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ArribaAbajoSelecciones

ArribaAbajoDe Orogenia
1928
(Texto original en francés)





ArribaAbajo Cuaresma

Traducción de Jorge Carrera Andrade.

A Pierre-André May.





Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes
y un oceánico silbo de tromba hace cerrar mis ojos,
en mi alma se extiende el eco de una voz profunda.
Soledades de un mundo abstracto,
soledades a través del espacio melódico de los cielos,
soledades, os presiento.

¡Oh Pascal!
El espíritu de aventura y de geometría,
en avalancha me sobrecoge.
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¡Y acaso no soy sino un acróbata
sobre las geodésicas y los meridianos!
Mas, como tú antaño, pequeño Blas,
boca arriba bajo las sillas,
con gran estrépito muerdo los travesaños.

¡Oh nupcial estación de la desposada!
El pentecostés de las hojas de otoño ilumina las
ventanas.
¡Oh recuerdo! ¡Oh paciente y dulce memoria
dignificando sus aguas.
En el amoroso y cálido recinto de las cortinas
¡Oh palpitación vertiginosa
de esas alas bajo las sienes!
(¡Sombra eterna de mis manos!)
Ruta solar de mi potencia
y ruta del pan: la espiga violenta.

Las pupilas ávidas del colegial se consumen a la sombra
de los graneros;
las goteras siembran sus gladiolos de cristal
y toda la granja sucumbe bajo la gracia de Dios.


Torrentes, torrentes, ¡oh rieles de Aldebarán
por dónde resbalan los trineos!
El pintor revolotea y canta en el baile de los pájaros
sobre nuestras cabezas, en el deslumbramiento de la
paloma,
en la ardiente seda del movimiento.
¡Ah, que venga,
flor apagada en el aliento de su tumba,
nuestra madre hasta nosotros,
¡nuestra tierna madre en la augusta presencia de los
océanos!

Sobre ti, ahora alada de mis manos,
sobre ti mis ojos se cierran
como labios
al sabor de un vino más generoso.
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¡Ah, muy pronto serán los remolinos de la penumbra!
Señor: Vuestras seis épocas en un collar.
El himno exaltado de la palabra nos sostiene
¡Y más fresco que todas esas hierbas
de nuestras salivas el pilar de donde salta el licor
de los gineceos!
¡Manantial! confesión de un alma que se honra
en ser aún más blanca que la aurora.

Rompeos, puertas: El día que acaba de nacer
llamea en la hoja límpida de la ventana.
La luna ya se extingue a las brisas del mundo:
apresúrate,
¡oh mi alma y despierta, en la octava de tu canto,
el florilegio de la pradera!
Como beben, al filo de la sombra, las vertientes y los
valles,
como se abrevan en esas linfas que brotan de la misma entraña metálica de la roca,
yo me sacio en la garrafa del ventrílocuo.
¡Ah, bajo la amenaza de los signos siderales,
huye amigo -cabalga los montes y las tinieblas-
aún a riesgo de perecer
en la brasa relampagueante de los vitrales!
¡Escucha! Oye cómo cruje a los lejos la encrucijada,
génesis de tu soplo,
teclado del viajero.
-En mí, el más noble ejemplar de las aves zancudas
espumea y gruñe la saltante savia del caucho.
Esas voces del huracán, aún distantes, sacuden
el bosquecillo sonriente de las brisas en la mañana:
como ellas me levanto en la verticalidad floral de mi
impulso.
¡Oh manantiales! Como ellos aspiro a las cimas
líquidas y seculares de la selva.
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Cal viva y lustral de las lagartijas del cuerpo en
harapos.
A la sombra de las secoyas meditan las formas
barrocas
la herrumbre esponjosa de la tormenta rumia y se
dilata
en la verde substancia del aire,
el relámpago estalla
en las piedras y en los bosques,
en la noche eocena del cazador.
-Oh, flores,
mi saliva es tan dulce como el elixir de vuestros cálices.
Tan emocionante en el llamado:
¡Ven, acude!
Ven, señor de las ondas y de las especias:
¡Oh navegante Cristóforo,
dinos el esplendor subterráneo
de tus provincias veteadas de oro!
En el cielo la orilla de sombra, atropellamiento de
fantasmas.
Llevad esos lagos, esas islas, esos arrecifes,
¡oh brazos del semáforo!
Id, oh mis párpados, barcas locas, id a zozobrar
incesantemente,
id, entre las campanas de los náufragos, a tejer
vuestras cortinas de plata!

El ángel ronca,
el ángel en acecho.
En el estruendo de mis oídos, el ángel prepara su
nido siniestro.
Incansable, la espuma color de humo.
Emerge -baba inmunda de las bebidas de Baltasar.
Los palmípedos, los ganoides remontan la corriente
de esas aguas tumultuosas bajo las aguas,
de esas trombas ensordecedoras y submarinas del
trueno.
El águila altiva,
el águila apocalíptica planea y reina sobre los vientos.
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¡Tierra! ¡Tierra!
Yo me estremezco hasta las cenizas de mis huesos.
¡Tierra! ¡Tierra! Llegamos a la isla violenta de
Pathmos.

Viñas de Noé, racimos de Jafet,
el vino me envuelve con todos sus anillos,
-detrás de las vigas vigilantes del dintel
amigos, cumplamos la orden del alfabeto,
la visión y la estima conyugales.

El polen del solsticio, como de miel, en la basílica
deslumbrante de mi oído,
las harinas, las llamas del desierto,
¡el misterio del mundo abierto a mi conocimiento!
¡Ah, yo no tengo el secreto de las sutiles matemáticas!
Mas los trucos y los nombres, los hilos del Álgebra,
me ayudarán a olfatearte
¡oh tácita estrella de magnesio!
Ya, luminosa, te anuncias a la turbación de mi
pensamiento,
mis miembros ciegos exploran
las brumosas telas de araña.

El pájaro balsámico
no otea como etapas de su vuelo
sino las sílabas inciertas de mi palabra.
-¡Detén tus bielas, las facetas de tu ojo,
oh mosca dactilógrafa de mi sueño!
A grandes pasos subimos por la escala botánica:
¡Dios!
La casa se ausenta de nosotros, con el gran
estremecimiento de sus persianas.


Antaño, en Florida, sobre campos de esmeralda y
de pimienta
el Cordero Místico pastaba libremente.
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¡Oh chantres sobre las colinas
prestaos a la alborada que os cantan los metales.
-¡Es verdad! Ya no es el bello desorden de la oda:
¡sobre la playa se expande la umbela del barbero!
Ondinas, oréadas, hijas eternales en éxodo
¡Aleluya! Ved
aparecer -como zócalo el rumor angélico de las
brisas-.
En el aire diáfano, las Siete Iglesias.
Abre las puertas,
grita las palabras de tu Libro
¡oh Juan!

¡Descansad
descansad, astros!
¡Que el autómata vaya a retorcer su corbata de
cáñamo!
El imán magnético desata los glaciares de la aurora
boreal;
es la hora
en que el ángel reposa sobre el estante de su sombra,
para la espera final.
El espíritu de las flores visita las tumbas
y la extraña morada,
la extraña y melódica morada de las aguas cenitales.

Llevo mi cabeza en la mano como San Dionisio
desganadamente, Señor, ¿de qué país
vengo para hacerme una imagen
de la amargura de Vuestro rostro?
Ahora que una fuerza extraña hace crujir mis dientes,
me penetran como silbidos sordos Vuestras miradas.

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ArribaAbajoBajo la enramada

(Traducción de Gonzalo Escudero)

A Gonzalo Zaldumbide.




Aprendo la gramática
de mi solitario pensamiento.

En la enramada rosa
todo tiembla, menos
este libro guardián, que reposa  5
cual ángel en sueños.

El hombre rígido, en la acera,
es justa medida del árbol,
el techo agita su ramaje de pizarra
donde florecen negros pájaros.  10

Bajo el cielo, campana de tomillo,
el mundo suspira, se apaga la brisa.
Transitoria, en la sombra, se posa
la imagen del mejor amigo.
Allí mi ángel guardián reposa  15
como un libro adormecido.
En la onda de savia invernal surgida de mis sienes
escucho el aletear del olvido.
Estas vigas, que sueñan a la claridad de la lámpara,
silenciosas, esparcen su alma carcomida.  20
Moscas, larvas, chinches, hormigas,
y tú, en el sueño, indolente oruga,
¡acudid pronto, saltad, festejad!
Que ya la noche hunde su quilla
en la rada del hogar.  25

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ArribaAbajoOrgía

(Traducción de Gonzalo Escudero)


¡Coruscante en su boca, la panacea!
Las venas del padre no son
sino hilos de celaje azul, ramaje del blasón.
El espíritu ha hecho de su cráneo
la sola brújula del pensamiento.
Las manos levantan el cielo raso
como antorchas de ciencia y de progreso.

He aquí que nuestras mejillas se tornan carmesíes.
Somos sus huéspedes de gran linaje.
Luego nos procuran su ambrosía
el ajo, la estricnina y el sublimado.

Corimbos, umbelas, encajes en llama.
Mis miradas tatúan los senos de la dama.
Oh hermanos, que mi corazón haga la vuelta
de la mesa.
¡Sobre mi rostro lamentable, mis lágrimas no son sino
gotas de sangre!
Estos brazos nacientes como tromba sórdida
de la axila,
el innoble deseo y el vientre, los pómulos de la infame
junto a la salina blancura del mantel.
¡Duerme! ¿Para qué la amargura fluyente
de tus santas y lejanas soledades, oh mi alma?

Ellos, urgidos por la sombra de los grandes caminos,
franquean temprano las puertas del Edén.
Luego yo, el indigente, me quedo junto a Lázaro
Cogiendo sus cortezas y sus migas de pan.

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ArribaAbajoBebida turbia

Traducción de Jorge Carrera Andrade

A Henri Michaux.





Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo, oh reina
del sueño, en mi ciudad
la oda se inicia: ¡Que comience a mugir en mí la
imprenta!
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes, ancas de la pradera.

La imagen del Espíritu Santo se enciende detrás de
la vidriera
sus alas de amor bordadas penden de los extremos
del dintel,
y sus sombras de miel, umbelíferas, me abrazan y me
penetran
sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las
flores: Pentecostés de mis padres.

Rocas ¡Como esas frutas
madurad, rocas bajo la luna,
en las salivas del año!
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¡Ah! Sitios de mi grandeza.
Y más blancas que todo esas nievas,
que el iris del moribundo,
en los manantiales del azur mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Me agarro a las paredes de antro como las lágrimas
de las madréporas.
Semejante al gallo en su demencia planetaria,
por la sibilina mano de yeso estoy absesionado.
¡Oh palabra en el olvido,
astro del desierto aclara mi desnudez,
deja el agua celeste de tus ramas expandirse
y resplandecer
sobre el paisaje de un solitario.

El grito verde de la rana en mi alma pronto se liquida
y como el topo
que mina las bóvedas de la tierra,
la frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ando ciego y busco las treinta y tres clavos sobre el
entablado;
el alfabeto del bosque me devuelve las palabras
sonoras, ya pronunciadas.
Tened compasión de mí
miembros solidarios de la aventura, exprimid el limón
de nuestra faz.
Los párpados se ausentan, el cielo se hace:
¿Virgen súbita, eres tú, como el océano
que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?

