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ArribaAbajoCapítulo II

En busca de hombres5


El orador habla en propio nombre, como Joaquín Costa, republicano, al igual de los demás concurrentes al mitin, y en voz de asociaciones neutras que le han conferido expresamente su representación.

Después de un exordio, muy aplaudido, en que encarece este movimiento de desperezo del país, considerándolo como el anuncio de que los muros de la Jericó de la Plaza de Oriente van á caer muy pronto y de que el último acto de la gran tragedia nacional desenlazada en Cavite y Santiago de Cuba va á producir por fin, siquiera con cinco años de retraso, sus lógicas y naturales consecuencias vino d decir lo siguiente:

Nosotros no venimos aquí en busca de República por la República precisamente; no tampoco en busca de leyes, nuevas ni viejas, en que no tenemos fe ninguna: venimos principalmente en busca de hombres. En busca de un Thiers, de un Gambetta, de un Carnot; en busca de hombres por cuyas venas corra sangre caliente, que levanten á España del cieno de Sedán.

¡Cómo! querrá acaso decirme alguno de vosotros: ¿hombres de carne, por cuyas venas corra sangre? ¿Por ventura los otros no la tienen? ¡No! España no ha conocido nunca en el Gobierno más que hombres de goma, hombres de cauchú, por cuyas venas no corre sino tinta de la Gaceta . ¿Cómo, si no, habría podido caer una nación de tanta base y consistencia como España? (Aplausos.)

Y venimos en busca de tales hombres, porque el redimir al español, el hacer la revolución de arriba de que esa redención depende, pide sangre, mucha sangre: no sangre arrancada en forma de sudor, de tributo, de suplicio ó de cárcel á los gobernados; sangre brotada á raudales, á torrentes, á ríos del corazón del gobernante, cual de otro Cristo en la cruz, para redimir al español, á la nación, á la raza; que le comunique aquella aptitud que el gobernante español no ha poseído nunca, la aptitud de indignarse ante las injusticias hechas á los gobernados, sintiéndolas como propias; que le alimente y le avive la memoria de aquellos 100.000 españoles asesinados en Cuba, de quienes nos hemos ya olvidado infamemente (Aplausos.), y que en su agonía habrían escupido á la bandera si hubiesen podido sospechar que ibamos á seguir sufriendo cobardemente en el Gobierno á los asesinos (Grandes aplausos.); gobernante con entrañas, que sepa llorar con el pueblo, y arrodillarse ante él, y pedirle perdón, perdón para nosotros, perdón para las clases directoras, que se han conducido con él peor que hace dos mil años bajo la ley de Júpiter (Aplausos.), y lo estreche con brazo amoroso y blando, apretándolo contra su corazón, enjugando sus lágrimas y derramando en sus oídos una palabra de consuelo; que reduzca casi entera la gobernación, que consagre casi entero el presupuesto, siquiera no sea más que por una razón de compensación, á aquello que es propio del pueblo: á la escuela de niños y á la escuela de gañanes y artesanos, que son toda su ciencia, al camino vecinal, que es todo su ferrocarril, á la justicia municipal, que es todo su poder judicial, al canal y al pantano, que son toda su despensa, á las instituciones de previsión, que son toda su viudedad y toda su orfandad y todo su seguro, á la higienización de sus viviendas y de sus calles, que son toda su España y todo su mundo; que abata la soberbia de sus opresores; que recorra la Península, como en una visión apocalíptica, blandiendo su maza de hierro para limpiar la tierra de monstruos, para extirpar la vieja monarquía absoluta, refugiada en los caciques y oligarcas y en sus miserables instrumentos, siguiéndolos hasta lo más oculto de sus madrigueras y sacándolos á la luz para aplastarlos como alimañas ó mandarlos á Ceuta, hasta que rebose la ciudad y rebose el campo y traspase la línea, y aquella inundación de chaquetas, de levitas y togas criminales invada las kabilas fronterizas, de donde las expulsen á tiros los moros para que no infesten sus turbulentos pero honrados aduares. (Grandes y prolongados aplausos.)

Si la República no ha de venir para esto; si ha de ser una República fría, estirada, de Gaceta y de tiquis miquis, con hombres de goma, que tengan miedo de constiparse ó de descarrilar si salen todas las semanas en el tren para echar la red barredera por el país, que vivan amarrados á su poltrona ministerial por el pelo de la libertad, por el escrúpulo de la Constitución, por la música del habeas corpus; si no ha de ser una República con alma, con sangre, con coraje, verdadero salto del tapón para el pueblo... francamente, señores, es preferible que no venga la República. (Grandes aplausos.)




La monarquía, autora; y los republicanos, cómplices

Antes de decidirse mis amigos neutrales, así aragoneses como andaluces, á mirar el cambio de régimen político y la renovación del espíritu y ambiente republicano como medios necesarios para que la revolución de arriba se lleve á cabo y España y el español se salven, han principiado por residenciar lo existente, juzgándolo con aquel criterio positivo y experimental que recomendaba Jesús: «por sus frutos los conoceréis». ¿Qué ha hecho la monarquía? ¿qué han hecho sus hombres?

