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ArribaAbajoCapítulo XX

El rey ha de llevar tras sí los ministros; no los ministros al rey


Al rey solas las obligaciones de su oficio y necesidades de su reino y vasallos le han de llevar tras sí.

En todo el Testamento Nuevo no se lee otra cosa, hablando   —81→   de los apóstoles y Cristo, sino sequebantur, seguíanle. No se lee que Cristo los siguiese jamás: él los llevaba siempre donde quería; no ellos a él. «Cada uno tome su cruz, y me siga.- Sígueme», dijo al apóstol que llamó. Y los que le hacen cargo de buenos criados, no dicen otra cosa sino88: «Ves que lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.» ¡Gran diferencia de criados buenos de Cristo, a criados de Satanás y de sus tiranos! Todo lo dicen y hacen al revés; dirán a sus reyes: Ves aquí que lo hemos tomado todo, y héchote que nos sigas y andes tras nosotros arrastrando.

El rey imitador de Cristo ha de considerar que él dijo, para decir que era verdadero rey del cielo y verdadero Dios89: «Yo soy camino, verdad y vida.» El rey es camino, claro está, y verdad y vida. ¿Pues cómo podrá ser que el camino siga al caminante, debiendo el caminante seguir el camino? El rey que es camino y verdad, es vida de sus reinos; el que es descamino y mentira, es muerte. Rey adestrado, es ciego; enfermedad tiene, no cargo; bordón es su cetro; aunque mira, no ve. El que adiestra a su rey, peligroso oficio escoge; pues, si lo ha menester, se atreve al cuidado de Dios. Mucho se aventura si el rey no lo ha menester. No le guía, le arrastra y le distrae; codicia, y no caridad tiene. No es servicio el que le hace, sino ofensa; y disculpa los odios de todos contra su persona.

De ninguna manera conviene que el rey yerre; mas si ha de errar, menos escándalo hace que yerre por su parecer, que por el de otro. Nada ha de recelar tanto un rey como ocasionar desprecio en los suyos; y éste sólo por un camino le ocasionan los reyes, que es dejándose gobernar. Un rey cruel es rey cruel, y así en los demás vicios; mas un rey falto de discurso y entendimiento (si tal permitiese Dios), como para ser rey ha de ser primero hombre, y hombre sin entendimiento y razón no puede ser, -ni sería rey, ni hombre, y el desprecio le hallaría semejante a cualquier afrentosa comparación. Y por esto nada ha de disimular tanto un príncipe, como el tener necesidad en todo de advertencia, y haber de decir siempre: Llevadme y guiadme; yo iré tras de vosotros. Y al ministro que tiene a cargo el suplir la falta de su príncipe, sola le puede conservar la arte con que hiciere que se entienda siempre que obra su señor sin dependencia; porque el día que se descubriere el defecto, o por vanidad mal entendida del allegado, o por descuido artificioso para espantar con la omnipotencia o llamar a sí las negociaciones, persuadidos de la codicia-,   —82→   ese día se sigue al uno el desprecio, y al otro el peligro manifiesto y merecido; y cada uno presume de apoderarse de aquella voluntad, y nadie echa al otro sino por acomodarse; y por esto unos serán persecución de otros, y nunca se tratará del remedio, y será la variedad, si no peor en los efectos, más escandalosa y aventurada. Assumit Jesus Petrum et Jacobum et Joannem90. A los grandes negocios lleva Dios nuestro Señor a sus discípulos, aquí y al huerto. Y si quiere ver vuestra majestad en los reyes la diferencia que hay de llevar a ser llevados, una vez sola que Cristo nuestro redentor fue llevado de un ministro, el ministro fue el demonio, porque en otro no hubiera descaramiento para atreverse a llevarle: dos veces le llevó, una al templo para que se despeñase, y otra al monte para que le adorase. Mire vuestra majestad los que llevan a los reyes adónde los llevan: al templo para que se despeñen, al monte para que los adoren; todo al revés, y todo a su propósito. Pues si el diablo se atreve a llevar a Cristo a estas estaciones, ¿adónde llevará a los hombres que se dejaren llevar de él y de los suyos?

El corazón de los reyes no ha de estar en otra mano que en la de Dios. El Espíritu Santo lo quiere así, porque el corazón del rey en la mano de Dios está sustentado, favorecido y abrigado; y en la de los hombres, oprimido, y preso y apretado. ¿Quién puede errar, siguiendo en vuestra majestad los pasos, siempre encaminados a tanta religión, justicia y verdad, acciones tan piadosas, y deseos tan verdaderamente encendidos en caridad de sus vasallos y reinos? Y al fin, Señor, quien sigue a su rey va tras la guía y norte que Dios le puso delante; y quien le lleva tras sí, si tan detestable hombre se hallase, de su luz hace sombra. No quita esto que el rey y el príncipe no sigan el consejo y la advertencia; pero hay gran diferencia entre dar consejo y persuadir consejo. Una cosa es aconsejar, otra engaitar. Tomar el rey el consejo es cosa de libre juicio: que se le hagan tomar es señal de voluntad esclava. Señor, el buen criado propone, y el buen rey elige; mas el rey dejado de sí propio, obedece.

No sólo deben los reyes no andarse tras otro, ni dejarse llevar donde otro quisiere, sino que inviolablemente han de mirar que los que le siguieren a él puedan decir, y digan: Ves que lo hemos dejado, y te hemos seguido; -porque en lo que se peligra al lado de los reyes, es en no dejar nada para otro, y en tomárselo todo para sí.



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ArribaAbajoCapítulo XXI

Quién son ladrones y quién son ministros, y en qué se conocen. (Joann., cap. 10.)


Amen, amen dico vobis: Qui non intrat per ostium in ovile ovium, sed ascendit aliunde, ille fur est et latro. De verdad, de verdad os digo: quien no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, aquél es ladrón y robador.

Da Cristo las señas en que se conoce quién es ladrón. Cosa clara es que quien entra por la puerta llamando, y le abre el portero (no lo que dio, y el regalo, y la negociación), que es dueño de casa, y pastor; mas quien sube por la ventana, o por otra parte escala la casa, ladrón es, a robar viene, él lo confiesa. Qué se entiende por puerta y qué cosa sea escalar, temo de decirlo; porque el mundo es de tal condición, que los ladrones no recelan que los conozcan; antes en eso tienen la medra y la estimación. No está el provecho en ser ladrón, sino en ser conocido por tal. Sólo vale contigo, si eres tirano, el que tú hiciste partícipe de mayor delito. Así lo escribió Juvenal: Quien te fía secreto honesto, no te teme, y por eso no te estima: sólo es acariciado quien como cómplice y sabidor, cuando quiere, puede acusar a su señor. Eso tiene lo mal hecho peor, que no se puede fiar su ejecución sino de malhechores. Dar señas de ladrones es buscarles cómodo, ponerlos con amo, solicitarles la dicha y dar noticia de lo que se busca. Esto siempre pasó así en el mundo: dícenlo escritores de aquellos tiempos; y no me espanta sino que dure tanto mundo que siempre ha sido así. Yo no lo dudo, y creo que nació inocente, que poco a poco se ha apoderado de él la insolencia de los afectos, y que hoy se padece la obstinación de sus imperfecciones.

Esto de entrar por otra parte y dejar la puerta, el primer hombre fue el primero que lo hizo; pues quiso ser semejante a Dios, no por la puerta, que era su obediencia, sino por el consejo de la serpiente; y en pena el serafín le enseñó la puerta que dejaba, y se la defendió con espada de fuego. ¡Gran cosa que estén las puertas yermas y desiertas, que nadie entre por ellas estando abiertas y rogando con el paso, y que todo el tráfago y comercio sea por los tejados y ventanas! Señor, la puerta es el rey, y la virtud, y el mérito, y las letras y el valor. Quien entra por aquí pastor es, la casa conoce, a servir viene. Quien gatea por la lisonja, y trepa por la mentira, y se empina sobre la maña y se encarama sobre los   —84→   cohechos, -éste que parece que viene dando y a que le roben, a robar viene. El mayor ladrón no es el que hurta porque no tiene, sino el que teniendo da mucho, por hurtar más.

Pondero yo que si es ladrón, como dice Cristo, quien viene por los tejados y azoteas, ¿qué sería el señor del redil o el pastor a quien está encargado, si de parte de adentro, viendo escalar su majada, diese la mano a los ladrones para que entrasen a robarle? Éste sería disculpa de los ladrones. No hay nombre que no sea comedido, si tal sucediese: por no ser cosa creíble, no tiene ignominiosos títulos tal iniquidad. Fácilmente, Señor, conocerá vuestra majestad esta gente en el ejercicio; y lo que más ayuda a conocerlos es el estar tan bien acreditado el nombre de ladrón, que es su eminencia y su ambición.

San Pablo, buen pastor, buen prelado, buen gobernador, buen valido de Cristo, escogido para defensa de su nombre, ¿cómo vivió, qué hizo, qué dijo, por dónde entró? Óigalo vuestra majestad de su boca, en estas palabras que refiere el capítulo 20 de los Actos. Después de haber juntado los más viejos de la iglesia de Éfeso, y protestádoles lo que había trabajado por su bien desde el día que entró en Asia, sin perdonar por su salud algún trabajo, dice91: «Por lo cual hoy os hago testigos que estoy limpio de la sangre de todos.» -Si depusiese92 la venganza, y el recelo y la envidia de los que pueden, no sería pequeño proceso el que en esta parte se haría; que pocos pueden en el mundo que puedan decir esto; y quien esto no puede, no puede nada. ¡Cuántas vidas cuesta la conservación de la vanidad de los ambiciosos, y el entretenerse en el peligro, y el dilatar la ruina, y el divertir el castigo, que no es otra cosa lo que gozan los miserablemente poderosos en el mundo! Y es la causa, que como al subir trepan para escalar, por no entrar por la puerta, al salir se despeñan por bajar. Prosigue San Pablo93: «La plata, ni el oro o el vestido de ninguno he codiciado, como sabéis; porque para lo que yo había menester y los que conmigo están, estas manos me lo dieron.»

¡Qué pocos ministros saben hacer desdenes al oro, y a la plata y a las joyas! ¡Qué pocos hay esquivos a la dádiva! ¡Qué pocas dádivas hay que sepan volver por donde   —85→   vienen! Pues, Señor, no es severidad de mi ingenio, o mala condición de mi malicia: no tengo parte en este razonamiento. San Pablo pronuncia estas palabras: Quien codicia el oro y la plata, es ladrón, a robar vino, no entró por la puerta; porque el buen ministro, el buen pastor, no sólo no ha de codiciar para sí, pero lo mismo ha de protestar de los suyos, para quien tampoco tomó nada; que a sí y a ellos dice que sus manos daban lo que habían menester. Tan lejos ha de estar el pedir del ministro, que aun por ser pedir limosna pedir, ha de trabajar primero en su ministerio, que pedirla: así lo hizo San Pablo. ¡Qué honroso sustento es el que dan al ministro sus manos! ¡Qué sospechoso y deslucido el que tiene de otra manera al juez, al obispo, al ministro o al privado! Sus manos le han de dar lo que ha menester, no las ajenas. Así lo dice San Pablo, y con eso justifica el haber cumplido su ministerio con la pureza que debía. Miren los reyes a todos a las manos, y verán si se sustentan con las suyas, o con las de los otros; y también conocerán si entran por la ventana o por la puerta; pues los que entran por la puerta entran andando, y los que entran por otra parte suben arañando, y sus manos son sus pies, y las manos ajenas sus manos.




ArribaAbajoCapítulo XXII

Al rey que se retira de todos, el mal ministro le tienta; no le consulta. (Matth., cap. 4.)


Tunc Jesus ductus est in desertum a Spiritu, ut tentaretur a diabolo. «Entonces fue Cristo llevado al desierto por el Espíritu, para que fuese tentado del diablo.»

Espíritu se entiende por el Espíritu Santo. Entró Satanás, viendo retirado a Cristo, a negociar con él; y estanle remedando todos los malos ministros con los príncipes que se retiran.

A los solos no hay mal pensamiento que no se les atreva; y el ministro Satanás al príncipe apartado de la gente osadamente le embiste; porque quien trata con uno solo, él propio guarda las espaldas a su engaño y perdición y él la ocasiona y asegura de sí, para que se le atrevan los vanos y codiciosos. Quien a todos se descubre y no se esconde a sus gentes, pone en peligro manifiesto los mentirosos, la ambición y la maña, y déjase hallar de la verdad.

