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Primeras imágenes de la ciencia ficción española1

Juan Molina Porras


IES Murillo/Real Sociedad Menéndez Pelayo
Sevilla, octubre 2010.



Nadie, por poco informado que esté, duda hoy de la existencia en los siglos XIX y XX de una corriente de literatura fantástica española. La edición en los últimos años de algunas antologías2, la aparición de algunos estudios pioneros como los de Antón Risco y la realización de varias tesis son la constatación evidente de que en las letras españolas la literatura fantástica ha tenido su propio desarrollo. Si se quiere, esa corriente fue secundaria y esa es, quizá, una de las causas por la que hasta hace poco estaba excluida de los ambientes universitarios, excepción hecha de algunos nombres incuestionables como, por ejemplo, el de Alarcón o Bécquer.

Si esta afirmación es válida para el amplio campo de la literatura fantástica, mucho más lo es para el de la ciencia ficción. En España y en la segunda mitad del siglo XIX, las narraciones de este género no son muchas ni son las más destacadas de nuestra literatura. Sin embargo, si queremos reconstruir su historia, no podemos eliminar esa rama. Varias de esas narraciones fueron recogidas por Santiáñez-Tió en De la luna a Mecanópolis. Antología de la ciencia ficción española (1832-1913)3. Si la antología antes citada es conocida entre los amantes de este tipo de literatura, casi nadie parece recordar un estudio que no quiero dejar de mencionar aquí porque abrió caminos en unos momentos en los que pocos prestaban atención a este género considerado menor. Me refiero a la tesis de Carlos Saiz Cidoncha La ciencia ficción como fenómeno de comunicación y de cultura de masas en España4. En 1998 realizó un análisis primerizo pero en el que ya aparecían muchos de los autores que después recogió Santiáñez-Tió en su obra. Aunque aún queda mucho trabajo por realizar, parece evidente que ha pasado la época en la que hubo que revindicar la existencia de una ciencia ficción española y ha llegado el momento de centrarnos en su estudio y de analizar sus rasgos y peculiaridades.

Entre estas creaciones iniciales sobresalen especialmente El anacronópete, novela de Enrique Gaspar (1842-1902), y los relatos de anticipación de Nilo Mª Fabra (1843-1903), sin duda el autor español que más páginas dedicó al género en el siglo XIX. Estas líneas intentan ser una aproximación a esas obras.

Todos hemos podido conocer la novela de Gaspar gracias al magnífico trabajo que le dedicó Mª Ángeles Ayala (Ayala: 1996) y a las dos ediciones contemporáneas5 de la obra.

La originalidad de esta novela radica en que es la primera narración occidental en la que un vehículo creado por el hombre consigue viajar en el tiempo. No se trata sólo de desplazarse a otras épocas, acción que aparece en bastantes relatos anteriores, la novedad estriba en que las aventuras son posibles gracias a un artefacto que es resultado del ingenio, de los conocimientos, de la ciencia y de la técnica humana. No de ninguna intervención divina o diabólica ni tampoco de la brujería ni de la magia como ha sucedido hasta este momento histórico.

He aquí lo específico de la ciencia ficción: el conocimiento es la base que sustenta la ficción, la que impulsa la imaginación y da verosimilitud a lo narrado. En el género la ciencia y la técnica son las que prestan credibilidad a los viajes temporales, a los nuevos inventos, a las acciones inimaginables, etc. Enrique Gaspar, en ese sentido, se hallaba bien enclavado en su época y parece estar informado de los nuevos avances científicos-técnicos y, además, ha leído las obras de Flammarion y de Verne, las novelas de este género más complejas e influyentes del momento. Recuérdese en este sentido que su trabajo como diplomático le hizo residir algunos años en Francia donde trabó amistad con el primero6 y pudo leer al segundo en el original. También, como ya se apuntaba, parece que estaba bien informado de los avances científicos y tecnológicos porque su máquina del tiempo navega por él gracias a la electricidad. Además, emplea algunos principios de geología -«He aquí la Tierra en su estado incandescente tal y como a Dios le plugo arrojarla en el espacio infinito»- (Gaspar: 2005:21) y tiene en mente las teorías de Darwin. Si en los primeros capítulos utiliza y hace referencia a bastantes conocimientos del momento, se debe a que quiere que sus lectores acepten la verosimilitud de las fantásticas aventuras en las que enrolará más tarde a sus personajes. Todas las alusiones científicas y tecnológicas del comienzo de la novela son los fundamentos racionales que posibilitan los desplazamientos temporales y, al mismo tiempo, dan credibilidad a la historia. No deja de ser significativo, en este sentido, que el tercer capítulo lleve un título que bien parece el de un artículo de divulgación: «Teoría del tiempo: cómo se forma, cómo se descompone». En otras palabras, nadie debería dudar de que El anacronópete es una novela de ciencia ficción ya que la invención de la fantasía del viaje en el tiempo es posible gracias a que el hombre ha adquirido un determinado desarrollo científico. La religión, la magia o la brujería han dejado de ser las causas que podían producir los saltos temporales.

