Se hizo notar en su primera juventud como periodista de combate, pues luchó en El Gladiador contra el gobierno espúreo y tiránico de Veintemilla. «Luego -nos dice R. Crespo Toral- fue redactor en jefe
del primer diario de verdad que hubo en Quito, El Comercio».
Más tarde colaboró con sus Rimas y Pequeños poemas en la Revista Ecuatoriana de Pallares Peñafiel y J. Trajano Mera, que apareció el 31 de enero de 1889 y siguió publicándose mensualmente con rara y encomiable regularidad.
En sus Rimas es notoria la influencia de Bécquer que, en sus Pequeños poemas, cedió a la de
Campoamor, sacando empero a relucir cualidades muy personales de humorismo sutil y agudo sentido de la realidad, pues era personalmente hombre de ingenio que hacía derroche de sal y gracia en su conversación. Fue además funcionario diplomático distinguido, lo que le permitió vivir la mayor parte de su edad madura en Europa64.
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Selecciones
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Rimas
LIV
El blanco de sus ojos es del alba
y su pupila de la noche umbría,
y de su obscuro fondo, centelleante,
nace de amor y de esperanza el día.
Como agita la luna misteriosa
5
las olas de los mares turbulentos,
de sus ojos la mágica mirada
agita mis dormidos pensamientos.
Es su ardiente mirada de sirena,
en sus ojos el alma está esculpida;
10
es su mirada tósigo que mata,
es su mirada el fuego de la vida.
LVII
Yo quiero amar, pero en mi pecho yerto,
cual colmena irritada,
de otro amor los recuerdos que no han muerto
despiertan en mi alma.
Yo te amaré con el amor pasado
5
que consagré a esa ingrata,
y haré de los recuerdos que he guardado,
antiguas esperanzas.
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Te quiero amar con mis pasadas penas.
Será mi pasión larga,
10
pues rompiendo del tiempo las cadenas
te amaré en el ayer como en mañana.
LXII
Un ángel eres tú; pero las alas
al descender al mundo las perdiste...
¡Encontráralas yo, porque deseo
volar a la región donde naciste!
Región de eterna luz, donde brotaron
5
de amor entre los vivos arreboles,
cual los astros del mundo de los sueños,
tus ojos, negros soles.
LXIV
¡Cuán triste está! Sobre su frente pálida
descienden sus cabellos en desorden,
cual nubarrón de tempestad que vela
la cabeza de nieve de los montes.
Baña su cuerpo un rayo del crepúsculo
5
cual de mármol fantástica escultura,
y de pieles de armiño bajo el manto
el pecho ardiente estremecido ondula.
Sus ojos clava en el remoto límite
con la vaga atención de lo infinito,
10
y del labio entreabierto se desprende,
aleteando, ternísimo suspiro.
¿Acaricia un ensueño melancólico?
¿Su corazón el sufrimiento mata?
¿O mira ya las sombras del olvido
15
ir en tropel obscureciendo el alma?
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LXV
Hay en tus ojos vértigos y anhelos,
de ternura misterios y de amor;
queman ellos con fuego de los cielos
pero negros ¡ay! son como el dolor.
Gira tu negra y húmeda pupila
5
bañada de su propio resplandor,
como en lóbrega noche el mundo oscila
del cortejo de estrellas al redor.
Son relámpagos negros tus miradas
que engendran en el pecho tempestad,
10
son palabras de luz magnetizadas
que en el alma producen claridad.
En tus ojos, por mágico espejismo,
descubro de mi vida el porvenir...
Tienen las atracciones del abismo
15
y la esperanza en ellos va a morir.
LXVII
Si le hablo de mi amor, no me contesta;
sólo me mira, de emoción turbada,
pues no halla su candor otra respuesta
más sencilla y veraz que una mirada.
¿Quién la expresión purísima concibe
5
y puede hallar la forma de la idea
de esas frases de luz que una alma escribe
y otra alma enamorada deletrea?
III
En la ribera de laguna hermosa
enamorado el sauce alza la frente,
y en su ilusión de amor, ella inocente
le retrata en el agua temblorosa.
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Así crece en la orilla de tu vida,
5
lago azulado de perenne calma,
el sauce melancólico de mi alma
que retratas en la onda adormecida.
