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ArribaAbajoPoesías filosóficas




ArribaAbajoLa eternidad de la vida

Versos dedicados a mi amigo Juan León Mera


Meditación



I

ArribaAbajo Cosas son muy ignoradas
y de grande oscuridad
aquellas cosas pasadas
en la horrenda eternidad,
por hondo arcano guardadas.  5

¿Quién pudo nunca romper
de la muerte el denso velo?
¿Quién le pudo descorrer,
y en verdad las cosas ver
que pasan fuera del suelo?  10

Que por fallo irrevocable
padecemos o gozamos
los que a otro mundo pasamos,
es cuanto de este insondable
alto misterio alcanzamos.  15
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Si medir nuestra razón
procura, ¡oh eternidad!,
tu ilimitada extensión,
¡qué flacas sus fuerzas son
para con tu inmensidad!  20

Sube el águila a la altura
del vasto, infinito cielo;
medirle quiere de un vuelo;
mas, toda su fuerza apura,
y baja rendida al suelo.  25

Así el loco pensamiento
se encumbra a medirte audaz;
mas se apure su ardimiento,
y abate el vuelo tenaz
al valle del desaliento.  30


II

En verdad que da tormento
este funesto pensar:
¿En qué vienen a parar
esas vidas que sin cuento
vemos a la tumba entrar?  35

En la tumba, de los seres
precisa fin pavorosa,
remate así de placeres
como de los padeceres
de esta vida trabajosa.  40

En la tumba, oscura puerta
cuya misteriosa llave
vuelve con la mano yerta
la muerte; playa desierta
de donde zarpa la nave,  45
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de la vida a navegar
con brújula y norte inciertos
en no conocida mar,
mar sin fondo, mar sin puertos,
ni ribera a do abordar.  50


III

¿Qué es morir? ¿Qué es la muerte? «Oscura nada,
triste aniquilación», dice el ateo.
¿Todo ser en la tumba se anonada?
¡Error, funesto error! Yo en ti no creo.

Si este que siento en mí soplo divino  55
dentro la huesa en polvo se convierte;
si la esperanza de inmortal destino
se disipa en las sombras de la muerte;

fuera entonces de Dios dádiva inútil
esta triste existencia de un momento,  60
que se disipa como un sueño fútil,
o como el humo vano en vano viento.

¿A qué este don de penas y quebranto?
¿A qué darnos la vida, conducirnos
por un desierto de dolor y llanto,  65
y para siempre al cabo destruirnos?

¡No puede ser! El hombre desdichado,
de gusanillo que se vio en el suelo,
en mariposa angélica trocado,
de la lóbrega tumba vuela al cielo.  70


IV

Y ¿a dónde va quien deja nuestro mundo?
¿A dónde el que en tu sombra, muerte, escondes?
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¡Jamás a esta pregunta, tú, profundo
silencio de la tumba, me respondes!

¿Sus lazos terrenales se desatan?  75
¿Se acuerda del humano devaneo,
o todos sus recuerdos arrebatan
las soporosas ondas del Leteo?

¿Está por dicha con la eterna unida
esta rápida vida que se acaba?  80
¿O allá el amigo la amistad olvida,
y el amante también lo que adoraba?

El amor, la amistad ¿son vanos nombres
que borra el soplo de la muerte helada?
¿Del alma, que no muere de los hombres,  85
son ilusión no más, sombras de nada?


V

Oigo una voz que eleva el alma mía,
voz de inmortal y de celeste acento:
«¿Qué a mí, la muerte ni la tumba fría?»,
dice hablando secreta al pensamiento;  90

«¿Piensas que la segur que hace pedazos
»las cadenas que al cuerpo sujetaron
»mi esencia divinal, los demás lazos
»rompe también, que al mundo me ligaron?

»¿Piensas que del amor, que fue mi vida  95
»en la vida del mundo, me despojo
»estando al otro mundo de partida,
»cual de la arcilla que a la tumba arrojo?