Por supuesto, las explicaciones que se nos dan para poder realizar los saltos temporales pueden parecer hoy ingenuas. No tendrían la misma opinión los que leyeron la primera edición en 1887. En este sentido, hay que destacar que la máquina del tiempo de H. G. Wells aparecería en 1895. Es, por tanto, una historia bastante novedosa ya que la del escritor británico vería la luz siete u ocho años después. Dicho esto, hay que destacar que una diferencia radical se advierte entre ambas. Paradójicamente Enrique Gaspar, más cercano a las preocupaciones tecnológicas de Verne, se afana por dar una base científica a la creación de su máquina. Wells, por el contrario, ni habla de rotación de la Tierra, ni usa la electricidad, ni alude a Darwin. Su relato realiza los viajes en el tiempo teniendo muy poco en cuenta el desarrollo científico. Pareciera que éste se daba por sentado y no había que suministrar explicaciones de ningún tipo. Por esto, de su aparato Wells sólo da escasas y ligeras indicaciones y su máquina está construida con cristales de cuarzo, bronce, ébano y marfil, materiales todos poco sofisticados y que más parecen propios de la decoración de una gran casa británica que del mecanismo de una compleja y sofisticada máquina. Pese a lo que afirmo, nadie discute que sea una de las novelas fundamentales para la creación de la ciencia ficción moderna. El escritor español, en este sentido, puede parecernos más avanzado.

Las discrepancias con la novela de Wells no acaban ahí. La fundamental que aclara las intenciones de los dos novelistas, se halla en la dirección hacia la que encaminan los pasos sus personajes. El británico lleva a su Viajero del Tiempo hacia el inexplorado futuro mientras que el español lanza a don Sindulfo y a sus acompañantes hacia un pasado bien conocido. La operación es diametralmente opuesta e implica mucha más fantasía en un viaje que en el otro. La vuelta al pasado lleva implícita la aceptación de unos hechos históricos más o menos conocidos por los lectores. Embarcarse en una nave hacia el futuro es dejar correr la fantasía hacia tiempos y espacios desconocidos. Además, Wells en su tenebrosa, poética e inquietante fábula nos advierte de los peligros a los que nos conduce una sociedad clasista y radicalmente injusta. Sus eloi y molock son los herederos directos de la organización social británica de fines del siglo XIX. Su ficción es una profecía que nos sugiere hacia dónde se encamina la humanidad si el trabajo sigue realizándolo un proletariado sumido en la miseria y el producto del mismo sólo es disfrutado por una parte muy reducida de la sociedad. Los proletarios, los eloi, en un futuro lejano serán literalmente el alimento de los molock, la bestial burguesía surgida de la Revolución Industrial. El relato se presenta como una siniestra anticipación y como una sofisticada fábula moral.

Esos planteamientos no pueden estar más alejados de los de Gaspar. Éste, en una operación que comienza a ser habitual en nuestras letras y que ha sido propiciada por el nacionalismo romántico, reflexiona sobre el pasado. No parece ser sólo una casualidad que la narración británica esté muy preocupada por el futuro y que la española se interese por episodios históricos o bíblicos. La causa tal vez estribe en que son exponentes de dos sociedades muy distintas. En esencia y sin poder desarrollar esta propuesta, es posible pensar que el Imperio español está en franca decadencia y el británico atraviesa un periodo de crecimiento imparable. Uno se fija en los motivos que lo han llevado a la debilidad actual y el otro cuestiona las bases éticas de un imperio cuyas ansias de ambición y riqueza no conocen límites. Por último, hay que subrayar un rasgo fundamental de El Anacronópete. El relato español está lleno de un humor altamente chispeante y, si lo hay en el británico, éste es muy negro.

