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ArribaAbajoEl ojo de la ballena (2001)




ArribaAbajoEl ojo de la ballena


Y Dios creó las grandes ballenas.


Génesis, I, 21                


A Betty




Y Dios creó las grandes ballenas
allá en Laguna San Ignacio,
y cada criatura que se mueve
en los muslos sombreados del agua.

Y creó al delfín y al lobo marino,
a la garza azul y a la tortuga verde,
al pelícano blanco, al águila real
y al cormorán de doble cresta.

Y Dios dijo a las ballenas:
«Fructificad y multiplicaos
en actos de amor que sean
visibles desde la superficie

sólo por una burbuja,
por una aleta ladeada,
asida la hembra debajo
por el largo pene prensil;

que no hay mayor esplendor del gris
que cuando la luz lo platea.
Su respiración profunda
es una exhalación».

Y Dios vio que era bueno
que las ballenas se amaran
y jugaran con sus crías
en la laguna mágica.

Y Dios dijo:
«Siete ballenas juntas
hacen una procesión.
Cien hacen un amanecer».

Y las ballenas salieron
a atisbar a Dios entre
las estrías danzantes de las aguas.
Y Dios fue visto por el ojo de una ballena.

Y las ballenas llenaron
los mares de la tierra.
Y fue la tarde y la mañana
del quinto día.

Después de un viaje a Laguna San Ignacio,
1 de marzo de 1999






ArribaAbajoAutorretrato póstumo


Abandoné las sombras.


OLIVERIO GIRONDO                



Abandoné las sombras,
los trajes, los zapatos,
la lluvia en las esquinas.

Me desprendí del fantasma
en el espejo. Dejé atrás
el mundo de la prosperidad fatal.

Desvencijé las rejas,
las puertas, las persianas,
las paradas de autobús.

Abandoné mi cuerpo.






ArribaAbajoEl gabinete del pintor de bodegones


El pintor de bodegones encierra
sombras en el cajón de la mesa
y coloca cebollas sobre el paño verde.
En el platón pone patas de conejo,
pájaros en racimo y pescados de pupilas pútridas.
Todo ello es símbolo de la fugacidad de la vida.

El maestro evita mirar de cerca los ojos coléricos de la langosta,
y traza la cara de la joven que observa con fijeza
las ostras negras del deseo no saciado.
Con puntualidad pinta en la bandeja de plata
las viandas voluptuosas de la víspera
y la cáscara de un limón medio pelado.

El recipiente con frutos no puede faltar
en el espectáculo de la naturaleza muerta.
Las uvas negras del ayer no vivido son presentes desgranados
y la rosa de pétalos marchitos es un sexo deseante y deseado;
al cráneo amarillento por cuyas cavidades asoma la muerte,
el maestro tapa con un trapo blanco.

Su pincel pintará la luz en los rincones donde la nada anida.
El pan seco del ágape reciente nos recordará que el pasado no ha
   muerto,
que en el botellón traslúcido hay todavía destellos,
deseos ahogados, miradas clandestinas,
y que en el agua trémula del vaso verde
nadan los brillos amargos del instante.

El pintor de bodegones a punto de terminar su obra,
cansado de plasmar la ausencia visible de las cosas,
quiere pintar a Dios en la bola de cristal que refleja
la realidad irreal del cuarto,
pero Dios, siempre retratado,
no está en sus retratos.






ArribaAbajoPoema de amor en el espacio cibernético


Abrir o no abrir, that is the question.


Manual de Spanglish                



En la soledad del Espacio Cibernético
vagando por la Ruta de los Iconos,
encontré tu nombre y lo perdí.

Dispuesto a hallar tu rostro
en la Pantalla, navegué día y noche
por las Luces de Eudora.

Entré en Listas y Memorias,
recorrí las ciudades de América Futura
y las Playas nudistas virtuales.

Sexoservidoras sin volumen ni sombra,
paradas en la Carretera Cibernética,
me ofrecieron sus brazos mercenarios.

Pájaros inmóviles volaron en la Página Actual,
los rayos de tus ojos me devolvieron al Comienzo,
los sacerdotes del siglo XXI alzaron su cáliz hacia Todo.

Ansioso de hallarte envié cartas electrónicas,
abrí Ventanas, tomé Atajos, exploré Formatos,
inserté Números, penetré Bandejas y Basureros,

me metí en Programas, examiné Fotos, Periódicos,
Anuncios, Opciones, frecuenté los mares del Spanglish,
pero tu amor siempre se escapaba.

