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ArribaAbajoLibro quinto

Tan contentos estaban estos amantes en el dichoso estado, viéndose cada cual con la deseada compañía, que los trabajos del tiempo pasado tenían olvidados. Mas los que desde aparte miramos las penas que les costó su contentamiento, los peligros en que se vieron, y los desatinos que hicieron y dijeron antes de llegar a él, es razón que vamos advertidos de no meternos en semejantes penas, aunque más cierto fuese tras ellas el descanso, cuanto más siendo tan incierto y dudoso que por uno que tuvo tal ventura, se hallan mil cuyos largos y fatigosos trabajos con desesperada muerte fueron galardonados.

Pero, dejado esto aparte, vengamos a tratar de las fiestas que por los casamientos y desengaños en el jardín de Felicia se hicieron, aunque no será posible contarlas todas en particular. Felicia, a cuyo mandamiento estaban todos obedientes y en cuya voluntad estaba el orden y el concierto de la fiesta, quiso que el primer regocijo fuese bailar los pastores y pastoras al son de las canciones por ellos mismos cantadas. Y así, sentada con Eugerio, Polidoro, Clenarda, Marcelio, Alcida, don Félix y Felismena, declaró a los pastores su voluntad. Levantáronse a la hora todos, y tomando Sireno a Diana por la mano, Silvano a Selvagia, Montano a Ismenia, y Arsileo a Belisa, concertaron un baile más gracioso que cuantos las hermosas dríadas o napeas, sueltas al viento las rubias madejas de oro finísimo de Arabia, en las amenísimas florestas suelen hacer. No se detuvieron mucho en cortesías sobre quién cantaría primero, porque como Sireno, que era principal en aquella fiesta, estuviese algo corrido del descuido que hasta entonces tuvo de Diana, y el empacho de ello le hubiese impedido el disculparse, quiso cantando decirle a Diana lo que la vergüenza no le había consentido razonar. Por eso, sin más aguardar, respondiéndole los otros según la costumbre, cantó así:




Canción


ArribaAbajo   Morir debiera sin verte,
hermosísima pastora,
pues que osé tan sola una hora
estar vivo y no quererte.

   De un dichoso amor gozara,  5
dejado el tormento aparte,
si en acordarme de amarte,
de mi olvido me olvidara.
   Que de morirme y perderte
tengo recelo, pastora,  10
pues que osé tan sola una hora
estar vivo y no quererte.

En diferente parecer estaba Diana, porque como aquel antiguo olvido que tuvo de Sireno, con un ardentísimo amor lo había cumplidamente satisfecho, y de sus pasadas fatigas se vio sobradamente pagada, no tenía ya por qué de sus descuidos se lamentase; antes, hallando su corazón abastado del posible contentamiento y libre de toda pena, mostrando su alegría e increpando el cuidado de Sireno, le respondió con esta canción:




Canción


ArribaAbajo   El alma38 de alegría salte,
que en tener mi bien presente,
no hay descanso que me falte
ni dolor que me atormente.

   No pienso en viejos cuidados,  5
que agravia nuestros amores
tener presentes dolores
por los olvidados pasados.
   Alma, de tu dicha válete39,
que, con bien tan excelente,  10
no hay descanso que te falte
ni dolor que te atormente.

En tanto que Diana dijo su canción, llegó a la fuente una pastora de extremadísima hermosura que en aquella hora a la casa de Felicia había venido e, informada que la sabia estaba en el jardín, por verla y hablarla allí había venido. Llegada donde Felicia estaba, arrodillada delante de ella, le pidió la mano para se la besar y después le dijo:

-Perdonárseme debe, sabia señora, el atrevimiento de entrar aquí sin tu licencia, considerando el deseo que tenía de verte y la necesidad que tengo de tu sabiduría. Traigo una fatiga en el corazón, cuyo remedio está en tu mano, mas el darte cuenta de ella lo guardo para mejor ocasión, porque en semejante tiempo y lugar es descomedimiento tratar cosas de tristeza.

Estaba aún Melisea, que este era el nombre de la pastora, delante Felicia arrodillada, cuando vio por un corredor de la huerta venir un pastor hacia la fuente, y en verlo dijo:

-Esta es otra pesadumbre, señora, tan molesta y enojosa, que para librarme de ella no menos he menester tus favores.

En esto el pastor, que Narciso se decía, llegó en presencia de Felicia y de aquellos caballeros y damas, y, hecho el debido acatamiento, comenzó a dar quejas a Felicia de la pastora Melisea, que presente tenía, diciendo cómo por ella estaba atormentado, sin haber de su boca tan solamente una benigna respuesta. Tanto que de muy lejos hasta allí había venido en su seguimiento, sin poder ablandar su rebelde y desdeñoso corazón. Hizo Felicia levantar a Melisea y atajando semejantes contenciones:

-No es tiempo -dijo- de escuchar largas historias; por ahora tú, Melisea, da a Narciso la mano y entrad entrambos en aquella danza, que en lo demás a su tiempo se pondrá remedio.

No quiso la pastora contradecir al mandamiento de la sabia, sino que en compañía de Narciso se puso a bailar juntamente con las otras pastoras. A este tiempo la venturosa Ismenia, que para cantar estaba apercibida, dando con el gesto señal del interno contentamiento que tenía después de tan largos cuidados, cantó de esta suerte:




Canción


ArribaAbajo   Tan alegres sentimientos
recibo que no me espanto
si cuesta dos mil tormentos
un placer que vale tanto.

   Yo aguardé y el bien tardó,  5
mas cuando el alma lo alcanza,
con su deleite pagó
mi aguardar y su tardanza.
   Vengan las penas a cuentos;
no hago caso del llanto  10
si me dan por mil tormentos
un placer que vale tanto.

Ismenia, al tiempo que cantaba y aun antes y después, casi nunca partió los ojos de su querido Montano. Pero él, como estaba algo afrentado del engaño en que tanto tiempo, con tal agravio de su esposa, había vivido, no osaba mirarla sino a hurto al dar de la vuelta en la danza, estando ella de manera que no podía mirarlo; y esto porque algunas veces que había probado mirarla en el gesto, confundido con la vergüenza que le tenía y vencido de la luz de aquellos radiantes ojos, que con afición de contino le miraban, le era forzado bajar los suyos al suelo. Y como en ello vio que tanto perdía, dejando de ver a la que tenía por su descanso, tomando esto por ocasión, encaminando su cantar a la querida Ismenia, de esta manera dijo:




Canción


ArribaAbajo   Vuelve agora en otra parte,
zagala, tus ojos bellos,
que si me miras con ellos,
es excusado mirarte.


ArribaAbajo   Con tus dos soles me tiras  5
rayos claros de tal suerte
que, aunque vivo en solo verte,
me matas cuando me miras.
   Ojos que son de tal arte
guardados has de tenerlos40,  10
que si me miras con ellos,
es excusado mirarte.

   Como nieve al sol caliente,
como a flechas el terrero,
como niebla al viento fiero,  15
como cera al fuego ardiente,
   así se consume y parte
el alma41 en ver tus ojos bellos,
pues si me miras con ellos,
es excusado mirarte.  20

   Ved qué sabe hacer amor,
y la fortuna qué ordena,
que un galardón de mi pena
acreciente mi dolor.
   A darme vida son parte  25
esos ojos solo en verlos42,
mas si me miras con ellos,
es excusado mirarte.

