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Política de Dios y gobierno de Cristo

Francisco de Quevedo



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ArribaAbajoParte I


ArribaAbajoA don Felipe, IV de este augusto nombre, Rey de las Españas, mayor monarca del orbe, nuestro señor

Tiene vuestra majestad de Dios tantos y tan grandes reinos, que sólo de su boca y acciones y de los que le imitaron puede tomar modo de gobernar con acierto y providencia. Muchos han escrito advertimientos de estado conformes a los ejemplares de príncipes que hizo gloriosos la virtud, o a los preceptos dignamente reverenciados de Platón y Aristóteles, oráculos de la naturaleza. Otros, atendiendo al negocio no a la doctrina, o por lograr alguna ociosidad o descansar alguna malicia, escribieron con menos verdad que cautela, lisonjeando príncipes que hicieron lo que dan a imitar, y desacreditando los que se apartaron de sus preceptos. Hasta aquí ha sabido esconderse la adulación y disimularse el odio. Yo, advertido en estos inconvenientes, os hago, Señor, estos abreviados apuntamientos, sin apartarme de las acciones y palabras de Cristo, procurando ajustarme cuanto es lícito a mi ignorancia con el texto de los Evangelistas, cuya verdad es inefable, el volumen descansado, y Cristo nuestro Señor el ejemplar. Yo conozco cuánto precio tiene el tiempo en los grandes monarcas, y sé cuán conforme a su valor le gasta vuestra majestad en la tarea de sus obligaciones, sin perdonar, por la comodidad de sus vasallos, descomodidad ni riesgo. Por eso no amontono descaminados enseñamientos, y mi brevedad es cortesía reconocida; pues nunca el discurso de los escritores se podrá proporcionar con el talento superior de los príncipes, a quien sólo Dios puede enseñar y los que son varones suyos; y en lo demás, quien no hubiere sido rey siempre será temerario, si ignorando los trabajos de la majestad la calumniare.

La vida, la muerte, el gobierno, la severidad, la clemencia, la justicia y la atención de Cristo nuestro Señor   —10→   refieren a vuestra majestad acciones tales, que, imitar unas y dejar otras, no será elección, sino incapacidad y delito. Oiga vuestra majestad las palabras del gran Sinesio en la oración que intituló: De regno bene administrando: «Como quiera que en toda cosa y a todos los hombres sea necesario el divino auxilio (habla con Arcadio emperador), principalmente a aquéllos que no conquistaron su imperio, mas antes le heredaron, como vos a quien Dios dio tanta parte y quiso que en tan poca edad llamasen monarca: el tal, pues, ha de tomar todo trabajo, ha de apartar de sí toda pereza, darse poco al sueño, mucho a los cuidados, si quiere ser digno del nombre de emperador.» Éstas son en romance sus palabras, que sin cansarse por tantos siglos, derramada su voz, llega hasta vuestros tiempos para gloria vuestra, con señas del imperio y de la edad. Ni esto se puede ignorar en la personal asistencia de vuestra majestad, pues ni la edad, ni la sucesión tan recién nacida y tan deseada, le ha entretenido los pasos que por las nieves y lluvias le han llevado, con salud aventurada, a solicitar el bien de sus reinos, la unión de sus estados y la medicina a muchas dolencias. ¿A qué no atrevieron su determinación vuestros gloriosos ascendientes? El mayor discípulo es vuestra majestad que Dios tiene entre los reyes, y el que más le importa para su pueblo y su Iglesia saliese celoso y bien asistido. Dispuso vuestro enseñamiento, derivándoos de padres y abuelos de quien sois herencia gloriosa, y en pocos años acreditada. Mucho tenéis que copiar en Carlos V, si os fatigaren guerras extranjeras, y ambición de victorias os llevare por el mundo con glorioso distraimiento. Mucha imitación os ofrece Felipe II, si quisiéredes militar con el seso, y que valga por ejército en unas partes vuestro miedo y en otras vuestra providencia. Y más cerca lo que más importa: el padre de vuestra majestad, que pasó a mejor vida, en memoria que no se ha enjugado de vuestras lágrimas, ni descansado de nuestro dolor, os pone delante los tesoros de la clemencia, piedad y religión. Es vuestra majestad de todos descendiente, y todos son hoy vuestra herencia, y en vos vemos los valerosos, oímos los sabios y veneramos los justos; y fuera prolijidad, siendo vuestra majestad su historia verdadera y viva, repetiros con porfía las cosas que deben continuar vuestras órdenes, y que esperamos mejorará vuestro cuidado. Haga Dios a vuestra majestad señor y padre de los reinos que castiga con que no lo sea.

SEÑOR: Besa los reales pies y manos de vuestra majestad.

Don Francisco de Quevedo Villegas



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ArribaAbajoAl conde duque, gran canciller, mi señor, don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, sumilier de Corps y caballerizo mayor de Su Majestad1

Dar a leer a vuecelencia este libro, es la mejor diligencia que puede hacer el conocimiento de su integridad, para darse por entendido del cuidado con que asiste al Rey nuestro señor, en valimiento ni celoso ni interesado. Supo este libro tener oyentes, y hoy sabe escogerlos; y animoso a vuecelencia hace lisonja nunca vista, sólo con no recatarle severo verdades desapacibles a otro espíritu menos generoso: pues han hecho fineza tan esforzada con vuecelencia, que no han escarmentado, cuando sospechas de haberlas imaginado tuvieron resabios de delito, y fue culpa el intento aun no amanecido. Lea vuecelencia lo que ejecuta, y habrá sido más hazañoso que bien afortunado en ser lector de advertimientos que le son alabanza y no amenaza. Deseo a vuecelencia vida y salud, para que su majestad tenga descanso, y felicidad sus reinos. Preso en mi villa de Juan Abad a 5 de abril, 1621.

Don Francisco de Quevedo Villegas.




ArribaAbajoA los doctores sin luz, que dan humo con el pábilo muerto de sus censuras, muerden y no leen

Numquid Deus indiget vestro mendacio, ut pro illo loquamini dolos? Numquid faciem ejus accipitis, et pro Deo judicare nitimini? Aut placebit ei quem celare nihil potest? Aut decipietur ut homo vestris fraudulentiis? Ipse vos arguet, quoniam in abscondito faciem ejus accipitis. «¿Por ventura (dice Job) tiene Dios necesidad de vuestra mentira, para que por él habléis engaños?». Con vosotros hablo, los que vivís de hacer verdad falsa como moneda, que sois para la virtud y la justicia polillas graduadas, entretenidos acerca de la mentira, regatones de la perdición, que dais mohatras de desatinos a los que os oyen, y vivís de hacer gastar sus patrimonios en comprar engaños y agradecer falsos testimonios a los príncipes. ¿Qué novedad os hace ver que reprenda la Escritura, si dice San Pablo: Scriptura utilis est ad arguendum, ad corripiendum: haec loquere, et exhortare, et argue cum omni imperio? Siempre entendí que la envidia tenía honrados pensamientos; mas viéndola   —12→   embarazada con ansia en cuatro hojas mal borradas de este libro mío, conozco que su malicia no tiene asco; pues ni desprecia lo que apenas es algo, ni reverencia lo sumo de las virtudes. Por esto ha llegado el ingenio de vuestra maldad a inventar envidiosos de pecados y hipócritas de vicios. Si os inquieta que sobrescriba mi nombre en estudios severos, y no queréis acordaros sino de los distraimientos de mi edad, considerad que pequeña luz encendida en pajas suele guiar a buen camino, y que al confuso ladrar deben muchos el acierto de su peregrinación. Yo escribí este libro diez años ha, y en él lo más que mi ignorancia pudo alcanzar. Junté doctrina, que dispuse animosamente; no lo niego: tal privilegio tiene el razonar de la persona de Cristo nuestro Señor, que pone en libertad la más aherrojada lengua. Imprimiose en Zaragoza sin mi asistencia y sabiduría2, falto de capítulos y planas, defectuoso y adulterado: esto fue desgracia; mas desquiteme con que saliesen estas verdades en tiempo que ni padecen los que las escriben, ni medran los que las contradicen. Gracias al Rey grande que tenemos, y a los ministros que le asisten, pues tienen vanidad de que se las dediquen, y recelo de que se las callen. Por esto me persuado que los tratantes en lisonjas han de dar en vago con la maña, y que la pretensión en traje de respuesta y apología ha de burlar los que en el intento son memoriales, y en el nombre libros. Yo he respondido al docto que advirtió, y en aquel papel se lee el desengaño de muchas calumnias. A los demás que ladran, dejo entretenidos con la sombra, hasta que los silbos y la grita tomen posesión de su seso. Para los que escriben libros perdurables fue mi culpa ver que se vendía tanto este libro, como si le pagaran del dinero de ellos los que le compraron. A esto se ha seguido una respuesta, que anda de mano, a mi libro, sin título de autor: hanme querido asegurar que es de un hombre arcipreste: yo no lo creo, porque escribir sin nombre, discurrir a hurto, y replicar a la verdad son servicios para alegar en una mezquita, y trabajo   —13→   más digno de un arráez que de hombre cristiano y puesto en dignidad. Nunca el furor se ha visto tan solícito como en mi calumnia, pues este género de gente ha frecuentado con porfía todos los tribunales, y sólo ha servido de que en todos, por la gran justificación de los ministros, me califique su enemistad. Yo escribí sin ambición; diez años callé con modestia; y hoy no imprimo, sino restitúyome a mí propio, y véngome de los agravios de los que copian y de los que imprimen. Y así esforzado doy a la estampa lo que callara reconocido de mi poco caudal, continuando el silencio de tantos días. Por estas razones ni merezco vuestra envidia, ni he codiciado alguna alabanza, cuando contra vuestra intención me sois aplauso los que os preparábades para mi calamidad. Con vosotros habla Isaías: Vae, qui dicitis bonum malum, et malum bonum, ponentes tenebras lucem, et lucem tenebras! Ponentes amarum in dulce, et dulce in amarum!