El deseo no satisfecho me dio insomnio y ansiedad,
y ganas frecuentes de asomarme a la ventana
de un edificio de cincuenta pisos en una ciudad del Norte.

En el laberinto de los ordenadores vi la Imagen Total de Dios,
oculto bajo Vocabularios, Informaciones, Descripciones,
Símbolos y Signos, y páginas de web.

Después de viajar semanas por la Nada,
creyéndote cerca, siempre lejana, cerré la puerta
a la vida que se abre y se cierra con un clic.






ArribaAbajoNostalgia de las hijas lejanas


Sábado. Todos los anocheceres son este anochecer.
El perro duerme en el descanso de la escalera.
La gata se ovilla en el canasto de mimbre de la ropa sucia.
Al ponerse el sol he cerrado las cortinas.
Un silencio de piso lavado se ha hecho en el cuarto,
como si nadie estuviera aquí, ni yo mismo.
¿Soy nadie? ¿El reflejo en el espejo es nadie?
El periódico de hoy parece que trae
noticias de hace mil años, descomponiéndose
ya el mundo en un pedazo de materia orgánica.
Mas si doblo el periódico los rostros dejan de gritar.
Mis ojos ya no mirarán distancias vacías.
Abro la puerta de la casa sin saber por qué.
No me dan ganas de salir. Ni de entrar.
Siento nostalgia de las hijas lejanas.






ArribaAbajoCredo


No creo en el presidente de la República
ni el empresario que explota los girasoles.
Mis dioses no tienen poder político
ni económico, ni son estrellas de los medios;
son inútiles, improductivos y efímeros.
Creo en la Virgen de Guadalupe,
a sabiendas de que no existe.






ArribaAbajoDiario sin fechas, XII



4. La fiesta de los buitres


El buitrero mayor
invita a sus congéneres
a comer carne de poeta.

Con un papel en la mano
pasa lista a los presentes:
zopilotes y carroñeros comunes.

Buitres de piernas cortas,
cuello desnudo y pico pálido
deliberan cómo sacarle los ojos.

Algunos proponen que sea a picotazo limpio.
Pero el buitrero mayor decide
que la muerte sea a puro ninguneo.






ArribaAbajoLos poemas solares (2006)




ArribaAbajoPerro espectral


A Rufus



Lo vi venir corriendo por el aire
en respuesta a la voz que lo llamaba en vida.
Todo era luz en las praderas de la tarde.
Todo era ausencia en los cuerpos presentes en la calle.
Su pelambre amarillo estaba descolorido;
sus orejas negras, transparentes.
A mi lado ya no emitía los ruidos
con que celebraba mi retorno después de las separaciones,
ni corría de un lado a otro para festejarme.
Jadeó su afecto y me extendió la pata.
Yo atravesé su pecho con la mano,
yo acaricié su hocico inconsistente;
sus mandíbulas estaban desencajadas
y sus ojos abiertos ciegos.
No sé adónde se había ido desde aquella noche
en que lo dejé dormido a la puerta de mi cuarto
y al amanecer no lo encontré esperándome.
Venía de un lugar donde no hay comida
y para beber sólo hay luz oscura.
Como a una sombra nadie
lo había llamado por su nombre.
Rápidamente nos reconocimos.
Le puse la correa roja en el cuello
y con la pata impalpable abrió la puerta.
Era hora de su paseo y salimos a la calle.
Pero en la esquina, nos desvanecimos.






ArribaAbajoEl deseo de ser uno mismo


(Desde Kafka)

Si uno pudiera ser un jinete cabalgando
a pelo sobre un caballo transparente
a través de vientos y de lluvias
constantemente sacudido
por la velocidad de la cabalgadura
si uno pudiera cabalgar intensamente
hasta arrojar lejos de sí las ropas
porque no hacen falta las ropas
hasta deshacerse de las riendas
porque no hacen falta las riendas
hasta arrojar lejos de sí la sombra
porque no hace falta la sombra
y así viera que el campo no es campo
sino puñado de aire
si uno pudiera arrojar lejos de sí el caballo
y cabalgar solo sobre sí mismo.






