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Propuestas para una nueva lectura de las retóricas y poéticas españolas del siglo XIX

José Antonio Hernández Guerrero

María del Carmen García Tejera (coaut.)





La Retórica, una de las disciplinas humanísticas más antiguas e influyentes a lo largo de la historia cultural de Occidente, ha sido también una de las materias didácticas más censuradas y despreciadas durante los dos últimos siglos. Concebida en la obra aristotélica como ciencia de la persuasión mediante la palabra, pronto absorbió los presupuestos y objetivos de la Poética -ciencia de la obra artística verbal-, en un doble proceso interactivo que se conoce como «retorización» de la Poética y «literarización» de la Retórica1. Como ciencia o arte, como teoría o praxis, los estudiosos le concedieron muy pronto una singular importancia al considerarla un eficaz instrumento de conocimiento, una guía práctica de la creación literaria y un criterio seguro de análisis valorativo. La progresiva limitación de su objeto, su tono fuertemente prescriptivo y, sobre todo, los cambios estéticos e ideológicos, determinaron su depreciación y su abandono. La transición del siglo XVIII al XIX -que también representa el paso del Neoclasicismo al Romanticismo- abre un periodo de actitudes decididamente antirretóricas. El desprecio de las reglas y la valoración de la libertad creadora sin trabas explican -al menos parcialmente- esta postura despectiva.

Son muchos y prestigiosos los críticos actuales que afirman que el siglo XIX representa un periodo de decadencia y agonía de las retóricas. Según ellos, el elevado número de manuales que aparecen, todos de escasa calidad y originalidad, se explica, en la mayoría de los casos, por razones administrativas y pedagógicas2. Una consecuencia de este juicio generalizado -que, por las razones anteriormente expuestas, no carece de fundamento- ha sido la escasa o nula atención prestada a las numerosas obras publicadas durante esta época sobre teoría y crítica literarias. Si bien prevaleció el término Retórica en la denominación de estos textos -que habitualmente se integraban en los planes de estudio en los distintos niveles de enseñanza-, aparece también con cierta frecuencia el de Poética -que desde la Edad Media se había usado a menudo para designar tratados de elocución, versificación y reglas de composición poética-, acompañando casi invariablemente al anterior. Junto a ellos coexisten los de Oratoria, Preceptiva o Literatura, sin que el empleo de unos u otros refleje cambios de organización o de contenido apreciables. Dichos cambios están motivados, como veremos más adelante, por otras causas.

Esta falta de atención hacia las retóricas y poéticas decimonónicas nos llevó a plantear la necesidad de cubrir con urgencia y con rigor este vacío en la historia de las ideas literarias. Nos apoyamos en las siguientes razones:

  1. El número tan elevado de tratados editados a lo largo de esta centuria.
  2. Su extraordinaria diversidad de contenidos teóricos, significados estéticos y orientaciones didácticas.
  3. Su dependencia directa de doctrinas filosóficas coetáneas.
  4. Su estrecha conexión con teorías actuales estéticas y literarias.

Un análisis minucioso y concienzudo de ese caudal de tratados y de manuales de Literatura General, Retórica, Poética, Preceptivas, Estilísticas, etc., nos podrá descubrir las bases filosóficas en las que se apoyan, sobre todo, las de índole estética y epistemológica. Debajo de las nociones más elementales está siempre, de manera más o menos explícita, una concepción de belleza y de arte, de conocimiento y de verdad y, en definitiva, del mundo y del hombre.

Como advierte Barthes (1970: 38-39), la Retórica debe ser leída siempre en el juego estructural de sus vecinas (Gramática, Lógica, Poética, Filosofía...): es el juego del sistema y no cada de sus partes en sí lo históricamente significativo. No olvidemos que el fenómeno retórico no sólo es un objeto prestigioso de inteligencia y de penetración, un instrumento de poder, centro de conflictos históricos, sino también y sobre todo una herramienta ideológica que obliga a un serio examen crítico (Barthes 1970: 38-39).

Por otro lado, debemos tener presente que, por escaso valor que, a primera vista y globalmente considerada, posea esta abundante producción, siempre podremos encontrar elementos interesantes y originales. Recordemos las palabras de García Berrio:

Hay que advertir que, aunque la Retórica como ciencia haya conocido momentos de auge y de decadencia, todas las edades, sin embargo, han aportado a sus correspondientes textos retóricos sus marcas características, nunca desdeñables.


