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Publicaciones nuevas. «El Ministerio de Mendizábal»

Folleto, por Don José Espronceda

Mariano José de Larra

[Nota preliminar: Reproducimos la edición digital del artículo ofreciendo la posibilidad de consultar la edición facsímil de El Español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, n.º 188, viernes 6 de mayo de 1836, Madrid.]

Este opúsculo que acaba de ver la luz en la librería de Escamilla, calle de Carretas, con el epígrafe: Aquí llaman esto un gobierno representativo: yo llamo esto un hombre representativo, tomado de la tercera carta de Fígaro, es uno de los pocos quejidos que la censura tiránica que nos abruma ha dejado escapar a la opinión pública, ya en gran parte desengañada del ministerio Programista, y a la cual cada día que pasa añade nueva luz para ver clara la posición verdadera del país, peor en nuestro entender que la misma que tenía en septiembre.

En una época como ésta, en que toda la dificultad para llevar adelante la regeneración del país consiste en interesar en ella a las masas populares, lo cual escasamente se puede conseguir sin hacerles comprender antes sus verdaderos intereses, no sólo es meritorio que cada español que se crea capaz de fundar una opinión se apresure a emitirla por medio de la imprenta, sino que en nuestro entender fuera culpable el que, pudiendo, dejase, por temores personales, de añadir una piedra al edificio, que sólo de consuno podemos todos levantar.

Se dirá que la censura no nos permite abogar por los derechos del pueblo; desgraciadamente esta verdad es demasiado cierta; pero el escritor público que una vez echó sobre sus hombros la responsabilidad de ilustrar a sus conciudadanos, debe insistir y remitir a la censura tres artículos nuevos por cada uno que le prohíban; debe apelar, debe protestar, no debe perdonar medio ni fatiga para hacerse oír: en el último caso debe aprender de coro sus doctrinas, y convertido en imprenta de sí mismo, propalarlas de viva voz, sufrir, en fin, la persecución, la cárcel, el patíbulo si es preciso; convencido de que el papel de redentor sólo puede ser puesto en ridículo por el vulgo necio que no comprende su sublimidad. Si nosotros no conseguimos hacernos oír, nuestra sangre abrirá camino a nuestros hijos, y aquí no tratamos de hacer la felicidad de nosotros, míseros humanos que podemos vivir treinta años más o menos, sino la de la nación, que no muere nunca.

Por otra parte, vivamos persuadidos de que los que en el día empezamos nuestra vida pública, hemos de vivir más que la censura y que los censores, y acaso no está lejos el día en que podamos tirar las piedras que nos fuerzan hoy a apañar. Algún día, publicando los artículos prohibidos, cubriremos de ignominia a nuestros opresores y les enseñaremos a apreciar en su justo valor un mezquino sueldo, cuando se halla en contraposición con el honor y el bien del país.

El joven escritor, autor del folleto arriba indicado, era ya bastante conocido por su energía y valor político, circunstancias que tiene bastantemente probadas; y en punto a su talento, no necesitaba dar de él esta nueva prueba para que nadie pudiese disputársele. Recorriendo con vista rápida y escudriñadora la situación de nuestro país desde el advenimiento al trono, permítasenos esta frase, del ministro Mendizábal, tiende a probar y prueba que este Gran pacificador de la familia española, lejos de realizar las esperanzas fundadas en sus grandílocuas promesas, ha complicado el laberinto inextricable en que se halla cogida esta mezquina revolución, destinada, según parece, a no dar jamás un paso franco y desembarazado, a no poner jamás un nombre claro y terminante a sus inhábiles operaciones.

«¿Qué reformas se han hecho? -exclama el escritor-; ¿qué empleos inútiles se han abolido? ¿Qué empleados carlistas han sido separados de sus destinos? ¿Qué ahorros de importancia se han hecho en el oneroso presupuesto que abruma a los pueblos? Porque esto era lo que más interesaba a un Gobierno que había ofrecido llenar todas sus obligaciones sin gravar a la nación con nuevos tributos ni recargarla en deudas.»