Mientras que se eternizan, en la roja esfera de mi
sangre
el rumor y el estrépito y la vigilia voraz de los
chinches
levantaos, oleajes, en la plata de nuestra fuerza,
arrancadme de este horno
¡hincaos en mi piel, unas! Esta corteza y sus
membranas están pesadas de sueño.

Las aristas del sílex, la hojarasca de las rocas y el
calcáreo
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saltan en mis ojos
bajo el peso y el son de tu presencia,
en las raíces de la tormenta se levantan los muros
de mi guarida
capa espesa de la noche.
Mi sombra se pavonea en la soledad de tus claustros.
En los ápices de mis arterias se ajustan las llamas
de las cortinas
no es el nimbo sino las huella del casco animal
que golpea.
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del
cielo, a mecerme, pájaros,
a fin de que mi corazón recuerde deliciosamente
la frescura de las aguas.

Mas, ¡oh Lázaro! ¿quién mojará mis labios en estos
lugares?
¿Quién en este mundo podrá masticar la maleza de
mi exilio?
¡Ah, el infortunio toma en mí las formas del continente
y en él se enfanga el alma siniestra
que ensucia el templo y las sedas eucarísticas
de su asilo!

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ArribaAbajoEl ladrón

(Traducción de Gonzalo Escudero)

A Jules Supervielle.




Como los grandes vientos que soplan en su nocturna
y miserable inmensidad,
en las profundas soledades del invierno,
yerro hirsuto, miserable y sin abrigo.
Ya el lobo no escucha en su guarda
sino el golpe siniestro de mis años.
Y cuidado con las llamas de un solsticio soñado:
en sus claros de bosque,
las divinas y vigilantes miradas husmean entre las
hojas marchitas.

Desollándome como Judas el infame
-el alma en la punta de la lengua helada-
me agito en el más bajo fondo del bosque
como las entrañas del famélico.
—636→
Mil formas solemnes se precisan en esta sombra
oscura y temida,
mil formas solemnes que se jactan ante mí del
hipócrita contorno de sus encantos.
El limo de mi sombra aterciopelada
me ofusca los sentidos y anuda mis pasos.

Como el árbol que dolorosamente reprime su cuita
en el blanco nadir de sus raíces,
el hombre maldice su destino.
En la basílica de los pinares,
el yermo corazón se lamenta:
«¡Despréndete aceleradamente, río, y sé
la cuerda, la siniestra cuerda que me estrangulará!
Que las ramas de hierro prendan los hervores de la
tempestad.
Aunque las frondas del relámpago estallen,
no podréis jamás apagarla.
Cielos, tristes y sombríos cielos,
¡Jamás apagar esta llama de amor que canta dentro
de mis ojos!»

«¿Sobre qué lienzo se imprime mi semblante?
Sobre vosotros, charcas de absintio
y putrefactos brazos del río.
En el aire, en el agua mental del firmamento,
¿Dónde, en qué onda embrujada, se abrevan mis ojos?
¿En las cavernas de la tempestad o en la extrema
soledad del movimiento?».

«¡Hierbas, adiós!
Me he fatigado y saciado con vuestra savia inmóvil.
¡Adiós!
Me lanzo sobre la apunta de mis pies
hacia el meteoro de Belén.
Sin hurtaros un día el Paraíso,
al revés de la gota adormecida,
escalo los torreones más saltos,
señor,
señor, a fin de ofreceros muscíneas».

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ArribaAbajoEl hombre de Trujillo

(Traducción de Gonzalo Escudero)

A Paul A. Bar




Te visito y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas
y en la avidez de mi amor.
Oh mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia en
la querencia de tu inocente claridad.

¡Salud, mar vegetal!
Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las
trombas argénteas de la aurora.
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
las velas desplegadas de las carabelas,
escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial
y lejano.
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¡Aclarad, astros del silencio,
la paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas,
vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la
desesperanza,
el ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de
mi pasión,
y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla
en la tarde.

¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla
y del cemento,
me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
¡Orinecidas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi
espíritu.

¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua.
El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
en selva de seda
y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
ahí renace el alba lustral y salina,
el alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
todas las vasijas y los odres secos.
¡Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!

La sien sonora de mi pensamiento,
la oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este
mundo desolado.
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Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su
follaje,
tiemblan mis dedos
como la savia y como el año.

Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la
aurora que se adelanta,
oh taciturno,
y que desaparezca este harapo sumergido en la onda
y las brumas de un suspiro,
oh taciturno,
como las piedras bajo el peso del futuro.

¡Yo profiero este grito tan alto,
pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
en los lagares de las landas, y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de terciopelo y extraía su sombra con cuidado
de los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes
del invierno
Nadie sabe escucharlo
sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de
su planicie helada.
Piedad, oh piedad, que nos podrimos en la vitrina de
las estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
después de esta fontana de eternidad,
se arrastran y deterioran las blancas miradas
del sitibundo.
Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
del alma en la grande e implacable violencia que me
destruye para siempre!

¡Oh cruz! Astro de geometría, mi palabra,
insignia destellante,
cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡mis miembros se levantan hasta la cima de mis
vientos cardinales!
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Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura
la resistencia para el viaje.
Cohortes
bajo mi soplo,
¿hacia la querencia ilusoria de qué morada
descendéis?
Sobre la aorta pesa
su leche nocturna.
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
que la luna absorba los mostos y los residuos de tu
vida!

¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,
el edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
hermanos, amigos, iluminad las sábanas y los
corredores,
hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de
la muerte.



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ArribaAbajoDe La tempestad secreta

A. M. F.

1926-1927 (Texto original en francés)




ArribaAbajoNocturno

(Traducción de Gonzalo Escudero)

A André Gaillard.




¡Crueldad, crueldad sin nombre, crueldad de mi pasión!
Y el elixir de las llamas que se derrama en el seno
de mi inquina.
El huracán de todas las lágrimas puede abatirse en
mi desolación.
El rumor del embrujo, el aliento y la cadencia dulce
de las octavas,
me vienen puros como brisas contra todo infierno de
condenación.
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Las flores de bruma despliegan sus alas y perfuman
sus sueños en mi noche.
Como dos extrañas umbelas de venas, hacia ellas
torno mis ojos huraños.
Espíritu torrencial que se nutre en las orales fibras
de la lluvia.
Un ángel de amor fulgirá en la amorosa ruta de mis
miradas.
Resuena, resuena con estridencia, huracán de las
mareas.
El húmedo zumbido de los palmares, como una aurora
boreal,
me otea detrás de las arenas del sueño.
Recordadme, sabias criaturas que perduráis en
vuestros arrebatos.
Dominadora naturaleza, yo acudo y me rindo a
tus instancias.
Que yo sea digno entre las flores, que yo sea limpiamente
digno de los ornamentos de la pradera.

Dejad libre por lo menos a mi soplo.
No me torturéis así, oh sílabas de mi lenguaje.

Para colmo de ignominia, he aquí los nombres que se
corrompen al son de sus palabras, y que me constriñen
a alimentarme del viento fétido de sus
discursos.
Labios míos de un día, proferid el insulto que me
aniquile.
¡Venas, ensordeced!
Si aquello no fuera sino un sueño a través del trágico
silencio de mi cuerpo.
El cielo sonoro vela sobre nosotros como una llama
vaporosa.
Escurrimiento, escurrimiento de la tarde sobre mi
sombra y mi lentitud.
Borda, amigo de la floresta, visitante de las lámparas,
este encaje en torno de mí, como un dulce párpado.
Tengo la inocencia de la arrobada azucena entre las
aguas movedizas de la noche.
—643→
Oh fiesta de mis brazos en un recinto de seda.
Que el agua de la gracia os visite, oh mis párpados, en
vuestro celo de blancura.
Como el impelido pájaro que desgarra el firmamento
del vuelo,
rompiendo esta roca de lágrimas,
levantaos osados y finos, oh mis párpados, en el
árido espacio del durmiente.

Un movimiento de alas se insinúa entre las nieves
y entre las flores.
Sé paciente y sueña,
oh mi alma, cerca del mundo, en la aterciopelada
tumba de mi pupila.
Al unísono de los vientos late mi corazón en el furor
de las lluvias.
¡Pero que venga el paisaje! Nacido de las aguas
       lejanas de un murmullo.
¡Que venga al fin este hermano mayor de mi pupila a
   abrirse como un canto de luz entre las hojas!

Soledad de los astros, soledad de la sangre.
Sonrío al otro lado de los montes a semejanza de las
grandes fieras.
Decidme, oh flores, ¿cuándo los vientos y las brisas
atribuladas suspiran en el agua nocturna de
vuestras corolas?
Los aires me embalsaman y mecen silenciosamente,
como un sueño bajo la luna; silenciosamente,
los encajes esplenderán en la memoria de los
pájaros.
¡Zócalo de la morada! como las nieves sobre las
       augustas cimas de otrora.
Rubios encajes que se deshilan en la cabellera de los
torrentes.
Eco familiar que me rindes en un rumor los aromas
de la anémona,
imperceptible eco: tus cuitas y tus sollozos van a perderse
tal el oro de las arenas, bajo la verde
sombra de las lianas que velan sobre la
ventana.
—644→
La luna de improviso, nueva en el mundo; me ilumina
como un ingente grito.
La salvación está en la espera vigorosa, en esta voz
vehemente donde el alma, tal una ala de luz,
vuela delante de la visión.
El azúcar ardiente de las flores os aclara con sus
destellos de vida.

Recuerdo,
ah, si recuerdo el cuerpo jadeante y húmedo de una
mujer entre mis brazos.
¡Se juntan entonces los hálitos y las sombras que me
exilan del cielo de mi razón!
Tú soplas, noche, como una boca de espanto en mis
ojos.
Vientos rompientes de las arenas del desierto.
Vientos de terror que despejáis la ruta de los desastres
a través de mis lágrimas.
¡Marchad, oh vientos,
que bajo el cordial abrigo de las plantas mi frente se
ríe de vuestros rigores!
El equinoccio abre grandes las tumbas.
Oh, mujeres añoradas, el alcohol canta vuestros senos
de flor,
y entre las arenas y las florestas, su nupcial lecho de
condenación.
Pero la más dulce habita mi alma como una semilla
en los vientos.
El huracán erguido en mis lágrimas puede abatirse
sobre mi desolación.



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ArribaAbajo De Ausencia

1928-1930 (Texto original en francés)

Traducción de Gonzalo Escudero




- VI -



Soy el viajero que se estremece y dice:
«¡El mundo es austero y no podemos ir más lejos!»
¿Qué vida tenéis, inmundas presencias?
Ni sangre ni fuerza ni deseo de perecer.
Tengo una mano de odio sobre vuestra vida.
Tengo una mano abierta sobre vuestras fronteras.
Debéis sufrirme en adelante.
Y mi espíritu en el cielo del viento,
como una flor abierta sobre la tumba de una mano.
Un grito suena:
«¡Márchate, márchate!
Tienes el corazón en demasía atormentado.
Este astro no se hizo para ti.
¡Márchate! ¿Aquí se place cada cual
en morder una hierba amarga?»
—646→
Es exacto.
El amor ha revuelto mi alma.
¡Adiós! Yo saboreo una mejor presencia.
Su nombre de gracia es el solo reino en mis
pensamientos
que ha hecho la vuelta alrededor de las nieves
y la lejana vuelta alrededor de mis años.