IX
Voy con la luna platicando a solas
y oyendo los conciertos de los nidos;
el aire tibio en amorosas olas
excita los deseos mal dormidos
y besan mi pupila imágenes extrañas.
5
¡Salud, noche tranquila, noche de las montañas!
Mas ya el sol se aproxima, y sus fulgores
ahuyentan de la noche el desvarío,
y esconden en sus cálices las flores
rayos de luna y perlas de rocío.
10
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Alfredo Baquerizo Moreno (1859-1951)
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Nota biográfica
Más conocido como político y gobernante, fue, sin embargo, desde sus primeros años, entusiasta cultivador de las bellas letras, destacándose como novelista con su Sonata en prosa, Titania y El señor Penco, verdaderas fantasías o, como dice el título de la primera, sonatas en prosa.
En poesía siguió las huellas de Bécquer, «con ribetes de ironía y apreciable buen gusto» al decir del historiador Barrera65.
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Selecciones
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El último adiós
En mi locura quise maldecirte,
me lo perdone Dios,
en esa negra noche, al dirigirte
mi postrimer adiós;
Pero te vi llorar; tu despedida
5
calmó mi corazón,
y a Dios bendije, porque unió en la vida
lágrimas y perdón.
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Rimas
I
Era la encarnación de mi deseo
clavando en mí sus ojos;
forma ignorada que flotado había
entre los mil fantasmas del insomnio.
Al mirarla, sentí que revolaba
5
algo negro en mi torno;
después, que mis pupilas se extinguían
de unos labios fatídicos al soplo;
y atónito, y confuso y delirante,
creíme ciego o loco,
10
y desde entonces sobre mí se ciernen
como voraces cuervos... ¡esos ojos!
II
¡Ah! déjame partir. En su ancho seno
luchas ofrece el mar;
me atrae lo insondable, lo infinito
de aquella inmensidad.
¡Ah! déjame partir. Allá las olas
5
gimiendo me dirán,
cuál de los dos abismos es más hondo:
el corazón o el mar.
—607→
IV
Duermen las auras en el follaje,
sus hojas pliega la flor gentil,
tímidamente la luna brilla
desde el cenit.
La fuente calla, como escuchando
5
de extrañas linfas el blando son;
el ave al nido que cubre su ala
presta calor.
De los altivos, frondosos árboles
se ve el pausado, suave vaivén,
10
y entre sus copas brillante insecto
desparecer.
¡Oh, qué armonías en el silencio
de aquel paisaje primaveral!
¡Fiesta en los aires, y acá en el suelo
15
sueños de paz!
Venid, vosotros, los trovadores,
cantad ensueños, cantad amor,
noches azules de mis montañas,
noches de Dios.
20
VI
Fue el vértigo del mar nuestro delirio,
arrullaron las olas mi pasión,
y al llegar de tu patria a las riberas
quise gritar: ¡Reposa, corazón!
Mas ¡ay! que no lo osé, porque es la lumbre
5
de una esperanza el pronunciado adiós,
y el alma del poeta tiene un cielo
en el límite inmenso del dolor.
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Lira que tiembla entre convulsas manos,
canto que vibra en ritmo desigual,
10
revelan, corazón, que ya en violentas
sacudidas, persigue lo ideal.
Enmudeció mi boca en la partida,
con la mirada dije: ¡Eternidad!
Porque tuvo tu amor, dulce bien mío,
15
como el mar, como el cielo, inmensidad.
VII
¿Qué miro? me preguntas. En mi anhelo
miro siempre, a merced de mis antojos,
mucho azul en la bóveda del cielo,
y mucho azul de cielo en esos ojos.
¿En qué pienso? me dices. Tristemente
5
medito, a solas, presa de un engaño,
que aquel azul de los espacios miente,
y son tus ojos cielo, por mi daño.
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Poesías
Del transparente lago los vapores
se disipan, formando una espiral;
la fontana se junta con el río
que al piélago se va.
Ayes de amor de tiernos corazones
5
en el espacio; al fin, se encontrarán;
las olas de un beso de agonía
se pierden en el mar.
El aroma confunde de las flores
de la mañana el céfiro fugaz,
10
y en una vibración notas distintas
más dulces sonarán.
Nada aislado en el mundo se divisa
por instinto, por ley universal:
¿Tu corazón y el mío en uno solo
15
jamás palpitarán?
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En horas de amargura
¡Señor, Dios de mis padres!
