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¿Qué escribió Cervantes?1


Daniel Eisenberg





Mi tema puede causar sorpresa. ¿Es posible que no sepamos qué escribió Cervantes? ¿No está decidido desde hace mucho tiempo? ¿No se puede simplemente visitar una librería, o una biblioteca, coger una edición de sus Obras completas, y tomarla como fidedigna?

No se puede, desgraciadamente. Hay pocas ediciones de las Obras completas de Cervantes. Ni en francés ni inglés existen2. (Igual de sorprendente, dicho sea de paso, es que hay comedias de Cervantes sin estrenar hasta la fecha.) Si uno reuniera y confrontara las varias ediciones de las Obras completas de Cervantes, se vería que difieren entre sí en bastantes detalles.

Y no hay tema más importante. Si no sabemos lo que escribió Cervantes, no se pueden sacar conclusiones válidas, y en la medida en que existe la incertidumbre, toda la crítica literaria sobre sus obras es también incierta.

¿Hay algún criterio objetivo que se pueda aplicar al problema? Desgraciadamente, este criterio no se ha descubierto hasta la fecha.


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El texto de Don Quijote

Algunos dirán: «Cervantes escribió Don Quijote, y esto me basta, es lo que importa». Es una posición defensible, aunque no la mía. Y no hay duda importante sobre la composición cervantina de Don Quijote. Ahora bien, igual que pasa a menudo con Shakespeare, en la periferia de los estudios cervantinos, o al margen de ellos, hay varios escritores de mala muerte que han propuesto teorías ridículas, como la autoría del Quijote por el traductor Shelton. No merecen nuestra atención. Todo cervantista de relieve, desde personas muy humildes hasta las vacas sagradas, está de acuerdo en que Miguel de Cervantes -el que conocemos, pues hubo más de uno- escribió Don Quijote.

Pero mientras existe el acuerdo sobre la composición cervantina de Don Quijote, no lo hay sobre este Don Quijote que Cervantes escribió. Cervantes escribió Don Quijote, de acuerdo, pero ¿cuál Don Quijote?

Ofrezco dos ejemplos, uno de poca importancia y otro de mucho mayor.

El primer ejemplo se encuentra en el capítulo 6 de la Primera Parte, cuando el cura y el barbero, los amigos de Alonso Quijano, revisan y expurgan su biblioteca. Después de elogiar la novela valenciana Tirante el Blanco, se encuentra lo que Diego Clemencín llamó «pasaje el más oscuro del Quijote»: «por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso... pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida».

Así reza la edición príncipe de Don Quijote, de enero de 1605. La segunda edición de Cuesta, de hacia mayo de 1605, cambia «con estas cosas» a «con otras cosas», y «el que le compuso» a «el que lo compuso».

¿Qué escribió Cervantes? «Estas» y «le», ¿son erratas, errores de los tipógrafos? ¿O son innecesarias o incluso adulteraciones del texto de Cervantes, las correcciones de mayo?

Examinemos lo que hacen los editores modernos. La edición de John J. Allen sigue la primera3. Schevill y Bonilla cambian «estas» a «otras», anotando su cambio, y aunque no cambian «le», advierten en una nota que la lectura es dudosa4.

Luis Murillo, en su edición, se queda con «estas», pero cambia «le» a «lo»5. Francisco Rodríguez Marín, acaso el editor menos responsable de todos, acepta los dos cambios, a «otras» y a «lo»6. Así que tenemos representadas cada una de las cuatro posibilidades: «estas» y «le»; «estas» y «lo», «otras» y «le», y «otros» y lo».

Ahora bien, lo que me molesta más que los cambios en sí es que ni Murillo ni Rodríguez Marín nos comunican, a pesar de ser éste un pasaje comentadísimo, que ha cambiado el texto. Sí nos lo anotan Schevill y Bonilla, y es por esta honradez suya que he sido por varios años campeón de su edición. Tampoco Allen y los otros que siguen la edición príncipe, nos comunican que hay varias opiniones sobre el texto del pasaje, y que el de la segunda edición de Cuesta varía del de la primera.

Mientras estamos con este pasaje famoso, quisiera señalar otra corrección hecha por un celoso editor moderno. En todas las ediciones de que hemos hablado, el texto reza «merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida». El libro contiene necedades, según el texto: el que el caballero muere en su cama y hace testamento, por ejemplo. Pero el autor no se proponía escribir de esta forma, al menos según Cervantes, quien pensaba que Tirante fuera castellano y del siglo dieciséis. Y como no se propuso escribir una obra de humor («no hizo tantas necedades de industria»), sino una obra seria, y lo hizo pésimamente, pues a las galeras con él7.

Pero en la edición de Robert Flores, publicada con s larga, numeración de líneas y un gran alarde de escrupulosidad, se suprime el «no»: «hizo estas necedades de industria». ¿Por qué el cambio? Flores sí lo hace constar en apéndice que lista variantes y correcciones, pero no nos da ni una sola palabra para justificarnos un cambio tan tajante8.