ArribaAbajoPor la puerta verde


A Eva Sofía



Soy un indocumentado de la eternidad.
Sin papeles he cruzado las fronteras del tiempo.
Detenido por los agentes migratorios del nacimiento
y de la muerte, he saltado
en el tablero de ajedrez de los días.
Aduaneros sagaces en busca de recuerdos de valor
han hurgado en mis valijas de sombras.
Nada que declarar. Nada que lamentar.
He pasado por la puerta verde.






ArribaAbajoLas Parcas


Nadie lo dice, pero las Parcas
no son tres hermanas vestidas de blanco,
sino existe una para cada cuerpo
y las llevamos adentro como saliva y sangre.
No las parió el Erebo de la Noche,
sino el Minuto terco con la Sombra,
y ellas nos paren a nosotros todo el tiempo.
Si una hila, otra devana y otra corta,
parcas en palabras y en costumbres,
su parquedad es engañosa,
porque las tres atacan con tijeras
las piernas y el pecho de la gente.
«Atropos, Cloto, Laquesis» susurran los instantes.






ArribaAbajoDiario de sueños




ArribaAbajoNo yo


No yo besaré tu boca.
No yo miraré tus ojos.
El extraño que soy dentro de mí apenas se detendrá
a tu lado, después de haberte perdido muchas veces
en los laberintos carnales de otros cuerpos.
Siete millones de murciélagos chocarán contra la luz
sólo por tener la gracia de verte en el tramonte.
Mas cuando el amor acabe
nadie guardará memoria de esa gracia,
ni de los murciélagos ni del tramonte.
Nuestros cuerpos, huérfanos de dioses,
como rayos atravesando lluvias,
también se habrán desvanecido.
Entonces, puedes estar segura, nadie,
ni siquiera el amante que formamos juntos,
saldrá a buscarnos en la ciudad promiscua.
Nadie lamentará nada,
ni las nadas que fuimos.
Nadie.
No yo.

París, martes 14 de julio de 2009.






ArribaAbajoSoy un indocumentado de la eternidad


Soy un indocumentado de la eternidad,
un ilegal que cruza las fronteras del sueño.

El pasaporte de la existencia ha caducado
y sin papeles mis huesos valen nada.

Viajo de noche hacinado en un camión sin luces
y duermo en las trastiendas de la ley.

El sueño americano se ha convertido
en el infierno del exilio de mí mismo;

en las esquinas acecha la migra con sus redes
para atraparme como a un extraterrestre.

«Ha salido de las sombras», me señalan,
cuando emerjo de los retretes del trabajo.

No importa. Como un mojado celebro
el paso del viento en los altares del desierto

y contemplo el infinito en el lugar
donde estaban las torres gemelas.

Nueva York, lunes 1 de mayo de 2006, durante la marcha multitudinaria de ilegales.






ArribaAbajoComo dioses


Como dioses que ascienden la escalera
De un templo que contiene imágenes
De sí mismos, en las que ya no creen.

Como dioses espectrales, cuya presencia es denunciada
Por un brillo en la frente, una mancha en la mano
O por la hierba tronchada en un peldaño.

Como dioses que ascienden con más hábito que prisa
La escalera del tiempo, sabiendo que al alcanzar la cima
llegarán a su muerte o se desvanecerán en el olvido.

Como dioses que suben en grupo, pero cada uno solitario,
Con un séquito cobarde que se queda abajo mirándolos subir
a la punta de la escalera donde se volverán aire

O huella O peldaño O vacío
O retorno al principio.
Así mis días.

París, martes 13 de octubre de 2009.






ArribaAbajoHuitzilopochtli


Y al tiempo que nació y salió el sol, todos los dioses murieron.


FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN,
Historia general de las cosas de la Nueva España.
               


Nació feroz, ni quien lo dude.
Con su antifaz negro moteado de estrellas,
su rodela y sus dardos azules,
Huitzilopochtli era imponente.
Mamá Coatlicue, barrendera de templos,
se sintió orgullosa del hijo guerrero,
que armado salió de su vientre
listo para flechar a sus cuatrocientos hermanos
celestes, y despeñar a su hermana la Luna.
Todos los Tezcatlipocas estuvieron de acuerdo:
El dios del sol en su cénit era como fuego vivo,
con su cara rayada y su pierna emplumada.
Uitzilin, uitzilin opochtli,
cantaban los colibríes del sur
al futuro gobernante de México,
imaginándolo con la banda presidencial en el pecho,
una metralleta en la mano derecha,
y un corazón humeante en la izquierda.