»¡No! No es capricho de la carne impura
»la amistad, o de amor la llama ardiente;  100
»del espíritu si la efusión pura,
»y el espíritu vive inmortalmente.
—370→

»Y así a la eternidad lleva consigo,
»cuando abandona su terrestre estancia,
»amor de amante, o amistad de amigo,  105
»sujetos nunca más a la inconstancia».


VI

Sí, ¡dulce voz! Cuanto me anuncias creo;
quien en ti cree espera y vive en calma,
seas la voz mentida del deseo,
o la voz del oráculo del alma.  110

Triste de aquel que los oídos cierra,
y cierra el corazón a tu consuelo.
¿Qué tendrá el infeliz acá en la tierra,
si la esperanza le faltó del cielo?

Noche será su triste pensamiento  115
que el negro ocaso ve, mas no la aurora;
en su pecho la muerte hará aposento,
anticipada a la postrera hora.

Que será como sombra ver la vida,
como sombra el placer que llega y pasa;  120
ver la dicha en el mundo tan medida,
¡y no esperarla alguna vez sin tasa!...

Sí, ¡profética voz! tu acento tierno
llega a mi corazón, consolatorio;
tú en la muerte el placer pintas eterno,  125
y el dolor en la vida transitorio.

Por ti el amor que aquí se desvanece
cual tierna flor que se deshoja al viento,
más allá de la muerte reflorece
de las eternas auras al aliento.  130
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Tú la dicha nos pintas duradera,
y la gloria del cielo en lontananza,
borrada del sepulcro la barrera,
y trocada la muerte en esperanza...

¡Bella esperanza! cuando ya cercano  135
me hallare yo a la tumba apetecida,
mis ojos cerrará tu dulce mano,
y olvidaré el tormento de la vida.

  —372→  


ArribaAbajoAl sueño

ArribaAbajo       En otro tiempo huías
de mis llorosos ojos, sueño blando,
      y tus alas sombrías
       lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.  5

      A aquel lecho volabas
en que guardan la paz las mudas horas,
      y el mío abandonabas,
       porque en él encontrabas
en vigilia a las penas veladoras.  10

      Donde quiera que miras
lecho revuelto en ansias de beleño,
      en torno dél no giras;
      antes bien te retiras,
pues de las penas te amedrenta el ceño.  15

      Y así huyes la morada
soberbia de los reyes opresores,
      y envuelto en la callada
      sombra, con planta alada
a la chozuela vas de los pastores.  20

      Del infeliz te alejas;
con su dolor en lucha tormentosa
      solitario le dejas;
       no atiendes a las quejas,
y sólo atiendes a la voz dichosa.  25

      Enemigo implacable,
de cruel dolor y criminal conciencia,
      de voz inexorable,
       y compañero amable,
y amigo de la paz y la inocencia...  30
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       Si en otro tiempo huías
de mis cansados ojos, sueño blando,
      y las alas sombrías
       lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.  35

      Hora al mío te llegas
solícito, sin fuerza y sin ruïdo;
       ya a mis ojos no niegas
      tu beleño, y entregas
mis sentidos a un breve y dulce olvido.  40

      Las que no se apartaban
penas insomnes de mi lado, oh sueño;
      las que siempre velaban,
       esas que te ahuyentaban
con su torvo, severo y triste ceño,  45

      volaron ya; despierta
miras en su lugar la paz ansiada;
      libre quedó mi puerta,
       y ya no ves cubierta
de espinas dolorosas mi almohada.  50

      Mi conciencia no grita
para asustar tu asustadizo vuelo,
      ni la ambición me irrita,
      ni mi pecho palpita
en pos de alguna vanidad del suelo.  55

      Desde este mi sereno
retiro escucho el rebullir del mundo
      a su tumulto ajeno,
       como si oyese el trueno
que retumba en remoto mar profundo.  60

      Y digo: ya agitaron
las ondas de esa mar mi barco incierto;
      los vientos le asaltaron,
       sus velas se rasgaron;
mas, llegó salvó a este abrigado puerto.  65

