Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCapítulo VIII

No ha de permitir el rey en público a ninguno singularidad ni entretenimiento, ni familiaridad diferenciada de los demás. (Joann., 2.)


Et die tertia nuptiae factae sunt in Cana Gallileae: et erat Mater Jesu ibi. Vocatus est autemet Jesus et discipuli ejus ad nuptias, et deficiente vino, dicit Mater Jesu ad eum: Vinum non habent. Et dixit ei Jesus: Quid mihi et tibi est mulier? Nondum venit hora mea. Dicit Mater ejus ministris: Quodcumque dixerit vobis facite.

«Y al tercer día se celebraron bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús y sus discípulos; y faltando el vino, díjole a Jesús su Madre: No tienen vino. Y díjola Jesús: ¿Qué nos toca a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los ministros: Cualquiera cosa que os dijere, haced.»

Señor, los reyes pueden comunicarse en secreto con los ministros y criados familiarmente, sin aventurar reputación; mas en público, donde en su entereza e igualdad está apoyado el temor y reverencia de las gentes, no digo con validos, ni con hermanos, ni padre ni madre ha de haber sombra de amistad, porque el cargo y la dignidad no son capaces de igualdad con alguno. Rey que con el favor diferencia en público uno de todos, para sí ocasiona desprecio, para el privado odio, y en todos envidia. Esto suele poder una risa descuidada, un mover de ojos cuidadoso. No aguarda la malicia más preciosas demostraciones. Cristo, cuando le dijeron estando enseñando a las gentes: Aquí están tu Madre y tus parientes, respondió con severidad, que parecía despego, misteriosamente: «Mi madre y mis parientes son los que hacen la voluntad de mi Padre, que está en el cielo30». Hoy diciéndole su Madre (apiadada de los huéspedes, y de su pobreza y defecto) que no tenían vino, la responde con menos caricia que majestad31: «¿Qué tienes tú conmigo, mujer?». Y en la cruz, donde en público estaba espirando y con el último esfuerzo de su grande amor redimiendo el mundo, excusando la terneza   —40→   del nombre de Madre, la dijo en muestra de mayor amor: «Mujer, ves ahí a tu Hijo.» Señor, si el rey verdadero Cristo, cuando enseña, predica y ejerce el oficio de redentor, a su Madre y sus deudos que le buscan, diciéndole que están allí, responde no que entren, ni los sale a recibir, sino: «Mi Madre y mis deudos son los que hacen la voluntad de mi Padre»; y si en las bodas, donde es convidado, a la advertencia tan próvida que hizo su Madre, en la respuesta mostró sequedad aparente; y si cuando se va al Padre no se despide con blanduras de hijo, sino con severidad de monarca, ¿cómo le imitarán los reyes que desautorizan la corona con familiaridad y entretenimiento de vasallos, llamando favorecer al ministro lo que es desacreditarse? Y en una de estas acciones públicas, descuidadas y mal advertidas, descaece su reputación. Ser rey es oficio, y el cargo no tiene parentesco: huérfano es; y si no tiene ni conoce para la igualdad padre ni parientes, ¿cómo admitirá allegado ni valido, si no fuere a aquél sólo que hiciere la voluntad de su Padre, y que diere con humildad el primer lugar a la verdad, a la justicia y misericordia? Así lo enseñó Cristo; pues cuando se escribe que hizo honras, no abrazó a uno solo, sino a todos.

Si el rey quiere ver, cuando con demasía y sin causa en público se singulariza con uno en lo que es fuera de su cargo y méritos lo que le da, mire lo que se quita a sí, pues ni un punto se lo disimula el aplauso, atento con codicia a encaminar sus designios. Luego se hallará solo, y verá que las diligencias voluntariamente y por costumbre y los méritos por fuerza y avergonzados, buscan la puerta del que puede por su descuido: verá que en él la reverencia es ceremonia, y en el criado negociación: hallarse ha necesitado de su propia hechura, y si se descuida, temeroso. En los reyes las demostraciones no han de ser a costa del oficio y cargo dado por Dios. No peligran tanto los reyes que favorecen en secreto como hombres; y van aventurados los que por su gusto, fuera de obligación, favorecen en público. Es tal la miseria del hombre, que en gran lugar no se conoce ni se precia de conocer a nadie; y en miseria todos se desprecian de conocerle, y se desentienden de haberle conocido. Este estado es menos dulce pero más seguro. No solamente por sí propios los reyes no han de engrandecer sin medida a uno entre todos con extremo, sino por el mismo criado. Caridad es bien entendida, si no muy acostumbrada, no poner a uno en ocasión de que se despeñe y pierda, donde es frecuente el riesgo. En la prosperidad puede uno ser cuerdo, y lo debe ser; mas pocas veces lo vemos; y ya que el hombre no mira su peligro,   —41→   mire por él el príncipe. No hay bondad sin achaque, no hay grandeza sin envidia. Si es bueno el valido, o no lo parece, o no lo quieren creer; y aunque en público claman todos por la verdad, y por la justicia, y por la virtud, quieren la que les esté bien, y fuera de sí ninguna tienen por tal. La justicia desean a su modo, y la verdad que no les amargue. ¡Qué bien mostró María, Virgen y Madre, lo que se debe preguntar en público a los príncipes; y Cristo, cómo se debe hablar misteriosamente en tales ocasiones, para ejemplo a los que no fueren como su Madre! ¡Y su Madre, cómo se han de entender las palabras que disimulan con algún despego los misterios, respondiendo al concepto, de que ella sola fue capaz, y dejando pasar lo desabrido de las razones, a los que no siendo tales presumieron de poder en público hacer lo que ella hizo, incomparable criatura, y Reina de los ángeles, y Madre de Dios! Nadie será bien que presuma con los príncipes de poder hacer otro tanto sin culpa reprensible; y si alguno se atreviere, con él habla el despego misterioso de aquellas palabras «¿Qué tienes que ver conmigo?», que sirvieron de cubierta a la caricia amorosa que hablaba en esta cifra con su Madre. Señor, muy anchas le vienen al que tomare mano aquellas palabras que dijo Cristo a su Madre, no como eran para ella, sino como quedarán para él en escarmiento; y si supiere corregirse, dirá a todos: «Haced lo que él mandare. Él solo ha de mandar, y a él solo se ha de obedecer; que aun advertirle de la falta patente en la casa donde le hospedan, no es lícito ni seguro a otra persona que a su Madre, y no me toca a mí.»




ArribaAbajoCapítulo IX

Castigar a los ministros malos públicamente, es dar ejemplo a imitación de Cristo; y consentirlos es dar escándalo a imitación de Satanás, y es introducción para vivir sin temor


Cristo nuestro señor en público castigó y reprendió a sus ministros: no siguió la materia de estado que tienen hoy los príncipes, persuadidos de los ministros propios, que les aconsejan que es desautoridad del tribunal y del rey, y escándalo castigar públicamente al ministro, aunque él haya despreciado en sus delitos la publicidad que apoya y autoriza y defiende para su castigo. Judas era ministro de Cristo, apóstol escogido, en cuyo poder estaba la hacienda; y con todas estas prerrogativas y dignidades permitió que muriese ahorcado públicamente, sin moderar la nota de la muerte por respeto de   —42→   su compañía. Ni obstó a la conveniencia del castigo público haber lavádole los pies, comulgádole (si bien hay opiniones en esto), y comido en un plato. Si la horca fuera sólo para las personas y no para los delitos, no tuvieran otro fin los pobres y desvalidos, ni fuera castigo, sino desdicha. Entre doce ministros de Cristo, aquel cuyo ministerio tocó en la hacienda, fue hijo de perdición, y murió ahorcado.

No hubo San Pedro, a persuasión del celo y del dolor, cortado la oreja al judío, en quien dice Tertuliano que fue herida la paciencia de Cristo, cuando delante de la cohorte le pronunció sentencia de muerte.

Delante de los discípulos, llegando a lavarles los pies, porque con humildad profunda, si no bien advertida, le dijo: «¿Tú me lavas los pies?», le respondió: «Tú no sabes lo que yo hago ahora; después lo sabrás». Replicó fervoroso en su afecto, no considerado en la porfía: «No me lavarás los pies eternamente». Demasiado anduvo; ni fue, al parecer, buena crianza replicar a nada que quisiese hacer Cristo, pues él sólo sabe lo que conviene, y rehusar era advertir. En la tentación se indigna porque le dicen que se hinque de rodillas; y aquí se hinca de rodillas, y se enoja porque no se lo consienten; y no deja ésta de ser tentación como aquélla. En todo esto andaba arrebozado, con la buena intención de San Pedro, Satanás. Poco va de que Cristo haga lo que no debe hacer, a que no haga lo que conviene.

Responde Cristo a San Pedro: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo»: palabras de gran peso y rigurosas en público al que había de ser cabeza de su Iglesia y lo era del apostolado. Y supo el buen ministro conocer tan bien la reprensión y el castigo que disimulaban, que dijo: «Señor, no sólo mis pies, sino mi cabeza y mis manos». ¡Oh buen ministro! ¡De pies a cabeza quieres que te laven; y acordándote de Judas, ofreces las manos también para que te las laven, no para que te las unten! Señor, al ministro insolente, porque se descuida se le ha de reñir, y donde se descuida. Rey que disimula delitos en sus ministros, hácese partícipe de ellos, y la culpa ajena la hace propia: tiénenle por cómplice en lo que sobrelleva; y los que con mejor caridad, le advierten por ignorante, y los mal intencionados, que son los más, por impío. De todo esto se limpia quien imita a Cristo. Lo propio se entiende del cuchillo; que también la muerte tiene su vanidad.

Esfuerzan la opinión contraria los que se pretenden asegurar de los castigos con decir que no está bien que al que una vez favorecen los reyes, le desacrediten y depongan, y que es descrédito de su elección, y que   —43→   conviene disimular con ellos y desentenderse: doctrina de Satanás, con que se introduce en los malos ministros obstinación asegurada, y en los príncipes ignorancia peligrosa, para que porfiadamente prosigan en sus desatinos.

Veamos: Dios en su república, y con el pueblo y familia de los ángeles, ¿qué hizo? Apenas había empezado el gobierno de ella, cuando al más valido serafín y que entre todos amaneció más hermoso, no sólo le depuso, mas le derribó, y condenó con toda su parcialidad y séquito, sin reparar en la política del engaño que pregunta: Si los había de deponer, ¿para qué los crió? Conviniendo, fuera de otras razones, para que se viese que el poder, el saber y la justicia hicieron en unas propias criaturas con valentía lo que les tocaba, criándolas hermosas y castigándolas delincuentes. ¿Quién, sino Satanás, dice a los reyes que les da más honra un mal ministro a su lado, que en el castigo público, satisfaciendo quejosos, disculpando al que le puso en el cargo teniéndole por bueno, escarmentando otros que le imitaban, y amenazando a todos los demás?

Hemos visto lo que hizo Dios con los ángeles: veamos lo que hizo con los hombres. Pecó Adán por complacer a la mujer: la mujer fue inducida de la serpiente que se lo aconsejó. (Advierta vuestra majestad que el primer consejero que hubo en el mundo fue Satanás, vestido de serpiente.) No hubo comido contra el precepto un bocado, cuando un ángel con espada de fuego le arroja del paraíso, entregándole a la vergüenza y al dolor. Castiga al hombre para siempre: que muera, y coma del sudor de sus manos; y a la mujer porque le persuadió, que pariese en dolor sus hijos; y al mal consejero, que anduviese arrastrado y sobre su pecho, y que acechase sus pasos.

Tenía Dios en el mundo un hombre solo, y todo lo había criado para él; y porque pecó, luego con demostración y espada le echa de su casa, le castiga, le destierra, le condena a muerte. ¡Y los reyes, teniendo muchos hombres de quien echar mano, entretendrán el castigo de uno! A quien no guarda los mandamientos y leyes, haya espada de fuego que le castigue. Quien aconseja mal, sea maldito; y como arrastraba a los demás, ande arrastrado. Esto hizo Dios, y esto manda.

Quien hace una cosa mal hecha, si en conociéndola pone enmienda en ella, muestra que la hizo porque entendió que era buena, y es el castigo santa disculpa de su intención; mas quien la lleva adelante, viéndola mala y en ruin estado, ése confiesa que la hizo mala por hacer mal. Rey que elige ministro, si sale ruin y le depone,   —44→   hizo ministro que en la ocasión se hizo ruin; y si le sustenta después de advertido de sus demasías y desacreditado el tribunal, ése no hizo ministro que se hizo malo; antes al malo, porque lo era, le hizo ministro; y así lo confiesa en sus acciones. Veamos si Cristo Dios y hombre enseñó esta doctrina. Es el caso más apretado que ha sucedido con rey ni señor, el de San Pedro.

