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Postfígaro1

Prólogo

Emilio Cotarelo y Mori






ArribaAbajo- I -

No existe ninguna edición completa de las obras de D. MARIANO JOSÉ DE LARRA. En las que más blasonan de serlo y ostentan aquel dictado faltan muchos trabajos literarios del autor, y aun los allí publicados no lo están íntegramente.

La causa de estas omisiones procede, en parte, del mismo LARRA, y, en parte, del modo cómo han ido formándose estas colecciones llamadas «completas».

A la vez que iban saliendo a luz algunas de sus obras más extensas, como la novela El doncel de Don Enrique el Doliente2 y las nueve dramáticas conocidas3, quiso LARRA juntar en un solo cuerpo los artículos satíricos, de costumbres y de crítica literaria que se habían impreso sueltos o en los periódicos la Revista Española y El Observador, y en los primeros meses del año 18354 sacó al público tres tomitos, que comprenden 76 artículos5.

Pero éstos son muchos menos de los que ya entonces estaban impresos. De los veinte que forman la colección titulada El Pobrecito Hablador, especie de periódico satírico que LARRA había comenzado a publicar en agosto de 1832 y alcanzó quince números, cesando en febrero de 18336, sólo incluyó en su nueva colección, Fígaro, los cuatro titulados: «Empeños y desempeños», «El casarse pronto y mal», «El castellano viejo» y «Vuelva usted mañana», y ésos, con algunas mutilaciones.

En cuanto a los que habían sido tomados de los otros periódicos, las omisiones fueron aún mayores, como iremos viendo, pues de ellas se nutre, sobre todo, la presente serie complementaria.

Emprendió luego LARRA su viaje por Europa, saliendo de Madrid, camino de Portugal, a principios de abril de 1835, y no regresó a España hasta los últimos días del mes de diciembre. No prosiguió la publicación de más volúmenes del Fígaro, quizá por la rapidez con que, en el siguiente año, se sucedían los nuevos que producía y fueron impresos en El Español y El Mundo, a la vez que otros opúsculos, como la versión de las Palabras de un creyente, de M. De Lamennais7, y un folleto histórico de M. Carlos Didier8.

Muerto LARRA (13 de febrero de 1837), y en este mismo año, continuó el editor la publicación del Fígaro, sacando otros dos volúmenes, comprensivos de 40 nuevos artículos, estampados primeramente en los referidos periódicos9.

Reimprimiéronse todos ellos en 1838, y al año siguiente se anunciaban unas Obras de D. Mariano José de Larra, en 13 volúmenes, compuestas, como acabamos de ver, de ejemplares sueltos10. En esta forma se reimprimieron subrepticiamente en Méjico, Venezuela y Montevideo; pero en 1843, el editor D. Manuel Delgado, que era el dueño de las obras de LARRA, dió al público bajo nueva forma lo que llamó Obras completas de Fígaro, en cuatro tomos en 8.º con el retrato, que luego sirvió para tantas reproducciones. Lleva también esta edición la primera biografía del autor, escrita por un D. Cayetano Cortés, la cual, aunque muy sospechosa en varios lugares, ha servido de base a cuantas se han publicado más tarde. Esta colección reproduce íntegramente los 13 volúmenes sueltos, sin más adiciones que el drama Un desafío y los demás artículos de El Pobrecito Hablador menos dos que, no sabemos por qué desdicha suya, vinieron a quedarse fuera11. Y por lo que toca a los otros, se dan, con las omisiones ya señaladas12. Esta colección fué reimpresa diversas veces y en distintos lugares13, sin añadir ni quitarle nada, hasta que, en 1886, los editores Montaner y Simón, de Barcelona, dieron a luz otras Obras completas, con dibujos de Pellicer. Reproducen exactamente la edición madrileña de 1843, y añaden una nueva sección con el título de «Obras inéditas», que no lo son más que en parte14, y la más notable entre ellas el drama histórico El conde Fernán González y la exención de Castilla.

De los artículos políticos, de costumbres y de crítica literaria también se hicieron colecciones especiales, pero sin adiciones ni alteraciones de sustancia, excepto la impresa en Barcelona en 1857, donde se añadieron cinco nuevos artículos15. Las demás, aunque no las hemos examinado todas, creemos que no ofrezcan adición de textos. Basta saber quiénes las hicieron16.




ArribaAbajo- II -

Para justificar la publicación de esta nueva serie de artículos literarios de LARRA era necesario hacer como el inventario de lo recogido en las ya numerosas colecciones de obras de aquel satírico, las cuales, como se ha visto, están lejos de ser completas, aun comparadas entre sí mismas.

Pero además faltan en todas ellas:

1.º Los artículos contenidos en El Duende Satírico del Día, escrito periódico por el estilo de El Pobrecito Hablador, que dió a luz LARRA desde enero o febrero de 1828 hasta fines del mismo año, cinco números, que van reimpresos a continuación de este prólogo.

2.º Un gran número de artículos de crítica, dramática, escritos antes y después que el autor abandonó la idea de coleccionarlos: es decir, después de abril de 1835. También irán reproducidos en esta nueva colección de ellos.

3.º Varias obras dramáticas, por lo menos siete, cuyos títulos se conocen.

4.º Una traducción inédita de El Piloto, novela de Fenimore Cooper, que hace años poseía la familia del traductor.

5.º Muchos párrafos suprimidos en los artículos ya recogidos por el mismo LARRA y luego por sus editores póstumos. Sin duda que cada autor tiene derecho a retocar y reformar sus obras; pero también el público lo tiene a conocerlas en su primera forma, si alguna vez se han impreso de este modo. No diremos que se interpolen, al dar las nuevamente a luz, con los pasajes desechados por su dueño; pero en forma de notas o como apéndice al final de cada trabajo, bien pudieran haberse colocado; y quizá lo hubieran hecho así los nuevos editores si hubieran caído en ello. En los artículos de LARRA era esto tanto más hacedero cuanto que los pasajes suprimidos no lo fueron por menos correctos que los otros, sino porque al autor le parecieron de menor importancia, en especial cuando, en los de crítica dramática, se refiere a la ejecución de la obra por parte de los actores. A raíz de la publicación del artículo no parecía esto de grande interés; pero hoy lo ofrecen histórico, y no escaso, para seguir el desarrollo de las artes relacionadas con el teatro. En los demás artículos, las supresiones suelen contener algún rasgo de actualidad, tal vez biográfico, o alguna alusión curiosa. Como estos pasajes no tienen valor por sí, ni pueden entenderse sin el resto del artículo, los dejaremos en la obscuridad en que reposan hasta que algún editor escrupuloso quiera sacarlos a plaza dándoles la que les corresponda.