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ArribaAbajoA la soledad del campo

ArribaAbajo    A ti me acojo, soledad querida,
en busca de la paz que mi alma anhela
en su ya inquieta y procelosa vida;
mi nave combatida
por la borrasca de la mar del mundo,  5
esquiva ya su viento furibundo,
y en busca de otro viento sosegado
dirige a ti su desgarrada vela,
¡oh!, puerto deseado
en que la brisa de bonanza vuela.  10

   Tú levantas el ánimo caído,
bálsamo das al pecho lacerado,
das nueva vida al corazón helado,
y aliento nuevo a su vigor perdido.
El alma que perdió su lozanía  15
y fuerza soberana,
junto con su ilusión y su alegría,
allá en la estéril sociedad humana,
en tu repuesto asilo,
en tu seno tranquilo  20
feliz respira al fin; sus ya enervadas
alas despliega, y remontando el vuelo,
halla para espaciarse un vasto cielo,
y recobrada la calor perdida,
con vida nueva torna a amar la vida;  25
así el ave, encerrada
dentro la estrecha jaula, se entristece,
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pierde luego el vigor desalentada,
y en su prisión doliente desfallece;
pero si encuentra acaso la salida  30
que en su afán vigilante vio cerrada,
dejando libre paso a la partida,
rauda se lanza a la región del viento,
y el orgulloso vuelo desplegando
se espacia por el ancho firmamento.  35

   Heme ya libre del tropel humano,
y contigo, ¡oh Natura, a solas heme,
y con tus montes y extendido llano!
Heme lejos, en fin, del aire impuro
que respiran las míseras ciudades,  40
sin oír el de dolor vago lamento
que en su recinto oscuro
se escucha sin cesar: ¡Héme aspirando
bajo tu abierto cielo inmensurable,
con placer inefable,  45
el aire libre, embalsamado y puro;
y en vez de humanas voces, escuchando
el apacible acento,
la melodiosa voz del vago viento!

   En tu augusto retiro,  50
¡oh soledad!, los hombres olvidemos,
la vista separemos
del teatro infeliz de los mortales.
Caos de confusiones,
angustioso espectáculo de males,  55
furioso mar que ruge alborotado,
do silba el huracán de las pasiones,
do se oye el alarido desgarrado,
y el eternal suspiro
que elevan a la par los corazones.  60

   Demos todo al olvido:
los hombres y su mundo corrompido.
Deja a mi corazón, antes opreso
por insufribles penas,
respirar libre de su enorme peso;  65
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deja que mi alma rompa las cadenas
con que la ató el dolor, y alzando el vuelo
se espacie alegre por tu inmenso cielo;
y deja, en fin, que tienda la mirada,
tanto tiempo a un mezquino y nebuloso  70
espacio reducida,
por la verde campiña dilatada,
por tus claros y abiertos horizontes
y el rudo aspecto de sus grandes montes.

   Bajo tu amparo, en tu sereno asilo,  75
¡oh soledad!, yo viviré tranquilo;
yo olvidaré la angustia de la vida,
no sentiré su peso,
vagando en tu pradera florecida,
y por el fresco laberinto errando  80
de tu amena floresta y bosque espeso,
yo desoiré la voz de mis dolores
por la canción del aura entre tus flores,
y el murmurar de la apacible fuente,
que baña tus jardines, resbalando  85
entre lirios y rosas mansamente.
Y en tu retiro y deleitable calma
iranse poco a poco disipando
algunas sombras de mi triste frente,
y el padecer del alma.  90

    ¡Oh! vosotros que dais, árboles bellos,
sombra a la tierra, al aire galanura;
aves alegres que moráis en ellos
y con canciones adormís las horas;
volubles vientos que mecéis festivos  95
las copas cimbradores;
diáfanas fuentes que esparcís frescura
al prado, al aire, a la arboleda oscura;
arroyos fugitivos
que corréis por hallar muelle reposo  100
dentro del huerto umbroso,
y entre las flores plácido remanso...
¡Árboles, aves, vientos, aguas puras,
llegó por fin el día,
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que tanto ansié, de haceros compañía!  105
Vengo en vosotras a buscar descanso,
vengo a olvidar mis crueles amarguras;
de hoy más, junto a vosotros,
vuestra vida será también la mía.