Y la respuesta se la ha dado el Sr. Silvela; se la ha dado el Sr. Maura; se la ha dado el Sr. Sánchez de Toca. España, han dicho los tres en diversa ocasión, es un país sin constituir: no hay ayuntamientos, no hay diputaciones, no hay comicios, no hay electores ni elecciones, no hay Cortes, no hay ejército, no hay escuelas, no hay tribunales, no hay Consejo de Estado, no hay partidos, no hay instituciones parlamentarias, no hay libertades públicas; pueblo analfabeto, sociedad humana que no toma parte en los progresos de la ciencia; que no explora, que no inventa...; todo es apariencia; ¡no hay nación! Ahí tenéis, por propia confesión de los monárquicos, lo que la monarquía ha hecho en España. (Aplausos.) Pero... (hoy es día de confesiones, que de otro modo fuera imposible hacer propósitos de enmienda, y habéis de sufrirme que lo diga), ha hecho eso la monarquía, porque se lo han dejado hacer con sus divisiones los republicanos, cómplices por ello en la trágica caída de la patria. (Aprobación.) Treinta años han estado los republicanos con su desunión y sus adjetivos y cabecillismo haciendo la causa de la monarquía; y treinta años han estado los monárquicos, con su inacción, con su incapacidad ó su impotencia constitucional dando la razón á la República; y entre monárquicos y republicanos se ha encontrado cogida, como entre las dos piedras de un molino, nuestra madre España para ir á caer, triturada y deshecha, en las aguas de Cavite y Santiago de Cuba. (Grandes aplausos.)

Nos ha sucedido en esto lo que hace veintidós siglos á nuestros progenitores los iberos. Un autor griego que escribió pocos años después de la muerte de Jesucristo, el gran geógrafo Estrabón, decía con referencia á las gentes peninsulares que nunca Roma habría podido señorear nuestra Península y hacerla territorio colonial suyo, si hubiesen aquéllas unido sus armas para rechazarla; pero que el presuntuoso orgullo de que todas adolecían les impidió formar una liga ó confederación, que habría sido poderosísima, y así pudo Roma acometerlas separadamente, tribu por tribu, y vencerlas una á una, hasta reducirlas todas á su obediencia. Pues ahora, los iberos han sido los republicanos: todos allí se creían ser unos Viriatos; todos aquí se creían unos Castelares: las pueriles ansias de jefatura, la consiguiente incompatibilidad de unos con otros en los componentes de la plana mayor ibera, dió el triunfo á los legionarios de Roma sobre Hispania; y esa misma falta de espíritu, esa misma desunión en la plana mayor republicana, han dado el triunfo á los augústulos de la casa de Borbón sobre el pueblo español. En vez de levantar la dinastía una estatua á Cánovas restaurador, debería levantársela á Pandora republicana, que ha sido desde 1874 la verdadera nodriza y sustentadora del trono.

Ahora, el transcurso de esos treinta años, las menguas y quebrantos y retrocesos sufridos durante ese período, hacen que el advenimiento de la República y la reforma «del partido interior» sean urgentísimos; tan urgentes, que acaso sean ya tardíos para el efecto de reconstituir la personalidad de la nación y asegurarle la existencia.




La continuación del «statu quo» está anulando la virtud redentora de la República

Fundamentalmente, dos cosas hacen inaplazable la sustitución del régimen imperante por el que este mitin y sus congéneres de la misma hora representan: 1.º Que cada año nuevo que pasa se lleva alguno de los hombres con que el partido cuenta para adoctrinar y dirigir la República. 2.º Que cada año nuevo que pasa se lleva una posibilidad de que la República llegue á tiempo de cumplir su misión histórica: la misión de rehacer á España.

Me explicaré con ejemplos, y me atrevo á solicitar la atención de ustedes por la inmensa trascendencia de la tesis.

Si hace treinta años, ó hace veinticinco, ó aun veinte, hubieran sido ministros los Sres. Pi y Margall, Labra, Pedregal, Carvajal, Gabriel Rodríguez, Azcárate, Salmerón, Simarro, González Serrano, etc., se habrían llevado á cabo la reforma económica y la reforma política en Cuba y Filipinas, cada una á su manera; y así las Filipinas como las Antillas seguirían siendo españolas, y españoles los 2.000 millones que hemos disipado locamente en humo y con los cuales habríamos tenido bastante para regenerar la nación, cuando acaso era aún regenerable, y españolas las dos escuadras, principio y esperanza de una marina militar, y estarían vivos los 100.000 hombres arrancados criminalmente al arado y al taller y sepultados en el Océano y en la manigua, y viva é incólume aquella reputación militar y aquella fama de bravura que nos hacía veces de infantería y de caballería. Pero no hubo República, no hubo reformas á tiempo, fueron ministros otros; y cuando el régimen actual acabe, se encontrarán los Gobiernos republicanos sin las colonias antiguas, que ya no se pueden rescatar; sin territorios nuevos, que no se han adquirido y que no se pueden ya adquirir, porque todo el planeta está ocupado; sin marina de guerra, que no puede improvisarse, y para la cual, en todo caso, nos faltan los recursos, y con una bandera desprestigiada, convertida en mustio y desteñido guiñapo. Es decir, los Gobiernos republicanos se encontrarán sin base, la más mínima, para una política exterior decente, que no sea de comparsas ó de protegidos; y cuando España padezca las consecuencias, que no se harán esperar, todavía habéis de ver á los culpables de ellas, á los exministros de la monarquía caída, echárselas en cara á los nuestros, achacándolas á inhabilidad ó mala fortuna de parte suya, si tal vez no á vicio substancial del régimen republicano. (Aplausos.) Como veis, señores, al menos para esto llega ya tarde la República.