Pero desciendo en la gravedad de mis quejas,
a semejanza de la horrible noche atosigada,
¡esta noche de muerte que sopla su aquilón iracunda
en nuestros ojos!

¿Me miráis acabar miserable y amenazado de
vergüenza?
Señor, hace un siglo
que he perdido todo lugar en el espíritu.
Desde entonces, mi alma levanta una desolada
quejumbre,
y mi cuerpo está ocupado en morir.
Se ha hablado de mí para desgarrarme.
¡Ni padre ni madre!
Estoy en maldición, adiós, mis sombras.
La noche se inflama al otro lado de mi grito.
Todo ha fenecido en mis venas.

Sin embargo, el cielo azul se desplaza.
Sin embargo, un cielo tan puro
nos reclama una mirada de júbilo.
Señor Jesús, la fe me enciende.
¡Señor, abridme el muro que de Vos me separa!
Una terrible palabra mora en mi espíritu.
No me aventuro a ir más lejos.
Mi cuerpo se entristece de corromperse lentamente.
Y cada uno se place en alimentarse de su congoja.

Maldita esta lumbre
que me golpea en la raíz de mis ojos,
que no caldea ni ilumina
y sólo inventa un sonido
de espanto que desgarra mis venas.
—647→

¡Toda la desolación en mi boca!
No respiro sino el viento del odio.
Mis aniquiladoras aguas del cielo
han recorrido mi camino de la noche.
Me ha contemplado un ángel largo tiempo,
maldiciendo mis sombras y mis párpados.
Y mi castigo irá más lejos que el fuego,
porque soy en verdad el hijo de la iniquidad.
Ah, el corazón de los hombres.
Así sea,
mi Dios.
Si esa es Vuestra ineluctable voluntad.

  —648→  


- X -


Esta mortal enfermedad al fondo de mí me
torna triste y loco, Señor.
Triste y solitario.
Una antigua sombra del cielo de los ríos se agiganta
y sobre mí desciende.
Aunque me olvide,
aunque vague la tarde bajo esta lluvia
vegetal y de infierno,
todo lo he tentado.
La inexorable desesperanza, con su raíz pérfida
y rociada de lágrimas, no me dejará nunca.
Esta enfermedad sin tiempo ni piedad, me torna triste
y loco, Señor.
No tengo recurso ni derecho a las vivificantes formas
de la palabra.
Mi corazón se apaga
y mi voz se estremece con un sonido de muerte,
esta voz perdida,
no hace mucho más bella y fausta que todas las brisas
en la montaña.
—649→
Mi alma está brumosa, cansada y vacilante
desde entonces, ¿Sobre qué pasión y qué pecho
reclinaré mi cabeza?
Para siempre la oración ha calcinado a mis labios.
¡Ninguna mano amiga!
Ah si al menos habría podido fugar de estas sábanas
sórdidas
y marcharme gozoso, infante en la ruta de las flores,
a la selva, a la selva, Señor.
Marcharme a donde lloran, visitadas por fieras,
visitadas por astros,
donde lloran y se encienden entre las hojas las corolas
del olíbano.
A la selva, Señor, donde las raíces aladas nos
restituyen inocencia, esperanza y vida.

¡Malditos estos huesos que se quiebran
y más malditos estos nervios que destilan sangre, la
prieta sangre de mi dolor!
Ningún párpado amigo bajo el cielo que se deleite en
descender sobre mis congojas.
Maldito aquí y en todas partes, maldito, no tengo
ciencia ni esperanza de evasión.
Tullido, ignorante y relegado a la tarde de las arenas,
me nutro de mi sola tristeza
y no hay para mi cuerpo amado, otra hambre que
la de perecer.
Sin embargo, una luz menuda y vacilante me anima
con su rehílo.
¿Acaso a dilatarme voy en los sueños junto con los
ángeles que vigilan mi larga y cruel ausencia?
¿Así habré de vivir un tiempo de brisas balsámicas,
a cuyo abrigo me aprestaré religiosamente a
recuperar el silencio absoluto de mi carne?
Silencio, silencio y olvido. ¡Preciso olvido!

  —650→  


- XVI -


(Texto original en español)


Altas aves, ya en el jardín del vuelo,
moráis líquidamente en trance de alas.
Acudid adentro que vuestro celo
brille en la fragancia de aquestas salas.

Líquidas ansias y plural deseo
de la noche en las sedas de mi aliento.
Frondosos ángeles, en tal recreo,
avivan las aguas de mi tormento.

El entendimiento rompe las puertas.

La luna riela en sus llamas: las nieves
la acarician tanto. Las espesuras
están de vuelo, están de guarda, breves
de brisa en la cumbre de mis alturas.
—651→

¿Dónde se esconde, en qué silencio, en qué
llanuras? La sangre de mis moradas
sufre en acecho, ay, ¿en Su ausencia habré
de fijar el vuelo de mis miradas?

¡Oh mi pupila en ansias bajo el cielo,
nocturna, cabe el néctar de las flores!
¡Cuántas aves penan en mi desvelo
hecho de abstinencias, de sinsabores!

«No la busquéis, dejad en paz la artera
Selva: el Himeneo pone cerrojos
a todo empeño. Mi conciencia entera
os aconseja con cal y abrojos».

Oh voz sin tino, ¿por qué me ahuyentas
y rompes mi llanto contra tus lajas?
¡Ay! ¿la esposa mía? La busco a tientas
¿Y perdida la tengo en tus mortajas?

Todos responden, mares y tinieblas:
«Un nuevo esposo se agolpa en su piel,
como las ascuas, ¡Cuatro tinieblas
ceban tarántulas para la infiel!»

Tiritan los dientes de mi pasión.
¿Hallaré cerradas las porterías?
Los negros puñales del escorpión,
en mi pecho, labran negras estrías.

¡Oh canto de agonía como vuelo
fatal de sangre en mis oscuras venas!
Ojos de mi llorar, vestid de duelo,
vestid mis ansias, ensalmad mis penas.

  —652→  


- XVII -


(Texto original en español)


Y yo seré la ardiente espina
cuyo nacimiento buscadle en las arenas del desierto.
Iré por consiguiente sangre adentro y de soslayo,
como van las tempestades.
Y en mi ansiedad viajaré también en ondas graves
hacia aquel país lejano de toda mente, país de Knana,
cuando al paso, senda abajo, te hallaré en voces de
un suspiro, toda en escombros, ciudad de Balk.
¡Oh selva transparente, oh selva, tus vientos primordiales
han amanecido en mi recinto!
Mil rumores de tus sienes prevalecen en mi espíritu,
que me amortiguan el semblante como holanes
de rocío en torno de tantas frondas agostadas.
Adelanta, alma mía, adelanta nemerosa en cielo bien
profundo,
ya verás suscitarse, en pos de ti, variadas, numerosas
alacenas, colaciones y proventas.
Y más ventajas en tu sangre,
y tus cristales primorosos en los ríos elocuentes
del espíritu.
—653→
Al acecho anduve en tus tormentas
¡Oh príncipe de innumerables plantas y llanuras!
Seis largos siglos han fermentado ya este licor de
abejorros y tarántulas.
¡Salud! por fin me encuentro entre altas nubes y
torrentes, al alcance de tu séquito.
Escucha, ¡Oh príncipe!, mi lenguaje de impaciencia y
sumisión:
«Mis corceles van, como llamas sin recato, del viento
al coral de sus latidos.
Profesores, ya no vivo de vuestra ciencia cenagosa
y de ignominia:
velad en campo ausente;
vuestro estilo me enajena, y mis palabras me las
dictan esta sangre alborotada y más temblores.
Y tú, versificador inmundo, considera en mis pupilas
esta terrible luz de inteligencia.
Miradme todos con asombro: en verdad, hasta entonces,
no habréis visto soledad y faz más puras».
¡Magnates y caciques de la Tierra, embajadores,
empolvados sobrestantes, cuánto apestan vuestras
venas!
Ya me tenéis en duelo y en congoja, harto de vuestra
absoluta podredumbre.
Y en mis ojos rompen su alarma tres ciclones.
Para vosotros, digo: el cubil, los andrajos y como
rótulo, un laberinto.
Ardientes manos de mi pesadumbre,
haced, ¡oh manos!, que vuestros poros viertan la
tanta sangre que os ahoga.
¡Alto ahí!, salamandras y reptiles salivantes, dadme
soledades de rencor.
Y el sortilegio de la espuma, y la escrófula con que
habré de alterar este mundo ensimismado.
Mis arterias, en la noche de mi cuerpo, se acrecientan
de agonías.
«¡Que se aparten de mi albo movimiento! vociferan
los caudales,
que se aparten los guijarros, las arenas: mis aguas
vienen, mis aguas van, con la vigilancia y la
transparencia del espíritu!»
—654→
¡Apártate, escolopendra! Ya pronto volaré en vuelos
de mis ansias.
Llamaradas y torrentes, a la vez, me buscan gimiendo
en mi propia angustia.
Y mi corazón olvidará toda memoria triste de su
sangre en este cuerpo de venturas,
¡oh cuerpo femenino, en cuya luz se extasían las
tormentas, los ciclones!
¡Adiós! Mis labios vibran en las cenizas de otros vientos.
¡Verdad, verdad!, ya nuevamente se declara en mis
cristales
la presencia de este ser tan secreto y transparente
como el néctar de las flores.
Aquí, en voces de mi adviento, al amparo de una
lámpara perdida en su esplendor de azufre,
aquí, en mi destierro, escuchando el vuelo de las
breñas en alas del torrente y el velamen
caudaloso del espíritu.
Te imploro y me estremezco, ¡oh bella del espíritu!
Y cuando el recreo de mis penas, tus pupilas me
acarician.
Bajo este cielo atravesado de clamores, de venas
lentas de rocío,
ten por cierto, ¡oh dulce mía!, más allá de todo
ambiente, te escucha mi ansiedad;
en la eternidad de mis cenizas se verán las glorias de
tu sangre,
¡la dulzura de tu empeño!



  —655→  
ArribaAbajo De Noche
1938 (Texto original en francés)


Traducción de Gonzalo Escudero





- V -


El sol ha cesado de responder en la boca de los muertos.
Desesperada, mi lengua está desesperada y asfixiada
con ampollas.
El sueño que me alarga
ya no será sino un manto de vidrio
arrojado al desprecio,
en torno de mi palidez.
Abjuro de mi destino, los salvajes me han obscurecido
la razón.
Se drena la tempestad por las erguidas trombas de
mis brazos.
Para ascender a la roca prohibida de las montañas,
—656→
mi voz se ha transfigurado.
Ella no es otra, maldita de infortunio,
sino el vagabundo lamento en los sombríos reductos
de la Ciudad.
¡Oh astros,
he velado!
Mi descubierto semblante reposa en la tiniebla.
Así mi lentitud se parece a la savia abisal de los
grandes océanos.
¡Espero, Señor, esta noche, esta inmensa noche,
en el agotamiento y en la ira!
Y la vigilante lámpara no ilumina
sino de sorpresa las superficies arcanas de mi corazón
la frente cargada de presagios,
se desprende nítidamente bajo su cielo en el alféizar
de las sombras.
Mi faz envuelta de esplendores.
¡Pero el aprobio, Horacio!
La claridad de mi boca
sobre la confesión de las estremecidas bocas.
Todavía la herida está quemante
por la enfiladura fulmínea del ala que me ha herido.
Como las rumorosas y verdes corolas de la muerte,
las moscas se despiertan en la fulgencia
de la sal de mi dolor.
Inclinado sobre la fiebre de mi carne
y de mis huesos,
recuerda que vivías, amigo,
en la desordenada caída de mis venas.
Tu mirada en vilo
sobre mi frente, sólo me ha quedado como una transparente pradera
con tu largo salto, golpeas adelante,
para no verme jamás sobre la tierra difunta del
pasado.