A ti levanto el alma,
en horas de amargura,
si triste, resignada.
De Ti tan sólo espero,
5
con íntima confianza,
que de mi mente arranques
la duda que me abrasa.
Postrado de rodillas
al pie de los altares,
10
a iluminarme venga
la luz de tus verdades.
Si el cáliz de agonía
¡oh Cristo! tú apuraste,
la hiel quedó en el fondo
15
que beben los mortales.
Aún oigo enternecido
la voz de tus campanas,
y a su pausado acento
medita y ora el alma.
20
Aún tiene el incensario
perfumes que la embriagan,
la cruz de tus altares
consuelos y esperanzas.
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Las tiernas oraciones
25
que, niño, repetía,
olvido poco a poco
al avanzar la vida.
¡Herencia de la madre
que llora en mis fatigas!
30
¡Consuelos dad al pecho
que busca fe perdida!
¡Oh dicha engañadora
de los primeros años!
¡Oh místicas visiones
35
de un cielo que soñamos!
¿Por qué dejáis, huyendo,
tan negro desencanto
en alma ya sin guía,
sin luz y sin amparo?
40
La paz de la inocencia,
que vela en nuestra cuna,
cuando la lucha estalla
¡ah! nunca torna, nunca.
Mil negros pensamientos
45
la humana mente cruzan,
cual rayos que abrasaran
la nube en que se ocultan.
Y vamos entre sombras
que velan débil vista,
50
a tientas removiendo
recuerdos y cenizas.
El peregrino busca
asilo en las ruïnas,
si en árido desierto
55
la soledad divisa.
A veces imagino,
en horas de tormenta,
que el cielo se reviste
de pompa y de grandeza,
60
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para insultar, Dios mío,
dolores de la tierra.
¿Acaso el ¡ay! humano
jamás allá resuena?
Perdona, sí, perdona
65
mi culpa o mi delirio;
en su turbión me arrastra
el crimen de mi siglo.
A ciegas se desborda
como acrecido río;
70
pon diques al torrente,
o alumbra su camino.
Las teas del incendio
apaga con tu soplo,
extingue en nuestros pechos
75
los implacables odios.
O fe y amor cristianos
cual débil freno, rotos,
¡ay! quedarán de tu obra
tan solamente escombros.
80
¿O quieres en tu santa
indignación, que se hunda
la sociedad rebelde
que a solas piensa y duda?
¡No! Si mi Edad sucumbe
85
en la gigante lucha,
que vele, por lo menos,
tu cruz, su inmensa tumba.
(«Poesías» (Rumores del Guayas), Quito, 1881, pp. 49-52).
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Vanidad y plenitud
Aquellas blancas flores que regaban
para cubrir su cuerpo,
cuán frescas, cuán olientes esparcían
su aroma de jazmines sobre el muerto.
Y en su prisión dorada, cuál soltaba
5
bullicioso el jilguero
el raudal armonioso de su canto
por despertar tal vez al pobre muerto.
A poco, por la abierta celosía
llegó vivo y travieso,
10
amplio rayo de luz, en ansia loca
de calentar los párpados del muerto.
Brillan luego los astros, a su lumbre,
un tenor callejero,
cuenta su amor en notas que revuelan
15
como una nueva vida sobre el muerto.
Y pude ver que es vanidad el hombre
y plenitud de vida el universo,
océano que cubre con sus aguas
aquella pompa efímera de un muerto.
20
(G. Orellana.- «Patria Intelectual», 1915).
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En la tumba de su esposa, la señora doña Piedad Roca Marcos de Baquerizo
Quien te conoció te amó,
quien te amó, no te olvidó,
y fue tu vivir de suerte,
que el morir, en ti, no es muerte.
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En un álbum
Sin conocerte aún te estoy cantando,
y te llamo ángel por nacida ayer,
qué no te llamarán en el mañana,
cuando te digan ángel, por mujer.
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Credo
Creo en la Libertad Todopoderosa, creadora de la Democracia y de la República; y en la Justicia, la más noble, severa y hermosa de sus hijas.
Creo en el Trabajo, que padeció bajo el poder de la Esclavitud, que descendió a los infiernos del hambre y de la miseria, y resucitó después de muchos días y muchos años y muchos siglos, cubierto de polvo y
sangre, de entre las ruinas y los escombros de la Tiranía. Creo que la mentira y la calumnia llegaron hasta la cruz con Cristo, hasta la cicuta con Sócrates, hasta la pedrea o el azote con Pablo; pero creo también que la verdad resplandece luego y se llama Cristo, Sócrates o Pablo.