(García Berrio 1984: 30)                


La aportación del siglo XIX en este ámbito disciplinario no es -no pueda ser- exclusivamente negativa, ya que

[...] la negación de una retórica funda sólo una retórica del contrario, sin dar origen a una nueva retórica ni garantizar el abandono definitivo de cualquier otra.


(García Berrio 1984: 30)                


De cara, incluso, a la concepción de una nueva retórica, será necesario e inevitable el conocimiento -lo más completo y detallado posible- de esos modelos que se pretenden superar.

La elaboración de una nueva retórica debe hacerse sabiendo a partir de qué o en contra de qué se construye.


(Barthes 1970: 7)3                



Nuestra propuesta

A partir de las consideraciones anteriores, nos proponemos efectuar un análisis en profundidad, no sólo historiográfico y hermenéutico, sino también exegético y comparativo, del mayor número posible de los tratados y manuales editados en España durante el siglo XIX4. En principio, por razones de estrategia metodológica y de economía de esfuerzo, tiempo y espacio, hemos excluido intencionadamente de este estudio panorámico obras tan importantes y extensas coma las de Milá y Fontanals, Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, pues consideramos que deben ser objeto de proyectos apartes. Por lo demás, aventuramos la hipótesis de que el siglo XIX ha sido más rico y fecundo de lo generalmente se dice, no sólo por los variados frutos que en él se produjeron sino también y sobre todo por los gérmenes que en él se sembraron.

Tras un primer examen del corpus bibliográfico al que hemos aludido anteriormente, hemos efectuado una primera clasificación hipotética, apoyados en los principios y propósitos que se formulan en las introducciones respectivas y en las definiciones de los conceptos fundamentales: belleza, arte, literatura, género... Insistimos en que dicha distribución posee un carácter provisional, ya que la definición y sistematización definitivas constituirán las conclusiones de nuestro trabajo.

Hemos identificado las siguientes líneas de pensamiento filosófico, determinantes de modelos de teorías literarias diferentes y de concepciones estéticas distintas, y, como consecuencia, de diversas normativas retóricas:

  • Sensismo o Sensualismo: Locke, Hume, Helvétius, Condillac, Cabanis, Destutt de Tracy...5
  • Sensismo mitigado o sentimentalismo: Laromiguière
  • Espiritualismo ecléctico: Cousin, Joufroy
  • Eclecticismo (de la Escuela de Escocia): Hamilton, Reid
  • Tradicionalismo: De Bonald...
  • Neoescolasticismo: Kleutgen, Clemens, Schäzler, Stöckl, Gutberlet
  • Krausismo: Krause
  • Otras corrientes: Utilitarismo, Romanticismo...

No debemos olvidar que también sigue vigente una línea clasicista sostenida por textos del siglo XVIII que se siguieron reeditando y que sirvieron de modelo a muchos manuales elaborados en esta centuria6.




Presupuestos y objetivos

El trabajo, tal como se puede desprender del mismo título, posee un contenido histórico y un enfoque hermenéutico. Pretendemos tener en cuenta la renovación que se ha efectuado en los métodos de investigación de los estudios historiográficos.

Situamos este proyecto, por tanto, dentro del ámbito de la historia de las mentalidades, surgida en Francia en torno a 1970 y desarrollada posteriormente en el resto de Europa. Se trata de profundizar en un «tercer nivel» teórico como clave del edificio historiográfíco.

Pensamos que el estudio de los tratados de Retórica y Poética y, de manera particular, aquellos que sirvieron de textos de enseñanza, contribuirá, no sólo a enriquecer nuestra visión del pasado y a ensanchar nuestro horizonte teórico literario, sino que ayudará también al progreso de la comprensión del hombre actual.

Partimos de la convicción -hoy comúnmente aceptada- de que las nociones, las reglas y, a veces, los principios, sobre teoría y práctica literarias, afectan y son afectados no sólo por sus propios contenidos sino también por las doctrinas filosóficas que configuran el ambiente intelectual de cada época. El pensamiento es, en otras palabras, expresión de las inquietudes personales y situaciones sociales y, además, constituyente fundamental de la definición de cada momento histórico.

Cuando rastreamos la genealogía de conceptos críticos modernos y tratamos de conocer, en lo posible, la filiación exacta de muchos términos empleados en la actualidad; cuando nos preocupamos por encontrar sus fuentes originales y por identificar la línea de intermediarios que siguen hasta nosotros no lo hacemos empujados por un propósito meramente documentalista. No pretendemos reconstruir y recuperar monumentos antiguos ni reproducir sus condiciones de vida para que conserven las mismas funciones que cumplieron en su tiempo.