Podrá observarse que en los nuevos artículos que ahora se reimprimen, con excepción de El Duende Satírico y tal cual otro, predominan los de crítica de obras teatrales. El hecho se explica porque los editores cuidaron, sobre todo, de recoger los políticos y los relativos a costumbres, como de interés más general y permanente que los de teatro, referentes muchas veces a obras y autores de escaso mérito. Y como, por otra parte, aquéllos eran en mucho menor número, pues LARRA, demasiado parco en la producción de los unos, sólo en el último año de su vida pudo escribir libremente de política, fue tarea fácil la de recogerlos, sin dejar cosa de provecho al rebusco de los futuros espigadores.

Sin embargo, y dejando a un lado que el nombre de LARRA basta a ennoblecer y hacer interesante cuanto brotó de su pluma, todavía, en este orden secundario, según algunos, pueden hallarse artículos que por su extensión y contenido o por los autores que en ellos se juzgan no desmerecen al lado de los ya vulgares, y deben ser conservados y leídos. De esta clase pudieran ser los de 26 de diciembre de 1832 y 8 de enero de 1833, que examinan obras de Ventura de la Vega; el de 19 de febrero, una comedia de Bretón; el de 2 de abril, el célebre folleto de D. Agustín Durán sobre la crítica literaria; el de 23 de abril, cuando la primera salida al teatro del después famoso Julián Romea; el de 18 de junio sobre el Pelayo de Quintana; el de 20 de octubre sobre Los amigos; el de 28 de abril de 1834, por referirse a una obra dramática de Espronceda y su grande amigo el después general Ros de Olano; los de 3 y 16 de mayo, 3 de junio y otros en que aparece LARRA como crítico musical; el de 24 de octubre contra la Elena de Bretón; aquellos en que juzga sus propias obras, como en las «autocríticas» hoy en uso; el de 2 de mayo de 1836, que titula «Artículo sin alusiones políticas»; el de 8 de julio sobre La Redacción de un periódico; el del 12 del mismo mes sobre la influencia de las diversiones públicas; el de 27 de septiembre acerca del drama Abelardo y Eloísa; el de 21 de noviembre, Una madre, y algunos otros, difíciles de conocer por sólo el título.

De todas suertes, los editores de la presente colección no han creído perjudicar la buena fama del escritor, sino al contrario, con sacar de nuevo a luz estas piezas ya olvidadas, porque vienen a ser como el fondo o claroscuro del cuadro, en que hay figuras más luminosas, y porque conocer a un autor sólo, por sus obras selectas es casi no conocerlo: es como el que de lejos y de noche mira un faro sin percibir más que la brillantez de los destellos, pero no distingue los colores débiles, ni los reflectores, ni el mecanismo ingenioso por el que funciona y, en suma, ignora lo que es un faro.




Arriba- III -

Aquí vendría como de perlas, si tuviéramos espacio, trazar la biografía de LARRA, libro que aun se echa de menos en nuestra historia literaria. Porque si bien la obra de Chaves recogió con esmero lo que pudiéramos llamar parte externa de la vida de Fígaro, aunque con escasa crítica y no pocos errores17, y la incompleta de Nombela analiza minuciosamente y no mal sus obras principales18, nos queda por conocer el LARRA íntimo, la biografía de su corazón y de su espíritu.

Además, así uno como otro de aquellos autores se resienten del influjo tiránico y nocivo que sobre todos los biógrafos, historiadores y críticos19 viene ejerciendo la primera Vida del malogrado costumbrista, que se creyó escrita por un íntimo suyo, pero que, en realidad estuvo muy lejos de serlo. Don Cayetano Cortés20 no se propuso otra cosa, al parecer, sino que la posteridad, y especialmente los futuros biógrafos, se rompiesen la cabeza para averiguar lo que él quiso o no quiso decir con el tono y aspecto sibilítico que da a sus noticias y con sus misteriosas reticencias. No tenía más fuentes que las versiones populares, aunque dichas al oído, sobre la conducta moral de LARRA y tal cual especie que le comunicaría el editor Delgado, que tampoco sabría gran cosa sobre las buenas o malas andanzas de su cliente.

LARRA, al morir, vivía alejado de todos los suyos. Estaba separado de su mujer. Sus padres vivían en Navalcarnero, adonde el viejo afrancesado había ido a refugiarse como médico titular. El hijo de Fígaro no tenía más que seis años y dos meses. Su tío (padre del doctor Larra Cerezo), joven entonces poco menos que Mariano, tampoco sabría mucho de la vida de su pariente, supuestas la esquividad y reserva de éste: ¿quién pudo, pues, dar a Cortés los pormenores íntimos que finge conocer y hace alarde de callar?

Por otra parte, varios de los misterios que oculta Cortés, o son errores suyos o verdaderas puerilidades. Citaré algunos.

En la página IX de su Vida21 dice: «Matriculóse, en efecto, nuestro escritor (en la Universidad de Valladolid) y ganó su primer curso; pero la suerte había decidido que no llegase a ser nunca jurisconsulto». Y después de este parrafito, y como quien dispara un pistoletazo, añade: «Cuál fuese el carácter del acontecimiento que vino a interponerse de repente en su vida y le apartó de la senda pacífica y normal que había seguido hasta entonces, es cosa que ignoramos por nuestra parte, y nos es así imposible revelar a nuestros lectores. Este acontecimiento misterioso parece, sin embargo, muy cierto, y ejerció una grande influencia sobre el porvenir de LARRA. Su carácter se alteró completamente: de niño estudioso y amante del saber, pero confiado, vivo y alegre, como su edad requería, se hizo sospechoso, triste y reflexivo, como si fuera un hombre hecho. Una persona muy allegada a nuestro crítico pretende que sus sentimientos fueron tan profundamente afectados, que ésta fue la primera vez de su vida que le vió llorar sin consuelo, y aun pretende que de aquí vienen todas sus desgracias». LARRA tenía entonces diez y seis años y corría el de 1825.

