los claros del bosque.
¡Señor, la noche grande que yo espero!
Pero la injuria
y los apretados puños en el subsuelo de mi saliva,
—657→
¡Horacio!
Cerca de apagarse, la bujía
perece bruscamente por un rechinar estridente de polvo.
Es, sin embargo, la hora fatídica de mis astros.
¿Qué miras del presente:
Tu fantasma de Medianoche y este rumor en mis
cielos,
Horacio?
Yo lo sé,
respiro por mis heridas y me adormezco en el sueño del fin.
¡He franqueado con un solo aleteo de sombras, el espacio visible!
Aún todos los granos de la tierra pululan esparcidos en el azar de las tinieblas.
¡Horacio!
Pero todos los granos se corromperán en esta comarca de vejez y de carbón.
—658→
De Poemas varios
(Texto original en francés)
Traducción de Filoteo Samaniego S.
Paseo en el techo
A Jules Supervielle.
El aguilón del techo
es un órgano de tejas,
y un tablado de estrellas
el efugio del sonámbulo.
Sobre la chimenea
5
el pájaro agita sus alas
-válvulas de mis suspiros-.
Os he visto,
a falta de arena,
desparramar la espuma
10
en el estanque del cielo.
—659→
Cojo el bordón
e, imagen de periscopio,
atravieso la bohardilla.
Desde el fondo del alma escande, surge
15
como chorro de sifón,
el movimiento.
El índice del hombre
empuja los minutos
que impiden el progreso.
20
Sobre el aire interior
que mis pulmones destilan
el ojo navega a la aventura.
En la órbita el corazón se desborda:
me inclino del lado derecho,
25
mas el eje de mi deseo coincide
con la plomada.
Al borde de tu suelo ondulado,
isla estéril,
-que baña un río de brea-
30
desarrollo la medida de mi muerte.
Si no cae la luna y me despierta
como una garrafa de agua fría,
¿me daréis una yema de cebolla
para que broten mis ojos en la sombra?
35
¡Ah, dejad al menos que mi poema acabe
antes de que yo llegue a la orilla del techo!
(Publicado en Intentions. 11 Año, n.º 20.- París, 1923).
—660→
Arco iris
A Max Jacob.
El arco iris se extiende
en el abanico del loro.
Suave música de espejos:
el ángel revolotea en la onda sonora.
Una mano divina exprime la nube:
5
la piel blanca y cristalina
de Eva, en el soto de espinas,
que chupa el tallo de las hierbas.
Mejor que el hemisferio de Magdeburgo,
con la mirada humilde de los recuerdos,
10
contra los golpes de los asesinos,
fresca dama, protegeré vuestros senos.
(Publicado en Intentions. 11 Año, n.º 20.- París, Dic. de 1923).
—661→
Terreno baldío
El sueño se asemeja a los racimos de la viña;
en algún lugar mi alma canta una albada.
Oh, brisas, si el pájaro os subraya
el día estalla como una granada.
Cuando la válvula de las ranas
5
hace hervir los pantanos,
apoyado el oído en el suelo,
escucho brotar los prados.
El vuelo de las libélulas,
donde fermenta el aguardiente,
10
monda las grosellas.
Desde el soto, frutero verde,
hasta el pequeño bosque
se aspira el manzano.
El tiempo se abreva en el clepsidra.
15
En los canales del techo
la curruca aplaca la sed.
—662→
¡Cisne!
De bruces,
bajo los matorrales, canto.
20
Es la espuma de mi melodía
el gorjeo de los pájaros.
Alma y cuerpo se recogen.
Mis ojos en el crepúsculo se vuelven tornadizos.
La luz de la vela,
25
columna del albergue,
quema y delata la cosecha.
He bebido tanto vino
que mi sombra está borracha.
Mi soplo hace botellas
30
con el líquido del aire.
Filomela frota sus diamantes
en los túneles de la noche.