Tres memoriales trajo para despachar, creciendo el desacato y atrevimiento de uno en otro; y el primer memorial contenía tal petición94: «Si eres hijo de   —86→   Dios, di que estas piedras se vuelvan panes.» Había dicho Cristo95: «¿Quién hay de vosotros que si su hijo le pidiere pan, le dé una piedra?». Para dar piedras a quien ha menester pan, no basta ser mal hombre, es menester que sea Satanás. Por eso dice Cristo que no habrá hombre de ellos que lo haga.

Y eso es lo que el diablo hace con Cristo: vele con hambre, flaco, en ayuno tan largo, y ofrécele piedras. Lo mismo hacen los ministros que ven a sus reyes en desiertos, habiendo ellos con sus tiranías hécholes desiertos los reinos: en lugar de socorrerlos, los tientan; piedras les ofrecen cuando tienen necesidad de pan.

Digo, Señor, que el primer memorial que despachó fue que hiciese de las piedras pan: por aquí empieza sus despachos todo mal ministro. En sí y en lo que le sucede lo verán los príncipes; pues el que llega a su rey proponiéndole un idiota, un vicioso, un vano, un mal intencionado, un usurero, un cruel, para el obispado y para la judicatura, para el virreinato, para la secretaría, para la presidencia, -ése ¿qué otra cosa propone sino el memorial de Satanás que, de las piedras del escándalo de la república endurecidas en sus vicios, haga pan? Y estos malos ministros, siempre sujetos a la codicia insaciable, procuran (por mayor interés) que los reyes hagan de las piedras para ellos pan; pues el hacer de un mañoso indigno de algún lugar, un prelado, es suyo el provecho.

El segundo negocio que pretendió despachar fue éste: Assumpsit eum diabolus in sanctan civitatem, et statuit eum super pinnaculum templi, et dixit ei: Si filius Dei es, mitte te deorsum. Dice que le arrebató, que le llevó aprisa (se entiende el demonio, con permisión suya: así lo declara Maldonado) a la ciudad santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo (éste es el memorial): Si eres hijo de Dios, échate de ahí abajo.

Lo primero que propone el ministro Satanás y tentador, es que haga de las piedras pan, como hemos dicho. Lo segundo a que se atreve es pedirle que se despeñe, que no repare en nada: eso es despeñarse.

Y no deben fiarse los reyes de todos los que los llevaren a la santa ciudad y al templo; que ya vemos que a Cristo el demonio le trajo al templo. ¿Qué cosa más religiosa y más digna de la piedad de un rey, que ir al templo y no salir de los templos, y andar de un templo en otro? Pero advierta vuestra majestad que el ministro tentador halla en los templos despeñaderos para los reyes,   —87→   divirtiéndolos de su oficio; y hubo ocasión en que llevó al templo, para que se despeñase, a Cristo.

El postrer negocio, en que Satanás mostró lo sumo a que puede llegar su descaramiento, refiere el Evangelista en estas palabras96: «Otra vez le arrebató el demonio, y le llevó a un monte excelso, y le enseñó todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todo te lo daré, si cayendo me adorares.»

El ministro que propone el primer memorial, que es hacer de las piedras pan, de los insuficientes y no beneméritos magistrados, -el segundo que propone alentando su insolencia, es que se despeñe, como hemos visto; y a estos dos sigue el tercero y último, que es decirle que se hinque de rodillas y le adore: tenerle en poco, despreciarle, que el rey ruegue y el vasallo lo mande. ¡Aquí puede llegar la soberbia y el desvanecimiento: a trocar los oficios del señor al criado!

Pues, Señor, si Satanás habiendo propuesto a Cristo el primer memorial y habiéndole despachado mal y con advertencia severa, se atrevió a proponer el segundo de que se despeñase; y habiéndole en él reprendido con rigor, se atrevió a consultarle el tercer memorial de que adorase caído en el suelo, ¿qué hará con el rey que despachare bien el primero y mejor el segundo? Paréceme a mí que el tercero va negociado sin resistencia, y luego sin duda adorará a Satanás y a su tentación. Pondero yo que le llevó al templo a despeñarle, y al monte a que le adorase, pareciendo que la idolatría suya estuviera más en el lugar que quería en el templo, que en el monte; y conócese que procura desconocer su intento y disfrazar su designio con el nombre de la santa ciudad, y con el templo. Así disfrazan su intención los que osan tomar los altares por achaques a sus cautelas.

He advertido que el demonio, en la tentación de las piedras empieza diciendo: Si filius Dei es: «Si eres hijo de Dios.» Y en la segunda, que en San Lucas se refiere en postrer lugar, cuando le dijo que se despeñase, empieza con las propias palabras: Si filius Dei es: «Si eres hijo de Dios.» Solamente cuando le dice que le adore postrado en tierra, no dice: Si filius Dei es; las cuales palabras entienden los más afirmativamente: «Pues eres hijo de Dios»; y dice Maldonado que lo había oído cuando en el Jordán se oyó aquella voz: Hic est filius meus dilectus: «Éste es mi hijo amado.» Esto supuesto, digo que en las dos proposiciones le tentó como   —88→   hijo de Dios y como a Dios, pidiéndole milagros de la omnipotencia, como hacer de las piedras pan y echarse del pináculo para que los ángeles de su padre le sirviesen de nube; y en la tercera le tentó como a hombre, ofreciéndole reinos temporales, y despreciándole tanto, que le dijo que le adorase. Sabe el demonio que representándoles la gloria y vanidad, fiado en su ambición, puede en trueque (no de dárselos, que no aguarda a eso la codicia, sino de prometérselos) pedirles que le idolatren, y se humillen y aniquilen; y como usó de este lenguaje con Cristo, no le dijo: Si filius Dei es; antes en todo le trató como a hombre, enseñándole como hemos dicho reinos y gloria de la tierra y pidiéndole cosa que sólo a un hombre solo se podía proponer. Y así, Cristo nuestro Señor a las dos propuestas, le respondió a la primera: Non in solo pane vivit homo: «No de solo pan vive el hombre»; que fue respuesta concluyente. A la segunda le reprendió, mostrando que le había conocido, y dándose por entendido de su pretensión, pues dijo97: «No tentarás a tu Dios»; que era lo que él quería hiciese. A la tercera (que tocó en desprecio insolente de su oficio, y en no querer darse por entendido, habiéndole hablado tan claro, antes había crecido la insolencia), no sólo le respondió y le reprendió, pero le castigó severamente, diciendo: «Vete, Satanás.» Señor, en llegando a despreciar la persona real y el oficio y dignidad suya, no hay sino nombrar a Satanás por su nombre, y despreciarle y echarle de sí.

Señor, Ministros que lo ofrecen todo, son diablos. Dijo Satanás: Quia mihi tradita sunt, et cui volo do illa: «Porque me las han dado a mí, y las doy a quien quiero.» Y es cierto que lo da como lo tiene. Ofrecen reinos y glorias porque los adoren. Dan cosas momentáneas, a trueque del alma que no tiene otro precio que la sangre de Cristo nuestro Señor. ¡Cuántas veces entenderá vuestra majestad que uno es ministro, y que negocia; y a pocos lances conoce que es Satanás, y que le tienta! Si quisiere que vuestra majestad haga de las piedras pan, no hacerlo, y convencerle; que así se castiga su codicia. Si pidiere que se despeñe vuestra majestad con pretexto de santidad y buen celo, castigarle con reprensión la insolencia. Si propusiere que le adoren, y tocare en la reverencia y dignidad real, llamarle Satanás, que es su nombre; despedirle como a Satanás, y castigarle como a sacrílego y traidor.



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ArribaAbajoCapítulo XXIII

Consejeros y allegados de los reyes: confesores y privados


Ego sum via, veritas, et vita. (Joann., cap. 14.)

Viendo Cristo que iba de este mundo al Padre, y conociendo el temor y confusión de los suyos, y los peligros que les aparejaba la obstinación de las gentes, y las amenazas que la verdad les hacía desde los oídos de los reyes y emperadores; advirtiendo su desconsuelo y soledad, la brevedad de su partida, les dice por San Juan98: «No se turbe vuestro corazón: es verdad que me voy; pero voy a prepararos el lugar, a abriros la puerta; y si me fuere, yo os prepararé el lugar: otra vez vuelvo, y os recibiré para mí mismo, para que donde yo estuviere estéis; vosotros sabéis dónde voy, y el camino sabéis. Díjole Tomás: Señor, no sabemos dónde vas: ¿cómo podemos saber el camino? Dijo Jesús: Yo soy camino, verdad y vida.»

Cuando Cristo vio que los suyos confesaban que ni sabían el camino, ni dónde iba, y los vio tan descaminados, les dijo que era camino, verdad y vida.

Señor, quien ha de aconsejar a un rey y a los que mandan y quedan en peligro, ha de ser estas tres cosas: porque quien fuere camino verdadero, será vida; y el camino verdadero de la vida es la verdad; y la verdad sola encamina a la vida. Ministros, allegados y confesores que son caminos sin verdad, son despeñaderos y sendas de laberinto que se continúan sin diferencia en ceguedad y confusión: en estos tales ve Dios librada la perdición de los reyes y el azote de las monarquías. Espíritu de mentira en la boca del consejero, -ruina del rey y del reino. Dios lo dice en el lib. 3 de los Reyes, cap. 22, en estas palabras y con este suceso:

Josafat, rey de Judá, y el rey de Israel hicieron juntos guerra al rey de Siria: fue la causa Ramoth Galaad. Aconsejado el rey de Israel por Josafat que supiese la voluntad de Dios primero, juntó cerca de cuarenta varones. Consultolos, y fueron de parecer se hiciese la guerra, que cobraría a Ramoth Galaad, y vencería. No contento con el parecer de sus adivinos, dijo Josafat: ¿Aquí no hay algún profeta de Dios, de quien sepamos lo cierto? El rey de Israel dijo a Josafat: Ha quedado un varón, por quien podemos preguntar a Dios; pero yo le aborrezco porque nunca me ha profetizado buen suceso, antes siempre malo. Confiesa que es varón de Dios,   —90→   y que Dios habla por él, y le aborrece porque le dice la verdad. Rey que tiene esta condición, huye del camino, aguija por el despeñadero. ¿Al varón de Dios aborreces, rey? Morirás en poder de ésos que te facilitan la desventura a manos de tu presunción y de su lisonja. Llámase (dijo el rey) Miqueas, hijo de Jemla. Llamó el rey de Israel un eunuco suyo, y mandole que con brevedad, partiéndose luego, le trajese a Miqueas, hijo de Jemla. En tanto todos los profetas le aconsejaban la guerra; que fuese a Ramoth Galaad, y volvería victorioso. Llegó el eunuco mensajero que había ido por Miqueas, y díjole: Ves aquí que todos los profetas anuncian y prometen buen suceso al rey: sea tu profecía semejante; háblale bien. Considere con toda la alma vuestra majestad la infidelidad del criado, con las veras que solicita la mentira y la adulación tan peligrosa a su rey. Arte suele ser de los ambiciosos solicitar con el parecer ajeno autoridad a sus mentiras y crédito a sus consultas. Esto llaman saber rodear los negocios. Mucho deben mirar los reyes y temer el servirse en ninguna parte de criados que buscan más el regalo de sus oídos, que la quietud de sus almas, vidas y honras. Responde el profeta como varón de Dios: Vive Dios que he de decir cualquiera cosa que Dios me dictare. En esta libertad y despego está la medicina de los príncipes. Llegó delante del rey, y díjole el rey: Miqueas, ¿debemos ir a Ramoth Galaad a hacer la guerra, o dejarémoslo? Y respondiole a él (quiere decir, a su gusto): Sube, y vé glorioso, que Dios la entregará en mano del rey. Replicó el rey: Una y otra vez te conjuro que no me digas sino la verdad en nombre de Dios. Y él respondió: Vi a todo Israel desparcido por los montes, como oveja sin pastor. Y dijo Dios: Éstos no tienen dueño: vuélvase cada uno a su casa en paz.

Señor, los vasallos de rey que tiene ministros y criados que le solicitan la mentira y la lisonja, aborreciendo ellos la verdad en su corazón y en la ejecución de las cosas, Dios nuestro Señor los llama ovejas sin pastor y gente sin dueño. Viendo esto el rey de Israel, dijo: ¡Oh Josafat! Por ventura, ¿no te dije yo que este profeta nunca me pronosticaba bien, sino siempre mal? Mas el profeta de Dios le dijo: Por esa intención tan indigna de rey, oye estas palabras de Dios.- Con todos los príncipes habla Miqueas: palabras son de Dios; vuestra majestad las traslade a su alma, y no dé aguardar otra cosa a su memoria con más cuidado.