Someramente apuntadas algunas peculiaridades de El anacronópete, me centraré en analizar las relaciones que se establecen entre el relato de Gaspar y las 48 ilustraciones de Francesc Gómez Soler7. En primer lugar advertimos que éstas son de varios tipos. Las hay que describen el París de la Exposición8, el momento en el que se inicia la aventura. Sólo son siete y en poco se diferencian de los grabados paisajísticos ciudadanos de su época. Por su parte, las que pintan el prodigioso aparato se reducen a seis y, excepto dos en la que se encuentra posado en el Campo de Marte y en la aldea de Noé, el resto lo muestra volando a gran distancia. El aparato, por ello, es casi siempre entrevisto por los aires. Como indicaba el escritor, la nave guarda un evidente parecido con el Arca de Noé. Para que el lector de estas líneas se haga una idea de la máquina, este trabajo reproduce dos de las imágenes que nos la muestran más claramente9. Del interior Soler sólo nos ofrece dos estampas y en ellas poco atisbamos de la singular máquina. Ambas describen grupos humanos y nos hurtan cualquier representación de los espacios interiores del artefacto. El mayor número de estampas describen a los personajes o pintan escenas de otras épocas y culturas. Por su parte, en las quince en las que vemos a personajes éstos están más o menos individualizados. En todo caso, el lector que se fije en la que representa al ensimismado don Sindulfo leyendo por las calles de París puede preguntarse si ese es el personaje extravagante, un poco loco y bastante ridículo del relato de Gaspar (Ilustración 5). Como era previsible, las más numerosas, dieciocho, nos trasportan a otros momentos históricos y a otras culturas. Algunas de ellas se relacionan con la pintura histórica o de ambientación exótica y decadentista que domina la producción del momento. Destacable, entre las históricas, resultan aquella en la que los viajeros se entrevistan a los Reyes Católicos en el momento en el que se disponen a ocupar Granada. Las similitudes con la visión que ha establecido la iconografía de los encuentros de Colón con los reyes son más que evidentes. Así como la raíz romántica de la que provienen. En este sentido, resulta muy significativo, tanto en el ámbito textual como icónico, que tanto narrador como ilustrador se hayan detenido en este momento concreto de la historia. La unidad de los reinos en torno a Castilla comienza a ser un tópico en las letras y en el pensamiento patrio.

El exotismo se adueña del relato cuando los viajeros llegan a China. Entre las láminas que describen esa estancia sobresale la que presenta el salón del trono. Gómez Soler se muestra, a mi entender más inspirado, y todos los elementos contribuyen a crear un ambiente abigarrado cargado de exotismo. Pudiera parecer que estos dibujos están también muy alejados de la ciencia ficción. Sin embargo, esos orientalismo serían más tarde moneda común en muchos relatos ciencia ficción épica. Piénsese, a este respecto, en las ilustraciones de Alex Raymond para Flash Gordon donde existen mundos cercanos a la iconografía orientalista.

En síntesis, se puede apuntar que, si el texto de Gaspar puede ser considerado una novela de ciencia ficción retrospectiva, es difícil afirmar que las ilustraciones de Francesc Gómez Soler abran camino a la iconología posterior. Sólo hay que fijarse en los dos interiores del novísimo aparato y advertir que la imagen de éste es inexistente. En particular el grupo de prostitutas está emparentado con las escenas de odaliscas románticas o con la pintura clásica de desnudos. Sin duda, están mejor resueltas las figuras a contraluz de los dos sabios aunque el dibujo sólo nos indica que la máquina del tiempo posee un gran ojo de buey por el que se puede observar el espacio. Sin embargo, el conjunto de las estampas que da a la imprenta nuestro ilustrador se detiene poco en los aspectos tecnológicos o científicos.