Otro ejemplo: Si hubiesen formado el Ministerio Salmerón, Francisco Giner, Azcárate, Benot, Ruiz Zorrilla, Pi y Margall, Alfredo Calderón, Melquiades Álvarez, Dorado Montero, Palma, José Fernando González, Piernas Hurtado, Cossío, Buylla, Posada, etc., etc., habrían dado satisfacción año tras año, reposadamente, meditadamente, á las reivindicaciones, harto legítimas, de las clases trabajadoras, así del campo como del taller, de la fábrica y de la mina; habrían recibido un gran impulso, de un lado, la legislación social, de otro el fomento de la producción y el abaratamiento de la vida; y no habrían cobrado tan formidable incremento el socialismo y el anarquismo, que harán sumamente difícil gobernar, porque organizados ya é irritados por la inutilidad de la queja, por la persistencia de la injusticia, por la tardanza del remedio, será imposible desarmarlos en breve espacio, como se les habría desarmado con treinta años de reformas graduales, que los partidos dinásticos han dejado sin hacer; y cuando el orden interior se resienta, todavía habéis de ver á los gobernantes de esos treinta años, que tan cómodamente han usufructuado la nación, achacar el desorden á vicios de la República ó á torpeza ó impopularidad de sus ministros, con ser exclusiva culpa de la monarquía. (Aplausos.)

Pues bien; eso que ha sucedido en los dos casos de mi ejemplo, está sucediendo con todo lo demás: revolución en los Presupuestos, saneamiento de la moneda, reforma y difusión de la enseñanza, transformación de los cultivos, la repoblación forestal, la instrucción técnica, el abaratamiento de la vida, la higienización de las poblaciones, el crédito territorial, las vías de comunicación, la constitución de un poder judicial, la represión del caciquismo: -todo, todo viene en retraso, y será ya difícil recobrar una parte del tiempo perdido, y más que difícil, imposible, si el cambio de régimen se hace todavía esperar. De igual modo que la República viene tarde para la política exterior, se está haciendo tarde para todo esto que compone la política interior: un poco más de monarquía, y todos habremos quedado iguales, porque faltará materia gobernable para la monarquía y para la República. (Aplausos.)

Ved por qué os decía que el advenimiento de la República, aun mirado desde el punto de vista de las clases neutras, es urgentísimo, y que aún puede suceder que sea ya tardío.




Segunda causa de la urgencia: la vieja plana mayor

Pero he dicho que es urgente además por otro motivo, relacionado con el personal directivo ó plana mayor del partido.

Mirad hacia ella y sus cercanías; ¿y qué veis? Nevadas las frentes de los más altos prestigios republicanos. Esa nieve debe recordaros que habéis visto en pocos años desfilar por delante de vosotros, camino del cementerio, á Figueras, á Chao, á Carvajal, á Pedregal, á Castelar, á Gabriel Rodríguez, á Ruiz Zorrilla, á Pi y Margall, á Palanca, á Sorní, á Cervera, á Cala, á Maissonnave, y otros y otros, y que tantas excelsas virtudes, que tan consumada pericia política, que tantos estudios y tan gran experiencia como habían acumulado en su cerebro y que están haciendo suma falta en las cumbres de la gobernación y del Estado, han ido á perderse para siempre en el seno de la tierra, pareciendo como si, con ellos, el alma republicana se hubiese esparcido y disipado en el espacio y en el tiempo (Sensación.); debe recordaros que ese desfile siniestro no ha cesado ni se ha interrumpido un punto: hace poco más de un año murió aquel venerable apóstol, Pi y Margall; hace pocas semanas desaparecieron de nuestro lado Figuerola, Echevarrieta é Hidalgo Saavedra; y detrás y á corta distancia marcharán (ya casi podéis verlos dándose la mano con Hidalgo Saavedra y con Pi y Margall) los Benot y los Azcárate, y los Salmerón, y los Labra, y los Gil Berges, y los Calderón, y los Muro, y los etc., etc., privando á España de sus grandes aptitudes para la gobernación, adquiridas en toda una vida de estudios, de fatigas y de sacrificios, y dejando huérfana esa pléyade que conocéis, verdadera constelación, de jóvenes ilustres, para quienes ha de ser la República, que no tendrán quien los introduzca con la autoridad de mentores en el nuevo Estado y los adiestre en los secretos de la prudencia política, enlazando la edad heroica de la República con su período práctico é histórico, el viejo Moisés con Josué, nuestros treinta años de peregrinación por el desierto con la entrada triunfal en la tierra de promisión y el exterminio de los amorrheos y los jebuscos de la monarquía. (Grandes aplausos.)

Tal es el segundo motivo del aprernio y urgencia con que el estado desesperado de nuestra nación demanda el cambio de régimen político.




La República para las clases neutras principalmente

Y ahora vamos á otra cosa.