ArribaAbajoA quien lee

Lo que se leyere en este libro, que no sea conforme cree y enseña la santa Iglesia de Roma, sola y verdadera Iglesia, confieso por error; y desde luego, conociendo mi ignorancia, lo retracto; y protesto que todo lo he escrito con pureza de ánimo, para que aproveche y no escandalice; y si alguno lo entendiere de otra manera, tenga la culpa su malicia y no mi intención.

Don Francisco de Quevedo Villegas



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ArribaAbajoCapítulo I

En el gobierno superior de Dios sigue al entendimiento la voluntad


Viendo Dios, en los primeros pasos que dio el tiempo, tan achacoso el imperio de Adán, tan introducida la lisonja del demonio, y tan poderosa con él la persuasión contra el precepto; y recién nacido el mundo, tan crecida la envidia en los primeros hermanos, que a su diligencia debió la primera mancha de sangre; el desconocimiento con tantas fuerzas, que osó escalar al cielo; y últimamente advirtiendo cuán mal se gobernaban los hombres por sí después que fueron posesión del pecado, y que unos de otros no podían aprender sino doctrina defectuosa, y mal entendida, y peor acreditada por la vanidad de los deseos; porque no viviesen en desconcierto con tiranía debajo del imperio del hombre las demás criaturas, y consigo los hombres, determinó bajar en una de las personas a gobernar y redimir al mundo, y a enseñar (bien a su costa, y más de los que no le supieren o quisieren imitar) la política de la verdad y de la vida. Bajó en la persona del Hijo, que es el Verbo del entendimiento, y fue enviado por legislador al mundo Jesucristo, Hijo de Dios, y Dios verdadero. Después le siguió el Espíritu Santo, que es el amor de la voluntad. Descienda en el discurso a nosotros.

El entendimiento bien informado guía a la voluntad, si le sigue. La voluntad, ciega e imperiosa, arrastra al entendimiento cuando sin razón le precede. Es la razón, que el entendimiento es la vista de la voluntad; y si no preceden sus ajustados decretos en toda obra, a tiento y a oscuras caminan las potencias del alma. Ásperamente reprende Cristo este modo de hablar, valiéndose absolutamente de la voluntad, cuando le dijeron: Volumus a te signum videre, «queremos que hagas un milagro»; Volumus ut quodcumque petierimus, facias nobis, «queremos nos concedas todo lo que te pidiéremos»; y en otros muchos lugares. No quiere Cristo que la voluntad propia se entrometa en sus obras: condena por descortés este modo de hablar. Y últimamente, enseñando a los hombres el lenguaje que han de tener con su Padre, que está en el cielo, lo primero les hace   —16→   resignar la voluntad, y ordena que digamos en la oración del Padre nuestro: «Hágase tu voluntad», porque la propia está recusada, y él la da por sospechosa. Así, Señor, que a los reyes, con quien a la oreja habla y más de cerca esta doctrina, les conviene no sólo no dar el primer lugar a la voluntad propia, pero ninguno. Resignación en Dios es seguro de todos los aciertos: han de hacerlo así, y no deslucirá su nombre aquella escandalosa sentencia, que insolente y llena de vanidad hace formidables a los tiranos:

Sic volo, sic jubeo; sit pro ratione voluntas.



«Así lo quiero, así lo mando: valga por razón la voluntad».

Lastimoso espectáculo hizo de sí la envidia de la privanza siendo el mundo tan nuevo, que en los dos primeros hermanos se adelantó a enseñar que aun de tan bien nacidos valimientos sabe tomar motivos la malicia con tanto rigor, pues el primer hombre que murió fue por ella.

Vio Caín que iba a Dios más derecho el humo de la ofrenda de Abel que el de la suya: pareciole hacía Dios mejor acogida a su sacrificio: sacó su hermano al campo, y quitole la vida. Pues si la ambición de los que quieren privar es tan facinerosa y desenfrenada que, aun advertida por Dios, hizo tal insulto, ¿qué deben temer los príncipes de la tierra? Apuro más este punto, y alzo la voz con más fuerza: Señor, si es tan delincuente el deseo en el ambicioso, porque de él reciba el Señor primero y de mejor gana, ¿dónde llegará la iniquidad y disolución de los que compitieren entre sí sobre quién recibirá más del rey? Encarecidamente pondera el desenfrenamiento de Caín San Pedro Crisólogo3: «¡Oh hinchazón del zelo! ¡Dos hermanos no caben en una casa, y lo que admira, que sea siendo hermanos! Hizo la envidia, hizo que todos los espacios de la tierra fuesen estrechos y cortos para dos hermanos: la envidia levantó a Caín para la muerte del que era menor, porque el veneno de la envidia hiciese solo al que hizo primero la ley de naturaleza». De las primeras cosas que propone Moisés en el Génesis es ésta, y la que más profundamente deben considerar los reyes y los privados; advirtiendo que si el buen privado y justo como Abel, que da lo mejor a su señor, muere por ello en poder de la envidia, ¿qué merecerá el codicioso,   —17→   que le quita lo mejor que tiene para sí, desagradecido? En la privanza con Dios un poco de humo más bien encaminado ocasiona la muerte a Abel por su propio hermano. Sea aforismo que humos de privar acarrean muerte; que mirar los reyes mejor a uno que a otro, tiene a ratos más peligro que precio. Muere Abel justo, porque le envidian el ser más bien visto de Dios; vive Caín que le dio muerte. Tal vez por secretas permisiones divinas, es más ejecutiva la muerte con el que priva, que con el fratricida.

Grandes son los peligros del reinar: sospechosas son las coronas y los cetros. Éntrase en palacio con sujeción a la envidia y codicia, vívese en poder de la persecución, y siempre en la vecindad del peligro. Y esta fortuna tan achacosa tiene por suyos los más deseos, y arrastra las multitudes de las gentes. Hallar gracia con los reyes de la tierra encamina temor: sólo con Dios es seguro. Así dijo el Ángel4: «No temas, María, que hallaste gracia cerca de Dios». Tú, hombre, teme, que hallaste gracia cerca del hombre. Nace Cristo en albergue de bestias, despreciado y desnudo; y una voz sola de que nació el Rey de los judíos, envuelta en las tinieblas donde alumbraba el sol de las profecías, es bastante a que Herodes celoso ejecute el más inhumano decreto, y que entre gargantas de inocentes busque la de Cristo; y la primera persecución suya fue el nombre de rey, mal entendido de los codiciosos de palacio. Crece Cristo, y en entrando en él al umbral, remitido de los pontífices, dicen los evangelistas, que para coronarle de rey le desnudaron, y le pusieron la púrpura, una corona de espinas y una caña por cetro, y que burlaban de él y le escupían. Señor, si en palacio hacen burla de Cristo, Dios y hombre y verdadero Rey, bien pueden temer mayores excesos los reyes, y conocer que la boca que los aconseja mal, los escupe.




ArribaAbajoCapítulo II

Todos los príncipes, reyes y monarcas del mundo han padecido servidumbre y esclavitud: sólo Jesucristo fue rey en toda libertad


Tres cosas están a mi cargo para introducción de este discurso y desempeñarme de la novedad que promete este capítulo; y ordenadas, son: que fue rey Jesucristo; que lo supo ser solamente entre todos los reyes; que no ha habido rey que lo sepa ser, sino él solo.