¡Esta hambre que horada el pozo
para devorar el pan ácimo!
35
Los frascos de la lluvia rebotan
en el arca de la tierra:
sobre la ruta de lija
resbala mi bicicleta.
Como en su vaina el fréjol,
40
maduro
en la angustia
me siento abrumado
por el muro del frente
Puertas de una barraca sórdida
45
mis brazos se cierran.
Toda la causticidad de la sal del bautismo
hoy siento
mezclada a mi saliva
—663→
aprendí el Esperanto
50
en los muros del Barrio Latino.
Señor, os confieso,
la regla T es mi picota,
y conozco de memoria las ecuaciones
de todas las curvas siderales.
55
El índice recorre la orilla de los vidrios,
y el chirrido de las uñas despierta al rayo.
Para avivar el carmín de mi vergüenza
me froto con hojas de ortiga.
Me ha segado
60
el ala desplegada
de la luz divina.
La gavilla de acero
que separa las barcas del núcleo
me abre la proa de Dios
65
¡Oh herida!
La aota es tu más fuerte amarra.
Un perro agota la fuente de su voz
en el árbol florido de las estrellas.
Y vos, mi ángel equipado de velámenes,
70
terraplén de mi noche tenaz, ¡escuchadme!
(Publicado en Philosophies, n.º 2, de 15-II-24.- París).
¿Qué me propongo? Nada más que el relato de mi ser en la existencia a lo largo, en el proceso de un poema. Este será Perenne luz.
Dos vocablos asimilados en un conjunto espacio-tiempo, en una presencia física.
- II -
Bien veo que el paralelismo lo descubro como consecuencia de una acción; esta luz infrarroja, esta ultravioleta, ambas como constancia de velocidad propia, ambas reveladoras en cuanto activas por tal o cual
—704→
substancia; paralelismo en constancia de velocidad. Lo que abstractamente decimos ser de dos líneas paralelas; pues en ambas encontramos ciertas constancias con relación a otras creaciones nuestras: distancias absolutas. Decir que de una
a la otra hay una sola perpendicular a la otra desde un punto arbitrariamente escogido, es decir (eliminados del tiempo) sometido a un absoluto (de espacio).
Una abstracción, es decir, una singularización llevada, a lo absoluto y como imagen física en aproximación: lo que he llamado un ciclo cerrado y aquí encontramos, ya que las cosas las vemos como un movimiento cerrado en ciclos,
más o menos densos; respondiendo a tales o cuales equilibrios y de allí esta apariencia de estática, de solidez, de resistencia (de no sometimiento al consistir de las otras cosas en cuanto a velocidad únicamente, no en modulaciones, pues ya
hemos visto una respuesta de cada luz a cada consistir de las cosas).
- III -
La luz en cuanto tal y su significado conceptual y de allí su presencia en el conocimiento.
De conocerla a priori, no. Mas sí como primera experiencia física. Y la física nos lleva a la idea de la medida. Mas toda medida es fuente humana, se ve de hecho sujeta al movimiento. Medir es comparar y comparar es ir de un espacio a otro, es
moverse. Y, físicamente, ¿De qué artificios nos valemos para entender el movimiento? De ideas tales como velocidad y espacio y tiempo como soportes de tal velocidad. ¿Y en esta experiencia física acumulada en ideas tales, qué encuentro? Un mundo en el que la luz, únicamente ella, guarda esta (misteriosa) fórmula de una velocidad constante en toda circunstancia física (interna) condición en todo dilatarse, en toda evolución, en toda
—705→
densidad, sujeta en su camino únicamente a circunstancias de acumulación. ¿Irreductible entonces en el tiempo como una esencia física? Perenne luz. A su vez hacedora de modalidades en las acumulaciones físicas, como una virtual categoría física: la que hace que las formas se nos aparezcan.