Nuestra intención nace de la situación actual y se orienta a la localización de bases firmes sobre las que apoyar una edificación moderna que responda a las necesidades de hoy. Nuestras excavaciones tienen que ver más con el proyecto de un nuevo edificio que con la restauración arqueológica. Queremos participar modestamente en la empresa ambiciosa e imprescindible de integración interdisciplinar que propicie la colaboración actual entre las modernas disciplinas del discurso. Querríamos aportar algunos datos que hagan posible, mediante la recuperación del pensamiento histórico, un proyecto científicamente fundado, de reimplantación de la Retórica en el centro de las disciplinas del discurso (García Berrio 1984).

Por estas razones, el trabajo posee también una dimensión hermenéutica que podrá conducirnos a un mejor conocimiento de la auténtica dimensión científica de la Retórica. Queremos profundizar en el fundamento filosófico que sostiene a las diferentes formulaciones retóricas y que, en algunos casos, explica la razón de divergencias y polémicas entre tratadistas. Nuestra aportación inicial consistirá en identificar las vinculaciones que existen entre los tratados de retórica y poética del siglo XIX y los sistemas filosóficos que más influyeron en España durante este período. Algunos trabajos realizados hasta ahora se limitan a señalar la influencia del racionalismo cartesiano, del empirismo de Locke y del idealismo de Leibniz (identificándolos en algunos casos con las teorías francesas, inglesas y alemanas). Nosotros pensamos que la cuestión es más compleja y exige un mayor esfuerzo de análisis que sitúe a cada obra en su marco teórico adecuado.




Consideraciones previas

Hemos fijado nuestra atención en el siglo XIX que, a pesar de su proximidad -o precisamente por ella- no ha sido suficientemente estudiado. Conocemos los trabajos parciales de Mourelle de Lema, Gómez Asencio, Llorens... pero no tenemos noticias de trabajos de síntesis como los que existen, por ejemplo, sobre el siglo XVIII. Por otra parte, nos ha parecido excesivamente simplificadora la idea expuesta en muchos manuales, según la cual el siglo XIX -especialmente a partir del Romanticismo- rompe la tradición clasicista, también en el ámbito de la teoría y la crítica literarias, ya que, aunque esto ocurre a veces en la creación poética, las retóricas, preceptivas, etc. siguen reproduciendo la normativa anterior. No olvidamos, sin embargo, que -al igual que en otros países- numerosos escritores románticos españoles plasmaron en manifiestos, introducciones y anotaciones a sus propias obras y a las de escritores de su tiempo, sus ideas «románticas» sobre la creación poética, la esencia de la poesía, etc. Este panorama pluriforme que nos ofreció la lectura de muchos textos del siglo XIX nos ha servido en primera instancia, a) para replantear esa teoría inicial y, como proyecto más inmediato pero también de más largo alcance, b) intentar descubrir a qué líneas gnoseológicas responde ese número elevado de retóricas, poéticas, preceptivas y manuales de literatura general que se publican en España durante el siglo XIX. Nuestro proyecto investigador tiene también una finalidad didáctica: ofrecer una visión -a ser posible más concreta y exacta- del panorama de ideas críticas que, a partir del siglo XIX, encontramos en España.

Como objetivos prioritarios, nos proponemos:

  1. Identificar los rasgos que definen los modelos utilizados y descubrir sus procesos de evolución y sus gérmenes, sus causas...
  2. Situarnos en una perspectiva analítica que revele los procedimientos cognoscitivos que determinan dichos modelos de belleza, literatura, retórica y poética.

Aunque el guión de cada estudio dependerá de los contenidos concretos de cada una de las obras que vamos a analizar, hemos trazado un esquema general que nos puede servir de orientación para conseguir, al menos, cierta unidad en la organización de nuestro trabajo.

En primer lugar, estudiaremos las nociones expuestas en la parte teórica, casi siempre titulada «Literatura General», «Elementos de Literatura», «Teoría de la Literatura», «Filosofía de la Literatura» o, simplemente, «Literatura»7. En muchas ocasiones, esta teoría constituye la primera parte de un tratado completo, pero otras veces están incluidas en compendios de filosofía -lógica, psicología, ética o estética-, en Manuales de Gramática General y, en otros muchos casos, se encuentran más o menos diluidas en medio de las normas y descripciones retóricas. Aunque no se trata de conceptos estrictamente literarios deben ser considerados detenidamente ya que -insistimos- van a determinar las definiciones más fundamentales y, sobre todo, las valoraciones críticas de las diferentes composiciones. En esta primera parte, por lo tanto, incluimos el análisis de ideas que estrictamente pertenecen al ámbito de la lógica, de la psicología, de la estética, de la gramática general y, a veces, hasta de la teología. Algunos tratados comienzan definiendo las nociones de alma, sentido, sentimiento, facultad, etc. y distinguiendo el carácter específico de las actividades lógicas, estéticas y morales, la mutua relación -e incluso subordinación- entre las mismas.