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Nace en la pobreza más encarecida, apenas con aparato de hombre: sus primeras mantillas el heno, su abrigo el vaho de los animales; en la sazón del año más mal acondicionada, donde la noche y el invierno le alojaron en las primeras congojas de esta vida, con hospedaje que aun en la necesidad le rehusaran las fieras. Y en tal paraje por príncipe de la paz le aclamaron los ángeles; y los reyes vienen de Oriente adestrados por una luz, sabidora de los caminos del Señor, y preguntan a Herodes5: «¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?». Reyes le adoraron como a rey, que lo es de los reyes; ofreciéronle tributos misteriosos; su nombre es el Ungido; y es de advertir que cuando nace le adoran reyes, y cuando muere le escriben rey. Que fue rey tienen todos; y si fue rey en lo temporal, disputa fray Alonso de Mendoza en sus Questiones quodlibéticas. Si fue rey6 los teólogos lo determinan. Él dijo que tenía reino7: «Mi reino no es de este mundo». Así lo dijo después San Pablo8: «Mas estando Cristo ya presente, pontífice de los bienes venideros por otro más excelente y perfecto tabernáculo, no hecho por mano, es a saber, no por creación ordinaria, etc.*9 ». Siguiose aquella pregunta misteriosa10: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos11?». Gritaron otra vez, diciendo: «No a éste». Negáronle la soltura, y disimuláronle la dignidad, respondiendo a la palabra vuestro rey; si bien lo contradijeron, diciendo en otra ocasión12: «No tenemos rey, sino a César», cuando Pilatos le intituló en tres idiomas rey en la Cruz, lo que mantuvo constantemente, diciendo: «Lo que escribí, escribí». ¡Qué frecuente andaba la profecía en la pasión de Cristo, ignorada de las lenguas que la pronunciaban!

Con gran novedad (tales son las glorias de Dios hombre) autorizan esta majestad las palabras del Ladrón en la cruz, diciendo: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Grande era la majestad que dio a conocer reino y poder en una cruz. No le calló la corona de espinas la que disimulaba de eterno monarca. Mejor entendió el Ladrón la divinidad, que los reyes. Ellos lo   —19→   eran, y un rey, mejor conoce a otro. Tuvieron maestro resplandeciente, adestrolos el milagro, llevolos de la mano la maravilla. A Dimas no sólo le faltó estrella, más escureciéronsele todas en el sol y la luna, el día le faltó en el día; ellos le hallaron al principio de la vida, amaneciendo; y éste, al cabo de ella, espirando y despreciado de su compañero. Ellos volvieron por otro camino por no morir, amenazados de las sospechas de Herodes; y éste para ignominia de Cristo moría con él. Pues siendo esta majestad tan descubierta, y este reino tan visible en la cruz, y en el Calvario, y entre dos ladrones, ¿qué será quien le negare el reino a Cristo en la diestra del Padre Eterno, en su vida y en su predicación, en su ejemplo y en el santísimo Sacramento del altar? Éste a la doctrina blasfema de Gestas se arrima. En la Iglesia católica persevera este lenguaje de llamarle rey, y como a tal le señala la cruz por guión, cantando:

Vexilla Regis prodeunt.



San Cirilo, al hablar de cuando descendió a los infiernos, exclama13: «¿Y no quieres que, bajando el rey, libre a su voz? Allí estaba David y Samuel y todos los profetas, y el mismo Juan Bautista». Y el propio santo padre Cirilo dice de Cristo14: «Que es rey a quien ningún sucesor sacará del reino».

Que fue rey; que le adoraron como a tal; que le aclamaron rey; que dijo que lo era, y él habló de su reino; que le sobrescribieron con este título; que la Iglesia lo prosiguió; que la teología lo afirma; que los santos le han dado este nombre, constantemente lo afirman los lugares referidos. Dejo que los profetas le prometieron rey, y que los salmos repetidamente lo cantan, y así lo esperaron las gentes y los judíos; aunque las sinagogas del pueblo endurecido le apropiaron el reino que deseaba su codicia, no el conveniente a las demostraciones de su amor. Y a esta causa, arrimando su incredulidad a las dudas de sus designios interesados, echaron menos en Cristo, para el rey prometido, el reino temporal y la vanidad del mundo, y (como de ellos dijo San Jerónimo) la Jerusalén de oro y de perlas que esperaban, y los reinos perecederos15. Y aunque los más hebreos, con rabí Salomón, sobre Zacarías, esperan el Mesías en esta forma, con familia, ejércitos y armas, y con ellas que los libre de los romanos; -no faltan en el   —20→   Talmud rabíes que lo confiesan rey y pobre mendigo, pues dijeron: Quod Rex Mesias jam natus est in fine secundi templi; sed pauper, et mendicus, mundi partes percurrit, et reperietur Romae mendicans inter leprosos. Confiesan que será rey, y pobre, y que andará entre los leprosos. Y en el Sanhedrin, en el capítulo Heloc, dicen: «Toda Israel tiene el padre del futuro siglo». Así lo hemos referido de Cristo con sus palabras. Por esto, ni los profetas ni los rabíes incrédulos no echan menos las riquezas del reino temporal para llamarle rey.

Y siendo esto así, le vieron ejercer jurisdicción civil y criminal. Diole la persecución, tentándole, lo que le negaba la malicia incrédula, como se vio en las monedas para el tributo de César, y en la adúltera. Obra de rey fue gloriosa y espléndida el convite de los panes y los peces. Ya le vieron debajo del dosel en el Tabor los tres discípulos. Magnífico y misterioso se mostró en Caná; maravilloso en casa de Marta, resucitando una vez un alma, otra un cuerpo; valiente en el templo, cuando con unos cordeles enmendó el atrio, castigó los mohatreros que profanaban el templo, y atemorizó los escribas. Cuando le prendieron, militó con las palabras; preso, respondió con el silencio; crucificado, reinó en los oprobios; muerto, ejecutorió el vasallaje que le debían el sol y la luna, y venció la muerte. De manera, que siendo rey, y pobre, y señor del mundo, en éste fue rey de todos, por quien era. Pocos fueron entonces suyos, porque le conocieron pocos; y entre doce hombres (no cabal el número, que uno le vendió, otro le negó, los más huyeron y algunos le dudaron) fue monarca, y tuvo reinos en tan poca familia, y sólo Cristo supo ser rey.

¿Quién entre los innumerables hombres que lo han sido (o por elección, o por las armas, o adoptados, o por el derecho de la sucesión legítima), ha dejado de ser juntamente rey y reino de sus criados, de sus hijos, de su mujer, o de los padres, o de sus amigos? ¿Quién no ha sido vasallo de alguna pasión, esclavo de algún vicio? Si los cuenta la verdad, pocos. Y éstos serán los santos que ha habido reyes. Prolijo estudio será referir los más que se han dejado arrastrar de sus pasiones; imposible todos. Bastará hacer memoria de algunos que fundaron las monarquías y las grandezas.

Hizo Dios a Adán señor de todas las cosas; púsole en el paraíso; criole en estado de inocencia; diole sabiduría sobre todos los partos de los elementos; y siendo señor de todo, y conociendo a quien lo había criado, y que en su sueño le buscaba compañía, y se la fabricaba de su costilla, -al primer coloquio que tuvo con Eva, su mujer, por complacerla, despreció a quien le hizo poco   —21→   antes de tierra, y le espiró vida en la cara, y le llamó su imagen. Púsose de parte de la serpiente; obedeció a la mujer; tuvo en poco las amenazas que padeció ejecutivas. Tal es el oficio de mandar y ser señor, que en éste (que fue el primero a todos y el mayor, siendo hecho por la mano de Dios no sólo él sino la compañía suya y su lado), en dejándole Dios consigo, sirvió a la mujer con la sujeción y obediencia. ¿Qué se podrá temer de los que hacen reyes la elección dudosa de los hombres, o el acaso en la sucesión, o la violencia en las armas? Y no es de olvidar que habiendo de tener lado, y no siendo bueno que estén solos, -esta compañía, este lado, que llaman ministro, ellos se le buscan, y le dan a quien se le granjea. Y si allí no aprovechó contra las malas mañas del puesto, ser Dios artífice del señor y de su compañía, que es su lado, y de su lado, ¿cuál riesgo será el de los que son tan de otra suerte puestos en dignidad por sí propios, o por otros hombres? Las historias lo dicen, y lo dirán siempre con un mismo lenguaje, y la fortuna con un suceso, o más apresurado o más diferido, no por piedad, sino por materia de mayor dolor. Y no quiero olvidar advertencia (que apea nuestra presunción) arrimada a las palabras de Dios, para que conozcamos que de nosotros no podemos esperar sino muerte y condenación. Dijo Dios en el 2 del Génesis16: «Dijo también el Señor Dios: No es bien que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él». Luego le dio sueño, y de su costilla fabricó a Eva, ayuda semejante a él. Bien claro se ve aquí que del hombre y semejante al hombre, la ayuda será para perderse, como se vio luego en Adán. Señor, no sólo los reyes han de recelarse de los que están a su lado, siendo semejantes a ellos, sino de su lado mismo; que en durmiéndose, su propio lado dará materiales, con favor y ocasión del sueño, para fabricar con nombre de ayuda su ruina y desolación.