En suma, el descubrimiento por el espíritu, en este mundo y en mi implicación vital, de esta existencia. Mas, aun conocimiento físico, empecemos por un camino físico y para ello nuestra actualidad en un mundo físico. Y nuestra primera experiencia física nos la darán las sensaciones. Y para mejor llegar a una entidad existencial, nada más conducente que la anulación, en sus circunstancias de ella de todas las otras posibilidades existenciales. En este afán nuestro
de todas las posibilidades físicas a las cuales esta entidad, la luz, se halla concomitante y esta anulación, o tal vez sustentación en un anonadamiento, más integra sensorial y vitalmente, ¿qué más sino en la tiniebla?, la noche, vitalmente:
LA NOCHE TAN CERCA...
- IV -
¿Adónde van mis pasos? Me veo entrar de lleno en esta soledad, en esta reversible acumulación de mí mismo, del ser en mí, entrar tan cargado de relación, de experiencias concomitantes a un mundo que en esta circunstancia, sin embargo,
trato de eludir, en voluntad expresa de primeramente encontrarse en mí mismo, y en vista de la ulterior y capital experiencia, aquella de la vuelta al mundo.
Volver al mundo, volver en vuelta de inmediato y (sensorial) ya de conceptual conocimiento.
—706→
En soledad tal que las cosas acuden a mí, únicamente fundadas en su visibilidad, de manera que estáticamente me acomodo a su presencia. Visibilidad que es la mejor que nos sujeta a su presencia, de donde podemos deducir que esta visibilidad es asimismo la que mejor nos lleva a una necesidad de totalidad del mundo, de espacio y tiempo, la que nos asegura esta presencia en la totalidad de las formas. Lo homogéneo, espacio-tiempo, como soporte de las cosas heterogéneas en su presencia. Me encuentro en dualidad, entonces, con lo presente físico y la luz, en este encuentro, como hacedora en mí de las formas actuales de las cosas en cuanto yo extático.
3-4
¿En qué? En este cuerpo que me encierra. Pero dotado de vida y la vida es movimiento. Y este tal movimiento circundante, en ciclos; polarizado, ¿quién lo agita? Mi corazón.
...Y TAN DESNUDO GOLPE A EXPENSAS DE MI CORAZÓN.
Ir al mundo. Aprehender. Quiénes más que mis manos activas entonces activas de mi cuerpo. Mas, hubo un tránsito y un incorporarme y un proceder del mundo:
DOLOROSA MANO MÍA...
Dolor como mi conformidad con lo actual: mi tránsito:
DOLOROSA MANO MÍA NO ACIERTAS A CAER...
Y este padecer del cúmulo anterior, y la sorpresa de lo concerniente:
—707→
...SUSPENSA...
el tránsito y entonces el movimiento en un trasluz; la presencia de lo anterior, la presencia de lo consecuente, acumuladas y esta vez sustentadas en el movimiento, en el existir:
... SUSPENSA EN AQUEL TRASLUZ DE MOVIMIENTO...
Exclamar: exteriorización del contenido, del polarizado contenido en busca de exterior contacto: el ente en busca del ser. Mano mía en este tránsito, en este volver al ser, no aciertas el encuentro, pues, en cuanto uno va al ser, el ser
se multiplica y se temporaliza y se especializa. Y el desconcierto en este tránsito de mi unidad en la totalidad de la unidad, no aciertas a caer, a despersonificarte en el ser.
...DE TU IMPRESCINDIBLE EXCLAMACIÓN.
5-6
En cuanto llego al mundo me dilato. Descubro el mundo. ¿Quién me lo descubre? Algo ondulativo, el movimiento (luz). De un oriente a un occidente:
YA LOS MARES...
(Dilatación y dilatación mía).
(
(
(
(
El mundo como tal, la tierra... metal.
DE CLAMORES Y DESTELLOS...
Exteriorización y pertenencias de la luz.
...DUREZAS EN EL ALMA...