Por otro lado hay que reiterar que el evidente, zarzuelero y disparatado humor de la novela desaparece de las ilustraciones de Francesc Gómez Soler. Excepto alguna figura que posee algún rasgo caricaturesco, la gracia está ausente aunque sea una peculiaridad capital tanto de la novela como del libreto de zarzuela en el que se inspira y que es su precedente10. En resumen, se puede afirmar que su contribución a la construcción iconográfica de la ciencia ficción contemporánea es mínima. Esa idea se refuerza más si comparamos estas creaciones con las que realizó, por ejemplo, Edouard Riou11 para las novelas de Verne y que eran el modelo en el que se miraba literariamente E. Gaspar12. El lector en ellas es transportado a mundos inexplorados o desconocidos y, con seguridad, se sorprendería con esas imágenes. No ocurre así con las que suministra Gómez Soler, apegadas a lo que acontecía en la Europa del momento o centradas en la representación algo tópica de la historia o la Biblia.

*  *  *

De los tres volúmenes de narraciones breves13 que Nilo María Fabra dio a la imprenta, por problemas de espacio, me centraré exclusivamente en Cuentos ilustrados14. Entre otras razones porque contiene algunos de los títulos de Fabra más cercanos a la ciencia ficción pero, sobre todo, porque la edición está profusamente ilustrada. En concreto participan en el ejemplar Rafael Álvarez Masó, José Cabrinety, Pedro Eriz, Mariano Fuster, José Francisco Masniera, Luis Masriera, J. M. Marqués, J. Luis Pellicer, Agustín Querol y E. Lucas Villamil. Como se ve, un abultado número de artistas interviene en este libro de Nilo María Fabra. Lo componen diecisiete títulos que, como era habitual en la edición de colecciones de narrativa breve en las últimas décadas del XIX, poseen variada extensión, desarrollan temas diversos y se adscriben a diferentes géneros. Poca relación guardan entre sí títulos como «La caja de cerilla», «El triunfo de la igualdad» o «El fin de Barcelona». En efecto, el primero es un cuento moral contra el pecado de la avaricia, «El triunfo de la igualdad» se presenta como una reflexión sobre las dificultades que conlleva repartir equitativamente la riqueza y los desastres que comporta, y el último, por su parte, gira en torno a una inmediata destrucción de la ciudad a causa de un terrible terremoto que ha predicho el doctor Puff. Por este motivo las ilustraciones que los acompañan poca relación guardan entre sí y sólo las unen el aire de época o el ser creaciones del mismo artista. En todo caso y centrándonos en el asunto que nos interesa, los relatos más cercanos a la ciencia ficción son «Un viaje a la República Argentina», «En el planeta Marte» y «El dragón de Montesa, o los rectos juicios de la posteridad». De forma muy laxa también podrían ser incluidos otros. Es el caso de «Del cielo a España» en el que se narra el viaje que realiza el apóstol Santiago por la Península con la santa intención de que los españoles recobren el sentido común. Es bastante evidente que en esta historia la ciencia no hace su aparición sino algunos elementos de la tradición católica y una visión pesimista del «carácter patrio». Por supuesto, el intento de Santiago está condenado al fracaso porque los hispanos son holgazanes y carecen de espíritu cívico. Un asunto semejante plantea «Un diálogo en el espacio» en el que dos espíritus vagando por el éter se detienen ante la Tierra y uno rememora su vida. Como en el texto anterior, Fabra no deja de lanzar reflexiones filosóficas y éticas como la que sigue:

No le basta al hombre la perenne guerra contra la naturaleza y consigo mismo a que está condenado: necesita satisfacer su ciego instinto a costa de sus semejantes, y la lucha que comenzó siendo individual, ha degenerado en colectiva. ¿No observas como aplican allí al arte de la destrucción la imperfecta ciencia reservada a los inmortales? El estado más poderoso es el que supera a los demás en instrumentos de ruina.