Lo que Dios propio hace para socorro del hombre, si con Dios y para Dios no usa de ello, de la carne de su carne y de los huesos de sus huesos debe recelarse, y tener sospecha porque no se deje vencer de alguna persecución mañosa, de alguna complacencia descaminada, de alguna negociación entremetida. Llámase Cristo hijo de David. A David llámanle todos el real profeta y el santo rey: débensele tales blasones, y fue rey de Israel; y en él fueron reyes el homicidio y el adulterio. Salomón supo pedir, y recibió sabiduría y riqueza: fue rey   —22→   más conocido por sabio, que por su nombre; es proverbio del mejor don de Dios, y sus palabras son el firmamento de la prudencia, por donde se gobierna toda la navegación de nuestras pasiones; y siendo una vez rey, fue trescientas reino de otras tantas rameras. Si llegas el examen a los emperadores griegos, de más vicios fueron reino, que tuvieron vasallos. Si pasas a los romanos, ¿de qué locura, de qué insulto, de qué infamia no fueron provincias y vasallos? No hallarás alguno sin señor en el alma. Donde la lujuria no ha hallado puerta, que se ve raras veces (y fáciles de contar, si no de creer), ha entrado a ser monarca o el descuido, o la venganza, o la pasión, o el interés, o la prodigalidad, o el divertimiento, o la resignación que de todos los pecados hace partícipe a un príncipe. Cortos son los confines de la resignación a la hipocresía. Sólo Cristo rey pudo decir: Quis ex vobis arguet me de peccato? (Joann., 8.)

No demuestro en las personas estos afectos, por no disfamar otra vez todas las edades y naciones, y excusar la repetición a aquellos nombres coronados que hoy padecen en su memoria su afrenta. Dejemos esta parte del horror y de la nota, y sea así que nadie supo ser rey cabal, sin ser por otra u otras partes reino. Descansemos del asco de estos pecados, y veamos cómo Cristo supo ser Rey: esto se ve en cada palabra suya, y se lee en cada letra de los evangelistas. No tuvo sujeción a carne ni sangre. De su Madre y sus deudos curó menos que de su oficio; así lo dijo: «Mi Madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre». En Caná, porque (como diremos en su lugar) su Madre le advirtió en público que faltaba vino, la dijo: Quid mihi et tibi, mulier? Espirando en la Cruz, la llamó mujer, y madre de su discípulo, atendiendo sólo al oficio de redentor, y al Padre que está en el cielo. A los parientes no les concedió lo que pidieron, y así les dice que no saben lo que se piden. Una vez que se atrevieron a pedir su lado y las sillas, siendo rey y Dios, no se dedigna de decir: Non est meum dare vobis. «No me toca a mí dároslo». Otra vez les dijo que no sabían de qué espíritu eran, y los riñó ásperamente porque se enojaban con los que no los seguían. A San Pedro, su valido y su sucesor, porque le quiso excusar los trabajos y le buscaba el descanso, le llamó Satanás, y lo echó de sí. Éste fue grande acierto de rey. Quien se descuidare en esto, ¿qué sabe? También perderá el reino, la vida y el alma. Cristo rogó por sus enemigos; y a San Pedro, porque hirió al que le prendía y maltrataba, lo amenazó. No consintió que alguno, entre los otros, aun en su corazón pretendiese mayoría,   —23→   ni quiso que presumiese de saber su secreto. Sic eum volo manere (respondió preguntándole de San Juan): Quid ad te? No admitió lisonjas de los poderosos, como se lee en el príncipe que le dijo magister bone; ni se retiró en la majestad a los ruegos de los necesitados; ni atendió a cosa que fuese su descanso o su comodidad. Toda su vida y su persona fatigó por el bien de los otros: punto en que todos han tropezado, y que conforme la definición de Aristóteles, sólo es rey el que lo hace; y según Bocalino, nadie lo hizo de todos los reyes que ha habido.

Cristo rey vivió para todos, y murió por todos: mandaba que le siguiesen: Sequere me. Qui sequitur me, non ambulat in tenebris. No seguía donde le mandaban; y como más largamente se verá en el libro, Cristo solo supo ser rey; y así sólo lo sabrá ser quien le imitare.

A esto hay dificultad, que da cuidado a la plática de este libro. Dirán los que tienen devoción melindrosa, que no le es posible al hombre imitar a Dios. Parece ése respeto religioso, y es achaque mal intencionado: imitar a Dios es forzoso, es forzosamente útil, es fácil. Él dijo: Discite a me.

Tres géneros de repúblicas ha administrado Dios. La primera Dios consigo y sus ángeles. Este gobierno no es apropiado para el hombre, que tiene alma eterna detenida en barro, y gobierna hombres de naturaleza que enfermó la culpa, por ser Dios en sí la idea con espíritus puros, no porfiados de otra ley facinerosa. El segundo gobierno fue el que Dios como Dios ejercitó desde Adán todo el tiempo de la ley escrita, donde daba la ley, castigaba los delitos, pedía cuenta de las traiciones e inobediencias, degollaba los primogénitos, elegía los reyes, hablaba por los profetas, confundía las lenguas, vencía las batallas, nombraba los capitanes y conducía sus gentes. Éste, aunque fue gobierno de hombres, le hallan desigual, porque el gobernador era Dios solo, grande en sí, y veía los rodeos de la malicia con que en traje de humildad y respeto descamina la razón de los ejemplares divinos. En el tercer gobierno vino Dios y encarnó, y hecho hombre gobernó los hombres, y para instrumento de la conquista de todo el mundo, a Solis ortu usque ad occasum, escogió idiotas y pescadores, y fue rey pobre, para que con esta ventaja ricos los reyes, y asistidos de sabios y doctos, no sean capaces de respuesta en sus errores. Vino a enseñar a los reyes. Véase en que frecuentemente hablaba con los sacerdotes y ancianos, y que en el templo le hallaron enseñando a los doctores; que el buen rey se ha de perder por enseñar, y hace más fuerza; que enseñar a cada hombre   —24→   de por sí, no era posible, sin milagro; y este método no le podía ignorar la suma sabiduría del Padre, que era enseñar a los reyes, a cuyo ejemplo se compone todo el mundo. Y esto hizo, y sólo él lo supo hacer, y sólo lo acertará quien le imitare.




ArribaAbajoCapítulo III

Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego. (Matth., 8; Marc., 5; Luc., 8.)


Qui autem habebat daemonium jam temporibus multis, et vestimento non induebatur, neque in domo manebat; sed domicilium habebat in monumentis, et neque catenis jam poterat quisquam eum ligare. Agebatur a daemonio in deserto. Videns autem Jesum a longe, cucurrit, et adorans, procidit ante illum. Et ecce ambo clamabant voce magna dicentes: Quid nobis et tibi, Jesu Fili Dei altissimi? Cur venisti huc ante tempus, torquere nos? Adjuro te per Deum, et obsecro, ne me torqueas. Praecipiebat enim illi: Exi spiritus immunde ab homine isto. Et interrogabat eum: Quod tibi nomen est? Et dicit ei: Legio mihi nomen est, quia multi sumus. Et rogaverunt eum multum, ne imperaret illis ut in abyssum irent. Omnes autem rogabant eum, dicentes: Si ejicis nos hinc, mitte nos in gregem porcorum, ut in eos introeamus. Et concessit eis statim Jesus.

Dice el Evangelista, que un endemoniado de muchos años, que desnudo andaba por los montes, y dejando su casa habitaba en los monumentos, y ni con cadenas le podía tener nadie, viendo a Jesús desde lejos le salió al encuentro, y arrojándose en el suelo y adorándole, le dijo: «Jesús, Hijo de Dios, ¿qué tienes tú con nosotros? ¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos? Conjúrote por Dios vivo, y te lo suplico, no me atormentes». Dice el texto que le hizo otras preguntas, y que respondió que no era un demonio, sino una legión. Pidiéronle a Jesús, que los dejase entrar en unos puercos y no los enviase al abismo. Y dice el Evangelista que luego se lo concedió.