32«Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen que soy las gentes?». Conviene que los reyes pregunten (no a uno, que eso es ocasionar adulación y disculpar los engaños, sino a todos) qué se dice de su persona y vida. Respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías, otros que pareces uno de los profetas, otros que resucitó uno de los profetas primeros. Y entonces les dijo Jesús a ellos: ¿Vosotros quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo. Y respondiéndole Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque la carne y la sangre no te lo reveló, pero mi Padre que está en el cielo. Yo te digo a ti: que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

En fin, aquí le prometió la potestad y las llaves, y le hizo príncipe de la Iglesia y pastor de sus ovejas. Y es cosa digna de admiración, que prosiguiendo cuatro o seis renglones más abajo, tratando Cristo con ellos que había de morir, porque así convenía, que había de estar en el sepulcro; porque San Pedro enternecido, oyendo hablar de su muerte y de sus afrentas, a quien le estaba haciendo tan grandes mercedes, dijo:33 «Nunca tal suceda; ésas no son cosas para tu grandeza, ni dignas del Hijo de Dios», -dice el texto:34 «Que volviendo y mirando a sus discípulos, amenazó a Pedro». Miró primero con cuidado a todos; y viendo tantos y tales testigos, no reparó en que le acababa de dar las llaves del Cielo, de entregarle sus ovejas, sino que le responde y trata con más rigor, al parecer, que a Satanás en la tentación, pues le dijo:35 «Vete lejos detrás de mí, Satanás: escandalízasme, porque no entiendes el lenguaje de Dios, sino el de los hombres». Al demonio dijo: «Vete, Satanás». Y a San Pedro, por ser de su lado, de su casa y su valido: «Vete lejos detrás de mí, Satanás», y las demás palabras que he referido del Evangelista, tan desdeñosas.

  —45→  

¿Qué podrán alegar en su favor los que son de parecer que lo que una vez se hizo o dijo, se ha de sustentar, y que no se ha de castigar en público el ministro que yerra, viendo la severidad y despego y rigor con que Cristo trató al primero de su apostolado, no por culpa contra su persona, porque se lastimó de su vida y de sus trabajos? Mire vuestra majestad qué se debe hacer con el ministro que los busca y los compra para su señor, y que quiere para sí el descanso, y las afrentas para su rey.

Quedó de esta reprensión San Pedro tan bien advertido como castigado; pues luego que empezó a ser vicario, después de la muerte de Cristo, porque Safira y su marido, que ya eran fieles, ocultaron una partecilla de sus bienes, los hizo morir luego. Señor, el juez delincuente merece todos los castigos de los que lo son; y el príncipe que le permite, consiente veneno en la fuente donde beben todos. Peor es permitir mal médico, que las enfermedades. Menos mal hacen los delincuentes, que un mal juez. Cualquier castigo basta para un ladrón y un homicida; y todos son pocos para el ministro y el juez que, en lugar de darles castigo, les da escándalo. El mal ministro acredita los delitos y disculpa los malhechores; el bueno escarmienta y enfrena las demasías.

Los reyes y príncipes que, usurpando la obstinación por constancia, tienen la honra y grandeza en llevar a fin lo que prometieron, y continuar sus acciones, aunque sean indignas y poco honestas; -ésos, dejando el ejemplar de Cristo, verdadero Rey, siguen la razón de estado de Herodes, y así le suceden en los asientos, cogiendo semejantes escándalos de sus acciones36. «Como hubiese venido día aparejado, Herodes hizo una cena para celebrar sus años, y convidó a los príncipes y tribunos y primeros de Galilea». Pocas veces de cenas hechas a tal gente por ostentación, y no por santificar a Dios, se dejan de seguir los inconvenientes y sucesos que en ésta hubo. Si convidara pobres y peregrinos, fuera la cena sacrificio. Convidó ricos y poderosos, y fue sacrilegio.


Prosigue

Cumque introisset filia ipsius Herodiadis, et saltasset, et placuisset Herodi simulque recumbentibus, rex ait puellae: Pete a me quod vis, et dabo tibi; et juravit illi, quia quidquid petieris dabo tibi, licet dimidium, Regni mei.

«Y como entrase la hija de la misma Herodíades, y   —46→   descompuestamente bailase en medio de todos, agradó a Herodes, y juntamente a los convidados. Dijo el Rey a la mozuela: Pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé; y juró que le daría cuanto pidiese, aunque pidiese el medio reino».

De peligrosa condición han sido siempre los convites numerosos: nunca ha faltado o discordia o murmuración.

¿Cuál más misterioso que el postrero que hizo Cristo, que tanto le había deseado antes de morir, que dijo: Desiderio desideravi: «Mucho he deseado cenar esta noche con vosotros». Y con ser Cristo el señor del banquete, y él mismo la comida, y sus apóstoles los convidados -en la mesa más sagrada y de mayores misterios, y donde se instituyó el Sacramento por excelencia, la Eucaristía, que es don de la gracia, se entró Satanás en el corazón de Judas. Dijo el Espíritu Santo, advirtiendo estos peligros: «Mejor es ir a la casa donde se llora, que al convite». ¡Qué parecidos fueron Cristo y Juan! En una cena se trata la muerte de Cristo, y en otra la de Juan. Allí se entró Satanás en el corazón de Judas, y aquí en el del Rey, que había de estar en las manos de Dios. Atienda a las palabras que dice, y conocerá el lenguaje de Satanás. Dice el Rey a la mozuela: «Todo te lo daré». Es nota copiada de la tentación; y con diferentes palabras engañó a Eva, diciéndola lo propio.

El recato de la cena de Herodes se conoce en la entrada que dio a una mujercilla deshonesta y bailadora; el poder del vino demasiado y la tiranía de la gula, en lo que agradó a todos la desenvoltura de los saltos y la malicia de los movimientos. ¿Quién sino demasías de una cena dictaran tal ofrecimiento a un rey? Habló en él lo que había bebido, no la razón. Darete todo lo que me pidieres; y juró que lo haría, aunque le pidiese el medio reino. Fuera de sí estaba, pues ofrece lo que no puede dar. De todos los reyes que a uno dicen que se lo darán todo, se debe temer que se entró Satanás en su corazón, como en el de Herodes: ¿qué se debe temer de los que lo hicieren? «La cual como saliese, preguntó a su madre:37 ¿Qué pediré?».

Para castigar Dios a un rey que desperdicia lo que había de administrar, que derrama lo que había de recoger, le permite un pedigüeño inadvertido y mal aconsejado. Salió la hija, y preguntó a su madre qué le pediría. ¡Oh juicio de Dios, escondido a nuestra diligencia! Fue a aconsejarse con el pecado del Rey, para pedirle su condenación. Elige el rey mal consejero: no se desengaña advertido; -pues sea consejero de su allegado   —47→   la culpa del rey, su muerte y su deshonra. «Respondió ella: Pide la cabeza de Juan Bautista38.» Los que ahítos y embriagados ruegan con el premio a los que merecen castigo, son merecedores de que les pidan su ruina. Aconsejándose con el demonio, pidiole la cabeza de Juan en un plato39. «Entristeciose el Rey; mas por el juramento y por los convidados no la quiso entristecer.» A grandes jornadas viene el dolor siguiendo a la ignorancia y al pecado. ¡Qué ejecutivo se muestra el arrepentimiento con los tiranos!

Rey que se entristece a sí por no entristecer a sus allegados con remediar los excesos y demasías, ése es el rey Herodes. ¿Entristéceste porque conoces lo mal que la bailadora usó de tu ofrecimiento; y porque juraste y hubo testigos, degüellas al gran Profeta? Di, Rey, ¿por qué dejas entrar en tu aposento a quien pida la cabeza del Santo? ¿Y por qué sientas a tu mesa y tienes a tu lado gente que te acobarde el buen deseo, y que te ponga vergüenza de castigar desacatos? Señor, quien pidiere con bailes y entretenimientos la cabeza del justo, pierda la suya. Todos los malos ministros son discípulos de la hija de Herodias: divierten a los reyes y príncipes con danzas y fiestas; distráenlos en convites, y luego pídenles la cabeza del Rey justo. Rey hipócrita, ¿quieres dar a entender que religioso cumples tu promesa por no quebrar el juramento, y disimulas la mayor crueldad con aparente celo? ¿Entristéceste tú por no entristecer una ramera? Ésta es acción más digna de ignominioso castigo que de corona. Ya que no miraste lo que ofrecías, miraras lo que te pidieron. Mas rey que su bondad no se extiende a más de entristecerse, no es rey: es vil esclavo de la malicia de sus vasallos; y es tan desventurado, que hasta el buen conocimiento le sirve de martirio y los buenos deseos le son persecución, y no méritos, pues se aflige de consentir maldades, que sabe que lo son, por no afligir a los que tiene consigo, y se las piden o aconsejan casi con fuerza. Ea, Señor, empréndase valerosa hazaña, a imitación de Dios que de una vez con palabra digna del motín de los ángeles derribó al mayor serafín y a todo su séquito, sin que de su parcialidad quedase ninguno. La mala yerba si se la cortan las hojas no se remedia, antes se esfuerza la raíz. No importan juramentos, ni palabras, ni empeños. Juramentos hay de tal calidad, que lo peor de ellos es cumplirlos. Sólo de Dios se dice que jurara y no le pesara de haber jurado. El crédito de los reyes   —48→   está en la justificación de los que le sirven; y la perdición, en el sustentamiento de los que le desacreditan y disfaman. A llevar adelante los errores, a disimular con los malos, ayuda el demonio; y hace castigarlos y reducirlos Dios. Muy cobarde es quien no se fía de esta ayuda, y muy desesperado quien prosigue con la otra.






ArribaAbajoCapítulo X

No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey


La voz de la adulación, que con tiranía reina en los oídos de los príncipes, esforzada en su inadvertencia, suele halagarlos con decir que bien pueden echarse a dormir (quiere decir, descuidarse) con los ministros. Éste es engaño, no consejo.

Cristo enseñó lo contrario, pues en lugar de echarse a dormir confiado en los suyos, en los mayores negocios a que los llevó se durmieron, y él velaba. La noche de la cena, Juan el amado se duerme sobre el pecho de Cristo, no Cristo en el de Juan. Pero adviértase que fue para que descansase en quien no tenía descanso por el hombre. El rey ha de velar para que duerman todos, y ha de ser centinela del sueño de los que le obedecen.

Tres grandes negocios trató Cristo, en que llevó a Pedro, Jacobo y Juan; y el último le trató con todos. Fue el primero de gloria en el Tabor cuando se trasfiguró40. «Pedro y los demás que con él estaban dormían sueño pesado.» En la oración del huerto los despertó más de una vez. En la cena, como he referido, Juan se duerme. En el prendimiento, yendo ya en poder de los ministros, lo que advirtió no fue por su tratamiento ni por su inocencia, sólo habló por sus discípulos:41 «Dejad ir a éstos.» Díjolo, no porque no quería que padeciesen, que ya había mandado que tomase cada uno su cruz y le siguiese; y a Diego y a Juan que beberían su cáliz, que es morir. Mas esto del padecer quiere que sea cuando en su ausencia y en su lugar gobiernen: ahora son súbditos, padezca el Maestro y la cabeza. Cuando temporalmente le sucedieren y cada uno asista al gobierno de su provincia, entonces quien aquí siendo ovejas les desvía la mala palabra, el empellón, la cuerda y la cárcel, les enviará como a pastores y prelados   —49→   el cuchillo, el fuego, las piedras, la cruz y los azotes, y los pondrá en el albedrío de los tiranos.

Este precepto, en que vive la médula de la caridad, les dejó para que gobernasen con acierto. Durmiéronse en la oración del huerto; cuando los llevó ya sabía se habían de dormir. Despertolos, no para dormirse Cristo, mas para que viesen oraba al Padre, y entendiesen que los negocios grandes aun el propio Hijo de Dios los dispone en la oración, y conociesen cuán eficaz medio es. Cristo suda y agoniza, y ellos vuelven al sueño más seguros. Con todo les dice que velen y oren, no entren en tentación. Pues, señor, si quien duerme, velándole Cristo, es menester que despierte para no entrar en tentación, quien duerme, velando contra su sueño los ministros de Satanás, ¿a qué riesgo irá? ¿Qué tentaciones no harán suertes en él? ¿A qué enemigo no ruega con la puerta de su corazón?

Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, y le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño, y piérdele la conciencia y la honra; y estas dos cosas traen apresurada su penitencia en la ruina y desolación de los reinos. Rey que duerme, gobierna entre sueños; y cuando mejor le va, sueña que gobierna. De modorras y letargos de príncipes adormecidos adolescieron muchas repúblicas y monarquías. Ni basta al rey tener los ojos abiertos para entender que está despierto; que el mal dormir es con los ojos abiertos. Y si luego los allegados velan con los ojos cerrados, la noche y la confusión serán dueños de todo, y no llegará a tiempo alguna advertencia. Señor, los malos ministros y consejeros tiene el demonio (como al endemoniado del Evangelio) ciegos para el gobierno, mudos para la verdad, y sordos para el mérito: sólo tienen dos sentidos libres, que son olfato y manos; y es tan difícil curar un ciego de éstos, que para sanarle fue menester mano de Cristo, tierra y saliva: en que, a mi ver, se mostró que sola la palabra de Dios en las manos de Cristo, que era su Hijo, con el conocimiento propio, pueden abrir los ojos a tales ciegos.

Y de este género son, y peores por el mayor inconveniente en lo eficaz de su ejemplo, los príncipes que duermen; porque ciegan voluntariamente, y tienen la ceguedad por descanso, y suelen la perdición llegarla a tener por disculpa. El ciego no ve, ni el que duerme: peor   —50→   es éste que no ve porque no quiere, que el otro porque no puede. El uno es enfermo, el otro malo. No sólo es obligación del buen rey cristiano velar para que duerman sus ovejas, sino velar para despertarlas si duermen en el peligro. Expira Cristo: cerró los ojos; mas cerrolos, (el texto santo lo dice) para que se levantasen muchos cuerpos de santos que dormían en la muerte. Cierra los ojos; y la sangre, y el agua salió de su costado, corriente sacramental de que escribe Cirilo42: «Agua para el que juzgó, y sangre para los que la pedían.» -Esta corriente pues dio vista al incrédulo. ¡Oh buen Rey! ¡Oh solamente Rey! ¡Oh Rey, Dios y Hombre, que ni muerto cierras los ojos, antes los abres a los que están ciegos!

En los evangelios se hace mención de todas las pasiones que como hombre tuvo Cristo: de la sed, del cansancio: «cansado del camino; tengo sed43»; que comió algunas veces; que lloró, que se enojó; amenazó a Pedro, riñole. Que se entristeció, él lo dijo: «Triste está mi alma hasta la muerte»; y cuando Lázaro, y en la muerte de San Juan Bautista. Y con ser acción natural, forzosa honesta el dormir, no se hace mención de que durmió más que en la borrasca44. El dormir mucho, es peligroso en los príncipes; el dormir siempre, es condenación y muerte. Los evangelistas a las vigilias de Cristo y a sus desvelos guardaron este decoro, acordándose de que él dijo: «Yo duermo, y mi corazón vela.» Y San Pedro Crisólogo tiene por tan escrupuloso el decir, aun una vez, que duerme Cristo, que en el propio lugar de la borrasca45, sobre aquellas palabras46: «y estaba durmiendo en la popa», dice, razonando oro (tales son sus palabras): «Al que duerme acuden los que velan.» Y más abajo seis renglones47: «¿Adónde está lo que dice el Profeta: Veis aquí que no dormirá ni se adormecerá el que guarda a Israel? Por sí no duerme, ni para sí se adormece la majestad, que no se puede cansar.» Interesose el celo de Crisólogo en dar razón de este sueño y de advertir cuánto velaba Dios en él, y prosigue en esta consideración: «Y no sólo se ha de preciar el rey de no tener sueño, empero ni cama. Así lo dijo Cristo: Las raposas tienen cuevas, y el Hijo del hombre no tiene donde inclinar la cabeza.» Tiene discípulos, no tiene privados que le descansen; él los descansa a ellos; su oficio fue   —51→   su amor, su caridad, su desvelo; vino a redimir, no a ensoberbecer con vanidad a ambiciosos ni entremetidos. Eso es no inclinar la cabeza, ni tener dónde. Discurramos por toda su vida, y veremos que hasta su muerte no inclinó la cabeza48: «Inclinada la cabeza dio el espíritu»; y eso fue para darle a su Padre eterno. ¡Oh gran justicia! ¡Oh grande monarca en poco número de gente! ¡Oh majestad inefable, que no tiene Cristo donde inclinar la cabeza, y a Juan en la cena le da donde incline la suya!

El raposo rey, a quien aconseja la maña, la ambición y la tiranía, ése tiene cuevas donde reclinar la cabeza, donde esconderse y donde no parezca rey; mas el Hijo del hombre, el Rey que conoce que es hombre, y que lo son los que gobierna, y que es rey para ellos por voluntad de Dios, ése no tiene cuevas donde esconderse ni donde inclinar la cabeza.- La cabeza de los reyes no se ha de inclinar más a una parte que a otra. El rey es cabeza; y cabeza inclinada, mal enderezará los demás miembros. Reyes hombres: ¡oh si lo temeroso de mis gritos os arrancase despavoridos del embaimiento de la vanidad, y os rescatase de los peligros de vuestra confianza! Cristo dice que su cabeza no se inclina. No es cabeza en el pueblo de Cristo la que se inclina; desdén hace al otro lado; sin atención tiene lo que no ve. Ni se puede dudar que llame raposas Cristo a los reyes que se inclinan a personas ambiciosas y descaminadas. Él lo dijo así49: «En el propio día llegaron algunos de los fariseos diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar. Y respondioles a ellos: Id, y decid a esa raposa...». Así la llamó Cristo, y se sabe que Herodias era su descanso.

Al fin, Señor, quien no tiene donde inclinar la cabeza, a Cristo imita; quien tiene donde inclinarla, es raposa, es Herodes. No hay dormir, Señor, ni tener donde reclinar la cabeza: con todos los príncipes habla Cristo por San Lucas50: «Bienaventurados aquellos criados que cuando viniere el Señor los hallare velando.» Por el contrario serán reprendidos y miserables los que hallare durmiendo; que los reyes son los primeros criados de Dios en más dignidad; y que habla con ellos, Homero lo dijo cuando los llamó Deotrefe/ej, Diotrefees, criados por Júpiter. Favorino interpreta esta voz: «Discípulos de Jove,   —52→   discípulos de Dios.» Lo propio es Diotrefees, que enseñados. ¿Pues cómo será rey quien no se mostrare enseñado por Dios, siendo ésta su doctrina y su ejemplo, y mandando que velen y no duerman, y llamando bienaventurado sólo al que hallare velando? Los hombres, luego que se durmieron, dieron lugar a los malos para que sembrasen en su heredad cizaña, y aguardaron a que se durmiesen para sembrarla51: «Es semejante el reino de los cielos al hombre que siembra buena semilla en su heredad, que luego que se durmieron los hombres, vino su enemigo, y en medio del trigo sembró cizaña.»

De suerte, Señor, que no se cumple con la heredad labrándola ni sembrándola de buena semilla, sino que no se ha de dormir; y menos los reyes, porque el enemigo advertido no venga asegurado en el sueño, y siembre abrojos en que se ahogue el grano, se infame la cosecha, y se pierda el trabajo y el fruto.




ArribaAbajoCapítulo XI52

Cuáles han de ser sus allegados y ministros. (Luc., 14.)


Ibant autem turbae multae cum eo, et conversus dixit ad illos: Si quis venit ad me, et non odit patrem suum, et matrem, et uxorem, et filios, et fratres, et sorores, adhuc autem, et animam suam, non potest meus esse discipulus. «Iban con él muchas gentes y volviéndose a ellos, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, y a su alma propia, no puede ser mi discípulo.»

No les dejó disculpa a los que le habían de asistir, ni les permitió por excusa la ignorancia. Claramente les dijo cómo habían de ser sus ministros, y aquéllos que le habían de acompañar y asistir. ¡Qué desabridas condiciones son para la familia, y para la ambición y vanidad del parentesco! De otra manera funda Dios lo permanente de sus validos, que la negociación y codicia del mundo.

¿Cuál tiene, Señor, ni ha tenido puesto al lado de algún monarca, que lo primero y más importante no juzgue el cercar el príncipe de su familia, introducir sus padres, no sacar las mercedes de sus hermanos, preferir su mujer y sus hijos? Cosa es con que la maña y la codicia   —53→   y el desvanecimiento acreditan con la naturaleza; y acusados se valen del precepto de honrar padre y madre. ¿Qué haces, soberbio? ¿No adviertes que de quebrar un mandamiento a torcerle va poco? Quien te mandó eso, aconseja estotro. Mira si quieres venir a Dios, porque si quieres, has de aborrecer a tu madre y padre, a tu mujer, a tus hijos, a tus hermanos y a tus hermanas, y tu vida y tu alma, dando primero lugar a la ley evangélica. Así San Pablo53: «Ni hago a mi alma más preciosa que a mí.» Por San Mateo54: «No vine a enviar paz, sino espada: vine a apartar al hombre contra su padre, y la hija contra su madre.»

Bien se entiende que quien dijo: Pacem meam do vobis, pacem meam relinquo vobis, que no vino a introducir la disensión. Esto, declaran todos, se dijo por preferir la dignidad del Evangelio y la doctrina de Cristo a los padres. Así San Jerónimo: Per calcatum perge patrem. Eso es cumplir con el precepto. Es doctrina tan larga y de tal verdad la de este capítulo, que no puede ser discípulo de Cristo quien no dejare padres, hijos y hermanos, no siendo rey (cuyo nombre ya queda dicho que es discípulo de Dios); ni puede aceptar quien no los dejare, ni puede ser buen ministro. ¿Descamina otra cosa la templanza de los ánimos en la grandeza y privanza, que la ansia de llenar, con lo que se debe a otros méritos, la codicia de los suyos? ¿A qué no se atreve un poderoso por preferir sus padres, por adelantar sus hijos, por acallar a su mujer, por engrandecer sus hermanos, por desvanecer sus hermanas? ¿Cuál felicidad no adolesció de los desórdenes de la parentela? Si hubiera un poderoso sin linaje, ése fuera durable; mas cuando la naturaleza se le haya negado, se le crece y se le finge la lisonja: todos tienen deudo con el que puede. Grande precepto aborrecerlos a todos, digo, su desorden. Anteponer a la sangre más propia y más viva el bien común, lo justo y lo lícito, olvidar la descendencia y la afinidad, es curar con dieta la persecución casera y el peligro pariente. Así quiere Cristo que lo hagan los que vinieren a él, y es señal que hacen lo contrario los que van al príncipe de las tinieblas de este mundo.

Señor, quien viniere a vuestra majestad, si no amare su real servicio y el bien de sus vasallos y la conservación de la fe y de la religión más que a sus padres, mujer e hijos, hermanos y hermanas, no sea discípulo, no acompañe, no asista. Quiera vuestra majestad estas cosas   —54→   que le están encargadas, más que a él, y sea rey y reino, pastor y padre; y haga que la verdad enamorada de su clemencia descanse los labios del nombre de señor. Oiga ternezas de hijos, no miedos de esclavos. Ni buen rey debe permitir que sus estados se gasten en hartar parentelas. Sean ministros los que hiciere huérfanos la justificación, y viudos la piedad, y solos la virtud, aunque la naturaleza lo dificulte; que éstos llama Cristo nuestro señor, éstos busca, y éstos admite solos; y si en el reino espiritual se temen padres y mujer o hermanos, en el temporal, donde es tan poderosa la asistencia, la importunación y la vanidad, ¿cuánto será justo temerlo y evitarlo?

Señor, nazca de su virtud el ministro; conozca que le engendró el mérito, no el padre; tenga por hermanos los que más merecieren, por hijos los pobres: que entonces por los padres que deja, viene a merecer que le tengan por tal todos los que son cuidado de Dios nuestro señor, que se lo encarga; seranle alabanza los súbditos, y premio sus desvelos, y podrá ir a vuestra majestad que, en tan nueva vida y en tan florecientes años, trabaja como padre y no como dueño, y atiende a que los que le asisten se desembaracen de lo que el Evangelio prohíbe con distinción tan infalible y tan grande.




ArribaAbajoCapítulo XII

Conviene que el rey pregunte lo que dicen de él, y lo sepa de los que le asisten, y lo que ellos dicen, y que haga grandes mercedes al que fuere criado y le supiere conocer mejor por quien es. (Matth., cap. 16.)


Et interrogabat, discipulos suos, dicens: Quem dicunt homines esse filium hominis? «Y preguntaba a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?».