Casi todos los biógrafos posteriores, en lugar de reírse de la sandez de Cortés al hacer misterio un suceso que declara no conocer y que nunca será más que una niñería, se indignan contra tal modo de escribir, pero tratan de hallarle sentido. El anónimo que en 1845 imprimió la vida de LARRA en la Galería de Pastor Díaz y Cárdenas (página 6), dice: «Pero un incidente doméstico hasta ahora ignorado le impidió que continuase sus estudios universitarios y le separó de esta carrera. Aunque no haya noticia precisa del incidente a que nos referimos, parece que este acontecimiento ejerció un grande influjo sobre el porvenir de LARRA, y que alteró visiblemente su carácter. Sospechamos que fuese alguna desgracia de familia, algún quebranto en la fortuna de sus padres, que anunciasen a este joven reflexivo y profundo».

Don Antonio Ferrer del Río, que al año siguiente (1846) publicó su Galería de la literatura española (pág. 223), lo toma por otro lado, después de condenar, y, con justicia, las necias imaginaciones de Cortés. «Por esta época (la de su residencia en Valladolid) señala uno de los biógrafos de Larra un acontecimiento misterioso, de cuyas resultas el escolar confiado, vivo y alegre, se hizo sospechoso, triste y reflexivo. Ignoramos ese secreto22 y no admitimos esa transformación violenta, pues no anuncia de cierto viveza ni alegría un niño que odia todo juego y que a la edad de doce años se entretiene sobre un tablero de ajedrez por toda travesura, mientras sus condiscípulos corren por los patios y alborotan el colegio. Ni podía ser expansivo el joven que morando en el seno de su familia tras larga ausencia, se retira por las noches del hogar, donde la vida doméstica hace ostentación de sus dulzuras, y se encierra en su aposento con libros y papeles23. Calculamos nosotros que a los diez y seis años toda la desventura que puede oprimir a un mancebo no falto de medios de subsistencia, se reduce a llorar el desdén, la inconstancia o el desvío de una hermosa, objeto de sus primeros amores... ¿A qué embellecer con la magia de lo sobrenatural y portentoso sucesos comunes en la vida?».

A este parecer se inclina D. Manuel Chaves (página 18), no sin extrañarse algo de la manera con que Cortés refiere el hecho. Y Nombela (página 45), que también admite la versión de Ferrer, añade: «No nos explicamos por qué motivo don Cayetano Cortés, amigo de Larra24, que debía estar enterado del asunto, hizo tantos misterios si, como han presumido posteriores biógrafos de Fígaro, todo se reduce a un desengaño amoroso».

Pero lo más singular es que el suceso es falso o, por lo menos, insignificante en la vida del autor. Véase la prueba. Después del párrafo copiado, agrega Cortés: «Lo cierto es que de resultas (del lance misterioso) se vió obligado, bien a pesar suyo, a abandonar a su familia, pidiendo licencia a su padre para continuar sus estudios en la Universidad de Valencia, a la que se trasladó desde Castilla luego que la hubo obtenido. A poco de su llegada recibió orden del mismo para venir a Madrid, donde el favor y la influencia de algunos amigos le habían proporcionado un empleo, y de ese modo se vió arrastrado contra su voluntad a abandonar su carrera». (Pág. IX.)

Las consecuencias del percance misterioso no pudieron, con efecto, ser más graves, según Cortés. Pero es el caso, que consta de un modo indudable, que el 20 de noviembre de 1825 se hallaba aún LARRA en Valladolid, pues en tal día aprobó la asignatura de Matemáticas, de lo que le dieron certificación con fecha 27. Y consta también que el curso siguiente, que comenzó el 18 de octubre de 1825 y terminó en 30 de junio de 1826, lo hizo LARRA en el Colegio Imperial de San Isidro de esta corte, aprobando en tiempo legal las asignaturas de Lengua griega y de Física experimental, a cuyas cátedras, como dicen sus profesores, «asistió con puntualidad y aprovechamiento»25.

Es, pues, evidente que no sólo el hecho misterioso de 1825 no interrumpió los estudios de LARRA, como dice Cortés, sino que el viaje a Valencia, a consecuencia de él, es un mito.

De otro suceso también corriente hace misterio ese biógrafo en la pág. XV, diciendo de LARRA: «Habíase casado a los veinte años sin destino, sin carrera, sin dinero, sin recursos de ninguna clase, sin el apoyo mismo de su padre, que había perdido por acontecimientos pasados». ¿Cuáles serían éstos? Ninguno: solamente que su padre, lleno de razón y prudencia, se opuso al disparatado matrimonio de su hijo, como éste mismo vino a reconocer tres años más tarde al pintar de mano maestra, en uno de sus artículos, «El casarse pronto y mal».

Por no fatigar la atención del lector, sólo diremos algo relativo al gran misterio, al que fue causa determinante del trágico fin de nuestro satírico. Ni un solo dato nuevo y concreto se ha producido sobre este punto26, limitándose los historiadores a parafrasear y comentar las palabras de Cortés. En varios lugares habla éste del suceso; pero los daremos reunidos para su buena inteligencia. «Los goces del esposo y del padre, que eran los únicos que pudieran haber endulzado su natural condición y restituídole algún reposo, apenas fueron gustados por él... El casamiento de LARRA no resultó, a la verdad, feliz, pues los motivos fueron otros (que la falta de medios pecuniarios). Fué igualmente su carácter quien originó su desgracia en esta parte, lanzándole con frenesí en el torbellino del mundo y obligándole a ahogar entre su ruido y confusión los gérmenes de dolor que llevaba perpetuamente en su seno. Demasiado joven todavía, fué presa de mil funestas y tormentosas pasiones27, que acabaron de acibarar su existencia. El amor culpable que concibió por una mujer casada amortiguó en él aquel entrañable cariño que en un principio tuvo a su esposa y a sus hijos, y le lanzó en una senda de extravíos y de errores que empañaron su reputación y su buen nombre...