Si tienen ustedes presente la especialidad de mi representación en esta tribuna, no les extrañará que toque una cuestión del más alto interés, acaso decisiva, que afecta al partido de la República tanto como, por su parte, á las clases neutras: carácter que debe revestir, sobre todo en sus primeros tiempos, el Gobierno republicano.6

Oigan antes unas palabras muy expresivas del Sr. Maura, pronunciadas hace cerca de dos años en el Congreso de los Diputados. A propósito de la agravación alarmante que observaba en la actitud de la masa popular, vuelta de espaldas al Estado oficial, inhibida totalmente de la política, decía: -«La realidad es ésta: la inmensa mayoría del pueblo español está abstenida, no interviene para nada en la vida pública; de los que quedan, eliminad las muchedumbres socialistas, anarquistas y libertarias, que están en el horizonte del firmamento, pero son de otra constelación y nada tiene que ver con este sistema planetario; de los que quedan aún, restad las masas carlistas y las masas republicanas de todos los matices; id contando mentalmente lo que os queda; subdivididlo entre todas las fracciones gobernantes, y decidme la fuerza verdadera que le queda en el país á cada una y la fuerza que representa cada organismo gobernante con su mayoría, con su voto decisivo y la acción y la dirección que ejerce en los negocios de la nación.»

El ilustre parlamentario quería decir con esto que los partidos gobernantes del turno dinástico carecen de toda fuerza en el país, están reducidos á unas cuantas docenas de personas, confirmando el dicho del Sr. Canalejas, conforme al cual los tales partidos son meras planas mayores sin soldados; que vienen detrás, ya con verdaderas masas, los republicanos y los carlistas; y por último, las muchedumbres socialistas y libertarias; y que juntos todos, libertarlos, socialistas, republicanos, carlistas y alfonsinos, componen una minoría insignificante en la nación, manteniéndose la inmensa mayoría de ésta retraída por completo de la vida pública.

Tengo yo por exacto, en lo fundamental, este cuadro de distribución de las fuerzas políticas de la nación. Apreciando en dos millones el número de los afiliados á las diversas agrupaciones activas y sus familias-y tal vez exagero; quedan 16 millones, acaso 17 ó 18 (pues la población efectiva ha de acercarse ya á los 20), para la gran agrupación pasiva, para la masa neutra. Por esto, el Sr. Maura consideraba preciso y muy urgente atraer á la política á los neutros, hablándoles el único lenguaje á que pueden ya responder, que es el de las obras, haciendo una revolución rápida desde el poder.

Señores, del enemigo el consejo; recoged esa lección. Es preciso que nos penetremos bien de este hecho capitalísimo: que la nación se compone de una mayoría compacta de 16 ó 17 millones de neutros, y de una minoría dividida y subdividida de un doble millón escaso; por consiguiente, que la república deberá en su día gobernar en vista, principal mente, de esa mayoría, y que antes de llegar al poder, y para llegar, debe el partido esforzarse por atraérsela, preocupándose casi exclusivamente de ella, respetando sus sentimientos, orientando el plan de reformas y revolución de arriba en el sentido de sus intereses, de sus necesidades é ideales. Ahora diré más; dentro de aquella mayoría neutra hay una mayoría á su vez: la formada por los labriegos y los menestrales, que en los 17 millones entran por 15 y 1/2 cuando menos, y en los cuales, encima de componer, como veis, más de las tres cuartas partes de la nación, concurre la circunstancia de haber costeado con su sudor, con su dinero y con su sangre, en cien años de guerras, el derecho de asociación y de libre emisión del pensamiento, que estamos aquí ejercitando, la inviolabilidad del domicilio, la libertad religiosa, la libertad de imprenta y los demás derechos políticos, que á ellos no les sirven de nada, que nos sirven nada más á una minoría, habiendo adquirido con ello indiscutible derecho á que esta minoría les compense tan gran servicio en reformas de las que á ellos interesan; -resultando en conclusión: 1.º Que hay que gobernar principalmente para las clases neutras en general. 2.º Que, más especialmente, hay que gobernar para la blusa y el calzón corto.

¿No lo hacemos así? ¿Pretendemos gobernar con nuestras ideas personales, como si no tuviésemos que contar con nadie, como si fuésemos solos, fundadores de un Estado nuevo en el centro de la América meridional? Pues la fórmula republicana no llegará nunca á las realidades de la gobernación, porque la masa neutra no encontrará ventajas ó temerá perder en el cambio, y no ejercerá esa presión sorda que decide siempre de la suerte de los Gobiernos; y si por cualquier acaso fortuito, desmintiendo toda lógica, la República triunfa, no la dirigiréis vosotros (Señalando á la Mesa.), sus apóstoles y sus mártires, los que habéis padecido por ella treinta años: se repetirá el sic vos non vobis del poeta latino; á poco de instaurada, caerá en manos de media docena de «cucos» de los de ahora, de esos que nadan toda la vida entre dos aguas para irse fumando el tabaco de la monarquía mientras dure y ponerse en aptitud de fumarse luego el de la república, á titulo de halagar á las clases neutras prometiéndoles que harán la revolución de arriba sin radicalismos y sin sacudidas, con frac y guante blanco, y cuando hayan agotado la República, entregar nuevamente el país á la monarquía, llámese Duque de los Abruzzos, llámese Alfonso XIV ó Jaime I, para seguir fumando y dejar á los republicanos que recojan las colillas... (¡Eso, eso! ¡Muy bien! Aplausos.)