(Fabra: 1895: 58)                


Como vemos nuestro terrible moralista siempre se sirve de la ficción para exponer y desarrollar sus puntos de vista, particularmente, sobre la desastrosa situación en la que se halla sumida España. Aunque su posición es claramente reaccionaria, no por ello deja de mantener puntos en común con el Regeneracionismo o con algunos autores del 98. Esto es particularmente visible en «Cuatro siglos de buen gobierno» ucronía donde se propone otra Historia de España a partir del cambio radical que hubiera supuesto la continuación de la labor de los Reyes Católicos en la figura de don Miguel I, monarca que hubiera mantenidos unidos los reinos de Portugal y España. A partir de ese cambio, todos los acontecimientos posteriores fueron afortunados y el narrador-historiador nos cuenta el desarrollo armónico de una nación donde no se han producido cambios drásticos y, por el contrario, se ha «hermanado el trono con las libertades públicas, que el espíritu de los tiempos ha venido perfeccionando sin revoluciones ni violencias» (Fabra: 1895: 83).

He dedicado unas líneas a estos cuentos, que pueden ser considerados vagamente de literatura fantástica pero nunca de ciencia ficción, porque son representativos de los derroteros por los que transita la escritura de Fabra. Para él la ficción y la imaginación deben supeditarse y estar en todas las ocasiones al servicio de la reflexión. El arte debe ser siempre educativo y, tanto el relato como la fantasía, no pueden existir sin someterse a un bien ético superior. Por ello, es habitual que muchos de sus textos se salgan fuera de los límites de la narrativa y se acerquen unas veces al ensayo y otras al artículo de costumbres. En cualquier caso, hay que subrayar que las historias que desarrolla son muy leves y en bastantes ejemplos casi inexistentes. Por los mismos caminos discurren «El hombre único» y «Lo presente juzgado por lo porvenir», textos difícilmente calificables de narrativos y emparentados con el artículo de costumbres. Incluyo, pese a lo indicado antes, una interesante ilustración del último porque es significativa del tono de las primeras imágenes ligadas a la ciencia ficción. La «e» que ilustra e inicia la primera oración del texto («El vapor con sus múltiples aplicaciones constituyó la principal gloria del siglo XIX), supone una exaltación de la electricidad. La nueva fuente de energía, el vapor, los nuevos medios de comunicación, los primeros conocimientos paleontológicos así como las ideas de Darwin son la base científica a la que apelan los primeros ejemplos de la ciencia ficción occidental. En este texto la electricidad se manifiesta hasta en la grafía. Por su parte, la nueva arquitectura en hierro que están impulsando Eiffel y sus discípulos también encuentra imagen en este texto15.

«Un viaje a la República Argentina» cuyo subtítulo es «En el siglo XXI», presenta los mismos rasgos que he señalado antes en el resto de la producción de Fabra. La escueta narración, en esencia, se encuentra resumida en el título: un narrador-personaje solicita el 9 de mayo de 2003 un billete para viajar desde Madrid a la Argentina. Siguiendo a Verne el texto está poblado de futuros ingenios mecánicos que facilitarán al hombre el desplazamiento por todo el planeta. Si en la obra del novelista francés estos son empleados para embarcar a complejos e interesantes personajes en intrincadas aventuras, la de Fabra se queda en la simple anticipación de hipotéticas máquinas: las comunicaciones se realizan por tubos neumáticos, existen tranvías electro-aéreos, en la biblioteca del tren en el que se viajará a la nación americana se puede consultar un diccionario-fonógrafo o un noticiero parlante, etc. Como era de esperar, el autor no deja de consignar los cambios políticos que desea que nos depare el siglo XXI: Gibraltar es español, San Francisco ha pasado de nuevo a México, el aumento de la población de EEUU provoca el envío de un ejército de ocupación a Centroamérica, al fin, existe una Confederación latino-americana de estados que, cuando se enfrenta con el vecino del Norte, logra doblegar su imperialismo. Se intuye aquí el futuro conflicto bélico entre España y los EEUU y la anticipación nos descubre los problemas latentes entre los dos imperialismos que concluirá en 1898.