Melisea, que harto contra su voluntad con el desamado Narciso hasta entonces había bailado, quiso de tal pesadumbre vengarse con una desamorada canción, y a propósito de las penas y muertes en que el pastor decía cada día estar a causa suya, burlándose de todo ello, cantó así:




Canción


ArribaAbajo   Zagal, vuelve sobre ti,
que por excusar dolor
ni quiero matar de amor
ni que amor me mate a mí.

   Pues yo viviré sin verte,  5
tú por amarme no mueras,
que ni quiero que me quieras,
ni determino quererte.
   Que pues tú dices que así
se muere el triste amador,  10
ni quiero matar de amor
ni que amor me mate a mí.

No mediana pena recibió Narciso con el crudo cantar de su querida, pero esforzándose con la esperanza que Felicia le había dado de su bien, y animándose con la constancia y fortaleza del enamorado corazón, le respondió añadiendo dos coplas a una canción antigua que decía:



ArribaAbajo   Si os pesa de ser querida,
yo no puedo no os querer;
pesar habréis de tener
mientras yo tuviera vida.


ArribaAbajo   Sufrid que pueda quejarme,  5
pues que sufro un tal tormento,
o cumplid vuestro contento
con acabar de matarme.
   Que según sois descreída,
y os ofende mi querer,  10
pesar habréis de tener
mientras yo tuviera vida.

   Si pudiendo conoceros,
pudiera dejar de amaros,
quisiera, por no enojaros,  15
poder dejar de quereros.
   Mas pues vos seréis querida
mientras yo podré querer,
pesar habréis de tener,
mientras yo tuviere vida.  20

Tan puesta estaba Melisea en su crueldad que apenas había Narciso dicho las postreras palabras de su canción, cuando, antes que otro cantase, de esta manera replicó:




Canción


ArribaAbajo   Mal consejo me parece,
enamorado zagal,
que a ti mismo quieras mal
por amar quien te aborrece.

   Para ti debes guardar  5
ese corazón tan triste,
pues aquella a quien lo diste
jamás lo quiso tomar.
   A quien no te favorece,
no la sigas, piensa en ál,  10
y a ti no te quieras mal
por querer quien te aborrece.

No consintió Narciso que la canción de Melisea quedase sin respuesta, y así con gentil gracia cantó, haciendo nuevas coplas a un viejo cantar que dice:



ArribaAbajo   Después que mal me quisiste43
nunca más me quise bien,
por no querer bien a quien
vos, señora, aborreciste44.


ArribaAbajo   Si cuando os miré, no os viera,  5
o cuando os vi, no os amara,
ni yo muriendo viviera
ni viviendo os enojara.
   Mas bien es que angustias tristes
penosa vida me den,  10
que cualquier mal le está bien
al que vos mal le quisiste45.

   Sepultado en vuestro olvido,
tengo la muerte presente,
de mí mismo aborrecido  15
y de vos y de la gente.
   Siempre contento me viste46
con vuestro airado desdén,
aunque nunca tuve bien
después que mal me quisiste47.  20

Tanto contento dio a todos la porfía de Narciso y Melisea, que aumentara mucho en el regocijo de la boda, si no quedara templado con el pesar que tuvieron de la crueldad que ella mostraba y con la lástima que les causó la pena que él padecía. Después que Narciso dio fin a su cantar, todos volvieron los ojos a Melisea esperando si replicaría. Pero calló, no porque le faltasen canciones crueles y ásperas con que lastimar el miserable enamorado, ni porque dejase de tener voluntad para decirlas, mas, según creo, por no ser enojosa a toda aquella compañía. Selvagia y Belisa fueron rogadas que cantasen, pero excusáronse diciendo que no estaban para ello.

-Bueno sería -dijo Diana- que salieseis de la fiesta sin pagar el escote.

-Eso -dijo Felismena- no se debe consentir por lo que nos importa escuchar tan delicadas voces.

-No queremos -dijeron ellas- dejar de serviros en esta solemnidad con lo que supiéremos hacer, que será harto poco, pero perdonadnos el cantar, que en lo demás haremos lo posible.

-Por mi parte -dijo Alcida- no permitiré que dejéis de cantar o que otros por vosotras lo hagan.

-¿Quién mejor -dijeron ellas- que Silvano y Arsileo, nuestros maridos?

-Bien dicen las pastoras -respondió Marcelio- y aun sería mejor que ambos cantasen una sola canción, el uno cantando y el otro respondiendo, porque a ellos les será menos trabajoso y a nosotros muy agradable.

Mostraron todos que holgarían mucho de semejante manera de canción, por saber que en ella se mostraba la viveza de los ingenios en preguntar y responder. Y así Silvano y Arsileo, haciendo señal de ser contentos, volviendo a proseguir la danza, cantaron de esta suerte:




Canción


 
SILVANO.
ARSILEO.

SILVANO

ArribaAbajo   Pastor, mal te está el callar,
canta y dinos tu alegría.

ARSILEO

   Mi placer poco sería
si se pudiese contar.

SILVANO

   Aunque tu ventura es tanta,  5
dinos de ella alguna parte.

ARSILEO

   En empresas de tal arte
comenzar es lo que espanta.

SILVANO

   Acaba ya de contar
la causa de tu alegría.  10

ARSILEO

   ¿De qué modo acabaría
quien no basta a comenzar?

SILVANO

   No es razón que se consienta
tu deleite estar callado.

ARSILEO

   El alma48 que sola ha penado,  15
ella sola el gozo sienta.

SILVANO

   Si no se viene a tratar,
no se goza una alegría.

ARSILEO

   Si ella es tal como la mía,
no se dejará contar.  20

SILVANO

   ¿Cómo en ese corazón
cabe un gozo tan crecido?

ARSILEO

   Téngolo donde he tenido
mi tan sobrada pasión.

SILVANO

   Donde hay bien no puede estar  25
escondido todavía.

ARSILEO

   Cuando es mayor la alegría,
menos se deja contar.

SILVANO

   Ya yo he visto que tu canto
tu alegría publicaba.  30

ARSILEO

   Decía que alegre estaba,
pero no cómo ni cuánto.

SILVANO

   Ella se hace publicar
cuando es mucha una alegría.

ARSILEO

   Antes muy poca sería,  35
si se pudiese contar.