Vi a Dios en su trono sentado, y a la diestra asistiéndole todo el ejército del cielo, y dijo Dios: ¿Quién engañará a Acab, rey de Israel, para que suba a Ramoth Galaad, y muera? Y dijo uno tales palabras, y otro otras.   —91→   Levantose un espíritu, y púsose delante de Dios, y dijo: Yo le engañaré. Preguntole Dios: ¿De qué manera? Respondió: Saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus consejeros. Y dijo Dios: Hecho es: engañarasle, prevalecerás; ve, y hazlo.- Así, no fue mandamiento, sino permisión.

¡Gran cosa, que trazando Dios el modo de destruir a aquel rey, entre todos sus espíritus que juntó no se hallase otra manera de llevar a la muerte y a la afrenta al rey, sino permitir poner la mentira en la boca de los que le aconsejan! Es tan cierto, que ni se lee otra cosa en las historias, ni se oye.

Llegó oyendo estas razones al profeta Miqueas, al varón de Dios, Sedecias, hijo de Canaana, y dio una bofetada en la cara a Miqueas, y afrentole. Lo propio es dar una bofetada que levantar un testimonio. Este Sedecias debía de ser algún favorecido del rey, y de los que solemnizaban sus desatinos: unos allegados que sirven de aplauso a las inadvertencias de los poderosos; debía de ser tan interesado en el engaño y ruina del rey, que temió su castigo en la verdad del profeta, del buen ministro, del santo consejero. Era algún introducido de los que en palacio medran tanto como mienten, cuya fortuna no tiene más larga vida que hasta topar con la verdad. Son éstos sabrosa y entretenida perdición de los reyes. Vio éste que el desengaño severo y prevenido le amenazaba desde los labios del profeta; y por eso le procuró tapar la boca con la puñada, y dar a la verdad tósigo y veneno, en el varón de Dios que advertía de su vencimiento y sus pérdidas al rey.

Murió Acab, porque creyó a los engañadores, y no a Miqueas. Salió con su promesa el espíritu que ofreció su muerte, sólo con poner el engaño en la boca de sus consejeros; y así sucederá a todos los príncipes que, no escarmentando en este sujeto, gastaren sus reinos en premiar lisonjas y en comprar mentiras.

¡Gran cosa que este rey no se fiase de sus profetas, que hiciese diligencias por un varón de Dios, que enviase por él, que le oyese, que no se contentase con la primer respuesta que le dio a su gusto, que le conjurase por Dios que le dijese la verdad: todo a fin de despreciar con más requisitos a la verdad y a Dios, abofetear al profeta, meterlo en prisiones sin piedad ni respeto! Rey que oye al predicador, al confesor, al teólogo, al santo varón, al profeta; que lee libros: para no hacer caso de ellos, para castigarlos y despreciarlos, para dar lugar a que Sedecias los afrente, para prenderlos, ése solicita la indignación de Dios contra sí, y todo su cuidado le pone en hacerse incapaz de su gran misericordia.   —92→   Morirá ese rey; y como a Acab, lamerán su sangre los perros. Flecha inadvertida, yendo a otra parte encaminada por la justicia de Dios, le quitará la vida y el reino. Así sucedió a Acab en el capítulo citado. San Pablo lo dice así, y les pronuncia esta sentencia99: «Los que habiendo conocido la justicia de Dios, no entendieron que los que tales cosas hacen son dignos de muerte; y no tan solamente los que estas cosas hacen, sino también los que consienten a los que la hacen.»




ArribaAbajoCapítulo XXIV

La diferencia del gobierno de Cristo al gobierno del hombre


Mucha es la diferencia en este capítulo, y pocas las palabras. Cristo la pone en estas pocas, cuando dice100 «Petite, et accipietis: Buscad y hallaréis; llamad, y abriros han; pedid, y recibiréis».

Satanás, gobernador de la tiranía del mundo, ordena al revés estas cosas en los príncipes de las tinieblas de este mundo: Buscad, dice, y hallaréis vuestra perdición; quien os robe, quien os engañe. No logra otra cosa la solicitud del mundo, porque buscan lo que se había de huir. Declárase Cristo, cuando dice101: «Buscad primero el reino de Dios»; y aquí en estas repúblicas enfermas lo primero se busca el reino de Satanás.

«Llamad, y abriros han102».

No habla esto con las puertas de los malos ministros, ni con las de aquellas audiencias donde tiene nombre de portero el estorbo de los méritos y el arcaduz de los mañosos. En el reino de Cristo se llama a las puertas, sin haber más costosa diligencia. En estas puertas que el cerrarlas es codicia y el abrirlas interés, la llave es el presente y la dádiva. Dice Satanás, oponiendo su gobierno al de Cristo: Derramad, y hallaréis; comprad, y abriros han. ¡Oh gobierno infernal! ¡Oh puertas peor acondicionadas que las del infierno!, pues ellas se abrieron a la voz de Cristo, y en vosotras cada ruego, cada palabra es un candado más y un cerrojo; cada presente una ganzúa, y cada promesa una llave maestra. Velas de par en par el rico y el introducido y a piedra lodo el benemérito que las ha menester.

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No hay otro oficio, en las casas de estos que venden el sentido del oír, más sospechoso. Ministro que tiene portero, ése quiere, cerrando la puerta, que entren todos por otra parte: ya se sabe103 que «quien no entra por la puerta, sino por otra parte, es ladrón». Otra cosa en la que Cristo dice por San Mateo104: «Entrad por la puerta angosta». La puerta angosta es la que abren los méritos y las virtudes y los servicios. La puerta ancha que lleva a la perdición, es la puerta que descerrarán las dádivas, y la que se compra.

Pedid y recibiréis; así lo prometió, así lo ordenó: Ora Patrem tuum in abscondito; et Pater tuus, qui videt in abscondito, reddet tibi. Quien pide recibe en el reino de Dios, y en el de la justicia y en el de la verdad. No todos los que parece que piden, piden: unos engaitan, otros adulan, otros engañan, otros mienten, pocos piden. Pedir es, con razón, servicios, méritos, partes; y siendo esto así no había de ser necesario otra cosa para alcanzar todo lo que se pretendiese; pues esto excusará las diligencias de la maña y de la codicia. No así hacen los tiranos imitadores de Satanás: su precepto es opuesto a la igualdad y blandura del de Cristo. Dicen así: Dad, y daros han; dad más, y os darán más; hurtad para dar y para tener, y obligaréis a que os den que recibáis. Facilitad delitos, aconsejadlos, tomad parte en su ejecución, y recibiréis. ¿A quién, como dijo la epigrama, se da, sino a los poderosos? Es la causa que dan para que les den: éstos compran, no dan; parece presente y es mercancía. No obligan con lo que dan, sino hurtan. Es el modo que permite Dios para la perdición de los ladrones y codiciosos que roban a los pobres para tener con qué comprar oficios y honras de los más poderosos. Dícelo así el Espíritu Santo en los Proverbios105: «Quien calumnia y persigue al pobre por aumentar su riqueza, dará a otro más rico y empobrecerá». Ése es el camino de perdición para los codiciosos: ni se ve otra cosa en el mundo; y quitar al que lo ha menester para dar al que no lo ha menester, es injusticia, y no puede carecer del castigo de empobrecer. Ni ha inventado la codicia más feo modo de empobrecer que el de aquellos miserables que se destruyen por dar a otros más ricos. ¡Oh providencia de Dios, que tan severamente advertida preparas la penitencia en el arrepentimiento diferido a éstos que por cargar de oro al rico desnudan al pobre! Y a éstos es a quien da el gobierno del mundo, primero el pago, que   —94→   satisfacción. ¡Qué secreta viene la perdición a toda diligencia en los deseos del malo, a quien las más veces castiga Dios sólo con permitirle y concederle las cosas que le pide! -Hay otro género de maldad, introducida con buena voz a los ojos del mundo, que es quitar de los pobres para ofrecer a Dios; y no es menor delito que el de Judas, que quiso quitar de Dios para los pobres. Adviértelo el Eclesiástico en el cap. 34106: «El que hace ofrenda de la sustancia de los pobres, es como el que degüella a un hijo delante de su padre».

Paréceme, Señor, que oyendo vuestra majestad dar voces a Cristo por la pluma de los evangelistas, no ha de permitir que dejen de obedecerse las órdenes de Cristo; pues no se acuerda España de haber tenido rey, en su persona y deseos, intención y virtudes, más ajustado a la verdad y a la justicia, piedad y religión católica; y si fuese poderoso para que los que le sirviesen le imitasen, nos veríamos en el reino de la paz. Y no desconfío de que lo procuran todos los que vuestra majestad tiene a su lado; mas deseo que Dios nuestro señor haga esta merced a su corona y a sus vasallos, de que todos los que le asisten le sean semejantes; que entonces el gobierno de Dios, y la política de Cristo prevalecerán contra la tiranía de Satanás.

Y si hay algunos que estorben esto, Señor, tome vuestra majestad de la boca de Cristo aquellas animosas palabras que dice por San Mateo107: «Apartaos de mí todos los que obráis maldad»; que yo digo a vuestra majestad, y a todos los que este cuaderno leyeren, las palabras que se siguen a éstas:

Omnis ergo, qui audit verba mea haec, et facit ea, assimilabitur viro sapienti, qui aedificavit domum suam supra petram.

Et omnis, qui audit verba mea haec, et non facit ea, similis erit viro stulto, qui aedificavit domum suam super arenam, et cecidit, et fuit ruina illius magna.





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ArribaAbajoParte II


ArribaAbajoA la santidad de Urbano VIII, obispo de Roma, vicario de Cristo, sucesor de San Pedro, Pont. Opt. Max.