Lo repito: ¿no adopta esa actitud el partido? ¿No lo subordina todo, propaganda ahora, gobierno después, á ese criterio? Pues ya estoy oyendo á... Fulano, Mengano, Zutano, Perengano (me vienen á los labios atropelladamente media docena de nombres, y siento no poder pronunciarlos); ya les estoy oyendo decirnos, entre sonrisas irónicas, á los que estamos aquí: «Señores republicanos, ó trabajan ustedes en balde, ó trabajan para nosotros.» (Aplausos.)

He ahí, señores, por qué, supuesto que es inevitable, fatal, que el voto de la mayoría, aun siendo, como el de las masas neutras, pasivo, es siempre el que en última instancia prevalece, y que, como dicen en mi tierra con referencia á las familias, «donde no hay gobierno, él se pone», me parecía á mí de la más elemental prudencia política que la República debería adoptar desde el primer instante de su proclamación, que el partido republicano debería adoptar desde la cuna, la misma actitud templada, transigente, oportunista, gubernamental que de todos modos adoptaría por cálculo, para arrebataros las riendas de la gobernación, los monárquicos resellados, convertidos circunstancialmente á la República; ó de otro modo, que el partido republicano, debería declararse órgano especial de las clases neutras, y serlo de verdad, prestando atento oído á sus deseos, comulgando en su espíritu, guardándose de lastimar en ningua manera sus sentimientos, y adoptando su programa y haciéndolo desde luego gacetable, sin dejar esa bandera á los que mañana han de hacer traición, á la monarquía y pasado mañana á la república. (Aprobación. Aplausos.) Y he ahí también por qué cuando, hace pocos días, un amigo mío, delegado de provincia en la Asamblea republicana, me preguntaba «qué quiere decir eso de política quirúrgica», hube de contestarle, medio en burlas medio en veras -más en veras que en burlas-, que política quirúrgica significaba... encender lumbre á estacazos en las costillas y en los lomos de los republicanos impacientes, soberbios ó faltos de prudencia que, por madrugar demasiado, ahuyenten á las clases neutras y no den tiempo á que cuaje y eche raíces la República; á los republicanos que no den á ésta, para arraigase á sí propia y hacer nación, el tiempo siquiera que han dado á la monarquía para hundirnos y expulsarnos de la historia y ponerse ella misma madura para caerse sola. (Grandes aplausos.)




La misión de la República. Qué debe entenderse por resolución de arriba

Quisiera ahora, si vuestra fatiga lo consiente (Varias voces: ¡Sí! ¡Sí!), definir cuál sea, á juicio nuestro, la misión-social y nacional, más bien que política-del régimen republicano, concretando un concepto que anda en labios de todos con un sentido errático, vago, y sin embargo, tan trascendental, que en él creo se encierra la significación entera de la Asamblea del día 25 y de los actos de hoy que la sirven de complemento: tal es el concepto de revolución de arriba, revolución desde el Gobierno.

El problema español, el gran problema español que se nos planteó con la crisis de la nación consumada en Cavite y Santiago de Cuba y en el tratado de París, no es precisamente problema de «regeneración», aunque así lo hayamos llamado; eso lo fué en Francia, en 1870, porque detrás de Sedán quedaba un pueblo. Lo nuestro es cosa distinta. Desenlace lógico de una decadencia progresiva de cuatro siglos, ha quedado España reducida á una expresión histórica: el problema consiste en hacer de ella una realidad actual. No se trata de regenerar una nación que ya exista; se trata de algo más que eso: de crear una nación nueva.. Fijémonos bien en esto, que es fundamental: que, no es problema el nuestro de regeneración, sino de creación, si bien creación no sobre solar nuevo y despejado, sino sobre la base y pie forzado, de una nación que fué, lo cual dobla la dificultad.

Como primera materia para tal obra, contamos con medio millón de kilómetros cuadrados de territorio (que es bien poca cosa), y 18 ó 20 millones de habitantes. La cuestión está: 1.º, en arrebatar el territorio á la Naturaleza, convirtiéndolo en suelo industrial, en suelo productivo á la europea, y 2.º en arrancar los habitantes á su sueño medioeval, transformándolos en ciudadanos libres, dotados de una conciencia y de una voluntad. (Aprobación.) Porque con un territorio que produzca sólo como en la Edad Medía -y este es nuestro caso,- no cabe una nación moderna; y sin hombres, sin ciudadanos, una nación moderna es imposible, y España no los tiene: tiene sólo habitantes: nuestros ministros no han sido gobernantes de una colectividad de ciudadanos, sino ganaderos de un rebaño humano. (Aplausos.) Todavía hay qué añadir que esa grey humana, cantera de donde el cincel de la República ha de sacar hombres, es, como, obra de la Naturaleza, imperfecta, sin músculo y sin alma, deformada en su exterior, depauperada como el suelo, sin glóbulo rojo en la sangre; con sólo resplandores crepusculares en el cerebro y sin más voluntad que la que quiere dejarle una, organización parasitaria de caciques y oligarcas... (Aprobación.) Por manera, y en conclusión, que para hacer patria, que para hacer nación, hay que mejorar á un tiempo la geografía y la psicología; hay que esculpir este bloque tosco de la Península y sacarle facetas y pulimentarlo, haciendo de él un miembro civilizado del sistema territorial europeo; y hay que esculpir sobre el bloque rudo, del español un hombre: un hombre de edad. moderna, apto para colaborar en la formación de la historia contemporánea, para sustentar la investidura de la ciudadanía, para tomar parte en la gobernación pública, y comprender el sufragio como un deber y emitirlo con tal convicción y tal resolución que nadie pueda atreverse á escamoteárselo. (Aplausos.)