¿Qué escribió Cervantes? Ya comenzamos a percibir la problemática.

Otro ejemplo, mejor conocido y más importante. En la primera edición el jumento de Sancho, su «rucio», desaparece y reaparece a calladas. Se comenta su ausencia, pero no se ausenta, es decir nada en el texto nos explica qué ha pasado.

Se discuten estos errores en los capítulos 3 y 4 de la Segunda Parte, cuando se examinan los altibajos de la Primera. Se pone la culpa en el impresor. En la segunda edición de Cuesta de la primera parte, encontramos sendos pasajes sobre el robo del jumento por Ginés de Pasamonte, «embustero y grandísimo maleador» (II, 4), y sobre su recuperación. Sin embargo, estos pasajes no están en lo que parecería ser «su lugar» en la segunda edición de Cuesta. Es decir, el rucio es robado en el capítulo 23, pero en el capítulo 25, Sancho todavía lo tiene.

¿Quién escribió estos pasajes de la segunda edición, y los colocó en lugar equivocado? Según Murillo, «no puede dudarse de que este pasaje sea de la pluma de Cervantes» (I, 279, nota 5). No hay que buscar mucho para aprender que sí se puede dudar. Por pura casualidad metí la mano en la edición de Vicente Gaos, y dice lo siguiente: «A partir de la 2.ª ed. se intentó remediar el olvido y la inconsecuencia de su autor mediante añadidos y enmiendas que resultan insatisfactorios y que es dudoso que procedan directamente de Cervantes»9.

¿Por qué llamó Cervantes la atención a estos errores relacionados con el jumento, si los había corregido? Mi respuesta es que los pasajes en que llamó la atención a los errores, son anteriores a mayo de 1605, cuando apareció el texto corregido10. Todo lo cual conlleva un problema consecuente: si fue Cervantes quien corrigió los errores, ¿por qué no quitó de la Segunda Parte los pasajes donde se discuten?

Hay dos alternativas: un texto adulterado por otra mano, o un Cervantes descuidado.

Nótese también que el editor de Cervantes no tiene ninguna solución perfecta. Si se imprime el texto como estuvo en la edición príncipe de 1605, sin los pasajes añadidos, se queda con una versión del texto desaparecida desde mayo de 1605, sobre la cual bastantes cervantistas opinan que no representa las últimas intenciones de su autor. Si se imprime según la segunda edición de Cuesta, la discusión en los capítulos 3 y 4 de la Segunda Parte no tiene sentido. Si se colocan los pasajes añadidos en notas, como hacen Murillo y Gaos, entonces se da un texto que ningún contemporáneo de Cervantes leyó, y se dirige la atención del lector hacia los errores.

El único comentario favorable que he oído jamás sobre la edición de Hartzenbusch, de mediados del siglo XIX, y que también se aplica a la de Allen, es que colocó el pasaje sobre el robo del rucio donde «debe de estar», o mejor dicho donde ocasiona menos contradicciones, es decir en el capítulo 25, después del último pasaje con Sancho en su jumento, y antes de su queja por el robo.

¿Importa todo eso? Sí, mucho. Nuestra posición en esta controversia tiene implicaciones. ¿Corrigió Cervantes su texto con cuidado? ¿Podemos suponer que todo lo que se encuentra en el texto, incluidos los errores, está allí porque Cervantes quería que estuviera? ¿En servicio de qué propósito hace Cervantes que Sancho se queje del robo del Rucio, que no le ha sido robado? Un cervantista norteamericano que no voy a nombrar, contesta afirmativamente11. Si Cervantes creó este «error» adrede, no es tan fácil aceptar otros problemas menores en el texto como errores de los cajistas.

Otro ejemplo. La mujer de Sancho Panza goza de varios nombres en el texto. La primera vez que aparece, Sancho la llama Juana Gutiérrez, pero en la frase siguiente, Mari Gutiérrez. ¿Un apodo? ¿Tiene sentido? El texto no lo aclara. En el capítulo V de la Segunda Parte, a la mujer de Sancho ahora la llaman Teresa Panza, aunque según ella, «a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo», su nombre de soltera. ¿Se confundió Cervantes? ¿Fue tan descuidado que se recordaba mal del nombre de la mujer de Sancho?

En el capítulo 59 de la Segunda Parte, cuando Don Quijote y Sancho se enteran de la publicación del Quijote de Avellaneda, le critican por llamar a la mujer de Sancho exactamente como fue llamada en el capítulo I, 7: Mari Gutiérrez. «"Se desvía de la verdad en lo más principal de la historia porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia". A esto dijo Sancho: "¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, Mari Gutiérrez!"».