Otra copla querían decir los pastores en esta canción, cuando una compañía de ninfas por orden de Felicia llegó a la fuente, y cada cual con su instrumento tañendo movían un extraño y deleitoso estruendo. Una tañía un laúd, otra una harpa, otra con una flauta hacía maravilloso contrapunto, otra con la delicada pluma las cuerdas de la cítara hacía reteñir, otra las de la lira con las resinosas cerdas hacía resonar, otras con los albogues y chapas hacían en el aire delicadas mudanzas, levantando allí tan alegre música que dejó los que presentes estaban atónitos y maravillados. Iban estas ninfas vestidas a maravilla, cada cual de su color, las madejas de los dorados cabellos encomendadas al viento, sobre sus cabezas puestas hermosas coronas de rosas y flores, atadas y envueltas con hilo de oro y plata. Los pastores, en ver este hermosísimo coro, dejando la danza comenzada, se sentaron atentos a la admirable melodía y concierto de los varios y suaves instrumentos, los cuales, algunas veces de dulces y delicadas voces acompañados, causaban extraño deleite. Salieron luego de través seis ninfas vestidas de raso carmesí, guarnecido con follajes de oro y plata, puestos sus cabellos en torno de la cabeza, cogidos con unas redes anchas de hilo de oro de Arabia, llevando ricos prendedores de rubines y esmeraldas, de los cuales sobre sus frentes caían unos diamantes de extremadísimo valor. Calzaban colorados borceguines, sutilmente sobredorados, con sus arcos en las manos, colgando de sus hombros las aljabas. De esta manera hicieron una danza al son que los instrumentos hacían, con tan gentil orden que era cosa de espantar. Estando ellas en esto, salió un hermosísimo ciervo blanco, variado con unas manchas negras puestas a cierto espacio, haciendo una graciosa pintura. Los cuernos parecían de oro, muy altos y partidos en muchos ramos. En fin, era tal como Felicia le supo fingir para darles regocijo. A la hora, visto el ciervo, las ninfas lo tomaron en medio y danzando continuamente sin perder el son de los instrumentos, con gran concierto comenzaron a tirarle, y él con el mismo orden, después de salidas las flechas de los arcos, a una y otra parte moviéndose, con muy diestros y graciosos saltos se apartaba. Pero después que buen rato pasaron en este juego, el ciervo dio a huir por aquellos corredores. Las ninfas, yendo tras él y siguiéndolo hasta salir con él de la huerta, movieron un regocijado alarido, al cual ayudaron las otras ninfas y pastores con sus voces, tomando de esta danza un singular contentamiento. Y en esto las ninfas dieron fin a su música. La sabia Felicia, porque en aquellos placeres no faltase lección provechosa para el orden de la vida, probando si habían entendido lo que aquella danza había querido significar, dijo a Diana:

-Graciosa pastora, ¿sabrasme decir lo que por aquella caza del hermoso ciervo se ha de entender?

-No soy tan sabia -respondió ella- que sepa atinar tus sutilidades ni declarar tus enigmas.

-Pues yo quiero -dijo Felicia- publicarte lo que debajo de aquella invención se contiene. El ciervo es el humano corazón, hermoso con los delicados pensamientos y rico con el sosegado contentamiento. Ofrécese a las humanas inclinaciones, que le tiran mortales saetas, pero con la discreción, apartándose a diversas partes y entendiendo en honestos ejercicios, ha de procurar de defenderse de tan dañosos tiros. Y cuando de ellos es muy perseguido, ha de huir a más andar y podrá de esta manera salvarse, aunque las humanas inclinaciones, que tales flechas le tiraban, irán tras él y nunca dejarán de acompañarlo hasta salir de la huerta de la vida.

-¿Cómo había yo -dijo Diana- de entender tan dificultoso y moral enigma, si las preguntas en que las pastoras nos ejercitamos, aunque fuesen muy llanas y fáciles, nunca las supe adivinar?

-No te amengües tanto -dijo Selvagia- que lo contrario he visto en ti, pues ninguna vi que te fuese dificultosa.

-A tiempo estamos -dijo Felicia- que lo podremos probar, y no será de menos deleite esta fiesta que las otras. Diga cada cual de vosotros una pregunta, que yo sé que Diana las sabrá todas declarar.

A todos les pareció muy bien, sino a Diana, que no estaba tan confiada de sí que se atreviese a cosa de tanta dificultad, pero por obedecer a Felicia y complacer a Sireno, que mostró haber de tomar de ello placer, fue contenta de emprender el cargo que se le había impuesto. Silvano, que en decir preguntas tenía mucha destreza, fue el que hizo la primera diciendo:

-Bien sé, pastora, que las cosas escondidas tu viveza las descubre, y las cosas encumbradas tu habilidad las alcanza, pero no dejaré de preguntarte, porque tu respuesta ha de manifestar tu ingenio delicado. Por eso dime qué quiere decir esto:




Pregunta


ArribaAbajo   Junto a un pastor estaba una doncella
tan flaca como un palo al sol secado,
su cuerpo de ojos muchos rodeado,
con lengua que jamás pudo moverla49.

   A lo alto y bajo el viento vi traerla50,  5
mas de una parte nunca se ha mudado;
vino a besarla el triste enamorado
y ella movió tristísima querella.

   Cuanto más le tapó el pastor la boca,
más voces da porque la gente acuda,  10
y abriendo está sus ojos y cerrando.

   Ved qué costó forzar zagala muda,
que al punto que el pastor la besa o toca,
él queda enmudecido y ella hablando.

-Esta pregunta -dijo Diana-, aunque es buena, no me dará mucho trabajo, porque a ti mismo te la oí decir un día en la fuente de los alisos, y no sabiendo ninguna de las pastoras que allí estábamos adivinar lo que ella quería decir, nos la declaraste diciendo que la doncella era la zampoña o flauta tañida por un pastor. Y aplicaste todas las partes de la pregunta a los efectos que en tal música comúnmente acontecen.

Riéronse todos de la poca memoria de Silvano y de la mucha de Diana, pero Silvano, por disculparse y vengarse del corrimiento, sonriéndose dijo:

-No os maravilléis de mi desacuerdo, pues este olvido no parece tan mal como el de Diana ni es tan dañoso como el de Sireno.

-Vengado estás -dijo Sireno- pero más lo estuvieras si nuestros olvidos no hubiesen parado en tan perfecto amor y en tan venturoso estado.

-No haya más -dijo Selvagia- que todo está bien dicho. Y tú, Diana, respóndeme a lo que quiero preguntar, que yo quiero probar a ver si hablaré más oscuro lenguaje que Silvano. La pregunta que quiero hacerte dice:




Pregunta


ArribaAbajo   Vi51 un soto levantado
sobre los aires un día,
el cual, con sangre regado,
con gran ansia cultivado
muchas yerbas producía.  5

   De allí un manojo arrancando,
y solo con él tocando,
una sabia y cuerda gente,
la dejé cabe una puente,
sin dolores lamentando.  10

Vuelta a la hora Diana a su esposo, dijo:

-¿No te acuerdas, Sireno, haber oído esta pregunta la noche que estuvimos en casa de Uranio, mi tío? ¿No tienes memoria cómo la dijo allí Maroncio, hijo de Fernaso?

-Bien me acuerdo que la dijo -respondió Sireno-, pero no de lo que significaba.

-Pues yo -dijo Diana- tengo de ello memoria. Decía que el soto es la cola del caballo, de donde se sacan las cerdas, con que las cuerdas del rabel tocadas dan voces, aunque ningunos dolores padecen.

Selvagia dijo que era así y que el mismo Maroncio, autor de la pregunta, se la había dado como muy señalada, aunque había de mejores.

-Muchas hay más delicadas -dijo Belisa- y una de ellas es la que yo diré ahora. Por eso apercíbete, Diana, que de esta vez no escapas de vencida. Ella dice de este modo:




Pregunta


ArribaAbajo   ¿Cuál es el ave ligera
que está siempre en un lugar
y anda siempre caminando,
penetra y entra doquiera,
de un vuelo pasa la mar,  5
las nubes sobrepujando?

   Así verla no podemos,
y quien la está descubriendo
sabio queda en sola una hora;
mas tal vez la conocemos  10
las paredes solas viendo
de la casa donde mora.

-Más desdichada -dijo Diana- ha sido tu pregunta que las pasadas, Belisa, pues no declarara ninguna de ellas, si no las hubiera otras veces oído, y la que tú dijiste, en ser por mí escuchada, luego fue entendida. Hácelo, creo yo, ser ella tan clara que a cualquier ingenio se manifestara. Porque harto es evidente que por el ave que tú dices se entiende el pensamiento, que vuela con tanta ligereza y no es visto de nadie, sino conocido y conjeturado por las señales del gesto y cuerpo donde habita.