La justicia se muestra en la igualdad de los premios y los castigos, y en la distribución, que algunas veces se llama igualdad. Es una constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le toca. Llámese idiopragia, porque sin mezclarse en cosas ajenas, ordena las propias: aprosopolepsia, cuando no hace excepción de personas. A los hipócritas llama Cristo acceptores vultus17.   —25→   Esta virtud, que entre todas anda con mejores compañías, o con menos malas, pues sólo ella no está entre dos vicios, siendo la que gobierna y continúa y dilata el mundo, quiere ser tratada y poseída con tal cuidado y moderación, como aconseja el Espíritu Santo cuando dice: Noli nimium esse justus: pecado en que incurren los que tienen autoridad en la república, y son vengativos; que hipócritas, de la justicia de Dios hacen venganza, afrenta y arma ofensiva. Éstos son alevosos, no jueces; traidores y sacrílegos, no príncipes. San Agustín lo entendió así, cuando dijo: Justitia nimia incurrit peccatum; temperata vero justitia facit perfectionem. No se desdeñó esta verdad de las plumas de los idólatras; pues Terencio, en la comedia que llamó Heautontimorumenos, dijo:

Jus summum summa saepe malitia est.



Y por demás se juntan autoridades de Aristóteles y otros filósofos que en las tinieblas de la gentilidad mendigaron algún acierto, cuando el rey Cristo Jesús en este evangelio enseña como verdad, vida y camino a todos los monarcas, el método de la justicia real.

¿Quién más en desgracia de Dios que el demonio; que una legión de ellos: criatura desconocida, vasallo alevoso, que se amotinó contra Dios, quiso defraudarle su gloria, y que obstinado porfía en la ruina y desolación de su imagen? Estos delincuentes, viendo venir a Cristo, dieron en tierra con el cuerpo que poseían, en manera de adoración; pronunciaron palabras de su gloria: Jesús Hijo de Dios (confesión que tanto ennobleció la boca del primero de los apóstoles), «¿por qué viniste aquí antes de tiempo a atormentarnos?». Éstos no confiesan verdad, aunque sea para apadrinar su ruego, que no la acompañen con blasfemia. El padre de la mentira desquitó la verdad de llamarle Hijo de Dios, con decir que venía antes de tiempo. ¡Propio pecado de la insolencia de su intención, desmentir en la cara de Cristo a todos los profetas y a los decretos de su Padre! De esta mentira y calumnia hizo tanto caso San Pablo, que repetidamente dice18: «¿Pues a qué fin Cristo, cuando aun estábamos enfermos, murió a su tiempo por unos impíos? ¿Por qué apenas hay quien muera por un justo, aunque alguno se atreva a morir por un bienhechor? Mas Dios   —26→   hace brillar su caridad en nosotros; porque aun cuando éramos pecadores, en su tiempo murió Cristo por nosotros*». Según el tiempo, murió por los impíos; y según el tiempo, murió por nosotros. Dos veces en cuatro renglones dice que murió, según el tiempo, Cristo nuestro Señor: lugar de que en esta ocasión puede ser me haya acordado el primero. Pudiérase contentar la obstinación de estos demonios con el desacato descomedido y rebelde de haber dicho19: «¿Qué hay entre nosotros y entre ti, Hijo de Dios, para que nos vengas antes de tiempo a atormentar?». Entre dos blasfemias dijo una verdad, no por decirlo, sino por profanarla y quitarla el crédito.

Cuando éstos fueran ángeles, merecían ser demonios por cualquiera palabra de éstas; y siendo tales por la culpa antigua, y reos por la posesión de aquel hombre; y añadiendo a esto, cuando empezaba a tener que hacer con ellos, dudarlo; y cuando era el tiempo de su venida cumplido, desmentirlo; -estando no sólo fuera de toda su gracia, sino imposibilitados de poder volver a ella, le piden que no los vuelva al abismo, sino que los deje entrar en una manada de puercos; y Cristo Rey les concedió lo que pedían, que era mudar lugar solamente.

Señor, el delito siempre esté fuera de la clemencia de vuestra majestad, el pecado y la insolencia; mas el pecador y el delincuente guarden sagrado en la naturaleza del príncipe. De sí se acuerda (dijo Séneca) quien se apiada del miserable; todo se ha de negar a la ofensa de Dios, no al ofensor; ella ha de ser castigada, y él reducido. Acabar con él no es remedio, sino ímpetu. Muera el que merece muerte, mas con alivio que, no estorbando la ejecución, acredite la benignidad del príncipe. Ser justo, ser recto, ser severo, otra cosa es; que inexorable es condición indigna de quien tiene cuidados de Dios, del padre de las gentes, del pastor de los pueblos. No se remite el castigo por variarse, si lo que la ley ordena el juez no lo dispone, respetando los accidentes y la ocasión que habrá sin castigo; digo sin merecerle. Muchos son buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a sus conciencias. En los malos, en los impíos se ha de mostrar la misericordia: por los delincuentes se han de hacer finezas. ¿Quién padeció por el bueno? Con estas palabras habló elegante la caridad de San Pablo (Ad Rom., 5.): Ut quid enim Christus, cum adhuc infirmi essemus, secundum tempus pro impiis mortuus est? Vix enim pro justo quis moritur: nam pro bono forsitam quis audeat mori? Commendat autem charitatem   —27→   suam Deus in nobis: quoniam cum adhuc peccatores essemus, Christus pro nobis mortuus est. Murió el Rey Cristo, Señor, por los impíos, y encomiéndanos su caridad. Todas las obras que hizo Cristo, y toda su vida se encaminaron y miró a darnos ejemplo. Así lo dijo: Exemplum enim dedi vobis: «Porque yo os di ejemplo». Niégale San Pedro; mas ya advertido de que le había de negar; mírale, y no le revoca las mercedes grandes; hízoselas porque le confesó; no se las quita porque se desdice y le niega. No depende del ajeno descuido la grandeza de Cristo. A Judas le dice, de suerte que lo pudo entender, que al que le venderá le valiera más no haber nacido. Cena con él, lávale los pies; da la seña en el Huerto para la entrada, caudillo de los soldados, y recíbele con palabras de tanto regalo: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». No perdonó diligencia para su salvación; y al fin tuvo el castigo que él se tomó. Muere ahorcado Judas; mas del rey ofendido y del maestro entregado no oyó palabra desabrida, ni vio semblante que no le persuadiese misericordia y esperanza. Pídenle los demonios que no los envíe al abismo: concédeselo. En esto habla la exposición teóloga. Piden que los deje entrar en el ganado: permíteselo. Ellos lo pidieron por hacer aquel mal de camino al dueño del ganado. El Rey Cristo les dio licencia, que al demonio la ha concedido fácilmente cuando se la ha pedido para destruir las haciendas y bienes temporales; que antes es la mitad diligencia para el arrepentimiento y recuerdo de Dios. Así en Job largamente le permitió extendiese su mano Satanás sobre todos sus bienes. Quería avivar la valentía de aquel espíritu tan esforzado; y a esta causa no rehúsa Dios dar esta permisión al infierno, pues es hacer los instrumentos del desembarazo del conocimiento propio; y en esta parte es elocuente la persecución, y pocas almas hay sordas a la pérdida de los bienes.




ArribaAbajoCapítulo IV

No sólo ha de dar a entender el rey que sabe lo que da, mas también lo que le toman; y que sepan los que están a su lado que siente aún lo que ellos no ven, y que su sombra y su vestido vela.- Este sentido en el rey es el mejor consejero de hacienda, y el primero que preside a todos. (Matth., 9; Marc., 5; Luc., 8.)


Dicebat autem intra se: Si tetigero tantum vestimentum ejus, salva ero. Et sensit corpore quia sanata esset a plaga. Et statim Jesus in semetipso cognoscens virtutem   —28→   quae exierat de illo, conversus ad turbam, ajebat: Quis tetigit vestimenta mea? Negantibus autem omnibus, dixit Petrus, et qui cum illo erant: Praeceptor, turbae te comprimunt, et affligut et dicis: Quis me tetigit? Et dixit Jesus. Tetigit me aliquis: nam ego novi virtutem de me exiisse.

«Decía entre sí: Con sólo tocar su vestido seré salva; y sintió en el cuerpo que había sanado de la plaga; y Jesús conociendo en sí mismo la virtud que había salido de sí, vuelto a la multitud, dijo: ¿Quién tocó a mí y a mis vestidos? Y negándolo todos, Pedro y los que con él estaban dijeron: Maestro, las olas de la multitud te bruman y afligen, y tú dices: ¿Quién me tocó? Y dijo Jesús: Alguno me tocó, porque yo conocí que salía de mí virtud».