Ahora bien; para llevar á cabo esa obra, requiérense necesariamente dos cosas: una, hacer maestros y hacer sabios, hacer inventores, hacer jueces, estadistas, agricultores, marinos, comerciantes, administradores públicos, profesores, etc., que todo esto nos falta; otra, construir escuelas, caminos, acequias, pantanos, bibliotecas, correos, mercados, almudíes, fuentes, alcantarillado, lavaderos, baños públicos, sanatorios, poblaciones y viviendas higienizadas. Y no hemos caído todavía en la cuenta de que lo primero pide tantos millones por lo menos como lo segundo. Es preciso que el partido se haga cargo de que, por ejemplo, tanto como de locales capaces é higiénicos para escuelas, carecemos de maestros, y que el formar maestros -no como los que ahora denominamos así, sino maestros de verdad,- cuesta tanto, por lo menos, como el levantar edificios; que tanto como el sangrar ríos y represar torrentes para fertilización del suelo hace falta enseñar el uso científico del riego, y en general, la técnica agrícola moderna, y que esto es tan costoso y requiere de parte de los Gobiernos tanto cuidado y preocupación como los canales y pantanos.

Y si no basta, señores, gastar en una sola de las dos cosas, en la de material, en la de construcción, imaginad lo que será sacrificar raudales de oro, que son sangre de la nación, no ya en una de las dos cosas sin la otra, en sanear calles, en levantar escuelas, en allanar colinas, en alumbrar manantiales, en embalsar arroyos, ramblizos; -sino en arrastrar peso muerto del pasado, en una gran parte improductivo: la Casa Real, las Clases pasivas, el Clero, el Ejército y la Marina en lo que tienen de pura carga de justicia, la Deuda pública; instituciones en que casi todo es sombra y apariencia, nada más los dientes, que éstos sí son una dolorosa realidad. (Aprobación. Aplausos.) España no revivirá jamás á menos de un, trastorno profundo en los presupuestos, que mude la dirección de los recursos nacionales, transfiriéndolos de la España muerta ó jubilada, que ahora los consume, á la España naciente, á la España del porvenir.

Ahí tienen ustedes cuál sea la misión de la República; lo que, á juicio nuestro, la República tiene que hacer para que la revolución de arriba quede consumada: primero, formar (en su mayor parte, fuera de aquí, en Europa y América), el personal auxiliar, que ha de ser su brazo ejecutor en la educación nacional, en la administración de justicia, en fomento de los riegos, en instrucción técnica, en oficinas, en comunicaciones, en seguro popular, huertos comunales y demás. instituciones de previsión, en legislación social, en legaciones, en ejército, en higiene pública, en policía de las subsistencias, etc., bajo la dirección ó la inspiración del gobernante: simultáneamente, construir el instrumento material, la escuela, el canal, la biblioteca, el pretorio, el camino, el almudí, el pantano municipal, la terma, el alcantarillado, la fuente, el colegio en el extranjero, el laboratorio, etc.; y en seguida, poner á alta presión y lanzar á gran velocidad la máquina resultante de esos tres factores, hasta que las 30.000 escuelas de aprensión sean 60.000 escuelas de verdad, y las cinco ó seis vegas ó huertas de Zaragoza, Castellón, Valencia, Murcia y Granada sean una docena, y los dos Bilbaos ó las dos Barcelonas y media sean 15 siquiera, y se duplique la producción agraria por unidad de área, como en Europa, y afluyan raudales de luz al cerebro del español y raudales de sangre al corazón, y la vida media aumente en un tercio cuando menos, y el analfabeto sea un fenómeno raro, escándalo á la población, y la tribu que ahora y desde hace siglos acampa en la Península se haya convertido en una nación moderna, que lleve con Francia é Inglaterra, con Alemania y los Estados Unidos, la voz de la civilización y el cetro de la humanidad. (Aplausos.)

Queda definida con esto, según mi manera de ver, la revolución de arriba. Hasta qué extremo sea ella urgente y cuán grande la suma de inteligencia, de actividad, de energía y de sufrimiento que tendrán que poner en su realización los ministros de la República, se lo dirá á ustedes el siguiente hecho, que constituye una de las grandes vergüenzas de nuestro presente estado social y uno de los mayores motivos de desconsuelo para los que amamos por encima de la patria al pueblo y por encima de España al español.

