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Entre estas silvas descuella por su elegancia, claridad y gallarda versificación la que dirige A la rosa, que comienza con estos tan lindos versos:


    Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría,
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?



y concluye con estos otros, no menos bellos, sentidos y profundos:


    Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en tus lágrimas la aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.



 

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El Sr. D. Adolfo de Castro es el que ha puesto en litigio que esta composición sea de Rioja, con la publicación de un libro titulado; La Epístola moral a Fabio no es de Rioja; descubrimiento de su autor verdadero (Cádiz, 1875). Éste es, según dicho señor, el capitán Andrés Fernández de Andrada, quien, dice Ortiz de Zúñiga, «alcanzó la perfección en el arte de la Gineta» y de quien sólo se conoce un fragmento de silva, por el cual no se puede formar juicio del mérito literario del citado capitán. El mismo Castro afirma que ni se conocen otras poesías de Andrada, ni hay esperanzas de encontrarlas, pues todos los indicios son de que entregó al fuego las demás composiciones que indudablemente salieron de su pluma.

 

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Colección de Autores selectos, latinos y castellanos, para uso de los Institutos, colegios y demás establecimientos de segunda enseñanza del reino -Mandada publicar de Real orden -Tomo V -Año de Retórica y Poética -Madrid: 1849. -No estará demás que el que estudie nuestra literatura consulte este tomo, en el cual hallará atinadas observaciones, consejos provechosos y a veces noticias interesantes, y sobre todo una colección muy selecta de las mejores composiciones de nuestros literatos.

 

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Al error de haberse atribuido esta canción a Rioja dio motivo D. Juan José López de Sedano, que al publicar por vez primera en su Parnaso español la citada poesía, atribuyósela al autor de la Epístola moral, fundado en que entre los papeles de éste se encontró un manuscrito de dicha canción que parecía escrito de su letra, lo cual han desmentido investigaciones posteriores, poniendo fuera de duda que dicho manuscrito no es de Rioja, y que este ni escribió, ni imitó, ni refundió dicha canción. La afirmación de Sedano ha dado lugar a que críticos tan autorizados como Quintana y Lista atribuyan a Rioja la refundición de la célebre canción A las ruinas de Itálica. Cómo se ha venido a parar a la creencia contraria, a tener por falso lo que antes se tenía como muy valedero, es cosa curiosa por las polémicas tan animadas o interesantes a que ha dado lugar, y por la luz que ha arrojado sobre un punto de gran importancia para la historia de nuestras letras. En 1869 publicó El Porvenir de Sevilla una serie de cartas literarias que D. Antonio Sánchez Moguel dirigía al Sr. Hartzenbusch, encabezadas con esta afirmación: «Francisco de Rioja no es autor ni en todo ni en parte de la célebre canción A las ruinas de Itálica». Gran copia de datos y de atinadas observaciones aduce el Sr. Moguel para probar su aserto, en apoyo del cual viene sin duda el trabajo del Sr. D. Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, publicado en las Memorias de la Academia Española (cuaderno de Agosto de 1870) con este título: «La canción a las ruinas de Itálica, ya original, la refundida, no es de Francisco de Rioja». La opinión del Sr. Fernández-Guerra prevaleció bien pronto, no sólo en la citada Academia, sino en el ánimo de críticos que, como D. Cayetano Alberto de la Barrera, eran contrarios a ella. Es de advertir que esta conversión data desde 1862, en que ya tuvo ocasión de conocer éste lo fundado del aserto del Sr Fernández-Guerra, merced a los documentos originales y escritos de letra del mismo Rodrigo Caro, que de intento trajo a Madrid D. Antonio María de Álava, catedrático de la universidad de Sevilla. Con motivo de lo que dijo la Gaceta de Madrid de 18 de Setiembre de 1870 al comenzar a reproducir las Cartas del Sr. Sánchez Moguel, originose entre éste y el Sr. Fernández-Guerra una lucha literaria, de excelentes resultados, sobre a cuál de los dos correspondía la prioridad en haber descubierto quién es el verdadero autor de la canción A las ruinas de Itálica, prioridad que según todos los indicios, pertenece al segundo de los dos escritores citados. Nuestro amigo el Sr. D. Luis Vidart ha dado a luz en el Boletín-Revista de la Universidad de Madrid (números 4 y 5 del tomo III) un bonito trabajo que titula Curiosidades literarias, en el cual hace la historia de las cuestiones indicadas, y en vista de los antecedentes y datos que en ellas se aducen, asienta la opinión de que si la canción, ya original, ya refundida, no es de Rioja, hay motivos para sospechar que pudiera ser autor en parte, como colaborador, si su amigo Rodrigo Caro siguió, como es más que probable, sus acertados consejos. La opinión del Sr. Vidart no nos parece admisible: Rioja no tiene parte alguna, según dejamos dicho, en la famosa Canción.