El buen rey, Señor, ha de cuidar no sólo de su reino y de su familia, mas de su vestido y de su sombra; y no ha de contentarse con tener este cuidado: ha de hacer que los que le sirven, y están a su lado, y sus enemigos, vean que le tiene. Semejante atención reprime atrevimientos que ocasiona el divertimiento del príncipe en las personas que le asisten, y acobarda las insidias de los enemigos que desvelados le espían. El ocio y la inclinación no ha de dar parte a otro en sus cuidados; porque el logro de los ambiciosos, y su peligro y desprecio, está disimulado en lo que deja de lo que le toca. Quien divierte al rey, le depone, no le sirve. A esta causa los que por tal camino pueden con los reyes, se van fulminando el proceso con sus méritos; su buena dicha es su acusación, y hallan testigos contra sí los medios que eligieron, y se ven con tanta culpa como autoridad; y al que puede, en lo que había de respetar y obedecer de lejos, nadie le aconseja por bueno sino aquello que después le sea fácil acusárselo por malo: y en la adversidad la calumnia, que es de bajo linaje y siempre ruines sus pensamientos, califica por fiscales los cómplices y los partícipes. Así lo enseñan siempre a todos, no escarmentando alguno, las historias y los sucesos. Es el caso de este evangelio tal, que rey o monarca que no abriere los ojos en él, y no despertare, da señas de difunto, que tiene la reputación en poder de la muerte.

Tocó la pobre mujer la vestidura de Cristo. El llegar a los reyes y a su ropa basta a hacer dichosos y bienaventurados. Volvió Cristo, yendo en medio de gran concurso de gentes que le llevaban en peso, y con novedad dijo: ¿Quién me tocó? Dice el texto que los que le brumaban dijeron que ellos no eran. Esta respuesta siempre la oigo; y aquellos que aprietan a los reyes y los ponen en aprieto, dicen que no tocan a ellos. San   —29→   Pedro, que no sufría desenvolturas, los desmintió, y respondió a Cristo: Maestro, estante apretando tantos hombres, que no hay alguno que no te toque y te moleste, y preguntas, ¿quién me tocó? Desmintió el buen ministro a aquellos que le seguían con ruido y alboroto, y decían que no le tocaban. Alguno me tocó, dijo Cristo, que yo he sentido salir virtud de mí. ¡Oh buen Rey, que sientes que te toquen en el pelo de la ropa (como dicen)! Y así fue. Ha de ser sensitiva la majestad aun en los vestidos. Nadie le ha de tocar, que no lo sienta, que no sepa que le toca, que no dé a entender que lo sabe. No ha de ser lícito tomar nadie del rey cosa que él no lo sepa ni lo sienta. ¿Qué será que haya quien tome de él para echar a mal, sin que lo eche de ver el rey, y lo diga? Quiere Cristo que sane la mujer, y que le toque; sintió que había salido virtud de él; sabía quién era la que le había tocado, y lo preguntó para desarrebozar la hipocresía de los que, apretándole más, dijeron que no le tocaban; para que San Pedro y los que con él estaban (que habían de suceder en este cuidado a Cristo, cada uno en su provincia, y Pedro en toda la Iglesia), abriesen los ojos, y conociesen cuánto cuidado es menester tener con los que acompañan, aprietan y tocan a los reyes; y que los monarcas de todo han de hacer caso, y con todo han de tener cuenta.

Llegue la necesidad recatada, y a hurto y muda, y remédiese; mas sepa el necesitado que lo sabe el príncipe, y que atiende a todo su poder, de suerte que sabe el que tiene, y el que da, y el que le toman. Distribuya vuestra majestad y dé a los beneméritos, que son acreedores de toda su grandeza, y tal vez negocie el oprimido por debajo de la cuerda: remédiese con tocar a la sombra de vuestra majestad, que no es más algún favorecido; mas sepa el uno y el otro, que vuestra majestad sabe la virtud que salió de su grandeza: entonces será milagro; si no, pasará por hurto calificado. Si los privados supiesen aprender a ministros del ruedo de la vestidura de Cristo, ¡cuán bien aseguraran la buena dicha! El ruedo sirve al señor, es lo postrero de la vestidura, anda a los pies, y sirve arrastrando: condiciones de la humildad y reconocimiento, que solamente son seguro de la prosperidad. Medre quien tocare al privado; mas de tal manera que lo sienta el rey en sí, y lo diga, sin que en él se quede alguna cosa. Y es tan peligroso en el seso humano ser instrumento de mercedes, que a lo que disponen dan a entender que lo hacen; y de criados, a los primeros atrevimientos, pasan a señores; y poco más adelante a despreciar al dueño. Y como Cristo mortificó aquí la presunción de la fimbria de su vestido, diciendo:   —30→   «Yo sentí salir virtud de mí», así lo deben hacer los reyes en todo lo que dispusieren, por su crédito y el de las propias mercedes y puestos y personas que los alcanzan; y es tener misericordia de sus ministros desembarazarlos de este riesgo tan halagüeño y de tan buen sabor a los desórdenes del apetito y ambición de los hombres; pues quien permite este entretenimiento a su criado, artífice es de su ruina.




ArribaAbajoCapítulo V

Ni para los pobres se ha de quitar al rey. (Joann., 12.)


Maria ergo accepit libram unguenti nardi pistici pretiosi, et unxit pedes Jesu, et extersit pedes ejus capillis suis: et domus impleta est ex odore unguenti. Dixit ergo unus ex discipulis ejus, Judas Iscariotes, qui erat eum traditurus: Quare hoc unguentum non veniit trecentis denariis, et datum est egenis? Dixit autem hoc, non quia de egenis pertinebat ad eum, sed quia fur erat, et loculos habens, ea quae mittebantur, portabat.

«María tomó una libra de ungüento precioso de confección de nardo, y ungió a Jesús los pies, y los limpió con sus cabellos, y llenose la casa de fragancia con el ungüento. Dijo uno de sus discípulos (Judas, varón de Carioth, que le había de vender): ¿Por qué no se vende este ungüento en trescientos dineros, y se da a los pobres? Dijo esto, no porque tenía el cuidado de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo bolsas, traía lo que daban».

¡Qué desigual aprecio, y qué apasionado es el de la codicia! En trescientos dineros tasa el ungüento, quien dio a Cristo por treinta: no pensaba Judas sino en vender cuidadosamente. El Evangelista añade aquellas palabras: Uno de sus discípulos; para que se vea que entre los suyos, los de su lado, los escogidos, está quien lo ha de vender.

Si quien ordena y propone que se quite de la autoridad y reverencia del rey para venderlo y darlo a los pobres, es Judas que había de vender a Cristo; quien lo quita del rey para venderlo a los ricos contra los pobres, ¿qué será? No da a los pobres quien quita de Cristo para ellos: ése es Judas, no limosnero; ése es ladrón, no ministro. El que quita del labrador, del benemérito, del huérfano, de la viuda, en quien se representa Cristo, para otra cosa, ése es ladrón. ¿No sabía Judas mejor que nadie que su Maestro era el más pobre de todos los hombres? ¿No le había oído decir que no tenía dónde reclinar la cabeza? Pues ¿cómo, habiendo de pedir a los   —31→   pobres para él, quiere quitarle para los pobres, que siempre tendrá consigo? Achaque era, no celo el suyo. Para conocer esta gente y este lenguaje y estos ministros, haga el rey lo que advierte el Evangelista20: «Y no porque tenía los pobres a su cargo». Metiose en lo que no le tocaba: su oficio era la despensa, y no la limosna. Quien del patrimonio de vuestra majestad, de sus rentas y vasallos, de su regalo, de su casa, quita para diferentes designios, sea para lo que fuere como no vuelva a su reputación el útil, ése Judas es, de Judas aprendió; porque quitar del rey, llévese donde se llevare, dese a quien se diere, es hurto forzoso. No hay necesidad más legítima que la del buen rey, ni hombre tan pobre; y quien pone al rey en mayor necesidad, destruye el reino; y es arbitrio de los ministros imitadores de Judas poner en necesidad al rey, para con los arbitrios de su socorro y desempeño tiranizar el reino y hacer logro del robo de los vasallos; y son las suyas mohatras de sangre inocente. Rey sobre sí, y cuidadoso de su hacienda y reinos, lejos tiene estos ministros que hacen su grandeza y sus casas con poner necesidad en los príncipes.

Metiose Judas de despensero a consejero de hacienda: por eso sus consultas saben a regatón. Con haber tantos años, no ha descaecido esta manera de hurtar: pedir para los pobres, y tomar para sí. ¡Cosa admirable, Señor, que en ningún otro lugar la pluma de los evangelistas se enojó con nadie, ni con el que dio a Cristo la bofetada, ni con quien le escupió, ni con los que piden le crucifiquen, ni con Pilatos, ni otro algún ministro más crudo; antes benignamente los nombra, y con modestia piadosa refiere sus acciones! Sólo de Judas escribe en este caso, más terrible y severo que cuando vendió a Cristo, pues allí refiere el sujeto sin ponderar la maldad, y aquí le llama ladrón y hipócrita, y no le perdona nota ni infamia alguna. San Juan escribe por Cristo, de quien bien sabía la voluntad y el sentimiento: y así habla en este caso palabras llenas de indignación y de ira, porque Judas aquí quería vender los pobres. Y Cristo, y por él San Juan, parece que siente más que Judas venda los pobres: pues Judas vendió a Cristo para remedio de los pobres y si bien él no tuvo esta intención, Cristo por los pobres y para ellos fue vendido; y es cosa clara que había de sentir sumamente ver que Judas quisiese vender aquéllos por quien él propio se dejó vender del mismo.