¡Gran servidumbre padece el entendimiento atareado a responder a sólo aquello que le quisieren preguntar! La libertad de la conciencia respira inquiriendo; y los reyes deben saber lo que les conviene, y no se han de contentar de saber lo que otros quieren que sepan. Una cosa es oír a los que asisten a los príncipes, otra a los que o sufren o padecen a esos tales. Sepa, Señor, el monarca lo que dicen de él sus gentes y los que le sirven; y si esta diligencia pareció a Cristo nuestro señor, Dios y hombre verdadero y solamente verdadero rey, tan importante que la ejecutó con sus discípulos, ¿por qué, Señor, no la imitarán los hombres que por él y en su lugar son administradores de los imperios? Preguntó   —55→   a sus discípulos, diciendo: «¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?». Una pregunta como ésta cada mes ¡qué de lágrimas enjugaría! ¡A qué de ruegos encaminaría audiencia! ¡A cuántos méritos premio, y a cuántas culpas castigo! Mas no sería de provecho si no se preguntase a gente de verdad; antes ocasionara la cautela y la adulación. Mas ellos respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros Elías, otros Jeremías, o uno de los profetas.»

Considere vuestra majestad, Señor, que el que pregunta y quiere saber la verdad, no ha de prevenir la lisonja de la respuesta con la majestad de la pregunta: eso es, Señor, preguntar y responderse, o mandar, preguntando, el género de la respuesta que desea. Cristo Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero, no dijo: ¿Quién dicen que es Mesías; quién dicen que es el Redentor de Israel; quién dicen que es Dios y Hijo de Dios? Sólo dijo: «¿Quién dicen los hombres que es el hijo del hombre?». ¡Grande humildad! Hijo del hombre se llama el Hijo de Dios, y el que permitió que le llamásemos padre y nos lo mandó. Quiere el Señor oír la verdad, no lisonjas; ni su engaño con sus palabras, sino la salud del mundo con sus preguntas. Respondiéronle por esta razón todos los disparates que de él decían las gentes; ni pudieron ser en parte mayores, ni más descaminados, ni de peor intención. Unos decían que era Juan Bautista. ¡Extraña cosa que anduviese tan equivocada la verdad en la boca de los judíos, que a San Juan Bautista tuviesen por Cristo, y aquí a Cristo por San Juan Bautista!

Otros dijeron que era Elías. No pudo menos con su obstinación la ignorancia y la malicia en este nombre que en el pasado. Aquí dicen que es Elías Dios; y en la cruz, cuando llama a Dios, dicen que llama a Elías. No oyen los ingratos, ni tienen sentido para la verdad: el propio Juan Bautista se le había enseñado y dicho quién era; y olvídanse de lo que dice y enseña, y acuérdanse de su persona. De Elías, en la trasfiguración, mostró Cristo a los suyos que le habían referido esta demanda, que era su criado y que le asistía como de su casa. Fue malicia y desatino en todo extremo el decir que era uno de los profetas, Elías o Jeremías o Juan Bautista. Pocos han advertido cuán grande pesadumbre dijeron éstos a los profetas, diciendo que lo era Cristo. Parece que los honraban; y mirado bien, los desmentían. San Juan dijo que Jesús era el ungido y el Mesías. Así lo dijo Jeremías y todos los profetas. Y en decir que Cristo era Juan, Elías y profeta, procuraron disfamar su verdad de todos, y degradar a Cristo. Grandes negocios y máquinas del   —56→   infierno derribó esta pregunta. Esto, Señor, se logra de preguntar a los buenos y saber lo que dicen los malos.

«Mas vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo55.» A todos pregunta, y responde Pedro que ha de ser cabeza de la Iglesia. Justo es que el primero hable por todos. Dijo que era Cristo, Hijo de Dios vivo. ¡Gran confesión! ¡Gran cosa acertar en lo que tanto erraban tantos! Y ¡qué a raíz de los aciertos y de los servicios andan las mercedes! Dícele Cristo luego: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; y a ti te daré las llaves del reino del cielo; y cualquiera que ligares sobre la tierra será ligado en el cielo, y cualquiera que desatares sobre la tierra será desatado en el cielo.» Justo es, Señor, a quien sirve así y sirve por todos, y conoce y da a conocer a su señor, hacerle grandes y muchas mercedes. El ejemplo tenéis en Cristo que a San Pedro hizo favores tan preferidos y tan grandes.

Enseñó Cristo cómo se ha de preguntar, y qué, y a quién, y cómo se ha de servir y premiar. Poco después dijo Cristo que iba a Jerusalén a padecer y morir, y oyendo esto, dice el texto (Et assumens eum Petrus, coepit increpare illum, dicens), «empezole a reprender Pedro.» Adviértase que la palabra assumens está en los Setenta como aquí, y castigada con las propias palabras, y con más. La letra siríaca lee Coepit resistere. Ninguna de las dos cosas eran lícitas a San Pedro con Cristo; porque discípulo, no podía reprender a su maestro, ni resistir, siendo criado, al señor; mas las palabras fueron llenas de terneza y de amor. «El morir, Señor, el padecer se aparte de ti: no es para ti esto.» Ama tanto Cristo, nuestro Redentor y Maestro, el morir y padecer por el hombre, que porque San Pedro le decía: Esto tibi clemens, como lee el Siríaco, y en los Setenta: Esto tibi propitius; se enoja y le riñe ásperamente, como se lee en el texto. Son los trabajos tan propios de los reyes, que es culpa estorbárselos y diferírselos, pues su oficio es padecer y velar para la quietud de todos.

Sea conclusión: conviene preguntar el rey lo que dicen de él; es lícito que el que sirve con más fervor, que confiesa más y conoce la grandeza de su señor, hable por todos; es justo que se le hagan juntas, no una, sino muchas mercedes que correspondan o excedan a sus méritos; y es conveniente que si errare, con grande demostración se le riña y se le castigue, sin que se embarace en el favor el castigo.



  —57→  

ArribaAbajoCapítulo XIII

Los pretensores: atienda el príncipe a la petición, y a la ocasión en que se la piden, y al modo de pedir. (Matth., 20; Marc., 10.)


Tunc accessit ad eum mater filiorum Zebedaei cum filiis suis, adorans, et petens aliquid ab eo. «Entonces llegó a él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, adorando y pidiendo.» Otra letra dice: Et accedunt ad eum Jacobus, et Joannes, filii Zebedaei, que en romance dice así: «Llegaron a Cristo los hijos del Zebedeo, Jacobo y Juan, diciendo: Maestro, queremos que hagas con nosotros todo lo que te pidiéremos. Él les dijo a ellos: ¿Qué queréis que haga con vosotros? Y dijeron ellos: Concédenos que en tu gloria uno se siente a la diestra y otro a la siniestra. Respondiéndolos Jesús, les dijo: No sabéis lo que os pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Y más abajo dice el Evangelista56: «Y oyéndolo los diez, se empezaron a indignar con Jacobo y con Juan.»

Llegose la madre, adorando y pidiendo. Quien adora solamente para pedir, lisonjea, no merece. De esta manera piden los aduladores la reputación del rey, escondiendo en la reverencia la codicia. Nunca la ceremonia afectada acompañó la modestia en el ruego, y pocas veces la razón. Los maliciosos otro camino siguen que los beneméritos: en aquéllos es la humildad cautelosa, y esfuérzase a disimular ambición y atrevimiento; y en éstos es santa y encogida. Los que pidieron a Cristo de esta suerte, alcanzaron gracia; que sin introducción fingida pidió el Centurión, rogándole y diciendo57. Dejo sus palabras, que fueron tales que mereció que dijese de él lo que no dijo de otro58: «Admirose.- No vi tanta fe en Israel. Ve, y como creíste te suceda.» No hace Dios las mercedes porque piden con elegancia, ni las deja de hacer porque piden sin ella: hácelas porque creen bien, porque obran bien, por su misericordia; y así se debe hacer a su ejemplo. Y aunque es así que al principio de este capítulo dice el Evangelista59: «Y veis un leproso que viniendo le adoraba, diciendo: Señor, si quieres, puedes sanarme; y fue sano»; -mas   —58→   bien se conoce la diferencia que hay de venir adorando y diciendo, a venir adorando y pidiendo; y de estas palabras «Señor, si quieres, me puedes sanar» a «Queremos que nos concedas todo lo que pidiéremos.» No fue petición presumida la del leproso: habla a Dios en su lenguaje; púsole delante su necesidad, y resignó en su voluntad el remedio, desistiendo de méritos propios y confesando su omnipotencia. «Si quieres, puedes sanarme», más fue confesión que ruego.

¿Quién pidió a Dios con necesidad y humildad, conociendo y confesando en la petición su misericordia, su poder y su sabiduría, que no alcanzase lo que más le convenga? ¿Quién supo ser en pocas palabras tan elocuente con Dios, como el Ladrón? Pues viéndole en la cruz, dando fin a la mayor obra de su amor y voluntad con los hombres, pareciéndole que en su memoria eterna se le estaban representando todas las causas de su amor que le hacían dulce la muerte, se acogió a su memoria y se valió de ella, pareciéndole que llegaba a ocasión que la memoria negociaba grandes cosas con Cristo. No le dijo: Señor, ¿quieres salvarme?: dame tu gloria, deja que te acompañe; sino60 «Señor, acuérdate de mí». ¡Confiada pretensión! Tan bien supo conocer la clemencia y grandeza del Príncipe, sin presuponer servicios hechos, que siempre deben estar poderosamente impresos en la memoria del príncipe. Alcanzó lo que pedía: no embarazó con ceremonias ambiciosas la voluntad del Señor; fuese con su humildad a apadrinarse de su memoria.

Hoy, según esto, Cristo nuestro señor enseña a los reyes la inadvertencia de las pretensiones, el descamino de los que piden, y el modo de despacharlos; y en esto es en lo que vuestra majestad particularmente no puede ni debe apartar los ojos de Cristo nuestro señor. Quien dijere a vuestra majestad que esto no tiene este sentido, y que hay inteligencias diferentes que lo explican, ése divertir quiere, no encaminar; porque aunque confieso que todos los sentidos que da la Iglesia tiene con propiedad la letra, no deja éste de ser uno de ellos, pues así lo enseñó con acciones de su gobierno en su familia, que fue tal que en pocos instituyó gran monarquía con su doctrina; que61 llegó a todos los fines de la tierra su voz, y que no tendrá fin. Y tanto conservará vuestra majestad en paz su conciencia, cuanto imitare e hiciere imitar a los suyos esta doctrina; y quien descaminándole de esto le facilitare la inobediencia a tal ejemplo, él se nombra calumniador de la verdad.

  —59→  

«Pidió para sus hijos la mano izquierda y la mano derecha»: esto llamamos pedir a diestro y a siniestro; pedir a dos manos. Edad tiene en los pretensores este lenguaje. Con todo, pidió con más cortesía y moderación que sus hijos. No es poco digno de ponderar que pidan más y con menos recato los validos que las mujeres. Esto se ve considerando las palabras de ellos62: «Maestro, queremos que nos des todo lo que te pidiéremos». ¡Imperioso razonamiento! Esto es mandar, no pedir. Las palabras del ruego son más blandas, y más de discípulos a maestro, y de criados a señor; no admiten ambición arrojada. Para tratarle como a maestro, pues le confiesan por maestro, debieran decir: Maestro, pedímoste quieras hacer con nosotros lo que fuere tu voluntad.

Aprendan de Cristo los reyes a responder a los allegados, pues los allegados parece que han aprendido a pedir de Jacobo y de Juan, con las palabras, no con la intención, que en ellos fue diferente. Y como aprenden el modo de Jacobo y Juan para pedir, haced, Señor, que aprendan a recibir la dádiva que ellos aceptaron de la muerte y del martirio por su Maestro. Quieren que haga con ellos todo lo que ellos quieren; por eso responde Cristo: No sabéis lo que os pedís. No cura a la demasía la suspensión, ni la mesura, ni la respuesta dudosa. La medicina es responderles en la cara: «No sabéis lo que pedís», a raíz de la pretensión. Dice más abajo, que oyéndolo los diez, se indignaron y se sintieron de Jacobo y de Juan. Pues si siendo apóstoles y escogidos se sintieron de que los dos, siendo como ellos, y más primos del rey, lo pidiesen para sí todo, ¿qué mucho que los hombres se inquieten y desasosieguen, no de ver que dos lo pidan todo, sino (si tal sucediese) de que lo pidiese todo uno o se lo diesen? Pudiera ser caridad este sentimiento si se atribuyese a lástima del señor que lo da o lo deja tomar por su perdimiento, aun antes de que se lo rueguen y arrebaten. Esto, Señor, no sólo no lo han de hacer los reyes, ni consentirlo. Para oído sólo es de grande escándalo entre los santos y justos; ¿qué hará entre los que pretenden lo mismo, y que en la demasía que ven sólo sienten no haber sido los primeros?