 

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Las obras en prosa de Caro son las tituladas: Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla, 1654; Relación de las inscripciones y antigüedades de la villa de Utrera; y Claros varones en letras naturales de la ciudad de Sevilla.

 

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Las poesías de Quirós fueron dadas a conocer en 1838 por el Sr. Amador de los Ríos en el primer periódico literario que, bajo el nombre de El Cisne, se publicó en Sevilla por una sociedad de jóvenes escolares: en el tomo primero de los Poetas líricos de los siglos XVI y XVII de la Biblioteca de autores españoles se han publicado últimamente. Algunas poesías de Quirós son epigramáticas, como la que dirige a una que se casó con un calvo y las redondillas que dedica Al breve hermoso pie de una dama.

 

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Estas repeticiones son hijas del método de exposición que hemos adoptado, que estimamos superior al cronológico que algunos historiadores de nuestra literatura siguen. Es, en efecto, mucho más clara la exposición por géneros literarios, que permite contemplar cada uno de estos en su natural desenvolvimiento y estado, que la que consiste en hacer una especie de excursión histórica en la que solo se atiende a los personajes y se confunden unos con otros los géneros, sin que sea dado al lector formar cabal juicio respecto de cada uno en particular, lo cual contribuye a que este juicio no sea completamente exacto ni aún con relación a la literatura considerada en su totalidad. De aquí que hasta en la Edad media, en que la división por géneros se hace más difícil, hayamos procurado en esta nueva edición ajustarnos a dicho método expositivo, como el lector puede observar, comparando dicha edición con la primera, en la que ya estaba indicado el método referido.

 

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La invención de Espinel por lo que a la décima concierne «consistió sólo, dice D. Adolfo de Castro en la colocación de las consonantes y en la pausa en el cuarto verso... Espinel usó de esta composición una sola vez en sus obras impresas, llamándola redondilla». Espinel fue maestro de Lope de Vega, según éste confiesa, y el que añadió la quinta cuerda a la vihuela. Se distinguió como novelista, según más adelante veremos, y murió en la mayor pobreza en Madrid el año de 1644 y a los 90 de edad.

 

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Además de los poetas mencionados en esta lección y en las cinco precedentes, deben citarse: Miguel Moreno, que fue además novelista: Andrés Laguna, doctísimo catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, y médico muy conocido en Colonia y Metz, donde hizo algunos trabajos literarios; Don Gabriel del Corral, natural de Valladolid y canónigo en Zaragoza; el Anónimo amigo de Malara, que tal vez sea Argote de Molina; D. Manuel Salinas, que fue racionero de Huesca y tradujo a Marcial; Miguel Colodredo de Villalobos (Córdoba, 1629); don Pedro de Castro, cuyos versos calificó Lope de elegantes; D. Luis de Ulloa, que fue bastante mediano como poeta; Juan Rufo, más conocido como épico; D. Luis Carrillo Sotomayor, Francisco de Ocaña y Lope de Sosa; Roca y Sorna, Antonio López de Vega, Pantaleón de Rivera, el Marqués de San Felices, Torre, Rozas y Vergara Salcedo, discípulos exagerados de Góngora; Balbas Varona, enemigo ardiente del culteranismo; Salas Barbadillo, Balbuena (el autor del Bernardo), Mendoza, Barrios, Espinosa, Evia, Cándamo, Alarchante, Montoro, Negrete, y otros muchos de escasa importancia.

 

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Pudiéramos aumentar con otros muchos nombres el catálogo de las damas que durante la época que nos ocupa cultivaron la Poesía. Entre otros podemos citar los de Doña Catalina Gudiel de Peralta, Doña Juana Gaitán, Doña Josefa de Salas, Doña Ana María de Alday y Vergara y Doña Manuela Pardo de Monzón, que juntamente con la Doña Cristobalina citada, figuran en un certamen poético celebrado en Toledo en 1617, con ocasión de una fiesta religiosa. En la Floresta de varias poesías, antes citada, se insertan composiciones, además de algunas de las nombradas, de Doña Luisa de Carvajal y Mendoza, que murió en opinión de santa; Doña Leonor de Icis (señora de la baronía de Rafales), Doña Mariana de Valderas y Santander; Doña María Horozco Zúñiga y Vargas; Doña Jacinta María de Morales; Doña Laura Alsuenta; Doña Isabel de Figueroa; Doña Silvia Monteser, y Doña Bernalda María, monja en el convento de Santa Clara de Salamanca.