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1841: pasar el coche con ellas...



 

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829, Los versos evocan a Dido, reina de Cartago, que, viuda de Siqueo, casa con el troyano Eneas. La descendencia literaria del episodio de la muerte de Dido, abandonada por Eneas (libro IV de la Eneida), es verdaderamente copiosa. Véase el documentado estudio de María Rosa Lida, «Dido y su defensa en la literatura española», RFH, 1942, IV, págs. 209-252 y 313-382.



 

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839, almilla: «Una especie de jubón con mangas, ajustado al cuerpo. Es trage interior, assí del uso de los hombres, como de las mugeres, y de ordinario se pone y viste en tiempo de invierno, para reparo y defensa del frío» (Dicc. Autoridades). Comp.: «Vistáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano» (Cervantes, Quijote, II, I; Clás. Cast., XIII, pág. 26). «Cuando se quitó la ropa, / quedó como un ángel bello / en almilla» (Lope de Vega, El desprecio agradecido, Bib. Aut. Esp., XXXIV, página 254 a). «¡Oh, botas de San Martín! / ¡Oh, espuelas de Rivadavia! / ¡Quién, para pasar el puerto / de tanta nieve, os calzara! / Que a falta de tal almilla, / tiritando llevo el alma» (Tirso de Molina, Quien calla, otorga, Bib. Aut. Esp., V, pág. 94 c).



 

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841, la color turquesada. El color azul era representativo de celos. Tirso lo emplea frecuentemente bajo este símbolo. Comp.: «... mejor es color de cielos / con oro, y pondrán en él / oro amor y azul mis celos» (Vergonzoso en palacio, Clás. Cast., II, pág. 95). «Mientes, perro, no es más de una; / pero ésa llena de celos, / que son turcos» (Averígüelo Vargas, Clás. Cast., CXXXI, pág. 247). «Si con esto te provoco, / y ya tu enojo se ablanda, / entra en la sortija, anda, / muestra que sales por mí: / dame esa pluma turquí, / y ponte esta verde banda; / que mis celos trocar quiero / en esperanza segura» (Palabras y plumas, Bib. Aut. Esp., V, pág. 2a). «Las flores cuyos matices / labran planteles perfetos, / de amor imitan afetos, / ya prósperos, ya infelices / y siendo sus semejanzas, / pintan con varios colores, / en lo amarillo temores, / como en lo verde esperanzas. / Si lo azul me causa celos, / lo morado me asegura; / lo blanco es voluntad pura, / si lo leonado desvelos...» (El amor y el amistad, Bib. Aut. Esp. V, pág. 329 a). Véase: H. A. Kenyon, «Color Symbolism in Early Spanish Ballads», RRQ, 1915, VI, págs. 327-340; S. G. Morley, «Color Symbolism in Tirso de Molina», RRQ, 1917, VIII, págs. 77-81, y W. L. Fichter, «Color Symbolism in Lope de Vega», RRQ, 1927, XVIII, págs. 220-231. Más ejemplos de este uso de azul-celos en nuestro teatro clásico pueden encontrarse en Teatro antiguo español, V, págs. 199-201. Comp., además: «Es lo blanco castísima pureza, / amores significa lo morado, / crudeza o sujeción es lo encarnado, / naranjado se entiende que es firmeza. / Negro oscuro es dolor, claro tristeza, / rojo-claro vergüenza, y colorado / furor; bayo desprecio, y leonado / congoja, claro muestra ser alteza. / Es lo pardo trabajo, azul es celo, / turquesado es soberbia, y lo amarillo / es desesperación, verde esperanza...» (Quevedo, Comparación con el significado de los colores, Bib. Aut. Esp., LXIX, pág. 490 b). Una sucinta exposición de los diversos simbolismos de los colores se lee en la nota de Alfonso Reyes a Las paredes oyen de Ruiz de Alarcón: «El morado representa amor; el verde, esperanza...; el azul, celos; el amarillo, desesperanza; el leonado, congoja; el naranjado, constancia (aunque Lope, en La hermosa aborrecida, II, pág. 7, dice que es color de satisfacción); el negro, pena y luto; el pardo, aflicciones; el blanco, castidad; el rojo, unas veces alegría y otras crueldad» (Clás. Cast., XXXVII, página 141 n.).



 

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862, prometer: «Vale también asseverar o assegurar alguna cosa» (Dicc. Autoridades). Comp.: «¿Veisme aquí? Pues yo os prometo / que fue un tiempo en que tenía / mi hermosura y bizarría / más de algún galán sujeto» (Lope de Vega, Peribáñez y el Comendador de Ocaña, Bib. Aut. Esp., XLI, pág. 289 c). «Yo le prometo a selencia / que en esto del bizcochar, / son malas monjas galeras» (Tirso de Molina, La huerta de Juan Fernández, Bib. Aut. Esp., V, pág. 642 c). «Prométote que no son / mis pensamientos franceses» (Ídem, Amar por señas, Bib. Aut. Esp., V, página 474 c). «Para serviros yo a vos, / hermano de quien mi amiga / con tanto extremo me obliga, / siendo tan unos los dos, / desperdiciáis, os prometo, / esas exageraciones» (Ídem, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 547 a).



