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ArribaAbajoLeónidas Pallares Arteta (1859-1932)

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ArribaAbajoNota biográfica

Se hizo notar en su primera juventud como periodista de combate, pues luchó en El Gladiador contra el gobierno espúreo y tiránico de Veintemilla. «Luego -nos dice R. Crespo Toral- fue redactor en jefe del primer diario de verdad que hubo en Quito, El Comercio».

Más tarde colaboró con sus Rimas y Pequeños poemas en la Revista Ecuatoriana de Pallares Peñafiel y J. Trajano Mera, que apareció el 31 de enero de 1889 y siguió publicándose mensualmente con rara y encomiable regularidad.

En sus Rimas es notoria la influencia de Bécquer que, en sus Pequeños poemas, cedió a la de Campoamor, sacando empero a relucir cualidades muy personales de humorismo sutil y agudo sentido de la realidad, pues era personalmente hombre de ingenio que hacía derroche de sal y gracia en su conversación. Fue además funcionario diplomático distinguido, lo que le permitió vivir la mayor parte de su edad madura en Europa64.



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ArribaAbajoRimas



LIV

ArribaAbajo El blanco de sus ojos es del alba
y su pupila de la noche umbría,
y de su obscuro fondo, centelleante,
nace de amor y de esperanza el día.

Como agita la luna misteriosa  5
las olas de los mares turbulentos,
de sus ojos la mágica mirada
agita mis dormidos pensamientos.

Es su ardiente mirada de sirena,
en sus ojos el alma está esculpida;  10
es su mirada tósigo que mata,
es su mirada el fuego de la vida.


LVII

Yo quiero amar, pero en mi pecho yerto,
      cual colmena irritada,
de otro amor los recuerdos que no han muerto
      despiertan en mi alma.

Yo te amaré con el amor pasado  5
      que consagré a esa ingrata,
y haré de los recuerdos que he guardado,
      antiguas esperanzas.
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Te quiero amar con mis pasadas penas.
      Será mi pasión larga,  10
pues rompiendo del tiempo las cadenas
te amaré en el ayer como en mañana.


LXII

Un ángel eres tú; pero las alas
al descender al mundo las perdiste...
¡Encontráralas yo, porque deseo
volar a la región donde naciste!

Región de eterna luz, donde brotaron  5
de amor entre los vivos arreboles,
cual los astros del mundo de los sueños,
      tus ojos, negros soles.


LXIV

¡Cuán triste está! Sobre su frente pálida
descienden sus cabellos en desorden,
cual nubarrón de tempestad que vela
la cabeza de nieve de los montes.

Baña su cuerpo un rayo del crepúsculo  5
cual de mármol fantástica escultura,
y de pieles de armiño bajo el manto
el pecho ardiente estremecido ondula.

Sus ojos clava en el remoto límite
con la vaga atención de lo infinito,  10
y del labio entreabierto se desprende,
aleteando, ternísimo suspiro.

¿Acaricia un ensueño melancólico?
¿Su corazón el sufrimiento mata?
¿O mira ya las sombras del olvido  15
ir en tropel obscureciendo el alma?
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LXV

Hay en tus ojos vértigos y anhelos,
de ternura misterios y de amor;
queman ellos con fuego de los cielos
pero negros ¡ay! son como el dolor.

Gira tu negra y húmeda pupila  5
bañada de su propio resplandor,
como en lóbrega noche el mundo oscila
del cortejo de estrellas al redor.

Son relámpagos negros tus miradas
que engendran en el pecho tempestad,  10
son palabras de luz magnetizadas
que en el alma producen claridad.

En tus ojos, por mágico espejismo,
descubro de mi vida el porvenir...
Tienen las atracciones del abismo  15
y la esperanza en ellos va a morir.


LXVII

Si le hablo de mi amor, no me contesta;
sólo me mira, de emoción turbada,
pues no halla su candor otra respuesta
más sencilla y veraz que una mirada.

¿Quién la expresión purísima concibe  5
y puede hallar la forma de la idea
de esas frases de luz que una alma escribe
y otra alma enamorada deletrea?