Según cálculos oficiales del Ministerio de Hacienda, confirmados por otros testimonios, la ración media de sostenimiento físico del español representa, á los precios actuales, un gasto mínimo por cabeza de 62 céntimos al día, que es decir unas 3 pesetas por familia. Pues bien, la inmensa mayoría de la nación no puede obtener esos 62 céntimos diarios; y resulta que más de la mitad de los españoles, después de haber trabajado en jornada agotadora de sol á sol, lo mismo que en los peores tiempos de la esclavitud; más de la mitad de los españoles se acuesta todas las noches con hambre. (Sensación.) ¡Se acuestan con hambre, trabajando doce horas al día, millares de años después de haber la humanidad conquistado al buey y al caballo, el remo y la vela, la fuerza del río, la de la marea y la del viento; años y siglos después de haber predicado Sócrates y de haber expirado Cristo en la cruz y de haberse descubierto el Nuevo Mundo y relampagueado la revolución en el Sinaí francés, y de haberse descubierto la máquina de vapor y el transporte eléctrico de las fuerzas hidráulicas, y de haberse duplicado la producción agraria, sin aumento de trabajo, por el empleo de los abonos químicos, y de haberse proclamado en las leyes el santo principio de la igualdad social y política de todos los hombres! (Grandes y prolongados aplausos.) Es lúgubre, señores, es macabro, sobre todo por la consecuencia. La cual no podía ser más obvia: es matemática pura. Ingresando en el estómago, en forma de alimento, menos de lo que sale del músculo y del nervio en forma de trabajo, forzosamente el trabajador tiene que cubrir el déficit á expensas del capital recibido de la naturaleza, que es el cuerpo; y ahí tenéis la razón de este hecho horrible, que no sé cómo no ha producido ya una revolución asoladora: que la vida media, en las clases pobres, sea de treinta años; en las ricas, de sesenta... (Sensación.)

¡Tanta verdad había en lo que alguien que ahora forma parte del Gabinete afirmó, con intención de vejamen, en el Congreso de los Diputados, cuando se promulgaron en la Gaceta el sufragio universal y el juicio por jurados: que Sagasta había desarmado y anulado á los republicanos, dejándolos sin programa!




La dinastía no puede hacer la revolución: política-cominera

Cierto; cabe, desde el punto de vista de los neutrales, preguntar si por ventura esa revolución de arriba no podría obrarse sin necesidad de una conmoción previa de la calle, sin desahuciar á los inquilinos de Palacio y de los Ministerios; por mano de ellos mismos.

Por lo pronto, ya es mala señal que la monarquía haya tenido cuatrocientos años por delante, y en vez de hacer nación la haya deshecho, dejando la revolución sin hacer, aunque dos, veces la ha intentado; una en el siglo XVIII, en tiempo de Carlos III, otra en el siglo XIX, primera mitad del reinado de Isabel II. -He dicho antes que si el Sr. Labra, hace un cuarto de siglo, y aun menos, hubiese formado situación con sus compañeros, los cubanos habrían recibido á su hora las reformas á que tenían derecho y se habría conjurado aquella horrenda serie de infortunios á cuyo empuje brutal la nación ha sucumbido. Pero no se jubiló á la monarquía: en vez de Pi, de Salmerón, de Azcárate, de Carvajal, de Labra, fueron ministros Cánovas, Sagasta, Elduayen, Tetuán, Martínez Campos; no por eso, es verdad, dejó de implantarse en Cuba la autonomía; otorgóla la Corona tan amplia y tan generosa como podría haberla firmado el Sr. Labra. sin, más que una pequeña diferencia: que la Corona otorgó la autonomía en el preciso, preciso momento en que ya no servía para nada ni podía evitar que se perdiera Cuba, y la Metrópoli su fortuna, su honor, su bandera, sus escuadras y su juventud. (Aplausos.) ¡Así ha hecho la monarquía la revolución desde el poder, y así nos ha lucido el pelo! -Ya hice ver á ustedes al principio cómo el Estado español ha salido de manos de la dinastía convertido en una cosa amorfa, inconstituído, con sólo apariencia de instituciones, como la más primitiva de las sociedades. ¿Y de hoy en adelante?

«Por el hilo se saca el ovillo, y por lo pasado lo no venido», dice un aforismo de la sabiduría popular. Mirad hacia el Poder: todo lo que hacen, todo lo que en dos generaciones han sabido hacer, se reduce á lo que yo llamo política-cominera: con las grandes cuestiones que afectan á la existencia nacional, y en que propiamente consiste la revolución de arriba, no se atreven; y no se atreven, porque no pueden atreverse: tenía razón el Sr. Silvela cuando decía que sólo un Gobierno revolucionario podría hacer las reformas revolucionariamente; que á él, como director de fuerzas conservadoras, no le era posible otra cosa sino reconocer la necesidad de ir á ellas y prometer que á su tiempo se irá. Ya lo sabéis: «á su tiempo». Dadle á la dinastía siquiera, siquiera ochenta años (Risas.), -¿os reís? pues todavía me parece poco, atendido el paso que lleva; -dadle, repito, ochenta años, y... después hablaremos. (Grandes risas.) Sólo que dentro de ochenta años, y aun dentro de cuarenta y de veinte, acaso, acaso de diez, vaya usted á saber lo que habrá sido de España; probablemente, lo que ha sido de las Filipinas y de las Antillas. (Aplausos.)




A la República, por patriotismo

Resulta, en conclusión de todo lo expuesto y reflexionado, lo siguiente: 1.º Que el que volvamos ó no los españoles á tener una patria, que el que vuelva á existir ó no en la Península una España viva, digna de ser vivida y deseada, depende de que se haga ó no se haga muy rápidamente una revolución radical desde el poder. 2.º Que esa revolución no pueden hacerla los partidos dinásticos. 3.º Que la España actual, en su concepto histórico, única cosa que queda de ella, no es una nación autónoma, dueña y señora de sí: es una nación adscripticia, una nación pegada á una familia y á los contertulios de esa familia. (Aplausos.) 4.º Que, por consiguiente, esa familia y esos contertulios deben desaparecer de raíz; que todo el personal de la política reinante debe renovarse, abriendo paso á un Gobierno revolucionario y propiamente creador que pueda ofrecer en breve á los españoles, huérfanos de patria, una España nueva. (Aprobación. ¡Muy bien!)