 

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869-873, La burla de los poetas cultos, más o menos abierta, con benevolencia o sin ella, es un lugar común de la literatura clásica. Son conocidísimos los testimonios de Lope, Quevedo, etc. Tirso también le dedica, de vez en cuando, un recuerdo. Véanse los siguientes, por vía de ejemplo: «Di candor, si intentas / jerigonzar critiquicios; / di que brillaba en esferas, / que atesoraba diamantes, / que bostezaba azucenas» (La celosa de sí misma, Bib. Aut. Esp., V, 130 a). «¿Tiene vuesa dueñería / la mano, cual su señora, / culta, animada, esplendora, / gaticinante y harpía? (Ibídem, 131 a). «¿Sois vos el que legumbriza / lo crítico desta huerta?» (La Huerta de Juan Fernández, Bib. Aut. Esp., V, pág. 643 b). «Digo que éste es lisonjero / porque su dueño poetiza / (por no decir gongoriza); / y es destos que al mes de enero / llaman padre del candor; / al sol, monarca diurno; / cerúleo al cielo, y coturno / al Alba del esplendor» (Santo y Sastre, Nueva Bib. Aut. Esp., IX, pág. 1 b). Sin embargo, no conviene dejarse llevar de las apariencias. Tirso conocía muy bien el ambiente literario de su época y debió de sentir admiración por Góngora. Lo demuestra al menos la inserción del Romance de Angélica y Medoro -en circunstancias de absoluta seriedad- en Quien habló, pagó (Nueva Bib. Aut. Esp., IV, pág. 187 a). Véase Juan Bautista Avalle Arce, «Tirso y el romance de Angélica y Medoro», NRFH, 1948, II, pág. 275.



 

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880, vena del arca: «es la que nace de la vena que llaman cava y dividida en dos ramas viene a los brazos, la cual está sola entre las de los brazos. Trahe debaxo arteria, por lo qual es peligroso sangrar de esta vena, por ser contingente romper o cortar la arteria» (Dicc. Autoridades). Sangrar la vena del arca equivalía, jocosamente, a «usurpar, consumir el dinero a uno» (véanse ejemplos en Dicc. Autoridades).



 

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886, listón: «cinta de seda». «Lista es una cinta de color, angosta, y la que es ancha llamamos listón» (Covarrubias). Comp.: «¡Quién vuestros hierros ablanda! / Oíd: ¿Qué es lo que está aquí? / En ellos mismos atada / está una cinta o listón. / Sin duda las almas atan / a estos hierros, por castigo / de los que su amor declaran» (Lope de Vega, El caballero de Olmedo, Bib. Aut. Esp., II, pág. 371 a). «Apenas la blanca aurora, / Leonor, el pie de marfil / puso en las flores de abril, / que pinta, esmalta y colora, / cuando a mirar el listón / salí de amor desvelada / y con la mano turbada / di sosiego al corazón» (Ibídem, pág. 371 c). «Os suplico que vais esta noche a la reja del jardín de esta casa, donde hallaréis atado el listón verde de las chinelas, y ponéosle mañana en el sombrero para que os conozca» (Ibídem, pág. 370 c). «... sus pancayos cigarrales, / que, viéndose en sus cristales, / les sirven de apretadores / listones de eternas flores» (Tirso de Molina, Amor médico, Clás. Cast., CXXXI, pág. 19). «Una de piedra es verde oscura / atada a un listón» (Ídem, La celosa de sí misma, Bib. Aut. Esp., V, pág. 132 b).



 

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1841: por sangrar...



 

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960-961, «Para encarecer los embustes de alguna vieja, notándola de hechicera, decimos que hará nacer berros en una artesa» (Covarrubias). Comp.: «¿Habrá aquí / berros y artesa? Por Dios / que te han dado un pasapal. / ¿Que no te enseñó un adarme / de cara?» (Tirso de Molina, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 342 c).



 

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5, El manto era uno de los elementos más usados para favorecer el anónimo en la vida callejera. La mayor parte de nuestra comedia de capa y espada está llena de tapadas, damas que se ocultan tras la sombra del manto y detrás del que es permitido decirlo todo. El taparse las mujeres fue objeto varias veces de discusión y estudio por las Cortes del Reino. Véase la erudita y copiosa nota de Rodríguez Marín a Vélez de Guevara, El diablo Cojuelo, Clás. Cast., XXXVIII, págs. 252-255, donde se registran varias de las ocasiones en que las Cortes pidieron contra la costumbre de taparse. A las recogidas en la nota citada puede añadirse la de las Cortes de Valladolid, 1542, en las que se dice: «8. a se de suplicar que su magestad mande que muger alguna de qualquier calidad que sea no pueda salir de su casa reboçada ni desimulada por los grandes daños e ynconvenientes que se siguen y se escusarán mandándolo su magestad proveer asy» (Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla, V, pág. 175). La prohibición se dictó en las Cortes de 1586, y aún se insistió en ella ante la inobservancia, en 1639. (Véase nota citada y Américo Castro, España en su historia, págs. 85-86 y 414.)