Horacio,
¿qué hay?
Mi ala es silencio en todos los claros del bosque.
¡Señor, la noche grande que yo espero!
Pero la injuria
y los apretados puños en el subsuelo de mi saliva,
—657→
¡Horacio!
Cerca de apagarse, la bujía
perece bruscamente por un rechinar estridente de
polvo.

Es, sin embargo, la hora fatídica de mis astros.
¿Qué miras del presente:
Tu fantasma de Medianoche y este rumor en mis
cielos,
Horacio?

Yo lo sé,
respiro por mis heridas y me adormezco en el sueño
del fin.
¡He franqueado con un solo aleteo de sombras, el
espacio visible!
Aún todos los granos de la tierra pululan esparcidos
en el azar de las tinieblas.

¡Horacio!
Pero todos los granos se corromperán en esta
comarca de vejez y de carbón.



  —658→  
ArribaAbajoDe Poemas varios
(Texto original en francés)


Traducción de Filoteo Samaniego S.





ArribaAbajo Paseo en el techo

A Jules Supervielle.




El aguilón del techo
es un órgano de tejas,
y un tablado de estrellas
el efugio del sonámbulo.

Sobre la chimenea  5
el pájaro agita sus alas
-válvulas de mis suspiros-.

Os he visto,
a falta de arena,
desparramar la espuma  10
en el estanque del cielo.
—659→

Cojo el bordón
e, imagen de periscopio,
atravieso la bohardilla.

Desde el fondo del alma escande, surge  15
como chorro de sifón,

el movimiento.
El índice del hombre
empuja los minutos
que impiden el progreso.  20

Sobre el aire interior
que mis pulmones destilan
el ojo navega a la aventura.

En la órbita el corazón se desborda:
me inclino del lado derecho,  25
mas el eje de mi deseo coincide
con la plomada.

Al borde de tu suelo ondulado,
isla estéril,
-que baña un río de brea-  30
desarrollo la medida de mi muerte.

Si no cae la luna y me despierta
como una garrafa de agua fría,
¿me daréis una yema de cebolla
para que broten mis ojos en la sombra?  35

¡Ah, dejad al menos que mi poema acabe
antes de que yo llegue a la orilla del techo!

(Publicado en Intentions.
11 Año, n.º 20.- París, 1923).

  —660→  


ArribaAbajoArco iris

A Max Jacob.




El arco iris se extiende
en el abanico del loro.
Suave música de espejos:
el ángel revolotea en la onda sonora.

Una mano divina exprime la nube:  5
la piel blanca y cristalina
de Eva, en el soto de espinas,
que chupa el tallo de las hierbas.

Mejor que el hemisferio de Magdeburgo,
con la mirada humilde de los recuerdos,  10
contra los golpes de los asesinos,
fresca dama, protegeré vuestros senos.

(Publicado en Intentions.
11 Año, n.º 20.- París, Dic. de 1923).

  —661→  


ArribaAbajoTerreno baldío

El sueño se asemeja a los racimos de la viña;
en algún lugar mi alma canta una albada.
Oh, brisas, si el pájaro os subraya
el día estalla como una granada.

Cuando la válvula de las ranas  5
hace hervir los pantanos,
apoyado el oído en el suelo,
escucho brotar los prados.
El vuelo de las libélulas,
   donde fermenta el aguardiente,  10
monda las grosellas.
   Desde el soto, frutero verde,
   hasta el pequeño bosque
   se aspira el manzano.

El tiempo se abreva en el clepsidra.  15
En los canales del techo
la curruca aplaca la sed.
—662→

¡Cisne!
De bruces,
bajo los matorrales, canto.  20
Es la espuma de mi melodía
el gorjeo de los pájaros.

Alma y cuerpo se recogen.
Mis ojos en el crepúsculo se vuelven tornadizos.

La luz de la vela,  25
columna del albergue,
quema y delata la cosecha.

He bebido tanto vino
que mi sombra está borracha.
Mi soplo hace botellas  30
con el líquido del aire.

Filomela frota sus diamantes
en los túneles de la noche.
¡Esta hambre que horada el pozo
para devorar el pan ácimo!  35

Los frascos de la lluvia rebotan
en el arca de la tierra:
sobre la ruta de lija
resbala mi bicicleta.

Como en su vaina el fréjol,  40
maduro
en la angustia
me siento abrumado
por el muro del frente

Puertas de una barraca sórdida  45
mis brazos se cierran.

Toda la causticidad de la sal del bautismo
hoy siento
mezclada a mi saliva
—663→
   aprendí el Esperanto  50
   en los muros del Barrio Latino.
   Señor, os confieso,
   la regla T es mi picota,
   y conozco de memoria las ecuaciones
   de todas las curvas siderales.  55

El índice recorre la orilla de los vidrios,
y el chirrido de las uñas despierta al rayo.
Para avivar el carmín de mi vergüenza
me froto con hojas de ortiga.

   Me ha segado  60
   el ala desplegada
   de la luz divina.

La gavilla de acero
que separa las barcas del núcleo
me abre la proa de Dios  65
   ¡Oh herida!
La aota es tu más fuerte amarra.

Un perro agota la fuente de su voz
en el árbol florido de las estrellas.
Y vos, mi ángel equipado de velámenes,  70
terraplén de mi noche tenaz, ¡escuchadme!

(Publicado en Philosophies, n.º 2, de 15-II-24.- París).

  —664→  


ArribaAbajoTempestad secreta39

(Texto original en español)


Quito.- Abril MCMXI


Para Ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta «desvergüenza».



Las razones de la vista: aparecen consiguientes las
llanuras, el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
las consabidas alas de este mirar,
la luz naciente que en soledades llevo a los más altos
ayes,
juntadlas de vez segura ya en su común medida, en
su cenit secreto.
—666→
Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de
estos polos.
Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de
mi paso.
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
de ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Con el seño adusto al trasluz de las sienes,
toda inquieta en cima de voces,
de pronto me acusas a deudas, a más rehenes.

¿Habrá espacio de cabida
junto al labio gota a gota de tus senos?
¡Mente, de flores tan vacía!
Afuera el grito, los deleites;
a darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
deseando el cumplimiento de tu sexo,
de cuánto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
de cuánto crece en la pendiente.

Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los
héroes,
ya no asiento el calcañar,
¡oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en
derredor.
Y reparos, valladares y provincias
a cuanto supe desear.

¡Abridme! Llevo el ala fatigada
de arrecios tantos, de espumas y de celos.
Estoy de pena y resonancias,
más aún: de gala y esponsales.

Os diré ayes como un latido de aguas.
abrid las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
—668→
¡Oh vehemencias! Mis venas agolpadas en su cúmulo.
¡Oh huésped mía de delicias:
de monte en valle, de noche en claro, de tienda en
tienda,
cabe el temblor seminal de las rodillas,
como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
te acrecientas de presencia- ¡penetrante y temblorosa
de substancias seculares!

Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me
está vedado?
Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta
tan deseada!
Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas
de blancura!
¡Ay! decidme cuánta savia de mi lecho.
Más adentro la pupila, las moradas, cuanto lo
escondido.
De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de
mis entrañas,
ya podrá ella entonces desnuda luego palpitar.

¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las
otras potestades?
En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?
Ni seda otra, ni tal soporte.
Me conoces, me presentas en campos desatados.
¡Oh primicias de este único menester!
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna
de salivas!
De moradas me regalan.
Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
El labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
a la herida declarada de tus senos!

Abrid de juntas, de par en par las puertas,
y las alas tiernas del encuentro, abridlas!
—670→
De llegada me sorprenden tu latido,
las urgencias consabidas de la noche.

¡Oh mundo, cuán cargado está mi pecho!
¡Ay! Tan corto voy de brazos,
corto y lento en poquedad de mis primicias,
poquedad de las miradas!

Ni lámparas en zaguanes,
ni las flores en su asunto.
¡Qué ceñiglos, qué albañales!
Daos prisa de esponsales, dadme al punto
acicalada de umbrales la morada,
las delicias de encontrarla
toda adentro de jardines y rumores.

No hay pregón de luz que la compare.
Ya se cumplen las edades.
En las huellas de su paso reverberan los leones;
ya sus senos encendidos me circundan de inmanencia.
¡Heredad tan seca, oh tienda de desierto!
Acudid, vosotros todos los del soto, con palmeras y
cristales,
con la fiebre de los ojos y otras tantas claridades.

¡Oh ímpetu total de ansias
en los senos temblorosos de la espera!
Las manos agobiadas a expensas de este peso duro de
los montes.
Vedme el pecho jadeante,
y la boca en su premura.
Cerrado bosque atiende unánime al son de mi llamada,
como un solo golpe de alas.
El velamen se acrecienta
y alza vuelos en mi sangre.
A sien de muros el cortinaje oscuro de la estancia
tal se empaña en los alientos
de un sudor sanguinolento.
—672→
Altas horas de este mundo,
dadme aviso: ¿cuándo llega?
Vuestro péndulo mortal de movimiento
únicamente late en la cavidad de mis latidos.

Con rojo mirar de sentimiento,
a poco, la veréis:
bajo el indijado manto de sus párpados,
en la oculta transparencia de los muros.

Dadme esfuerzo.
¡Ya en la sed de los ijares
un derrame tan profundo
de estos senos!
Y aquel rayo de los altos,
desnudo y devorante como el tiempo, de parte
en parte me atraviesa.

¿Perdí, en ascuas, cuánta imagen de la vista?
Y las puertas alabadas;
grandes plazas y caminos, los cerrojos;
en gonces de alas, las puertas entornadas.
¡Oh quejido de mis ansias!
¡Qué profundidad de soplo!
Adentro, tan adentro, me sorprendes, me das caza.
El mundo está a la mira, la noche en vela,
y el espíritu,
desatado en los arrecios, Adorada, de tu cuerpo.

¡Sobrada noche de cuita y menester!
¡Oh secretos esponsales de este sumo conocer!
Ni la sal de mis heridas,
ni entrañas éstas como pulso de sangre de otras
lágrimas,
nada queda de poder si hoy aliño mis enojos:

Abridme a vida las puertas, los portales;
¡cuántos lechos,
los holanes!
¡Dadme aliento!
—674→
Es de cena la holganza:
ya en mi cauce, a grandes vasos,
se desborda, a plena fuente,
tan adentro,
la inaudita, deseada
sangre viva de la amada.