Prosigue Cristo en la respuesta el castigo, diciendo63: «No sabéis lo que os pedís». Luego les pregunta lo que ellos habían de haber pedido64: «¿Podéis beber   —60→   el cáliz que yo he de beber?». Responden que sí. Ya que no supieron pedir, supieron aceptar.

No se ha visto petición hecha a peor tiempo, ni en ocasión que más se descaminase, pues en todo este capítulo Cristo no trata sino de la resignación y desprecio de los bienes, advirtiendo a aquel príncipe que le llamó buen maestro, pareciéndole que las lisonjas serían tan bien admitidas de los oídos de Cristo Jesús como de los suyos. Dícele el Señor que venda cuanto tiene, y lo dé a los pobres; y viendo que se entristece, dice repetidamente que es muy dificultoso entrar un rico en el reino del cielo, y esto con muchas comparaciones; y luego trata de que va a Jerusalén, que ha de ser entregado, y burlado, y escupido, y crucificado. Y a este tiempo, aun sonando en su boca esta doctrina, llegan a pedirle sus allegados sillas en su reino, habiéndole oído decir que su reino no era de este mundo. ¡Grande divertimiento! ¡Sillas piden a quien no tiene dónde reclinar la cabeza! ¡A quien riñó a Pedro porque quiso hacer tres tabernáculos para el Señor y para los que le asistían! Señor, si conociendo a Cristo por Hijo de Dios y por Dios verdadero, y siendo Jacobo y Juan ministros de suma santidad, y su valimiento tan conforme a su obligación, el lado del Señor, el hablar en el reino, el asistir al Rey ocasionó en ellos tan anticipada petición fuera de propósito, ¿qué hará el lado y favor de los reyes hombres en los que habiendo adquirido con maña la gracia de un príncipe están a su oreja? No sólo pretenderán las dos sillas: tratarán, como Luzbel, de quitarle su trono; pues fue aquel serafín, y su pecado lo será, inventor de las caídas de los poderosos con soberbia.

¿Quiere ver vuestra majestad cuán gran descamino es, no digo yo tomar las sillas, los dos oídos del rey, sino sólo pretenderlas? Que obligaron a Cristo a que en lugar de concederles a sus discípulos, a sus parientes, las sillas que pedían, les concedió la muerte y el martirio sin pedirlo, diciendo: Beberéis mi cáliz; seréis bautizados con mi bautismo. Fue dar a Jacobo el cuchillo, y a Juan la tina. Así padecieron, aunque aquella muerte llena estuvo de favor y de gloria del martirio. No parezca a vuestra majestad rigor, sino regalo, conceder la muerte y el martirio a los que pidieron para sí lo que es para quien el Padre eterno tiene determinado, porque ellos piden como discípulos, y él da como maestro. Puestos tales en los reinos del mundo, pedirlos es tentar. La diferencia fue grande, pero piadosa; y así la aceptaron luego. Breve y docta proposición les hizo Cristo en pocas palabras. Cúlpalos porque piden las sillas, diciendo: «No sabéis lo que os pedís». Prosigue: «¿Podéis beber mi cáliz?».   —61→   Responden que sí. Y el fervor de aceptarlo muestra que lo que ellos querían era el martirio, y que no supieron pedirlo; porque se viese que Dios sólo sabe dar lo que nos está mejor. «Moriréis mi muerte: sentaros a mi diestra y a mi siniestra no me toca a mí, sino a aquéllos a quien está prometido por mi Padre». Ser rico no es merecer: ser título o hijo de príncipe, no es suficiencia65.




ArribaAbajoCapítulo XIV66

Cómo han de dar y conceder los reyes lo que les piden. (Matth., 20.)


Nescitis quid petatis. Potestis bibere calicem, quem ego bibiturus sum? Dicunt ei: Possumus. Ait illis: Calicem quidem meum bibetis; sedere autem ad dexteram meam, aut ad sinistram, non est meum dare vobis, sed quibus paratum est a Patre meo. Et audientes decem indignati sunt de duobus fratribus.

«No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber el cáliz que yo he de beber? Respondiéronle: Podemos. Y díjoles: De verdad mi cáliz beberéis; mas sentaros a mi diestra y siniestra no me toca a mí dároslo a vosotros, sino a aquéllos que está dispuesto por mi Padre. Y oyéndolo los diez, se indignaron de los dos hermanos».

Es tan fecunda la Sagrada Escritura, que sin demasía ni prolijidad sobre una cláusula se puede hacer un libro, no dos capítulos. Con pocas letras habla el Espíritu Santo a muchas almas, y sabe la verdad de Dios respirar a diferentes intentos con unas propias cláusulas. No alcanzara yo los misterios del texto de San Mateo, si no los hubiera aprendido de la pluma de aquel doctor angélico   —62→   Santo Tomás en estas palabras sobre este lugar67: «Aquí respondió a petición de gloria. Si dijera el Señor: Yo os la daré a vosotros, entristeciéranse los otros; si se la negara, entristeciéranse ellos. Por eso dijo: Sentaros a mi diestra y a mi siniestra no es de mí dároslo».

Nada olvidan los santos: debajo de sus puntos se disimulan aquellas sutilezas políticas de que hacen tanto caudal los autores profanos. Advierte Santo Tomás que Cristo ni les negó las sillas ni se las concedió, por no entristecer a los que piden ni a los que los oyeron pedir: prudencia de que sólo Dios en tan alto grado es capaz; nota que sólo tan gran padre pudo hacer. ¿Qué otro príncipe, qué monarca supo prevenir la discordia de los atentos, descifrar la petición, dar a conocer la dádiva, valuarla y mostrar que conocía su precio, en palabras tan pocas y tan breves?

Piden las sillas los apóstoles: no se las niega; que bien pueden pedir las sillas los que sirven bien. No es osadía reprensible: es celo fervoroso y confiado. Respóndeles: Nescitis quid petatis. No es reprensión ésta de lo que piden, sino del modo; lo que les pregunta lo declara: ¿Podéis beber mi cáliz, y morir mi muerte? Dicen que sí: responden que lo beberán. Esto fue decirles a los que pedían la gloria: Nescitis quid petatis: «No sabéis lo que os pedís». ¿Sabéis lo que vale mi gloria, y las sillas en ella? Beber mi cáliz y morir mi muerte. Ellos entendiéronlo bien, y luego confesaron el valor diciendo que podían beber su cáliz y morir su muerte.

Quisiera poder hablar con vuestra majestad con tal afecto y tal espíritu en esta parte, que merecieran mis voces estar de asiento en los oídos de vuestra majestad, donde fueran centinela mis palabras en el paso más peligroso que hay para el corazón de los príncipes, en la senda que más frecuentan los aduladores y los desconocidos. Señor, llega un vasallo a pedir a vuestra majestad le haga merced del oficio de consejero; sea respuesta general: No sabéis lo que pedís (suena rigor, y encamina piedad esta cláusula): ¿podréis tener mis trabajos y padecer mis ocupaciones? ¿Hablar bien, y mejor que de vos propio, de los que me sirven más? ¿Podréis solicitar el premio para el benemérito, y olvidaros del interés propio? ¿Podréis desapasionaros de la sangre y del parentesco, y apasionaros de la necesidad y de la suficiencia? ¿Alegareisme mañana, por servicio para mayores cargos, esta merced que hoy me pedís sin ningunos servicios?   —63→   ¿Podréis anteponer a vuestros hijos, sin virtud ni experiencia, los suficientes y arrinconados? ¿Queréis antes morir tan pobre que pidan para enterraros, que no tan rico que os desentierren porque pedisteis? ¿Podréis dejar antes buen nombre, que nombre de rico? Pues advertid que esto vale, y esto os ha de costar la ropa y la plaza.- ¡Señor, qué grandes dos jornadas camina la reputación del príncipe que da de esta manera! Lo primero, da a conocer el precio de lo que le piden; y lo segundo, que él lo sabe, y quiere que lo sepan los que se le pretenden. Así en los demás cargos y oficios es forzoso hacer esta diligencia, copiándola de la boca de Jesucristo; porque es cierto, Señor, que los que más pretenden, saben lo que a ellos les está bien, no lo que está bien al oficio; y esa diligencia está en la obligación del rey, y a su cargo para su cuenta postrera, donde no tiene lugar de disculpa, antes le tiene de circunstancia, el «no lo entendí, así me lo dijeron, engañeme, ni engañáronme». Pídenle a Cristo la gloria, y dice: No sabéis lo que pedís. ¿Podréis beber mi cáliz, que mi gloria no vale menos, si se da por otra cosa? Dijeron que sí; y no les dio la gloria, ni se la negó. Dice la luz de las divinas letras, Santo Tomás: «Ni se las dio, ni se las negó, porque si se las diera, entristeciéranse los otros; y si se las negara, ellos».

No tenga vuestra majestad por cosa de poco momento el entristecer con las mercedes que le pidieren a los que ven que se las piden; que Cristo, suma sabiduría, lo excusó por inconveniente que para desacreditar todo un monarca no echa menos otra alguna diligencia. ¡Grande y pesada inadvertencia es con una merced, por hacer dichoso al que pide, hacer tristes los que lo ven, y malquistar la justicia y su persona! Mucho cura la suspensión, mucho consuela lo que a mejor tiempo se difiere. Inconveniente es para los atentos muchas veces dar al que pide cuando lo pide; y las mercedes propias, apartadas del ruego, menos enconosas son para los demás. El poder soberano de los príncipes es dar las honras, y las mercedes, y las rentas. Si las dan sin otra causa a quien ellos quieren, no es poder, sino no poder más consigo; si las dan a los que las quieren, no es poder suyo sino de los que se las arrebatan. Sólo, Señor, se puede lo lícito; que lo demás no es ser poderoso sino desapoderado68: «No es de mí dároslo a vosotros». ¡Oh voz de Rey eterno, en quien no hay cosa que no sea Dios, sabiduría y verdad, siendo todo en su mano! Y el Señor de todo dice: «No es de mí dároslo o vosotros»; ¡y eran sus primos, y de su colegio sagrado!

  —64→  

¿Qué cosa bastará a persuadir la vanidad de los príncipes, a que dijese: Yo no puedo? La hipocresía de la majestad vana del mundo tiene calificado por infamia el «no puedo», aunque sea contra todos los decretos divinos. Y el poder verdadero, Señor, es poder contra sí conocer los reyes que no pueden lo que no conviene69: «Sino para aquéllos a quien lo aparejó mi Padre». ¡Gran Rey, que mira con respeto los decretos de su Padre, y a los que él mira! Es Rey de gloria a quien, como dice Cirilo70, «ningún sucesor sacará del reino». Allí les concedió la gloria con tal modo que no entristeció a los diez, ni desconfió a los dos. Así parece lo dice San Juan71: «Cualquier cosa que pidiéremos recibiremos de él, porque guardamos sus mandatos»; habiéndoles asegurado él72 con tal condición. De suerte que allí les concedió la gloria sin concedérsela, como se la negó sin negársela, cuando dijo: Nescitis quid petatis. Díjoles: «¿Gloria pedís? Vale muerte, martirios, afrentas, trabajos». Dijeron que los querían pasar. Dijo que los pasarían; más que dar la gloria y las sillas no era de él, sino para aquéllos a quien su Padre lo tenía decretado. Ya le habían oído decir que el reino del cielo padecía fuerza: «Quien me quisiere seguir niéguese a sí mismo, tome su cruz». Eso es beber su cáliz. Así que, para los que le beben y los que se la cargan y le siguen, tiene su Padre las sillas; y esto lo mostró Cristo en sí mismo, que por el cáliz y por la cruz pasó cargado de nuestras culpas a merecernos la gloria. Dé vuestra majestad juntamente el oficio y noticia de lo que vale; y no dé entristeciendo a los que ven dar a otros; ni entristezca por no dar al benemérito que pide; que discípulo de este evangelio lo conseguirá todo.




ArribaAbajoCapítulo XV

Buen ministro. (Matth., 17; Marc., 9; Luc., 9.)


Petrus autem, et qui cum illo erant, gravati erant somno, et evigilantes viderunt majestatem ejus, et duos viros qui stabant cum illo: et factum est cum discederent ab illo, ait Petrus ad Jesum: Domine, bonum est nos hic esse: Si vis, faciamus hic tria tabernacula: tibi unum, Moysi unum, Eliae unum, non enim sciebat quid diceret.