 

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13, chapín: «calçado de las mujeres, con tres o cuatro corchos; y algunas ay que llevan treze por dozena» (Covarrubias). Los chapines, que se llevaban encima de los zapatos, se adornaban con valiosas virillas de plata, colocadas entre la suela y el cuero (véase nota de A. Castro a Tirso, Burlador, Clás. Cast., II, pág. 260). Comp.: «¿Sale? -Sí, chapines son» (Lope de Vega, El acero de Madrid, Bib. Aut. Esp., XXIV, pág. 381 b). «Dadme, señora, a besar / todo el chapín de tus pies» (Calderón, El escondido y la tapada, Bib. Aut. Esp., VII, pág. 463 b). El valor de «prenda elegante, fina» se percibe diáfanamente en este ejemplo del Quijote: «Casadla con un igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines... no se ha de hallar la mochacha» (II, V; Clás. Cast., XIII, pág. 103). El torcerse un chapín, de veras o de burlas, es recurso empleado por Tirso con frecuencia: «¡Válgame Dios! Tropecé... / Que siempre tropieza amor... / El chapín se me torció» (Vergonzoso en palacio, Clás. Cast., II, pág. 98 y nota, donde se recuerda una situación análoga en El perro del hortelano, de Lope de Vega, I, pág. 22).



 

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19, ¿qué mucho?: «Expresión interrogativa». Comp.: «No está buena Estefanía. / ¿Qué mucho si es tan hermosa?» (Tirso de Molina, Amor médico, Clás. Cast., CXXXI, pág. 67). «Mi dama es toda rigores, / puesto que afable y piadosa / premiaba mi fe amorosa. / ¿Qué mucho? Es al fin mujer» (Ibídem, pág. 83). «¿Qué mucho que me reduzga / si castigando enamoras?» (Ídem, Amar por señas, Bib. Aut. Esp., V, página 469 b)... «Que su padre y mi enemigo... / ... me intima. ¿Qué mucho, si es / lo extranjero apetecible, / yo infelice, ella mujer?» (Ídem, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 540 b). «Don Diego: ¿Y habíale de decir / esa necedad? Cristal: ¿Qué mucho?» (Ídem, No hay peor sordo, Bib. Aut. Esp., V, pág. 267 a).



 

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49, corcho descapellado: «chapín con la capellada rota». Capellada equivale (v. Dicc. Academia) a «remiendo, puntera nueva en el zapato para remediar la rota». Comp.: «Quitóles las suelas a los çapatos y andaua con las plantas en el suelo, y atava las capelladas con un cordel para que no se viese la falta» (F. José de Sigüenza, Historia de la orden de San Jerónimo, edic. 1600, I, pág. 544). «Pasaron los nombres de las personas salpimentadas a ser capelladas de los chapines» (Venegas, Agonía, edición 1537, pág. 48). «Abrióse de un chapín la capellada: / déme usted, si trae, un par de cintas» (Quiñones de Benavente, Entremeses, Nueva Bib. Aut. Esp., XVIII, pág. 615). (Ejemplos del Dicc. Histórico de la Academia.) Para todo lo relativo a chapines, corchos, etc., puede verse la nota de Rodríguez Marín a su edición de Rinconete y Cortadillo, págs. 462-463.



 

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52, El Prado de San Jerónimo era el lugar de esparcimiento preferido de la corte. Ocupaba el sitio del actual Salón del Prado, cuyo embellecimiento definitivo se debe a Carlos III. Su nombre alude al famoso monasterio de Jerónimos -aún existentes la iglesia y claustro aunque reformadísimos- fundado en tiempo de Enrique IV, y trasladado a aquel sitio desde El Pardo. La evocación del Prado en nuestra literatura es ininterrumpida. Todos los testimonios le presentan como «lugar de paseo, de diversión». Comp.: «El Prado boqueaba coches en la última jornada de su paseo» (Vélez de Guevara, Diablo Cojuelo, Clás. Cast., XXXVIII, pág. 13). «... y os salgáis a pasear / al Soto, Atocha o al Prado» (Lope de Vega, El acero de Madrid, Bib. Aut. Esp., XXIV, pág. 267 c). «Pues vámonos esta tarde, / por el Prado arriba» (Ídem, La dama boba, Bib. Aut. Esp., XXIV, pág. 305 c). «A divertirse Serafina al Prado / salía, de esperaros impaciente; / pero pues a tal tiempo habéis llegado, / volvámonos a entrar» (Tirso de Molina, La villana de Vallecas, Bib. Aut. Esp., V, pág. 52 c). «Cortesano primero: Aquel es el coche / de Su Majestad. Corramos, señores. / Cortesano segundo: Hacia el Prado va» (Ídem, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 539 c). Para la historia del paseo famoso puede verse Peñasco y Cambronero, s.v. y Mesonero Romanos, El antiguo Madrid, tantas veces citado.



 

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78, Alusión al lenguaje de la Lógica, que era bien cultivada en la Universidad. Consecuencia tiene el valor de la terminología escolástica, «proposición derivada de otras».



 

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1841: aprenda..., lo que mantendría el verso.



 

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131, fino segoviano: Segovia, en el siglo XVII, gozó fama por sus telares. Allí se hacía el fino segoviano, una clase de paño. Correas ya documenta la frase proverbial con la cual se designa al bellaco por medio del paño de Segovia. «Fino de Segovia. Para la significación de los paños de Segovia; con uno fino y bellaco. Por eso se hace refrán, porque son finos los paños» (Correas, Vocabulario, pág. 584). Así se encuentra la expresión en varios textos. Lope de Vega dice: «Que él no es fino de Segovia, / sino muy bajo cinqueno» (Los comendadores de Córdoba, ed. Acad., XI, 263 b). Castillo Solórzano, en La niña de los embustes, lo recuerda asimismo: «Traía en su servicio un criado, natural de Segovia, de los refinos hijos que aquella ciudad cría. Era gran socarrón, alegre, decidor, con su poquito de músico; gran persona de ponerse a caballo sobre una jácara y durarle una jornada sin descansar. Sin esto era un diluvio de pullas, un torrente de chanzonetas y una sima de donaires» (Edic. Cotarelo, pág. 13).