Creo en el Orden, por instinto de conservación y de progreso; y creo en el Progreso desde el infusorio al hombre, y desde el hombre a lo Desconocido e Infinito, y creo que cada uno debe hacer por decir de sí: creo en mí, sí, creo en mí, porque soy voluntad y fe, honor y conciencia; y creo en los demás, porque lo demás es sociedad, amor y humanidad.
Creo en la Patria y en ella fío, como el hijo en el cariño y el amparo de una madre. Creo en el sudor que riega y fertiliza el suelo de la Patria y creo en el sacrificio y en la muerte que la engrandecen y la defienden.
Creo en la Paz. Nuestra fuerza es la Paz, la Paz nuestra riqueza.
Creo, sobre todo, en el cumplimiento del deber; en la virtud de la Perseverancia; en la resurrección de la Justicia social y en lo fecundo o glorioso de una vida de bondad, sencillez y abnegación, ahora y en los siglos que son y que serán.
Oct. 23/959.
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Adolfo Benjamín Serrano (1862-1935)
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Nota biográfica
Pertenece a la generación de Crespo Toral, a cuya más celebrada producción: «Mi Poema», hizo coro con sus «Recuerdos del camino», que, opacados hasta hace poco por el esplendor momentáneo de aquél, van siendo reconocidos -por su espontaneidad, gracia y genuino lirismo- como joya de tantos quilates como la que le sirvió de modelo, mejor dicho, como la que despertó su inspiración.
El poema de Serrano consta de LXVI estrofas iguales en su factura a las de «Mi Poema», cuya primera edición vio la luz el mismo año, 1885, con fecha del 31 de mayo. Pero los «Recuerdos del camino» no se publicaron sino en 1896, en la colección titulada Versos, impresa en Quito.
La segunda edición, con el título de Recuerdos del camino, se publicó en Barcelona (Imp. de la Vda. de Tasso, 1909), y Crespo Toral la reseñó en la Unión Literaria en elocuente nota bibliográfica, haciendo reproducir el texto íntegro del poema que daba título a la colección66.
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Selecciones
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Versos
(1896)
¡Qué de ayes, qué de lágrimas me cuesta
remover los escombros del pasado,
y al grito del dolor más concentrado
oír, por toda y única respuesta,
el muriente rumor de la esperanza
5
que nos trajo la aurora que se aleja,
y cerca el ¡ay! de la sentida queja
que nos trae el crepúsculo que avanza!
Prefiero a tu palabra que parece
la eólica cadencia de una lira,
10
tu sonrisa de amor que se estremece
cuando en mis ojos reflejar se mira;
y a tu sonrisa, que el amor se afana
en dibujarla apenas en tu boca,
prefiero el tinte de subida grana
15
que en tus mejillas el pudor coloca.
No es dolor el dolor que se traduce
en ayes y sollozos,
y que, dejando el corazón, inunda
de lágrimas los ojos;
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sino el que se retuerce sin salida
del alma en lo recóndito;
el que no tiene gritos de reproche,
ni lágrimas de enojo.
¿Olvidarte?... ¿Se olvida, por ventura,
25
el pobre ciego de la luz que, un día,
inquieta en sus pupilas sonreía,
al mostrarle del mundo la hermosura?
¡Ah, si tú has sido sol de mi esperanza,
si luz primera de mi amor tú has sido,
30
sepultarte en la noche del olvido,
ni el tiempo puede ni el dolor alcanza!
Hoy te he visto. La sangre de mis venas
de golpe se me heló,
y el triste enjambre de mis viejas penas
35
callado se quedó.
Y quise hablarte y en el alma mía
palabras no encontré,
¡y comprendí que te amo todavía
lo mismo que te amé!...
40
La onda que en medio de la mar bravía
se eleva cual montaña,
es un puñado, nada más, de espuma
cuando revienta en la desierta playa.
El dolor que en la vida nos parece
45
gigante sin entrañas,
cuando se toca el borde del sepulcro
es polvo, nada más, que el viento arrastra.