El rápido desplazamiento sólo es posible por el desarrollo acelerado de los medios de transporte: un veloz tren traslada al viajero desde la Península a Dakar y desde allí a la costa brasileña lo hará un «buque eléctrico submarino de 60,000 toneladas» (Fabra: 1895:179). La visión que el relato nos ofrece de Buenos Aires, tanto literariamente como icónicamente, es la de una urbe desarrollada pero no muy alejada de las que están surgiendo a fines del siglo XIX. Así, cuando el narrador nos informa de «los aluminio-carriles subterráneos y los tranvías electro-aéreos que llevan con rapidez vertiginosa la exuberante vida social y mercantil a todas partes» (Fabra: 1895:182), al mismo tiempo que acierta a describir los rasgos de la acelerada existencia de los hombres del siglo XX y XXI, nos hace pensar en los tranvías y metros que se están construyendo en esos momentos en las grandes ciudades europeas. «Un viaje a la Argentina», de nuevo, es más un artículo de anticipación tecnológica que un elaborado relato de ciencia ficción. Bien lo sabe su autor que no duda en escribir: «Antes de poner término a este artículo» (Fabra: 1895: 182), palabras que dejan muy claros sus propósitos.

Similares características hallamos «En el planeta Marte» que lleva por extenso subtítulo

«Periódicos parlantes.- Supresión de la enseñanza del leer y escribir.- Medios de locomoción.- Unidad política, lingüística y religiosa.- Artículo de un periódico.- Noticias de la Tierra.- Parangón entre ésta y Marte.- Prodigios de las ciencias.- Oración de los martícolas.


(Fabra: 1895: 217)                


Tras esta declaración ya sabe bien el lector que no va a leer una compleja historia. El texto, desde sus palabras iniciales, se ofrece como un artículo de costumbres como tantos otros que se crearon en el XIX. La diferencia estriba en que en esta ocasión el narrador se va a fijar en los hábitos de una sociedad, en principio, bien distinta de la suya. Sin embargo, los recursos literarios que va a usar en el texto son semejantes a aquellos.

La sociedad de Marte es muy diferente de la de la Tierra: todas las informaciones que llegan a sus ciudadanos -los martícolas en el léxico de Fabra- son orales ya que no son necesarias la escritura ni la lectura. Así leemos «los bandos de las autoridades son pregonados en todas partes por megáfonos» (Fabra: 1895: 218). Los medios de transporte son muy diferentes y las carreteras son cintas a las que se sube y que nos trasportan a nuestro lugar de destino sin el más mínimo esfuerzo. Las disparidades con la vida terrícola del XIX, como se ve, son muy acusadas y afectan a todos los órdenes de la vida.

Dicho esto, Fabra sabe y sus lectores también que, aunque la ciencia ficción nos traslade a tiempos futuros o a galaxias lejanas, siempre acaba por ser una reflexión sobre el hombre y la sociedad en la que ve la luz. Da igual que la obra se presente en forma de novela, cuento o, en esta ocasión, como un imaginativo artículo costumbrista porque, en esencia, las fantasías científicas, sociales o tecnológicas no dejan de ser un reflejo, más o menos deformado, de los problemas que han inquietado a la humanidad a lo largo de los dos últimos siglos. La ciencia ficción en cuanto género es otro producto social tan enclavado en su tiempo como lo pudo ser la novela naturalista. Por eso era lógico que uno de los asuntos centrales sobre los que se especuló en la segunda mitad del siglo XIX fuera la necesidad del desarrollo científico y sus posibles límites. En la mayor parte de las ocasiones era percibido e intuido como un grandioso avance. Es en el caso que nos ocupa: los hombres en Marte o en la Tierra tendrán mil aparatos que les harán más fácil la vida cotidiana. Además, la organización social ha eliminado las diferencias sociales y la violencia. No debo subrayar que existe otra rama de la ciencia ficción mucho más pesimista que nos advierte de que la sociedad futura será inevitablemente el producto lógico del desastre contemporáneo16. En este tipo de narraciones las injusticias sociales del presente, estallarán violentamente en el futuro; los gobiernos poco democráticos de hoy, mañana serán feroces tiranías; la explotación incontrolada de los recursos naturales, nos acercará al Apocalipsis... En cualquier caso y de forma general, la ciencia ficción del XIX fue, en su mayor parte, optimista y saludó los avances de la ciencia y la evolución imparable del hombre. Ya vendrían las dos Guerras Mundiales y la Guerra Fría para acabar con esa visión idílica. Fabra, aunque en algún cuento se sale de esa tónica, puede ser incluido en el bloque de los escritores optimistas.

