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41

Cito a través de Eugenio Asensio, Itinerario del entremés, Madrid, 1965, pág. 152.

 

42

Vid. también el complemento de Diego Catalán, en R. Menéndez Pidal, Romancero tradicional, II (Madrid, 1963), pág. 125.

 

43

Cfr. A. Domínguez Ortiz, pág. 173; es éste libro fundamental para todo lo relativo a la hidalguía en la Edad Moderna, y de él tomo varios otros datos aprovechados en el texto.

 

44

** [De hecho, la jurisdicción de Valladolid alcanzaba solo hasta cinco leguas de la capital, de suerte que el escudero no puede ser considerado vallisoletano (según ha notado Augustin Redondo, «Historia y literatura: el personaje del escudero de El Lazarillo», en el colectivo La picaresca. Orígenes, textos y estructuras, Madrid, 1979, pág. 429, n. 42). Sobre la decadencia de los hidalgos rurales, cfr. mi nueva edición, págs. 101*-105*].

 

45

Indicaciones bibliográficas sobre lo relativo a tratamientos, en La novela picaresca española, I, pág. 60, n. 86.

 

46

Cfr. María Rosa Lida, pág. 358.

 

47

Hablo yo también con ingenuidad de lector: en un plano de mayor exigencia crítica, es lícito sospechar que el autor, por añadir un chiste más, violentó ligeramente la peculiaridad del personaje.

 

48

Y último candidato a la paternidad del Lazarillo: cfr. A. Rumeau, Le «Lazarillo de Tormes». Essai d'interprétation, essai d'atribution, París, 1964.

 

49

Mal Lara y Correas escriben «la trujo»; H. Núñez y Lope de Vega, en La Dorotea, ed. E. S. Morby, Valencia, 1958, pág. 427 (y confróntese 460, núm. 138), «lo trujo».

 

50

Cfr. la Crónica de don Francesillo de Zúñiga, en BAAEE, XXXVI (1859), pág. 10 b: «tengo las narices de los de la Costanilla de Valladolid» (don Francés era ex illis); 21 a: «escrito está en el libro de los Macabeos de la Costanilla de Valladolid»; 28 a: «el rey Salomón... envió sus mandamientos y apercibimientos a la Costanilla de Valladolid y a las Cuatro Calles de Toledo..., porque de allí creía haber cabos de escuadra asaz levitenses»; 48 a: «harta parte de la Costanilla de Valladolid y otros procuradores de las Cuatro Calles de Toledo» (cfr. también J. Menéndez Pidal, en Revista de Archivos, Biblioteca y Museos, XXI [1909], pág. 75, nota 2, y J. Caro Baroja, Los judíos en la España moderna y contemporánea, Madrid, 1962, I, pág. 60). La fama de asentamientos de judíos (no advertida por J. Agapito y Revilla, Las calles de Valladolid, Valladolid, 1937, págs. 336 sigs.), parece venirle a la Costanilla de muy antiguo; al tan denostado Juan de Valladolid le dirigió Ribera estas «Coplas..., estando los dos en Nápoles»: «¡Oh qué nuevas de Castilla / os traigo, Juan, caminando, / que en Valladolid la villa / yo hallé en la Costanilla / vuestro padre pregonando! / ... Toquéle luego la mano, / díjele de vos gran bien; / él me dijo: 'Decí, hermano, / ¿es mi hijo allí cristiano / o de la ley de Moisén?'» (puede leerse en el primer Cancionero general, Valencia, 1511, fol. 229; vid. el facsímile diestramente cuidado por Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, 1958).

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