No olvida el autor esta polilla del tesoro español, ese cúmulo de cesantes y ex ministros a quienes la patria paga sueldos crecidos, después de haberles repelido de sus puestos por ineptos o mal intencionados; menos pudiera olvidar las arbitrariedades escandalosas de que somos hace tanto tiempo testigos, sobre todo en ciertas provincias desde donde apenas puede resonar en la nación entera el grito de las víctimas, bárbaramente condenadas sin juicios ni forma alguna de proceso.

El escritor, por último, se esfuerza en hacer comprender que la guerra misma de Navarra es, más que hija del fanatismo, un efecto de lo poco o nada que se ha tratado de interesar al pueblo en la causa de la libertad: hágansele palpar las mejoras del sistema de que somos partidarios, vea él su bienestar en la causa que defendemos, y el pueblo será nuestro en todas partes.

Pero ¿cómo se quiere lograr este fin no viendo más termómetro del público bienestar que el alza o baja de los fondos en la Bolsa, en cuyo movimiento sólo se interesan veinte jugadores, y que el labrador no entiende, ni plegue al cielo que lo entienda nunca? ¿Cómo se le quiere interesar trasladando los bienes nacionales, inmenso recurso para el Estado, de las manos muertas que les poseían, a manos de unos cuantos comerciantes, resultado inevitable de la manera de venderlos adoptada por el Ministerio?

Pero las propias palabras del folleto nos parecen más enérgicas que las que nosotros pudiéramos emplear. «¿Cómo se atreve el Gobierno -dice- a disponer de los bienes del Estado en favor de los acreedores sin pensar aliviar con ellos la condición de los pobres?

»Y aun estos decretos se han expedido a la casualidad; y con tal desatino, que tampoco han surtido el efecto que su compositor esperaba. No hablaremos del de la venta de bienes nacionales, que tan justa y sabia crítica mereció de nuestro excelente economista don Álvaro Flórez Estrada, y que si no lo derogan las Cortes aumentará, sí, el capital de los ricos, pero también el número y mala ventura de los proletarios. El Gobierno, que debería haber mirado por la emancipación de esta clase, tan numerosa por desgracia en España, pensó (si ha pensado alguna vez en su vida) que con dividir las posesiones en pequeñas partes evitaría el monopolio de los ricos proporcionando esta ventaja a los pobres, sin ocurrírsele que los ricos podrían comprar tantas partes que compusiesen una posesión cuantiosa.»

De buena gana siguiéramos citando otros trozos de igual fuerza en este folleto, si nos lo permitiera el espacio de un periódico.

Nos ceñiremos, por tanto, a recomendar la lectura a cuantos abrigan un corazón patriota, y estimularemos a la juventud española a que se dé a conocer cuanto antes por cuantos medios estén a su alcance. La revolución ha gastado y desgasta rápidamente los nombres viejos y conocidos: la juventud está llamada a manifestarse. ¿Nos equivocaremos, se equivocará el país al fundar esperanzas en ella? No, la juventud ha comprendido que no es en los cafés donde se forman los hombres que pueden renovar el país: es en el estudio, es con los libros abiertos, sobre el bufete, con la vista clavada en el gran libro del mundo y de la experiencia, es con la pluma en la mano. No ambicionemos miserables empleos, no intriguemos por mezquinas miras personales, trabajemos día y noche, hagámonos los jóvenes independientes, y superiores a nuestros opresores, y si nos está reservado caer gloriosamente en la lucha, caigamos con valor y resignación, desempeñando la alta misión a que somos llamados.

El Español, 6 de mayo de 1836

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[Nota editorial: Otras eds.: Artículos de costumbres, ed. Luis F. Díaz Larios, Madrid, Austral, 1998, pp. 437-441; Artículos políticos y sociales, ed. José R. Lomba y Pedraja, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, pp. 219-224; Artículos, ed. Carlos Seco Serrano, Barcelona, Planeta, 1981, pp. 537-540.]