Especial importancia suelen conceder, lógicamente, a todos los temas relacionados con la estética y a sus conexiones con la Filosofía y la Teología. En este ámbito se incluyen las diferentes concepciones de la belleza y las divisiones más acordes con los objetivos últimos de sus respectivos trabajos. También suelen prestar especial atención a los conceptos de arte y a sus diferentes manifestaciones.

La segunda parte está dedicada a las retóricas y poéticas propiamente dichas. Analizaremos con especial atención las nociones de literatura, poesía y las definiciones de los distintos géneros literarios. Nos interesa descubrir el fondo ideológico que encierran.

La tercera parte de muchos tratados, en la que se ofrece un resumen histórico y una selección de textos literarios, nos puede servir de ilustración práctica de la doctrina que profesan los autores estudiados y, en algunos casos, nos ayudará comprobar hasta qué punto dichas formulaciones teóricas les sirven de criterios operativos para seleccionar los textos considerados como modelos.

Querríamos comprobar hasta qué punto es metodológicamente posible y científicamente productivo elaborar un plan convergente que integre las categorías válidas de la retórica tradicional y los nuevos planteamientos de las disciplinas modernas del discurso: Gramática Textual, Pragmática, Teoría de la Comunicación, etc. Como orientación práctica vamos a usar el siguiente esquema:

ámbitossignificativo-decir-lógicaretórica general
expresivo-sugerir-literatura
pragmático-hacer-propaganda
lenguajeseñal---------------obraretórica literaria
signo---------------realidad
síntoma---------------emisor
símbolo---------------receptor
artecreación---------------Poiesis
recepción---------------Aisthesis
comunicación---------------Katharsis
lenguaSemántica---------------inventio
Sintaxis---------------dispositio
Morfología---------------elocutio




Principales líneas de conocimiento


Sensismo

A comienzos del siglo XIX se advierte en España -en el ámbito del pensamiento y en el de la enseñanza- un intenso interés por las doctrinas sensistas. Un examen somero de tratados y manuales del primer cuarto del siglo pone de manifiesto la influencia decisiva de las ideas de Locke, Condillac, Destutt de Tracy y Cabanis. Son abundantes las gramáticas y retóricas que fundamentan sus nociones sobre el lenguaje, la belleza y la literatura en concepciones filosóficas de la escuela sensista. Existen, ciertamente, algunas monografías que ponen de manifiesto la influencia de estos filósofos en la lógica, psicología, ética, derecho e, incluso, en las concepciones políticas de algunos de nuestros pensadores, pero no está suficientemente analizada ni valorada la dependencia casi absoluta de numerosos libros de texto de teoría literaria que eran los que se estudiaban y aprendían.

En nuestro trabajo nos interesa comprobar hasta qué punto los modelos de belleza y las normas retóricas están condicionados, e incluso determinados, por las diferentes concepciones sensistas sobre el origen y naturaleza de nuestros conocimientos y sobre la manera de expresarlos correcta y bellamente. Prestamos especial atención, naturalmente, a las traducciones españolas editadas durante este periodo, objeto de nuestro análisis, y, en concreto, a las introducciones y comentarios efectuados por nuestros compatriotas. Tenemos también muy presente que en España se recibe el influjo del empirismo inglés por conducto de Francia, Italia y Portugal.

Con respecto a la teoría de Condillac, no sólo ni principalmente consideramos su teoría sobre la formación de los conceptos a base de las sensaciones. Esta tesis, aunque fundamental en la filosofía de Condillac, no es -a nuestro juicio- su única contribución al pensamiento filosófico ni, sobre todo, la más interesante para nuestro propósito. Junto a ella -y en estrecha relación- deben destacarse sus trabajos sobre el lenguaje -en concreto, sobre el lenguaje artístico- expuestos en sus estudios de lógica, gramática y retórica. Creemos que debemos atender especialmente a las repercusiones en el ámbito de las retóricas de las teorías de Destutt de Tracy. Ya se ha puesto de manifiesto que fue el autor extranjero más traducido en España durante la primera mitad del siglo XIX.