    Cuando el alba las puertas del Oriente,  110
coronada de aureolas de oro,
abra al rey del espacio refulgente,
uniré la voz mía
al de las aves armonioso coro,
por saludar al sol del nuevo día;  115
y cuando éste, inclinado al Occidente,
recoja su llameante vestidura
en los tendidos cielos esparcida,
yo y la bella natura,
que queda lamentando su partida,  120
nuestro adiós le daremos de amargura.

   Y así en este continuo y dulce giro
de días y de noches,
con la naturaleza
en grata comunión, huirá la vida  125
entre contento y paz; ya no el suspiro
se oirá en mis labios, ni en mi frente erguida
las sombras se verán de la tristeza...
¡Oh! ¡Diérame la suerte
aquí vivir, ajeno de pesares,  130
y aquí esperar la muerte,
arrullando con plácidos cantares
el sueño arrebatado de las horas,
pues que son, como un sueño, voladoras!

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ArribaAbajoLa noche

Meditación


ArribaAbajo ¡Oh noche! ¡Oh madre de la luz! Ahora
tú reinas en los ámbitos del cielo;
lejos huyó la luz deslumbradora,
cayó el rumor que levantaba el día,
y en tu regazo inmóvil duerme el mundo.  5

En el silencio general profundo,
ni se ve ni se siente el sordo vuelo
de tus calladas horas. Honda calma
reina doquiera, y dentro de mi alma.
Y ¡qué insólita calma! Noche pía,  10
tú me la infundes por la vez primera,
yo en otro tiempo al bullicioso día,
perseguido de insomnios, le imploraba
que te usurpase el mando de la esfera.
Yo en su bullicio mi dolor ahogaba,  15
y en su inquietud mis penas aturdía;
mas en tu muda soledad me hallaba
a solas con mi triste compañera,
la fiel tristeza; y me donaba el sueño
su deseado olvido y su beleño.  20

La paz ahora envías a mi seno,
y mis insomnes penas adormeces;
plácenme ya tus sombras, tu sereno
imperio en el espacio de astros lleno.
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Ahora te bendigo, ¡noche augusta!  25
Ya el tardo vuelo de tus graves horas
no más maldecirá mi boca injusta;
no iré a turbar tu plácido reposo,
ni a lastimar tu adormitado oído,
rompiendo tu silencio majestuoso  30
por entregar pesares al olvido
en bullente festín o impura orgía,
de tu quietud profanación impía.

Más noble ocupación, más digno empleo
daré a tus horas de silencio y calma.  35
Los innúmeros astros que en ti veo,
las bóvedas del cielo majestuosas,
páginas son en que asombrado leo
y aprendo ahora sobrehumanas cosas;
en las alas del éxtasis mi alma  40
arrebatada va de mundo en mundo:
vuela, sube, desciende, vaga, gira
y mide la magnífica estructura
del universo; y reverente admira
en concierto inmortal, maravilloso  45
con que los astros rompen esa pura
región del cielo en giro luminoso.

Esta quietud universal, profunda,
el vago horror de las calladas sombras,
la muchedumbre de astros infinita  50
que del cielo los ámbitos inunda;
dentro infunden del alma que medita
dulce contemplación. El firmamento
es un libro de arcanos do se aprende
la ciencia de las ciencias, libro santo  55
abierto sólo al noble pensamiento
que a buscar la verdad su antorcha enciende,
que a las regiones de la luz se lanza,
y en pos de aquellos mundos vuela tanto
que al más remoto en raudo vuelo alcanza.  60

¡Oh, qué bajo, mezquino y miserable
noto este mundo lóbrego en que habito,
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cuando miro la suma innumerable,
y en la grandeza y número medito
de esos mundos de luz! ¡Cuánto disuena,  65
este que el hombre mueve vano estruendo,
en la música aérea y armonía
con que del viento en la región serena
giran los otros orbes, dividiendo
en sempiterno revolver las horas  70
entre la noche y el brillante día!