Esto os explicará, señores, la presencia aquí de Cámaras agrícolas, á quienes por su naturaleza correspondería una actitud neutral, y que vienen, no obstante, á hacer votos por el triunfo de la República. Es que en las circunstancias presentes, el votar por la República no es ya obra puramente de convicción ni de doctrina; es, ante todo, obra de patriotismo, y, más determinadamente de españolismo. (¡Muy bien, muy bien!) Porque ya, dentro de la actual constitución interna de nuestra nación, no hay más que un partido, y éste es el republicano, que pueda llegar al poder precedido de una revolución de abajo que lo capacite para llevar á cabo la revolución substantiva, la revolución creadora desde el Gobierno. (Bravos.) He ahí por qué, á juicio de mis representados, como al mío propio, deben desear y procurar el advenimiento de la República aun aquellos que no sean republicanos doctrinales ó por teoría; que sean nada más hombres previsores y amantes de su patria. (Aplausos.)

Y he ahí también por qué el partido republicano debería, en opinión nuestra, organizarse y orientarse no tanto para que sirva de expresión y órgano práctico á una escuela política, conforme á principios de razón, cuanto para que sea el vengador y el restaurador de la patria; algo así como una reprise del fracasado movimiento de Zaragoza, que llevaba aquella finalidad. (Aprobación.)




Condiciones para que haya partido republicano de verdad

En suma de todo: la idea de España va de hoy más indisolublemente ligada á la idea de República; y el que la República advenga y sustituya al menguado régimen actual depende de que exista un partido republicano de verdad. Veamos ahora, para concluir, las condiciones de que depende el que tal partido exista; las cosas esenciales sin las cuales el partido no sería partido, sino, como todo en España, un simulacro de partido, desprovisto de toda eficacia y virtualidad. Esas condiciones son tres:

1.ª Masas disciplinadas, poseídas de un fuerte sentimiento de solidaridad y de subordinación al fin nacional y humano perseguido por el partido, que haga de ellas un cuerpo compacto, no como hasta ahora, un puñado de granos de arena sin cohesión, y dé la absoluta seguridad de que el advenimiento de la República no será el advenimiento del caos. (Aprobación.)

2.ª Una plana mayor robusta, numerosa y bien orientada, compuesta de hombres en quienes aliente un ardoroso espíritu de civismo, y tanto como de civismo, de apostolicidad y de sacrificio, que ahogue en ellos toda tentación de rivalidad ó de personalismos; hombres consagrados por entero al aprendizaje de la gobernación; que templen su alma en el estudio-en el estudio del pueblo y de su vida y de sus necesidades y aspiraciones tanto ó más que en el de los libros; que se hayan preparado ó se preparen para el ejercicio del poder, reduciendo sus pensamientos de gobierno á fórmulas gacetables, con la misma dedicación y con el mismo apresuramiento que si hubieran de formar situación á fines de primavera, 7dentro de tres meses; -único modo de que no les sorprendan los sucesos y de que las esperanzas de la nación no se vean una vez más defraudadas; y, por decirlo de una vez, plana mayor que no haya de ser cantera de donde sacar ministros en bloque, que vayan, según es uso, á labrarse en el Ministerio, sino depósito de sillares ya labrados, con los cuales la reedificación de la patria pueda quedar replanteada y adelantada en las primeras semanas que sigan á la proclamación de la República. (Aplausos.)

3.ª y última. Que con masas y con plana mayor así, se logre inspirar confianza de una parte á las clases neutras, y de otra al extranjero. A las clases neutras, por motivos que ya antes he expuesto. Al extranjero, porque á causa de la solidaridad estrechísima que saben ustedes existe hoy entre pueblos y gobiernos, si el extranjero desconfía de nosotros, ó pone el veto á la República y ésta no llega á nacer, ó le niega el reconocimiento y se asfixia, como el pájaro encerrado en la campana de cristal de una máquina neumática.




Para que España viva...

Y ahora respiren ustedes: he concluido mi conferencia; que conferencia ha sido más bien que discurso. De ella y de los discursos de mis elocuentes colegas resulta la apremiante necesidad de aliviar la memoria de los muchachos del Instituto, que no puede ya con la inconmensurable abrumadora lista de reyes, suficiente por sí sola para embrutecer una raza, que principia en Eurico ó en Ataulfo hace catorce siglos, que sigue alargándose á cada nueva generación, y que está pidiendo con mucha necesidad una revolución compasiva que la ataje y acabe con ella antes de que ella acabe con los estudiantes y con nosotros. (Grandes aplausos.)

El Sr. Costa concluyó recordando que en aquel momento, desde Extremadura á Cataluña, desde Covadonga á Cádiz, un solo grito salía de todos los pechos, expresión de la fe en la patria que renace, é invitando al concurso á responder á sus paisanos de provincias, diciendo:

«¡Viva España! (Todos: ¡Viva!) Y para que España viva, ¡viva la República! (Todos: ¡Viva!)»

El público, de pie, poseído del mayor entusiasmo, aclama á la República y al orador durante un cuarto de hora.8