Beatísimo Padre: Estas palabras mías, ya sean balidos de oveja, ya ladridos de perro, no se acercan descaminadas a los oídos del pastor de las gentes. Por el primer título me restituyo al rebaño; por el segundo quiero emplear mis dientes y mi atención en su guarda. Más tuviera de portento que de afecto ser oveja y mastín, si no experimentáramos cuánta parte del ganado se introduce en lobos. Bien lo sienten, beatísimo Padre, vuestros rebaños, pues en tantas provincias muerden los que pacían, rabian y aúllan los que balaban; y los que juntó vuestro silbo, y guió vuestra honda y gobernó vuestro cayado, hoy los padece la Iglesia en que sois cabeza y los rediles donde sois centinela. Si Cristo es oveja y pastor (así lo dice San Cirilo, Cateches., 10: Haec ovis rursus vocatur pastor, cum dicit: Ego sum pastor: Ovis propter incarnationem: Pastor propter benignitatem deitatis); si fue pastor y cordero (así lo enseñó San Juan Crisóstomo, Psal. 67), si los herejes son ovejas y lobos, haga la defensa a los católicos ovejas y perros: ut intingatur pes tuus in sanguine. Estén en vuestros pies los besos de los hijos y la sangre de los enemigos: Lingua canum tuorum ex inimicis ab ipso. No es tiempo de contentarse con ser ovejas los hijos de la Iglesia, cuando las asechanzas son tan frecuentes, que cada una se ha menester guardar de la otra. Y pues todas somos cuidado de él, como vuestra beatitud es pastor y padre, seamos ganado y perro, ladren unos la predicación, y muerdan otros con los escritos. ¿A quién se intima esta guerra? ¿Contra quién nos prevenimos? San Juan, llamado Crisóstomo, lo dice de San Pablo, lib. 2: Neque enim illi adversus lupos pugna est; neque a furibus timet, neque solicitus, anxiusque est de peste a grege abigenda. Contra quos ergo illi bellum? Quibuscum   —96→   lucta? Non est nobis lucta adversus carnem et sanguirem, sed adversus principatus, adversus potestates, adversus mundi dominos. ¡Grande batalla! Dios con el mundo, el espíritu con la carne, la verdad con la presunción, la Iglesia con los príncipes y señores del mundo: que San Juan la cuenta por de más peligro para vuestro ganado, que la peste y ladrones. Beatísimo Padre, digno es de la ponderación de vuestra beatitud aquel capítulo 21 de San Juan, cuando se apareció Cristo a sus apóstoles, y delante de ellos dijo a San Pedro: Diligis me plus his? Y le respondió: Etiam Domine: tu scis quia amo te. Y respondiole Cristo: Pasce agnos meos. Y consecutivamente, segunda vez, le preguntó si le amaba: respondió que sí, y le encargó que apacentase sus corderos. Y no contento con esta repetición, dicit ei tertio: Simon Joannis, amas me? Contristatus est Petrus, quia dixit ei tertio: Amas me? ¡Qué perseverante tenía Pedro la memoria en el dolor del arrepentimiento, pues viendo tercera pregunta, le pareció que el Señor se acuerda de las tres negaciones y que le quería hacer caminar con el amor lo que huyó con el miedo! Et dixit ei: Domine tu omnia nosti: tu scis quia amo te. Dixit ei: Pasce oves meas. Es tan entrañable el desvelo de Cristo por sus ovejas, que no contento con haber instruido a San Pedro en vida con su doctrina, y declarado cómo el buen pastor ha de morir por sus ovejas, lo que ha de hacer por la que se pierde, cuáles son suyas, y cuáles no; después de su muerte viene a ponderar esto, y dice que si le ama más que todos (y le hace que lo afirme tres veces), que apaciente sus ovejas. No quiere de los pastores en premio de su amor otra cosa: lo demás deja a su albedrío en otras demostraciones. Así San Juan Crisóstomo, libro citado: Petre, amas me plusquam hi omnes? Atque illi quidem licebat verbis hujusmodi Petrum affari: Si me amas, Petre, jejunia exerce, super nudam humum dormi, vigila continenter, injuria pressis patrocinare, orfanis te patrem exhibe, viduae te maritorum loco habeant. Nunc vero praetermissis omnibus his, quidnam ille ait? Pasce oves meas. Esto, Señor, es del oficio; eso otro de la ocasión. Esto es más difícil, y más peligroso y más meritorio, porque la contienda no es con lobos, sino con príncipes y señores de este mundo. Y guardar el ganado es desvelo, es penitencia de todos los sentidos: es ayuno, pues se abstiene de los intereses; es mirar por los huérfanos y por las viudas; y atender el pastor a los ejercicios de la oveja, es penitencia de su oficio, no suya. Antes le dijo Cristo: «Cuando tú no eras pastor, tú te ceñías, e ibas adonde querías». Cum esses junior   —97→   cingebas te, et ambulabas ubi volebas: cum autem senueris, extendes manus tuas, et alius te cinget, et ducet quo tu non vis. En siendo pastor no se ha de ceñir a sí, ha de ceñir a los otros; no ha de ir adonde quisiere, sino adonde está obligado; a él le ha de ceñir su oficio; y con estas palabras tan elegantes le predijo Cristo su martirio: Hoc autem dixit, significans qua morte clarificaturus esset Deum. No dijo significando que había de morir, sino, qua morte, con qué muerte. Y es cosa extraña, santísimo Padre, que en aquellas palabras ni se lee muerte, y mucho menos especie alguna de muerte. Más quien supiere qué genero de fin tiene la vida de los pastores, bien hallará en el texto clara la exposición del Evangelista: «Cuando envejezcas, extenderás tus manos», Et alius te cinget, et ducet quo non vis. Extender las manos es de pastores; y se verificó en la cruz. Ser ceñido de otro es el género de muerte de los pastores: ceñir es rodear. Bien interpretó esto el Santo, cuando hablando con su ganado, dijo: Vigilate, quia adversarius vester diabolus circuit, quaerens quem devoret; exhortando al rebaño que vele, porque el demonio enemigo ciñe: esto es, cerca. Beatísimo Padre, ya que vuestra beatitud sucede a San Pedro en este cuidado; ya que extiende los brazos en la cruz de estos desvelos, y se ve ceñido de tantas persecuciones, que le llevan adonde no quisiera, -por ahorrar si fuera posible pasos de rigor y palabras de censuras, mande que se repitan frecuentemente a los señores del mundo por sus ministros aquellas divinas palabras que dice San Juan Crisóstomo en la homilía en su destierro: Deus est Ecclesia, qui est omnibus fortior. An aemulamur Dominum? Numquid illo fortiores sumus? Deus fundabit hoc, quod labefactare conaris. Quanti tiranni agressi sunt impugnare Ecclesiam Dei: Quanta tormenta, quantas cruces adhibuerunt, ignes, fornaces, feras, bestias, gladios intendentes? Et nihil agere potuerunt. Ubinam sunt illi qui haec fecerunt? Et ubi illi, qui haec fortiter pertulerunt? Non enim Ecclesia propter coelum, sed propter Ecclesiam coelum. Si no hizo la Iglesia por el cielo, sino el cielo por ella, ¿quién rehusará ser hecho para ella? De quien dice San Cirilo, Catech. 18: Regum quidem potestas certis locis et gentibus terminos habet; Ecclesiae autem catholicae per universum orbem indefinita est potentia. Y lo que más digno es de lágrimas, que padece ya con todos: el hereje la contradice, y el católico la interpreta. Aquél no la cree como es; y éste quiere sea como él cree. El hereje sale de la Iglesia; y el católico descaminado está en ella para hacer el daño más de cerca. La ley de Dios ha de juzgar a las leyes, no las leyes   —98→   a Dios. Yo, beatísimo Padre, que empecé el primero a discurrir para los reyes y príncipes por la vida de Cristo llena de majestad en todas sus acciones, lo prosigo en entrambas con aquella libertad que requiere la necesidad del mundo, sabiendo, como dice San Pedro llamado Crisólogo, que captivis criminum innocentia, inimicis odiosa fuit semper libertas. No me han cansado las persecuciones, ni acobardádome las amenazas. Con valentía y cristiana resolución, ardor y confianza, he proseguido este asunto tan importante.


A quien lee sanamente

Imprimiéronse algunos capítulos de esta obra, atendiendo yo en ellos a la vida de Cristo, y no de alguno. Aconteció que la leyó cada mal intencionado contra las personas que aborrecía. Estos preceptos generales hablan en lenguaje de los mandamientos con todos los que los quebrantaren y no cumplieren, y miran con igual entereza a todos tiempos, y señalan las vidas, no los nombres. El Decálogo batalla con los pecados; el Evangelio con las demasías y desacatos. No es verdad que todos los que escriben aborrecen a los que pueden. Gran defensor tenemos de nuestra intención en Séneca, epíst. 73. Errare mihi videntur, qui existimant philosophiae fideliter deditos, contumaces esse ac refractarios, et contemptores magistratuum ac regum, eorumve per quos publica administrantur. E contrario enim, nulli adversus illos gratiores sunt: nec immerito; nullis enim plus praestant, quam quibus frui tranquillo otio licet. Ni debe el rigor de mis palabras ocasionar notas. Con los tiempos varió el estilo en San Pablo, y se pasó de la blandura al rigor. Fray Francisco Ruiz, en el libro cuyo título es: Regulae intelligendi Scripturas Sacras, dice así: reg. 226, Cujus differentiae nullam aliam invenio causam, quam ipsum epistolarum tempus: initio indulgendum erat; postea autem non ita. Así Cristo, por San Lucas, cap. 22: Quando misi vos sine sacculo et pera et calceamentis, numquid aliquid defuit vobis? At illi dixerunt. Nihil Dixit ergo eis: Sed nunc, qui habet sacculum, tollat; similiter et peram: et qui non habet, vendat tunicam suam, et emat gladium. Había mandado que no llevasen bolsa, ni alforja, ni zapatos; y acuérdales de que se lo había mandado, para mandarles lo que parece contrario. Ahora dice; «Quien tiene bolsa, la tome, y de la misma suerte alforja; y quien no tiene, venda la capa, y compre la espada». Tiempo hay en que lo necesario sobra; y tiempo viene en que lo excusado es necesario. Qui non habet; Quien no tiene espada, se   —99→   entiende de lo que se sigue. Así lo repite el Siro, declarando este lugar Eutimio y Lucas Brugense por el tiempo de la persecución que se acercaba: Per emphasym solum ostendens esse tempus ultionis. Yo sigo la interpretación de Cristo y la mente de los apóstoles. Para ir a predicar a las gentes que Cristo está en la tierra, que ha encarnado, que ha nacido el Mesías, no lleven bolsa, ni alforja, ni los zapatos, y no les falte nada. Mas para quedar en lugar de Cristo por su muerte y subida a los cielos, traigan la bolsa y la alforja; y si no tienen espada, vendan la capa para comprarla. Cuando predicaren, vayan con solas palabras; cuando gobiernen, tengan espada. Acuerdo a los doctos que Cristo dijo: Non veni mittere pacem, sed gladium. Y si los apóstoles habían de quedar a proseguir la obra para que Cristo vino, ¿cómo la enviarán, que es a lo que dice que vino? Cuál espada es ésta, declaran los sagrados expositores. Que esto se entienda así, pruébalo lo que se sigue en el Evangelio: At illi dixerunt: Domine, ecce duo gladii hic. At ille dixit eis: Satis est. «Ellos dijeron: Señor, ves aquí dos espadas. Mas él dijo: Basta». En todas estas palabras, y en solas ellas, está el imperio y poder de los sumos pontífices, y puesto silencio a los herejes que dicen que no les son lícitos los bienes temporales: «Tome la bolsa y la alforja ahora: si no tiene espada, venda la túnica, y cómprela». Palabras son de Cristo. Dícenle que hay dos espadas, y responde: «Basta»; no ordenando el silencio en aquella plática, sino permitiendo la jurisdicción, que se llama de utroque gladio, a la Iglesia que no siempre había de ser desnuda, pobre y desarmada. Y aunque la palabra «Basta» declaran todos como se ve, yo (con el propio Evangelio) entiendo fue prevención adelantada al orgullo de San Pedro, como sabía Cristo la había de sacar en el Huerto, y ocasionar su reprensión. «Basta», fue tasa de la clemencia de Dios: espadas hay; basta que las haya; no se ejecuten si se puede excusar; vine a enviar espada, no a ensangrentarla; preceda la amenaza al castigo; prevenga el ademán al golpe. David, Reg. 1, c. 17, dice: Et noverit universa Ecclesia haec, quia non in gladio, nec in hasta salvat Dominus: ipsius enim est bellum. Tiempo vendría donde le sería lícito el dinero, y conveniente la espada. Los propios pasos sigue la doctrina. En unos siglos no la falta nada, desnuda y sin defensa; y en otros ha menester vestidos y armas, para que no le falte todo. Yo hablo palabras medidas con la necesidad, y escribo para ser medicina, y no entretenimiento. No debe desacreditar a esto mi ignorancia ni mi perdición. San Agustín dice: Agit enim spiritus Domini, et per, bonos,   —100→   et per malos, et per scientes, et nescientes, quod agendum novit, et statuit: qui etiam per Caipham, accerrimum Domini persecutorem, nescientem quid diceret, insignem protulit prophetiam. El que desprecia la virtud, porque la enseña el pecador, es malo aun en aquello que el malo es bueno. Para mí es condenación no vivir como escribo, y para vosotros es usura obrar lo que yo pierdo.




Prefación a los hombres mortales que por el gran Dios de los Ejércitos tienen la tutela de las gentes desde el solio de la majestad

Pontífice, emperador, reyes, príncipes: a vuestro cuidado, no a vuestro albedrío, encomendó las gentes Dios nuestro Señor; y en los estados, reinos y monarquías os dio trabajo y afán honroso, no vanidad ni descanso. Si el que os encomendó los pueblos os ha de tomar estrecha cuenta de ellos; si os hacéis dueños, con resabios de lobos; si os puso por padre, y os introducís en señores, -lo que pudo ser oficio y mérito hacéis culpa, y vuestra dignidad es vuestro crimen. Con las almas de Cristo os levantáis; a su sangre, a su ejemplo y a su doctrina hacéis desprecio: procesaros han por amotinados contra Dios, y seréis castigados por rebeldes. Adelantarse ha el castigo a vuestro fin; y despierta y prevenida en vuestra presunción la indignación de Dios, fabricará en vuestro castigo escarmiento a los porvenir.

Y con nombre de tiranía irá vuestra memoria disfamando por las edades vuestros huesos, y en las historias serviréis de ejemplo escandaloso.

Obedeced a la Sabiduría, que en abriendo la boca por Salomón, empezó a hablar con vosotros a gritos: Diligite justitiam, qui judicatis terram. Imitad a Cristo, y leyéndome a mí, oídle a él: pues hablo en este libro, y hablé en el pasado, con las plumas que le sirven de lenguas para sus alabanzas.