-Yo me doy por vencida -dijo Belisa- y no tengo más que decir, sino que me rindo a tu discreción y me someto a tu voluntad.

-Yo te vengaré -dijo Ismenia- que sé un enigma que a los más avisados pastores ha puesto en trabajo; yo quiero decirlo, y verás cómo haré que no sea Diana tan venturosa con él como con los otros. Y vuelta a Diana dijo:




Pregunta


ArribaAbajo   Decí, ¿cuál es el maestro
que su dueño le es criado,
está como loco atado,
sin habilidad es diestro
y sin doctrina letrado?  5

   Cuando cerca lo tenía,
sin oírlo lo entendía,
y tan sabio se mostraba
que palabras no me hablaba
y mil cosas me decía.  10

-Yo me tuviera por dichosa -dijo Diana- de quedar vencida de ti, amada Ismenia, mas pues lo soy en la hermosura y en las demás perfecciones, no me dará ahora mucha alabanza vencer el propósito que tuviste de enlazarme con tu pregunta. Dos años habrá que un médico de la ciudad de León vino a curar a mi padre de cierta enfermedad, y como un día tuviese en las manos un libro, toméselo yo y púseme a leerlo. Y viniéndome a la memoria los provechos que se sacan de los libros, le dije que me parecían maestros mudos, que sin hablar eran entendidos. Y él a ese propósito me dijo esta pregunta, donde algunas extrañezas y excelencias de los libros están particularmente notadas.

-Con toda verdad -dijo Ismenia- no hay quien pueda vencerte, a lo menos las pastoras no tendremos ánimo para pasar más adelante en la pelea; no sé yo estas damas si tendrán armas que puedan derribarte.

Alcida, que hasta entonces había callado gozando de oír y ver las músicas, danzas y juegos, y de mirar y hablar a su querido Marcelio, quiso también atravesar en aquel juego y dijo:

-Pues las pastoras has rendido, Diana, no es razón que nosotras quedemos en salvo. Bien sé que no menos adivinarás mi pregunta que las otras, pero quiero decirla, porque será posible que contente. Díjomela un patrón de una nave, cuando yo navegaba de Nápoles a España, y la encomendé a la memoria por parecerme no muy mala, y dice de esta suerte:




Pregunta


ArribaAbajo   ¿Quién jamás caballo vio52
que por extraña manera,
sin jamás haber comido,
con el viento sostenido,
se le iguale en la carrera?  5

   Obra muy grandes hazañas
y en sus corridas extrañas
va arrastrando el duro pecho,
sus riendas, por más provecho,
metidas en sus entrañas.  10

Un rato estuvo Diana pensando, oída esta pregunta, y hecho el discurso que para declararla era menester, y consideradas las partes de ella, al fin resolviéndose, dijo:

-Razón era, hermosa dama, que de tu mano quedase yo vencida, y que quien se rinde a tu gentileza se rindiese a tu discreción, y por ello se tuviese por dichosa. Si por el caballo de tu enigma no se entiende la nave, yo confieso que no la sé declarar.

-Harto más vencida quedo yo -dijo Alcida- de tu respuesta que tú de mi pregunta, pues confesando no saber entenderla, sutilmente la declaraste.

-De ventura he acertado -dijo Diana- y no de saber, que a buen tino dije aquello y no por pensar que en ello acertaba.

-Cualquier acertamiento -dijo Alcida- se ha de esperar de tan buen juicio, pero yo quiero que adivines a mi hermana Clenarda un enigma que sabe, que no me parece malo; no sé si ahora se le acordará. Y luego vuelta a Clenarda le dijo:

-Hazle, hermana, a esta avisada pastora aquella demanda que en nuestra ciudad hiciste un día, si te acuerdas, a Berintio y Clomenio, nuestros primos, estando en casa de Elisonia en conversación.

-Soy contenta -dijo Clenarda-, que memoria tengo de ella y tenía intención de decirla, y dice de este modo:




Pregunta


ArribaAbajo   Decidme, señores, ¿cuál ave volando
tres codos en alto jamás se levanta,
con pies más de treinta subiendo y bajando,
con alas sin plumas el aire azotando,
ni come ni bebe ni grita ni canta?  5

   De la áspera muerte, vecina allegada,
con piedras que arroja nos hiere y maltrata;
amiga es de gente cativa y malvada,
y a muertes y robos, contino vezada,
esconde en las aguas la gente que mata.  10

Diana entonces dijo:

-Esta pregunta no la adivinara yo, si no hubiera oído la declaración de ella de un pastor de mi aldea que había navegado. No sé si tengo de ello memoria, mas paréceme que dijo que por ella se entendía la galera, que estando en medio de las peligrosas aguas, está vecina de la muerte, y a ella y robos está vezada, echando los muertos en el mar; por los pies me dijo que entendían los remos, por las alas, las velas. y por las piedras que tira, las pelotas de artillería.

-En fin -dijo Clenarda- que todas habíamos de ir por un igual, porque nadie se fuese alabando. Con toda verdad, Diana, que tu extremado saber me tiene extrañamente maravillada, y no veo premio que a tan gran merecimiento sea bastante, sino el que tienes en ser mujer de Sireno.

Estas y otras pláticas y cortesías pasaron, cuando Felicia, que de ver el aviso, la gala, la crianza y comedimiento de Diana espantada había quedado, sacó de su dedo un riquísimo anillo con una piedra de valor, que ordinariamente traía y, dándoselo en premio de su destreza, le dijo:

-Este servirá por señal de lo que por ti entiendo hacer; guárdalo muy bien, que a su tiempo hará notable provecho.

Muchas gracias hizo Diana a Felicia por la merced, y por ella le besó las manos y lo mismo hizo Sireno, el cual, acabadas las cortesías y agradecimientos, dijo:

-Una cosa he notado en las preguntas que aquí se han propuesto: que la mayor parte de ellas han dicho las pastoras y damas, y los hombres se han tanto enmudecido que claramente han mostrado que en cosas delicadas no tienen tanto voto como las mujeres.

Don Félix entonces burlando dijo:

-No te maravilles que en agudeza nos lleven ventaja, pues en las demás perfecciones las excedemos.

No pudo sufrir Belisa la burla de don Félix, pensando por ventura que lo decía de veras, y volviendo por las mujeres dijo:

-Queremos nosotras, don Félix, ser aventajadas, y en ello mostramos nuestro valor, sujetándonos de grado a la voluntad y saber de los hombres. Pero no faltan mujeres que puedan estar a parangón con los más señalados varones, que, aunque el oro esté escondido o no conocido, no deja de tener su valor. Pero la verdad tiene tanta fuerza, que nuestras alabanzas os las hace publicar a vosotros, que mostráis ser nuestros enemigos. No estaba en tu opinión Florisia, pastora de grande sabiduría y habilidad, que un día en mi aldea, en unas bodas donde había muchedumbre de pastores y pastoras, que de los vecinos y apartados lugares para la fiesta se habían allegado, al son de un rabel y unas chapas que dos pastores diestramente tañían, cantó una canción en defensión y alabanza de las mujeres, que no solo a ellas, pero a los hombres, de los cuales allí decía harto mal, sobradamente contentó. Y si mucho porfías en tu parecer, no será mucho decírtela, por derribarte de tu falsa opinión.