¿Cómo lo explicamos? ¿Se olvidó del nombre de la mujer de Sancho? El subrayado que este nombre fue «lo más principal de la historia» sugiere que Cervantes quería llamar la atención a este error, recalcarlo, y que cambió el nombre de la mujer de Sancho, en el capítulo II, 5, para que la continuación de Avellaneda fuera más falsa. Conllevaría la conclusión que Cervantes conociera la obra de Avellaneda casi desde el principio de su composición de la Segunda Parte, o acaso que el capítulo II, 5, designado «apócrifo», fuera un añadido. El punto en que Cervantes conoció la obra de Avellaneda es un dato importantísimo para la interpretación de la Segunda Parte.

Y por último, y con eso acabo con ejemplos tomados de Don Quijote, ¿cuál fue el nombre verdadero del protagonista? En la primera edición de la Primera Parte, en el primer capítulo, encontramos que se llamaba «Quixada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriven; aunque, por conjeturas verosímiles, se dexa entender que se llamaba Quexana». Pero al fin de la Segunda Parte, ya es «Alonso Quixano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno», lo que al principio del libro no es ni siquiera una posibilidad.

En la primera edición, su nombre más probable fue «Quexana». En la segunda edición de Cuesta, su nombre más probable fue «Quixana». ¿Quién hizo tal cambio?

¿Qué escribió Cervantes? Intentar contestar esta pregunta nos lleva al borde del caos. Se puede decir 1) que las discrepancias no son de Cervantes, que el texto ha sido profanado o mal tratado -es lo que cree R. M. Flores- ó 2) estas discrepancias son de Cervantes, quien no se tomó el cuidado necesario para evitar o eliminarlas, ó 3) son de Cervantes y se tomó mucho cuidado para que allí figuraran, por algún motivo que no conseguimos percibir. Soy de la escuela del «Cervantes descuidado», pero muchos cervantistas son de otra opinión, y el descuido tampoco puede explicar todos los problemas.

Por ejemplo, hay una clarísima evidencia de cuidado cervantino y texto profanado. Sancho, en el capítulo 32 de la Segunda Parte, usó «cirimonias» en vez de «ceremonias» («que estas tales cirimonias y jabonaduras más parecen burlas que agasajos de huéspedes»). Una palabra altisonante, que no sabe pronunciar correctamente. Pero el cajista lo identificó como un error, y cumpliendo con su deber, sin percibir el propósito del autor, lo corrigió y dejó «ceremonias». Sólo sabemos que había existido porque la duquesa más adelante se refiere al error, y en forma que el cajista tenía que respetarlo («las ceremonias o cirimonias como voz dezís», II, 32).

Basta de ejemplos de Don Quijote. Quisiera ser mago, con una vara mágica para crear un texto correcto, sin dudas, que todos aceptarían gustosamente. Claro que no soy mago. Bienvenidos al mundo confuso de los estudios cervantinos.

Espero que perciban que si un detalle como el nombre de la mujer de Sancho puede tener implicaciones enormes, cuando pasamos a discutir obras enteras, las implicaciones son aun más enormes. En este campo también reina la confusión.




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Obras ¿perdidas?

A Cervantes le gustaba discutir sus obras, incluidas las que escribía o pensaba escribir. Por ejemplo, en la Primera Parte de Don Quijote hay una referencia a un manuscrito de «Rinconete y Cortadillo», texto que en efecto aparece en 1613 en las Novelas ejemplares. De este y otros ejemplos podemos concluir que la información sobre sus proyectos, comunicada en sus prólogos y dedicatorias, es fidedigna12. Hay, entonces, obras que no cabe duda de que Cervantes escribiera -al menos dice que las escribió- pero que no tenemos. En el siglo XVIII, tal fue la situación con su obra teatral más famosa hoy día, La Numancia, mencionada en el Prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses pero no recuperada hasta 178413. También afirma haber escrito Los tratos de Argel y La batalla naval. El trato de Argel -en singular- apareció con La Numancia, pero todavía nos falta La batalla naval, sin duda de tema lepantino. Éstos eran los primeros redescubrimientos de textos cervantinos, y se publicaron sin el examen que recibirían si se hubieran descubierto en la desconfiada actualidad. A nadie se le ocurrió que pudieran ser pastiches.

Podemos aceptar que escribió una comedia llamada La batalla naval. En la «Adjunta al Parnaso», un apéndice en prosa a su Viaje del Parnaso, le pregunta Pancracio de Roncesvalles: «¿Ha compuesto alguna comedia?» y contesta «Sí, ...muchas; y, a no ser mías, me parecieran dignas de alabanza, como lo fueron Los tratos de Argel, La Numancia, La gran turquesca, La batalla naval, La Jerusalem, La Amaranta o la del mayo, El bosque amoroso, La única y La bizarra Arsinda, y otras muchas de que no me acuerdo». Así que Cervantes escribió éstas y «otras muchas» comedias, que no tenemos.