 

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144, estafeta: «correo ordinario que iba de un lugar a otro a caballo» (Dicc. Autoridades). Comp.: «Éste, habiéndose tratado de mis bodas, era la estafeta de nuestros entretenimientos...» (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXIII, pág. 195). «Don Gabriel: Ahora bien, yo querría / escribir a mi patria. Pacheco: Sí, que es día / de estafeta: recado / hay aquí...» (Tirso de Molina, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 542 b). «Cartas bastardas sin firma, / ya vos veis cuánta vileza / arguyen en quien pretende / hacer la infamia estafeta» (Ídem, El amor médico, Clás. Cast., CXXXI, pág. 42). La voz estafeta es italianismo. Ejemplos de su uso se pueden ver en Juan Terlingen, Los italianismos en español, Amsterdam, 1943, pág. 318.



 

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1841: No lo.



 

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161, presidente: «Comúnmente llamamos presidentes los que son cabeças en los concejos y chancillerías. Presidencia, esta dignidad y mayoría» (Covarrubias). Comp.: «Veis allí un hombre más liviano que un bofe, y parece en lo externo más grave que un presidente» (Gracián, Criticón, II, crisi VII; R.-N, tomo II, pág. 240). Según el Dicc. de Autoridades, presidente se toma generalmente por «el que es cabeza o superior de algún Consejo, Tribunal o Junta». Aduce un ejemplo de la Nueva recopilación: «Mandamos que en el nuestro consejo, para la administración de justicia y gobernación de nuestros Reinos, estén y residan de aquí adelante un Presidente y diez y seis letrados» (lib. 2, tít. 4).



 

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171, vez: «vale la cantidad que se bebe de un golpe; y así se dice: Una vez de vino, caber buena vez» (Dicc. Autoridades).



 

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172, zancadilla, con el valor de «trampa, ardid, engaño».



 

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1841: ... que acá la...



 

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229, dueña, «en lengua castellana antigua vale señora anciana biuda; agora significa comúnmente las que sirven con tocas largas y mongiles, a diferencia de las donzellas» (Covarrubias). Las dueñas fueron copiosa y duramente atacadas por su afición al chisme y al enredo. De esto surgió el dicho «cual digan dueñas». Modelo de las burlas sufridas por las dueñas es la de Quevedo, en La visita de los chistes: «... estoy rogando con mi persona al purgatorio, y todas las almas dicen en viéndome: “¿Dueña?, no por mi casa”. Con el cielo no quiero nada, que las dueñas, en no habiendo a quién atormentar y un poco de chisme, perecemos. Los muertos también se quejan de que no los dejo ser muertos como lo habían de ser, y todos me han dejado en mi albedrío si quiero ser dueña en el mundo; mas quiero estarme aquí, por servir de fantasma en mi estado toda la vida y sentada a la orilla de una tarima guardando doncellas, que son más de trabajo que de guardar. Pues, ¿en viniendo una visita, aquel llamen a la dueña? Y a la pobre dueña todo el día le están dando su recaudo todos. En faltando un cabo de vela, llamen a Álvarez, la dueña le tiene. Si falta un retacillo de algo, la dueña estaba allí. Que nos tienen por cigüeñas, tortugas y erizos de las casas, que nos comemos las sabandijas. Si algún chisme hay, ¡alto!, a la dueña. Y somos la gente más bien aposentada en el mundo, porque en invierno nos ponen en los sótanos y los veranos en los zaquizamíes. Y lo mejor es que nadie nos puede ver: las criadas porque dicen que las guardamos; los señores, porque los gastamos; los criados porque nos guardamos; los de fuera, por el coram vobis de responso, y tienen razón, porque ver una de nosotras encaramada sobre unos chapines, muy alta y muy derecha, parecemos túmulo vivo. Pues ¡cuando en una visita de señoras hay conjunción de dueñas! Allí se engendran las angustias y sollozos, de allí proceden las calamidades y plagas, los enredos y embustes, marañas y parlerías, porque las dueñas influyen acelgas y lantejas y pronostican candiles y veladores y tijeras de despabilar» (Clás. Cast., XXXI, págs. 264 y sigs.). «Tanto cavó con la imaginación, que halló traza por los medios de una buena dueña de tocas largas reverendas; que suelen ser las tales ministros de Satanás, con que mina y postra las fuertes torres de las más castas mujeres...» (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXIII, pág. 76). La abundancia de dueñas llamó la atención a Madame d’Aulnoy, quien lo registró así en su Relation du Voyage d’Espagne. (Véase RHi, 1926, LXVII, pág. 326.)



 

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261, atahona equivale a «molino en seco» (Covarrubias). De ahí su asociación a la idea del torno. Sin embargo, su valor exacto es el de «ocupación enfadosa». «Llamamos atahona al oficio y ocupación de pesadumbre que se repite oy, y mañana y siempre, como hace la bestia del atahona, que siempre anda unos mesmos passos y los buelve a repetir infinitas vezes» (Covarrubias). Este valor es el del texto que motiva este comentario. Comp.: «Venido el día claro, volví a mi atahona como me fue mandado» (M. Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXXIII, pág. 90). «Daban las tres, y tornaba / a la médica atahona» (Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes, Bib. Aut. Esp., V, pág. 403 c). «Vuelve la atahona, y halla / tercer billete...» (Ídem, Amar por señas, Bib. Aut. Esp., V, pág. 472 b).