Rieron todos del enojo que Belisa había mostrado y sobre ello pasaron algunos donaires. Al fin el viejo Eugerio y el hijo Polidoro, porque no se perdiese la ocasión de gozar de tan buena música como de Belisa se esperaba, le dijeron:

-Pastora, la alabanza y defensa a las mujeres les es justamente debida, y a nosotros el oírla con tu delicada voz suavemente recitada.

-Pláceme -dijo Belisa-, aunque hay cosas ásperas contra los hombres, pero quiera Dios que de todas las coplas me acuerde; mas comenzaré a decir que yo confío que cantándolas el mismo verso me las reducirá a la memoria.

Luego, Arsileo, viendo su Belisa apercibida para cantar, comenzó a tañerle el rabel, a cuyo son ella recitó el cantar oído a Florisia, que decía de esta manera:




Canto de Florisia


ArribaAbajo   Salga afuera el verso airado
con una furia espantosa,
muéstrese el pecho esforzado,
el espíritu indignado
y la lengua rigurosa.  5

   Porque la gente bestial
que, parlando a su sabor,
de mujeres dice mal,
a escuchar venga otro tal,
y, si es posible, peor.  10

   Tú, que el vano presumir
tienes ya de tu cosecha,
hombre vezado a mentir,
¿qué mal puedes tú decir
de bien que tanto aprovecha?  15

   Mas de mal harto crecido
la mujer ocasión fue,
dando al mundo el descreído,
que, tras haberlo parido,
se rebela sin porqué.  20

   Que si a luz no lo sacara,
tuviera menos enojos,
porque así no la infamara,
y en fin cuervo no criara
que le sacase los ojos.  25

   ¿Qué varón ha padecido,
aunque sea un tierno padre,
las pasiones que ha sentido
la mujer por el marido
y por el hijo la madre?  30

   Ved las madres, !con qué amores,
qué regalos, qué blanduras
tratan los hijos traidores
que les pagan sus dolores
con dobladas amarguras!  35

   ¡Qué recelos, qué cuidados
tienen por los crudos hijos;
qué pena en ver los penados
y en ver sus buenos estados;
qué cumplidos regocijos!  40

   ¡Qué gran congoja les da
si el marido un daño tiene;
y si en irse puesto está,
qué dolor cuando se va,
qué pesar cuando no viene!  45

   Mas los hombres engañosos
no agradecen nuestros duelos,
antes son tan maliciosos
que a cuidados amorosos
les ponen nombre de celos.  50

   Y es que, como los malvados
al falso amor de costumbre
están contino vezados,
ser muy de veras amados
les parece pesadumbre.  55

   Y cierto, pues por amarlos
denostadas nos sentimos;
mejor nos fuera olvidarlos,
o en dejando de mirarlos,
no acordarnos si los vimos.  60

   Pero donoso es de ver
que el de más mala manera,
en no estar una mujer
toda hecha a su placer,
le dice traidora y fiera.  65

   Luego veréis ser nombradas
desdeñosas, las modestas;
y las castas, mal criadas;
soberbias, las recatadas;
y crueles, las honestas.  70

   Ojalá a todas cuadraran
esos deshonrados nombres,
que si ningunas amaran,
tantas de ellas no quedaran
engañadas de los hombres.  75

   Que muestran perder la vida,
si algo no pueden haber,
pero luego en ser habida
la cosa vista o querida,
no hay memoria de querer.  80

   Fíngense tristes, cansados
de estar tanto tiempo vivos,
encarecen sus cuidados,
nómbranse desventurados,
ciegos, heridos, cautivos.  85

   Hacen de sus ojos mares,
nombran llamas sus tormentos,
cuentan largos sus pesares,
los suspiros a millares
y las lágrimas a cuentos.  90

   Ya se figuran rendidos,
ya se fingen valerosos,
ya señores, ya vencidos,
alegres estando heridos,
y en la cárcel venturosos.  95

   Maldicen sus buenas suertes,
menosprecian el vivir;
y en fin, ellos son tan fuertes
que pasan doscientas muertes
y no acaban de morir.  100

   Dan y cobran, sanan, hieren,
el alma53, el cuerpo, el corazón,
gozan, penan, viven, mueren,
y en cuanto dicen y quieren
hay extraña confusión.  105

   Y por eso cuando amor
me mostraba Melibeo,
contábame su dolor,
yo respondía: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».  110

   Hombres, ved cuán justamente
el quereros se difiere,
pues consejo es de prudente
no dar crédito al que miente
ni querer al que no quiere.  115

   Pues de hoy más no nos digáis
fieras, crudas y homicidas,
que no es bien que alegres vais
ni que ricos os hagáis
con nuestras honras y vidas.  120

   Porque si acaso os miró
la más honesta doncella,
o afablemente os habló,
dice el hombre que la vio:
«Desvergonzada es aquella».  125

   Y así la pastora y dama
de cualquier modo padece,
pues vuestra lengua la llama
desvergonzada, si os ama,
y cruel, si os aborrece.  130

   Peor es que nos tenéis
por tan malditas y fuertes
que en cuantos males habéis,
culpa a nosotras ponéis
de los desastres y muertes.  135

   Vienen por vuestra simpleza
y no por nuestra hermosura,
que a Troya causó tristeza
no de Elena la belleza,
mas de Paris la locura.  140

   Pues, ¿por qué de deshonestas
fieramente nos tratáis,
si vosotros con las fiestas
importunas y molestas
reposar no nos dejáis?  145

   Que a nuestras honras y estados
no habéis respetos algunos,
disolutos, mal mirados,
cuando más desengañados,
entonces más importunos.  150

   Y venís todos a ser
pesados de tal manera,
que queréis que la mujer
por vos se venga a perder
y que os quiera, aunque no quiera.  155

   Así conquistáis las vidas
de las mujeres que fueron
más buenas y recogidas;
de modo que las perdidas
por vosotros se perdieron.  160

   Mas, ¿con qué versos diré
las extrañas perfecciones?
¿De qué modo alabaré
la constancia, amor y fe
que está en nuestros corazones?  165

   Muestran quilates subidos
las que amor tan fino tratan,
que los llantos y gemidos
por los difuntos maridos
con propia muerte rematan.  170

   Y si Hipólito en bondad
fue persona soberana,
por otra parte mirad
muerta por la castidad
Lucrecia, noble romana.  175

   Es valor cual fue ninguno
que aquel mancebo gentil
desprecie el ruego importuno,
mas Hipólito fue uno
y Lucrecias hay dos mil.  180

   Puesta aparte la belleza
en las cosas de doctrina,
a probar nuestra viveza
basta y sobra la destreza
de aquella Safo y Corina.  185

   Y así los hombres letrados
con engañosa cautela,
soberbios en sus estados,
por no ser aventajados
nos destierran de la escuela.  190

   Cuanto valgan en pelea
las femeniles personas,
hacen que claro se vea
Camila y Pentesilea
con las fuertes amazonas.  195

   Que si Scaevola mostrando
ser consigo muy cruel,
su mano estuvo abrasando,
ellas sus tetas cortando,
fueron más valientes que él.  200

   Y si autores han contado
de mujeres algún mal,
no decrece nuestro estado,
pues los mismos han hablado
de los hombres otro tal.  205

   Y esto poca alteración
causa en nuestros mereceres,
que forzado es de razón
que en lo que escribe un varón
se diga mal de mujeres.  210

   Pero allí mismo hallaréis
mujeres muy excelentes,
y si mirar lo queréis,
muchas honestas veréis,
fieles, sabias y valientes.  215

   Ellas el mundo hermosean
con discreción y belleza,
ellas los ojos recrean,
ellas el gozo acarrean
y destierran la tristeza.  220