Las doctrinas de Locke, Condillac, Cabanis y Destutt de Tracy influyen decisivamente e incluso provocan imitaciones en gran número de autores españoles. Hemos examinado las siguientes obras, que pretendemos someter a un análisis detallado: F. J. Reinoso, Ideología de la práctica (1816); J. J. García, Elementos de verdadera lógica (1821); P. M. Pascual, El arte de pensar (1830); J. M. Calleja, Elementos de Gramática Castellana (1818); J. Muñoz Capilla, Gramática Filosófica de la Lengua Castellana (1831) y Arte de escribir (1883-84); J. Gómez Hermosilla, Arte de hablar en prosa y verso (1826) y Gramática General (1837); L. de Mata y Araujo, Elementos de Retórica y Poética (1818) y Elementos de Gramática General (1842); B. García, Teoría del Discurso o Elementos de Ideología, Gramática, Lógica y Retórica (1848); G. de la Gal, Lecciones elementales de Ideología, Gramática General y Dialéctica, arregladas al estado actual de la ciencia lógica (1839).




Sensismo mitigado o sentimentalismo

Partiendo del Sensualismo de Condillac, surgió -también en Francia- un movimiento que aspiraba a la superación del mismo por medio de la acentuación del carácter propio e irreductible de la actividad de la conciencia. Uno de sus principales defensores fue P. Laromiguière quien, a la inversa de Condillac, no deduce las operaciones espirituales de la sensación, sino de la llamada «primera facultad», es decir, de la atención o concentración de la actividad del alma sobre el objeto, que «engendra» -entre otras- el razonamiento y la actividad fundamental de la comparación. En su concepción del lenguaje se mantiene, sin embargo, muy próximo a la doctrina de Condillac y defiende que el «arte de hablar» y la «lengua bien hecha» son, a su entender, indispensables para una consideración científica de la realidad. Para los propósitos de nuestro trabajo interesa, sobre todo, su noción de sentimiento, «del primer fenómeno que se manifiesta en el hombre» y la base sobre la que se asientan la inteligencia y la actividad. Esta facultad del alma humana -tal como él la define- sirve de punto de partida y de referencia continua a sus Lecciones de Filosofía y, en concreto, a sus ideas psicológicas, lógicas y estéticas y, en consecuencia, a sus concepciones sobre literatura y retórica. Menéndez Pelayo (1956, II: 1054) ha señalado la amplia influencia que tuvo esta doctrina cuyo principal foco se sitúa precisamente en Cádiz, en el Colegio de San Felipe Neri.

Nosotros vamos a examinar con detenimiento definiciones que, como las de sentimiento, belleza, literatura, etc., pueden influir en mayor o menor grado en la orientación teórica y didáctica de las lecciones sobre retórica y poética; en concreto, vamos a centrar nuestra atención en la obra de J. J. Arbolí, Compendio de las Lecciones de Filosofía que se enseñan en el Colegio de Humanidades de San Felipe Neri de Cádiz, tres tomos, publicado en la Imprenta de la Revista Médica de Cádiz en 1844. La relación de las teorías de Arbolí con las concepciones de Laromiguière es más que hipotética, ya que está confesada en la introducción de la obra. Nuestro análisis consistirá en identificar hasta qué punto es fiel a las enseñanzas del maestro y, sobre todo, en valorar sus propias aportaciones. En el prólogo a que hemos aludido, afirma que sigue las doctrinas de Laromiguière -modificadas por su discípulo Cardaillac- reconoce que ha perdido vigencia en Francia debido a la influencia del «racionalismo» de la Escuela Alemana que -según él-, aunque situada al otro extremo del sensualismo, conduce igual que éste al escollo del «escepticismo, que es la muerte de la inteligencia».

También nos proponemos estudiar la obra de I. Núñez Arenas que, bajo el titulo genérico de Curso completo de Filosofía (1846-47), comprende Psicología, Lógica, Gramática General, Moral e Historia de la Filosofía.