«De resultas de todos los disgustos y sinsabores que sufrió hacia este tiempo, trató Fígaro de dejar la España y hacer una excursión al Extranjero... Al fin, no pudiendo vivir más tiempo fuera de su patria, se decidió a volver a España a fines de 1835, después de diez meses de ausencia...

«Seríamos injustos con LARRA si no reconociésemos la influencia que ejercieron en esta última fase de su vida literaria que estamos examinando los pesares y los quebrantos domésticos: la funesta pasión que tuvo la desgracia de concebir, olvidando los más santos deberes, se los acarreó grandísimos al fin de su vida. Por lo mismo que sus convicciones políticas habían sufrido tan rudo golpe28, debió volverse, naturalmente, a buscar en el seno de la vida interior los consuelos que el espectáculo del mundo le rehusaba. Desgraciadamente, en vez de refugiarse en los brazos de una esposa querida, se aferró cada vez más a su malhadado amor, el cual debía costarle la vida. La persona que se lo había inspirado no le guardaba ya una correspondencia, sin la que se creía completamente desgraciado. La inquietud y agitación de su alma crecían por momentos. Todos los que le trataron entonces íntimamente pudieron observar el desorden de sus ideas, la incoherencia de sus acciones, el desvarío de sus sentimientos, indicios de una catástrofe próxima...

«Llegó, por fin, el 13 de febrero de 1837, cuyo día era el destinado para el término de la breve y tormentosa vida de Fígaro. Su amada, después de cinco años de amores, quería romper unos lazos doblemente ilegítimos y criminales, y él lo resistía con todas sus fuerzas. Creyendo poderla decidir a cambiar de opinión, quiso tener con ella una entrevista donde invocase los antiguos recuerdos e hiciese valer sus protestas de ahora. Túvola, en efecto, en su casa la noche de dicho día, pero nada consiguió. Todos los esfuerzos del amante se estrellaron ante la impasible resolución de la mujer. Esta acabó por exaltarle con su indiferencia, por enardecerle hasta el último punto con su despego29, y apenas habían pasado unos cuantos minutos después de haberse despedido fríamente y sin dejarle ninguna especie de consuelo, cuando... oyeron los criados de LARRA un ruido, que al principio tomaron por la caída de un mueble, pero que luego que entraron en la habitación después de un larguísimo rato, ¡conocieron había sido la detonación de una pistola con que se había quitado la vida!»30.

Cuando hubo pasado el horror, más que sentido por vulgo pregonado por rígidos moralistas, sobre el caso de LARRA, triunfó y se impuso la dulce y cristiana compasión hacia el suicida. Pero no faltaron escritores que, extremando este afecto, no se conformaron con la idea de que la muerte de LARRA fuese una simple desgracia, aunque muy lamentable, y haciendo de él una víctima inocente, dieron por criminal a la mujer causadora de aquel fin desastrado. Entonces llovieron sobre ella los dictados de hembra vulgar, sin corazón ni entendimiento, cruel, veleta, casquivana y otros semejantes.

No reparaban los que tal decían en que así como LARRA era muy dueño de enamorarse de ella o de otra, también ella lo era de corresponderle o no y de olvidarle, aunque le hubiese correspondido, no habiendo mediado compromiso legal o religioso. ¡Bueno fuera que cuando LARRA, con el fin de curarse de su intempestivo amor, se ausentaba de España a principios de 1835, y permanecía cerca de diez meses en el Extranjero, había de conservarle su amada una fidelidad que tanto mal producía y atenerse al resultado que ofreciese aquella prueba!

El hecho mismo de romper aquel amor, aun presintiendo las consecuencias, demuestra el fondo noble y honrado de la dama. El arrepentimiento es la explosión e imperio de la virtud latente u oprimida por el delito o adormecida por el vicio.

No creemos tampoco que fuese esta señora mujer vulgar, grosera o sin entrañas. Hemos leído, impresas, dos novelitas suyas delicadamente sentidas y expresadas, y varias poesías llenas de un idealismo elevado. Quizás adolecía del mal de su época, esto es, de romántica, pues en dichos versos se ven reflejadas aquella vaga inquietud de las almas, aquellas aspiraciones sin objeto ni fin determinados, y tal vez el tedio de la vida y el ansia impaciente de lograr otra mejor...

Pero vengamos a cuentas. En estos supuestos amoríos, ¿han pasado las cosas exactamente según las refiere D. Cayetano Cortés? Tales incongruencias y contradicciones hallamos en sus palabras, que mucho recelamos que este otro misterio no quede reducido a cosa muy distinta y menos complicada.

En primer lugar, se dice que la correspondencia amorosa entre LARRA y su querida tenía cinco años de existencia. Y como LARRA murió en 13 de febrero de 1837, habría comenzado, cuando más tarde, hacia el 13 de febrero de 1832. Esto guarda correlación con la otra afirmativa de que «los goces de esposo y padre apenas fueron gustados por él», aunque, habiéndose casado LARRA en agosto de 1829, el «apenas» hay que entenderlo en un sentido algo extensivo.

Ahora bien; los hijos de LARRA nacieron: el varón, que era el mayor, en 17 de diciembre de 1830; la primera hija, en 1832, y la última, muy andado ya el de 1834; la ruptura, pues, de LARRA con su mujer sólo pudo ocurrir en este año, lo más pronto. Lo cual echa por tierra todo el compuesto histórico del biógrafo, que, como se ha visto, anticipa este suceso lo menos dos años para que tengan cinco de vida los amores adúlteros.

Pero ¿comenzó efectivamente entonces la fatal pasión de Fígaro? Todo nos indica que era reciente cuando, a principios de 1835, quiso librarse de ella con la ausencia, y que no era correspondida, ni acaso lo fuese nunca. Hay dos poesías entre las suyas que arrojan bastante luz sobre este punto. En una, dedicada «Al 1 de mayo», recuerda el poeta este día porque, según dice


   Hoy fué, que de ilusiones
un tiempo yo juguete
pensé que ya tocaba
mil anhelados bienes.
Mas tú corriste luego,
y aquella ingrata aleve,
cruda, en tan largas penas
trocó dichas tan breves.
¿Acaso a recordarme
risueño me amaneces
que en pos de nuevas burlas
luego a sus plantas vuele?