 

126

Todas las ediciones enfadan; Bib. Aut. Esp.: ofendan.



 

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274, garrafal, o garrofal «todo aquello que excede de su ordinaria forma y cantidad» (Covarrubias). El sentido del texto equivale a «ser ahora desenvuelta la que antes fue recogida». Comp.: «... que hay mujer de puños grandes, / que después que artificiosa / da muñecas garrofales, / tiene piernas cantimploras...» (Lope de Vega, Virtud, pobreza y mujer, Bib. Aut. Esp., LII, pág. 221 c).



 

128

276, gorgorán: «tela de seda, lujosa, con cordoncillos». Comp.: «Don Juan: Tu misma imaginación / tengo: aquella es doña Marta; / mas, ¿cómo en traje galán / Marta, con extremos tantos? / Don Diego: ¿Agora sabes que hay santos / de holanda y de gorgorán?» (Tirso de Molina, Marta la piadosa, Bib. Aut. Esp., V, página 460 b). «Un mes serví, no cumplido, / a un médico muy barbado, / belfo, sin ser alemán; / guantes de ámbar, gorgorán, / mula de felpa, engomado...» (Ídem, Don Gil de las calzas verdes, Bib. Aut. Esp., V, 403 B). (El gorgorán era usadísimo en la vistosa vestimenta de los médicos; véase, a este propósito, la nota a Amor médico, Clás. Cast., CXXXI, págs. 10, 67.) «Vistiérase el zapatero / como pide el cordobán, / sin romper el gorgorán, / quien tiene el caudal de cuero» (Ídem, La huerta de Juan Fernández, Bib. Aut. Esp., V, 633 b).



 

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1841: el peso la hace...



 

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279, contray: Los paños de Contray eran conocidos en época anterior a la de Tirso. Muy a fines del siglo XV tenemos referencias a sus empleos en los Inventarios aragoneses de Serrano y Sanz (BAE, 1922, IX, pág. 123): «Un sayo de Contray, negro, forrado de damasco negro», «un tavardo de Contray, ribeteado de seda», «otro ropón de Contray forrado de carmesí», «un manto de Contray guarnido de cetí», «una lobeta de Contray» (todos estos ejemplos de 1487); «un sayo negro casi nuevo, de Contray, con sus mangas guarnidas de tapet negro» (BAE, 1915, II, pág. 87; ejemplos del año 1497). En La Celestina: «llama a mi sastre é corte luego un manto é una saya de aquel contray, que se sacó para frisado» (Clás. Cast., XX, pág. 218). Otros ejemplos: «Para salir, de contray / sus escuderos vistió; / que el vestido del criado / dice quién es el señor» (Romancero, Bib. Aut. Esp., X, página 496 b). «Las que aquí son telas de oro y brocados, allí eran bureles, y por cosa muy preciosa se hallava algún contray para mantos a las ricas fembras en el día de su boda, que por eso se llamaron de velarse» (Gracián, Criticón, III, crisi X; edic. R.-N., III, pág. 313; véase nota al pie de página).



 

131

280, espumilla: «Cierto género de lienzo delgado, no mui tupido, llamado assí por lo delicado y ralo» (Dicc. Autoridades). Comp.: «Porque traigo linda hacienda / y mucha; porque hallaréis / tocas de reina y beatillas / gasas, velos, espumillas / y otras muchas, ¿cuál queréis?» (Pérez de Montalbán, La toquera vizcaína, Bib. Aut. Esp., XLIV, pág. 552 c).



 

132

281, ruan: «especie de lienzo fino, llamado assí por el nombre de la ciudad de Ruán, en Francia, donde se texe y fabrica» (Dicc. Autoridades). Comp.: «¿Qué tafetán? -Ocho, siete / han de ser-. No quito nada / de siete y medio. ¿Ruán?» (Calderón, Casa con dos puertas mala es de guardar, Bib. Aut. Esp., VII, pág. 139 a). Véase lo que decimos en pág. 92, nota a cambray. El paño de Ruán era ya -como el de Cambray- importado en la Edad Media: «El mejor panno tinto de Roan vala el mejor la vara dos mrs. menos tercia» (Cortes de Jerez de 1268, I, pág. 265). «De la Nabidat adelante valan... del mejor panno prieto de Roan, la vara diez sueldos de dineros alfonsíes (Ibídem, pág. 66). (Véase A. Castro, «Unos aranceles de aduanas del siglo XIII», RFE, 1923, X, pág. 127.)



 

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308-325, Con ligeras variantes, Tirso reproduce este trozo en Quien no cae no se levanta, acto I, escena II (Nueva Bib. Aut. Esp., IX, pág. 145 a): «Compran peines, alfileres, / trenzaderas de cabello, / papeles de carmesí; / orejeras, gargantillas, / pebetes finos, pastillas, estoraque, menjuí, / polvos para blanquear dientes, / caraña, copay, anine, / pasta, aceite de canine, / abanillos, mondadientes, / sangre de drago en palillos, / dijes de alquimia y acero, / quinta esencia de romero, / jabón de manos, sebillos, / franjas de oro milanés, / agua fuerte, adobo en masa / de manos. ¡Cristo sea en casa!».