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ArribaAbajoCapítulo I

Quién pidió reyes, y por qué; quién y cómo se los concedió; qué derecho dejaron, y cuál admitieron


La descendencia y origen de los reyes en el pueblo de Dios ni fue noble ni legítima, pues tuvo por principio el cansarse de la majestad eterna y de su igualdad y justicia. Así lo dijo Dios a Samuel108: «No te han desechado a ti sino a mí, para que no reine sobre ellos». Pocos son, y menos valen las coronas, los cetros y los imperios para calificar a este oficio tan ruin linaje como el que tuvo. Para castigarlos les concedió lo que le pidieron. Eran, por ser pueblo de Dios y Dios su rey, diferentes de los demás. Tanto puede la imitación, que dejan a Dios y le descartan, por ser sujetos como las otras gentes. Dioles rey, y mandó a Samuel les dijese109: «Tomará vuestros hijos y los pondrá para que gobiernen sus carros, y los hará sus guardas de a caballo, etc.». Si mala fue la ocasión de pedir rey, peor fue el derecho de que dijo Dios usarían; y tan detestable, que mereció estas palabras: «Y clamaréis en aquel día delante del rey vuestro que elegisteis, y no os oirá Dios en aquel día, porque pedisteis rey para vosotros». Tan gran delito fue pedir rey, que mereció no sólo que se le diesen, sino también que no se le quitasen cuando padeciesen con lágrimas el derecho que les predijo. Este libro de Samuel pocos le han considerado (no hablo de sagrados expositores, que son luces de la Iglesia). A unos entretuvo la lisonja, a otros apartó el miedo; y para las cosas del gobierno del mundo es lo más, es el todo, bien ponderado al propósito. Considero yo que el derecho, de que dijo usarían los reyes, fue contrario en todo al que Dios   —102→   usaba con ellos. Y así por esta oposición como por las palabras referidas, mal algunos regaladores de las majestades dicen permitió Dios y concedió aquel derecho, que antes por detestable se le representa, y se le permite por castigo de que le despreciaron, a él en sus ministros, y no quisieron su gobierno en ellos.

Dice pues (pondérese aquí la oposición): «Os quitarán los hijos, y los harán servir en sus carros». Él hizo que los carros, y caballos y caballeros ahogados le sirviesen de triunfo; él hizo para ellos el mar carroza, y para el contrario sepulcro. «Hará que vayan delante de sus coches». Y él hacía que la luz de noche para guiarlos, y las nubes de día para defenderlos del calor, fuesen delante. «Hará que sean centuriones, y tribunos y gañanes, que aren sus campos y sean segadores de sus mieses, y herreros para forjarles sus armas y aderezarles sus carros». Él era para ellos capitán; y sus ángeles, y sus milagros, y sus favorecidos, y sus profetas tribunos y centuriones. Su voluntad fertilizaba los campos, y les daba las mieses que sembraban otros y cogían para sustento suyo. Él los daba en su nombre las armas, y en su virtud las victorias. «Hará que vuestras hijas le sirvan al regalo en la cocina y en el horno». Él mandaba que el cielo les amasase el maná, y en él les guisase todo el primor de los sabores. Hizo al viento su despensa, y que lloviese aves. Mandó que las peñas heridas con la vara sirviesen a su sed. Quiso, contra la nobleza de estos elementos, que hiciesen estos oficios postreros en todas las familias. «Quitaros ha vuestros campos, viñas y olivares, y todo lo que tuviéredes bueno, y lo dará a sus criados». Él los dio la tierra, y los campos que no tenían, y las viñas que con sus racimos dieron a los exploradores señas de su fertilidad; e hizo patrimonio suyo en sus prometimientos la mejor fecundidad del mundo. Él los quitó todo lo malo en la idolatría, y obstinación y cautiverios, y los dio todo lo bueno en su ley; quitó lo precioso de los señores, que lo tenían, para darlo a los que eran siervos suyos. «Las rentas de vuestras semillas y viñas llevará en diezmos para dar a sus eunucos y a sus esclavos». Él recibía los sacrificios, diezmos y oblaciones, no para henchir sus locos, sus truhanes, sus esclavos, sino para darlos multiplicados el humo y la harina en posesiones y glorias, y adelantarlos a todas las gentes con maravillas. «Vuestros criados y criadas, y vuestros mozos los mejores, y vuestras bestias, os los quitará para poner en sus obras». Él, que para ninguna obra ha menester más de su voluntad, no sólo no les quitaba los criados y bestias, antes por más favor con los portentos de su omnipotencia los excusaba del trabajo,   —103→   obrando por más noble modo. «Consumirá en décimas vuestros ganados, y seréis sus esclavos». Él se los multiplicaba, y tenía por hijos; y por esclavos a los que los perseguían y querían hacer siervos, como se vio en Faraón. Con ellos, como con hijos, obró las maravillas; por ellos en los tiranos ejecutó las plagas. ¿Quién podrá negar, por ciega secta que siga, por torpe que tenga el entendimiento, que este derecho de que Dios usaba con ellos era derecho de rey, de señor, de padre; y el otro de tiranos, de enemigos, de disipadores, de lobos? Tanto apetece en los dominios la novedad el pueblo, que no dejan uno y piden otro por elección, sino por enfermedad. Sea otro (dicen los siempre mal contentos), aunque no sea bueno, que por lo menos tendrá de bueno el ser otro. Dos cosas diferentes enseña esta doctrina: la una, que los reyes que usan de aquel derecho son persecución concedida a las demasías de los hombres. La otra consuela a los reyes que, imitando el derecho de Dios, se ven aborrecidos de sus vasallos; pues contra los deseos de vagabundos de la plebe, aun a Dios no le valió el serlo, como él lo dijo.

Veamos cómo se cumplió esto. El propio libro nos lo dice, donde el Espíritu Santo se encargó de lo más importante en estas materias. Fue Saúl el rey que Dios les dio. «Era Saúl hombre escogido y bueno, y ninguno de los hijos de Israel era mejor; llevaba a todos los demás, en la estatura, desde los hombros arriba». Era escogido, era bueno; ninguno de los hijos de Israel era mejor antes de reinar; después ninguno fue tan malo. Pocas bondades y pocas sabidurías aciertan a acompañarse de la majestad, sin descaminar el seso y distraer las virtudes. Venía Saúl a buscar unas bestias que se le habían perdido a su padre; y para hallarlas buscó al varón de Dios, consultó a Samuel, al que ve (éste era el nombre de los profetas). ¡Gran cosa, que para hallar bestias perdidas sigue a Samuel; y para gobernar el reino que le da Dios, desprecia al mismo profeta! Obedeciole en todo para cobrar los jumentos, y desobedeció a Dios para perderse así. Muy enfermizo es para la fragilidad humana el sumo poder; y si los que adolecen de sus demasías no se gobiernan con la dieta de los divinos preceptos, con el primer accidente están de peligro, y los aforismos de la verdad los dejan por desahuciados. Dijo a Saúl, en nombre de Dios, Samuel: «Ve, y destruye a Amalec, y asuela cuanto en ella hallares. Nada le perdones, ni codicies alguna de sus cosas; pasa a cuchillo desde el varón a la hembra, y el niño a los pechos de la madre; oveja, buey, camello y jumento». Enfermedad antigua es la inobediencia. Ésta en los primeros padres nos atesoró   —104→   la muerte; en su vigor tiene hoy la malicia: nada ha remitido del veneno en la vejez y los siglos. Fue Saúl a Amalec, destruyola; mas reservó para sacrificar a Dios lo mejor que le pareció. Mal de reyes, tomar los sacrificios por achaque, y la piedad y religión y a Dios, para eximirse de la obediencia. No falta sacrificio, aunque vosotros os hacéis desentendidos de él: obedeced a Dios, y sacrificareisle vuestra voluntad que repugna a esta obediencia; que es más copioso, más noble sacrificio que vacas y ovejas hurtadas a la puntualidad de sus mandatos. El profeta lo dice: «Mejor es la obediencia que el sacrificio». Dijo Samuel a Saúl: «Porque desechaste las palabras de Dios, te desechó Dios para que no seas rey». Y Dios, viendo a Samuel compadecido de Saúl, le dijo: «¿Hasta cuándo lloras tú a Saúl, habiéndole yo arrojado para que no reine en Israel?». Samuel le dice que ya no es rey Saúl; y Dios le dice a Samuel que ya echó a Saúl porque no reinase. Cierto es que ya no era rey Saúl, porque ninguno es rey más allá de donde lo merece ser. De esta deposición de Saúl, pasó a elegir otro rey. «Tomó Samuel el vaso de olio, y ungió a David en medio de sus hermanos; y desde aquel día se encaminó a David el espíritu de Dios». Ése es buen principio de reinar, seguro incontrastable de las acciones del príncipe. «El espíritu del Señor se apartó de Saúl, y atormentábalo por voluntad de Dios el espíritu malo». Allí acabó de ser rey donde empezó a dejar el espíritu de Dios; y allí empezó a ser reino del pecado, donde se apoderó de él el espíritu malo.

Estos espíritus hacen reyes, o los deshacen. Quien obedece al de Dios, es monarca: quien al espíritu malo, es condenado, no príncipe. «Dijeron los criados a Saúl: Ves aquí que el espíritu malo de Dios te enfurece. Mande nuestro señor, y los criados tuyos que están cerca de ti busquen un varón que sepa bailar con la cítara, para que cuando el espíritu malo de Dios te arrebatare, toque con sus manos, y lo pases más levemente». Aquí está de par en par el gran misterio de los príncipes y sus allegados, tan en público, que ninguna advertencia deja de tropezar en él: al encuentro sale a la vista más adormecida. Estos criados con los más príncipes y monarcas se acomodan; y parece andan remudando dueños por todas las edades. No hay monarquía que no ponga un amo: estos criados a Saúl sirvieron, y servirán a muchos. El primer acometimiento fue de predicadores, no de criados. Dijéronle: «Ves aquí que el espíritu malo de Dios te enfurece». ¿A qué más puede aventurarse el buen celo, no digo de un criado, de un predicador, de un profeta, que a decir a un rey que está endemoniado?   —105→   Mas como era maña y no celo, cansose presto. Dijéronle lo que padecía, lo que no podía negar, y que por eso iban seguros de su enojo. ¡Gran primor de los ministros, que aseguran su medra entreteniendo, no echando el demonio de su príncipe! Para tan grande mal, y tan superior, dijeron que por médico se buscase un bailarín, un músico; no que le sacase el espíritu, sólo que con la voz y las danzas le aliviase un poco. La medra de muchos criados es el demonio entretenido en el corazón de sus dueños. Sones y mudanzas recetan a quien ha menester conjuros y exorcismos. ¡Oh reyes! ¡Oh príncipes! Obedeced a Dios; porque si su espíritu os deja y el demonio se os apodera de las almas, los que os asisten os buscarán el divertimiento, y no la medicina; y el demonio, que está dentro, se multiplicará por tantos criados como están fuera.

Envió Saúl a decir a Isaí: «Esté David en mi presencia, que es agradable a mis ojos. Pues todas las veces que le arrebataba el espíritu malo de Dios a Saúl, David tomaba la cítara y la tocaba, y con el son se refocilaba Saúl y padecía menos, porque se apartaba de él el espíritu malo.» Los criados no querían sino música que le aliviase, no que apartase el espíritu malo de Saúl: mas como era David el que tañía (hombre tan al corazón de Dios), ahuyentábale y apartábale de Saúl. Con todo aprovechan los siervos de Dios a los reyes, y cualquiera ruido que hacen tiene fuerza de remedio. Al que sabe ser pastor, y desquijarar leones, y vencer gigantes, óiganle los reyes, aunque sea tañer; que eso les será grande provecho. Conócese la iniquidad del espíritu malo que poseía a Saúl, y cuán reprobadas determinaciones tienen los reyes que no obedecen a Dios y desprecian su espíritu; pues con tanto enojo quería alancear a David que apartaba de él el espíritu malo, y nunca se enojó con los criados que pretendían entretenerle en el corazón el demonio con músicas y danzas. Lanzas y enojo tienen a mano los reyes de mal espíritu para quien los libra de la perdición, y mercedes y honras para quien se la divierte, alarga y disculpa.

«Entrose el espíritu malo en Saúl: estaba sentado en su casa, y tenía una lanza; demás de esto David tañía con su mano. Procuró Saúl clavar a David en la pared con su lanza. Apartose David de la presencia de Saúl; y la lanza con golpe descaminado hirió la pared. David huyó, y se salvó aquella noche.» Tan bien se halla un rey maldito con el espíritu malo, que procura huya de él antes quien se le aparta, que el espíritu. Y es de considerar que los monarcas que arrojan lanzas a los varones de Dios, yerran el golpe y, como Saúl, dan en las   —106→   paredes de su casa, derriban su propia casa, asuelan su memoria con la ira que pretenden despedazar los varones de Dios. Véase aquí un ñudo, en nuestra vista, ciego; un laberinto, en nuestro entendimiento, confuso. Dijo el profeta a Saúl (como se ha referido), luego que dejó de obedecer a Dios en Amalec, que no era rey ya; díjoselo Dios a Samuel cuando lloraba por él; eligió a David por rey Dios, y ungiole el profeta. Y es cosa de gran maravilla que Saúl manda, y tiene cetro y corona, goza de la majestad y del palacio; y David, ya rey, padece cada día nuevas persecuciones, ocupado en huir, contento con los requisitos de la tierra y con las cuevas por alojamiento, sin séquito, ni otro caudal que un amigo solo.