Recientemente un hispanista italiano propuso que una comedia recién descubierta, La conquista de Jerusalén, fuera la perdida Jerusalem -así, con «m»14. No estoy de acuerdo. ¿Por qué? Porque los títulos no coinciden. Porque La conquista de Jerusalén ensalza a un francés, Godofre de Bullón, y Cervantes jamás elogia a ningún francés. La obra no contiene ni un solo soldado español ni una referencia a España, y ello no es compatible con el patriotismo expresado en La Numancia y Trato de Argel, comedias supuestamente contemporáneas a La Jerusalem. Según Arata, La conquista de Jerusalén «podría considerarse la primera adaptación española de la Gerusalemme liberata» de Tasso15, y adaptar obras de otros escritores, sobre todo extranjeros, es exactamente lo que Cervantes no hace nunca16. Es decir, mi criterio es que no coincide con las obras conocidas de Cervantes. Aunque Cervantes sí escribió una comedida perdida titulada La Jerusalem, según el pasaje ya citado, esto no implica que tenga que tratar de las cruzadas. Podría tratar, por ejemplo, de «el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén» (Don Quijote, I, 48)17.

Se ha sugerido que sea de Cervantes una comedia llamada La soberana virgen de Guadalupe y sus milagros, y grandezas de España, aunque hoy en día no tiene mucho apoyo18. En cambio, nos consta que Cervantes escribió por encargo, como «negro» o escritor contratado y pagado, una Relación de las fiestas que en Valladolid se hicieron al nacimiento de nuestro Príncipe. En 1620 junto a este título aparece citado su nombre, y menos explícitamente, se alude a su autoría en un soneto atribuido a Góngora19. En efecto, en 1605, en Valladolid, donde Cervantes estaba, apareció una anónima Relación de las fiestas aludidas. Algunos de los cervantistas creemos que se trata del texto cervantino. Hasta ahora, sin embargo, no he conseguido que un estudiante la edite y estudie como tesis. Probablemente se reproducirá en la revista de la Cervantes Society of America. Lo que no se puede negar es que Cervantes escribió todo un libro que no figura en sus Obras completas. La cuestión pendiente es si corresponde realmente al texto publicado en 1605.

Acaso Cervantes se refiere a esta obra, entre otras, cuando dice de sí mismo al principio de las Novelas ejemplares, que es autor de «obras que andan por allí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño». Estas palabras, un tipo de queja, han abierto la puerta para muchas sugerencias impertinentes.

A mediados del siglo XIX apareció una obra en su día famosa, El buscapié, una falsificación que pretendió ser un comentario sobre Don Quijote20. Hay un texto, «La tía fingida», que ha sido presentada y defendida como una decimotercera novela ejemplar. Descubierto y publicado en el siglo XVIII, hasta la fecha, más de 200 años después, todavía los cervantistas discutimos su autenticidad. Personalmente creo que sí es cervantino. Hay el «Entremés de los romances», cuyo protagonista enloquece por lectura de romances, y cuyos vínculos con Don Quijote son evidentes. En eso, en su filiación con el texto cervantino, estamos todos de acuerdo. Se ha defendido como el primer borrador de Don Quijote. Pero acuerdo no hay en cuanto a su autoría, ni incluso si es anterior a Don Quijote, y entonces una fuente o bosquejo, o posterior y un derivado21. Respecto a varios otros entremeses, se ha defendido la autoría cervantina22.

Hay un poema sin título, conocido como la «Epístola a Mateo Vázquez», supuestamente enviado desde Argel y una tercera parte de cuyos versos coinciden con una de las comedias argelinas de Cervantes. En el último número de la revista Cervantes, Geoffrey Stagg defiende su autenticidad23.

Yo mismo he propuesto, por las coincidencias de pensamiento, conocimiento y con Cervantes, que han dejado a otros «sumidos en la perplejidad», que la Topografía e historiografía general de Argel puede ser de Cervantes, y no de Antonio de Sosa, a quien recientemente se ha atribuido24.




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Las obras inacabadas en prosa

El tiempo no me alcanza para hablar de todos estos textos posiblemente cervantinos. Vamos a detenernos en las obras posiblemente más importantes, sus novelas, es decir las extensas obras de ficción.

En la dedicatoria de Persiles y Sigismunda, publicado póstumamente en 1617, se refiere a tres obras en prosa de que no disponemos. Una es la Segunda Parte de La Galatea, su novela pastoril, inacabada como es típico del género25. Hay una alusión a la Segunda Parte en el «escrutinio de la librería» de Don Quijote: «Muchos años ha que es grande amigo mío esse Cerbantes, y se que es mas versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena inuencion; propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete» (Don Quijote I, 6).

De momento no tengo nada que decir de esta Segunda Parte de La Galatea. Sí me interesa discutir los otros dos textos en prosa.