 

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310, papeles carmesí: «papeles para colorear las mejillas». Eran los papeles de Granada, afamados en el tiempo. Comp.: «No sean papeles fuego / de una casa tan honrada, / que no es bien, si estoy casada, / que quieras poner, amor, / color fingido a mi honor / con papeles de Granada» (Lope de Vega, Santiago el Verde, Bib. Aut. Esp., XXXIV, pág. 209 a). «No son sus mejillas / color de Tiro, / pero son de Granada / papeles finos» (Ídem, Bib. Aut. Esp., XXXVIII, pág. 233 a). Véase Teatro antiguo español, VII, pág. 240.



 

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311, orejeras: «abrigo que se hace para defender las orejas del frío, que por lo regular están unidas a las monteras, y caen hasta poderse atar debajo de la barba, y son de cuatro dedos de ancho, de la misma tela» (Dicc. Autoridades).



 

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312, pebete: «Composición aromática, confeccionada de polvos oloríferos, que, encendida, echa de sí un humo mui fragante, y se forma regularmente en figura de una varilla» (Dicc. Autoridades). Comp.: «Bien pudiera estar la cama hecha, el aposento lavado, todo perfumado, ardiendo los pebetes y los pomos vaheando...» (M. Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXIII, pág. 82). «Tocados, cintas y medias, / guantes, pastillas, pebetes» (Calderón, El escondido y la tapada, Bib. Aut. Esp., VII, pág. 469 a). «Majuelo: ... ¿Sabes en qué echo de ver / que no pueden diablos ser / los que endulzando te halagan? / Don Gabriel: ¿En qué? Majuelo: En que huele a pebetes / y a pastillas esta sala; / que el diablo siempre regala / con almizcle de cohetes» (Tirso de Molina, En Madrid y en una casa, Bib. Aut. Esp., V, pág. 552 b). Por la frecuencia de su uso, y buscando efectos de burla, pebete vino a significar «cualquier objeto que producía mal olor»: «En vano andas cursando las boticas, / y catando las purgas y xaraves, / en vano tienes gusto en los pebetes, / y con ellos en cámaras [“disentería”] te metes» (Villaviciosa, La Mosquea, canto 2, octava 47; ejemplo del Dicc. Autoridades). «Lleua este río crecido... el crystal que derrame / la fuente de medio día, / i lo que da la otra vía, / sea peuete o sea topacio» (Góngora, ed. F.-D., I, 258. Ejemplo del Vocabulario de D. Luis de Góngora y Argote, de B. Alemany, Madrid, 1930, s.v.).



 

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312, pastillas: Covarrubias habla de pastillas de boca, «pasta pequeña, suele ser de olor y perfume, y también de azúcar con otras cosas, y éstas llaman pastillas de boca, porque se traen en la boca para disimular el mal olor della». También las había destinadas a perfumar habitaciones, etc.: «Pedazo de masa o confección de materias aromáticas, como menjuí, estoraque, etc., que quemados sirven de perfume oloroso» (Dicc. Autoridades).



 

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313, estoraque: «árbol mui parecido al membrillo, cuya corteza es resinosa y aromática, y el fruto que da es semejante a una ciruela blanca y pequeña, y amarga al gusto» (Dicc. Autoridades). Estoraque se llama comúnmente «la goma o liquor que destila el árbol assí llamado, y que se cuaja y endurece como la resina. El más estimado es el de color roxo, porque tiene más crasitud, a diferencia del que es negro y mohoso, y que con facilidad se desmenuza. El estoraque líquido es la grassa que sale de la corteza del árbol por vía de cocimiento» (Dicc. Autoridades). Según el mismo Dicc. Autoridades la Pragmática de Tasas de 1680 decía: «Cada libra de estoraque calamita no puede passar de treinta y dos reales». El obtener estoraque -falso- ya figura entre las múltiples habilidades de Celestina: «E en su casa fazía perfumes, falsaua estoraques, menjui, animes, ámbar...». «Los azeytes que sacaua para el rostro no es cosa de creer: de estoraque e de jazmín, de limón...» (Celestina, Clás. Cast., XX, págs. 72 y 79). Góngora lo utiliza con sentido jocoso, de «mal color»: «Al estoraque del Congo, / volvamos, Dios, en ayuso» (edic. F.-D., II, 290). El estoraque se usó como perfume y como medicina. «Es singular el estoraque líquido contra infinitas enfermedades frías, y principalmente sirve para facilitar el parto, metiéndose con azeite de azucenas por las partes secretas» (A. Laguna, Dioscórides, I, LVIII).



 

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313, menjuí: «benjuí», «Liquor o goma que destila el árbol llamado Laserpicio: el qual se congela y endurece, y se vuelve blanco en lavándole. Es mui oloroso, suave al gusto y trasparente y en lo natural, de color mui roxo» (Dicc. Autoridades). Comp.: pág. 123. «Tengo por el licor Cyrenaico al excelentéssimo Benjuy: en la qual opinión pienso que no me engaño, visto que es oloroso en extremo, suaue al gusto, translúzido, y de color muy roxo: vltra de las quales señales, si se lauan se torna blanco». «Tiene gran fuerça de adelgaçar, consumir, y resoluer los gruessos humores. Administrado en perfume, resuelue toda la corrupción, infección, y malignidad del ayre: por donde es muy vtil contra la pestilencia. Su sahumerio conforta el celebro, fortifica todas las acciones del ánimo, y extirpa todas las enfermedades frías de la cabeça, siendo primero purgado el cuerpo; de otra arte atrae della increíble copia de humores» (A. Laguna, Dioscórides, II, LXXXVIII).