¿Qué llama Dios ser rey? ¿Qué llama no serlo? Cláusulas son éstas de ceño desapacible para los príncipes, de gran consuelo para los vasallos, de suma reputación para su justicia, de inmensa mortificación para la hipocresía soberana de los hombres. Señor, la vida del oficio real se mide con la obediencia a los mandatos de Dios y con su imitación. Luego que Saúl trocó el espíritu de Dios bueno por el malo, y le fue inobediente, le conquistaron la alma, la traición, la ira, la codicia y la envidia, y en él no quedó cosa digna de rey. Quedole el reino: fue un azote coronado, que cumplía la palabra de Dios en la aflicción de aquéllos que pidieron rey y dejaron a Dios. Muchos entienden que reinan porque se ven con cetro, corona y púrpura (insignias de la majestad, y superficie delgada de aquel oficio); y siendo verdugos de sus imperios y provincias, los deja Dios el nombre y las ceremonias, para que conozcan las gentes que pidieron estas insignias para adorno de su calamidad y de su ruina. Saúl, a fuerza de calamidades y a persuasión de tormentos, lo llegó a conocer entre la envidia y el enojo, cuando oyendo cantar a las mujeres en el triunfo de la cabeza de Goliat: «Saúl derribó mil, y David diez mil», dice el texto sagrado, «se enojó demasiadamente Saúl, y le dio en cara esta alabanza, y dijo: A David dieron diez mil, y a mí me dieron mil, ¿qué le falta sino sólo el reino?». Conoció que era rey, y que merecía serlo, pues dijo que sólo le faltaba el reino. No conoció que se le difería Dios; porque por su dureza merecía que no le quitase en él la calamidad, ni le apresurase en David el remedio. A muchos, sin ser ya reyes, permite Dios el nombre y el puesto, porque sus maldades llenen el castigo de las gentes. Dejaron, Señor, como vemos, los hombres el gobierno de Dios: echáronle. Así lo dijo él, y también dijo: «En aquel día clamaréis delante de vuestro rey, que elegisteis; y no os oirá Dios   —107→   en aquel día.» Esto ha durado por tantas edades, y se ha cumplido; mas el propio Señor, condolido de nosotros, lo que dijo que no haría en aquel día del testamento viejo, lo hace en éste de la ley de gracia; y vino hecho hombre a tomar este reino, y dejó en San Pedro y sus sucesores su propia monarquía. Y porque allí dio para castigo el reino que pedimos, en este día nos mandó pedir en la oración, que nos enseñó, que viniese su reino; porque como a nuestro ruego vino la calamidad por su enojo, a nuestra petición vuelva el consuelo por su clemencia.




ArribaAbajoCapítulo II

Ni los ministros han de acriminar los delitos de los otros, queriendo en los castigos mostrar el amor que tienen al señor; ni el señor ha de enojarse con extremo rigor por cualquier desacato. (Luc., cap. 9.)


«Sucedió, cumpliéndose los días de su Asunción; y como afirmase su cara para ir a Jerusalén, y enviase mensajeros delante; y como yendo entrasen en la ciudad de los samaritanos para aposentarle, y no le recibiesen, porque su cara era de quien iba a Jerusalén; pues como lo viesen sus discípulos, Jacobo y Juan, dijeron: Maestro, ¿quieres que digamos que el fuego baje del cielo y los consuma, como hizo Elías? Y volviéndose, los reprendió y dijo: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas. Y fuéronse a otro castillo.»

Justo fue, y al juicio humano disculpado el sentimiento de Jacobo y Juan (aposentadores enviados por Cristo) de que los samaritanos no le quisieren dar posada; mas en la censura del mismo Cristo Jesús fueron dignos de reprensión gravísima, si no por el sentimiento, por el castigo que propusieron contra los descorteses, procurando bajase sobre ellos el fuego del cielo. El Dios y Hombre rey sólo previno en su Santísima Madre la posada de los nueve meses, y eso desde el principio. Aun para nacer no previno lugar; que sin desacomodar las bestias, fue su primera cuna un pesebre. Está hecho Dios a entrarse por las puertas de los hombres, y ellos a negarle sus casas. No admitir a Cristo, ya es fuego del infierno: no hace falta el del cielo para castigo. Más necesitaban de misericordia y de perdón, que de pena. No le falta castigo a la culpa que le merece. Quien no quiere recibir a Cristo, y le despide, y arroja de sí viniendo a él, ¿qué fuego le falta?, ¿qué condenación extrañará? Dije había sido gravísima la reprensión que dio   —108→   a estos dos grandes apóstoles y parientes suyos: probarelo. Las palabras fueron: «No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no vino a perder las almas, sino a salvarlas.» Dos veces reprendió Cristo a Diego y a Juan. Aquí les dice «que no saben de qué espíritu son»; y cuando pidieron las sillas, «que no saben lo que piden.» ¡Dichosos ministros, que sirven a rey, que si les dice que no saben, los enseña lo que han de saber, y que no entretiene en el amor y la privanza la reprensión de los que le sirven! No dijo: «No sabéis a quién servís, ni mi condición o piedad»; sino: «No sabéis de qué espíritu sois»; porque como quisieron imitar el espíritu de Elías en el mandar que descendiesen llamas del cielo, supiesen que el suyo era detener las del cielo, y apartar las del infierno. Y si bien el decirles «que no saben de qué espíritu son», fue advertencia severísima, no está en eso la ponderación mía del rigor: está con grande peso en decirles: «No vino el Hijo del hombre a perder las almas, sino a salvarlas.» Severas palabras, si nos acordamos que el demonio le dijo: «Jesús, hijo de David, ¿por qué viniste antes de tiempo a perdernos?». Y los santos ponderan por blasfemia del demonio el decir que Cristo vino a destruirlos y atormentarlos; porque destruir y atormentar es oficio del demonio, y de Cristo restaurar y dar salud.

Siguiendo esta doctrina San Pedro Crisólogo, Serm. 155, del rico que tenía fértil heredad, examinando el soliloquio interno de su avaricia en aquella pregunta: Quid faciam? «¿Qué haré?», dice: «¿Con quién hablaba éste? Algún otro tenía dentro de sí; porque el demonio, que le poseía, se había penetrado en sus entrañas: el que se entró en el corazón de Judas poseía lo retirado de su mente. Mas oigamos qué le responde el consejero interior. Destruiré mis trojes. Evidentemente se descubrió el que se escondía, porque siempre el enemigo empieza por destruir.»

Cristo rey sólo destruyó la muerte, muriendo; Mortem moriendo destruxit. Eso fue destruir la destrucción. Esto es lícito que destruyan los reyes que imitan a Cristo. Los que no le imitan, vivifican la destrucción, y destruyen las vidas viviendo. Bien se conoce si fue severa y gravísima reprensión decirles que no sabían que él no venía a perder y destruir, que es el oficio del demonio. Nadie ha de decir al rey que pierda y destruya (aunque lo autorice con ejemplos), que no oiga: «No sabéis a quien servís: no es mi oficio perder y destruir, sino salvar y dar remedio.» Perder y destruir es de espíritu de demonio, no de espíritu de rey. No puede negarse que no es doctrina bien endiosada. Castigar la culpa no   —109→   es lo mismo que destruir los delincuentes. Quien los destruye es desolación, no príncipe. Fácilmente se consultan en el mundo horribles castigos a delitos ajenos.

Uno de los grandes ejemplos que dejó Cristo nuestro señor a los reyes, fue éste; y ninguno más importante. Vuestra majestad le atienda con la católica piedad de su alma; porque en las culpas que exageran en otro los que asisten a los soberanos príncipes, cuando tocan en la reverencia y comodidad de sus personas, el consultar castigos enormes y sumos puede enfermar de lisonja, que a costa de otros ostente el amor grande y reverencia que ellos quieren persuadir que les tienen. A veces, soberano Señor, más se deben guardar los monarcas de los que tienen en su casa que de los que les niegan la suya. Los apóstoles, o algunos de ellos, se puede creer que vieron los tratantes y mohatreros vender en el templo, y hacer la casa de Cristo, de oración, cueva de ladrones; y no se lee que alguno le dijese que tomase el azote y los castigase, y Cristo lo hizo; y aquí le dicen que le tome, y no sólo lo niega, sino lo reprende. Enseñó el sumo Señor que se ha de usar del azote sin consulta para limpiar la propia casa de ladrones, y que se ha de suspender en las descortesías de la ajena. Diferente cosa es que los malos no dejen entrar a Cristo en su casa, o que los malos se entren en la de Cristo. ¡Gran rey, que no acertando tan divinos consejeros en lo que le consultan y en lo que le dejan de consultar, los enseña con lo que hace y deja de hacer!

La tolerancia muestra que los corazones de los reyes son de peso y sólidos. Al contrario, si cualquier chisme, en que se gasta poco aire, los arrebata y enfurece, ¿quién ignora que conserva, y restaura y corrige más la paciencia que el ímpetu? Si donde no acogen a Cristo se hubiera de aposentar vengativo el fuego del cielo, ¿cuántas almas ardieran? ¿Cuántos cuerpos fueran cenizas? En la boca del cuchillo y de la llama fuera alimento el vasallaje del mundo. Las culpas de la casa ajena todos las creemos; las de la propia las ven pocos, porque tienen sus ojos todas las vigas de sus techos. Es huésped Cristo en casa de Simón el leproso; y siéndolo, tiene asco de que Cristo admita mujer pecadora, y no de que le comunique su lepra. ¡Cuántos leprosos de conciencia quieren cerrar a todo el rey en su casa; y para que no le participen los que le buscan y tienen necesidad de él, los calumnian, y acusan y desacreditan! Quiso Simón que sola su lepra fuese favorecida; mas no se lo consintió Cristo. Muchos quieren que el rey asuele las casas de los otros; mas ninguno la suya, ni las de los suyos. Muchos pretenden que el rey sólo asista a su casa de tal   —110→   suerte que los demás no puedan entrar en ella. Nunca admitió Cristo de sus discípulos estas lisonjas de su comodidad, ni dejó de reprendérselas.

Testifícalo en la transfiguración San Pedro, cuando de piedra fundamental de edificio eterno se metió a maestro de obras, y le dijo: «Hagamos aquí tres tabernáculos: uno para ti, otro para Moisen, otro para Elías.» Y dice el Evangelista: «No sabía lo que decía.» Sospechosos deben ser a los reyes, Señor, los solícitos de su comodidad y descanso, pues su oficio es cuidado; más útil hallan en el trabajo que le excusan tomándole para sí, que en el descanso que le dejan para él. Esto es ponerse la corona que le quitan. Hurto es igualarse el criado con el señor; así le llama San Pablo: Non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo; entiéndese como hombre. «No trazó rapiña (esto es, hurto) ser igual a Dios.» ¿Qué será trazar de hacer siervo al señor, y serlo el criado? Esto severamente lo castigó Dios en el ángel y sus secuaces, y en el hombre y su descendencia. Con rigor castiga el pretender ser como él; con piedad el ser contra él. Luzbel pretendió aquello, y cayó para no levantarse. San Pablo le perseguía, y cayó para subir al tercero cielo. Mayor riesgo se conoce en la criatura que compite que en el enemigo que persigue. ¿Qué casa hay en que el rey no haya menester desvelar su atención? En la que le reciben, porque el dueño quiere cerrarle en ella para sí solo; en la que no le admiten porque los que le asisten quieren llueva fuego sobre ella; en la que le trazan en palacio, capaz para su séquito, y en gloria y descanso, porque le quieren retirar en las delicias del Tabor del oficio y trabajos, título y corona de rey que le aguardan en el Calvario. Empero el verdadero rey Cristo Jesús ni se divierte de su oficio, ni consiente que el amor tierno y santo de los suyos le divierta. Y por eso dice110: «Afirmó su cara hacia Jerusalén», donde había de padecer. Toda la salud del gobierno humano está en que los príncipes y monarcas afirmen su cara al lugar de su obligación; porque si dejan que las manos de los que se la tuercen la descaminen, mirarán con la codicia de sus dedos, y no con sus ojos. Aquel señor que, no queriendo imitar a Cristo, se deja gobernar totalmente por otro, no es señor, sino guante; pues sólo se mueve cuando y donde quiere la mano que se lo calza.



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ArribaAbajoCapítulo III

Cuán diferentes son las proposiciones que hace Cristo Jesús, rey de gloria, a los suyos, que las que hacen algunos reyes de la tierra; y cuánto les importa imitarle en ellas. (Joann., 6.)


Qui manducat meam carnem, etc. «Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el postrero día. De verdad mi carne es comida, y de verdad mi sangre es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre queda en mí, y yo en él. Muchos de los discípulos dijeron: Duro es este razonamiento: ¿quién le puede oír? Sabiendo Jesús en sí mismo que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza?».