Espiritualismo ecléctico

De la misma manera que en Francia se pasó del sensismo mitigado de Laromiguière al espiritualismo ecléctico de V. Cousin, en España se extendió de tal manera este «movimiento» que algún autor -como, por ejemplo, Hirschberger- llega a afirmar que se convirtió en la filosofía oficial y de moda. Son muchos los libros de texto y de programas que se inspiran en los franceses e, incluso, son a veces meras traducciones más o menos acertadas. Pero el Espiritualismo ecléctico no sólo debe ser considerado como una doctrina teórica sino que debemos advertir que sus enseñanzas tuvieron visibles repercusiones en las actitudes personales y en los comportamientos sociales: definían un talante y un estilo de vida. Su influencia se extendió a la Universidad, al Ateneo de Madrid y a los variados círculos intelectuales, literarios, parlamentarios y políticos. Su penetración se inicia especialmente a partir del año 1834 y su vigencia perdura en España hasta el apogeo del krausismo. Debemos tener en cuenta también el juicio de Canalejas según el cual no era el eclecticismo francés puro el que se enseñaba, «sino parodias de Cousin, y una mezcolanza de doctrinas escocesas».

De acuerdo con el objetivo que hemos fijado, nos interesa poner de manifiesto la traducción estética y, más concretamente, el modelo de belleza literaria que, derivado de esta doctrina, inspira algunos de los manuales de retórica que se escribieron en nuestro país en este periodo. Hemos examinado también los tratados de filosofía porque, como sabemos, es frecuente que en ellos se expliquen los conceptos que sirven de base para las definiciones estrictamente retóricas y poéticas. P. F. Monlau, por ejemplo, defiende que la psicología es el punto de partida, el antecedente necesario y la única base de todas las teorías filosóficas. La estética aplicada, la lógica e incluso la moral no son, según él, más que corolarios o aplicaciones del análisis de la sensibilidad, del entendimiento y de la voluntad. Divide a la Psicología experimental en tres partes principales: Estética, Noología y Praxología, que analizan respectivamente la sensibilidad, la inteligencia y la voluntad.

Analizaremos, en concreto, las siguientes obras: A. Gil y Zárate, De la Instrucción Pública en España (En defensa del plan de 1845 redactado por Gil y Zárate, Revilla y Guillén. A la sombra de ese plan impuso Gil y Zárate, como única ciencia oficial y obligatoria, la filosofía ecléctica y los programas de V. Cousin), Principios filosóficos de Literatura (notables aforismos estéticos apoyados en los principios de la escuela ecléctica francesa), «Principios generales de Poética y Retórica», en su Manual de Literatura o Arte de Hablar y Escribir en prosa y verso (1844); De T. García Luna, «Gramática General o Filosofía del lenguaje» en sus Lecciones de Filosofía Ecléctica (1843-45), y Manual de Historia de la Filosofía (1847). De J. M. Rey y Heredia, Elementos de Lógica (1849). De P. F. Monlau, Elementos de Literatura o Arte de componer en prosa y verso (1842); Elementos de Literatura o Tratado de Retórica y Poética (1868); Elementos de Psicología (1849). De Alberto Lista, Ensayos Literarios y Críticos (1844). De J. Fernández Espino, Estudios de Literatura y de Crítica (1862). Y, finalmente, L. S. Huidobro8.




Escuela Escocesa

Con este título nos referimos a la dirección filosófica que se desenvolvió en Escocia -particularmente en Edimburgo- desde mediados del siglo XVIII y hasta después de mediados del siglo XIX. Con el nombre de «filosofía del sentido común» fue inaugurada por T. Reid, aunque seguía los antecedentes del pensamiento de C. Buffier (1640-1737) cuyo Traité des premières verités (1717) se ocupaba del problema del conocimiento. La doctrina de la Escuela Escocesa llegó a España a través de la literatura francesa y, sobre todo, por medio de algunos intelectuales refugiados en Inglaterra. Probablemente la teoría que más se defiende es la de Hamilton (1788-1836). Entre los autores de lengua española más influenciados podemos citar a R. Martí de Eixalá, a F. J. Llorens y Barba, y de manera especial -teniendo en cuenta el propósito de nuestro trabajo, limitado el ámbito de la teoría literaria- a Andrés Bello y a José J. de Mora. De Andrés Bello vamos analizar su Filosofía del entendimiento (1881) cuya primera parte -la Psicología mental- abarca el estudio de la percepción, de las diversas formas de relación, de las ideas, de los actos de la memoria y de la atención, y cuya segunda parte -la Lógica- trata del juicio, del raciocinio, del método y de las causas del error. También estudiaremos con detenimiento el Curso de Lógica y Ética según la Escuela de Edimburgo del gaditano José J. de Mora, en especial las lecciones XX y XXI, en las que trata sobre la «imaginación». Pretendemos examinar también la Revista Ecléctica Española, dirigida por el mismo Mora y buscamos con interés el manuscrito de su Curso de Bellas Letras que permanece aún inédito.