París, sábado 8 de agosto de 2009.






ArribaAbajoMidas en la piscina


En la ciudad no había agua,
pero Midas en su piscina olímpica nadaba
como si toda el agua de la ciudad fuese suya.
Había contado las ganancias del día,
y estaba feliz porque pensaba que la gente
estaba feliz porque él había hecho un millón más,
y porque con sus negocios había hecho más pobres
y ahora podía ayudar a los pobres.
«Los políticos y los empresarios me elogian», se decía,
«porque los que tienen mil pesos quieren un millón,
y los que tienen un millón diez millones,
y los que tienen diez desean tener cien millones,
y los que tienen cien ambicionan mil millones.
Yo tengo esos millones, y hasta más.
Pero mientras los aspirantes a millonarios
realizan su sueño, los menos ricos
y los más pobres me admiran,
porque la riqueza ajena
es la satisfacción de los tontos».

Viernes 4 de septiembre de 2009.






ArribaAbajoLos higos blancos de Esmirna


A mi padre Nicias.




Antes de que te desvanezcas en el espejo negro,
déjame verte una vez más en la huerta de los higos
de este devastado jardín terrestre, y tú y yo,
como Nadies que han pisado la tierra desnuda,
cojamos con mano vana los frutos del otoño
que regala Deméter dadivosa.

Antes que en brazos de la Parca helada
crucemos separados los umbrales del Hades,
y en el horizonte indefinido se junten
nuestras sombras con las de los vivos y los muertos,
quiero, padre mío, volver contigo a la huerta
de mi infancia, y, escondidos de todos,
cortar los higos blancos de Esmirna.

París, domingo 18 de octubre de 2009.






ArribaAbajoEpílogo


HORACIO, Exegi monumentum.


Odas, Libro III.                


He bajado de mi monumento.
Rompí el espejo, no creo en mí mismo.
Soy más fugitivo que el aire
y menos duradero que las ruinas.
No puedo compararme a Dante en poesía.
Ni siquiera a la lluvia que el sol borra.
Mi fama es invisible como el viento.
Desde los cuarenta no cuento los años, los descuento.
A hombres como yo que no tuvieron poder
ni dinero, sólo les queda realizarse a sí mismos
(sin monumentos). Mientras Mandamases y Midas
otorgan premios y ascensos al Olimpo,
yo voy ufano con el cabello hirsuto.
Que el Mono, el Puerco y el Gusano
se metan los laureles por el culo,
yo he bajado de mi monumento.

Durante el vuelo París-México, lunes 10 de agosto de 2009.






ArribaAbajoDel cielo y sus maravillas, de la tierra y sus miserias




ArribaAbajoLevitaciones


La diferencia que hay de unión a arrobamiento, u elevamiento, u vuelo que llaman de espíritu, u arrebatamiento, que todo es uno.


TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida                



Yo, Teresa de Cepeda y Ahumada,
la monja de los arrobamientos,
pasaba de los cuarenta años cuando
en el aire muerto de los cuartos cerrados
tuve mi primer éxtasis, y las manos del Dios vivo
me alzaron sobre mí misma.

Yo, Teresa de Jesús, sentía las manos
del Dios invisible levantándome en vilo
delante de las monjas de mi congregación,
y sin saber qué hacer quería agarrarme
del piso en ese trance místico
que me hacía ver el abismo de mí misma.

En esos arrobamientos mi cuerpo perdía su calor natural,
y se iba enfriando, el suelo bajo el cuerpo se retiraba,
y en medio del silencio de los sentidos la nube
de la gran Majestad descendía a tierra,
subía la nube al cielo, y elevándose
me llevaba consigo en su vuelo.

Yo me preguntaba en ese aire vivo,
«¿Dónde se encuentra Dios?».
Al ver que me llevaba no sé dónde,
yo, dejándome arrebatar, lo arriesgaba todo,
y entregada a la contemplación de lo Desconocido,
suspendida en el aire, tenía visión del reino.

En vano resistía esos elevamientos y ocultaba mi espanto.
Cuando me acometían esos raptos no había posibilidad
de oponerse a ellos, se presentaban con un ímpetu
un fuerte y acelerado que veía y sentía alzarse esta nube,
como si un águila me cogiera entre sus alas. Temiendo
ser engañada, me oponía al levantamiento en público.