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El «famoso Bernardo»

En esta dedicatoria Cervantes también se refiere a su «famoso Bernardo». Es una de dos obras que estaban casi terminadas: «todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos».

Sobre esta obra, a pesar de su estado inconcluso, sabemos dos cosas: su título era Bernardo (acaso una versión breve de un título más extenso, como Persiles), y que fue «famoso», merecedor de fama. Pero de estos escuetos datos podemos extraer mucho. El único Bernardo famoso en tiempos de Cervantes fue Bernardo del Carpio, héroe de la llamada «Reconquista». El Bernardo de Bernardo de Balbuena trata de Bernardo del Carpio.

En el Siglo de Oro español, Bernardo fue el héroe medieval arquetípico. Hoy pensamos inmediatamente en Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuando pensamos en el heroísmo medieval castellano, pero esta posición del Cid es mucho más reciente de lo que se suele reconocer. Es resultado del apoyo y publicaciones de Menéndez Pidal, quien recorrió la ruta del Cid en su viaje de bodas, y publicó la primera edición filológica del Cantar. Incluso el «título» Cantar de Mio Cid es de Menéndez Pidal. Esta obra fue casi desconocida, y desde luego inédita, en época de Cervantes; se publicó por primera vez en 1779. El Cid conocido en tiempos de Cervantes era el mucho menos ejemplar héroe de romances y crónicas.

No, el gran héroe medieval en el Siglo de Oro era Bernardo del Carpio. Don Quijote lo confirma: «Decía él, que el Cid Ruydiaz había sido muy buen caballero; pero que no tenia que ver con el Caballero de la Ardiente Espada... Mejor estaba con Bernardo del Carpio» (Don Quijote I, 1).

Tiene mucho sentido la selección de Bernardo del Carpio como tema para una obra cervantina. Fue un caballero andante histórico, no falso como Amadís de Gaula y sus descendientes. Valía la pena que los jóvenes leyeran sobre él. Fue un héroe casto, sin novia, sin dama, en gran contraste con Roldán: «[e]l valiente don Roldan, cuando halló en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los arboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, e hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura» (Don Quijote I, 25).

Roldán, según esta cita, fue ridículo, fuera de control, todo menos admirable. ¿Qué se esperaría de un héroe francés? Bernardo del Carpio era un héroe español -y una figura histórica, o al menos así se creía. Un patriota, mostró que España podría defenderse contra los moros sin ayuda francesa. Todos sabemos que Roldán murió en Roncesvalles. Pero la cita continúa: «Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldan» (Don Quijote I, 1). ¡Franceses, fuera!

Según las fuentes disponibles en el siglo XVI, como la historia de Esteban de Garibay, Bernardo del Carpio no era sólo un héroe. Era quien comenzó la Reconquista, la restauración del país suyo y de Cervantes a su verdadera religión y verdadera gloria. Probablemente esto fuera en la batalla de Clavijo, con la aparición de Santiago, cuya función sería igual a un mago de los libros de caballerías26.

El punto de partida para Don Quijote son las deficiencias de los libros de caballerías. Cualesquiera otros temas que estén presentes en la obra -sería una otra conferencia tratar de ellos- su tema, constatado repetidas veces, al principio y al final, son los defectos de los libros de caballerías existentes. Libros que no deberían de leerse, libros mal escritos y sobre todo, mentirosos.

El sabio canónigo toledano sabe cómo escribir un libro de caballerías mejor, y da su receta en el capítulo 47 de la Primera Parte de Don Quijote. «Yo, a lo menos», replicó el canónigo, «he tenido cierta tentación de hacer un libro de caballerías, guardando en él todos los puntos que he significado, y si he de confesar la verdad, tengo escritas mas de cien hojas» (Don Quijote I, 48). Todos los cervantistas estamos de acuerdo (¡rara unanimidad!) en que esta obra inacabada -el «buen» libro de caballerías- es una referencia a un proyecto cervantino. Creo que este perdido libro de caballerías de Cervantes, el libro de caballerías verdaderas -fue su «famoso Bernardo».

Y no acabó la obra. Si es la obra mentada por el Canónigo en 1605, y le faltan «ciertas reliquias y asomos» en 1615, Cervantes la había abandonado, igual que el Canónigo con el libro suyo. ¿Por qué? La explicación del Canónigo, leído con cuidado, dice que un verdadero libro de caballerías no tendría éxito en el mercado. Acaso, ya que sabemos que Cervantes disputaba con editores el valor de sus obras27, un potencial editor como Francisco de Robles le había dicho que no le interesaba publicarlo, que perdería dinero. Acaso también, aunque el canónigo no lo dice, Cervantes se enteró de cómo la historiografía de la época llegó a considerar a Bernardo tan ficticio como Amadís.




