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Por lo que respecta a estas circunstancias exteriores de la representación dramática, más que verosimilitud se exige verdad. Libre es, en efecto, el poeta para imaginar a su antojo hechos y personajes dentro de lo posible, mas no para alterar todas las condiciones de lugar y tiempo en que se produce la acción. Por eso el poeta dramático está obligado a poseer una cultura nada vulgar en ciencias históricas, para no incurrir en el error que cometieron la mayor parte de los dramaturgos de los siglos XVI y XVII, atribuyendo, por ejemplo, a personajes griegos y romanos, ideas, sentimientos y costumbres de la época en que dichos dramaturgos escribían, y llevando su desconocimiento de la historia, y aun de la geografía, hasta los más lamentables extremos. Cuando, lejos de conducirse así, el poeta se amolda escrupulosamente en estas materias a los datos históricos, en su obra hay propiedad, color local y carácter de época, cualidades todas muy recomendables.

 

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Se exceptúan de esta regla las comedias fantásticas y de espectáculo, en las cuales el principal mérito suele consistir en las decoraciones, que por esta razón se cambian a cada momento.

 

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Se exceptúan de esta regla las obras dramáticas destinadas al canto.

 

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Tanto es así que en muchas ocasiones la Dramática ha sido parte integrante del culto religioso. En la Edad Media los primeros pesos dados por este arte fueron patrocinados por la Iglesia que halló en él un medio de popularizar sus enseñanzas. Los autos, misterios y moralidades de aquel tiempo, se representaron en las mismas iglesias y a veces por los sacerdotes, y el teatro tardó bastante en separarse del culto. En la Edad Moderna todavía se representan dramas religiosos en las festividades eclesiásticas, y aun hoy quedan en los pueblos católicos (señaladamente en España), restos de aquellas costumbres.

 

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El teatro indio y el chino son excepciones de esta regla. En ambos la forma dramática que desde luego aparece es el drama; luego se desarrolla la comedia.

 

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No es cierto, como suele decirse, que la tragedia y la comedia sean géneros abstractos y faltos de realidad. Verdad es que muchas veces se juntan en la vida el llanto y la risa, lo trágico y lo cómico; pero no lo es menos que también se manifiestan por separado. Más fundado sería decir que ambos géneros no representan toda la realidad, por cuanto entre los dos extremos que representan hay un término medio que es el más frecuente. Este es lo serio, lo patético, lo dramático, que abunda mucho más que los terrible trances de lo trágico y los regocijados contrastes de lo cómico.

 

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Así se da erróneamente el nombre de dramas a los de Víctor Hugo, que son verdaderas tragedias y el de comedias a composiciones serias y patéticas, en que lo cómico sólo es un accidente secundario, como el Tanto por ciento, por ejemplo.

 

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La regla de que la acción de la tragedia sea sencilla no obedece a ninguna razón fundada; los conflictos trágicos lo mismo pueden ser sencillos que complicados. Tampoco es necesario para que haya catástrofe que ésta sea sangrienta, pues hay infortunios mucho mayores y más trágicos que la muerte. Menos lo es que el lenguaje ofrezca la monótona solemnidad de que han hecho gala los imitadores de los clásicos, que la obra se divida en cinco actos, y otros preceptos no menos pueriles.

 

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Ejemplos de estos variados aspectos nos ofrecen los personajes trágicos de todas las literaturas, incluso aquellas en que suelen fundarse los preceptos clásicos. Así, Edipo es víctima de una implacable fatalidad, pero Orestes lo es de su propio crimen que le persigue personificado en las furias vengadoras. Hamlet, que representa la razón y la justicia, pero también la venganza, logra el fin que persigue, pera halla en él la muerte. Macbeth, que es el crimen, encuentra al término de su carrera justo castigo. Poliuto, que es la fe y la virtud, sucumbe ante la fuerza, pero triunfando en medio de su derrota. Hay, pues, notable variedad en el carácter y en el término funesto de todos los personajes trágicos; y es, por tanto, grave error pensar que solo hay tragedia donde la virtud sucumbe o donde el hombre es vencido por los implacables hados, y que todo protagonista trágico ha de ser forzosamente una elevada personificación del bien.

 

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Los trágicos griegos solían reunir tres tragedias distintas que componían, sin embargo, un conjunto dramático y que formaban una trilogía. Cuando las completaba un drama satírico, la trilogía se convertía en tetralogía. No todos los trágicos escribieron trilogías. De Esquilo se conserva una completa, la Orestia compuesta de las tragedias Agamenón, las Coéforas y las Euménides.