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Qué ha sido, qué es, y qué debe ser el arte en el siglo XIX


Juan Valera





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Muchos años ha que existe en esta corte el Ateneo, sin que haya decaído aún de la importancia y brillantez que supieron darle sus fundadores y sus más antiguos socios. Si en otra época adoctrinaron a la juventud desde sus cátedras hombres como Donoso Cortés, Pacheco, Pastor Díaz y Gonzalo Morón, hoy siguen hablando en ellas oradores como Alcalá Galiano, y aparecen otros nuevos, que prueban que no decaen en España el estro y la inspiración elocuentes, y que los estudios científicos y literarios, lejos de desmerecer, comparados con los de aquel período de renacimiento y de florescencia que tanto se ensalza, han adelantado muchísimo. Ni tampoco por el ingenio, ni por la espontaneidad, ni por la imaginación, es inferior, a   -6-   nuestro modo de ver, la nueva generación de hombres doctos que dan lustre a España a la que le precedió, y cuyos individuos han alcanzado alta nombradía.

Además de las cátedras públicas que abre todos los años el Ateneo, el Ateneo abre asimismo otro palenque, donde compiten muchos de sus entendidos socios por la palma del saber, de la erudición y del juicio y discernimiento en cuestiones, ora de moral y política, ora de literatura, ora de ciencias naturales.

El Ateneo se divide en tres secciones, y cada una de ellas se reúne un día en la semana a discurrir sobre un tema dado, que más tiene de dubitativo o disyuntivo que de afirmativo, puesto que la afirmación ha de nacer de la discusión misma, para la cual ofrece el tema ancho campo. A veces esta gran latitud del tema es una falta, pero falta difícil de evitar, donde los oradores se muestran por lo común más deseosos de dilatarse y explayarse por todas las regiones de la historia, de la política y de la filosofía, que de circunscribirse a un punto singular y preciso para dilucidarle convenientemente.

En la sección de literatura, de cuyas conferencias más recientes vamos a dar aquí una somera e incompleta noticia, se incurre a menudo en la falta que hemos dicho. El último tema que allí se ha discutido, y que sirve de epígrafe a este escrito, es una prueba evidente de aquella verdad.

Para dilucidarle bien y para abarcarle por todos sus lados se necesita desenvolver une teoría completísima de la filosofía del arte o de la estética, lo cual implica   -7-   y trae consigo, si no la exposición, la indicación de una filosofía primera, y exige además muchos conocimientos especiales en poética, música, arquitectura, pintura y escultura, y en la historia de estas artes, con no pocas nociones sobre las vicisitudes políticas y sociales de los pueblos todos: porque estas vicisitudes influyen en el modo de ser y en las condiciones de las bellas artes, las cuales son la manifestación de las costumbres y creencias de cada momento de la vida de la humanidad, hermoseada e iluminada por la idea que, vaga y confusa aún en la mente humana antes de realizarse en la ciencia y en las instituciones, asoma y despunta en el arte de un modo profético e instintivo.

Inmenso cúmulo de doctrina, gran fuerza comprensiva y generalizadora en el entendimiento, portentosa lozanía de imaginación y no menor facundia se han menester para tratar en un discurso el tema propuesto, sin faltar a la claridad, y comprendiéndole todo y no perdiéndose en vagas generalidades, ni humillándose y humillando el asunto con pormenores mezquinos. Mas a pesar de tan notables dificultades, el tema ha sido tratado por algunos oradores, ya que no por completo, con habilidad suma y con bastante elevación.

Las diferentes escuelas crítico-literarias, por medio de muy dignos representantes, se han combatido con todo género de argumentos y de razones, y se han mostrado asimismo las diversas filosofías del arte que contienden hoy por ganar el dominio de la opinión,   -8-   desde Hegel hasta Gioberti, y desde los que creen aún con Aristóteles en que el arte es una imitación de la bella naturaleza, hasta los más idealistas y espiritualistas despreciadores de los preceptos antiguos y del culto de la forma.

Imposible sería condensar en un artículo de periódico todas las opiniones y todas las teorías que expusieron y sostuvieron los muchos oradores que en la discusión tomaron parte, y entre los cuales recordamos a los Sres. Canalejas, Fabié, Marichalar, Fernández Jiménez, Mata, Rayón, Vergara, Dacarrete y Valera. El mismo Sr. Alcalá Galiano, a pesar de su prodigiosa memoria, de su claro entendimiento y de su envidiable facilidad y maestría de palabra, no pudo resumir el debate, haciéndose cargo de cada uno de los discursos, sino limitándose a tomar de ellos las sentencias que le parecieron más acertadas, tratando de conciliarlas y armonizarlas, y formando de todas, no un cuerpo de doctrina, que no cabe en un discurso improvisado, pero sí el conjunto metódico de lo más discreto que se puede decir en contestación al tema o pregunta de ¿qué es el arte, qué ha sido, y qué debe ser en nuestro siglo?