«Estaban rendidos al sueño Pedro y los que con él estaban,   —65→   y despertando vieron la Majestad suya y dos varones que estaban con él; y sucedió en apartándose que dijo Pedro a Jesús: Señor, bueno es que nos estemos aquí. Si quieres hagamos tres alojamientos: para ti uno, para Moisen otro, para Elías otro. No sabía lo que decía».

El mal ministro dijera: Para mí uno, y otro para mí, y para mí el otro, y todo para mí; porque Satanás ha dicho que sus ministros todo lo quieren para sí, y que él todo lo promete a uno. Siempre he buscado con mucha curiosidad y diligencia, en qué estuvo el desacierto de San Pedro en esta ocasión, cuando partió tan como buen ministro, que repartía la comodidad en los otros, sin acordarse de sí para los tabernáculos y mansiones.

Señor, yo afirmara que nunca privado pidió tan cortésmente, ni propuso con tan grande acierto, pues pide y quiere para los muertos los mejores lugares, y para los antiguos criados de casa, como Moisen y Elías, las comodidades, honras y descanso. Ajustada proposición parecerá a todos; y es tan apocado el seso humano, tan limitado el discurso de los hombres, y fía tanto de las apariencias, que cuando está admirando en este ministro esta consulta, de que se debían agradar todos los príncipes por celosa y dictada de la caridad y del celo, dice el Evangelista, sin regalar en manera alguna el lenguaje, sino crudamente: «No sabía lo que se decía». Al criado que todo lo quiere para sí, y no se acuerda de los muertos sino para desenterrarlos de sus sepulturas, ni de los criados antiguos y beneméritos de la casa, sino para ponerles objeciones, ¿qué le dirá el Evangelista? Rey que todo lo da a uno, parece que tiene de Dios, para errar, más poder que el diablo, pues a Satanás sólo le fue concedido prometerlo, y a él le permiten, para más condenación, el darlo. Señor, ya lo he dicho: quien todo lo pide, tienta y no ruega (repetir estas cosas más es celo que prolijidad); demonio es; quiere el que se lo da todo, sea peor que él, pues a él sólo le es dado ofrecerlo.

Cuidadosamente he examinado la inadvertencia de esta propuesta, tan severamente reprendida en San Pedro, príncipe que había de ser de la Iglesia; y habiéndolo considerado muchas veces, hallo que al parecer fue consulta cautelosa y en parte lisonjera, pues pidió para los allegados, y que los vio al lado en la gloria, y en el mejor lugar. Señor, pedir para los que pueden, designio tiene, intención esconde; puede disimular vanidad; secreto va el interés propio disfrazado en la diligencia por el amigo. Dar al poderoso es comprar; pedir para el que priva es negociar, no es ruego.

Débese ponderar con admiración que ni quiere Cristo que pidan las sillas, ni que traten de los que están a su   —66→   lado. A los que las pidieron para sí, dijo: «No sabéis lo que pedís»; y al que las pidió para los que estaban con él, que no «sabía lo que se decía». No son cosas estas en que ha de hablar nadie: no tiene entrada el discurso en estas materias.

En el Tabor, trasfigurado Cristo, se representaron la desnudez y miseria de los hombres, que habían menester a Cristo en cruz y muerto; y por otra parte Elías y Moysen, que le acompañaban gloriosos. Pedro se olvida en la consulta de los pobres y necesitados, y lisonjea los presentes. No quiere que vaya a morir, ni que baje a Jerusalén. Y también hallo que escondió su interés en la palabra «bueno es que nos quedemos aquí». También regateaba el acompañamiento; y así Cristo, por interesada en la comodidad propia y desapiadada de los necesitados, reprende la consulta donde se pide para los ricos y favorecidos, y se olvidan los pobres y menesterosos. Señor, San Pedro pidió entre sueños: mostró más comodidad que celo; y en las palabras habló con lenguaje ajeno de los oídos de Dios.

Así que, no es buen ministro el que mira por la seguridad del príncipe y por su descanso y el de sus allegados: sólo ése, si olvida los pobres, en nada sabe lo que se dice. Sólo es buen ministro quien derechamente mira a los necesitados. Quien da al poderoso compra, y no da; mercader es, no dadivoso; logro es el suyo, no servicio; más pide dando que pidiendo, porque pide obligando a que le den. Quien pide para el que manda, toma para sí: cautela es, no caridad; no sabe lo que dice; y el mejor remedio es saber lo que con él se ha de hacer. Y copie vuestra majestad esta respuesta del Evangelista, que vendrá siempre a propósito en muchos sucesos; y de los ministros que con afectación se le mostraren muy celosos de su reposo y descanso, tenga más sospecha que satisfacción; y esté vuestra majestad acautelado contra este género de amor que peca en trampa contra la autoridad; pues tanto es mayor el interés del que puede, cuanto más le deja el rey que haga de lo que a él sólo toca: haláganle con el sosiego, y desautorízanle y desacredítanle con el divertimiento del cargo real. San Pedro quería que Cristo, su Señor y Maestro, se estuviese trasfigurado y en gloria, y entre Elías y Moisen; y no supo lo que se dijo, porque al oficio de Cristo, y al ministerio a que vino convenía, no el Tabor, sino el Calvario; no gloria, sino pena; no los lados de Elías y Moisen, sino de dos ladrones. En esto sí habrá quien quiera imitar a Cristo; ni faltarán ladrones que le cojan en medio. Es de advertir que Cristo, nuestro Redentor y Maestro, vivió entre apóstoles y murió entre ladrones.



  —67→  

ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo y a quién se han de dar las audiencias de los reyes. (Luc., cap. 18.)


Afferebant autem ad illum et infantes, ut eos tangeret, quod cum viderent discipuli, increpabant illos. Jesus autem convocans illos, dixit: Sinite pueros venire ad me, et nolite vetare eos; talium est enim regnum Dei.

«Traíanle a Cristo muchachos para que los bendijese, y viéndolo sus discípulos, los despedían con reprensión: mas Jesús, convocándolos, les dijo: Dejad que vengan a mí los niños, y no los despidáis: de estos tales es el reino de Dios.»

Tiene tantos achaques en el ánimo más puro el ser ministro en palacio, aunque sea en menudencia, como la puerta donde el portero no es otra cosa sino una dificultad de la llave, y hacer mal acondicionada la cerradura y desacreditar el paso, que enferma con desabrimiento los ánimos más puros. Y conócese bien, pues en los ánimos de los apóstoles puso el dar las audiencias despego merecedor de reprensión tan severa, como Cristo con demostración les hizo.

Señor, todo lo hacen al revés los reyes que no se dan, sin interpretaciones y comentos de codiciosos, a la imitación de Cristo. Retiramiento afectado en los reyes o confiesa sospecha suya o desconfianza; y si es maña, ni disimula ni autoriza; porque la malicia quejosa en los vasallos imagina lo que puede ser y adelántase a cualquier prevención. Rey que se cierra con los ambiciosos y los tiranos, con cuidado se guarda de los buenos y santos y leales, da la llave de la puerta a quien había con particular recato de esconder la casa. ¿De quién te guardas -¡oh descaminado señor!- si te entregas a los que habías de temer?

«Traíanle a él» dice el texto. No es de ahora hallar mala acogida en los malos ministros los que traen a los reyes, y no a ellos. Esto habló así para nuestras costumbres; que los apóstoles es cierto que lo hicieron por no molestar con tanta multitud de gentes a su Maestro, si bien entre ellos estaría Judas que sin duda quisiera que le trajesen a él, y no a Cristo, o que trajeran dineros, y no necesitados. Cristo los convocó, y les dijo: «Dejad que vengan a mí.» Así dice el Evangelista, y así habían de decir los príncipes cuando ven que sus ministros dan audiencias con ostentación y ceremonia majestuosa a los vasallos: Dejad que vengan a mí; que os hablen es bien; pero que os busquen para hablaros y que se haga   —68→   negociación para eso, no conviene a mi cargo: vengan a mí; dejadlos que vengan, que los embarazáis con vuestra vanidad.- Dar audiencia los ministros es forzoso, y pueden cometer gran crimen y escandaloso en el modo de darla, por ser la acción de singular majestad en los reyes, y en España, y Castilla particularmente, no hacer otra con los vasallos en que personalmente el rey ejercite la jurisdicción y soberanía; y si ésta se imita por el criado, es desautoridad; y si se igualase, sería atrevimiento; y si se excediese, lo que Dios no quiera, sería acción que aun ponerle nombre no se puede sin culpa. Por eso Cristo dijo a sus apóstoles, siendo tales: «Dejadlos venir a mí.»

Pues si el Hijo de Dios se recata de sus doce apóstoles, porque entre ellos hay un Judas, ¿qué han de hacer los príncipes servidos de malos ministros, que entre doce Judas quiera Dios que apenas tengan un apóstol?

La majestad del rey consiste en estas piadosas demostraciones; porque, bien visto, el pobre y desamparado ha de buscar al rey, y el rey ha de buscar al benemérito; y si los ministros le escondieren el uno y le despidieren los otros, su oficio es llamar a aquéllos y reprender y castigar a éstos. ¿Por qué no parecerá bien, cuando un gran monarca va cercado de armas (en que sólo está el ruido, no la majestad de su persona) y el soldado aparta la viuda y el huérfano, llamarlos él y traerlos a sí, considerando que los menesterosos son la verdadera guarda suya y su más honrado acompañamiento; y la pompa, que no es vana y es preciosa para hablar a los reyes, sólo ha de ser la necesidad y el trabajo?

El rey es persona pública; su corona son las necesidades de su reino: el reinar no es entretenimiento, sino tarea; mal rey el que goza sus estados, y bueno el que los sirve. Rey que se esconde a las quejas y que tiene porteros para los agraviados y no para quien los agravia, ése retírase de su oficio y obligación, y cree que los ojos de Dios no entran en su retiramiento, y está de par en par a la perdición y al castigo del Señor, de quien no quiere aprender a ser rey.

No hay otro oficio en palacio que medre dando, sino el de las audiencias, y por eso quiere más cuidado en todo.

Esta doctrina referida no la aprobarán los poderosos que hacen su caudal de la persecución, desamparando los buenos. En el propio capítulo, admirado de esta acción (no pareciéndole digna del embelesamiento que llaman severidad en los monarcas), le preguntó un príncipe (así le nombra el Evangelio): «Buen Maestro, ¿qué haré yo para tener la vida eterna?». Respondió Cristo: «¿Por qué me llamas bueno?». Entendió que Cristo oiría   —69→   lisonjas de tan buena gana como él. Y no habiendo Cristo rehusado adoración, caricia, regalo ni alabanza de la Magdalena, de la vieja que bendijo los pechos que mamó, el Hosanna in excelsis del pueblo, ni la confesión de San Pedro: ésta sola rehusó y despreció y reprendió, a mi parecer, porque no preguntó con deseo de aprovecharse, sino con envidia. Pues luego que oyó decir a Cristo que dejasen venir los niños a él, y que de los semejantes era el reino de Dios, le pareció que se hacía agravio a los ricos, y preguntó qué haría él para entrar en el reino de Dios; y respondiole, después de otras advertencias, que diese lo que tenía a los pobres, que fue decir lo que había dicho, que se hiciese pobre y entraría.

¡Qué república tan diferente de la que mantienen los reyes del mundo! Aquí los ricos no pueden entrar, y entre nosotros no saben salir. Llama a los pequeños, y despide a los poderosos, no porque no admite el reino a todos, sino porque ellos se son estorbo a sí, y en este mundo embarazan y ocupan la entrada a los pobres, y en el otro, como la puerta es estrecha y el camino angosto, ni por el uno ni por la otra caben.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Buen criado del rey que se precia de serlo


No es criado ni ministro del rey el que afecta la grandeza de tal manera, que no sólo es igual a su rey, antes superior: éste es envidioso de la corona, émulo del poder, tirano, criado a los pechos del favor, y alimentado y crecido por la soberbia del desconocimiento y la codicia. San Juan Bautista fue tal en santidad, en nacimiento, en predicación y en oficio, que no deseaban más partes los judíos en un hombre para tenerle por Mesías; y viendo que de parte de la ceguedad del pueblo estaba la duda, para diferenciar al fuego de la centella y al sol del lucero, que es dádiva de sus rayos y viene a traer nuevas del día y a ganar las albricias de la luz al mundo, su vida no la gastó en otra cosa que en desengañarlos y enseñarles la verdad.