Señor, vuestra majestad no tiene otra cosa que haya   —32→   de estar más firme en su ánimo, encargada por Dios, que el castigo del consejero que pide para los pobres, y los vende. Podría en algunas concesiones de las Cortes, y en los demás servicios tenerse cuidado con este lenguaje de Judas, cuando el que concede medra y el reino padece. Pobres vende quien enriquece pidiendo para ellos, y quien alega por méritos y servicios la ruina de los que se le encomendaron. Miren los reyes por los pobres, que entonces habrán entendido que el primer pobre y más legítimo necesitado es el buen rey. Rey que se gobierna, rey que se socorre a sí mismo, y se guarda y mira por sí, ése mira por sus reinos. El que se descuida de sí propio, y se deja y olvida, ¿por quién mirará, ni de qué tendrá cuidado? Aquí da voces San Juan a vuestra majestad como privado de Cristo: temerosas palabras son las suyas. Quien de las personas, criados, hijos, vasallos beneméritos quita o pide la hacienda, honra u oficios con título de darlo a pobres o emplearlo mejor, en la boca del Evangelista es Judas; y llámese como se llamare, a él le nombran las palabras «ladrón que tiene bolsa». El buen ministro conocerá vuestra majestad, si, cuando los ministros despenseros y el consejero Iscariote le propusieren cosas semejantes, en que se trata de vender a los pobres o quitar de la persona real, -pusiere en la consulta de buena letra: «vuestra majestad no lo haga». Quien se lo aconseja es Judas que le ha de vender: no lo hace por los pobres que están encomendados a vuestra majestad, y no a él; ladrón es; talegones trae; lo que dan se lleva; caridad fingida es su mercancía, piedad mentirosa es su ganancia. Para los pobres pide; y pidiendo para ellos, hace pobres y se hace rico. ¡A qué de consultas está respondiendo San Juan desde el Evangelio, porque los príncipes no pretendan haber pasado sin advertimiento, y por quitarlos la disculpa maliciosa! ¡Gran voz contra quien se descuidare en esta parte para el tribunal postrero de la mejor vida! Atienda vuestra majestad a las señas que aquí le da San Juan de los que venden a los pobres. Dice que son los que han de vender al propio rey, que tratan de lo que no les toca; que son ladrones; que tienen bolsas, y llevan lo que se da. Con la pluma los dibuja San Juan, en la voz los nombra, con el dedo los muestra. Veislos ahí (dice a todos los que reinan); y si no queréis que os vendan, no tengáis ministros despenseros que tengan bolsones y tomen lo que se da, ni tengáis por consultor al ladrón. ¡Oh gran cosa! Dos privados Juanes tuvo Cristo: el Bautista enseñó con la mano el Cordero a los lobos; y el Evangelista en el Evangelio enseñó con la pluma los lobos al Cordero.



  —33→  

ArribaAbajoCapítulo VI

La presencia del rey es la mejor parte de lo que manda


En los peligros el rey que mira manda con los ojos. Los ojos del príncipe es la más poderosa arma; y en los vasallos asistidos de su señor es diferente el ardimiento. Descuídase el valor con las órdenes, y discúlpase el descuido. San Pedro lo mostró en el prendimiento y en la negación; y Cristo en la borrasca donde enseñó durmiendo.

«Pero teniendo Simón Pedro espada, puso mano, e hirió al criado del pontífice y cortole la oreja derecha21».

A ojos de su rey y maestro, Pedro fue tan valiente que sacó la espada para toda una cohorte armada, y de noche, y en la campaña, y hirió a un criado del pontífice: acción, si justa, bizarra y casi temeraria. Pero dos renglones más abajo padecieron notable mutación sus alientos y osadía; y se lee con el mismo nombre otro corazón22: «Y díjole a Pedro una mozuela que estaba a la puerta: Tú eres uno de los discípulos de este hombre. Respondió: No soy; y negó tres veces». Desquitose la cohorte; vengado se ha el criado del pontífice por mano de la criada. Él quitó una oreja, y a él le han quitado las dos, de suerte que apenas oye la voz de Cristo que le dijo este suceso. ¿Bríos contra una cohorte, valor para herir uno entre tantos, y luego acobardarse de manera que una muchacha le quite la espada con una pregunta, y le desarme y haga sacar pies? A fe que hizo tantas bravatas a Cristo: «¡Si conviniere morir contigo, no te negaré!». Débese considerar que, aunque era Pedro el propio que hazañoso y con arrojamiento temerario embistió por su rey todo aquel escuadrón, aquí le faltó lo principal que fueron los ojos de Cristo: espada tenía, pero sin filos; corazón tenía, pero no le miraba su maestro.

Rey que pelea y trabaja delante de los suyos, oblígalos a ser valientes: el que los ve pelear, los multiplica, y de uno hace dos. Quien los manda pelear y no los ve, ése los disculpa de lo que dejaren de hacer; fía toda su honra a la fortuna: no se puede quejar sino de sí solo. Diferentes ejércitos son los que pagan los príncipes, que   —34→   los que acompañan. Los unos traen grandes gastos, los otros grandes victorias. Los unos sustenta el enemigo, los otros el rey perezoso y entretenido en el ocio de la vanidad acomodada. Una cosa es en los soldados obedecer órdenes, otra seguir el ejemplo. Los unos tienen por paga el sueldo, los otros la gloria. No puede un rey militar en todas partes personalmente; mas puede y debe enviar generales que manden con las obras, y no con la pluma. ¿Quién presumirá de más esforzado que San Pedro, que en presencia de Cristo se portó tan como valiente, y en volviendo el rostro fue menester, para el acometimiento de una mujercilla, que el gallo le acordase de la espada, del huerto y de la promesa?

«Y navegando con ellos, se durmió. Levantose una tormenta de viento en el mar: atemorizáronse y peligraban. Mas llegándose a él, le despertaron diciéndole: Maestro, perecemos; pero él, levantándose, mandó al viento y mareta abonanzar, y quedó el mar en leche. Díjoles a ellos: ¿Dónde está vuestra fe?». (Luc., cap. 8.)

Aprieta más este suceso la dificultad. No basta que el rey esté presente, si duerme. Ojos cerrados no hacen efecto. Duerme Cristo, y piérdense de ánimo todos. Bien sabía la borrasca y lo que había de suceder; y cerró los ojos para enseñar a los reyes que la fe de los suyos, como se dice, pueden perderla en un cerrar y abrir de ojos: niñería es; pero suena al propósito. El rey es menester que asista a todo y que abra los ojos, porque los suyos no pierdan la fe. Mire vuestra majestad cuán descaecidos estaban los apóstoles porque durmió un poco Cristo, sabiendo que él dice de sí: «Yo duermo, etc.». La vista de los príncipes influye coraje; y el miedo, que sólo precia la salud y pone la honra en la seguridad, suele reprenderse con el respeto. No le queda qué hacer al rey que asiste y mira, ni qué esperar al que hace lo contrario. Si en la república de Cristo, Dios y hombre, en cerrando los ojos estuvieron para dar al través sus allegados, ¿qué se ha de temer en los reyes que se duermen con los ojos abiertos?




ArribaAbajoCapítulo VII

Cristo no remitió memoriales, y uno que remitió a sus discípulos le descaminaron. (Matth., 14; Joann., 6; Marc., 6; Luc., 9.)


Et exiens vidit turbam multam Jesus, et misertus est super eos, quia erant sicut oves non habentes pastorem: et excepit illos, et loquebatur illis de regno Dei,   —35→   et coepit illos docere multa. «Y saliendo, vio Jesús una gran multitud, y apiadose de ellos porque estaban como ovejas que no tenían pastor: recibiolos, y hablábalos del reino de Dios, y empezó a enseñarlos muchas cosas».

Doctrina de Cristo es23: «Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará». Por eso, viéndolos primero los habla del reino de Dios, y los enseña; luego trata de alimentarlos y darles de correr.


Consulta de los apóstoles

«Siendo ya tarde24, llegáronse a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ha pasado; despide esta muchedumbre de gente, para que yéndose a los castillos y villas que están cerca en este contorno, se desparramen para buscar mantenimientos, y comprar comida con que se sustenten, que aquí estamos en lugar desierto».




Decreta Cristo en cuanto a despedirlos, y remíteles el socorro a ellos

«No tienen necesidad de irse, dadles vosotros de comer25. Y como Jesús levantase los ojos, y viese que era grandísimo el número de gentes, dijo a Filipo: ¿Dónde compraremos panes para que coman éstos? -Esto decía tentándole, porque él bien sabía lo que había de hacer».