Tradicionalismo

Frente a las doctrinas sensistas y empiristas se desarrolla en Francia una corriente de pensamiento denominada «tradicionalismo». Los representantes más característicos son De Bonald (1754-1840), Bautain (1796-1867) y Bonnet (1720-1793). Muy próximo al de estos podemos situar el pensamiento de Lammenais (1782-1854). En España influye sobre todo la obra del Vizconde de Bonald gracias a la traducción que hizo Juan Pérez Villamil del Ensayo analítico de las leyes naturales del orden social (1823). También tradujo las Investigaciones filosóficas (1824), falleció antes de la publicación del segundo tomo. Las obras de Bonald no sólo se proponen un espiritualismo trascendente sino que atacan, a veces de manera violenta, las tesis de Condillac y de Destutt de Tracy. Apoya toda su doctrina en la autoridad de Dios que revela y en el valor de la tradición que la transmite. Rechaza todas las tendencias del siglo XVIII, en las cuales veía una unidad que englobaba, sin responsabilidad de exclusión unilateral, el ateísmo, la oposición al innatismo y la doctrina de la soberanía popular como fundamento del orden social. Según De Bonald, todas esas tendencias debían desembocar forzosamente en una revolución destructora en la cual han de desencadenarse las pasiones sin freno, consecuencia natural de un estado de desvinculación de Dios y con ello de la autoridad de origen divino. Por eso, la salvación del orden y -consiguientemente- de la continuidad histórica, radica para De Bonald -lo mismo que para Maistre- en la revalorización de la teocracia, tal como es representada por la Iglesia Católica, en donde quede destruido el endiosamiento del individuo como tal y se refiera todo, con inclusión de las facultades espirituales (posesión innata de la belleza, ideas, lenguaje, etc.) a la creación y revelación de Dios.

En este apartado hemos incluido -al menos de manera provisional- las Obras (1854) de Juan Donoso Cortés. En concreto, vamos a estudiar los siguientes trabajos: Discurso de apertura del Colegio de Humanidades de Cádiz, Clasicismo y Romanticismo, Discurso de recepción en la Academia y «Prologo» al Cerco de Zamora. De Severo Catalina examinaremos La verdad del Progreso, y de Gabino Tejado, el Discurso de entrada en la Academia.




Neoescolasticismo

Los comienzos de la Neoescolástica hay que situarlos en el segundo tercio del siglo XIX se interpretan como reacción frente a las teorías tradicionalistas y fideístas de Bonald, Lammenais y otros, en Francia; de Baader y Deutinger en Alemania. Aunque los objetivos finales se sitúan en los problemas de índole teológica, de hecho propiciaron un desarrollo amplio y profundo de cuestiones filosóficas. En sus tratados -y junto a temas relacionados con el lenguaje, la belleza, la poesía e incluso con el bien- encontramos numerosas consideraciones que condicionan -y, a veces, determinan- principios y normas de carácter retórico y literario. Nos atrevemos a aventurar la hipótesis de que este movimiento neoescolástico debió influir intensamente sobre todo en los numerosos seminarios y centros eclesiásticos donde se preparaban los futuros predicadores. Podemos aportar como dato significativo ya comprobado que, incluso durante la primera mitad del siglo actual, en la totalidad de dichos centros se estudiaba como libro de texto el Manual de Retórica de Kleutgen quien, como es sabido, colaboró en la redacción de la Encíclica Aeterna Patris (1879) del Papa León XIII, que tuvo una importancia decisiva para la implantación del neotomismo y de la neoescolástica. Esta Encíclica propugna no sólo el restablecimiento de la filosofía tradicional frente a los errores modernos, sino también la atención preponderante hacia el tomismo.

Entre las obras que nos proponemos estudiar en este apartado figuran en primer lugar las de Jaime Balmes, al que consideramos al menos como precursor del neoescolasticismo. El patriarca del neoescolasticismo español fue el Cardenal Ceferino González y Díaz Tuñón (1831-1894), dominico. En sus obras doctrinales Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás (1864) y Filosofía Elemental (1873) propugna un tomismo abierto, al estilo -más español- de la primera Escuela de Salamanca, conciliador dentro de la Escuela y atento a las doctrinas modernas. Compuso también una Historia de la Filosofía (3 tomos en la 1ª ed., 1878-79 y cuatro en la 2ª, 1886). Dentro del tomismo se mueven también el gran opositor al krausismo Juan Manuel Ortí y Lara (1826-1904) que, con sus escritos polémicos y sus tratados didácticos, llegó a ser el adalid del pensamiento tradicional, más rígido en su actitud que el Cardinal Ceferino, y Miguel Yus, con su Elocuencia sagrada (1894).