Como es casi preceptivo en él, el viaje a Marte es otro medio para zaherir la atrasada sociedad humana. Cuando los marcianos entran en contacto con los terrícolas, emiten en sus noticieros parlantes un artículo escandalizados del atraso del Planeta Azul. La falta de transportes públicos gratis, los atrasos en la Física, en la educación o en la organización social son difíciles de creer y admitir por ellos. En este sentido y en un escritor de marcado tono conservador, no deja de llamar la atención su crítica al machismo imperante:

En los países bárbaros, que son la inmensa mayoría, la mujer víctima de la violencia y la esclavitud, no tiene más armas para su defensa que la hipocresía, mientras que en los demás suele vivir resignada, pero satisfecha, con los mermados derechos que le conceden la legislación y las costumbres.


(Fabra: 1895: 224)                


El texto concluye con el rezo colectivo de una especie de padrenuestro deísta que viene a corroborar el estado de paz, tranquilidad y solidaridad que existe en el planeta Marte en contraposición al subdesarrollo, caos e insolidaridad que reinan en la Tierra.

Las tres únicas imágenes que acompañan al texto, al igual que éste, describen con más fidelidad el siglo XIX que la sociedad marciana. El ingenio que emite las noticias al planeta está situado en un vulgar campanario y el dibujante ha dejado volar poco su imaginación ya que se nos hurta el panorama de la ciudad. Por su parte, la representación que hace J. María Marqués del telefoteidoscopio para comunicarse oral e icónicamente, sencillamente semeja un espejo en el que el amante ve reflejada a su novia. No se ha preocupado, como harán posteriores ilustradores, de imaginar otro vestuario ni otra imagen para los habitantes de Marte. Son sencillamente un hombre y una mujer de los últimos años del siglo XIX. Las sugerencias que pudieron advertir en estos dibujos los primeros lectores hoy han desaparecido. Sólo se mantienen en este decimonónico Marte cierto aire de época y un manifiesto pintoresquismo.

Por los mismos derroteros camina el muy irónico «El dragón de Montesa o los rectos juicios de la memoria». El inicio del texto posee entidad para configurarse como un complejo relato de ciencia ficción. Un militar, el dragón del título, junto con su caballo y una estatua de Sancho el Bravo son sepultador por una inmensa nevada que cae en la Plaza de Oriente. No sólo la nieve ha cubierto Madrid sino la mayor parte del globo terráqueo. La población queda reducida a unas pocas tribus y la tierra habitable a unas pocas cimas. La vida casi ha sido aniquilada de la Tierra. Pasados muchos siglos comienza el deshielo y vuelven a emerger los continentes. El dragón se ha conservado bajo los hielos. A partir de aquí predomina el humor y la ironía. Una comisión de sabios, que estudia los restos arqueológicos conservados, dictamina que la estatua del rey era un ídolo; un puesto de venta de agua, un altar; una mesa de cinc, el ara de los sacrificios; el caballo, la víctima y, al fin, el dragón de Montesa el sacerdote que realizará el sacrificio. Pero las investigaciones son exhaustivas. El suplemento al tío Jindama, que contiene la lista de los premios de la lotería que llevaba en el bolsillo el militar, se convierte en un texto cabalístico; la botella de anís del Mono que llevaba es una clara señal de que se adoraba a Vichnú dado que es una representación del mono Anumanta. El resto del texto continúa por esos derroteros y concluye así:

Por si no bastarán tantas riquezas, la suerte nos deparaba un objeto de más valor: un ejemplar numismático. ¡El único, prehistórico, que existe en el mundo! Es una moneda de cobre. En el anverso hay una matrona sentada con el brazo extendido en actitud enérgica, y en el reverso un arrogante león con las manos levantadas haciendo equilibrios, apoyándose en un aro. Todos habréis adivinado el significado de esta preciosa y sin igual reliquia arqueológica. Que hemos clasificado así:

(Y el docto auditorio admira aquel prodigio numismático y el Museo Arqueológico se enriquece con el último perro chico de la pobre España)


(Fabra: 1895: 242-243)                


Intente Fabra reírse de los nacientes estudios prehistóricos, reflexione sobre la relatividad de los intereses y riquezas o ironice sobre la inconsistencia de la vida del hombre, lo cierto es que los apuntes narrativos son mínimos y el texto, de forma original y humorística, reduce al mínimo los elementos narrativos.