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Las semanas del jardín

Nos queda una obra perdida en prosa y quisiera dedicar el resto del tiempo que me queda a ella, la más misteriosa, la que más veces se medita: su Semanas del jardín. Tan encantador es el título que dos novelistas contemporáneos -Goytisolo y Sánchez Ferlosio- lo han usado para obras suyas28. Esta obra perdida ha sido siempre mejor conocida que el «famoso Bernardo»: Cervantes menciona Las semanas tres veces, mientras que el Bernardo sólo una. Pero como el Bernardo, se trata de una obra de la que le quedaron «en el alma ciertas reliquias y asomos».

Entre los textos atribuidos a Cervantes hay un fragmento de Las semanas, publicado en 1874. Se encuentra en la Bibliografía de la literatura hispánica de José Simón Díaz, bajo manuscritos posiblemente cervantinos, pero por la mayor parte del siglo XX nadie examinó su autenticidad.

Una parte del problema con esta obra es que el fragmento tiene que ser autógrafo. Para hacer esta aserción me baso en las revisiones del texto. Selanio ofrece sus opiniones, y dice, líneas 19 y 20, «como no son leyes de Dios ni del rey, podéis segu[ir] la que más os agradare». Pero encima de la línea y en el margen, de la misma mano, hay palabras añadidas: «como no son leyes de Dios ni del rey, que pueden ob[li]garnos a la guarda y cumplimiento dellas, sino opiniones y muy varias, podéis...». Hay otras correcciones parecidas. En la misma mano, «profundas raíces» se hace «profundas y arraigadas raíces»; «las pobres camas» tachado, y en su lugar «el blando heno».

Estas pequeñas pinceladas son correcciones estilísticas que sólo el autor haría. Aun si hubiera editores en los siglos XVI y XVII -y no los hubo, no en el sentido de hacer tal clase de revisión- un editor cambiaría más que estos menudos detalles.

¿Qué escribió Cervantes? ¿Tenemos aquí a un Cervantes quien pule cuidadosamente su escrito? Este texto tiene que ser autógrafo, copiado y enmendado por su autor. Y si su autor es Cervantes, entonces es un autógrafo cervantino. Su único autógrafo literario.

Los manuscritos de La Numancia y Los tratos de Argel no son cervantinos. Tampoco lo es el manuscrito de «La tía fingida», ni los perdidos manuscritos alternativos de «El celoso extremeño» y «Rinconete y Cortadillo». Sólo tenemos dos cartas y unos documentos de sus tiempos de comisario, sin interés literario alguno.

Así que sugiero que este texto no es sólo un texto perdido de Cervantes, es su único autógrafo literario. Una tremenda tesis.

Ahora bien, ¿por qué creo que este texto es cervantino? Sobre este tema he escrito un libro, y sobre el proceso de preparar y publicar el libro, en sí novelesco, un artículo. Esbozaré mi enfoque, y entonces les explicaré lo que sabemos del contenido de la perdida Semanas del jardín.

Pero quisiera subrayar que yo no fui quien descubrió este manuscrito. Lo descubrió y publicó en 1874 el gran falsario Adolfo de Castro, autor de «El buscapié». Tampoco soy el primero en sugerir que sea un trozo de las Semanas del jardín; lo sugirieron, aunque de manera muy tímida y a escondidas, los grandes editores Schevill and Bonilla, en 192229. Pero en ninguna edición de Persiles y Sigismunda, hasta la publicación de mi libro sobre el fragmento, se mencionó que se había sugerido un texto fragmentario que pudiera corresponder a esta obra mencionada en la dedicatoria. Lo que he hecho es estudiarlo, trazar su historia moderna, reconstruir la obra total en el grado en que el fragmento lo permite, defender su atribución a Cervantes, y editar el texto, junto con una reproducción del manuscrito. Espero que reconozcan el riesgo profesional que involucra editar un nuevo texto cervantino, y poner una reproducción del manuscrito que creo autógrafo a la vista de todos los filólogos y paleógrafos del país.

El parto de este libro también fue harto difícil30. Aunque recibió reseñas favorables de López Estrada31 y Antonio Cruz Casado32, y al parecer una aprobación de Martín de Riquer33, ninguna reseña en mi propio país fue favorable, y la reseña que más veces se cita -sería interesante analizar por qué las reseñas negativas de este libro se mencionan más que las positivas- es la de Carlos Romero34. También se supone que la identificación de un supuesto texto perdido de Cervantes, aun si fuera por un norteamericano enloquecido, merecería una noticia en la prensa. Pero no la hubo; personalmente envié el ejemplar de reseña a Cambio 16, y no apareció nada. Lo cual tomé como un apoyo, muy amargo, de la corrección de mi tesis; supongo que se me hubieran podido poner en ridículo, entonces habría aparecido una reseña.

También, por dos años seguidos propuse para las reuniones anuales de la Cervantes Society of America una comunicación sobre este descubrimiento, o supuesto descubrimiento, y no fue aceptada. En cambio, fue ponencia plenaria ante la Association of Hispanists of Great Britain and Ireland35.