Soledad de luces, soledad de alientos.
¡Oh lágrimas me dais voces
de su presencia en solar de mis adentros
más remoto!
Arrobado en tales ansias,
ora a vuelta de desmayos,
ora en tela de lamentos,
pasaré la noche en prenda
de soledad,
con el alma ahíta, a tientas,
con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.

Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.
En todo el tu cuerpo te grité mis quejas
porque a fuer de mis enojos ni siquiera supísteme
escuchar.
Y no es de pan, ni es de vino el menester;
ni sed, ni ganas de aquesta colación.
En el jugo, fuente y gota de tus senos:
¡oh prueba sin consejos!
      Sequedades del ansia viva!

¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa he roto,
y cuántos golpes en busca del alivio!
Manos mías en el huerto,
derramad las flores llenas,
derramadlas
y dad sustento
      a este sien que palpita en mi costado.
La pasión que me desangra:
—676→
un tal querer enclavado en las entrañas.
Y los muslos entornados, derramando de ellos su
cabal fortuna.

Desde el otero
   acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis
sentidos?
¿Dónde el pecho de mi boca?
En sus altas horas,
   y en el gozo, en la cima de estambres y deleites,
vino el Huésped.
Abrió cuentas,
y a vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
a todo ámbito,
la voz de su desmayo,
que gritar:
¡desolación, desolación!

Este cavilar nocturno.
Esta llaga atroz de su presencia,
abierta en todo el rostro.
¡Soledad de luces, soledad de alientos!
Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.

Alimañas de mi senda.
¡Cuántos cuervos en la noche!
Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado
de este insomnio.

¡Oh moradas de cal viva!
Allá vuelo en desatino,
con toda la mirada en trances de soslayo,
      arriba de estos grandes vuelos corporales.

Vino el Huésped,
y desnudo me encontró:
los oídos sin respuesta,
tan reseco el albihar.
—678→
Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
Vino el Huésped, en sazón
de esperanzas y clamores,
y único en las praderas de su huella,
      no pudo menos que se exclamar:
-los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,
a su vez que se exclamar:
¡desolación, desolación!

Repitiendo, ora a cuantos muros,
mis desmayos de lágrimas, de espesuras,
con pupilas de mi sangre velaré
tu noche, en prenda de soledades, en paso de tormentas:
con el alma ahíta,
a tientas,
con voces en lo alto y la vendimia adentro,
toda en el lagar.

Ni de siesta, ni de pan o adobada colación
y menos aún de vino me cabe el menester.
Cuando las piernas tuyas entornadas,
   cuando el cuadril arriba en las cumbres desnudo
se decide,
derramando de él primicias contenidas:
a zaga, atónito, voy de tus enojos.
En el tu cuerpo te gritaré mis ansias,
porque a fuer de tal caída ni siquiera entonces supísteme escuchar.
Desatado en la violencia y los arrojos
de este caudal que me desangra:
¡Cuánta cosa he roto!
¡Cuántos golpes en busca del alivio!

A fuente,
¡oh vida!, corres en las aguas tiernas del encuentro.
Manos mías en el huerto, deshojad las tantas flores
llenas,
deshojadlas en sustento de esta creciente sien que
palpita en mi costado.
—680→
¡Con el ímpetu de morir,
romped el canto de la anchura!
¡Oh vida,
me retienes en cuarteles de cal viva,
cabe la morada que de pronto asedias, y luego fortaleces!

Las fieras cruentas de diciembre
huyen trasijadas.
Al trasluz de arteros vientos reverberan los senos míos de la espera,
de ellos tal, ya del vientre y la junciana, se arranca
un grito tal,
¿cuál, decidme? ¿Y dónde están los senos que
apetecen mis sentidos?
Abridme, ¡oh puertas!, al jugo que divierte,
al goce, a zumos del ijar,
a la boca está de su cuerpo, henchida de salivas.

Tantas salas abultadas en los párpados,
cuando el Huésped,
con el ala turbulenta de los bosques,
llego airado en sumo enojo de las frutas.
Majado el puño de la fuerza,
tal vertiendo su esplendor de capiteles
con el mando enhiesto de miradas, a solares acudió,
en praderas, de su hacienda se extendió;
y dando voces de amargura,
de heredades semejantes,
no pudo menos que se exclamar:
¡desolación, desolación!

Este cavilar
nocturno.
¡Abridme el pecho! ¡Oh dolencias: su epidermis tan
de cerca
ataviada en mis contornos!
Con el párpado ensangrentado me devuelvo a los
lamentos de cuantos mis deseos.
Desnudo, bajo el peso de tu inmanente corazón,
desnudo, me devoran las fatídicas sombras de los
astros.
—682→
El Huésped recibiendo, ¿qué vidas lleva en telas de
este mundo?,
¿qué fuerza le retrae en la alta ceja de su vuelo?
Los mares separados, sin dominio, sin respuesta;
la lluvia golpeando, a noche llena, los cerrojos;
el desmayo de este labio en las tablas de la muerte,
y la espesura ardiente del que llega.

Sopla un hálito de lúgubres espejos.
Manos de mi golpe,
¡oh manos desteñidas, como un flujo de la mente!
¡Oh tierra abierta a más desastres!
Amada mía. Los ojos tan de lleno dados a la vista,
tal de huestes y celadas compelido,
tal el Huésped no pudo menos, del Cenobio
y de mi labio conseguido ya en otras cuencas
escondidas,
que se exclaman a todo ámbito: ¡desolación, desolación!

Llama adentro, a merced de cimas claras en tu vuelo,
va mi sangre herida en busca de una ala de frescura.

Implacable Esposa, ceñida llegas de trofeos.
Con el pulso de la fiebre atraviesas cal y canto;
anhelante como el fondo de los mares
te acuestas en mi noche, en la humedad de mis
entrañas.

Tan duro de reflejos, el peso corpulento de la luna.
A crecientes de diciembre se desata el viento cargado
de un ave de los polos.
Tu voz perenne en el pecho de las flores,
no la acarician ya las altas brisas de rocío,
mas el flujo pertinaz de aquellas ondas de belladona
y de espesura.
¿Qué vigilancia me detuvo:
la sombra inerte de las armas;
—684→
acaso un golpe de llamada;
la densidad de mi garganta?
Ya los bosques de la tierra se mecen apartados.
¡Oh baja frente! sudores semejantes,
ni la fiebre de estas sienes los desata,
ni en mi talar de sangre la reverberación de las espinas.

De noche oscura en boca tuya,
¡oh peso adentro, sin cabida!
En el pecho y en la dicha, la pupila en los tendones:
adorada, de tus piernas las sumas potestades,
y la lengua recóndita en la vera:
de caída, de reparto y de saliva, en el grito de la
entrada, en el jugo abierto de tu seno.
¡Oh espacios y venturas tantas de tu cuerpo para
siempre en mis entrañas!

Me dejaste suspenso en ayes
de estas ansias, con los labios entornados.
¿Dónde habré de hallar contornos
al propio pecho mío de tu presa, de tu vuelo?:
¿Perdido en la transparencia de mi retirada desnudez,
en la ajena noche,
harta de vigilias, de espesuras, cuanto más sobrada
de banquetes?

Golpe, este golpe en las sienes, que la mente agrava,
a despecho de tus muros, ¿no lo escuchas,
de mi pupila dilatada?
Chorreando de venas de lo alto, me ilumina Venus en
el rostro mismo de tu sangre,
¡Oh pesada lejanía de los montes!
¡Oh labios tiernos de la cita!
¿Verá el suelo de estas lágrimas la presión
de tu inmarcesible cuerpo sobre el mío?

A tus recintos llegará, en potencias suyas de la selva,
el Esposo trashumante.
¡Ay!, atada al grito de tu ardiente cabellera,
—686→
el alma atenta a mil sabores,
donde te reclama tu rojo espacio en él, irás.
¿Quién soy yo de este mundo entonces fuera de tu
pecho?
Como el hambre, como el tiempo,
los peldaños me conducen de caída.

Tan henchida de reflejos, de miradas;
vuelos de brisa te sostienen;
como la luna en holanes, ¡tan creciente!
De inmanencia permaneces en el centro mío de todo
lo creado.
¡Oh premura devorante de tu boca, de tu sexo,
de los ayes, de lo eterno!

¡Oh mundo concebido, la avenida en los adentros!
Adelante bien me guardas en celadas.
Tan cercana y no me tocas,
y tu frente, de su altura, como el alba;
¡y más primicias se estremecen en la acidez de
tus entrañas!
Ventanas perdurables: chorreando venas, me confundo
con la espesa arcilla de la noche.
¡Oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes en
mis golpes!
Los senos tuyos, leche a dentro, tan cargados de mis
labios, de mi prenda:
me arrancas y me devuelves a esta plaza;
me deshaces en sudores, años, mares y otros
continentes.
¡Oh muerte fiera, oh golpe de ángeles!
Las bestias gimen, perseguidas;
el lobo, bajo el cierzo de la luna, se desangra a vista
de sus ojos.
Tal me implicas, Adorada, en la absoluta permanencia
de la Nada.

Ni la sed es cosa tanta.
Ni sudores de la mente me trasijan de manera
semejante.
—688→
¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa
de este anhelante cuerpo mío
que desnudas y ensombreces a la vez?

Apretada, oculta noche.
¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta
de los astros!
Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;
en tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.
Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de
ensangrentadas cabelleras.

Cuan clara es la pupila, llega al mundo, ¿dónde estoy?
Y los mares de esta fuente, llegarán.
Los cuervos persistentes;
entre muros, mi espesura.
Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas
órbitas:
a despecho entonces te hablaré en tu vientre de
agitado corazón,
con la lengua de mi altura,
en tu sexo sorprendido,
a mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.

Mas, a todo lo adelantas.
¡Oh Mía de mi celo,
pusiste a prueba
tanto empeño en el calor de mis sentidos!
¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas
de la tierra?
¿Cuándo el pecho? ¡a deshora!, y me detienes con el
ímpetu del océano sobre el párpado de mi
desolada desnudez.

El espacio de tu fuerza.
Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.
Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este
mundo?
La boca densa,
aún llena de la muerte.
—690→
En subidos aires salgo de mi aliento.
El jardín contiguo, en manos de las flores.
Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;
que te busqué, toda mía, amén persiga con las ansias
consiguientes del desierto.
Ni la sed es cosa tanta.
Afuera en claro sestean los leones, corre franca la
pradera de los ciervos.

De este poema se han tirado 350 ejemplares numerados del 1 al 350. Acabose de imprimir el 30 de abril de 1940, en las prensas de la Caja del Seguro.

  —665→  


ArribaAbajoTempestad secreta

Versión inédita a base de correcciones del autor


Para Ti, profundamente.
Para David García Bacca,
esta «desvergüenza».


À Jules Supervielle,
à mes amis de France,
que le monde a ignoblement trahis.





- I -

Las razones de la vista: aparecen consiguientes las
llanuras, el cárcavo de las selvas.
encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
las consabidas alas de este mirar,
la luz naciente que en soledades llevo a los más altos
ayes,
juntadlas en su común medida, de vez segura en su
cenit secreto.
—667→
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
de ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Toda inquieta en cima de voces,
con el seño adusto al trasluz de las sienes,
de pronto me arrastras a deudas, a más rehenes.

¿Habrá espacio de cabida
junto al labio gota a gota de tus senos?
Afuera: el grito, los deleites;
a darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
deseando el cumplimiento de tu sexo,
de cuanto jugo a altas horas de tu cuerpo seminal,
de cuanto crece en la pendiente.