III

En la ribera de laguna hermosa
enamorado el sauce alza la frente,
y en su ilusión de amor, ella inocente
le retrata en el agua temblorosa.
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Así crece en la orilla de tu vida,  5
lago azulado de perenne calma,
el sauce melancólico de mi alma
que retratas en la onda adormecida.


IX

Voy con la luna platicando a solas
y oyendo los conciertos de los nidos;
el aire tibio en amorosas olas
excita los deseos mal dormidos
y besan mi pupila imágenes extrañas.  5
¡Salud, noche tranquila, noche de las montañas!
Mas ya el sol se aproxima, y sus fulgores
ahuyentan de la noche el desvarío,
y esconden en sus cálices las flores
rayos de luna y perlas de rocío.  10





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ArribaAbajoAlfredo Baquerizo Moreno (1859-1951)

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ArribaAbajoNota biográfica

Más conocido como político y gobernante, fue, sin embargo, desde sus primeros años, entusiasta cultivador de las bellas letras, destacándose como novelista con su Sonata en prosa, Titania y El señor Penco, verdaderas fantasías o, como dice el título de la primera, sonatas en prosa.

En poesía siguió las huellas de Bécquer, «con ribetes de ironía y apreciable buen gusto» al decir del historiador Barrera65.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoEl último adiós


ArribaAbajo En mi locura quise maldecirte,
me lo perdone Dios,
en esa negra noche, al dirigirte
mi postrimer adiós;

Pero te vi llorar; tu despedida  5
calmó mi corazón,
y a Dios bendije, porque unió en la vida
lágrimas y perdón.

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ArribaAbajoRimas



I

ArribaAbajo Era la encarnación de mi deseo
      clavando en mí sus ojos;
forma ignorada que flotado había
entre los mil fantasmas del insomnio.

Al mirarla, sentí que revolaba  5
       algo negro en mi torno;
después, que mis pupilas se extinguían
de unos labios fatídicos al soplo;

y atónito, y confuso y delirante,
      creíme ciego o loco,  10
y desde entonces sobre mí se ciernen
como voraces cuervos... ¡esos ojos!


II

¡Ah! déjame partir. En su ancho seno
      luchas ofrece el mar;
me atrae lo insondable, lo infinito
      de aquella inmensidad.

¡Ah! déjame partir. Allá las olas  5
      gimiendo me dirán,
cuál de los dos abismos es más hondo:
      el corazón o el mar.
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IV

Duermen las auras en el follaje,
sus hojas pliega la flor gentil,
tímidamente la luna brilla
       desde el cenit.

La fuente calla, como escuchando  5
de extrañas linfas el blando son;
el ave al nido que cubre su ala
      presta calor.

De los altivos, frondosos árboles
se ve el pausado, suave vaivén,  10
y entre sus copas brillante insecto
      desparecer.

¡Oh, qué armonías en el silencio
de aquel paisaje primaveral!
¡Fiesta en los aires, y acá en el suelo  15
      sueños de paz!

Venid, vosotros, los trovadores,
cantad ensueños, cantad amor,
noches azules de mis montañas,
      noches de Dios.  20


VI

Fue el vértigo del mar nuestro delirio,
arrullaron las olas mi pasión,
y al llegar de tu patria a las riberas
quise gritar: ¡Reposa, corazón!

Mas ¡ay! que no lo osé, porque es la lumbre  5
de una esperanza el pronunciado adiós,
y el alma del poeta tiene un cielo
en el límite inmenso del dolor.
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Lira que tiembla entre convulsas manos,
canto que vibra en ritmo desigual,  10
revelan, corazón, que ya en violentas
sacudidas, persigue lo ideal.

Enmudeció mi boca en la partida,
con la mirada dije: ¡Eternidad!
Porque tuvo tu amor, dulce bien mío,  15
como el mar, como el cielo, inmensidad.


VII

¿Qué miro? me preguntas. En mi anhelo
miro siempre, a merced de mis antojos,
mucho azul en la bóveda del cielo,
y mucho azul de cielo en esos ojos.

¿En qué pienso? me dices. Tristemente  5
medito, a solas, presa de un engaño,
que aquel azul de los espacios miente,
y son tus ojos cielo, por mi daño.