¡Cuántos soles allá con su luz pura
los senos del espacio iluminando!
¡Ay, pero aquí... qué noche tan oscura!
¡Qué inmensidad y qué magnificencia  75
miro allá desplegarse anonadando
la oscura y vanidosa humana ciencia!
¡Qué pequeñez aquí; y a la par, cuánto
de afán, tumulto, estruendo y turbulencia!
Dos elementos sin cesar se agitan  80
debajo las estrellas silenciosas:
la humanidad y el océano; el mundo
les viene estrecho; airados se impacientan,
y traspasar sus límites intentan;
al abismo sus ondas precipitan,  85
hasta el cenit las alzan vanidosos;
mas por rocas eternas quebrantadas
en vana espuma sin cesar revientan.
¡Tanto tumulto en tan pequeño mundo!
¡Tanta soberbia en tan humilde estado!  90
¡Qué alzarse desde el suelo tan profundo!
¡Qué ambicionar desde tan bajo grado!...
Hombre insensato, alza los ojos, mira
al estrellado, augusto firmamento;
cuenta sus astros, su extensión mensura,  95
y dime si tu orgullo es más que viento;
más que hinchazón soberbia tu arrogancia,
tu impotente ambición más que locura,
y todo tu saber más que ignorancia.
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Pon el oído, a ese lenguaje atiende,  100
mudo, pero elocuente de los cielos.
En él la voz de la verdad desciende,
y esa voz rompe los oscuros velos
que ofuscan tu razón, la nube ahuyenta
de tus pasiones, y a la luz radiante  105
de esas celestes lámparas, que alumbran
del espacio los senos más profundos,
el universo entero se presenta
a tus pasmados ojos, te deslumbra,
se postra ante él tu orgullo confundido,  110
y te miras un átomo, habitante
del más oscuro mundo de los mundos,
en la infinita inmensidad perdido...

Mira a lo alto otra vez, observa el giro
interminable, eterno, que los astros  115
por caminos celestes de zafiro
hacen dejando luminosos rastros.
Allá la eternidad pasma tu mente.
Vuelve ahora los ojos a este suelo,
y abate humilde la orgullosa frente,  120
mira la corta senda oscura y triste
que te aparta la tumba de la cuna,
y observa con qué raudo y presto vuelo,
y a costa de qué penas, de la una
a la otra vas... Aquí tus ojos hiere  125
la fatal brevedad de lo que existe
en tu vida y con ella fugaz muere.
¡Oh, qué contraste doloroso al alma
salta ahora a mis ojos, imprevisto!
¡Estrellas inmutables, silenciosas,  130
gloria inmortal y luz del firmamento,
cuántos desde el principio de las cosas,
pueblos, generaciones habéis visto
nacer, crecer, morir y sucederse
como las olas de la mar, sin cuento!  135
La tierra con sus pasos agitaron,
su hirviente muchedumbre llenó el mundo;
y en el tiempo veloz se disiparon,
cual leve polvo al impetuoso viento...
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Todas, todas han ya desparecido,  140
y otras y otras vendrán innumerables;
vendrán, y se hundirán en el inmenso
y silencioso abismo del olvido,
que lo devora todo y no se colma.
Y vosotros, en tanto, los profundos,  145
los más remotos cielos inmutables
seguís con igual luz iluminando,
que en el día primero de los mundos.
Extrañas a la muerte de los hombres,
extrañas aun a su vivir y nombres,  150
cual lámparas eternas y divinas
el horrendo espectáculo alumbrando
de tantas y tan míseras ruïnas.