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Años después
A veces dudo si es placer o pena,
si es dicha o es dolor,
lo que en sus horas de ansiedad devora
mi pobre corazón.
Es por eso que, a veces, de mi llanto
5
me río con desdén,
y otras de mi alegría me avergüenzo
y lloro sin querer.
¡Déjame a solas! ¡Mi dolor respeta,
respeta mi silencio!
10
No con palabras de piedad se cura
la vieja herida que en el alma llevo.
¡Déjame a solas! Una chispa a veces
es causa de un incendio,
y al débil choque de contrarias nubes
15
salta el trueno del rayo mensajero.
Si sabes que la duda siempre ha sido
hermana del dolor,
y el abismo sin fondo del olvido,
la tumba del amor;
20
si de la muerte de mi dicha un día
la causa fuiste tú:
¿a qué preguntas, si en el alma mía
tu imagen vive aún?
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«Crepúsculo»
No es amor el amor que se desata
en frases de pasión,
y para quien es música muy grata
de ardientes besos la fugaz canción.
Amor, el casto amor, es sentimiento
5
que embriaga al corazón,
idilio que murmura el pensamiento,
de almas hermanas íntima canción.
Piensan tal vez que fácilmente brota
del arpa del poeta
10
la estrofa oculta, la canción ignota,
en que condensa su ansiedad secreta.
En cada rima que modula deja
sollozos de ternura;
en cada verso, una sentida queja,
15
y en cada estrofa, un mundo de amargura.
Amo el dolor, porque el dolor conserva
viva la imagen del primer ensueño,
si él, como el opio la razón enerva,
nos muestra el cielo de un edén risueño.
20
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Amo el dolor, porque el dolor derrumba
cualquier altar de una esperanza nueva,
y del primer amor sobre la tumba
la cruz bendita del recuerdo eleva.
Señor, Señor, convierte mi ventura
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en penas y dolores;
en martirio tenaz mi sed de amores,
y el sol de mi esperanza en noche obscura;
pero jamás permitas que el hastío
al alma mía acuda,
30
ni que en las sombras de la eterna duda
llegue a perderse el pensamiento mío.
No me digáis que el corazón humano
es materia que siente y nada más;
que del sepulcro el misterioso arcano
35
no tiene más allá.
No me digáis que el pensamiento brota
tan sólo de la masa cerebral;
ni que la esencia del amor se agota
la vida al terminar.
40
La misma duda y la esperanza inmensa
que dentro el corazón luchando están,
y del amor la llamarada intensa
que aumenta sin cesar;
nos dicen que la vida no se acaba
45
cuando trocado en polvo en polvo está,
ya que la carne es solamente esclava
del alma, ¡la inmortal!
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Antonio C. Toledo (1868-1903)
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Nota biográfica
Se le incorpora entre los imitadores de Bécquer, pero su manera es tan personal que -salvo el molde en que vació su sentir tan nuestro- su originalidad luce libre de los lugares comunes de escuela.
Porque fue, más que ningún otro, el tipo del poeta quiteño: un bohemio triste en el fondo y alegre y bonviveur en apariencia; lo que decimos un chulla, pero un chulla reformado que acertó a ser un funcionario cumplido; un chulla que había aprendido a disimular su pobreza y a tragarse sus lágrimas y, sobre todo, que no quería dejar creer que era poeta sino por humorada, ocultando su recóndita sensibilidad con el pudor instintivo con que la ostra oculta la perla que crece en sus entrañas, sólo para mitigar su dolor de vivir, de otro modo intolerable.
Cuando se supo su fallecimiento, un periódico de la ciudad de Ibarra comentó el suceso en los siguientes términos:
«Honores, placeres... ¡chocheces de antaño!
Se sufre, se sufre... ¿Por qué? -Por que sí.
Se sufre, se sufre... y así pasa un año
y otro año ¡qué diablos! la vida es así.
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»Y así fue la vida del poeta. ¡Cómo mueren los poetas!, comenta un colega. Cómo viven, debiera lamentar...
»Refiere un joven escritor, que trató íntimamente a Toledo, haberle dicho un día: -Escríbanos algo, compañero; escríbanos versos tristes sobre esta vida que matamos; y que él, con su irónica y amarga sonrisa habitual, mostrándole el papel en que redactaba una nota oficial, le contestó: -Mi vida está muerta, y hace tiempos la tengo enterrada, compañero»67.