En mi pasión visionaria veía a Dios y la Virgen en todo
su esplendor, y a un ángel hacia mi lado izquierdo
en forma corporal, no grande, sino pequeño, hermoso
mucho, con el rostro un encendido que parecía de los
ángeles solares. Le veía en las manos un largo dardo
de oro, y al fin del hierro un poco de fuego metiéndoseme

por el corazón, que me llegaba a las entrañas.
Quedaba después de la pelea cansada, pues la fuerza
del arrobamiento era tal que alzada el alma la cabeza
iba tras ella, sin poderla tener, y todo el cuerpo en vilo,
que del lecho al techo podía haber un abismo,
y no sólo un abismo, sino mucho vacío.

Como me acaecían esos arrobamientos en el coro,
entre las otras monjas, o yendo a comulgar
y estando de rodillas, me daba mucha pena ser llevada
por los aires delante de todas, que veían a su priora
estarse en éxtasis, con sus grandes ojos negros
desfallecidos mirándolas desde arriba en el trance místico.

Les pedía yo luego que no dijeran nada a nadie
de lo que habían visto, que estar alzada sobre la nave
no es cosa que pueda leerse en los libros de caballerías.
La princesa de Éboli propagaba entre su servidumbre mis
visiones de ángeles y santos, mis conversaciones con Dios
y mis vuelos de espíritu descritos en el Libro de la Vida.

Despertaba burlas y risas.
Ante los tribunales de la Inquisición me acusaba.
Por esa delación el inquisidor con amenazas
de quemar el libro mandó recoger todas
las copias conocidas y todos mis escritos,
quedando el manuscrito en poder del Santo Oficio.

Ocho años quedé yo viva, los otros cuatro muerta.
No está de más agregar que una monja salida
del convento me delató al Inquisidor,
y que mis superiores me prohibieron abandonarme
a exaltaciones místicas, ya que hasta en sueños
los arrobamientos me elevaban del lecho al techo.

Supliqué mucho al Señor que no quisiera darme
más mercedes que tuviesen muestras exteriores,
porque estoy cansada de andar en tanto aire,
sobre todo en maitines, que es cuando me han tornado
los arrobamientos, y yo, hallándome entre gentes,
sentía los estremecimientos del Dios invisible.

No sabía qué hacer, agarrándome de nada,
me quedaba corridísima, quería meterme no sé dónde
con harta pena. Como aquel día de la Asunción,
que hallándome en el monasterio de Santa Clara,
vínome un arrobamiento tan grande que me sacó de mí,
y, sin poder menear pies ni brazos, tuve que sentarme.

Estando así me vi vestir con una ropa
de mucha blancura y claridad por una Virgen niña.
Y vestida por ella, traté de asirme de sus manos,
quedándome luego con mucha soledad,
sin poder menearme ni hablar,
como toda fuera de mí.

Cuando creía que el Señor había tenido la bondad
de oírme arremetía de nuevo y desde debajo de los pies
me levantaba con fuerzas tan grandes que quedaba
hecha pedazos, pues no hay poder contra su poder,
que cuando su Majestad quiere no se puede detener
el cuerpo ni el alma, ni ser una dueña de ellos.

Máxime que después de muerta no seré propietaria
de mi cuerpo: mi pie izquierdo, mi mano derecha
y mi ojo izquierdo, y hasta mi corazón
serán repartidos como reliquias, pues
desde el día en que caí gravemente enferma
fui amortajada.

Yo Teresa de Ávila la de los arrobamientos,
en los umbrales del misterio.
Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582.






ArribaAbajoLetanía


Ama al Dios que te ama
a la luz que tus ojos aman
al espíritu encarnado ama
al agua madre ama
a la tierra inteligente
como a ti mismo ama
al universo dentro y fuera de ti ama
como a un sol interior ama
a la luz vital
entre dos eternidades muertas ama
al poema del ser ama
en la vida y en la nada ama.






ArribaAbajoAfrodita y el viejo o la edad escrita en las manos


En la terraza del café,
el viejo lee su edad
escrita en las manos.

Las pecas, las venas, los canales,
los surcos rugosos, los huesos trapecio
y metacarpo, denuncian los años.

De la muñeca a las yemas de los dedos,
de la palma al dorso, se observan las marcas
del tiempo como anillos en troncos añosos.