Era la dama algo coqueta, pues «volvía la faz a mil adoradores»; pero le asegura que, entre tantos, ninguno cual él la amará, y eso que, «callando y resignado»,


ni verla ya pretende,



y sólo por tributo le ofrece sus lágrimas. No la olvidará, le dice,


por más que en honra mía
el circo aquí resuene.
Que a mí me aplaudan todos,
como ella me desprecie,
¿qué valen para un pecho
que eterno amor somete,
qué valen conseguidos
los lauros florecientes?



Son un galardón estéril si el mísero no tiene frente a quien ornar con ellos.

Escribió, por tanto, esta composición en 1835, y alude al éxito del Macías (septiembre de 1834) y del Arte de conspirar (enero de 1835), que fueron sus obras dramáticas más aplaudidas. Y, como se ve, nada había logrado aún su amorosa súplica, engañada su esperanza por la ligereza y versatilidad de la dama, a quien halagaría la idea de verse requerida por joven de tanto renombre como Fígaro.

La otra poesía, que es fijamente de dicho año, pues va fechada así: «Lisboa. Mayo de 1835»31, esto es, que fué escrita al pasar dicho mes y año por la capital portuguesa con el fin de embarcarse para Inglaterra, guarda congruencia con la anterior, y también es de Recuerdos:


    Río Tajo, río Tajo,
el de la corriente undosa,
el de las arenas de oro,
el que Padre España nombra
tú me viste más felice
que infeliz me ves ahora;
aun no pasaron seis lunas
y pasó mi dicha toda.
Risas y juegos y amores
me tejían su corona,
mas era de flores leves
que un leve soplo deshoja.



Si las bellezas lusitanas le piden versos en su loor, el río Tajo puede decirles que su musa ya sólo entona ecos de dolor y que sus cuerdas están rotas.


    Diles que errante y perdido
el vate infeliz se arroba
al mar, maldiciendo acaso
la misma patria que adora;
que busca paz en el golfo
y sepultura en las olas.



Reuniendo ambas, resulta que en 1 de mayo de 1834, LARRA, enamorado de la «ingrata», creyó que iba a ser correspondido, pues ella, con sus coqueterías, le animaba y le entretuvo algunos meses. Pero en noviembre o diciembre (según se cuenten las seis lunas) del mismo año recibió el desengaño más completo. Entonces quiso poner tierra y mar en medio, a pesar de la tiranía de su amor, que parecía sujetarle las plantas y aun le incitaba a volverse atrás.

Bretón de los Herreros, en su comedia Me voy de Madrid, alude a Fígaro y a esta ausencia, que supone motivada, entre otras causas, por el desprecio de una mujer casada32.

Por otra parte, Ferrer del Río dice que LARRA se suicidó por orgullo. No podía existir éste después de unos amores satisfechos durante largo tiempo, ni casi se comprende que al cabo de cinco años de tranquila y completa posesión amorosa, salga nadie matándose porque su cómplice se haya cansado. El orgullo estallaría en LARRA al verse desdeñado por una simplecilla mujer, cuando tantos hombres eminentes le admiraban, y al ver desairadas sus continuas e inútiles solicitaciones por espacio de dos años y medio.

Cierto es que en pro de la versión de D. Cayetano Cortés, aunque no del todo, existe el artículo «El último paseo de Fígaro», por el marqués de Molíns, que figura en la segunda edición de sus obras (1882) y dió a luz poco antes en una revista, en el que se cuenta que LARRA, al despedirse de su amigo el marqués, después de un largo paseo por el Retiro el día 13 de febrero de 1837, le dice: «Usted me entiende. Voy a saber si otra persona me ama».

Pero este artículo nada tiene de histórico. Es un recuerdo novelesco de la persona de LARRA, inspirado por el que Mesonero Romanos estampó en las Memorias de un setentón, en 1880, al decir que el mismo día de su muerte le visitó por la mañana LARRA y le habló de su proyecto de componer un drama titulado Quevedo. Puesto que Mesonero había conversado con Fígaro en la mañana del día último de su vida, bien podía, a la tarde, dar un paseo, aunque fuese imaginario, con D. Mariano Roca de Togores. Por lo demás, el tal «Paseo», en que LARRA, inoportunísimamente, narra su vida al amigo íntimo que debía estar harto de saberla, contiene tantos errores, que a la legua se ve que Molíns no quiso hacer un trabajo histórico33.

Con no menor inexactitud acerca de LARRA se expresó en su también novelesca vida de Bretón de los Herreros, sobre todo en lo que toca a la enemistad de éste con Fígaro y a su reconciliación famosa. Refirió primero el hecho, en 1846, D. Antonio Ferrer del Río34, sencilla y verídicamente, diciendo que LARRA y Bretón estaban reñidos, a punto de no saludarse, por sus respectivas críticas, y en especial por la que éste había hecho de LARRA en la comedia Me voy de Madrid, estrenada en diciembre de 1835. Que algunos amigos de ambos procuraron avenirlos, y que don Juan de Grimaldi, que lo era mucho de todos, empresario del teatro del Príncipe, y últimamente, en el Carnaval de 1836, de los bailes aristocráticos celebrados en el Salón de Oriente, dispuso en este local un convite, a que asistieron el barón Taylor, grande amigo de LARRA, Carnerero, Vega y otros literatos. En los postres, un brindis de Ventura de la Vega provocó la reconciliación, abrazándose los dos adversarios.

Pero en 1883, el marqués de Molíns cuenta el suceso de un modo enteramente distinto35. La idea y realización del banquete fueron cosa del mismo marqués, con pretexto de celebrar el nombramiento, a favor de Bretón, de bibliotecario segundo de la Biblioteca Real, que había obtenido por decreto de 18 de julio de 183636. La comida se hizo en el Jardín de Apolo, en el extremo de la calle de Fuencarral. El marqués, «como anfitrión», hubo de romper los brindis con uno de que no se acordaba en el texto, pero se acordó en la nota, y, para encajarlo, destrozó el de Vega, según lo había recogido Ferrer. En lo demás, la anécdota es igual.

