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No invalidan tal afirmación -pero invitan a matizarla con el cotejo de analogías y diferencias- las varias muestras literarias y folklóricas (cfr. M. Bataillon, La vie, págs. 27-34; F. Márquez Villanueva, en Revista de Filología Española, XLI [1957], págs. 310-324; F. Rico, ed., La novela picaresca española, I [Barcelona, 1966], págs. XXXI y sigs.) del bajo rango social en que había parado el oficio escuderil, antaño prestigioso; decadencia tan notable, que hasta en los romances viejos, desde la segunda década del siglo XVI, se hace necesaria la sustitución del escudero, ya personaje ridículo, por el caballero (vid. R. Menéndez Pidal, «Sobre un arcaísmo léxico en la poesía tradicional», en De primitiva lírica española y antigua épica, Madrid, 1951, págs. 137-139).

 

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Lázaro ha vivido con el clérigo «cuasi seis meses»; había abandonado al ciego en época lluviosa [y, más precisamente, en «invierno»], y en Escalona, no lejos de Almorox, por donde ambos pasaron en tiempo en que «la uva... está muy [ma]dura»; podemos situarnos, pues, sin mayor inconveniente, en «las mañanicas del verano» que el escudero refrescaba a la orilla del Tajo. [Cfr. mi nueva edición, pág. 85, n. 62].

 

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Cfr. A. Sánchez de la Ballesta, Diccionario de vocablos castellanos... (1587), en S. Gili Gaya, Tesoro lexicográfico, I (Madrid, 1960), pág. 500 a: «Vivir en casa lóbrega, de Lazarillo de Tormes, cuando notamos a uno de melancólico»; G. Correas, Vocabulario de refranes, Madrid, 1924, págs. 544 y 658: «Casa de Lazarillo de Tormes, por ruín y chica», «Vive en casa lóbrega, de Lazarillo de Tormes, para decir desaliñada». Otros influjos -y posibles antecedentes- señala M. R. Lida de Malkiel, págs. 356-357.

 

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Cfr. G. Siebenmann, Über Sprache und Stil im «Lazarillo de Tormes», Berna, 1953, págs. 82-83.

 

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Un análisis un poco detallado del léxico del Lazarillo puede resultar muy interesante para precisar la cosmovisión de su enigmático autor; así, las sagaces observaciones de Margherita Morreale, «¿Devoción o piedad? Apuntes sobre el léxico de Alfonso y Juan de Valdés», en Revista Portuguesa de Filología, VII (1957), pág. 70, sobre el uso de «devoto», permiten entrever algo de su ideario religioso.

 

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Como, si entiendo bien, sugiere N. L. Hutman, «University and Unity in the Lazarillo de Tormes», en Publications of the Modern Language Association, LXXVI (1961), pág. 471 a. Comp. el sarcasmo del Libro de la vida y costumbres de don Alfonso Enríquez de Guzmán, ed. H. Keniston, en BAAEE, CXXVI (1960), pág. 51 b: «haciendo... de los escuderos perros, porque dondequiera que yo me hallo querría dar este oficio a esta gente. Porque os hago saber que es el más ruín estado, porque son importunos y lisonjeros e interesables y sucios y mazorrales, y presumen del contrario de todo esto, por ser mentirosos... Y digo que el peor enjerto en que la caballería se debe de injerir es en esta mala sabandija de scuderos; porque, en confesos, son amorosos y liberales y limpios y honrados y bien ataviados, y, en villanos, son verdaderos y corteses y conocidos y honrados. Y no quiero decir el porqué de todo esto, porque está muy claro...».

 

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Don Américo Castro ha razonado convincentemente sobre el particular (cfr. referencias en La novela picaresca, I, pág. LV y sigs.). [Véase la adición a la anterior n. 15].

 

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No lo hace, sin embargo, Marcel Bataillon, La vie, pág. 78, aunque escriba: «L'escudero..., nous pouvons avoir un doute sur l'authenticité de son hidalguía»; cfr. El sentido, pág. 22: «Ni el ciego es un falso ciego ni el escudero es un falso hidalgo que estafe para vivir».

 

39

Apud L. Martínez Kleiser, Refranero general ideológico español, Madrid, 1953, pág. 342 a, núm. 30151. Otros refranes, antiguos y modernos, relacionan galgos e hidalgos, con distinta intención o aun simplemente por les torts de la rime (cfr. sólo J. Morawski, «Les formules allitérées de la langue espagnole», en Revista de Filología Española, XXIV [1937], pág. 127, n. 6); por supuesto que todavía hoy se dice de alguien que es «más largo que un galgo», pero el sujeto de quien lo afirma Lázaro y la coletilla que le añade («de buena casta») parecen asegurar que el chico repara en ese supuesto rasgo antropológico de la hidalguía.

 

40

Don Quijote, II, 16 y 32; y cfr. A. Domínguez Ortiz, La sociedad española en el siglo XVII, I (Madrid, 1963), pág. 171.

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