 

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314, polvos de dientes: «los destinados a limpiar la dentadura» Comp.: «Polvos de dientes, jabones / de manos, pastillas, cosas / curiosas y provechosas» (Lope de Vega, El caballero de Olmedo, Bib. Aut. Esp., II, pág. 369 b). «Pero si es verdad, como dices, que se valía de untos y artificios de sebillos, que los dientes y manos, que tanto le loaban, era a poder de polvillos, hieles, jabonetes y otras porquerías...» (M. Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXIII, pág. 69). Los polvos para los dientes se hacían de diversas materias, según nos informa Dioscórides: con cortezas de caracol (II, IX), con jibia, con alcyano (II, XXZ) (A. Laguna, Dioscórides).



 

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315, caraña: «Resina o goma de Indias de color de Tacamahaca [«rojo»] y casi de su mismo olor... Es caliente... y buena para varias enfermedades... y viene de Tierra firme» (Dicc. Autoridades). La Pragmática de 1680 decía: «Cada onza de caraña no pueda pasar de tres reales» (Ejemplo del Dicc. Autoridades).



 

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315, Todas las ediciones dicen capey. Debe tratarse, sin embargo, del copey, «voz caribe que significa brea». Se trata de un árbol gutífero de la América intertropical, de madera muy buena, y de cuya corteza se extrae una resina que se utiliza como la brea. «En Costa Rica llámasele también copel; cupey en Puerto Rico y parte de Centroamérica. En Venezuela emplean los naturales la infusión de las hojas como pectoral, y de la cáscara preparan loción antirreumática. La goma se aplica muchísimo entre los algebristas o componedores, para curar fracturas y dislocaciones de huesos» (Santamaría, Diccionario General de Americanismos, s.v. Véase también Pedro Henríquez Ureña, «El español en Santo Domingo», BDH, V, págs. 126 y 141).



 

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315, anime: «Lágrima, goma o resina de un árbol que se cría en las Indias Orientales y Occidentales, mui parecido y semejante al incienso y a la myrrha. Su perfume oloroso y suave fortalece el celebro y la cabeza. Llámase en Castilla anime copal, porque en México, de donde se trahe, se llama Copali. La Pragmática de Tasas de 1680 ordena: Cada libra de anime copal no puede passar de doce reales» (Dicc. Autoridades). El anime se recuerda en el trozo de La Celestina que venimos citando (pág. 123). Comp. además: «Los sacerdotes de los ídolos... encendieron muchos braseros y echaron mucho copal, que se hace de cierta goma que paresce mucho al anime» (Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, edic. 1914, pág. 689). «¿O dónde hay árbol que suda / bálsamo, anime y copal?» (Lope de Vega, El viaje del alma, edic. Acad. II, pág. 8). (Ejemplos del Diccionario Histórico de la Academia.) «El cáncamo de Dioscórides, la Lacca de Serapión y de los otros Árabes y aquel perfume vulgar que llamamos Anime en Castilla, son una misma cosa; no obstante que algunos varones y exercitados en la historia medicinal tiene a nuestro Anime por una suerte de Electro, viendo que echado en perfume da de sí el mismo olor que el Electro, y fregado tiene fuerzas de atraer a sí a las plumas, y pajas» (Laguna, Dioscórides, I, XXIII).



 

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316, goma: «Es cierta gota viscosa, que suelen llorar algunos árboles por las hendeduras de las cortezas, y tantas diferencias ay de gomas, quantas ay de los árboles donde destila. Goma arábiga... dize Serapión, que es la goma de la espina egypciaca, la qual raras vezes o nunca viene a estas partes, y danle este nombre a qualquiera otra que nace entre nosotros, de los ciruelos, perales, cereços, almendros, y, finalmente, de todos aquellos árboles que nos producen resina... Antiguamente se engomavan los cabellos las mugeres quando abrían las crenchas, porque assentase igualmente de una parte y de otra; agora engoman juntamente las tocas, que llaman de punta, para que assiente en la frente y no se levante; y algunos fanfarrones también engoman los mostachos para que vayan tiesos con las puntas a las orejas» (Covarrubias). El uso de la goma como cosmético lo acreditan los ejemplos siguientes: «... goma, es la nuestra vulgar goma Arábica, con la qual las donzellas se adornan ordinariamente las crenchas. Esta goma cozida con cebada, y deshecha es admirable remedio para deshazer las asperezas y empeynes de todo el cuerpo, y en especial de las manos si se friegan a menudo con ella» (Laguna, Dioscórides, I, CXII). «... e cuando comyençan las arcas a desbolver, aquí tienen aljófar, allí tyenen sortijas... esponja con la goma para asentar cabello» (Arcipreste de Talavera, Corbacho, Bibliófilos españoles, XXXV, pág. 130). «Un mes serví, no cumplido, / a un médico muy barbado, / belfo, sin ser alemán, / guantes de ámbar, gorgorán, / mula de felpa, engomado» (Tirso de Molina, Don Gil de las calzas verdes, Bib. Aut. Esp., V, pág. 403 b).



 

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316, canime: «En Colombia y Venezuela, el árbol de la copaiba» (Francisco J. Santamaría, Diccionario general de americanismos, México, 1942). La copaiba, según el mismo Diccionario, es un «árbol semejante al cedro, del cual se extrae el bálsamo de su nombre, o aceite de palo».