¿Por qué creo que este texto es cervantino? Porque los temas tratados coinciden exactamente con los intereses de Cervantes, y no con los de ningún otro autor clásico. Puedo decir que conozco en cierta medida la prosa del Siglo de Oro, cuyas varias manifestaciones -pastoril, «bizantina», picaresca, aunque no me gusta ésta como categoría literaria36- han sido algo exploradas por la crítica. Intenté encontrar a otro posible autor, pero las tres posibilidades que encontré todos están vinculados ya con Cervantes: son Fray Luis de León, Antonio de Torquemada, y Cristóbal Suárez de Figueroa. Éste abiertamente reconoce que imitaba a Cervantes, y Fray Luis y Torquemada son autores que nos consta que Cervantes había leído.

Voy a darles un pequeño resumen del contenido de Las semanas del jardín37. El fragmento que tenemos es un extracto, un capítulo, al parecer copiado a causa de su belleza y su tema, la vida del campo. Contiene muchas referencias a cosas que habían ocurrido antes de esta escena, y algunas alusiones a cosas que pasarían en días siguientes. De todo ello he reconstruido, en parte, la obra perdida.

El fragmento presenta una discusión entre un hombre, Selanio, y una mujer, Cilenia, quienes se encuentran al aire libre una tarde. Está en forma de diálogo, como el «Coloquio de los perros». Podría fácilmente tratarse de un jardín o parque. En otras ocasiones habían estado presente otras mujeres, participando en discusiones que pasaron por un período de tiempo.

El tema principal de la obra es «la Verdad», la cual es hija de Dios. Y en ello ya hay un argumento para la autoría cervantina, pues ningún autor español, de ningún período, trata el tema de la verdad tan extensamente como Cervantes. El punto de partida de Don Quijote es la importancia de la verdad en los libros: «ninguna [historia] es mala como sea verdadera» (Don Quijote, I, 9). «La verdad es hija de Dios» es un refrán, que se encuentra en Persiles y Sigismunda (III, 10).

Selanio tuvo la buena ventura de tener contacto con la Verdad, aunque parece que esto no era frecuente y había ocurrido hacía tiempo. Durante una visita de la Verdad a Selanio, la Verdad se encontraba denostada en la ciudad, donde vive Selanio; por ello la abandonó y buscó refugio en el campo. Cilenia había oído de Selanio la historia de su contacto con la Verdad, gracias al cual él había ganado «crédito de verdadero». Al escuchar las «excelencias» de la Verdad había quedado Cilenia muy impresionada, y salió en su búsqueda.

La búsqueda parece haber sido prolongada, aunque «la Verdad es tan bien contentadiza y afable, que de quienquiera que la busque se deja hallar» (1:17-18)38. Cilenia la encontró cuando «no pensaba ni podía imaginar» y «al tiempo que más desconfiad[a] estaba» (2:10-13), evidentemente «en el despoblado, desierto de todo bien» (4:26).

Igual que uno puede llevar a Cristo dentro de sí, en Las semanas del jardín encontramos que se puede llevar a la Verdad, hija de Dios, dentro de uno también, «dentro en su corazón y cuerpo» (1:20-21). El encuentro con la Verdad está descrito en términos que sugieren el misticismo: quien la encuentra recibe «tan crecido contentamiento» que apenas puede soportarlo (2:10-28).

Ya que Cilenia ha tenido este encuentro con la Verdad, y ahora lleva esta Verdad divina dentro de sí, es «una mujer verdadera», y es entonces apropiado que Selanio tiene «sacrificad[as] la voluntad y el alma» a su amor. Así que tenemos una solución literaria a un problema perenne, el conflicto entre el amor humano y el divino.

Éste es el contenido de la obra. En este fragmento, se centra en la superioridad de la vida del campo sobre la de la ciudad. Selanio repasa las categorías de hombres que viven infelices. Algunos navegan por todo el mundo para encontrar tesoros, perlas. Otros buscan oro en la tierra, y este oro sólo divide padres y hijos, hace enemigos de los amigos, y corrompe el gobierno («la justicia»). Otros, cuya «inclinación» les lleva a buscar trabajos en el gobierno, «sin tener respeto a si tienen suerte, entendimiento y capacidad para hacerlo o no, y al mal y desabrimiento que debajo de aquella capa de autoridad y mando está encubierto» (7:18-21). Se acordarán del comentario de Sancho, durante su discusión con la Duquesa: «he visto más de dos asnos ir al gobierno» (II, 33).