Ya no miro, me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los
héroes,
ya no asiento el calcañar.
¡Mente, de flores tan vacía!
¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
me consumes, pecho mío, de substancias y tiempo
en derredor.
Y reparos, valladares y provincias
a cada presión a tientas de mi paso.

Estoy de pena y resonancias,
más aún: de gala y esponsales.
¡Oh vehemencia, mis venas todas agolpadas en su
cúmulo!
Os diré ayes como un latido de aguas.
Abrid las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
¡Abridme!, llevo el ala fatigada
de embates tantos, de espumas y de celos.
—669→
¡Oh huésped mía de delicias:
de monte en valle, de noche en claro, de tienda
en tienda,
cabe el fragor seminal de las rodillas,
como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
te acrecientas de presencia -penetrante y temblorosa
de sustancias seculares!

Tu contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me
está vedado?
Van mis órdenes: a tu merced la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta
tan deseada!
Abierta al calor de mis entrañas ya podrás, desnuda
entonces,
de vivas flores en la cumbre, ingrávida luego, palpitar.
En mi soledad de luna: ¡Oh gargantas de blancura!
Más adentro la pupila, las moradas, todo lo escondido.
¡Ay!, decidme la acendrada contextura de mi lecho.

Voy riberas adelante. ¿Dónde están los montes,
las otras potestades?
Me devora del espíritu la absoluta permanencia de
los polos.
¡Oh Primicias de este único menester!
Ni seda otra, ni tal soporte.
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡Oh cuenca eterna
de salivas!
Hoy tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
El labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
a la herida declarada de tus senos.


- II -

¡Abrid de juntas, de par en par las puertas,
y las alas tiernas del encuentro, abridlas!
—671→
De llegada me sorprenden su latido,
las urgencias consabidas de la noche.

No hay pregón de luz que la compare.
En las huellas de su paso reverberan los leones;
ya sus senos encendidos me circundan de inmanencia:
ya se cumplen las edades.

¡Oh mundo, cuán cargado está mi pecho!
¡Ay! Tan corto voy de brazos,
corto y lento en poquedad de mis primicias,
poquedad de las miradas!

¡Heredad tan seca, oh tienda de desierto!
Ni lámparas ni zaguanes,
ni las flores en su asunto.
¡Qué ceñiglos, qué albañales!
Acudid, vosotros todos, los del soto, con palmeras
y cristales,
con la fiebre de los ojos y otras tantas claridades.
Daos prisa de esponsales, dadme al punto
acicalada de umbrales la morada,
las delicias de encontrarla
toda adentro de jardines y rumores.

¡Oh ímpetu total de ansias
en los senos temblorosos de la espera!
el velamen se acrecienta
y alza vuelos en mi sangre.
Cerrado bosque atiende unánime al son de mi llamada,
como un solo golpe de alas.
A sien de muros, el cortinaje adusto de la estancia
tal se empeña en los alientos
de un sudor sanguinolento.
—673→

Altas horas de este mundo,
dadme aviso: ¿cuándo llega?
Vuestro péndulo mortal de movimiento
únicamente late en la cavidad de mis latidos.

Dadme esfuerzos.
¡Ya en la sed de los ijares
un derrame tan profundo
de estos senos!
Y aquel rayo saturado de presión en su premura,
desnudo y devorante como el tiempo, de hito en hito
me atraviesa.

¿Perdí, en ascuas, cuánta imagen de la vista?
Y las fuentes aledañas;
grandes plazas y caminos, los cerrojos;
en gonces de alas, las puertas entornadas.

¡Qué profundidad de soplo!
¡Oh quejidos de mis ansias!
El mundo está a la mira, la noche en vela,
y el espíritu
desatado en los arrestos, Adorada, de tu cuerpo.

¡Sobrada noche de cuita y menester!
¡Oh secretos esponsales de este sumo conocer!
Ni la sal de mis heridas,
ni entrañas estas como pulso de sangre de otras
lágrimas,
nada queda de poder si hoy aliño mis enojos:

¡abridme a vida las puertas, los portales,
cuántos lechos, los holanes!
¡Dadme aliento!
—675→
Es de cena la holganza:
ya en mi cauce
se desborda a plena fuente,
tan adentro,
la inaudita, deseada,
sangre viva de la amada.


- III -

Soledad de luces, soledad de alientos.
¡Oh lágrimas me dais voces
de su presencia, en solar de mis adentros
tan remoto!
Arrobado en tales ansias
ora vuelta de desmayos,
ora en tela de lamentos,
pasaré la noche en prenda
de soledad,
con el alma ahíta, a tientas,
con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.

Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca.
Y no es de pan, ni es de vino el menester;
ni sed, ni ganas de aquesta colación.
En el jugo, fuente y gota de tus senos:
¡oh prueba sin consejos!
¡Sequedades del ansia viva!

¡Cuánto padecer! ¡Ya cuánta cosa he roto,
y cuántos golpes en busca del alivio!
Manos mías en el huerto,
derramad las flores llenas,
derramadlas en sustento de la ensangrentada luz
que palpita en mi costado.
Este cavilar nocturno.
Un tal querer enclavado en mis entrañas.
—677→
Esta llaga cruel de tu presencia,
abierta en todo el rostro.
¡Soledad de luces, soledad de alientos!
Ni siquiera en sombra tus miradas me cubren ya.

Desde el otero
   acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis
sentidos?
¿Dónde el pecho de mi boca?
En sus altas horas y en el gozo,
en la cima de estambres y deleites,
vino el Huésped.
Abrió cuentas,
y a vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
a todo ámbito la voz de su desmayo,
que gritar:
¡desolación, desolación!

¡Cuántos cuervos en la noche!
Alimañas en mi senda, alimañas de tanta sed.
Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
pronto dormiré mis sueños
bajo el menguado párpado de este insomnio.
¡Oh moradas de cal viva!
Allá vuelo en desatino
con toda la mirada en trances de soslayo,
arriba de estos grandes vuelos corporales.

Vino el Huésped,
y desnudo me encontró:
mis oídos sin respuesta,
tan reseco el albihar.
—679→
Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
Vino el huésped, en sazón
de esperanzas y clamores;
y único en las praderas de su huella,
no pudo menos que se exclamar:
-los ojos encendidos en la prenda de sus ayes-,
a su vez que se exclamar:
¡desolación, desolación!


Con el alma ahíta,
a tientas,
con voces en lo alto y la vendimia adentro,
toda en el lagar;
repitiendo, ya a cuantos muros,
mis desmayos de lágrimas, de espesuras,
con pupilas de mi sangre velaré
tu noche: en prenda de soledades, en paso de
tormentas.
Ni de siesta, ni de pan o adobada colación
y menos aún de vino me cabe el menester.
Cuando las piernas tuyas entornadas,
   cuando el cuadril arriba en la cumbre se decide,
derramando de él primicias contenidas:
en pos, atónito, voy de tus enojos.
En el tu cuerpo te gritaré mis ansias,
porque a fuer de tal caída ni siquiera entonces
supísteme escuchar.
Desatado en la violencia y los arrojos
de este caudal que me desangra:
¡Cuánta cosa he roto
cuántos golpes en busca del alivio!

A fuente,
¡oh vida!, corres en las aguas tiernas del encuentro.
Manos mías en el huerto, deshojad las tantas flores
llenas,
deshojadlas en sustento de esta creciente sien que
palpita en mi costado
—681→
¡Con el ímpetu de morir,
romped el canto de la anchura!
¡Oh vida,
me retienes en cuarteles de cal viva,
cabe la morada que de improviso asedias y que luego
fortaleces!

Al trasluz de arteros vientos reverberan los senos
míos de la espera;
de ellos tal, ya del vientre y la junciana, se arranca
un grito tal,
¿cuál, decidme? ¿dónde están los senos que apetecen
mis sentidos?
Abridme, ¡oh puertas!, al jugo que divierte,
al goce, a zumos del ijar,
a la boca íntima de su cuerpo tan henchida de salivas.

Desnudo me devuelvo a los lamentos, bajo el palio
ardiente de mis párpados;
desnudo, y me devoran las fatídicas sombras de los
astros.
Este cavilar
nocturno.
¡Abridme el pecho!; ¡oh dolencias de blancura: su
epidermis ataviada en mis contornos!
Cuando el Huésped,
con el ala turbulenta de los bosques,
llegó airado en sumo enojo de las frutas,
majado el puño de la fuerza,
tal vertiendo su esplendor de capiteles,
con el mando enhiesto de miradas, a solares acudió,
en praderas de su hacienda se extendió;
y dando voces de amargura,
de heredades semejantes,
no pudo menos que se exclamar:
¡desolación, desolación!
Mas, luego recibiendo, ¿qué vida lleva en telas de
este mundo?
¿qué fuerza le retrae en la alta ceja de su vuelo?
—683→
Las fieras cruentas de diciembre
huyen trasijadas,
los mares separados, sin dominio, sin respuesta;
la lluvia golpeando, a noche llena, los cerrojos;
el desmayo de este labio en las tablas de la muerte;
y la espesura ardiente del que llega.

Sopla un hálito de lúgubres espejos.
¡Oh tierra abierta a más desastres!
¡Oh manos desteñidas, como el flujo de la mente!
Manos de mi golpe.

Amada mía: los ojos tan de lleno dados a la vista,
tal de huestes y celadas compelidos,
tal el Huésped no pudo menos, del Cenobio
y en esta luz entreabierta en la escondida esfera de
mis párpados,
que se exclamar a todo ámbito:
¡desolación, desolación!

Implacable Esposa, ceñida llegas de trofeos.
Con el pulso de la fiebre atraviesas cal y canto;
anhelante como el fondo de los mares
te acuestas en mi noche, en la humedad de mis
entrañas.

A crecientes de diciembre se desata el viento cargado
de un ave de los polos.
Tan duro de reflejos, el peso corpulento de la luna.
Tu voz perenne en el pecho de las flores,
no la acarician ya las altas brisas de rocío
sino el flujo pertinaz de aquellas ondas de belladona
y espesura.

Llama adentro, a merced de cimas claras de tu vuelo,
va mi sangre herida en busca de un ala de frescura.
—685→
¿Qué vigilancia me detuvo;
acaso un golpe de llamada,
la sombra inerte de las armas,
la densidad de mi garganta?
Ya los bosques de la tierra se mecen apartados.
¡Oh baja frente!, sudores semejantes
ni la fiebre de los ojos los desata,
ni en mi talar de sangre la reverberación de las
espinas.

De noche oscura en boca tuya,
¡oh peso adentro sin cabida!
¡oh espacios y venturas, tantas de tu cuerpo para
siempre en mis entrañas!
En el pecho y en la dicha, la pupila en los tendones:
Adorada, de tus piernas las sumas potestades
y la lengua recóndita en la vera;
de caída, de reparto y de saliva, en el grito de la
entrada, en el jugo abierto de tus senos.

Me dejaste suspenso en ayes
de estas ansias, con los labios entornados.
¿Dónde habré de hallar contornos
al propio pecho mío de tu presa, de tu vuelo?
¿Perdido en la transparencia de mi retirada desnudez,
ya en la ajena noche
harta de vigilias, de espesuras, cuanto más sobrada
de banquetes?