¿A quién creer, en tal diversidad? No cabe duda: a Ferrer. Este escribía a pocos años del hecho, cuando aun vivían todos los interesados, menos LARRA, que hubieran podido desmentirle. Cuando Molíns escribía era el único superviviente del banquete, si es que asistió a él.

Si alguna duda pudiera caber sobre la distracción o falta de memoria del marqués de Molíns, este mismo episodio de la querella entre Bretón y LARRA, según él la expone, nos da la demostración palpable. Después de contar, no muy a derechas, las malas disposiciones de ánimo de los dos escritores y los antecedentes de la ruptura37, sigue así:

«Un suceso políticamente grande, literariamente pequeño, y que LARRA consideró como imperdonable ofensa a su amor propio, vino a dar la señal del rompimiento. Había subido al Poder Mendizábal, se había decretado el armamento de cien mil hombres... Organizáronse funciones teatrales para aplicar su producto a las urgencias de la guerra: en una de ellas, titulada El plan de un drama, que improvisaron Bretón y Vega, y que se representó en el teatro de la Cruz el 22 de octubre de 1835, se acababa por leer composiciones poéticas; fueron autores de éstas Gil y Zárate, Roca de Togores, Bretón de los Herreros, Espronceda y Vega; no se contó con LARRA, y esto le ofendió mortalmente».

Ahora bien; con sólo recordar que el 22 de octubre de 1835 y muchos días antes y después se hallaba LARRA en París, y fuera de España desde mayo de dicho año hasta fines de diciembre, que dará probada la falta de fundamento en lo sustentado por el buen marqués y su grandísima falta de memoria.

Pero todavía hay que añadir a esto una gran falta de atención en lo que escribe. Sin interrupción prosigue:

«Llegó, en tanto, el mes de diciembre de 1835: LARRA hablaba a todo el mundo y escribía en todos los tonos (?) sobre su deseo de viajar. (Ya sabemos que se había ido hacía unos ocho meses.) Bretón había dado al teatro del Príncipe su comedia Me voy de Madrid (No la «había dado» aún, sino que la dió después, el 21 de dicho diciembre) y, aprovechando la coincidencia de estos dos hechos, los maliciosos decían que el viaje del primero era una fuga y que la comedia del segundo era una sátira... Tuvieran o no razón los maliciosos en sus sospechas, el caso es que la comedia Me voy de Madrid fué representada el 21 de diciembre de 1835 y el viaje de LARRA por Portugal y Francia se emprendió pocas semanas después... A los diez meses de ausencia, en enero de 1836, regresó Fígaro de París»38.

Es decir, que, según la cronología del marqués, median diez meses entre «algunas semanas» después del 21 de diciembre de 1835 y enero de 1836, o, lo que es igual, no sabe lo que escribe.

Sigue todavía Molíns, en plena novela, diciendo que como al volver LARRA a Madrid, y en uno de sus primeros artículos manifestase su desdén por la literatura, que se reduce a las galas del decir, al son de la rima, a entonar sonetos y odas de circunstancias, con lo cual se acordaba «de las piezas de circunstancias de El plan de un drama y la lectura de sonetos en que no se le dió participación», Bretón de los Herreros «se irritó con estas expresiones, que, desde luego, tomó para sí» y contestó a ellas con su comedia La Redacción de un periódico39. Prosigue con que la gravedad de los sucesos políticos y otras causas quitaron valor a estas rencillas, y la mediación de buenos amigos preparó las paces, «logrando, por el pronto, que LARRA nada dijese de la tal comedia ni de la titulada El amigo mártir40.

Tan al contrario sucedió, que LARRA no tardó más de tres días después del estreno (5 de julio) de la comedia La Redacción de un periódico, en publicar un extenso y razonado artículo crítico de ella. Conócese que las paces, estaban ya hechas, pues al comenzar, y después de un cumplido elogio del teatro cómico bretoniano en general, se excusa de hacer un análisis de todas sus obras a causa de que, según dice, «la posición personal en que con respecto al autor nos hallamos pudiese torcer, a los ojos del lector, el verdadero sentido imparcial de nuestras críticas o elogios. La amistad es mal antecedente para la serenidad crítica».

Sin embargo, el asunto o argumento de la comedia no le parece bueno, porque de un caso que, si lo hay, será excepcional, parece convertirse en general, con ofensa de toda la clase periodística. Y por más que añade: «Sabemos que el Sr. Bretón no ha tratado de ofender a nadie, y eso, claro, se echa de ver en el pulso con que toda la comedia está escrita», él hace su protesta, diciendo que si hay hombres que se venden también los hay «que ni reconocen miedo ni precio; hombres que no admiten ni admitirán nunca destinos de un Gobierno ni promesas de partidos41; hombres, en fin, que tienen harto orgullo, fundado o no, para escribir otra cosa que lo que sienten»42.

Y para que Bretón no piense que él queda lastimado o quejoso, concluye así: «Volvemos a pedir perdón al autor por las observaciones que hemos creído necesario hacer; fuera de eso, que acaso será extremada delicadeza nuestra, no tenemos valor sino para reconocer las bellezas que le son naturales ya en sus escritos. Por lo que hace a los defectos, si más hay, encuéntrenselos otros: por hoy renunciamos a ese derecho»43.

La Redacción de un periódico no encierra, pues, ninguna alusión a Fígaro, y aunque así fuese, nada perdería en parecerse al noble y simpático Don Agustín de Peralta de la comedia.

Pero veamos lo que hubo de verdadero en todo esto, que tan alterado ha llegado a nuestros días, ya que la querella de Bretón y LARRA ha vuelto a sacarse al campo de la discusión en estos últimos años44 y tiene más remotos y diversos orígenes que los apuntados por Molíns y otros autores45.