Él se abisma en la parte central donde se borran
las líneas de la vida y surgen cinco dedos crispados,
el gordo, el índice, el cordial llamado grosero,

el anular y el meñique, los cuales, lúbricos,
ansían explorar el culo orondo de la Afrodita
viva que va por la calle como un sueño.

El tacto recuerda pasados contactos,
pues la piel tiene su memoria propia
como si el cuerpo mismo recordara.

Mas el deseo se desvanece cuando el viejo
descubre en las palmas y en los dorsos
su edad escrita en las manos.






ArribaAbajoVer lo invisible


A Yves Bonnefoy




Un hombre dijo que el universo es un abismo
interior en que las nebulosas y las galaxias
entonan un incesante «Himno de la alegría»
mientras se hacen y se deshacen mundos.

Otro afirmó que la poesía es como la cámara subterránea
de una pirámide desde la que los antiguos observadores
del cielo vieron con ojos desnudos al Sol, rodeados
de monos aulladores que celebraban el fin de la noche.

Un tercero dijo que si nuestra visión pudiese ayudarse
del telescopio más potente que existe, el del sueño,
podríamos vislumbrar en los confines de nosotros
mismos la música polifónica de la Vía Láctea,

podríamos con los ojos cerrados,
desde el más profundo silencio,
ver, en nuestro interior infinito,
lo invisible.






ArribaAbajoEl ojo negro de la totalidad


El dios jaguar salió del inframundo.
La luz del mediodía se volvió ceniza.
La sombra de la Luna cubrió la Tierra.
El cono blanco del Popo se tornó humo.
La pirámide del Sol se hizo tiniebla.
El alumbrado público se apagó.
El crepúsculo espectral alcanzó al cielo.
La noche de siete minutos comenzó.
El eclipse del milenio cobró forma.
La corona radiante rodeó al Sol.
Plumas de oro cubrieron el espacio.
El ojo negro de la totalidad miró hacia abajo.
Rojo. Verde. Blanco. Azul.
Unos segundos.
Eso fue todo.






ArribaAbajoAgni en Contepec


Eternity is in love with the productions of time.


WILLIAM BLAKE, «Proverbs of Hell»                


El día giraba en negros y en blancos
en torno del cerro Altamirano.
En sus laderas verdes manos rojas
tejían mantos color de arena.
Plumas y remolinos se levantaban
de los campos de lo efímero.
Y tú, dios antiguo, acodado
sobre el monte de oro,
veías a las muchachas desnudas
bañarse en el arroyo.






ArribaAbajoVisión


Hoy vi a Dios
con su abrigo de hojas
caminando de prisa
por una calle desarbolada
de la ciudad en ruinas,
y no me vio.






ArribaAbajoEl festín de Bert


zo ben ik/ een deur.


Bert Schierbeek, «De deur»                


A Chloe



El vidrio estaba helado en la ventana.
Al Vondelpark la primavera no había llegado.
Bajo la lluvia el ayer y el hoy parecían iguales.
Bert llegó en un taxi. Sacudido por el viento
entró a su casa. En silla automática lo subieron
por la escalera como a un poeta rumbo al cielo.
En el hospital le habían diagnosticado cáncer.
Ninguna medicina podría curarlo de la muerte.
Sus pasos finales andaban fuera de sus poemas.
Su mujer había ido temprano al supermercado.
Yo era el invitado extranjero. El amigo de años.
Había venido para acompañarlo en su último lunch.
Su apetito era insaciable, quería devorar la vida
hasta la indigestión, hasta la inconciencia,
como si sus manos y sus ojos tuviesen hambre.
Sentado a la mesa lo vi atacar arenques, anguilas,
ostras, mejillones, patatas, jamones, quesos, panes,
chocolates fundidos, compota de ciruelas, cafés,
speculaas, pastelitos de hojaldres y helado de vainilla.
Para colmar su sed bebía ginebra, cerveza, vino blanco,
y, como si hiciese falta, con la mirada tragaba el agua quieta,
pero elusiva, de los canales de Amsterdam.
Su memoria, esparcida en ciudades y soledades,
se juntaba con un presente en forma de comida.
«Las nubes son las montañas de Holanda», le dije.
«Entonces yo soy una puerta», dijo él, y siguió
comiendo trozos de vida, fragmentos de poemas,
la geografía rota de su rostro surcado de arrugas.
Todo mientras un oscuro día frío
entraba por la ventana y cubría su cuerpo.