Después de descubrir el mundo, descubro un camino mejor hacia el ser: el cumplimiento de toda suma
—708→
en el amor. Y, por lo tanto, vuelvo en ti acumulado a una
SOLEDAD CUMPLIDA.
Y lo exterior, esta luz buscada:
MENGUADA, entonces y
...DE ESCASO ASILO.
Más, en el mundo estoy y, en tanto:
...DADME ALTURA...
Pero otros seres también en tránsito, en incorporación definidora. Como todo el cuerpo en su cuna,
...EL ROSTRO EN EL FULGOR...
(Acumulación y dilatación en grado sumo).
7-8
Como una herida de la pluralidad a la unidad totalizante y buscada. Así en todo mi vitalidad:
...DE MI CUARTEL DE SANGRE,
Con todos sus atractivos, la tierra, mi sustento, se me aparece.
Pero esta tierra, es una limitación, una contingencia y mi cuerpo, concomitante en ella,
...SE DESPRENDE DE CENIZAS...
(En resolución de cesación).
Aparición en sospecha, en latencia, de la muerte y aunque (nuevamente) esta angostura, estas tinieblas (exteriores), el pensamiento, como un invariante, continúa:
...ESTA GOTA PERTINAZ DEL PENSAMIENTO.
Lo que mi anterioridad ha acumulado, EL SUEÑO lo reposa, lo pone como descubrimiento activo, volviendo
—709→
a su primitiva circunstancia mi instinto, mi inteligencia activa: inteligencia vegetativa:
...EN HUMEDAD...
(Humedad que fomenta el desarrollo sin contratiempos)
...DE FLORES.
EL ESPÍRITU...
Como una perennidad.
...SE ARRANCA...
A toda contingencia, a la dolorosa circunstancia.
Sin embargo, afrontando la acción, la contingencia, el movimiento: esta presencia de negación (luz).
LA MÁS ARDUA NOCHE...
9-10-11
En esta búsqueda del ser, yo contingente no me acumularé sino en una:
ENTIDAD FORTUITA...
Pues sometida a la contingencia,
...A MERCED DE ESCOMBROS,
Después de tantos fracasos: escombros (lo realizado pero no cumplido).
Como en una RUPTURA.
CUANDO ESTE GOLPE...
(Algo encuentra algo)...
...DE MI TOTAL CAÍDA,
De mi anonadamiento, descubre esta categoría del ser (este sustentamiento del ser en total),
—710→
...LA NADA.
Mas mi voz, el camino del lenguaje, del espíritu, prevalece en esta acumulación de dualidades:
...EN MI ESPESURA.
¿De dualidades? Mi anonadamiento... El Ser.
Y manifestándose el ser: el mundo.
Dualidad: réplica:
...RÉPLICA DE ESTAMBRES...
(fecundidad, perennidad)
...NÉCTARES...
Lo realizado, como suma e imagen del placer de lo cumplido:
Mas, ¿cómo? ¿quién hace?
EL TIEMPO: ME DEFINE en mi contingencia:
...DE PRESENCIA... (Posibilidad de ser en mí, de unidad)
...Y DE UNIVERSO.
De la totalidad en su multiplicidad: la totalidad contingente.
Pero algo en este ir de contingencias aparece como invariante: la luz.
Luz que da forma a los objetos. La luz como una categoría.
Mas, si definirme y encerrarme y limitarme, así mismo, esta luz que al definirlo disgrega el mundo y al disgregarlo se ve sujeta a este trabajo de dominar
tales disgregaciones, de anonadarlas, un mundo entonces ENTRETEJIDO y como un oponerse, una ASPEREZA, esta...
«Hermenéutica de Perenne Luz» es un conjunto de anotaciones que sirvieron, en parte, a Gangotena para dictar, verbalmente, una auto-interpretación de su poesía a un grupo de amigos, pocas semanas antes de su muerte. Del incompleto manuscrito se publicó el texto exacto en el número 2 de la magnífica revista quiteña Presencia correspondiente a diciembre de 1950.