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ArribaAbajoPoesías


ArribaAbajo Del transparente lago los vapores
se disipan, formando una espiral;
la fontana se junta con el río
       que al piélago se va.

Ayes de amor de tiernos corazones  5
en el espacio; al fin, se encontrarán;
las olas de un beso de agonía
       se pierden en el mar.

El aroma confunde de las flores
de la mañana el céfiro fugaz,  10
y en una vibración notas distintas
      más dulces sonarán.

Nada aislado en el mundo se divisa
por instinto, por ley universal:
¿Tu corazón y el mío en uno solo  15
      jamás palpitarán?

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ArribaAbajoEn horas de amargura


ArribaAbajo ¡Señor, Dios de mis padres!
A ti levanto el alma,
en horas de amargura,
si triste, resignada.
De Ti tan sólo espero,  5
con íntima confianza,
que de mi mente arranques
la duda que me abrasa.

Postrado de rodillas
al pie de los altares,  10
a iluminarme venga
la luz de tus verdades.
Si el cáliz de agonía
¡oh Cristo! tú apuraste,
la hiel quedó en el fondo  15
que beben los mortales.

Aún oigo enternecido
la voz de tus campanas,
y a su pausado acento
medita y ora el alma.  20
Aún tiene el incensario
perfumes que la embriagan,
la cruz de tus altares
consuelos y esperanzas.
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Las tiernas oraciones  25
que, niño, repetía,
olvido poco a poco
al avanzar la vida.
¡Herencia de la madre
que llora en mis fatigas!  30
¡Consuelos dad al pecho
que busca fe perdida!

¡Oh dicha engañadora
de los primeros años!
¡Oh místicas visiones  35
de un cielo que soñamos!
¿Por qué dejáis, huyendo,
tan negro desencanto
en alma ya sin guía,
sin luz y sin amparo?  40

La paz de la inocencia,
que vela en nuestra cuna,
cuando la lucha estalla
¡ah! nunca torna, nunca.
Mil negros pensamientos  45
la humana mente cruzan,
cual rayos que abrasaran
la nube en que se ocultan.

Y vamos entre sombras
que velan débil vista,  50
a tientas removiendo
recuerdos y cenizas.
El peregrino busca
asilo en las ruïnas,
si en árido desierto  55
la soledad divisa.

A veces imagino,
en horas de tormenta,
que el cielo se reviste
de pompa y de grandeza,  60
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para insultar, Dios mío,
dolores de la tierra.
¿Acaso el ¡ay! humano
jamás allá resuena?

Perdona, sí, perdona  65
mi culpa o mi delirio;
en su turbión me arrastra
el crimen de mi siglo.
A ciegas se desborda
como acrecido río;  70
pon diques al torrente,
o alumbra su camino.

Las teas del incendio
apaga con tu soplo,
extingue en nuestros pechos  75
los implacables odios.
O fe y amor cristianos
cual débil freno, rotos,
¡ay! quedarán de tu obra
tan solamente escombros.  80

¿O quieres en tu santa
indignación, que se hunda
la sociedad rebelde
que a solas piensa y duda?
¡No! Si mi Edad sucumbe  85
en la gigante lucha,
que vele, por lo menos,
tu cruz, su inmensa tumba.

(«Poesías» (Rumores del Guayas), Quito, 1881, pp. 49-52).

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ArribaAbajoVanidad y plenitud


ArribaAbajo Aquellas blancas flores que regaban
      para cubrir su cuerpo,
cuán frescas, cuán olientes esparcían
su aroma de jazmines sobre el muerto.

Y en su prisión dorada, cuál soltaba  5
       bullicioso el jilguero
el raudal armonioso de su canto
por despertar tal vez al pobre muerto.

A poco, por la abierta celosía
       llegó vivo y travieso,  10
amplio rayo de luz, en ansia loca
de calentar los párpados del muerto.

Brillan luego los astros, a su lumbre,
      un tenor callejero,
cuenta su amor en notas que revuelan  15
como una nueva vida sobre el muerto.

Y pude ver que es vanidad el hombre
y plenitud de vida el universo,
océano que cubre con sus aguas
aquella pompa efímera de un muerto.  20

(G. Orellana.- «Patria Intelectual», 1915).