Krausismo

Aunque es cierto que la filosofía de Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832) ejerció menos influencia que la de cualquiera de los grandes pensadores idealistas alemanes de la época, también es verdad que no careció de partidarios que expusieran y propagaran sus ideas y que las aplicaran, en concreto, al ámbito de la literatura bajo la triple consideración de estética, crítica e historia. El movimiento krausista fue desarrollado en España por Julián Sanz del Río y por sus discípulos directos e indirectos Federico de Castro, Tomás Romero de Castilla, José de Castro, Francisco de Paula Canalejas, Hermenegildo Giner de los Ríos y, especialmente, por Francisco Giner de los Ríos. Sabemos que este autor, sobre todo durante su juventud -época en que fue más intenso su fervor krausista- insistía en que la creación artística -y muy particularmente, la literatura- debía ser dignificada como «un fin y obra real humana al igual que la ciencia y tan esencial como la que más». Por otro lado, él y los demás krausistas defienden que «hacer crítica» no es simplemente ejercer un oficio más o menos especializado, sino proyectar sobre el arte bello una idea o sistema de ideas cuyo fundamento esté en una visión filosófica de la realidad.

Pensamos examinar, en principio, las siguientes obras: De Francisco Giner de los Ríos, Revista Meridional de Granada (1862; 1863), Estudios Literarios (1866); Estudios de Literatura y Arte (1870); de Julián Sanz del Río, Ideal de la Humanidad y Programas de segunda enseñanza Psicología, Lógica y Ética (1862); de Francisco de Paula Canalejas, Curso de Literatura General (1868); de Hermenegildo Giner de los Ríos, Teoría de la Literatura y de las Artes (1876), Filosofía y Arte (1878), Curso de Literatura Española (1889), Arte Literario (1891), Principios de Literatura para los alumnos de Preceptiva Literaria (1892), Manual de Estética e Historia de las Artes principales hasta el Cristianismo (1894), Manual de Literatura Nacional y Extranjera antigua y moderna (1899-1903), Historia de las Literaturas comparadas (1905), traducción de la Estética de Hegel (1905); de Salvador Arpa y López, Compendio de Retórica y Poética o Literatura preceptiva (1878); de Claudio Polo, Retórica y Poética o Literatura preceptiva y resumen histórico de la Literatura Española (41877).






Otras corrientes

En este apartado incluimos aquellos tratados que, aunque no siguen con fidelidad un modelo teórico, muestran rasgos acentuados de alguna corriente filosófica distinta a las anteriormente señaladas. Hemos advertido, por ejemplo, marcadas influencias de Kant en formulaciones de Isaac Núñez Arenas; de Hegel en Castelar; de Vischer en Fernández González, etc. Otros autores, como Alberto Lista, Milá y Fontanals, Llorens, Codina..., eclécticos en extremo, intentan armonizar varias de las teorías anteriores.


Utilitarismo

A primera vista puede dar la impresión de que el utilitarismo, como doctrina según la cual el valor supremo es la utilidad, no deba ejercer influencia en las teorías estéticas y literarias. Una y otra definen concepciones axiológicas totalmente contrapuestas. Es cierto que aún no hemos encontrado -y es poco probable que lo logremos- una retórica totalmente inspirada en esa corriente que apareció en Inglaterra a fines del siglo XVIII y se desarrolla en Europa y América en el siglo XIX, cuyos defensores más representativos fueron Jeremy Bentham, James Mill y John Stuart Mill. También es verdad, sin embargo, que es relativamente frecuente hallar términos e incluso definiciones sobre «felicidad», «placer», «satisfacción», «interés», «utilidad», «dolor», etc. usados para explicar la naturaleza de ciertas categorías estéticas. Por tanto, un capítulo de nuestra investigación estará dedicado a determinar hasta qué grado está presente esta teoría utilitarista en las formulaciones teóricas de los manuales que estamos examinando e incluso en los comentarios y críticas de estudiosos y literatos de esta centuria.




Romanticismo

Dedicaremos también un capítulo al análisis de las declaraciones teóricas en favor de las diferentes corrientes románticas. Aunque no se compusieran tratados teóricos de corte estrictamente romántico, son abundantes los juicios críticos elaborados a partir de los principios defendidos por estas escuelas. La estética de Schiller está presente, por ejemplo, en Aribau y en López Soler; la de Schlegel, en Piferrer y en Cuadrado, y es patente la huella de Heine en Gustavo Adolfo Bécquer.










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