ArribaAbajoEl pequeño Edipo


Durante un ritual, María del Carmen Ríos
García le sacó los ojos a su hijo Fernando,
de cinco años, para salvar al mundo de
un terremoto devastador.

Nota roja, sábado 26 de mayo de 2012



A Carlos García Gual




Era de madrugada,
la madre levantó al hijo,
y entre imploraciones y rezos
al dios de los temblores de tierra,
le clavó los dedos en las cuencas,
le sacó los ojos para «limpiárselos»,
y así salvar al mundo de un gran terremoto.

Abrió la puerta de la vivienda miserable,
situada en el cerro de la ciudad perdida,
y echó al pequeño Edipo,
con sangre chorreándole por la cara,
para andar a tientas los caminos de la tierra
anunciando el fin del mundo.






ArribaAbajoLa misión de Julio


Ojo de Vidrio, dijo: «Julio, pon tus asuntos
en orden, prepárate para hacer un viaje.
Saldrás de madrugada en misión especial.
Cuatro compañeros irán contigo. No debes contárselo
a nadie. No te despidas de tu mujer ni de tus hijos.
Cuando estés en la puerta, diles: «Ahorita vengo».
Saldrás todavía oscuro en una camioneta negra.
Aquí están las llaves. Cuatro halcones irán contigo.
En un jeep partirán antes peinando el horizonte.
Cogerás la Sierra Madre. Dormirás a la intemperie.
Por los ranchos pasarás sin detenerte.
Encuentres a quien sea, no te pares,
sigue de largo, no vuelvas los ojos para ver a nadie.
Al coronel en el retén muéstrale tus documentos.
No abras la boca. Te dejará pasar.
Así el sargento, así el capitán, así el policía federal.
Todos saben que vas de mi parte. Cuando en la carretera
te des cuenta que no te sigue el jeep de los halcones,
no te sorprendas, estás cerca del búnker
de El Hijo de la Muerte. Síguete de frente
hasta topar con pared. Hallarás una puerta pequeña
detrás de la cual está una propiedad amurallada, entra.
No te asustes por el trazo circular de las calles que llevan
a ninguna parte. Son arterias engañabobos.
Ingresarás a la mansión por la puerta de la izquierda.
Estará vigilada. Los guardias te apuntarán al corazón
y a las sienes con rifles de asalto. No tengas miedo.
Cuando pases por el zaguán pretende que no están allí.
O que los pistoleros son jardineros o cocineros.
Sigue tu instinto. No vayas a dar un paso en falso
o a mostrar curiosidad, porque te mueres.
Cuando estés delante de El Hijo de la Muerte
dale este paquete cerrado, y si él te pregunta
si contiene dinero, drogas o armas,
responde que ignoras su contenido y que no sabes
el nombre de la persona a la que le estás dando el paquete.
Y si como distraído te pregunta si te detuviste
en el camino para comer o pasar la noche, dile que no,
que trajiste comida y bolsa de dormir. Y si por casualidad
te cuestiona sobre quiénes eran los militares que hallaste
en los retenes responde que no los viste,
que unos hombres te dejaron pasar y no tienes la más
mínima idea de cómo eran ellos.
Cuando acabado el interrogatorio y entregado
el paquete El Hijo de la Muerte te diga que pasarás
la noche en el viejo establo, y dos guardias te conduzcan
fuera de la mansión, no al establo, sino a una mazmorra
oscura, y te digan que no te darán de comer ni de beber,
pero que todo el aire que hay allí es tuyo, acéptalo,
porque en ese momento habrá terminado tu misión».






ArribaAbajoLa puerta


Era cierto que había un guardia en la Puerta,
pero la Puerta era invisible. En torno de la Puerta
no había muros ni hombres para guardarla.
A kilómetros a la redonda, ni en el Norte ni en el Sur,
ni en el Este ni en el Oeste ni en el Centro
había centinelas, torres de vigilancia, nada.

En el horizonte sin puertas ni paredes ni árboles
no se oían ruidos humanos ni animales.
Sólo se oía el silencio, un silencio de hierbas rastreras,
un silencio interior y exterior que atravesaba el llano
como un gemido de antaño, como un presente vacío,
como de algo inenarrable que está por suceder.