   Por ellas honra tenéis,
hombres de malas entrañas,
por ellas versos hacéis
y por ellas entendéis
en las valientes hazañas.  225

   Luego los que os empleáis
en buscar vidas ajenas,
si de mujeres tratáis,
por una mala que halláis,
no infaméis a tantas buenas.  230

   Y si no os pueden vencer
tantas que hay castas y bellas,
mirad una que ha de ser
tal que sola ha de tener
cuanto alcanzan todas ellas.  235

   Los más perfectos varones
sobrepujados los veo
de las muchas perfecciones
que de ella en pocas razones
cantaba un día Proteo  240

   diciendo: «En el suelo ibero,
en una edad fortunada,
ha de nacer un lucero,
por quien Cintia ver espero
en la lumbre aventajada.  245

   Y será una dama tal
que volverá el mundo ufano;
su casta ilustre y real
haciendo más principal
que la suya el africano.  250

   Alégrese el mundo ya
y esté advertido todo hombre,
que de aquesta que vendrá
Castro el linaje será,
doña Jerónima el nombre.  255

   Con Bolea ha de tener
acabada perfección,
siendo encumbrada mujer
del gran vicecanciller
de los reinos de Aragón.  260

   Viendo estos dos no presuma
Roma igualar con Iberia,
mas de envidia se consuma
de ver que él excede a Numa
y ella vale más que Egeria.  265

   Vencerá a Porcia en bondad,
a Cornelia en discreción,
a Livia en la dignidad,
a Sulpicia en castidad,
y en belleza a cuantas son».  270

   Esto Proteo decía
y Eco a su voz replicaba;
la tierra y mar parecía
recibir nueva alegría
de la dicha que esperaba.  275

   Pues de hoy más la gente fiera
deje vanos pareceres,
pues cuando tantas no hubiera,
esta sola engrandeciera
el valor de las mujeres.  280

Parecieron muy bien las alabanzas y defensas de las mujeres, y la gracia con que por Belisa fueron cantadas, de lo cual don Félix quedó convencido, Belisa contenta y Arsileo muy ufano. Todos los hombres que allí estaban confesaron que era verdad cuanto en la canción estaba dicho en favor de las mujeres, no otorgando lo que en ella había contra los varones, especialmente lo que apuntaba de los engaños, cautelas y fingidas penas; antes dijeron ser ordinariamente más firme su fe y más encarecido su dolor de lo que publicaban. Lo que más a Arsileo contentó fue lo de la respuesta de Florisia a Melibeo, tanto por ser ella muy donosa y avisada, como porque algunas veces había oído a Belisa una canción hecha sobre ella, de la cual mucho se agradaba. Por lo cual le rogó que en tan alegre día para contento de tan noble gente la cantase, y ella, como no sabía contradecir a su querido Arsileo, aunque cansada del pasado cantar, al mismo son la dijo, y era esta:




Canción


ArribaAbajo   Contando está Melibeo
a Florisia su dolor
y ella responde: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».


ArribaAbajo   Él dice: «Pastora mía,  5
mira con qué pena muero,
que de grado sufro y quiero
el dolor que no querría.
   Arde y muérese el deseo,
tengo esperanza y temor».  10
Ella responde: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».

   Él dice: «El triste cuidado
tan agradable me ha sido,
que cuanto más padecido,  15
entonces más deseado.
   Premio ninguno deseo
y estoy sirviendo al amor».
Ella responde: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».  20

   Él dice: «La dura muerte
deseara, si no fuera
por la pena que me diera
dejar, pastora, de verte.
   Pero triste, si te veo,  25
padezco muerte mayor».
Ella responde: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».

   Él dice: «Muero en mirarte
y en no verte estoy penando;  30
cuando más te voy buscando
más temor tengo de hallarte.
   Como el antiguo Proteo
mudo figura y color».
Ella responde: «Pastor,  35
ni te entiendo ni te creo».

   Él dice: «Haber no pretendo
más bien del que el alma alcanza,
porque aun con la esperanza
me parece que te ofendo.  40
   Que mil deleites poseo
en tener por ti un dolor».
Ella responde: «Pastor,
ni te entiendo ni te creo».

En tanto que Belisa cantó sus dos cantares, Felicia había mandado a una ninfa lo que había de hacer para que allí se moviese una alegre fiesta; y ella lo supo tan bien ejecutar que, al punto que acababa la pastora de cantar, se sintieron en el río grandes alaridos, mezclados con el ruido de las aguas. Vueltos todos hacia allá y llegándose a la ribera, vieron venir río abajo doce barcas en dos escuadras, pintadas de muchos colores y muy ricamente aderezadas: las seis traían las velas de tornasol blanco y carmesí, y en las popas sus estandartes de lo mismo; y las otras seis velas y banderas, de damasco morado con bandas amarillas. Traían los remos hermosamente sobredorados, y venían de rosas y flores cubiertas y adornadas. En cada una de ellas había seis ninfas vestidas con aljubas, es a saber, las de una escuadra, de terciopelo carmesí con franjas de plata, y las de la otra, de terciopelo morado con guarniciones de oro; sus brazos arregazados, mostrando una manga justa de tela de oro y plata, sus escudos embrazados a manera de valientes amazonas. Los remeros eran unos salvajes, coronados de rosas, amarrados a los bancos con cadenas de plata. Levantose en ellos un gran estruendo de clarines, chirimías, cornetas y otras suertes de música, a cuyo son entraron dos a dos río abajo con un concierto que causaba grande admiración. Después de esto se partieron en dos escuadrones y salió de cada uno de ellos un barco, quedando los otros a una parte. En cada cual de estos dos barcos venía un salvaje vestido de los colores de su parte, puesto de pies sobre la proa, llevando un escudo que le cubría de los pies a la cabeza y en la mano derecha una lanza pintada de colores. Amainaron entrambos las velas, y a fuerza de remos arremetieron el uno contra el otro con furia muy grande. Moviose grande alarido de las ninfas y salvajes, y de los que con sus voces los favorecían. Los remeros emplearon allí todas sus fuerzas, procurando los unos y los otros llevar mayor ímpetu y hacer más poderoso encuentro. Y viniéndose a encontrar los salvajes con las lanzas en los escudos, era cosa de gran deleite lo que les acaecía. Porque no tenían tantas fuerzas ni destreza que, con la furia con que los barcos corrían y con los golpes de las lanzas, quedasen en pie, sino que unas veces caían dentro los bajeles y otras en el río. Con esto allí se movía la risa, el regocijo y la música, que nunca cesaba. Los justadores la vez que caían en el agua iban nadando, y siendo de las ninfas de su parcialidad recogidos, volvían otra vez a justar, y cayendo de nuevo multiplicaron el regocijo. Al fin el barco de carmesí vino con tanta furia y su justador tuvo tanta destreza que quedó en pie, derribando en el río a su contrario. A lo cual las ninfas de su escuadrón levantaron tal vocerío y dispararon tan extraña música, que las adversarias quedaron algo corridas. Y señaladamente un salvaje robusto y soberbio, que afrentado y muy feroz dijo:

-¿Es posible que en nuestra compañía haya hombre de tan poca habilidad y fuerza que no pueda resistir a golpes tan ligeros? Quitadme, ninfas, esta cadena y sirva en mi lugar por remero quien ha sido tan flojo justador; veréis cómo os dejaré a vosotras vencedoras, y a las contrarias, muy corridas.