¡Qué vanas son las cosas de la vida
vistas así, a la luz de las estrellas,  155
a la luz de lo estable y lo infinito!
¡Cuánto más vanos, ay, los hombres que ellas!
¡Placeres que del mundo sois las flores,
cual las flores vivís un fugaz día!
¡Glorias que sois del mundo la grandeza,  160
sueños sois del orgullo engañadores!...
¡Oh!, ved al hombre; ved a este orgulloso
rey del vasto universo: juzga el mundo
su trono; el encumbrado firmamento,
de su trono el dosel esplendoroso.  165
Son la gloria y la ciencia sus blasones,
y los escudos son de su nobleza:
Gloria y ciencia es el título que pone
el regio cetro en su potente mano,
la corona del mundo en su cabeza...  170
¿Y qué cosa es su ciencia, y qué su gloria?
Su ciencia es débil luz que alumbra en vano
oscuras sombras que a romper no alcanza,
y muestra un caos de tinieblas lleno,
de tinieblas más densas que no tuvo  175
el ciego Erebo en su más hondo seno.
Su gloria... ¿qué es la gloria de los hombres?
Allá se lo pregunta a las estrellas,
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ellas te lo dirán: la fama en ellas
con eterno buril graba los nombres  180
de los mortales dignos de memoria...

Misterioso silencio es su respuesta...
Mas ¿qué te importa a ti? ¿Qué mayor gloria
que el ser para ti sólo hecha y compuesta
esta asombrosa máquina de mundos?  185
Tuya es la creación, rey soberano:
la tierra es tu palacio; ignoras dónde
de tu dominio el término se esconde;
tuyo es el universo, alza la frente
espacia tus miradas orgullosas  190
por el vasto, encumbrado firmamento;
las estrellas que ves esplendorosas,
las que ver no te es dado, y las que en vano
pretendiera alcanzar tu pensamiento,
súbditos son de tu potente imperio,  195
tu ley gobierna su ordenado giro,
brillan para tu bien. El rayo ardiente
que el cielo airado sobre ti fulmina,
el mal granizo que tus campos daña,
los vientos que en los mares te sepultan,  200
el volcán que tus obras arruina,
parece, sí, que tu poder insultan,
mas son para tu bien; y su guadaña,
¡oh feliz colmo de felice suerte!,
para tu mismo bien blande la muerte...  205

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ArribaAbajoA María47


    Vergine Madre, figlia del tuo Figlio,
umil ed alta piu che creatura,
termine fisso deterno consiglio,
   Tu se'colei che l'umana natura
nobilitasti sí che'l suo Fattore
non disdegnó di farsi sua fattura.

(Dante, Paradiso, canto 33)                



ArribaAbajo    Esposa casta, Virgen sin mancilla,
augusta madre e hija de tu Hijo;
de las cosas del mundo maravilla,
del consejo de Dios término fijo.

   Tú, de las criaturas soberana,  5
siendo la más humilde criatura,
ennobleciste la natura humana,
haciendo que su Autor fuese su hechura.

   Y por tu alta humildad y tu pureza
al firmamento encima de las nubes,  10
del suelo, que produjo tu belleza
te alzaron en sus palmas los querubes.

   Las estrellas coronan ya tu frente,
son la luna y el sol tu vestidura;
te alzó altares la tierra reverente,  15
y el cielo se adornó con tu hermosura.
—385→

    Y allá estás, de los hombres abogada,
del humano dolor aliviadora;
de tu origen mortal nunca olvidada,
entre el cielo y la tierra intercesora.  20

   Nos dejaste en el mundo santo ejemplo
de virtud y dolor; la luz divina
nos nació de tu vientre, que fue templo
de aquel Sol que los soles ilumina.

   Humana imperfección divinizaste  25
en tu humana hermosura inmaculada,
y en la beldad del alma atesoraste
perfección de los cielos humanada.