¡Qué ponderadas palabras, y qué remisión tan advertida! Responde el Apóstol: Doscientos ducados de pan no bastan para que cada uno tome una migaja.




Replica Cristo

«¿Cuántos panes tenéis? Id y miradlo».




Responde San Andrés

«Díjole uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro26: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero esto ¿de qué sirve entre tantos?».




Último decreto de Cristo

«Dijo Jesús: Haced que se sienten a comer27.» Repetidamente dificultaron este socorro los apóstoles. Y Cristo, en lugar de responderles, remitiéndoles el modo, decreta en favor de la necesidad para enseñanza.   —36→   ¡Bueno es que los apóstoles recelen que ha de faltar sustento a los que siguen a Cristo! ¡Qué cosa tan ajena de su condición, pues en la postrer cena se dio por manjar y por bebida a los que le dejaron, al que le negó y al que le vendía! ¡Y temían los apóstoles que aquí faltase para los que le vinieron siguiendo hasta el desierto! Príncipe hubiera que estimara por bien prevenida la consulta de los apóstoles que dijo: Da licencia a las gentes que se vayan a buscar de comer, pues aquí no lo hay por ser desierto. -Cristo no la tiene por consulta, sino por cortedad humana y civilidad indigna de ministros de su casa; y así respondió: no hay para qué se vayan: dadles de comer vosotros. Respóndelos y castígalos.

Señor: dice el ministro a vuestra majestad, en la consulta, que despida al soldado al que ha envejecido sirviendo, que ya no son menester; que no se pague a los que con su sangre son acreedores de vuestra majestad por su sustento; que no les dé el sueldo, ni el oficio, ni cargo; que los envíe, que los despida; que para éstos es desierto palacio, donde no hay nada. Tome vuestra majestad de los labios de Cristo la respuesta, y decrete: Dadle vos de comer de lo mucho que os sobra; para vos hay mantenimientos, y no es desierto en ninguna parte. Para vos hay oficios y honras, y para los otros malas respuestas; y solamente sea pena y castigo que les deis vos, mal ministro, lo que les falta, y no queráis que les dé yo. Conocer la necesidad, y no remediarla pudiendo, es curiosidad, no misericordia.

Había Cristo enseñado cómo habían de orar a Dios, y dicho muchas veces: Pedid, y daros han. Y en la oración que compuso para orar con su Padre, dijo que le pidiesen el pan de cada día; y hoy que llegó la ocasión, se les olvidó a los apóstoles esta cláusula tan importante.

Bien se conoce que para enseñarlos a consultar necesidades ajenas hizo todas estas preguntas y remisiones. El Evangelista dice: Esto hacía tentándole. Señor, es muy necesario que los reyes tienten y prueben la integridad, el valor y la justificación de sus ministros, para enseñarlos, y conocer lo que pueden disimular. Cuanto más Cristo facilita el negocio, con mayor tesón le imposibilitan los apóstoles. Mala acogida hallan necesidades ajenas en otro pecho que el de Cristo: cosa que debe tener cuidadosos y desvelados a los reyes. Oiga vuestra majestad, y lea cautelosamente lo que le propusieren, en favor de los que le sirven, los que le parlan. Así diferencio yo al que con las armas, con las letras, o con la hacienda y la persona sirve a vuestra majestad, de los que   —37→   tienen por oficio el hablar de éstos desde su aposento, y que ponen la judicatura de sus servicios y trabajos en el albedrío de su pluma. ¡Gran cosa, Señor, que valga más sin comparación hablar de los valientes, y escribir de los virtuosos, y a veces perseguirlos, que ser virtuosos, ni valientes, ni doctos! ¡Que sea mérito nombrarlos, y que no lo sea hacerse nombrar! Enfermedad es que, si no se remedia, será mortal en la mejor parte de la vida de la república, que es en la honra, donde está la estimación. Al buen rey la porfía de consulta sin piedad en necesidades grandes de sus vasallos, criados o beneméritos, en lugar de enflaquecerle, o mudarle de propósito, o envilecerle el corazón, le ha de obligar a hacer milagros como hizo Cristo este día.

Y viendo Cristo que en esta parte tenían necesidad de doctrina, como gente que había de gobernar y a cuyo cargo quedaba todo, antes de ser preso, yendo a Jerusalén los admiró con la higuera, a quien fuera de tiempo pidió higos, y porque no se los dio, la maldijo y se secó. Quiso enseñar y enseñoles que a nadie en ningún tiempo ha de llegar la necesidad y el necesitado, que no halle socorro. Y por eso cuando otro día, admirándose los apóstoles de verla seca, se compadecieron de ella, diciendo que por qué había secádose, les dijo aquellas palabras tan esforzadas de la fe: Si mandáis al monte que se levante con su peso, y se mude a otra parte, obedecerá a vuestra fe. Y esto dijo acordándoles que si tuvieran fe no dudaran que en el desierto se hallara qué comer, ni en que cinco panes era poca provisión para tantos. Señor, atienda vuestra majestad a esta consideración: si Dios quiere que hasta las higueras hagan milagros con los necesitados y hambrientos, y porque no los hacen las maldice y se secan para siempre, ¿qué querrá que hagan los hombres, y entre ellos los reyes? ¿Y qué hará con los que no lo hicieren? Temerosas conjeturas dejo que hagan los príncipes en este punto.

Grande fue el recelo de los discípulos, y fue medrosa caridad la suya, pues porque estaban en el desierto desconfiaban de mantenimientos, pudiendo en el desierto hacer provisión y vituallas de las piedras, de que Satanás hizo tentación. Acordósele al demonio, aunque con otro fin, en el desierto, que de las piedras se podía hacer pan: pensó lisonjear el largo ayuno de Cristo con la propuesta desvariada, y olvidáronse de esta diligencia los apóstoles. A los buenos consejeros se les ha de ensanchar el ánimo con la mayor necesidad, y atender a remediarla, y no a dificultarla, y entender que el remedio es su oficio. Cristo en el desierto hará de las piedras pan, si le ruegan, no si le tientan. Excusa el milagro   —38→   para su ayuno de cuarenta días, y hácele por las gentes que le siguen, aumentando el poco pan en grande suma.

Otra vez28, viendo que los samaritanos no querían hospedar a Cristo, y que respondían con despego, hicieron tal consulta29: «Señor, ¿quieres que mandemos al fuego que baje del cielo y consuma a éstos? Y vuelto a ellos respondió con reprensión: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no viene a perder las almas, sino a salvarlas.»

¡Gran decreto, ajustado a consulta celosa, pero inadvertida, y no sin ostentación! Mandar al fuego que baje del cielo, escondida tiene alguna presunción de las sillas que después pidieron estos dos apóstoles; pues habiendo poco que habían visto en ellas a Moisen y a Elías, quieren, ya que las sillas están ocupadas, hacer las maravillas que hicieron los que las tienen.

Con notable sequedad y aspereza responde Cristo a sus validos y deudos. Así se ha de hacer, Señor. ¿Y quién negará que así se ha de hacer, si Cristo lo hace así? En esta ocasión les dice que no saben de qué espíritu son; y en la que piden las sillas, que no saben lo que piden; y ni les concede las sillas, ni el milagro de los que están en ellas. No sólo se ha de reprender, pero no se ha de dar al que pide con vanidad y codicia; y siempre han de ser a vuestra majestad sospechosas las consultas de la comodidad propia y de la necesidad ajena.

En este milagro de los panes y los peces mostró Cristo nuestro señor la diferencia que hay de su majestad a los demás reyes del mundo, y de los que le siguen, a los cortesanos y secuaces de los príncipes del mundo.

Cristo, verdadero Rey, a los que le siguen, con poco los harta; y aunque sean muchos, sobra. Los reyes de acá a uno solo con todo cuanto tienen no le pueden hartar. De todos sus reinos no sobra para otros nada, repartidos entre pocos, siendo ellos muchos; mas tales son los que siguen a Dios, tales sus dádivas, tal su mano que las reparte, que como da con justicia, y a los que le siguen, -satisface a todos. Los bienes y mercedes de los reyes son de otra suerte; que si bien lo mira vuestra majestad, por sí hallará que se agradecen las mercedes con hambre de otras mayores; y que a quien más da, desobliga más; y que sus dádivas, en lugar de llenar la codicia de los ambiciosos, la ahondan y ensanchan. Y no ha de ser así para imitar a Cristo, ni se han de hacer mercedes sino a aquéllos que con poco se hartan, y que   —39→   de cinco panes y dos peces dejan sobras, siendo muchos, para otros tantos. Éstos, Señor, son dignos de milagro, de consulta y decreto favorecido de bendición del Señor, y de colmados favores de su omnipotencia.





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