Chorreando venas de lo alto, se refleja Venus en el
rostro mismo de tu sangre.
Este duro golpe en las sienes, que la mente agrava,
a despecho de los muros, ¿no lo escuchas,
de mi pupila dilatada?
¡Oh pesada lejanía de los montes!
¡Oh labios tiernos de la cita!
¿Verá el suelo de estas lágrimas la presión
de tu inmarcesible cuerpo sobre el mío?

A tus íntimos recintos llegará, en potencias suyas de
la selva, el Esposo trashumante.
¡Ay!, atada al grito de tu ardiente cabellera,
—687→
de pronto te acrecientas,
   te iluminas como el agua ingente de los mares.
¿Quién soy yo, de este mundo, entonces fuera de tu
pecho?
Como el hambre, como el tiempo
los peldaños me conducen de caída.

Tan henchida de reflejos, de miradas;
¡como la luna, en holanes tan creciente!
El alma atenta a mis sabores,
de inmanencia permaneces en el centro mío de todo
lo creado.
Vuelos de brisa te sostienen.
Adelante bien me guardas en celadas;
tan cercana y no me tocas.
Y tu frente, de su altura, como el alba;
¡oh premura devorante de tu boca, de tu sexo, de
los ayes, de lo eterno!

Me deshaces en sudores, años, mares y otros
continentes;
me arrancas y me devuelves a esta plaza.
Los senos tuyos, leche adentro, tan cargados de mis labios, de mi prenda:
¡oh Esposa mía, de soledad en soledad repercutes
en mi sangre!
Chorreando venas me confundo con la ingrávida arcilla
de la noche.

¡Oh mente fiera, uh golpe de ángeles!
Las bestias gimen, perseguidas:
el lobo airado, a medida de su empeño, se desangra bajo el cierzo de la luna.
Tal me implicas, Adorada, en la absoluta permanencia de la nada.


- VI -

Adentro, tan adentro me sorprendes, me das caza.
Ni la sed es cosa tanta,
—689→
ni sudores de la mente me trasijan de manera
semejante.
¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa
de este anhelante cuerpo mío
que desnudas y ensombreces a la vez?
En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados;
me despierto a toda voz, dando gritos de llamada.

Cuan clara es la pupila, llega al mundo, ¿dónde estoy?
Entre muros, mi espesura.
A despecho entonces de estas órbitas te hablaré de
tu vientre de entrañas y lamentos,
con la lengua de mi altura,
a mayores firmamentos, con mi voz de noche oscura.

Mas, a todo te adelantas.
¡Oh mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño
en el calor de mis sentidos!
Cuando el pecho:
      ¡a deshora!, y me arrebatas con el ímpetu
del océano
      sobre el párpado de mi ensangrentada
desnudez.

El espacio de tu fuerza.
Mis ojos lentos brillarán del fulgor de las ciudades.
Vedme el pecho jadeante,
la boca densa, aún llena de la muerte.
Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de qué
mundos?
—691→
El jardín contiguo, en manos de las flores.
En subidos aires me detengo, a orillas de esta luz.
Y van pasos, desnudos pasos de mi alma
toda mía:
la intensidad de los desiertos resplandece
ya en la dorada cuenca de tus muslos entornados.
Ni la sed es cosa tanta.
Afuera en claro sestean los leones, corre franca la
pradera de los ciervos.



  —[692]→     —693→  
ArribaAbajoPoemas varios
(Texto original en español)





ArribaAbajoVigilia adentro

Las fatales órbitas, el fragor que implico en
este cuerpo de soledad y golpes.
Gimiendo en desperdicios,
a más no cumplo con preceptos.

¿Qué poder de tiempo y de substancia, abierto a tal
medida, prevalece en mi estación?
Un ángel de denuedo surca los adentros de este sexo
sorprendente.
¡Exhausta, a tientas me dejaron!
Y la voz mía, dolorosa como el crujir de inherentes
materias corrompidas.

¡Empero no me ahuyento, desgreñada!
Y desnuda, tan blanca de mis senos, chorreando los
maduros jugos, ¿a dónde iré a fin de que la
luna no refleje mi blancura?
—694→
Aquella peste en comisuras,
y sobre el alma los cascos rebotantes de la injuria.
Tal la estrechez de mis entrañas:
en este amor de los deseos, a borbotones de agua
regia.
¡Oh mi pecho!
¡Las miradas! ¡Oh mis otras claridades!
Bajo el ímpetu nemoroso de las flores,
del Oriente llegan
ya las ondas dominantes de la luna.
Con mis ojos cruentos de extravío y las paredes que
desangro,
hoy me extiendo lentamente de mis párpados
a la reverberación de las esperas.

¡Oh campo aciago de planetas!
¡Oh premura con que busco mis riberas!
Desnuda a tus sabores, tal me atrevo a desearme:
¡qué consumo entonces, a más antojos entre dientes!;
¡qué violencias corpulentas en el sexo
y qué vacío en la noche de los hombres!

En sumo empeño de tu total presencia,
van mis manos, anhelantes, sumergidas:
tanto el pecho, la memoria y las entrañas de la mente.
Estoy de luces, en reclamo de tu implícita
transparencia.
Lo lejano se incorpora al vaivén de las ciudades.
Distancias no te alejan,
por cuanto ajustan solidez en el espacio y los conjuntos.
Y la apretada, oculta noche de mi vientre, donde aspiro
tu mortal materia de polen y de celos.
Así entornado todo el cuerpo,
palpitan de seguida mis dos senos,
      a dos voces.
¡Oh prendas de mi anchura bajo el lino sofocante!
¡Oh boca para siempre en desperdicios!
      Y la ubicuidad
   nocturna donde aguardo el calor de tu medida.
—695→
Miradas tantas de por medio.
En rencores de la sangre, en primicias de otra suerte,
¿habrelas, sobre el lecho, de cumplir mis dolencias
de blancura?

La penetración seguida de clamores;
el eco persistente, las densas sombras de la muerte
que levantan claridades:
¡en bienes y recónditas salivas de este abismo!

  —696→  


ArribaAbajoEn estas nocturnas salas

Cerrados ojos de densidad oscura,
atentos siempre al brote por donde transige el alma,
la soledad os junta en totalidad inclusa de tiempo y
persistencia;
mi sangre, de hito en hito, se consume en la visión
suspensa de vuestro ardor.

Líquidamente en trance de alas, el jardín ahora
implícito.
Miradas en el alba de mis ansias son aquellas,
a vuelta de continuas órbitas,
que el sueño encubre.
Esotra cumbre de transparencias endurecida;
alturas de mi faz enhiesta.
¡Oh cristal intrínseco de este mundo irreversible!
Densidad resplandeciente de mi ceñida piel.

La luna cercada de astros y sus frondosas huellas,
de golpe y sangre vibran en las espesuras de tanta luz.
—697→
Por cuanto abriga el alma: mi rostro atento de su
sudor y búsquedas.
El entendimiento, al par que recibiéndote, rompe las
puertas.
Dando a los ecos mi palidez confusa,
huésped de sangre en estas nocturnas salas,
con mis ojos entro, con mis sombras al descubierto.
¡Tribulación! ¡Ah, la misma fuerza viva de pasión
y angustia!
Dejadme en vilo, cerrado íntimo, sin nexo alguno,
en mi soledad creciente de atroz presentimiento.

La mente responde,
tanto el aire omnímodo,
en todo centro, a todo, a tientas.
Al saber de aquellos suyos ínclitos senos
de celos, de magnitudes
otra comarca de eternidad me asume
donde la esposa mía junta, de claridad en sí, las
cuentas.

Luna en los ámbitos y virtual consumo de latentes
cimas, de miradas otras.
Espesos ya los adentros de madurez cumplida,
en los yermos de esta sed transito como el cuerpo
opaco de los leones.
Allí te alcanzo, en el espacio aquél de luces cruentas;
a todo trance me vertiré allí en tus jugos de vid
secreta,
de anhelantes muslos.

Te desnudas a toda fuente, en infinita penetración:
así el contacto y los océanos
de inmanentes aguas;
así mis labios ensimismados en la humedad naciente
de tu perenne noche.
¡El Himeneo!,
¡Oh clara lengua de último vértice, de extrema presa!

  —698→  


ArribaAbajoPerenne luz

La noche tan de cerca, y tan desnudo golpe a expensas
de mi corazón.
¡Dolorosa mano mía no aciertas a caer,
      suspensa en aquel trasluz de movimiento,
   de tu imprescindible exclamación!

Ya los mares del Oeste como el pecho se dilatan;
tanto el vuelo de mis sienes, y el velamen de esta
lámpara que levanto a firmamentos, al paso
de aguas, a más decir por la anchura
de mis párpados.
¡Oh metal tan fresco
bajo el calor de la epidermis!
¡Oh clara huella de su tránsito
en el campo deseado,
      en las congruentes potestades de tu sexo!
De clamores y destellos me consuma,
habiendo de sosegar su desnudez.
—699→
De sosegarla en la noche de la especie,
en breñas del oasis,
con mi aliento cuanto en vilo de miradas.

Todo aquello que te arrima en resplandores,
que tu condición aplaca de mi ensangrentada
consistencia,
todo aquello no se ajusta de palenques y de fronteras
familiares.
Soledad cumplida,
¡oh silencio, me retraes
   -como una implacable roca de durezas en el alma!

¡Menguada luz de escaso asilo!
Labios míos, dadme altura en el trance de estas ansias.
Mas al borde de riberas semejantes
cuántas aves de este mundo se incorporan,
como el rostro implícito en el fulgor de la visión,
que atraviesan de soslayo la magnitud de las esferas.
Por cuanto asumo de mi cuartel de sangre,
la baja tierra de brisas se ilumina.
Mi cuerpo en tanto a vista se desprende de cenizas,
gimiendo en hontanares de espeso llanto.

Premisas todas de la muerte.
Un ay seguido de tinieblas de esta gota pertinaz del
pensamiento.
¡Oh mi sueño entrante en humedad de flores!
El espíritu denodado
se arranca de sus perennes paredes lastimosas.
Abultados cortinajes, como otras tantas cabelleras
de lo oscuro;
y la más ardua noche
de presión continua.

Entidad fortuita
que no habré de hallar sino a merced de escombros,
en el fragor de la ruptura,
cuando este golpe de mi total caída
apura entradas en la nada.
—700→
¡Oh lamento de tu voz en mi espesura!
Y esta latente réplica, de néctares y de estambres,
al placer que me convida.
¡Oh Tiempo me defines de presencia y de universo!
Hoy cuán bien, ¡oh luz!, aciertas entre tejidos y
asperezas a
      descontarme espacios,
a circundarme de vecindades el corazón.

Vida sin perjuicios cuando de Ella al tanto de sus
senos concatenando habré de recibir,
me sostengo en vilo, sin huella entonces, a mayor
premura de memorias,
en mi boca de ayes.
Mi labio amén de vez repercute golpeando lo indecible.

Esta acendrada concentración del alma,
¿en qué cúmulo no obstante de la esfera que me oculta?
Hoy mi sentencia, a toda prueba.
De un paso mío al consiguiente, ¿qué distancia de
orbes se resuelve?
Tu propia luz endurecida,
como aquella, a expensas de la nada, claridad conjunta
de los universos astros.