 

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317, abanillo: «abanico». Según Juan F. de Ayala Manrique, Tesoro de la lengua castellana, 1693, manuscrito en la Biblioteca Nacional de Madrid, «abanico es el instrumento de darse ayre en qualquiera forma que sea. Algunas damas dicen abanillo, y en estilo palaciego dezían antes abano» (Ver Gili Gaya, Tesoro lexicográfico, 1492-1726, s.v.). Comp.: «Un francés está a la puerta / con abanillos famosos, / que poniéndolos por velas / desde Portugal el viento / le trujo a nuestras riberas» (Lope de Vega, El abanillo, edic. Acad., III, pág. 156). «Muestre a ver los abanillos» (Ibídem, pág. 15 b). «... este verano, Dios, / abanillos de buen aire / nos dé» (Góngora, edic. F.-D., I, 333). Abanillos o abaninos también se llamaba a determinados adornos de lienzo para los cuellos: «... el caballero que estaba a su lado se afligía, pegando los abanillos del cuello y volviendo las cuchilladas de las calzas» (Quevedo, Sueños, Clás. Cast., XXXI, pág. 122). «¿Quién, amigo, no te abraça? / -Abraços, pienso huilles, / que baxan los abanillos» (Góngora, Obras, edic. F.-D., II, 183). Véase Dicc. Autoridades, s.v. abanino.



 

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318, sangre de drago: «Un gomoso licor de cierto árbol muy encendido, de que usan los pintores. Viene de África a Italia, y en cantidad tan pequeña, que, por venderse muy caro, no usan dél sino para cosas muy delicadas. Llámase por otro nombre cinnabro» (Covarrubias). Comp.: «Dalle con polvos al hueso / y con la sangre de drago / o aceite de azufre en pago / de algún hurtado suceso» (Lope de Vega, La buena guarda, Bib. Aut. Esp., XLI, pág. 256 c). «Sangre de drago, / porque no te marees con las olas / del vuelo» (Tirso de Molina, El Rey Don Pedro en Madrid, Bib. Aut. Esp., V, pág. 606 a). Laguna señala las siguientes propiedades para la sangre de Drago: «Es semejante en virtud a la piedra Hematiste, salvo que es más estíptico: y ansí le suelen dar a beuer comúnmente los médicos, para restañar todo fluxo de sangre. Tiene éste un color muy penetrante y sanguíneo de do se persuadieron algunos que fuesse sangre de drago: el qual nombre le dura hasta en estos tiempos» (Andrés Laguna, Dioscórides, V, LXVIII).



 

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320, El romero tenía copiosa aplicación en farmacopea. Covarrubias dice que sus virtudes «no están todas descubiertas, ay tanto dello en España que calientan con él los hornos; sin embargo, de sus hojas y de sus flores y de su aceyte se han hecho grandes esperiencias». Comp.: «Aparejos para baños, esto es vna marauilla, de las yeruas e rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla e romero, maluauiscos, culantrillo...» (Fernando de Rojas, La Celestina, Clás. Cast., XX, pág. 78). «Hizo Sancho lo que se le mandaba, y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena; que él pondría remedio con que fácilmente se sanase. Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no había menester otra medicina, y así fue la verdad» (Cervantes, Quijote, I, XI; Clás. Cast., IV, pág. 260). Andrés Laguna, en su comentario a Dioscórides dice del romero: «Es el romero caliente y seco en el segundo grado. Su sahumerio sirve admirablemente a la tosse, al catarro, al romadizo: preserua la casa del ayre corrupto, y de la pestilencia, y haze huir las serpientes della. Comida su flor en conserva, conforta el celebro, el coraçón y el estómago: auiua el entendimiento: restituye la memoria perdida; despierta el sentido y en suma, es saludable remedio contra todas las enfermedades frías de cabeça y estómago» (Dioscórides, III, LXXXIII).



 

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321, sebillos: «El sebo suave y delicado, como el del cabrito, que usan para suavizar las manos y para otros efectos. También se llama assí una especie de xaboncillo, que sirve al mismo fin» (Dicc. Autoridades). «Pero si es verdad, como dices, que se valía de untos y artificios de sebillos, que los dientes y manos, que tanto le loaban...» (Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Clás. Cast., LXXIII, pág. 69). «Mira aquel preciado de lindo, o aquel lindo de los más preciados, cómo duerme con bigotera, torcidas de papel en las guedejas y el copete, sebillo en las manos, y guantes descabezados» (Vélez de Guevara, Diablo Cojuelo, Clás. Cast., XXXVIII, pág. 43). Rodríguez Marín, anotando este trozo, explica: «Mujeres y lindos cuidaban mucho de sus manos y de sus rostros, y para adobar éstos y aquéllas hacían mil extravagancias, y hasta verdaderas porquerías. En un libro inédito de afeites (Biblioteca Nacional, manuscrito 2019) hailas con epígrafes como éstos: “Memoria de la manteca que doña María de Mendoza traía en las manos...” (Fol. 13). “Recepta para hazer seuo para las manos, que se ha de traer nueve días” (Fol. 52 vt.). ¡Véase qué “recepta para las manos”! (Fol. 16): “Tomese suziedad de perros de la blanca y muelanla y después echenla con miel y con hueuo y ponganla en las manos, y no en las palmas, y tenganlo una noche y un día...”. Y ¡véase qué “recepta para el rostro”! (Fol. 66): “Tomareis tocino tanto como vn hueuo, que sea todo gruesso, e poneldo con vinagre fuerte que esté nueue días; y tomareis sahin de culebra”...».



 
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