Dicho esto, librado por una hermosa ninfa de la cadena, con un bravo denuedo tomó la lanza y el escudo, y púsose en pie sobre la proa. A la hora los salvajes con valerosos ánimos comenzaron a remar, y las ninfas a mover grande vocería. El contrario barco vino con el mismo ímpetu, pero su salvaje no hubo menester emplear la lanza para quedar vencedor, porque el justador, que tanto había braveado, antes que se encontrasen, con la furia que su barco llevaba, no pudo ni supo tenerse en pie, sino que con su lanza y escudo cayó en el agua, dando claro ejemplo de que los más soberbios y presuntuosos caen en mayores faltas. Las ninfas lo recogieron, que iba nadando, aunque no lo merecía. Pero los cinco barcos de morado que aparte estaban, viendo su compañero vencido, a manera de afrentados, todos arremetieron. Los otros cinco de carmesí hicieron lo mismo, y comenzaron las ninfas a tirar muchedumbre de pelotas de cera blanca y colorada, huecas y llenas de aguas olorosas, levantando tal grita y peleando con tal orden y concierto que figuraron allí una reñida batalla, como si verdaderamente lo fuera. Al fin de la cual, los barcos de la divisa morada mostraron quedar rendidos, y las contrarias ninfas saltaron en ellos a manera de vencedoras, y luego con la misma música vinieron a la ribera, y desembarcaron las vencedoras y vencidas con los cautivos salvajes, haciendo de su beldad muy alegre muestra. Pasado esto, Felicia se volvió a la fuente donde antes estaba, y Eugerio y la otra compañía, siguiéndola, hicieron lo mismo. Al tiempo que vinieron a ella, hallaron un pastor que, en tanto que había durado la justa, había entrado en la huerta y se había sentado junto al agua. Parecioles a todos muy gracioso, y especialmente a Felicia, que ya lo conocía, y así le dijo:

-A mejor tiempo no pudieras venir, Turiano, para remedio de tu pena y para aumento de esta alegría. En lo que toca a tu dolor, después se tratará, mas para lo demás conviene que publiques cuanto aproveche tu cantar. Ya veo que tienes el rabel fuera del zurrón, pareciendo querer complacer a esta hermosa compañía; canta algo de tu Elvinia, que de ello quedarás bien satisfecho.

Espantado quedó el pastor que Felicia le nombrase a él y a su zagala, y que a su pena alivio prometiese, pero pensando pagarle más tales ofrecimientos con hacer su mandado que con gratificarlos de palabras, estando todos asentados y atentos, se puso a tañer su rabel y a cantar lo siguiente:




Rimas provenzales


ArribaAbajo   Cuando con mil colores divisado
viene el verano en el ameno suelo,
el campo hermoso está, sereno el cielo,
rico el pastor, y próspero el ganado,
   Filomena por árboles floridos  5
da sus gemidos;
hay fuentes bellas,
y en torno de ellas
cantos suaves
de ninfas y aves.  10
Mas si Elvinia de allí sus ojos parte,
habrá contino invierno en toda parte.

   Cuando el helado cierzo de hermosura
despoja yerbas, árboles y flores,
el canto dejan ya los ruiseñores,  15
y queda el yermo campo sin verdura,
   mis horas son más largas que los días;
las noches frías,
espesa niebla
con la tiniebla  20
oscura y triste
el aire viste.
Mas salga Elvinia al campo y por doquiera
renovará la alegre primavera.

   Si alguna vez envía el cielo airado  25
el temeroso rayo o bravo trueno,
está el pastor de todo amparo ajeno,
triste, medroso, atónito y turbado.
   Y si granizo o dura piedra arroja,
la fruta y hoja  30
gasta y destruye,
el pastor huye
a paso largo,
triste y amargo.
Mas salga Elvinia al campo, y su belleza  35
desterrará el recelo y la tristeza.

   Y si acaso tañendo estoy54 o cantando
a sombra de olmos o altos valladares,
y están con dulce acento a mis cantares
la mirla y la calandria replicando;  40
   cuando suave espira el fresco viento,
cuando el contento
más soberano
me tiene ufano,
libre de miedo,  45
lozano y ledo,
si asoma Elvinia airada, así me espanto
que el rayo ardiente no me aterra tanto.

   Si Delia en perseguir silvestres fieras,
con muy castos cuidados ocupada,  50
va de su hermosa escuadra acompañada,
buscando sotos, campos y riberas,
   napeas y hamadríades hermosas
con frescas rosas
le van delante;  55
está triunfante
con lo que tiene.
Pero si viene
al bosque donde caza Elvinia mía,
parecerá menor su lozanía.  60

   Y cuando aquellos miembros delicados
se lavan en la fuente esclarecida,
si allí Cintia estuviera, de corrida
los ojos bajara avergonzados,
   porque en el agua55 de aquella transparente  65
y clara fuente,
el mármol fino
y peregrino
con beldad rara
se figurara,  70
y al atrevido Acteón, si la viera,
no en ciervo, pero en mármol convirtiera.

   Canción, quiero mil veces replicarte
en toda parte,
por ver si el canto  75
amansa un tanto
mi clara estrella,
tan cruda y bella.
Dichoso yo, si tal ventura hubiese,
que Elvinia se ablandase o yo muriese.  80

No se puede encarecer lo que les agradó la voz y gracia del zagal, porque él cantó de manera y era tan hermoso, que pareció ser Apolo que otra vez había venido a ser pastor, porque otro ninguno juzgaron suficiente a tanta belleza y habilidad. Montano, maravillado de esto, le dijo:

-Grande obligación te tiene, zagal, la pastora Elvinia, de quien tan sutilmente has cantado, no solo por lo que gana en ser querida de tan gracioso pastor como tú eres, pero en ser sus bellezas y habilidades con tan delicadas comparaciones en tus versos encarecidas. Pero siendo ella amada de ti, se ha de imaginar que ha de tener última y extremada perfección; y una de las cosas que más para ello le ayudarán, será la destreza y ejercicio de la caza, en la cual con Diana la igualaste, porque es una de las cosas que más belleza y gracia añaden a las ninfas y pastoras. Un zagal conocí yo en mi aldea, y aun Ismenia y Selvagia también lo conocen, que enamorado de una pastora nombrada Argía, de ninguna gentileza suya más cautivo estaba que de una singular destreza que tenía en tirar un arco, con que las fieras y aves con agudas y ciertas flechas enclavaba. Por lo cual el pastor, nombrado Olimpio, cantaba algunas veces un soneto sobre la destreza, la hermosura y crueldad de aquella zagala, formando entre ella y la diosa Diana y Cupido un desafío de tirar arco, cosa harto graciosa y delicada; y por contentarme mucho, lo tomé de cabeza. A esto salió Clenarda diciendo:

-Razón será, pues, que tengamos parte de ese contento con oírlo. A lo menos a mí no me puede ser cosa más agradable que oírtelo cantar, siquiera por la devoción que tengo al ejercicio de tirar arco.

-Pláceme -dijo Montano-, si con ello no he de ser enojoso.

-No puede -dijo Polidoro- causar enojo lo que con tan gran contento será escuchado.

Tocando entonces Montano un rabel, cantó el soneto de Olimpio, que decía:




Soneto


ArribaAbajo   Probaron en el campo su destreza
Diana, Amor y la pastora mía,
flechas tirando a un árbol que tenía
pintado un corazón en la corteza.