El 29 de abril de 1831 se representó en el teatro de la Cruz la comedia en cinco actos, en prosa, titulada No más mostrador, que LARRA dió con su nombre y como original. El 2 de mayo salió en el Correo Literario un artículo acerca de ella firmado con una B., que era con la que Bretón signaba sus trabajos en este periódico. Celebra, en general, la obra; reconoce talento en su autor, y como éste había dicho en el anuncio que era su primer ensayo en el género dramático, le anima a seguir en él. Le da acertados consejos, y señala con moderación, ciertas desigualdades en los caracteres, pero atenuando siempre la censura; en sustancia, el artículo es laudatorio. No tan bien le trataron otros críticos, que le reprocharon, entre otras cosas, que LARRA diese como original una comedia sacada de Les adieux au comptoir, de Eugenio Scribe. Bretón, si conoció la travesura de LARRA, la calló, pues admitió como original la comedia.

El tono de maestro que se advierte en este primer artículo de Bretón no debe extrañarnos. LARRA tenía veintidós años, no había publicado, más que las dos malas odas ya citadas y El Duende, sin que desde 1828 volviese a dar señales de vida46. Bretón tenía treinta y cinco años: había dado al teatro más de cuarenta obras y una gran cantidad de versos y prosas; era ya el autor más popular y celebrado de su tiempo.

LARRA puso al año siguiente en escena dos traducciones: una de Scribe, titulada Felipe (28 de febrero, en el teatro del Príncipe) y la otra Roberto Dillon (12 de octubre, en el Príncipe), de Víctor Ducange; ésta, con el anagrama de Ramón Arriala. Para ambas tuvo elogios Bretón en sus artículos críticos insertos en el Correo Literario. Cuando se estrenó el Macías no se publicaba ya el Correo y Bretón no escribía reseñas de teatros. Trató luego con benevolencia (en La Abeja del 9 de enero de 1835) la comedia silbada de LARRA Las desdichas de un amante dichoso, y celebró con calor El arte de conspirar en el artículo de dicha revista de 24 del propio mes.

Tres años antes, en el Correo había elogiado grandemente algunos números de El Pobrecito Hablador (artículos de 1 de octubre y 5 y 21 de diciembre de 1832), llegando a decir en uno de ellos: «Declaramos que no es hombre de gusto el que no lea sus cuadernos».

Esto es lo que dijo Bretón de LARRA47.

Este comenzó a ejercer la crítica literaria, y especialmente la de teatros, en la Revista Española en diciembre de 1832, y ya con asiduidad desde enero de 1833. Pocas veces tuvo en él lugar de tropezarse con Bretón de los Herreros, que no sacó a escena más que traducciones o piezas de escasa importancia. No más muchachos, el 15 de febrero; La nieve, el 21 de mayo; El músico y el poeta, el 30 del mismo mes; El templo de la gloria, el 23 de junio, y La loca fingida, el 5 de diciembre. Es forzoso convenir en que devolvió a Bretón sus elogios en las pocas frases que dedicó a estas obras y no a todas. De la primera dijo «La traducción está hecha por mano ejercitada y feliz»48. De La nieve: «La traducción es de mano maestra, en buen lenguaje, y hecha con conocimiento del teatro»49. De El músico y el poeta dice que, como pieza de circunstancias, poco hay que decir de ella50. De las otras dos no habla, y eso que ambas, así como la última, eran originales. Pero...

En la Navidad del mismo año estrenó Bretón su celebrada comedia Un tercero en discordia. A éste, consagró LARRA un artículo que él creyó digno de ser conservado, pues lo reimprimió en su primera serie. Con cierta ligereza y buen humor va el crítico punzando y mordiendo no sólo esta comedia, sino la de Marcela, que era muy anterior. Dice en sustancia que ésta, es decir, el personaje Marcela y la protagonista de Un tercero en discordia son un par de tontas, y que los demás caracteres de las obras son falsos. Y luego, con inocente malicia, aplaude que Bretón haga comedias sin asunto o con uno muy sencillo, lo que prueba (dice) su talento, fiando el éxito en la rima y chistes del diálogo y en la gracia de la versificación, cosas en las que no admite rival, aunque «bien puede tenerlos en cuanto a intención, profundidad y filosofía»51.

Tres meses después52 escribió otro extenso artículo para examinar la comedia bretoniana original titulada Un novio para la niña, que se había estrenado el 30 de marzo de 1834. Y al juzgarla, después de «confesar ingenuamente», según dice, «que cuando la amistad nos une con el autor de una comedia tememos que este sentimiento, nos ofusque, y así nos oculte los defectos como nos abulte las bellezas», pondera, como de costumbre, la facilidad del poeta, el chiste y la agudeza, así como las descripciones, que son espejo fiel de las costumbres. Pero luego le endereza la siguiente pregunta: «¿Ofenderíamos la amistad si aconsejásemos al autor que meditase algún tanto más sus planes?». Y un poco más abajo este parrafito: «Pero donde se prueba cuánto puede el ingenio es en una circunstancia notable. Tres comedias consecutivas nos ha dado este poeta, en las cuales ha sabido hacer tres obras diferentes, repitiéndose a sí mismo. Una joven sencilla y virtuosa y tres pretendientes de diversos caracteres forman el argumento de todas ellas. Otro se hubiera visto apurado para hacer de él una sola comedia. El autor de Un novio para la niña ha hecho, sin embargo, con él tres dramas diferentes»53. Es decir, que la falta de variedad y, por ende, de meditación que en la pregunta le censura, ahora se lo vende como un elogio. Si éste es mi amigo -diría Bretón-, ¿cómo serán los enemigos?

Pero donde ya sin eufemismos ni ironías más o menos embozadas declaró LARRA su malquerer a Bretón fué en el análisis y juicio del drama romántico Elena, que el poeta hizo representar en el Príncipe el día 23 de octubre de este año de 1834. Dos artículos seguidos le dedicó LARRA uno muy corto, a manera de anuncio del otro; pero en donde ya le dice a su amigo: «El drama Elena abunda en buenos versos, dignos de su autor; pero sus largos diálogos y muchas de sus situaciones, sobradamente forzadas, han producido un efecto que ni es el del interés ni ha cautivado la benevolencia del público. El telón del fastidio vino al suelo (sic). Hablaremos más despacio de esta composición, en cuyo género no aconsejamos al autor que continúe... Las gentes salían refunfuñando. Es pieza que, en nuestro entender, no proveerá las arcas del teatro, a pesar de sus bandidos, de sus asesinos, de sus decoraciones, en las que se reconoce la hábil mano del pintor Blanchard»54.