Lo cierto es que alguien le había dicho al guardia
que vigilara al hombre de la Puerta. Pero como él nunca
había visto al hombre de la Puerta, ni siquiera la Puerta,
llegó a sospechar que la Puerta era sólo el nombre
de un lugar, una abertura en el aire, un vano que iba
del suelo al cielo por el que nadie entraba ni salía.

Por la Puerta no se llegaba a la Zona del Silencio,
ni al pueblo de los ladrillos de oro, ni a los pasos
de la frontera ni a los caminos de la Sierra Madre
ni a un puerto atacado por los vientos.
Una extraña soledad untada a las piedras y a los cactos
recorría el paisaje que parecía balbucir algo.

De noche hacía frío. O un calor extremo.
O una oscuridad sin fondo semejante
a una oscuridad sin hombre.
Hasta que la Puerta, la dichosa Puerta,
que supuestamente no existía, que nadie había abierto,
de repente se abrió en todas partes al mismo tiempo.






ArribaAbajoÉste es un sueño


No temas a los sicarios
que con pistolas de aire
vienen bajo la lluvia.
No te duelas por las víctimas
que en la esquina los aguardan
con el pecho abierto.
No te preocupes,
los dioses del sacrificio humano
están muertos.
Éste es un sueño.
Cuando despiertes,
no habrá sicarios ni víctimas,
sólo estará la lluvia
cayendo sobre una calle vacía.






ArribaAbajoEl tántalo


El capo apodado Tántalo murió ahogado en
la laguna de Términos tratando de escapar
de un arresto.


Tribuna de Campeche                



El Tántalo se hundió en los humedales,
donde los pantanos filtran el agua.
Una escopeta apuntaba a su cabeza:
El arma con que en vida había ejecutado
a capos rivales y a víctimas casuales.

Con boca de pescado y dientes podridos
miraba los manglares. Plomo y sangre
le cubrían la cara hasta el mentón,
y cuando con ansia infinita trataba de beber,
el agua se le evaporaba y mordía un sedal.

Devorado por el hambre estiraba las manos
para alcanzar los árboles cargados de mangos,
mas el viento los alzaba más altos que el follaje,
y sólo cogía aire. Herida su lengua por un anzuelo
pagaba con sangre las letras de su nombre.

«Tántalo, éste es el miedo, tiéntalo».
«Tántalo, tú sufriendo castigo, y tanta luz aquí»,
le gritaban los muertos debajo de los pies,
pues cuando trataba de salir de los humedales
se hundía más en sí mismo, y así una y otra vez.






ArribaAbajoMidas y su novia en la pirámide del Sol


En el poniente surgió un insecto metálico.
Venía de la ciudad del ruido.
Anochecía en Teotihuacan
y los vendedores de baratijas se habían ido.
No así los espectros de los sacerdotes
del sacrificio humano, transparentes,
camuflados con las piedras y las sombras.
La aeronave de alas giratorias descendió
sin ruido, como dotado de silenciadores.
A los pasajeros vestidos de gala recibieron
guardaespaldas, edecanes y meseros.
Pero no eran Quetzalcóatl ni Tláloc
que volvían a la ciudad de los dioses,
eran Midas y su novia que llegaban
para celebrar su cincuenta aniversario.
En la plataforma la mesa estaba puesta
con vajilla de plata, candelabros prendidos
y champaña helada en cubetas.
Una discreta orquesta amenizaría la cena.
El rey de los banqueros y su novia
pasearían la mirada por la pirámide de la Luna
y la Calzada de los Muertos, ellos, los muertos en vida.
Terminada la cena, el aparato despegaría,
atravesaría la oscuridad poluta,
volando sobre la ciudad de los pobres
como un vampiro luciente.






ArribaAbajoEl río


Desde hace años el río
no atraviesa el campo
su caudal sigue cayendo
en las barrancas del recuerdo

con la mirada oigo
a ese río sin nombre
fluir invisiblemente
por los misterios de mi infancia.






ArribaRuinas del lenguaje


Dicen que Heráclito dijo en fragmentos
(que son ruinas del lenguaje)
que nadie se bañará dos veces en el mismo río,
pero es difícil constatar lo que dijo Heráclito,
porque ese río desapareció y Heráclito desapareció,
y porque aquellos que dijeron que Heráclito dijo
que nadie se bañará dos veces en el mismo río
también desaparecieron.