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ArribaAbajoEn la tumba de su esposa, la señora doña Piedad Roca Marcos de Baquerizo


ArribaAbajo    Quien te conoció te amó,
quien te amó, no te olvidó,
y fue tu vivir de suerte,
que el morir, en ti, no es muerte.

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ArribaAbajoEn un álbum


ArribaAbajo    Sin conocerte aún te estoy cantando,
y te llamo ángel por nacida ayer,
qué no te llamarán en el mañana,
cuando te digan ángel, por mujer.

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ArribaAbajoCredo

Creo en la Libertad Todopoderosa, creadora de la Democracia y de la República; y en la Justicia, la más noble, severa y hermosa de sus hijas.

Creo en el Trabajo, que padeció bajo el poder de la Esclavitud, que descendió a los infiernos del hambre y de la miseria, y resucitó después de muchos días y muchos años y muchos siglos, cubierto de polvo y sangre, de entre las ruinas y los escombros de la Tiranía. Creo que la mentira y la calumnia llegaron hasta la cruz con Cristo, hasta la cicuta con Sócrates, hasta la pedrea o el azote con Pablo; pero creo también que la verdad resplandece luego y se llama Cristo, Sócrates o Pablo.

Creo en el Orden, por instinto de conservación y de progreso; y creo en el Progreso desde el infusorio al hombre, y desde el hombre a lo Desconocido e Infinito, y creo que cada uno debe hacer por decir de sí: creo en mí, sí, creo en mí, porque soy voluntad y fe, honor y conciencia; y creo en los demás, porque lo demás es sociedad, amor y humanidad.

Creo en la Patria y en ella fío, como el hijo en el cariño y el amparo de una madre. Creo en el sudor que riega y fertiliza el suelo de la Patria y creo en el sacrificio y en la muerte que la engrandecen y la defienden. Creo en la Paz. Nuestra fuerza es la Paz, la Paz nuestra riqueza.

Creo, sobre todo, en el cumplimiento del deber; en la virtud de la Perseverancia; en la resurrección de la Justicia social y en lo fecundo o glorioso de una vida de bondad, sencillez y abnegación, ahora y en los siglos que son y que serán.

Oct. 23/959.







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ArribaAbajoAdolfo Benjamín Serrano (1862-1935)

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ArribaAbajoNota biográfica

Pertenece a la generación de Crespo Toral, a cuya más celebrada producción: «Mi Poema», hizo coro con sus «Recuerdos del camino», que, opacados hasta hace poco por el esplendor momentáneo de aquél, van siendo reconocidos -por su espontaneidad, gracia y genuino lirismo- como joya de tantos quilates como la que le sirvió de modelo, mejor dicho, como la que despertó su inspiración.

El poema de Serrano consta de LXVI estrofas iguales en su factura a las de «Mi Poema», cuya primera edición vio la luz el mismo año, 1885, con fecha del 31 de mayo. Pero los «Recuerdos del camino» no se publicaron sino en 1896, en la colección titulada Versos, impresa en Quito.

La segunda edición, con el título de Recuerdos del camino, se publicó en Barcelona (Imp. de la Vda. de Tasso, 1909), y Crespo Toral la reseñó en la Unión Literaria en elocuente nota bibliográfica, haciendo reproducir el texto íntegro del poema que daba título a la colección66.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoVersos


(1896)



ArribaAbajo    ¡Qué de ayes, qué de lágrimas me cuesta
remover los escombros del pasado,
y al grito del dolor más concentrado
oír, por toda y única respuesta,

    el muriente rumor de la esperanza  5
que nos trajo la aurora que se aleja,
y cerca el ¡ay! de la sentida queja
que nos trae el crepúsculo que avanza!


   Prefiero a tu palabra que parece
la eólica cadencia de una lira,  10
tu sonrisa de amor que se estremece
cuando en mis ojos reflejar se mira;

    y a tu sonrisa, que el amor se afana
en dibujarla apenas en tu boca,
prefiero el tinte de subida grana  15
que en tus mejillas el pudor coloca.


No es dolor el dolor que se traduce
      en ayes y sollozos,
y que, dejando el corazón, inunda
      de lágrimas los ojos;  20
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sino el que se retuerce sin salida
      del alma en lo recóndito;
el que no tiene gritos de reproche,
      ni lágrimas de enojo.