«Juan da testimonio de él y clama diciendo73: Éste era el que yo dije; el que ha de venir en pos de mí, ha   —70→   sido antes de mí, porque primero era que yo. Y de su plenitud recibimos nosotros todos, y gracia por gracia. Porque la ley fue dada por Moisés, mas la gracia y la verdad fue hecha por Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él mismo lo ha declarado. Y éste es el testimonio de Juan.»

Después le preguntan si es Cristo, y confesó que no. Pondera74repetidamente que confesó que no era el ungido, el enviado, que no era Cristo; y dícelo dos veces, por cosa, aun en San Juan, digna de grande admiración. Tan dificultoso juzga el Evangelista que es el no aceptar el criado el honor y grandeza y adoración que se debe al señor. «¿Pues qué cosa? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Pues dijéronle: ¿Quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? Dijo él: yo soy voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta75».

Y preguntándole después por qué bautizaba no siendo Cristo, ni Elías, ni Profeta, respondió76: «Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros estuvo a quien vosotros no conocéis. Éste es el que ha de venir en pos de mí, que ha sido antes de mí: del cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato. Esto fue hecho en Betania, de la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando. El día siguiente vio Juan a Jesús venir a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es aquél de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que fue antes de mí, porque primero era que yo. Y como yo no le conocía, mas para que sea manifestado en Israel, por eso vine yo a bautizar en agua. Y Juan dio testimonio diciendo: Que vi el Espíritu que descendía del cielo, como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía».

Cuidado fue digno de la fidelidad y reconocimiento de San Juan, éste con que no sólo despide la lisonja que   —71→   le hacen con tenerle por Mesías, antes, si fuera posible, se desautoriza; hace testigos, y no sólo dice: Cristo lo es todo, pero que él no es nada; siendo77 «un hombre enviado por Dios, que vino a preparar los caminos al señor, para que creyesen todos por él.» Y viendo que la ignorancia y la malicia del pueblo y de los príncipes dudaban en la verdad, y que cegaban con la luz, repite infinitas veces que él no le conocía; que aunque viene después, le envía Cristo, y que fue hecho antes que él; que no merece desatar la correa de su zapato; que es Cristo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; que lo aprendió a conocer del Espíritu Santo; y torna a decir que no le conocía.- Este prodigio de santidad sabía estimar el ser criado y mensajero de Cristo, pues supo preciarse de manera, de serlo, que tuvo por más seguro y más justo parecer nada, que a su Señor; e hizo grandes diligencias para persuadirlo a las gentes. ¿Cuándo ningún rey del mundo hizo con criado lo que Cristo con San Juan? Su amistad empezó primero que naciese: los favores se adelantaron al parto en la santificación, pues le santificó. Creció con los dos la voluntad, el favor e igualmente el respeto; después recibió de su mano el bautismo, y de su boca el testimonio de quién era; y hablando de él, dijo Cristo que entre los hijos de las mujeres no había nacido ninguno mayor que San Juan Bautista; y pudiendo gloriosamente y sin deslucir la humildad referir estas acciones, por atender sólo a desengañar pueblo tan entorpecido y desalumbrado, dice que no es nadie, y, cuando más se alarga, dice que es voz de quien clama en desierto, siendo la voz apenas algo.

Señor, criados han de tener los reyes, unos más cerca de su persona que otros, y la voluntad no será en todos igual, y determinará con más afecto en algunos; y entre ellos podrá ser que uno sólo sea dueño de la voluntad del príncipe. No está en eso el inconveniente, si el rey sabe en qué cosas puede hacer a su criado dueño de su voluntad, y el criado cómo ha de usar de este favor y estado.

Rey que llama criado al que le violenta y no le aconseja, al que le gobierna y no le sirve, al que toma y no pide78, no pasa la majestad del nombre: es un esclavo, a quien para mayor afrenta permite Dios las insignias reales. No hablamos de éste que le mira con desdén la   —72→   advertencia cristiana y piadosa. Este tal, Señor, hace justicia de sí propio, y depónese a vista del mundo de la dignidad que alcanzó de Dios para su condenación; y cuando se resigna a sí en otras manos, confiesa su insuficiencia; porque cuando en un rey reina un criado, aquella boca cristiana, ni la lengua de la verdad no le llama rey, sino reino de su ministro; y así se ha de llamar.

San Juan, viendo que le siguen todos y que le acompañan, ve a Cristo, y díceles: Veis allí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo: ése es el Rey; él lo despacha; no hay otro que pueda nada sino él: yo no soy nada. Esto hacen los privados reconocidos y cuerdos79: id al rey (y enseñársele); veisle allí; yo no soy nada; él da los cargos; sólo él es señor de todo.

La maña de los criados ambiciosos, en los príncipes divertidos, con facilidad acredita los errores y desautoriza la justificación bien ordenada. Si los consejos proponen y el criado determina, la experiencia y las leyes, y en el as la prudencia y la razón, sirven al albedrío. El rey, Señor (dice un árabe), ha de ser como águila, que ha de tener cuerpos muertos alrededor y no ha de ser cuerpo muerto que tenga alrededor águilas. A los reyes la majestad de Dios, cuando ordenó que naciesen reyes, dioles la administración y tutela de sus reinos: hízolos padres de sus vasallos, pastores; y todo esto les dio con darles el postrer arbitrio en todo lo que les consultaren y propusieren sus consejos y vasallos y reinos. Pues si eso diese un rey a otro hombre, ¿qué guardaría para sí? Nada; porque la corona y el cetro son trastos de la figura, embarazosos y vanos. ¿No era renunciar el reino? Sí; no puede negarse, y es cortés manera de hablar. Era despreciar la mayor dádiva de Dios, y obrar contra su voluntad en perjuicio de tantas almas; pues da el reino a quien Dios no quiso dársele ni halló digno de tal oficio, y es dar el rey lo que Dios le dio para que le sirviese con ello.

Diga a voces la vida de Cristo qué cosa ha de encargar un rey a su criado, y qué han de ser los criados de los reyes.

Lo primero, no han de ser profetas; así lo dice San Juan: «No soy profeta.» No hay cosa que tanto desacredite   —73→   y apoque a los reyes, como criado profeta que responda a los negociantes: Eso se hará; yo haré que se despache; darle han el oficio; saldrá con su pretensión. Éstos son profetas; y dando a entender que saben lo que ha de ser, en todo apocan el poder de su señor.

Han de ser voz del desierto. Yo entiendo aquí eco, porque el eco por sí no dice nada; repite lo que dice otro, y no todo sino los últimos acentos. Así ha de ser el criado, que ha de decir lo que el rey dice, y no tanto como él: unos finales; no al revés que el rey diga lo que dijere el eco; y cuando lo quieran entender de otra suerte ha de ser voz, no lengua, que es señal que ha de ser formado, y no de formar; y no basta que sea voz, sino que lo sea en desierto, sin pompa afectada, sin acompañamientos ambiciosos, compitiendo el cortejo al rey.

De San Juan Bautista, gran criado y valido, no fió Cristo otra cosa que los peligros de la verdad entre los príncipes y reyes. Cuáles son estos peligros en palacio, véase en la brevedad con que la inquietud y juguetes de unos pies deshonestos tuvo por precio de su descompostura la cabeza del Precursor, postre de un banquete y premio de un baile, habiendo sido su pompa el desierto, su ejercicio la penitencia, y llamábase voz que gritaba en desierto. Ni puede ser buen criado quien no lo fuere así; pues eso es ser verdad y decir verdad y tratar verdad, pues los que afectan y profesan ser precursores de la mentira, y a quien los reyes encargan los acrecentamientos del engaño, son voz que clama en poblado; y si el clamar fuese pidiendo, ésa sería voz que roba en poblado.- El buen criado y el malo diferencian en la vida y en la muerte.

Entró en la privanza San Juan Evangelista, y no se lee que tratase con él nada más que con los otros. A él negó las sillas como a los demás; y al huerto y al Tabor llevó a los otros como a él. Cuando murió, en una de las siete palabras le encomendó su madre, que fue encomendarle la viudez y el desconsuelo; y por eso se la encomendó, no con nombre de madre, sino del apóstol, diciendo: «Mujer, ves ahí tu Hijo. Discípulo, ves ahí tu Madre.» A todos los apóstoles, ¿qué les encomendó, sino los peligros de la verdad, que fueron sus peregrinaciones, sus muertes y sus martirios?

Elige a San Pablo por apóstol y por privado, y lo primero que hace para que sea buen privado y buen criado, es derribarle. Cayó primero, y no caerá después. ¡Advertida prevención bajarse uno de donde, si no cae, le pueden derribar! Llámase vaso de elección, vaso que escoge para sí: privado quiere decir. Quien supiere leer el texto griego y hebreo, echará de ver que vaso   —74→   quiere decir arma escogida de Cristo. Siendo antes arma ofensiva contra su testamento y apóstoles, por arma defensiva de todos nombrole por privado suyo desde el cielo. Fuéronlo otros; mas a él se lo dijo. ¿Qué le encargó a este criado escogido, arma escogida, vaso de elección? Encargole los peligros de la verdad. Mire vuestra majestad sus peregrinaciones, sus trabajos, sus naufragios, sus afrentas, su miseria, sus martirios, sus azotes, su muerte.

Diga sus palabras San Pablo, que las pronuncia y escribe la caridad inefable suya80: «Pero como fuese libre, de todos me hice esclavo, por ganar más para Dios, no para mí.» Eso es ser buen criado del rey, adquirir más para él que para sí. San Pablo lo dice en los Actos apostólicos81.

Refiere que el Espíritu Santo por todas las ciudades le protestaba diciendo que le quedaban aparejadas muchas prisiones y peligros en Jerusalén, y añade: No temo nada de esto, ni tengo mi vida por más preciosa que mi alma, como yo acabe mi camino y el ministerio que recibí del Señor. Éste es el ministerio, y éste es el buen ministro, que no hace su vida más preciosa que su alma, y que cuando cuenta sus aumentos y sus servicios82: «Son criados de Cristo, y yo también», habla en este caso. Vea vuestra majestad las mercedes y cargos que refiere: «Pasé afrentas, y trabajos, y hambres y sed, peligros en todas partes. Tres veces me azotaron, una me apedrearon; tres naufragios he pasado, y un día y una noche estuve sumergido en el profundo del mar.» Diferente relación, y opuesta a ésta, harán los criados que, instruidos del interés, despeñan, no sirven a los reyes. Su alabanza es y sus servicios: He deshonrado muchos, empobrecido más; he hecho morir inocentes y correr fortuna navegantes; he hecho pasar hambres, y fríos y miserias a otros.

Buenos ejemplos son el del buen criado y de San Pablo: el uno en su vida, y el otro después de su muerte. Y   —75→   no se puede dudar que el buen criado se represente en San Juan, pues lo dice Dios por Isaías, y así lo canta la Iglesia el día de su nacimiento83: «Y díjome: Mi criado serás tú en Israel, porque en ti me gloriaré.» Y luego consecutivamente84: «Y esto dijo el Señor, formándome en el vientre su criado.» Así son los criados que Dios hace, y así a su imitación los han de buscar los reyes de la tierra, imitadores de Cristo.

Sirva el criado, y merezca; no mande, no sea árbitro entre el rey y los Consejos; traiga al rey las consultas y los papeles, y alivie al rey el trabajo del mudar las bolsas de los Consejos de una parte a otra, y de abrir los pliegos, de disponerse a los aciertos con su parecer. Cristo se informaba de las partes y de las propias cosas que trataba; no creía relaciones. Tentáronle con malicia y cautela en la materia de jurisdicción; y para responder mandó parecer las monedas, y que ellas hablasen por sí e informasen con sus figuras; y no quiso que en su presencia, en negocios de importancia, una cosa hablase por otra, aunque fuese sin voz.

Lo postrero es, que no ha de desmerecer ninguno por no ser del cortejo del privado, ni del valido; ni por serlo, de adelantarse a otro. Cristo en San Juan lo enseña por San Lucas, capítulo 9. Dijo Juan85: «Maestro, vimos a uno que en tu nombre lanzaba demonios, y prohibímoselo, porque no sigue con nosotros.» Responde Cristo: «No se lo estorbéis.» No es causa para que no tenga el oficio, el cargo, la dignidad, que el criado diga: Señor, no es de los nuestros, no acompaña conmigo. Cristo manda que le dejen hacer milagros al que no tiene contentos y satisfechos a los suyos.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

A quién han de ayudar, y para quién nacieron los reyes. (Joann., cap. 5.)


