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Prólogo a «Ernesto Contreras: homenatge: Palau Gravina, Alacant, Juny de 1995»


Enrique Cerdán Tato


Premio de las Letras de la Comunidad Valenciana



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El rigor y la memoria

Cuando escribía de arte, Ernesto Contreras estaba escribiendo de la vida, lúcida e imperiosamente. «El arte -afirmó, en una de sus críticas- es mucho más una actividad vital que un convencionalismo resuelto en los principios de la civilización». Una afirmación así implica, cuando menos, admitir los desplazamientos semánticos de ciertas concreciones plásticas, desde una función religiosa e instrumental, a un intento de representar las propias contradicciones del artista y sus posibilidades de responder a las circunstancias históricas, en un momento determinado. De alguna manera, es la lucha que Lefebvre enunció entre la enajenación y la necesidad del individuo creador de liberarse y de expresar la totalidad de las manifestaciones de la vida.

Cuando escribía de arte -o escribía versos o escribía relatos-, Ernesto Contreras estaba dinamitando la supuesta identidad de la metafísica con cualquier facultad de conocimiento. Ernesto Contreras, intuitivo y escéptico, aplicaba su bien dispuesta batería crítica impecablemente, con mucho rigor y más tino. Ernesto Contreras manejaba una abundante información de los fenómenos culturales, y era minucioso, reflexivo y exigente a la hora de examinar formas, colores y técnicas. Tenía los conceptos claros e investigaba, a partir de esa claridad, los contenidos de una obra artística y sus claves. Ciertamente, nada o casi nada escapaba a su perspicaz observación. Luego, con una prosa precisa, ponía sus comentarios en los papeles.

La lectura de esas críticas, diez, veinte o treinta años después, certifica tanto sus certeras interpretaciones de las diversas tendencias plásticas, de la complejidad y el impacto del arte contemporáneo, cuanto la confirmación y validez de sus expectativas. La lectura de esas críticas, que constituyen una referencia relevante para   -14-   los estudiosos de nuestro arte, nos ofrecen además datos esclarecedores de aquella encrucijada social y política, que sólo comenzó a enderezarse en la segunda mitad de los setenta. Y es que Ernesto Contreras, en esas críticas o en esas crónicas periodísticas, como solía llamarlas, muy pocas cosas se dejaba al margen de la realidad: ni la leve alusión climática, ni la eventual propuesta pedagógica, ni, por supuesto, la influencia de los cambios económicos en la consagración de los valores estéticos y culturales. Así, escribe, en un uno de sus textos, acerca de la crisis de ciertos sectores industriales y del «auge turístico de la provincia que ha venido a producir nuevos hábitos visuales, o del impresionante incremento demográfico de algunas poblaciones, para no hablar de otros más generalizados en nuestro país, y que, en algunos casos, afectan más directamente al desarrollo de la cultura, condicionando decisivamente las nuevas posiciones plásticas».

Aunque Ernesto manifestó su deseo de no involucrar gustos personales en lo que pretendía ser juicio objetivo, consciente de las limitaciones de su viejo propósito, en más de una vez, asomó, en el proceso de su función crítica, iniciada desde muy joven, uno de los rasgos más característicos de su personalidad: la ironía. Una ironía vivaz siempre, demoledora, con alguna frecuencia, corrosiva e impetuosa, que segregaba en sus confrontaciones dialécticas y en sus análisis, entre guiños de complicidad y gestos casi imperceptibles de una ternura enmascarada.

El conjunto de su obra y de su obra crítica, en particular, es un amplio y coherente testimonio de su tiempo. De nuestro tiempo. Obra crítica dispersa que se publicaba habitualmente en el diario «Información» y en algunas revistas especializadas. Críticas o crónicas de cine, de teatro, de música, pero, sobre todo, de arte. Desde ellas, nos mantuvo informados, con puntualidad y solvencia, en lo que se refiere a la actividad plástica, no sólo de cuanto   -15-   se hacía fuera de aquí y aquí se mostraba -gracias, en un principio, a sus convincentes y perentorias gestiones-, sino de cuanto aquí iba adquiriendo entidad, y que Ernesto estimulaba y proyectaba, hasta donde le era posible. Pero, además, junto a la noticia, también nos facilitaba elementos y códigos útiles, para un mayor acercamiento al hecho artístico. Y todo eso, desde su saludable compromiso con la vida y con los fenómenos culturales que la misma vida genera.

Un año después de su muerte, un grupo de amigos decidimos darle todo el hilo a tanta memoria y echarla al vuelo. Y no porque nos pareciera justo y cosas así de solemnes, sino porque nos parece hermoso ver tanta y tan entrañable memoria jugar libremente, a su aire, por los aires. En ese grupo de amigos que, a partir de entonces se ha reunido en diversas ocasiones, hay mayoritariamente pintores y escultores: Sixto, Arcadio Blasco, Castejón, Pepe Azorín, Salvador Soria y Toni Miró; pero también están el profesor y crítico José Carlos Rovira; el diputado provincial de Cultura, Antonio Amorós; el gerente de la Fundación Cultural CAM, Carlos Mateo; Pilar Beviá, con sus eficaces trajines; y yo mismo.

De esas reuniones y de ese grupo de amigos salieron diversas propuestas. Una de ellas es esta exposición. Cuando se invocó el nombre de Ernesto Contreras, los artistas plásticos enviaron sus obras y estampillaron su corazón, con el sello de la urgencia.








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