   ¿Olvidarte?... ¿Se olvida, por ventura,  25
el pobre ciego de la luz que, un día,
inquieta en sus pupilas sonreía,
al mostrarle del mundo la hermosura?

   ¡Ah, si tú has sido sol de mi esperanza,
si luz primera de mi amor tú has sido,  30
sepultarte en la noche del olvido,
ni el tiempo puede ni el dolor alcanza!


Hoy te he visto. La sangre de mis venas
      de golpe se me heló,
y el triste enjambre de mis viejas penas  35
      callado se quedó.

Y quise hablarte y en el alma mía
      palabras no encontré,
¡y comprendí que te amo todavía
      lo mismo que te amé!...  40


La onda que en medio de la mar bravía
      se eleva cual montaña,
es un puñado, nada más, de espuma
cuando revienta en la desierta playa.

El dolor que en la vida nos parece  45
      gigante sin entrañas,
cuando se toca el borde del sepulcro
es polvo, nada más, que el viento arrastra.

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ArribaAbajoAños después



ArribaAbajo    A veces dudo si es placer o pena,
      si es dicha o es dolor,
lo que en sus horas de ansiedad devora
      mi pobre corazón.

    Es por eso que, a veces, de mi llanto  5
      me río con desdén,
y otras de mi alegría me avergüenzo
      y lloro sin querer.


    ¡Déjame a solas! ¡Mi dolor respeta,
      respeta mi silencio!  10
No con palabras de piedad se cura
la vieja herida que en el alma llevo.

   ¡Déjame a solas! Una chispa a veces
      es causa de un incendio,
y al débil choque de contrarias nubes  15
salta el trueno del rayo mensajero.


    Si sabes que la duda siempre ha sido
      hermana del dolor,
y el abismo sin fondo del olvido,
      la tumba del amor;  20

    si de la muerte de mi dicha un día
      la causa fuiste tú:
¿a qué preguntas, si en el alma mía
      tu imagen vive aún?

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ArribaAbajo«Crepúsculo»



ArribaAbajo    No es amor el amor que se desata
      en frases de pasión,
y para quien es música muy grata
de ardientes besos la fugaz canción.

   Amor, el casto amor, es sentimiento  5
      que embriaga al corazón,
idilio que murmura el pensamiento,
de almas hermanas íntima canción.


   Piensan tal vez que fácilmente brota
      del arpa del poeta  10
la estrofa oculta, la canción ignota,
en que condensa su ansiedad secreta.

   En cada rima que modula deja
      sollozos de ternura;
en cada verso, una sentida queja,  15
y en cada estrofa, un mundo de amargura.


   Amo el dolor, porque el dolor conserva
viva la imagen del primer ensueño,
si él, como el opio la razón enerva,
nos muestra el cielo de un edén risueño.  20
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    Amo el dolor, porque el dolor derrumba
cualquier altar de una esperanza nueva,
y del primer amor sobre la tumba
la cruz bendita del recuerdo eleva.


   Señor, Señor, convierte mi ventura  25
      en penas y dolores;
en martirio tenaz mi sed de amores,
y el sol de mi esperanza en noche obscura;

   pero jamás permitas que el hastío
       al alma mía acuda,  30
ni que en las sombras de la eterna duda
llegue a perderse el pensamiento mío.


   No me digáis que el corazón humano
es materia que siente y nada más;
que del sepulcro el misterioso arcano  35
      no tiene más allá.

    No me digáis que el pensamiento brota
tan sólo de la masa cerebral;
ni que la esencia del amor se agota
      la vida al terminar.  40

    La misma duda y la esperanza inmensa
que dentro el corazón luchando están,
y del amor la llamarada intensa
      que aumenta sin cesar;

    nos dicen que la vida no se acaba  45
cuando trocado en polvo en polvo está,
ya que la carne es solamente esclava
      del alma, ¡la inmortal!





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ArribaAbajoAntonio C. Toledo (1868-1903)

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ArribaAbajoNota biográfica

Se le incorpora entre los imitadores de Bécquer, pero su manera es tan personal que -salvo el molde en que vació su sentir tan nuestro- su originalidad luce libre de los lugares comunes de escuela.