Igualmente es importante y peligroso discurrir sobre estas palabras, que cierran el solo arbitrio eficaz para las dos vidas. Sea hazaña de la caridad, que venza al riesgo particular el útil común. Si las murmuraron oyéndoselas a Cristo los discípulos, ¿qué mucho que me las calumnien a mí los que no lo son, los que no quisieren serlo? «¿Esto os escandaliza?», les dijo. Lo mismo los diré, respondiendo con su pregunta. El mantener a los suyos y el sustentarlos es uno de los principales cuidados de los reyes. Por eso los llama Homero «pastores de los pueblos»; y lo que divinamente lo prueba es que Cristo, rey de gloria, dijo que era pastor111: «Yo soy buen pastor.» No solamente porque guarda sus ovejas de los lobos, sino porque da su vida por ellas; y no sólo por esto, sino porque las da su vida. Los demás las apacientan en los prados y dehesas; Cristo en sí mismo, y de sí: viviendo, las da vida con su palabra; muriendo, las apacienta con su carne y su sangre. «Es pastor y es pasto.»

Hablaba en este capítulo de su cuerpo sacramentado. Ofréceles pan de vida, pan que bajó del cielo, y en él vida eterna. Convídalos a sí mismo; es el señor del banquete en que es manjar el señor. Y si bien estas misteriosas palabras se entienden del santísimo sacramento de la Eucaristía, fértiles de sentidos y de doctrina y ejemplo, me ocasionan consideración piadosa de enseñanza para todos los príncipes de la tierra. Probaré lo que al principio propuse: que son muy diferentes las proposiciones que Dios hace a los suyos, de las que hacen a sus vasallos los reyes de la tierra. Cristo, rey, los dice que coman su carne y beban su sangre; que se lo   —112→   coman a él para vivir. Los más de los monarcas del mundo los dicen que han de comer sus pueblos como pan. No digo yo esto; dícelo David112: «¿Será que no lo sepan todos los que obran iniquidad y traigan mi pueblo como mantenimiento de pan?». El texto es coronado y sacrosanto, por ser de rey santo y profeta, y que con todas sus palabras prueba esta diferencia. Cristo Jesús dice a los suyos que le coman a él como pan: los que obran iniquidad dicen a los suyos que se los han de comer a ellos como pan. En Cristo el pan es velo de la mayor misericordia; en estotros demostración de la hambre más facinerosa. Noticia tuvo la Antigüedad de estos reyes comedores de pueblos. Homero lo refiere de Aquiles: éste príncipe de los mirmidones, y aquél de los poetas y filósofos. En el primero libro de la Ilíada trata de la grande peste que Apolo envió sobre el ejército de Agamenón, porque despreció a su sacerdote y le trató mal de palabra, amenazándole. Ya hemos visto a Dios castigar con pestilencias universales semejantes delitos y sacrilegios, sin culpa de la malicia de las estrellas, ni de la destemplanza del aire. Elegantemente lo dijo Simaco a los emperadores que despojaban las cosas sagradas, templos y sacerdotes113 «El fisco de los buenos príncipes no se aumente con los daños de los sacerdotes, sino con los despojos de los enemigos.» Y más abajo en la propia epístola: «Siguió a este hecho hambre pública; y la mies enferma engañó la esperanza de todas las provincias. No son de la tierra estos vicios. No achaquemos algo a las estrellas. El sacrilegio secó el año. Necesario fue que pereciese para todos lo que a las religiones se negaba.» ¿Quién será, Señor, el católico que quiera ser reprendido de Simaco con justicia, habiendo Simaco sido condenado por infiel de San Ambrosio y de Aurelio Prudencio? No se puede llamar digresión la que previene lo que se ha de referir. Por la causa dicha, enojado Aquiles con el rey Agamenón, entre otros muchos oprobios que le dijo, le llamó demovóros, que se interpreta «comedor de pueblos». Todo el verso de Homero dice: «Rey comedor de pueblos, porque reinas entre viles.» Dar por causa el reinar entre viles al ser el rey comedor de pueblos, mejor es dejar que lo entienda quien quisiere, que darlo a entender a quien no quisiere.

Que no sólo es rey uno por dar de comer a los suyos, Cristo lo enseñó literalmente cuando obró aquel abundante   —113→   y espléndido milagro en el desierto con la multiplicación de cinco panes y dos peces; pues la gente persuadida de la hartura le quisieron arrebatar y hacerle rey; y Cristo se ausentó porque no le hiciesen rey. Mas después que, instituyendo el santísimo sacramento del Altar, dio su carne por manjar y su sangre por bebida y le comieron los suyos, no negó que era rey, preguntándole los pontífices si lo era, y aceptó el título de rey. Claro está que los reyes de la tierra, que no pueden sacramentar sus cuerpos, no pueden imitar esta acción, dándose a sus vasallos por manjar; empero el mismo Dios y hombre, nuestro señor y rey eterno, los enseña cómo han de ser comidos de los suyos, con palabras de David que los enseñó; porque eran obradores de iniquidad, comiéndose a los suyos. Cuando echó del templo los que vendían palomas y ovejas, y trocaban dineros (acción realísima, ponderada por tal de los santos), dijo Cristo114: «El celo de tu casa me come», que son del vers. 10, del psalm. 68, todo misterioso de la pasión del Señor.

Con toda reverencia y celo leal a vuestra majestad y a Dios, os suplico, serenísimo, muy alto y muy poderoso Señor, consideréis que estas palabras amonestan a vuestra majestad que sea manjar del celo de la casa de Dios. Bien sé que este celo os digiere y os traga. Sois rey grande y católico, hijo del Santo, nieto del Prudente, biznieto del Invencible. No refiero a vuestra majestad esto porque ignore que lo hacéis, sino porque sepan todos a quién imitáis y obedecéis en hacerlo. Muchos habrá, forzoso es, que digan no hagáis lo que hacéis: haya quien diga lo que no queréis dejar de hacer. La casa de Dios, Señor, es su templo, su iglesia, la congregación de sus fieles, sus creyentes. Vuestra majestad es el mayor hijo de la Iglesia romana: cuanto más obediente, monarca glorioso de los católicos, pueblo verdaderamente fiel. La monarquía de vuestra majestad ni el día ni la noche la limitan: el sol se pone viéndola, y viéndola nace en el Nuevo Mundo. Mirad, Señor, de cuánto celo ha de ser manjar vuestra persona y vuestro cuidado y vuestra justicia y misericordia; cuán lejos ha de estar de vuestra majestad el comer vasallos y pueblos; pues antes ellos os han de comer. Son muy dignas de ponderación aquellas palabras de David, que tanto he repetido: «¿No lo sabrán, todos los que obran maldad, que engullen mi pueblo como manjar de pan?». Señor, el pan es un pasto de tal condición, que nada puede comerse sin él; y cuando sobra todo, si falta pan, no se   —114→   puede comer nada; y se desmaya la gente, y la hambre es mortal y sin consuelo, por haber acostumbrádose la naturaleza a no comer algo sin pan. Los tiranos que ha habido, los demonios políticos que han poblado de infierno las repúblicas, han acostumbrado a los príncipes a no comer nada sin comerlo con vasallos. Todo lo guisan con sangre de pueblos: hacen las repúblicas pan, que necesariamente acompaña todas las viandas. Esto dijo David a los reyes, como rey que sabía «que los que obran iniquidad» los alimentan de sus mismos súbditos. Y no se puede dudar que cualquiera que sustenta al señor con la sangre de sus vasallos, no es menos cruel que sería el que sustentase un hambriento dándole a comer sus mismos miembros y entrañas, pues con lo que le mata la hambre, le mata la vida.

¡Oh señor!, perdóneme vuestra majestad este grito, que más decentes son en los oídos de los reyes lamentos que alabanzas. Si lo que es precio de sangre en la venta que se llaman de otra manera, cuántas posesiones, cuándo Judas se llama Acheldemach115, ¿cuántos edificios, cuántos patrimonios, cuántos estados, cuántas fiestas son Acheldemach, y se deben a los peregrinos por sepultura? Los arbitrios de Cristo rey para socorrer a los suyos, son a su costa, cargan sobre su carne y su sangre, sobre su vida y su muerte. Quien quita de todos los suyos con los arbitrios, para defenderlos del enemigo, hace por defensa lo que el contrario hiciera por despojo. De que se colige que el señor que tiene necesidad de los suyos, no es señor, sino necesitado. Por esto David rey116 exclama: «Dije al Señor, tú eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes.»




ArribaAbajoCapítulo IV

Las señas ciertas del verdadero rey. (Luc., 7; Matth., 11.)


Cum autem venissent ad eum, etc. «Como los varones viniesen a él, dijeron: Juan Bautista nos envía a ti, diciendo: ¿Eres tú el que has de venir, o esperamos a otro? En la misma hora curó muchos de sus enfermedades y llagas y espíritus malos, y a muchos ciegos dio vista. Y respondiendo Jesús, los dijo: Idos, y decidle a Juan lo que visteis y oísteis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos guarecen, los sordos oyen, los muertos resucitan.»

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Estas palabras de los evangelistas son las verdaderas y solas señas de cómo y cuáles deben ser los reyes; no de cómo lo son algunos, que eso lo escribió Salustio en la Guerra de Yugurta, con estas palabras: Nam impune quaelibet facere, id est regem esse: «Porque hacer cualquier cosa sin temer castigo, eso es ser rey.» Puede ser que el poder soberano obre cualquier cosa sin temer castigo; mas no que si obra mal, no le merezca. Y entonces la conciencia con mudos pasos le penetra en los retiramientos del alma los verdugos y los tormentos (que divertido ve ejercitar en otros por su mandado), los cuchillos y los lazos. Si conociese que es la misma estratagema de la divina justicia mostrarle los verdugos en el cadalso del ajusticiado, que la que usa el verdugo con el que degüella, clavándole un cuchillo donde le vea, para hacer su oficio con otro que le esconde, sin duda tendría más susto, menos seguridad y confianza. Bien entendió David esta verdad; pues siendo rey que podía hacer, sin temer castigo de otro hombre, cualquier cosa, y que lo ejercitó en un homicidio y un adulterio, y en mandar contar su pueblo, no hubo pecado, cuando se vio en manos de los más rigurosos verdugos, y en el potro de su conciencia daba gritos, diciendo117: «A ti solo pequé, e hice mal delante de ti.» Había el Rey pecado contra Urías, quitándole su mujer; y contra la mujer, dando muerte a su marido; y violo el ejército y súpolo todo su pueblo, y dice: «Pequé sólo a ti, y delante de ti hice mal.» Bien considerado, el Rey profeta dijo toda la verdad que le pedían las vueltas de cuerda que le daban. «Señor, yo soy rey, y si bien pequé contra Betsabé y Urías, y delante de todos, como el uno ni el otro, ni mis súbditos podían castigar mis delitos, digo que pequé a ti sólo, que sólo puedes castigarme, y delante de ti.» Extrañarán los poderosos del mundo que yo les represente un rey tendido en el potro, y dando voces. Sea testigo el mismo rey, óiganlo de su boca118: «Porque tus saetas en mí están clavadas, y descargaste sobre mí tu mano. No hay sanidad en mi carne delante de la cara de tu ira: no tienen paz mis huesos delante de la cara de mis pecados.» Él mismo dice que los cordeles se le entran por la carne y le quiebran los huesos. Y en el vers. 19, para que aflojen las vueltas, promete declarar: Iniquitatem meam anuntiabo. «Confesaré la iniquidad mía.» Lo mismo es que «Yo diré la verdad.» De manera que si los que reinan creen a Salustio, que su grandeza está en poder hacer lo que quisieren, sin   —116→   castigo, David rey los desengaña, y sus propias conciencias. Ha sido necesario declararlos primero el riesgo y castigos que ignoran en reinar como quieren, para enseñarlos a reinar como deben con el ejemplo de Cristo Jesús.