«Otros hay que a fuerza de brazos, y a costa de mucho cuidado, estudio y trabajo, procuran alcanzar opinión de cortesanos pláticos, graciosos y discretos, y sabe Dios y aun muchos de los hombres, si les llegan un poco al cabo y se apura el fundamento de su saber, si le hallarán colgado en el aire, sin columna ni cimiento sobre que estribe más que la vana opinión de quien los tiene por privados» (7:25-30). Y Selanio continúa con una serie de gente que está llena de ignorancia y presunción, aunque hace excepción de «los hombres dedicados al servicio y culto divino, que déstos y de la perfección de su vida y ventura no puedo, debo ni quiero tratar» (10:10-11). Igualmente, en sus obras Cervantes se abstiene de criticar a los religiosos, los monjes y monjas, grupos poderosos en la España de su tiempo, aunque hay varias sugerencias que tenía mucho que decir.

Según Selanio, el hombre que realmente es feliz es el «que, dándose a la moral filosofía, y viviendo como cristiano filósofo, se contenta con lo que da la naturaleza, y tiene conocimiento de las causas por sus efectos, y de tal suerte está prevenido, que ningún caso que le suceda, próspero ni adverso, le altera, admira ni espanta, teniendo las cosas por venir como presentes, y las presentes como pasadas» (10:14-18). Este hombre, si vive en el campo, tiene experiencias parecidas a las de la Edad de Oro descrita por Don Quijote: «suelto y desembarazado, con... el zurrón con la pobre y sabrosa comida al lado, cruza y atraviesa los montes, valles y setos, sin que le impidan los ríos ni aspereza de montañas a seguir y perseguir la caza, sustentando su cabaña de la que cada día mata, recreando y regocijando su ánimo con esparcir por el aire, al son de su rabel o mal compuesta zampoña, sus rústicas cantilenas, tomando sabor y gusto de mirar las silvestres luchas de los toros y de los roncos bramidos que van dando los vencidos, y del manso rumiar de las mansas ovejas y el descuido con que pacen la verde y menuda hierba, y del recatado sueño de los mastines que las guardan y defienden de los dañosos lobos. ... Conténtase con cubrir su fuerte, sano y bien ejercitado cuerpo con las pieles de sus ganados, y echarse debajo de los frondosos árboles. Satisface a la hambre y necesidad corporal con las silvestres frutas que dellos coge, sembrando la hierba que tiene por mesa de las bellotas, castañas y nueces que con sus brazos derrueca, con que queda más satisfecho y contento que los príncipes y señores con la diversidad de viandas que sirven en sus curiosas mesas, porque come con hambre, y tiene siempre consigo la salsa de San Bernardo, y no le falta tampoco la blanca y sabrosa leche con que remoja el duro pan que trajo del aldea. Bebe con apetito y gana el agua limpia, fresca y pura que corre por las pizarrosas gargantas y arenosos arroyos, bebida con el vaso de Diógenes, que le da mayor satisfacción y gusto que la que en los poblados se bebe en los de oro y plata, curiosa y ricamente labrados, sin tener más apetito ni deseo que de lo que tiene presente, ni darle otra cosa cuidado más que llevar su ganado al pasto más cercano y que sabe es más fértil y abundante, y buscar lugar fresco y de arboledas donde sestear en verano, con agua para abrevar su manada, y solanas reparadas de los helados vientos para el invierno» (10:30-11.29). Si tuviera esta vida, dice Selanio, «arrebatado de causa en causa, llegara hasta contemplar la suma alteza de la universal y principal, que es el sumo hacedor de todo lo criado, y con cuán soberana majestad y grandeza lo crió, y que con tan maravilloso orden y concierto lo rige y gobierna, ordenando y dividiendo los tiempos y dando movimiento a los cielos, para que con él, acercándose y alejándose el sol, influya virtud en la tierra para criar, sazonar y madurar los frutos della, con que se sustenta la humana generación y todas las especies de animales, a quien ordenó sirviese todo. Y destas consideraciones viniera, mi señora, a sacar algún rastro, luz y conocimiento de la fragilidad y miseria de la vida presente, con que descansara mi alma, viendo que la salida della había de ser principio de descanso» (13:30-14:8).

Éstos son unos extractos del elogio de la vida del campo que Selanio presenta a su señora Cilenia durante la discusión. Como el «Coloquio de los perros», en otro día, el texto nos dice a la conclusión, volverán a hablar, los papeles se cambiarán, y Cilenia contará a Selanio sus sin duda equivocadas razones para preferir «la vida de corte y ciudades».

Aquí acaba mi charla sobre qué escribió Cervantes. Les regalo un texto que probablemente ninguno de Uds. ha leído, que en mi opinión, es fragmento de una obra perdida de Cervantes. No sé si estarán de acuerdo conmigo. Espero que sí, pero para mí el hecho importante es que, después de años de estudio del texto a solas, he convencido a mí mismo, y «esto me basta para la seguridad de mi conciencia» (Don Quijote, I, 49). Si estoy loco, como Don Quijote, al menos es una locura feliz, con un nuevo texto cervantino para estudiar.







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