Porque fue, más que ningún otro, el tipo del poeta quiteño: un bohemio triste en el fondo y alegre y bonviveur en apariencia; lo que decimos un chulla, pero un chulla reformado que acertó a ser un funcionario cumplido; un chulla que había aprendido a disimular su pobreza y a tragarse sus lágrimas y, sobre todo, que no quería dejar creer que era poeta sino por humorada, ocultando su recóndita sensibilidad con el pudor instintivo con que la ostra oculta la perla que crece en sus entrañas, sólo para mitigar su dolor de vivir, de otro modo intolerable.

Cuando se supo su fallecimiento, un periódico de la ciudad de Ibarra comentó el suceso en los siguientes términos:


«Honores, placeres... ¡chocheces de antaño!
Se sufre, se sufre... ¿Por qué? -Por que sí.
Se sufre, se sufre... y así pasa un año
y otro año ¡qué diablos! la vida es así.

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»Y así fue la vida del poeta. ¡Cómo mueren los poetas!, comenta un colega. Cómo viven, debiera lamentar...

»Refiere un joven escritor, que trató íntimamente a Toledo, haberle dicho un día: -Escríbanos algo, compañero; escríbanos versos tristes sobre esta vida que matamos; y que él, con su irónica y amarga sonrisa habitual, mostrándole el papel en que redactaba una nota oficial, le contestó: -Mi vida está muerta, y hace tiempos la tengo enterrada, compañero»67.





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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoBrumas


(Selección)



ArribaAbajo    Traspuse el bosque, la llanura, el río,
el agrio monte, en pos de una ilusión;
y desencanto, indiferencia, hastío,
encontró mi cansado corazón.

    Probé a llorar, que el corazón humano  5
siempre en el lloro su dolor ahogó.
Y lancé un grito... ¡si el pesar temprano
la fuente de mis lágrimas heló!


Vaporosa, detrás de esa cortina
       te alcanzaron mis ojos
por vez primera, aparición divina,
      causa de mis enojos.

Desde entonces no puede el alma mía  5
      olvidar tu hermosura,
desde entonces mi pecho sólo ansia
      gustar de tu ternura.

Si solloza la brisa en la alborada,
      en ella va un suspiro  10
que te envía mi alma enamorada
      cuando en sueños te miro.
—636→

Como sube a los cielos en el viento
      de la flor la fragancia,
así en la tarde va mi pensamiento  15
      a tu tranquila estancia.

Si lanza el huracán hondos rugidos
      en tempestad bravía,
él lleva de mi pecho los latidos
      en la noche sombría.  20

Bien sabes que te amo, que te adoro.
      Mas, siempre indiferente,
dejas que muera entre su amargo lloro
      mi corazón doliente.

¡Hasta cuándo será que desdeñosa  25
      al mirarme te escondas!
¡Cuándo será que tierna y cariñosa
      a mi amor correspondas!


Como serpea en tormentosa nube
      relámpago fugaz,
en sus pupilas negras, de continuo
llamaradas de amor saliendo están.

¡Ah! si esos ojos penetrar pudieran  5
       mi secreto dolor...
Tal vez se disiparan estas brumas
donde ignorado muere el corazón.


Por qué, si junto al mío latir siento
      tu amante corazón,
resistir no me es dado tu mirada
      y se embarga mi voz?
—637→

¿Por qué, cuando tu mano entre las mías  5
      estrecho, de emoción
tiemblas como la flor de la montaña
      que el viento acarició?

¿La nieve de tu tez por qué se torna
      de vívido color,  10
si me hablas al oído con palabras
      de lenta vibración?

¿Por qué dos seres que juntó el destino,
      cual lo somos tú y yo,
apenas si se miran luego tienen  15
      que darse eterno adiós?

Las olas de la mar tienen sus cantos,
      su rugido el león;
la flor aroma, sombras el crepúsculo,
      ¡sus misterios Amor!  20


    Nunca le interrogué si me quería,
jamás le confesé que la adoraba;
y suspirando ausentes, en secreto
guardábamos intacta la esperanza.