Los dibujos que acompañan a «El dragón de Montesa, o los rectos juicios de la memoria», realizados por Lucas Villamil17, son sólo siete y de ellos cinco se centran en la visión de la Tierra sepultada por la nieve. Son, por tanto, vistas de paisajes nórdicos más que ilustraciones de ciencia ficción que representen un futuro lejano en el que se hubieran producido cambios climáticos y paisajísticos radicales. Las dos restantes ilustraciones muestran una al grupo de sabios conversando en penumbras y vestidos con grandes capas. La otra, por su parte, dibuja los «restos arqueológicos» de nuestra civilización y puede ser equiparada a un bodegón.

En el aspecto compositivo del libro hay que destacar que en el volumen no existe ninguna ilustración que ocupe en su totalidad una página del mismo. En todas ellas coexisten el texto y el intento plástico de plasmar las acciones que se nos narran, de pintar los diversos personajes o de describir los ambientes por donde se desenvuelven éstos. Como hemos repetido los dibujos, en su mayor parte, no son muy originales ni abren novedosos caminos a la ilustración. Por el contrario, las letras iniciales de casi todos los textos, aunque siguen una tradición que se remonta a los manuscritos medievales, sí nos parecen más novedosas. Es el caso de la ya citada «e» de «Lo presente juzgado por lo porvenir» o la «r» que inicia «Un viaje a la República Argentina». En este último caso tras la letra se divisa un elevado puente sobre el que avanza el tren del siglo XXI.

Al igual que la obra de Nilo María Fabra no es una creación central de nuestra literatura ni de la ciencia ficción occidental, el volumen de la colección de Arte y Letras tampoco es un ejemplar único y destacado en la edición decimonónica. Su interés radica en que, tanto literaria como plásticamente, estos Cuentos ilustrados están inaugurando una parcela inexplorada por la cultura española. Si los textos de Fabra, pese a estar lastrados por la moralina y el exceso descriptivo, tienen el interés de haberse centrado en asuntos que desarrollaría la ciencia ficción del siglo XX, las ilustraciones que los acompañan son uno de los primeros intentos de dar apariencia plástica a asuntos hasta el momento poco transitados por nuestras letras. El libro, además, es una señal inequívoca de que la ciencia ficción española empezaba a conformarse a fines del siglo XIX. El género, con las peculiaridades propias, coexistía con otras formas narrativas. La edición de volúmenes como éste o como El anacronópete es la constatación palmaria de que las novelas de Flammarion, Verne o Wells encontraron su equivalente narrativo tras los Pirineos pocos años después de su aparición en Francia o Gran Bretaña.






Bibliografía citada

  • Arellano, Francisco J. (Ed.) (2000), Cuentos futuristas, Madrid, Clan.
  • Ayala, Mª de los Ángeles (1998): «La obra narrativa de Enrique Gaspar: El Anacronópete (1887)», Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX. Coloquio (1º 1996. Barcelona), Del Romanticismo al Realismo, Luis F. Díaz Larios, Enrique Miralles, Barcelona, Universitat, 1998, pp. 403-411.
  • Fabra, Nilo María (1895), Cuentos Ilustrados, Imprenta de Henrich y cia., Barcelona.
  • Gaspar, Enrique (2005), El Anacronópete, Barcelona, Minotauro.
  • Saiz Cidoncha, Carlos (1988), La ciencia ficción como fenómeno de comunicación y de cultura de masas en España. Madrid. Editorial de la Universidad Complutense.
  • Santibáñez-Tió, Nil (Ed.) (1995). De la luna a Mecanópolis. Antología de la ciencia ficción española (1832-1913), Barcelona, Sirmio-Quaderns.
  • Wells, H. G. (2009): La máquina del tiempo, Madrid, Anaya.


 
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