Erat autem quidam homo ibi, triginta et octo annos habens in infirmitate sua. Hunc cum vidisset Jesus jacentem, et cognovisset quia jam multum tempus haberet, dicit ei: Vis sanus fieri? Respondit ei languidus: Domine, hominem non habeo... Dicit ei Jesus: Surge, tolle gravatum tuum, et ambula. «Estaba allí cierto hombre que en su enfermedad había estado treinta y   —76→   ocho años; y como le viese Jesús caído y solo, y conociese que había mucho tiempo que estaba así, le dijo: ¿Quieres sanar? Respondiole el enfermo descaecido: No tengo hombre para que cuando se mueve el agua me lleve a la piscina; y así mientras yo llego, otro baja. Díjole Jesús: Levántate, toma tu lecho a cuestas, y anda.»

Preguntar a un enfermo si quiere ser sano en las enfermedades corporales, se tendrá entre nosotros por cosa excusada; siendo así que en las enfermedades y defectos del alma es la más forzosa pregunta entre todas, pues es cierto que solos están malos los que no quieren sanar. Y échase de ver en que del tener salud es parte el quererla tener, y uno de los primeros aforismos de la medicina espiritual es la voluntad propia prevenida de gracia; y por eso le pregunta Cristo si quiere sanar. No responde que sí: acude a disculparse de la iniquidad que se presuponía de que por su culpa no estaba sano, diciendo: No he tenido hombre.- «El ángel del Señor descendía a cierto tiempo a la piscina, y movíase el agua86

¡Grandes cosas puso Dios delante a los reyes en este capítulo! ¡Terribles voces los da con su ejemplo!

Buen rey y malos ministros es cosa dañosa a la república; y hubo árabe que tuvo opinión que era mejor mal rey y buenos ministros. El ángel venía a dar virtud a las aguas, y revolvía la piscina. Pero si siendo un ángel el que venía del cielo, el que asistía a esta obra, eran tales los ministros, que había treinta y ocho años que estaba éste en su enfermedad por falta de hombre, ¿qué importa que el rey sea un ángel, si los ministros son desapiadados87, y entre todos ellos no halla un hombre quien más le ha menester? ¿Qué cosa es una república sino una piscina? ¿Qué ha de ser un rey sino un ángel que la mueva y la dé virtud? ¿Qué cosa son los pretendientes y los beneméritos, y los agraviados, y los oprimidos, y los pobres, y las viudas, sino enfermos que aguardan salud de las aguas de la justicia y de la misericordia y grandeza del rey? Pero si los ministros son tales que prefieren unos a otros por su voluntad, y olvidan al que más necesidad tiene, obligarán a que venga Dios a desagraviar los desvalidos.

Pues si en la piscina que revolvía un ángel que bajaba del cielo, había este desorden, ¿qué habrá en la del gobierno y los cargos y mercedes, que las más veces la revuelve Satanás, y las más veces la revuelven los hombres, o son ministros los diablos, que por otro nombre   —77→   se llaman los ambiciosos, los soberbios y los tiranos? Señor, bueno es que el rey sea ángel; mas ha de ser para los que supieren ser hombres con los necesitados. Ángel ha de ser; mas por su mano ha de revolver las aguas de la piscina. La virtud él la ha de dar, y no otro; no la ha de remitir a nadie.

Y para ver que el rey es representado por el hombre de esta piscina, se advierta que representándose el linaje humano en este desamparado, le mira Cristo y le pregunta si quiere sanar, y responde: Hominem non habeo: «No tengo hombre». A esto no se respondió hasta que Pilatos coronó a Cristo, y le puso cetro y púrpura y todas las insignias reales, y le condenó a muerte de cruz, donde le llamó rey. Entonces, sin saber lo que decía, respondió al linaje humano diciendo: Ecce Homo: Ves ahí el hombre que te faltaba. El buen rey no ha de faltar a ninguna necesidad. ¡Gran nota para la conciencia de un rey, cuando con verdad dice alguno de sus vasallos: «En necesidad estoy, porque no tengo hombre»!

Los reyes nacieron para los solos y desamparados; y los entremetidos, para peligro, y persecución y carga de los reyes. De éstos han de huir hacia aquéllos. Quien solicita y pretende el cargo, le engaita, o le compra o le arrebata; quien se contenta con hacerse por la virtud digno de él, le merece. A estas cosas no se ha de acudir por relaciones y por terceros: los ojos y los oídos del rey han de ser los más frecuentes ministros. Los necesitados no han de buscar al rey ni a los ministros: esa diligencia su necesidad la ha de tener hecha; los ministros y los reyes han de salirles al camino; ése es su oficio, y consolarlos y socorrerlos, su premio. Para saber si gobierna Satanás una república, no hay otra señal más cierta que ver si los menesterosos andan buscando el remedio, sin atinar con la entrada a los príncipes.

Señor, dos cosas vemos en este evangelio: que el rey ha de ser ángel para dar virtud y hacer milagros, y revolver por su mano la piscina, pues así tendrá virtud, y de otra mano veneno y muerte; y que ha de ser hombre para remediar los necesitados, y dolerse de ellos, y desagraviarlos y darles consuelo.




ArribaAbajoCapítulo XIX

Con qué gentes se ha de enojar el rey con demostración y azote. (Joann., cap. 2; Marc., 11.)


Et veniunt Jerosolymam. Et cum introisset in Templum, coepit ejicere vendentes et ementes in templo: et   —78→   mensas nummulariorum, et cathedras vendentium columbas evertit. Et non sinebat ut quisquam transferret vas per Templum, et docebat, dicens eis: Nonne scriptum est: Quia domus mea, domus orationis est? Vos autem fecistis eam speluncam latronum.

«Y vino Jesús a Jerusalén; y como entrase en el templo, empezó a echar a los que vendían y compraban en el templo, y derribó las mesas de los logreros y las jaulas de los que vendían palomas, y no dejaba que nadie pasase mercancía por el templo, ni un vaso; y enseñaba, diciéndolos: ¿Por ventura no está escrito: "Mi casa es casa de oración"? Vosotros la habéis hecho cueva de ladrones». San Juan, refiriendo esta acción, dice que hizo uno como azote de los cordeles que allí estaban, con que los echó.

No se lee que otra vez con demostración se enojase Cristo, y que castigase con su mano. Tal vez, Señor, conviene que el cordero brame. Cordero era Cristo, y a quien por excelencia llaman manso Cordero; y en esta ocasión armó de severidad su clemencia. Letra por letra parece que el texto del Evangelista está ocasionando a los reyes. Viendo que vendían y mercadeaban en el templo, tomó un azote y echó de él a los logreros, diciendo: «Mi casa es casa de oración». Sábese que vuestra majestad puede decir esto por su casa, y porque fervorosamente con su ejemplo alienta virtud y valor en sus vasallos: sólo resta que abra los ojos sobre los que se la quisieren hacer cueva de ladrones. Si alguna insolencia se atreviere a tanto, los castigue y aleje de sí, y no será; pero temerlo es providencia, y religión estorbarlo; pues veo que Cristo halló en la casa de Dios quien lo hiciese a sus ojos, y no será más privilegiada para los atrevimientos de los impíos y codiciosos la casa de algún rey, que la casa de Dios. Y si sucediere, tome el azote, eche de su casa los que se la desautorizaren; no sólo los eche, los castigue, pero derríbeles las mesas y los asientos, y de ello ni de su ejercicio no quede memoria. Adelanto más la consideración. Si Cristo trata de esta suerte a los que venden en el templo, ¿cómo tratará a los que venden el mismo templo? Para echar aquellos codiciosos mohatreros, dice San Juan que hizo uno como azote; pero para estos contumaces que venden el templo propio, azote ha de ser escogido por el rigor de la justicia: y es lástima de ver cuán bien introducidos están con la absolución los unos y los otros, frecuentando tanto las confesiones como los tratos, haciendo pompa de las comuniones.

El rey puede y debe tener sufrimiento para no castigar con demostración por su mano en todos los casos;   —79→   mas en el que tocare a desautorizar su casa y profanarla, él ha de ser el ejecutor de su justicia.

Es cierto, Señor, como San Gregorio dice, que toda la vida de Cristo fue lección para nuestro enseñamiento. Cuatro géneros de gente castigó por su mano solamente, echándolos ignominiosamente de sí, esto es echarlos del templo. Y fue tan grande acción ésta, que para mostrar que Cristo nuestro redentor era Hijo de Dios, el glorioso San Jerónimo elegantísimamente la pondera por más alta y misteriosa. No quiero ahogar su estilo: en él se lee mejor todo. Vendió Judas a Jesucristo, que fue vender el templo, y a Dios y a todo el tesoro del cielo. Súpolo antes, y tuvo lástima del mal ministro, no de sí, que había de ser entregado por bajo precio a muerte infame en poder de sus enemigos a quien más bien había hecho y por quien tantas maravillas había obrado. Llégale a entregar, y no le rehúsa el rostro ni se le vuelve. Sabe que le besa por seña que da, no por amor que le tiene; y en lugar de reprensión, le habla y recibe tan regaladamente, diciéndole: Ad quid venisti, amice? «¿A qué has venido, amigo?». Déjase atar y llevar preso; y aquí, porque vio vender en el templo las ovejas, y vio los mohatreros y las palomas que se vendían, hace de las cuerdas azote, y castiga a los que las venden. ¡Gran cosa!, que en él se vendió el Cordero que quita los pecados del mundo, y la paloma purísima. Allí se vio la mayor usura y mohatra que trazó la codicia infernal, y no se enoja; sólo para mostrar que el rey ha de mirar más por los otros que por sí; que él está a cargo de Dios, y los súbditos a su cargo; que es buen pastor que quiere que le vendan por sus ovejas, mas que no quiere consentir que sus ovejas se las vendan. Allí quiere para sí los azotes, y aquí los quiere para los que le venden los suyos; y por eso dice San Juan consecutivamente aquellas palabras: Zelus domus tuae comedit me. Los primeros que refiere San Juan fueron los que vendían ovejas: en éstos se representan los príncipes y procuradores de las comunidades en Cortes, y las justicias que asuelan y destruyen los pobres, los vasallos y los vecinos y encomendados. Eso es vender ovejas; y más vivamente que todos estos se representan los obispos y los prelados, si venden en el templo las ovejas que Dios les encomendó para que apacentasen. Los segundos fueron los que vendían bueyes: en quien se significaron los ricos y poderosos que desustancian los labradores, las justicias que les echan todas las cargas, los gobernadores que los hacen arar para otros, encareciéndoles a precio de sangre el mal año y el socorro. En los numularios y logreros, los que con pretexto de religión hacen   —80→   hacienda, los que compran las prelacías, los que comen las rentas de los pobres. En los que venden palomas, los que usurpan la hacienda de los huérfanos y viudas, y los persiguen, y de su desamparo y soledad se enriquecen.

Este género de gente, Señor, el rey que los ve en su casa no ha de aguardar a que otro los castigue y los eche. Mejor parece el azote en su mano para éstos, que el cetro.

Oiga vuestra majestad, no a mí, pues no es mi pluma la que habla ni la que escribe. Si vender los regatones y mohatreros en el templo mereció tal castigo en la mano de Cristo, ¿cuál será el que soliciten, si se viese que en el templo se venden mayores cosas por la mano de los prelados y príncipes, a quien Dios dejó el azote para que a su imitación echasen con ignominia a los que lo hicieren? El castigo, Señor, es el permitirlos en muchos pecados que se ven y padecen los ignorantes y los obstinados (que todo es uno), para la censura de la verdad. Echan menos en la paz temporal de esta vida y en el halago de la fortuna el castigo del cielo; no advierten que mayor es la permisión, pues dan mejor cuenta de los delincuentes los castigos rigurosos, que la suspensión de ellos. El permitir Dios nuestro señor un hombre execrable y perdido, es dejarle en manos de sus delitos y suyas; y el castigarle es darle a conocer la fealdad de sus ofensas. La permisión adormece, y el castigo despierta y escarmienta. Así que, es lenguaje conforme al estilo de Dios: Mucho nos permite, mucho nos consiente; luego mucho nos castiga. Y por el contrario: Mucho nos castiga; mucho nos ama. El justo llamará al castigo diligencia que Dios hace para recobrarle: estimaralo por cuidado y celo de sus aciertos. Quien merece los castigos de la ira de Dios, y no los tiene en este mundo, no diga que no los padece, sino que no los conoce ni los cree; y ésa es toda la ira e indignación suya. Señor, ya que (como he dicho) su casa de vuestra majestad por sí puede decir que es de oración, tome el azote, si se ofreciere, y eche de ella los que intentaren hacérsela cueva de ladrones; prosiga lo empezado, viva imitándose a sí, no se canse de copiarse las acciones de un día en otro.