   Sólo una vez, a la hora del ocaso,  5
cambiamos una rápida mirada
que saturó de luz nuestro silencio...
¡y es la luz el lenguaje de las almas!


   Tengo hambre de contarte mis afanes,
      mis dudas, mi pesar;
mas, cercada de innúmeros galanes
siempre te encuentro y tengo que callar.
—638→

    Al fin, la turba que mi angustia labra  5
      se ausenta, y ¿no lo ves?
ya no acierto a decirte una palabra
y me postro de hinojos a tus pies.


   Es inútil, mi bien, que delirantes
de tu amor ni del mío hablemos más;
que, al cabo de la plática, tan sólo
      tendremos que llorar.

    Cuanto es de breve el plazo de la vida,  5
inmensa es la distancia de ti a mí.
¡Hablemos del amor de los extraños
       que nos hará reír!


¡Ah! No puedes ser mía. Desistamos
   de la pactada unión;
tu honor y mi altivez así lo exigen
   con imperiosa voz.

¡Ah! ¡no puedes ser mía! Tú posees  5
   pingües rentas y yo...
yo no consentiré que el mundo diga
   que has comprado mi amor.


   No temas si mis ojos
con los tuyos se encuentran como ayer;
como si extraña fueras, sin enojos,
callando, sin mirarte, te veré.
—639→

    Filósofo no soy, mas se me alcanza  5
de ciertos raros hechos la razón.
No temas, pues, que penas ni venganza
abrigue, por tu culpa, el corazón.

    No temas si de nuevo
nuestros ojos se encuentran como ayer;  10
cual si un extraño fueras, yo impasible
callando, sin mirarte te veré.

    Teme, sí, cuando a solas
intentes por la noche descansar,
las mágicas visiones de alas negras  15
que implacables tu sueño turbarán.

   No temas si mi mano
tiene un día las tuyas que estrechar;
no cual antes por ellas las magnéticas
corrientes del deseo pasarán.  20

    No temas que el desvío
logre mis esperanzas marchitar;
planta que el cierzo arrebató a la orilla,
en playa más fecunda arraigará.

    No temas que la risa  25
o el lloro descubran nuestro afán;
mis lágrimas, tiempo ha que se estancaron.
Sarcasmos son mis risas del pesar.

    No temas que sucumba
a los tiros del odio el corazón;  30
en las luchas del mundo envejecido
soldado soy que aleccionó el dolor.

  —640→  


ArribaAbajoEn la muerte de Julio Arboleda Armero



ArribaAbajo    Bullen los negros pensamientos míos,
pueblan mi soledad.
Y me trae recuerdos la memoria
que invitan a llorar.
Oh, sí, ¡quiero llorar! aunque las lágrimas  5
nunca restañarán
la herida que en mi pecho abrió la ausencia
del amigo leal.

    Temprano, de la vida en los eriales,
nos juntó la orfandad,  10
y desde entonces, entre él y yo partimos
del pan de extraño hogar;
pero él adelantose en la jornada...
y le saludan ya
del imperio de Véspero las sombras  15
con cariñoso afán,
y ya es feliz ¡pues sabe que en su tumba
vigila la piedad,
y que sus huesos la viciosa ortiga
no puede profanar!  20

    Bullan mis negros pensamientos, corra
de mi lloro el raudal,
hasta que al lado del amigo ausente
yo llegue a descansar.


    Llora, sí, pobre niña, que en la vida,  25
cuando ya se ha perdido la esperanza,
sólo un raudal de lágrimas alcanza
a restañar la sangre de la herida.

  —641→  


ArribaA una guayaquileña



Arriba Cuando la hora del bochorno avanza
me instalo en la cercana nevería
y, sorbetes y hielo machacado
      ingiero, sin medida.

Mas, ¡vano afán! mis males recrudecen  5
en seguida, porque hay unas pupilas
negras, en cuya lumbre soberana
       se incendia el alma mía.

¡Pupilas de la hermosa que me sirve
los vasos, en silencio y distraída,  10
que sufrir ya no puedo, a vuestra dueña
      decidla compasivas!


    Es el hombre un aprendiz
y su maestro el dolor;
y no sabe lo que es vida  15
quien penas no padeció.