Todo vuelo se desprende de tus ansias;
tanto así mi faz en los recónditos espejos que la
nombran.
La reverberación así del sexo
en la extensión de su cabida,
como el clamor de los metales
bajo el lampo de tus cruentas auroras boreales.

Ni vectores, ni herramientas de otra fuerza.
Gota a gota la fría lámpara
sobre mi sien persiste.

¡Tus miradas desgreñadas!, Ya sus íntimos cristales
de violencia me golpean
a merced de tu estatura.
Vertientes todas de mi lecho.
El deseado cuerpo a su poder de luz se entrega,
a sus mejores aguas.
—701→
Tal es mi consumo,
de transparencias tuyas y señales en el retiro
incalculable de los astros.

Allá en demora, Amada mía,
por cuentas y sabores de tu amor que concertar.
Y los terrestres años se deciden, en trances de mi
prenda,
hacia el extremo vértice de profundidad apetecido.



  —[702]→     —703→  
ArribaHermenéutica de Perenne luz40

- I -

¿Qué me propongo? Nada más que el relato de mi ser en la existencia a lo largo, en el proceso de un poema. Este será Perenne luz.

Dos vocablos asimilados en un conjunto espacio-tiempo, en una presencia física.

- II -

Bien veo que el paralelismo lo descubro como consecuencia de una acción; esta luz infrarroja, esta ultravioleta, ambas como constancia de velocidad propia, ambas reveladoras en cuanto activas por tal o cual   —704→   substancia; paralelismo en constancia de velocidad. Lo que abstractamente decimos ser de dos líneas paralelas; pues en ambas encontramos ciertas constancias con relación a otras creaciones nuestras: distancias absolutas. Decir que de una a la otra hay una sola perpendicular a la otra desde un punto arbitrariamente escogido, es decir (eliminados del tiempo) sometido a un absoluto (de espacio).

Una abstracción, es decir, una singularización llevada, a lo absoluto y como imagen física en aproximación: lo que he llamado un ciclo cerrado y aquí encontramos, ya que las cosas las vemos como un movimiento cerrado en ciclos, más o menos densos; respondiendo a tales o cuales equilibrios y de allí esta apariencia de estática, de solidez, de resistencia (de no sometimiento al consistir de las otras cosas en cuanto a velocidad únicamente, no en modulaciones, pues ya hemos visto una respuesta de cada luz a cada consistir de las cosas).

- III -

La luz en cuanto tal y su significado conceptual y de allí su presencia en el conocimiento. De conocerla a priori, no. Mas sí como primera experiencia física. Y la física nos lleva a la idea de la medida. Mas toda medida es fuente humana, se ve de hecho sujeta al movimiento. Medir es comparar y comparar es ir de un espacio a otro, es moverse. Y, físicamente, ¿De qué artificios nos valemos para entender el movimiento? De ideas tales como velocidad y espacio y tiempo como soportes de tal velocidad. ¿Y en esta experiencia física acumulada en ideas tales, qué encuentro? Un mundo en el que la luz, únicamente ella, guarda esta (misteriosa) fórmula de una velocidad constante en toda circunstancia física (interna) condición en todo dilatarse, en toda evolución, en toda   —705→   densidad, sujeta en su camino únicamente a circunstancias de acumulación. ¿Irreductible entonces en el tiempo como una esencia física? Perenne luz. A su vez hacedora de modalidades en las acumulaciones físicas, como una virtual categoría física: la que hace que las formas se nos aparezcan.

En suma, el descubrimiento por el espíritu, en este mundo y en mi implicación vital, de esta existencia. Mas, aun conocimiento físico, empecemos por un camino físico y para ello nuestra actualidad en un mundo físico. Y nuestra primera experiencia física nos la darán las sensaciones. Y para mejor llegar a una entidad existencial, nada más conducente que la anulación, en sus circunstancias de ella de todas las otras posibilidades existenciales. En este afán nuestro de todas las posibilidades físicas a las cuales esta entidad, la luz, se halla concomitante y esta anulación, o tal vez sustentación en un anonadamiento, más integra sensorial y vitalmente, ¿qué más sino en la tiniebla?, la noche, vitalmente:

LA NOCHE TAN CERCA...

- IV -

¿Adónde van mis pasos? Me veo entrar de lleno en esta soledad, en esta reversible acumulación de mí mismo, del ser en mí, entrar tan cargado de relación, de experiencias concomitantes a un mundo que en esta circunstancia, sin embargo, trato de eludir, en voluntad expresa de primeramente encontrarse en mí mismo, y en vista de la ulterior y capital experiencia, aquella de la vuelta al mundo.

Volver al mundo, volver en vuelta de inmediato y (sensorial) ya de conceptual conocimiento.

  —706→  

En soledad tal que las cosas acuden a mí, únicamente fundadas en su visibilidad, de manera que estáticamente me acomodo a su presencia. Visibilidad que es la mejor que nos sujeta a su presencia, de donde podemos deducir que esta visibilidad es asimismo la que mejor nos lleva a una necesidad de totalidad del mundo, de espacio y tiempo, la que nos asegura esta presencia en la totalidad de las formas. Lo homogéneo, espacio-tiempo, como soporte de las cosas heterogéneas en su presencia. Me encuentro en dualidad, entonces, con lo presente físico y la luz, en este encuentro, como hacedora en mí de las formas actuales de las cosas en cuanto yo extático.

3-4

¿En qué? En este cuerpo que me encierra. Pero dotado de vida y la vida es movimiento. Y este tal movimiento circundante, en ciclos; polarizado, ¿quién lo agita? Mi corazón.

...Y TAN DESNUDO GOLPE A EXPENSAS DE MI CORAZÓN.

Ir al mundo. Aprehender. Quiénes más que mis manos activas entonces activas de mi cuerpo. Mas, hubo un tránsito y un incorporarme y un proceder del mundo:

DOLOROSA MANO MÍA...

Dolor como mi conformidad con lo actual: mi tránsito:

DOLOROSA MANO MÍA NO ACIERTAS A CAER...

Y este padecer del cúmulo anterior, y la sorpresa de lo concerniente:

  —707→  

...SUSPENSA...

el tránsito y entonces el movimiento en un trasluz; la presencia de lo anterior, la presencia de lo consecuente, acumuladas y esta vez sustentadas en el movimiento, en el existir:

... SUSPENSA EN AQUEL TRASLUZ DE MOVIMIENTO...

Exclamar: exteriorización del contenido, del polarizado contenido en busca de exterior contacto: el ente en busca del ser. Mano mía en este tránsito, en este volver al ser, no aciertas el encuentro, pues, en cuanto uno va al ser, el ser se multiplica y se temporaliza y se especializa. Y el desconcierto en este tránsito de mi unidad en la totalidad de la unidad, no aciertas a caer, a despersonificarte en el ser.

...DE TU IMPRESCINDIBLE EXCLAMACIÓN.

5-6

En cuanto llego al mundo me dilato. Descubro el mundo. ¿Quién me lo descubre? Algo ondulativo, el movimiento (luz). De un oriente a un occidente:

YA LOS MARES...

(Dilatación y dilatación mía).

(

(

(

(

El mundo como tal, la tierra... metal.

DE CLAMORES Y DESTELLOS...

Exteriorización y pertenencias de la luz.

...DUREZAS EN EL ALMA...

Después de descubrir el mundo, descubro un camino mejor hacia el ser: el cumplimiento de toda suma   —708→   en el amor. Y, por lo tanto, vuelvo en ti acumulado a una

SOLEDAD CUMPLIDA.

Y lo exterior, esta luz buscada:

MENGUADA, entonces y

...DE ESCASO ASILO.

Más, en el mundo estoy y, en tanto:

...DADME ALTURA...

Pero otros seres también en tránsito, en incorporación definidora. Como todo el cuerpo en su cuna,

...EL ROSTRO EN EL FULGOR...

(Acumulación y dilatación en grado sumo).

7-8

Como una herida de la pluralidad a la unidad totalizante y buscada. Así en todo mi vitalidad:

...DE MI CUARTEL DE SANGRE,

Con todos sus atractivos, la tierra, mi sustento, se me aparece. Pero esta tierra, es una limitación, una contingencia y mi cuerpo, concomitante en ella,

...SE DESPRENDE DE CENIZAS...

(En resolución de cesación).

Aparición en sospecha, en latencia, de la muerte y aunque (nuevamente) esta angostura, estas tinieblas (exteriores), el pensamiento, como un invariante, continúa:

...ESTA GOTA PERTINAZ DEL PENSAMIENTO.

Lo que mi anterioridad ha acumulado, EL SUEÑO lo reposa, lo pone como descubrimiento activo, volviendo   —709→   a su primitiva circunstancia mi instinto, mi inteligencia activa: inteligencia vegetativa:

...EN HUMEDAD...

(Humedad que fomenta el desarrollo sin contratiempos)

...DE FLORES.

EL ESPÍRITU...

Como una perennidad.

...SE ARRANCA...

A toda contingencia, a la dolorosa circunstancia.

Sin embargo, afrontando la acción, la contingencia, el movimiento: esta presencia de negación (luz).

LA MÁS ARDUA NOCHE...

9-10-11

En esta búsqueda del ser, yo contingente no me acumularé sino en una:

ENTIDAD FORTUITA...

Pues sometida a la contingencia,

...A MERCED DE ESCOMBROS,

Después de tantos fracasos: escombros (lo realizado pero no cumplido).

Como en una RUPTURA.

CUANDO ESTE GOLPE...

(Algo encuentra algo)...

...DE MI TOTAL CAÍDA,

De mi anonadamiento, descubre esta categoría del ser (este sustentamiento del ser en total),

  —710→  

...LA NADA. Mas mi voz, el camino del lenguaje, del espíritu, prevalece en esta acumulación de dualidades:

...EN MI ESPESURA.

¿De dualidades? Mi anonadamiento... El Ser.

Y manifestándose el ser: el mundo.

Dualidad: réplica:

...RÉPLICA DE ESTAMBRES...

(fecundidad, perennidad)

...NÉCTARES...

Lo realizado, como suma e imagen del placer de lo cumplido: Mas, ¿cómo? ¿quién hace?

EL TIEMPO: ME DEFINE en mi contingencia:

...DE PRESENCIA... (Posibilidad de ser en mí, de unidad)

...Y DE UNIVERSO.

De la totalidad en su multiplicidad: la totalidad contingente.

Pero algo en este ir de contingencias aparece como invariante: la luz.

Luz que da forma a los objetos. La luz como una categoría.

Mas, si definirme y encerrarme y limitarme, así mismo, esta luz que al definirlo disgrega el mundo y al disgregarlo se ve sujeta a este trabajo de dominar tales disgregaciones, de anonadarlas, un mundo entonces ENTRETEJIDO y como un oponerse, una ASPEREZA, esta...

«Hermenéutica de Perenne Luz» es un conjunto de anotaciones que sirvieron, en parte, a Gangotena para dictar, verbalmente, una auto-interpretación de su poesía a un grupo de amigos, pocas semanas antes de su muerte. Del incompleto manuscrito se publicó el texto exacto en el número 2 de la magnífica revista quiteña Presencia correspondiente a diciembre de 1950.