Envió San Juan sus mensajeros a Cristo, que le preguntasen «si era el que había de venir, el que esperaban, el Mesías prometido, el rey Dios y hombre». Bien sabía San Juan que era Jesús el prometido, y que no había que esperar a otro: no aguardó a nacer para declararlo. ¿Por qué, pues, manda a sus discípulos el Precursor santísimo que de su parte le pregunten a Cristo lo que él sabía? La materia fue la más grave que dispuso el padre eterno, y que obró el Espíritu Santo, y que ejecutó el amor del Hijo. Tratábase de dar a entender al mundo con demostración que Jesús era hombre y Dios, el rey ungido que prometieron los profetas. Quiso que su pregunta enseñase con la respuesta de Cristo lo que no podía tener igual autoridad en sus palabras. Literalmente lo probaré con el texto sagrado. Preguntaron a Jesús «¿si era el prometido, el que había de venir?». Y Cristo respondió con obras sin palabras; pues luego resucitó muertos, dio vista a ciegos, pies a tullidos, habla a los mudos, salud a los enfermos, libertad a los poseídos del demonio. Y después dijo: «Id, y diréis a Juan que los muertos resucitan, los ciegos ven, los mudos hablan, los tullidos andan, los enfermos guarecen.» Quien a todos da y a nadie quita; quien a todos da lo que les falta; quien a todos da lo que han menester y desean ése rey es, ése es el Prometido, es el que se espera, y con él no hay más que esperar. Pobladas están de coronas y cetros estas acciones. No dijo: «Yo soy rey»; sino mostrose rey. No dijo: «Yo soy el Prometido»; sino cumplió lo prometido. No dijo: «No hay que esperar a otro»; sino obró de suerte, que no dejó que esperar de otro.

Sacra, católica, real majestad, bien puede alguno mostrar encendido su cabello en corona ardiente en diamantes, y mostrar inflamada su persona con vestidura, no sólo teñida, sino embriagada con repetidos hervores de la púrpura; y ostentar soberbio el cetro con el peso del oro, y dificultarse a la vista remontado en trono desvanecido, y atemorizar su habitación con las amenazas bien armadas de su guarda: llamarse rey, y firmarse rey; mas serlo y merecer serlo, si no imita a Cristo en dar a todos lo que les falta, no es posible, Señor. Lo contrario más es ofender que reinar. Quien os dijere que vos no podéis hacer estos milagros, dar vista y pies, y vida, y salud, y resurrección y libertad de opresión de malos   —117→   espíritus, ése os quiere ciego, y tullido, y muerto, y enfermo y poseído de su mal espíritu. Verdad es que no podéis, Señor, obrar aquellos milagros; mas también lo es que podéis imitar sus efectos. Obligado estáis a la imitación de Cristo.

Si os descubrís donde os vea el que no dejan que pueda veros, ¿no le dais vista? Si dais entrada al que necesitando de ella se la negaban, ¿no le dais pies y pasos? Si oyendo a los vasallos, a quien tenía oprimido el mal espíritu de los codiciosos, los remediáis, ¿no les dais libertad de tan mal demonio? Si oís al que la venganza y el odio tienen condenado al cuchillo o al cordel, y le hacéis justicia, ¿no resucitáis un muerto? Si os mostráis padre de los huérfanos y de las viudas, que son mudos, y para quien todos son mudos, ¿no les dais voz y palabras? Si socorriendo los pobres, y disponiendo la abundancia con la blandura del gobierno, estorbáis la hambre y la peste, y en una y otra todas las enfermedades, ¿no sanáis los enfermos? Pues ¿cómo, Señor, estos malsines de la doctrina de Cristo os desacreditarán los milagros de esta imitación, que sola os puede hacer rey verdaderamente, y pasar la majestad de los cortos límites del nombre? Por esto, soberano Señor, dijo Cristo: «Mayor testimonio tengo que Juan Bautista, porque las obras que hago dan testimonio de mí.» Y reconociendo esto San Juan, no dijo lo que sabía, sino mandó a sus discípulos le preguntasen «quién era», para que respondiendo sus obras, viese el mundo mayor testimonio que el suyo.

Pues si no puede ser buen rey (imitador del verdadero Rey de los reyes) el que no diere a los suyos salud, vida, ojos, lengua, pies y libertad, ¿qué será el que les quitare todo esto? Será sin duda mal espíritu, enfermedad, ceguera y muerte. Considere vuestra majestad si los que os apartan de hacer estos milagros quieren ellos solos veros y que los veáis, acompañaros siempre; que no habléis con otros, y que otros no os hablen; que no obréis salud y vida y libertad, sino con ellos: y sin otra advertencia conoceréis que os ciegan, y os enferman, y os tullen y os enmudecen; y os hallaréis obseso de malos espíritus vos, cuyo oficio es obrar en todos los vuestros lo contrario. Insensatos electores de imperios son los nueve meses. Quien debe la majestad a las anticipaciones del parto y a la primera impaciencia del vientre, mucho hace si se acuerda, para vivir como rey, de que nació como hombre. Pocos tienen por grandeza ser reyes por el grito de la comadre. Pocos, aun siendo tiranos, se atribuyen a la naturaleza: todos lo hacen deuda a sus méritos. Dichoso es quien nace para ser rey, si   —118→   reinando merece serlo; y no se merece sino con la imitación de las obras con que Cristo respondió que era rey. El angélico doctor Santo Tomás, en el Opúsculo de la enseñanza del príncipe, dice que si los monarcas, que están en la mayor altura y encima de todos, no son como el fieltro, que defiende de las inclemencias del tiempo al que le lleva encima, son como las inclemencias, diluvios y piedra sobre las espigas que cogen debajo. Lleva el vasallo el peso del rey a cuestas como las armas, para que le defienda, no para que le hunda. Justo es que recompense defendiendo el ser llevado y el ser carga.




ArribaAbajoCapítulo V

Las costumbres de los palacios y de los malos ministros; y lo que padece el rey en ellos, y con ellos. (Matth., cap. 26; Luc., 22.)


Et viri qui tenebant eum, etc. «Y los varones que le tenían se burlaban de él. Entonces le escupieron en la cara: cubriéronle dándole pescozones. Otros le dieron bofetadas, y le preguntaban diciendo: Cristo, profetízanos quién es el que te dio. Y los ministros le herían con piedras, y decían otras muchas cosas, blasfemando contra él».

Del texto sagrado consta que ataron a Cristo para llevarle a palacio; y que en tanto que anduvo en palacio, anduvo atado y arrastrado de unos ministros a otros. Lazos y prisiones llevan al justo a tales puestos, y preso y ligado vive en ellos. Hasta el fuego de los palacios es tal que San Pedro, que en el frío de la noche se encendió en la campaña contra los soldados, calentándose al fuego de la casa de Caifás, se heló de manera que negó tres veces a Cristo. No se acordó, negándole, de que le había dicho él mismo que le negaría tres veces; y acordose en cantando el gallo; porque en palacio se acuerdan antes de las señas del pecado cometido, que de la advertencia para no cometerle. Esta circunstancia de su negación, con la negación, llorando amargamente bautizó con lágrimas San Pedro. Hemos dicho de los que entran; digamos de los príncipes que le habitaban. Uno y el primero fue Anás, el que dio el consejo de «que convenía que uno muriese por el pueblo». Éste le preguntó de su doctrina y de sus discípulos. Cristo nuestro Señor, que predicando había dicho: «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?», y en otra parte: «Yo soy camino, verdad y vidas»; viéndose preguntado por juez en tribunal, quiso responder (como dicen) derechamente,   —119→   y dijo: «Siempre hablé al mundo claramente; siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, donde se juntan todos los judíos; y en secreto nada he hablado. ¿Para qué me examinas a mí? Examina a aquéllos que oyeron lo que yo les dije: estos saben lo que yo les he hablado». Calumnia el mal juez al Hijo de Dios; y porque él le dice que examine testigos y le fulmine el proceso, lo que jurídicamente debía mandar, consiente que un sacrílego que le asistía le dé un bofetón, diciendo: «¿Así respondes al pontífice?». No es nuevo que príncipes tales, cuando no hallan delito en el acusado, castiguen por delito la advertencia justificada. Responde Cristo al que le dio el bofetón: «Si hablé mal, testifica en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?».

Señor, divino y grande ejemplo nos dio Cristo Jesús, en estas palabras, del respeto que en público se debe tener a los supremos ministros. Grandes injurias habían dicho a Cristo los judíos, escribas y fariseos, llamándole comedor y endemoniado y otras cosas tales, y a ninguna respondió; sólo a decirle que en público y en la audiencia había hablado mal al que presidía, con ser Anás y un demonio, defendió su santísima inocencia. Si esto considerasen los que adquieren aplausos facinerosos del pueblo con reprender en su cara y en público descortésmente a los reyes, su doctrina daría fruto, y no escándalo.

«De la casa de este perverso le llevaron atado a la de Caifás, donde el príncipe de los sacerdotes y todo el concilio solicitaban hallar un falso testimonio contra Jesús para entregarle a la muerte; y no le hallaron, con haber venido muchos testigos falsos». Esta ocupación tan detestable de buscar testigos falsos todo un concilio, se lee en el sagrado evangelio, para advertir a los reyes de la tierra puede haber tribunales que hagan lo mismo. Consta que fueron peores los jueces que los testigos falsos; pues en todos ellos no hubo alguno que no solicitase el falso testimonio; y en muchos testigos falsos no hubo uno que lo supiese ser. Lo que resultó fue que el mal pontífice, a falta de falsos testigos, fuese testigo falso. Conjuró a Cristo por Dios vivo para que le respondiese. Respondiole Cristo palabras de verdad y de vida; y en oyéndolas se rasgó la vestidura, diciendo había blasfemado. Ved, Señor, cuán poco hay que fiar en ver a un ministro con la toga hecha pedazos. Rompió su vestido para romper las leyes divinas y humanas. Hizo pedazos su ropa para hacer pedazos la sacrosanta humanidad de Cristo. «¿Qué necesidad tenemos de testigos?», dijo. Respondido se está que ninguna, donde el juez es juntamente testigo falso y falso testimonio.

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Después de haber discurrido en las costumbres de estos palacios y príncipes que en ellos habitaban, lleguemos a lo principal de este capítulo, y veremos cómo le fue en ellos a Cristo Jesús. Hicieron burla de él, tapáronle los ojos, escupiéronle, dábanle bofetadas en la cara, y decíanle adivinase quién le daba.

Este tratamiento hacen, Señor, los judíos a los reyes que cogen entre manos. Y pues le hicieron a su rey, ¿a cuál perdonarán? Si algo hacen de sus reyes, es burla: abren sus bocas para escupirlos; tápanles los ojos porque no vean. Si les dan, son afrentas y bofetadas: quítanles la vista, y dícenles que adivinen. Tienen ojos, y no profecía: prívanlos de lo que tienen, y dícenlos que se valgan de lo que no tienen. En Cristo nuestro Señor no les salió bien esta treta; que si le escupieron fue, como dicen, escupir al cielo, que cae en la cara del que escupe. Tapáronle los ojos, mas no la vista, que penetra todas las profundidades del infierno, sin que pueda embarazárselos la tiniebla y noche que le cubre. Danle, y dicen que adivine quién le da. Ni ha menester profetizar quién le da quien sabía quién le había de dar. Habían visto en la mujer enferma de flujo de sangre, que sin verla sabía quién le tocaba en la orla de la vestidura; y se persuaden no sabrá quién le da bofetadas en la cara. Bien se conoce que los judíos son los ciegos. El peligro, Señor, está en los reyes de la tierra, que si se dejan cegar y tapar los ojos, no adivinan quién los escupe, y los ciega y los afrenta. No ven: no pueden adivinar; y así gobiernan a tiento, reinan sin luz, y viven a oscuras. Todos los malos ministros son discípulos de estos judíos con sus príncipes; y por desfigurarse las señales de sayones y no serlo letra por letra, -como aquéllos cubrieron a Cristo los ojos, y le daban, y le decían adivinase quién le daba, éstos ciegan a sus reyes y les quitan, y les dicen que adivinen quién se lo quita; que no es otra cosa sino hacer burla de ellos, y querer no sólo que no cobren, sino que sólo sepan que les quitan, y que son ciegos, y que no son profetas; y saber los que los ciegan que ellos no pueden saber quién son; con que se atreven a preguntarlos por sí mismos, que no es la menor burla y afrenta. Remediáranse los príncipes que padecen esta enfermedad postiza, si vieran que no veían; mas como aun esto ni lo sienten ni ven, no echan las manos a la venda que los ciega, y la rompen y despedazan; antes persuadidos de la adulación presumen de la profecía, profetizando como Caifás sin saber lo que se profetizan, a costa del justo y de la sangre inocente. No hay hacerlos ver al que los ciega. Señor, nadie ve las cataratas que le quitan la vista, ni las nubes que le son tempestad en los ojos. No se   —121→   han de persuadir los reyes que no están ciegos, porque no tienen tapados los ojos, porque no tienen nubes ni cataratas. Hay muchas diferencias de mal de ojos en los reyes. Quien les aparta o esconde lo que convenía que viesen, los ciega. Quien les aparta la vista de su obligación, les sirve de cataratas. Quien no quiere que miren y vean a otro sino a él, les sirve de venda que les cubre los ojos para todos los otros. Éste les hace el cetro bordón, y ellos tientan y no gobiernan.