   Allí apostó Diana su belleza,  5
su arco Amor, su libertad Argía,
la cual mostró en tirar más gallardía,
mejor tino, denuedo y gentileza.

   Y así ganó a Diana la hermosura,
las armas a Cupido, y ha quedado  10
tan bella y tan cruel de esta victoria,

   que a mis cansados ojos su figura,
y el arco fiero al corazón cuitado
quitó la libertad, la vida y gloria.

Fue muy agradable a todos este soneto y más la suavidad con que por Montano fue cantado. Después de consideradas en particular todas sus partes y pasadas algunas pláticas sobre la materia de él, Felicia, viendo que la noche se acercaba, pareciéndole que para aquel día sus huéspedes quedaban asaz regocijados, haciendo señal de querer hablar, hizo que la gente, dejado el bullicio y fiesta, con ánimo atento se sosegase y, estando todos en reposado silencio, con su acostumbrada gravedad habló así:

-Por muy averiguado tengo, caballeros y damas, pastores y pastoras de gran merecimiento, que después que a mi casa vinisteis, no podréis de mis favores ni de los servicios de mis ninfas en ninguna manera quejaros. Pero fue tanto el deseo que tuve de complaceros y el contento que recibo en que semejantes personas lo tengan por mi causa, que me parece que, aunque más hiciera, no igualara de gran parte lo mucho que merecéis. Solos quedan entre vosotros descontentos Narciso con la aspereza de Melisea, y Turiano con la de Elvinia, a los cuales por ahora les bastará consolarse con la esperanza, pues mi palabra, que no suele mentir, por la forma que más les conviene, presta y cumplida salud ciertamente les promete. A Eugerio veo alegre con el hijo, hijas y yerno; y tiene razón de estarlo, después que a causa de ellos se ha visto en tantos peligros, y ha sufrido tan fatigosas penas y cuidados. A los demás os veo contentos con la posesión de los bienes deseados. Pero una cosa quiero advertir, que vuestros pasados tormentos, a vosotros y a cuantos de ellos tendrán noticia han de servir de lección para quedar avisados de vivir con más cordura, por excusar los inconvenientes en que tantos años os habéis hallado. Y aunque en los remedios que yo a todos os di mostré claramente mi saber y publiqué mi nombre, tuviera por mejor que vosotros hubieseis vivido con tanta discreción que no tuvierais necesidad de mis favores. Porque más estimara yo vuestra salud que mi fama, y a vosotros os fuera más conveniente dejar de caer en vuestros engaños y penas que, después de caídos, ser con mi mano levantados. Bien sé que los que habéis sido esclavos de Cupido os excusaréis con decir que vuestro amor fue casto y limpio de toda deshonestidad. Mas cuando tal achaque se os admita, os condenará la congoja que en semejante pasión habéis padecido. Cuanto más que no sé yo si la limpieza de los amores en todos vosotros llegó a tanto, que sea suficiente para disculparos; porque, aunque la mayor parte de vuestras voluntades fue entre maridos y mujeres, pero no todas entran en esa cuenta, y las que no lo fueron podrá ser que en algo hayan ofendido el ánimo de la casta diosa Diana, en cuya casa se dio alivio a vuestros males. La honestidad y modestia es la que le contenta, y de los amorosos y deshonestos ardores mucho se desagrada. Y a mí, como ministra suya, aunque en ellos pongo remedio, me son en todo extremo aborrecibles. Y si de ellos os libré trocándolos en castos y virtuosos, es por quitaros de tan mal estado, en el cual, por voluntad que os tengo, no quisiera un solo momento veros. No tengáis de hoy más atrevimiento de abalanzaros a semejantes trances con esperanzas de ser remediados como ahora lo fuisteis, que no tenéis tanta razón de estar confiados por la salud que a vosotros se os dio, como temerosos por los desastres que a muchos enamorados acontecieron. ¿A quién no espanta el triste suceso de los amores de Píramo y Tisbe? ¿A quién no hace temblar el fin del largo y sobrado amor de la encantadora Medea? ¿A quién no causa temor la desdicha de la deshonesta Mirra? Los cuales casos fueron por los poetas, como maestros de la humana vida, figurados para atemorizar los hombres con tan desventurados acontecimientos, dándoles a entender cuanto más provechoso les sea emplearse en los estudios de las letras o entender en otros ejercicios, conformes al estado de cada uno, que gastar sus años en tan dañosas ocupaciones. Diranme los amadores que no está en su mano dejar de ser vencidos de Cupido y andar hechos sus esclavos. A mí me parece que quien le sirve, se le obliga y somete de propia voluntad, pues no hay ánimo que de su libertad no sea señor. Por donde tengo por cierto que este Cupido, si algo es, será el desenfrenado apetito, y porque de este tan ordinariamente queda vencida la razón, se dice que los hombres del amor quedan vencidos. Hablo ahora del amor terreno, que está empleado en las cosas bajas, no tratando del verdadero amor de las cosas altas y perfectas, al cual no te cuadra el nombre de Cupido, pues no nace del sensual y codicioso apetito, antes tiene puesto su fundamento en la cierta y verdadera razón. Este es el honesto y permitido amor, con el cual a las virtudes, habilidades, perfecciones, sabidurías y cosas celestiales nos aficionamos. Este es el ornamento de las ánimas, este es el deleite de los pensamientos, esta es afición sin fatiga, esta es esperanza sin recelo y este es bien con sobrado contentamiento. El amor que de este se desvía es fealdad abominable, tormento insufrible, perdición del alma, destrucción de la vida, mengua de la fama, amarga dulzura, engaño voluntario, placer sin contento, deleite breve, bien inconstante, esperanza vaga, vergonzoso pesar, pena cierta, recelo continuo, muerte gustosa, vida mortal, estado sin firmeza y, en fin, una afición que, por más que quien la tiene procura de excusarse y defenderla, ha de ser reprobada por los libres entendimientos y desechada de las honestas voluntades. Vista tenéis la diferencia de estas dos aficiones; mire ahora cada cual de vosotros en cuál de ellas estuvo. Y el que fue con la voluntad honesta aficionado, téngase por dichoso y procure perseverancia; y el que fue herido del amor de Cupido, por lo pasado le pese y mude parecer en lo porvenir. No quiero que por esto pierdan Narciso y Turiano las concebidas esperanzas, hallándose por ventura en la parte reprobada, porque mi intención ha sido que lo que se ha dicho a los que están ya remediados, lo escuchasen ellos para cuando lo sean. Mas esto basta para personas tan discretas y, pues el sol esconde ya su lumbre y se va haciendo hora de recogerse, póngase fin por ahora a mi plática y a vuestras fiestas, que mañana, si Dios quisiere, entiendo que aumenten con nueva manera de juegos y cantos que nos han de dar admirable contento.

Acabadas las razones de Felicia, el viejo Eugerio quedó espantado de tal sabiduría, y los demás satisfechos de tan saludable reprehensión, sacando de ella provechoso fruto para vivir de allí adelante muy recatados. Y levantándose todos de en torno a la fuente, siguiendo a la sabia, salieron del jardín yendo al palacio a retirarse en sus aposentos, aparejando los ánimos a las fiestas del venidero día. Las cuales y lo que de Narciso, Turiano, Tauriso y Berardo aconteció, juntamente con la historia de Danteo y Duarda, portugueses, que aquí por algunos respectos no se escribe, y otras cosas de gusto y de provecho, están tratadas en la otra parte de este libro que antes de muchos días, placiendo a Dios, será impresa.




 
 
LAUS DEO
 
 
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