51
La troquelación, aplicada al Quijote, es de Raimundo Lida, «El vértigo del Quijote», en Asomante, 1962, núm. 2, apud M. Bataillon, en Annuaire de Collège de France pour 1965-66, pág. 531.
52
Agregados de última hora. -A la nota 11: cfr. las finas observaciones de J. B. Avalle-Arce, «Tres comienzos de novela», en Papeles de Son Armadans, núm. CX, sobre todo págs. 188-190. -A la nota 12: Carlos P. Otero me hace notar las posibilidades de una lectura del Lazarillo teniendo presente la idea humanista de virtù; creo que un examen de la novela desde tal punto de vista sería muy revelador, y es de desear que lo lleve a cabo el mismo Otero (cfr. sus sagaces páginas sobre Cervantes, en Papeles de Son Armadans, núm. CII, 300 y sigs.). -A la nota 33: vid. ahora F. Ayala, en Boletín de la Real Academia Española, XLV (1965), págs. 493-5. Alguna otra adición (así las referencias a La novela picaresca española, I, trabajo posterior al presente artículo, aunque aparecido unos meses antes) ha sido posible introducirla en su debido lugar.
53
* A propósito de La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Edición crítica, prólogo y notas de José Caso González. Anejos del Boletín de la Real Academia Española, XVII (Madrid, 1967), 152 págs.
54
No le han sido accesibles las recientes de A. del Monte (Nápoles, 1960) y R. O. Jones (Manchester, 1963), que yo tampoco pude ver en su día (La novela picaresca española, I, Barcelona, 1967 [en realidad, 1966], pág. CLXXXV; conozco ahora la de Jones y la juzgo excelente). Ni, desde luego, ha alcanzado la muy valiosa de Claudio Guillén, Nueva York, 1966 (con El Abencerraje).
55
No sólo
porque A se nos presente como «segunda impresión»
(lo que
sería difícilmente explicable si el
Lazarillo viniera publicándose desde años
atrás) [pero cfr. abajo, pág. 114], sino también porque
parecería demasiada coincidencia que los ejemplares
empezaran a «conservarse» sólo y de pronto desde
1554 y la Segunda parte apareciera al año
siguiente.
56
Por ejemplo, la de Tarragona, 1586, citada por don Nicolás Antonio; o aquella, anterior a 1560, que añade como capítulo final el primero de la continuación de Amberes y en la que se basan «J. C. de L.», primer traductor francés, y varios editores más tardíos (cfr. C. Guillén, «Luis Sánchez, Ginés de Pasamonte y los inventores del género picaresco», en Homenaje a Rodríguez-Moñino [Madrid, 1966], I, págs. 222-223; A. Rumeau, «Notes au Lazarillo: Les éditions romantiques et Hurtado de Mendoza (1810-1842)», en Mélanges... Sarrailh [París, 1966], págs. 301 -312, entre otros trabajos).
57
Como es sabido,
los seis ejemplares conservados de la edición de Amberes,
1554, por Martín Nucio, van encuadernados con la segunda
parte impresa en 1555 por el mismo tipógrafo, con portada y
paginación independientes. Así,
Foulché-Delbosc, Revue Hispanique, VII (1900), pág. 86, n.
2, sostuvo que la primera debió publicarse a finales de
1554: conjetura que rechaza A.
Rumeau, Bulletin
Hispanique, LXVI (1964), pág. 259, y Caso impugna con todas
sus consecuencias (16: «el ser dos
libros totalmente independientes, desde el punto de vista
tipográfico, encuadernados más tarde, hace creer que
Nucio, al imprimir La vida, no pensaba aún en
editar La segunda parte»
), también
J. Peeters-Fontainas, Bibliographie des impressions
espagnoles des Pays-Bas méridionaux (Nieuwkoop,
1965), núms. 687-688,
parece pensar otro tanto, pues describe cada parte como
independiente. Con los datos a mano, creo imposible fallar el
pleito.
58
En sus Anales de la literatura española (Madrid, 1904), págs. 217-218, mas no al publicar su propia edición, basada en C, como la de Carmen Castro, Madrid, 19643, y la de Claudio Guillén.
59
Con honradez científica digna de todo encomio, Caso no descarta por completo la posibilidad de que Milán y Plantin deriven directamente de C (cfr. en especial 54); pero, en efecto, creo que su relación se explica mejor por un antepasado común. [En contra, Alberto Blecua, ed., La vida de Lazarillo de Tormes, Madrid, 1974, págs. 60-62].
60
Puesto que ya contamos con ediciones críticas tan excelentes como el Buscón preparado por don Fernando Lázaro, la poesía de Quevedo, por mi maestro José M. Blecua o -claro es- el propio Lazarillo reseñado aquí, creo que va siendo hora de castellanizar stemma de una vez, con lo que -además de cursiva- nos ahorramos el incómodo stemmata.