    Nos enseñaste castidad; modelo
de sufrimiento fuiste en la amargura;  30
eres la luz a un tiempo y el consuelo
de nuestra atribulada vida obscura.

    Tú al indocto y al sabio enseñas ciencia,
humildad al soberbio, fe al dudoso,
al malsufrido muestras la paciencia,  35
y al que padece, galardón glorioso.

   Jamás al que te ruega desamparas
ni hay súplica por ti desatendida;
la flor que pone en tus benditas aras
el que te ofrenda, nunca va perdida.  40

    A estos que el mundo llama desdichados,
al pobre humilde, al débil y al que llora;
a los que aquí se ven desheredados,
tú los acoges Madre y protectora:

    que los bienes mortales de esta vida  45
tienen nombre en la eterna diferente,
y tienen otro peso, otra medida
en la balanza de oro de tu mente.
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    El niño aprende a balbucir tu nombre;
te nombra el moribundo en su agonía;  50
tu nombre canta el ave y reza el hombre;
suena en el himno angélico: ¡María!

   ¡Oh Reina del cielo y de la tierra,
fuente viva y perenne de dulzura,
iris de paz en la mundana guerra,  55
faro y estrella de esta mar obscura!

   Flor de la gracia, sol de la pureza,
de la noche mortal triunfante aurora,
de la prole de Adán suma nobleza,
y de la empírea, dulce Emperadora.  60

   Si la virtud te hizo soberana
sobre el hombre y los claros serafines,
si Dios en ti tomó la carne humana,
su designio entendemos y altos fines.

    Nos quiso, pues, decir que la lazada  65
sola que anuda nuestro mundo al cielo,
es la Virtud, en ti representada:
hecho está de sus manos el modelo.

   Sigamos, pues, la norma que dejaste:
purifiquémonos, pues pura fuiste;  70
bendigamos el llanto, pues lloraste,
y esperamos la gloria que tuviste.



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ArribaAbajo De Primer centenario de Simón Bolívar




ArribaAbajoAmérica y Bolívar

ArribaAbajo    Himnos no canta América este día
a un crudo engendro de la horrenda guerra,
en quien no tiene qué admirar la tierra,
sino la ira de Dios, que se lo envía.

    Sea en buena hora pasmo y ufanía  5
de un mundo siervo aquel que al orbe aterra48
con su ambición, hasta que el Cielo atierra
en él de otro Luzbel la alta osadía.

    Que la América libre es templo inmenso
que sólo al alma Libertad endiosa,  10
purgada el ara de servil incienso.

    Hoy de la ardiente llama esplendorosa
perfume eleva, de loores denso,
al mayor hijo de la altiva Diosa.

  —388→  


ArribaAbajoLa tumba de Bolívar

(En la solemnidad del Centenario)


ArribaAbajo    De lauros coronadas y de olivas,
de una tumba al redor cinco matronas
cubren el frío mármol de coronas,
y en la urna vierten lágrimas votivas.

   Y tú, Iris de paz, arrancas vivas  5
de esa tumba tus gayas siete zonas;
te encumbras, y salvando el Amazonas,
en el remoto Potosí restribas.

    Sellada por cien años enmudece
la tumba; pero el aire centellea,  10
y con clangor de trompas se estremece.

   Huele sangre el Cóndor y el suelo otea;
mas sobre el sol el Héroe resplandece
y mirando la pompa se recrea.

  —389→  


ArribaAbajoAmérica y España

ArribaAbajo    Bolívar, tú que en mil gloriosas lides
romper supiste del león de España
la ira y poder, con más ilustre hazaña
que hizo en el león Nemeo Alcides;

   hoy que sereno con tus pasos mides  5
el prado Elisio; que, la horrible saña
depuesta, habitas en feliz compaña
con las iberas almas de los Cides;

    mira aquí las naciones que formaste
con España gozar la paz sagrada,  10
que tú allá con sus hijos asentaste:

   que esta materna y filial lazada
que las une, romper tú no intentaste,
y estado habría a prueba de tu espada.