Estas palabras anuncian cómo habrá de ser el artículo siguiente, donde se analiza el drama en tono burlesco y se le acribilla de censuras, achacándole innumerables defectos55. Sin embargo, el drama no es tan malo. Un crítico moderno que sabe bien lo que dice, le absuelve y recuerda que a él han ido a buscar alguna idea o situación Hartzenbusch y el duque de Rivas en sus obras más famosas56.

Después de esta obra y antes de emprender LARRA su viaje, sólo hallamos que hable de Bretón en el artículo relativo a la comedia Mi empleo y mi mujer, estrenada en el Príncipe el 19 de noviembre del mismo año, que maltrata bastante, llegando a decir que tiene «alusiones grotescas y un tanto indecorosas que se oyen a cada momento».

Tan repetidos ataques, sobre todo los dos últimos, molestaron, al fin, a Bretón, quien, al saber que LARRA iba a ausentarse de España, compuso una comedia satírica en que bajo un disfraz bien conocido y con alusiones harto claras sacaba a escena al propio Fígaro, achacándole, si no delitos, actos y costumbres muy poco recomendables en la comedia Me voy de Madrid, estrenada en el teatro de la Cruz el 21 de diciembre de 1835.

Digamos, desde luego, que no sólo era desproporcionada la venganza en relación con la ofensa, sino de todo punto ilícita y hasta poco noble el hacer representar la obra hallándose LARRA ausente de Madrid y de España.

El resumen de la comedia es que un don Joaquín, joven elegante, calavera, maldiciente y periodista y poeta satírico, después de haber burlado con palabra de matrimonio a una prendera, vuelto el poco seso que tenía a una joven viuda, e intentado seducir a una honradísima casada, mujer de un amigo suyo, acosado por la prendera, por el hermano de la viuda y por un usurero que ha recogido todas las deudas del tramposo calavera, se fuga de la corte, exclamando: Me voy de Madrid y dejándolos a todos burlados. Claro es que algunas de estas circunstancias no convienen a LARRA, como la de dar palabra de casamiento a la prendera y a la viuda, pues LARRA era casado y el joven de la comedia es soltero; pero, en las demás, concuerdan los que le han conocido en que le son adaptables57.

Los otros personajes de la comedia son Don Fructuoso, empleado de crecido sueldo y gran servidor de todos los Gobiernos, siempre temeroso de perder su destino, y hermano de una Doña Manolita, viuda de poco caletre, pero honrada, a quien Don Joaquín, con sus discursos, ha vuelto romántica de atar. No ama al galán, pero no repugnaría casarse con él, cosa que sí repugna su hermano, porque Don Joaquín es un maldiciente sin freno y no tiene sobre qué caerse muerto. Don Hipólito es un rico mayorazgo, algo papanatas, amigo de oír sátiras y chascarrillos, en quien Bretón simbolizó el público adicto a LARRA, que aplaudía todos sus dichos y escritos. Está casado con una Doña Tomasa, joven muy hermosa y discreta, que ofrece contraste perfecto con la visionaria Doña Manolita. Ama Tomasa a su marido y rechaza con desprecio el amor que le ofrece el seductor galancete. Un Don Serapio, usurero de más de la marca y perseguidor acérrimo de sus deudores, y un criado, Lucas, que recuerda al que LARRA describe en su artículo de la Nochebuena de 1836. Sin que ninguno de estos personajes desdiga su carácter, van sucediéndose los lances de la comedia y estrechando más cada vez el círculo o campo de las audacias y embrollos del protagonista, que, por librarse de tantos perseguidores, apela, como se ha dicho, a la fuga.

Un escritor moderno, lleno de amenidad y muy original, aunque por ello algo inclinado a veces a la paradoja, escribió un largo estudio sosteniendo que la comedia de Bretón, que califica de adefesio, en nada se refiere a Fígaro, y que, por tanto, no debería éste darse por ofendido, ni se hubiera dado si los amigos no le hubieran levantado los cascos y persuadido de la gravedad de la injuria. Para lo primero, porque lo último suponemos será una simple presunción del crítico, analiza minuciosamente, aunque con alguna inexactitud58 y mucha parcialidad y hostil espíritu, la comedia, que, si no es de gran mérito, todavía está más lejos de ser un adefesio, sino una pieza muy graciosa, y bien escrita, llena de incidentes oportunos y con escenas cuyo desarrollo recrea el ánimo en la lectura por su viveza, así como toda la obra por su gallardo lenguaje59.

En lo que sí convenimos es en que no había suficiente motivo para que LARRA se enfadase, salvo por el hecho atrevido de sacarle a escena. Los pecados y desafueros que se achacan a Don Joaquín no son ni deshonrosos ni irremediables. En punto a amores, con renunciar, como era justo, a sus pretensiones cerca de la mujer de Don Hipólito; y, puesto que el compromiso con la viuda no era grave ni formal, con dar la mano a la prendera gaditana quedaba limpio de toda culpa. Y en lo demás, con pagar sus deudas, reprimir su ingénita malevolencia y moderar sus veleidades políticas, podía tenerse y ser tenido en adelante por hombre digno y honrado. Y prueba de que, al fin, así lo entendieron los amigos de ambos literatos, es que lograron sin dificultad la reconciliación entre ellos que dejamos referida.

Hemos citado quizá con demasiada prolijidad varios errores cometidos en las biografías y estudios acerca de LARRA para probar no sólo que falta un buen libro a él dedicado, sino que para ello lo primero es derrocar toda clase de leyendas y patrañas, vengan de donde vengan. El biógrafo deberá, ante todo, atenerse al documento fidedigno: así podrá colocar bien y ordenadamente los hechos y luego discurrir a su sabor sobre ellos.

Emilio Cotarelo

Madrid, 18 de mayo de 1918.





 
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