Siguiendo nosotros rápidamente al Sr. Galiano, trataremos de resumir aquí sus ideas capitales sobre este punto.

El arte no es meramente la imitación de la bella naturaleza. Para imitar la bella naturaleza es menester saber distinguirla de la fea. Hay, pues, en nosotros un criterio artístico que precede a la imitación y aun a   -9-   la observación; hay en nosotros un ideal de hermosura que nos sirve de norma y de guía para conocer la hermosura real y reproducirla en nuestras obras, purificándola y limpiándola de sus imperfecciones y lunares. El arte no es, por lo tanto, la imitación de la naturaleza, sino la creación de la hermosura y la manifestación de la idea que tenemos de ella en el alma, revistiendo esta idea de una forma sensible. Al revestir la idea de esta forma es indispensable muy a menudo la imitación, y esta necesidad engañó sin duda a Aristóteles. La poesía, la escultura y la pintura imitan siempre algo. La hermosura que estas artes crean se determina e individualiza de suerte que tiene que imitar para ello un tipo natural conocido. Pero la música y la arquitectura, que expresan la beldad de un modo más vago, pueden crearla, en el espacio la una por medio de líneas, y en el tiempo la otra por medio de sonidos, sin tener precisamente que imitar o copiar cosa alguna existente en el mundo, y cuya idea haya nacido en nosotros por medio de las sensaciones. Este privilegio tienen la música y la arquitectura sobre las demás artes, y por este privilegio pueden ser calificadas y llamadas artes primigenias en el orden dialéctico, cuando no en el orden cronológico.

Definido el arte de esta manera, se sigue que tiene en sí mismo un fin elevado, que es la creación y manifestación de la hermosura. El fin moral, el propósito científico o filosófico que el artista se propone a veces al realizar una obra, debe ser considerado como cosa secundaria. De otra suerte el artista se expone mucho   -10-   a dejar de serlo y a convertirse en un mal filósofo. La facultad de que se vale el hombre para enseñar es el entendimiento. La facultad principal del artista es la imaginación, la cual pudo ser maestra y señora entre los pueblos infantes y primitivos, pero cedió ya el imperio a la razón y al recto juicio, que, sometiendo a método rigoroso las ciencias, las excluyen y apartan del poder de la poesía. Todo lo que se sabe ya científicamente es prosaico. La poesía didáctica es absurda en nuestra edad. El Manual de Agricultura de Roret enseña más que las Geórgicas; las sencillas cartas del napolitano Galuppi dan más conocimientos filosóficos a quien las lee, que todos los nebulosos y filosóficos poemas que se han escrito y que pueden escribirse.

Esto no obsta para que aún se pueda decir en ocasiones: Dictae per carmina sortes et vitae mostrata via est. Lo que se ignora es más de lo que se sabe, y es seguro que siempre lo seguirá siendo. Queda, pues, un infinito espacio abierto a la imaginación del poeta, por donde esta puede volar y donde puede soñar, no sólo bellas mentiras, sino profundas verdades, adivinadas con instinto milagroso y no con crítica, ni con discurso, ni con meditaciones.

El arte, pues, tiene un porvenir inmortal, y ni siquiera puede recelarse que le dé muerte la ciencia. La teología ha definido todos los dogmas, las demás ciencias han metodizado y reducido a sistema los otros conocimientos humanos; pero más allá de estos conocimientos está lo ignorado y lo inexplorado, donde campea la imaginación libre y exenta de todo yugo.

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Tiene además el arte otro terreno no menos feraz, otro terreno que no se agostará nunca, y en el cual la ciencia misma se somete a la poesía y es su asunto adecuado. Hablamos del sentimiento. Así como un poeta siente y habla de las flores sin ser botánico, y de las estrellas sin ser astrónomo, y de la razón humana sin ser metafísico, y de Dios sin ser teólogo, así puede sentir y hablar de filosofía sin filosofar en verso, sino con el sentimiento y con la imaginación pura mente.

Pero el sentimiento y los fantasmas que la imaginación crea, han menester para manifestarse y vivir con vida propia, inmortal e independiente del alma y de la vida del poeta, que se expresen y encarnen en una forma. La forma, o dígase la expresión es, por lo tanto, el requisito esencial del arte puede bien concebirse un hombre incapaz de pintar un cuadro, de hacer un verso y de esculpir un busto, y capaz, sin embargo, de sentir en su corazón las más nobles y hondas pasiones, y de amarla belleza, y aún de crearla místicamente, y de unirse a ella, y de percibirla con percepción íntima y espiritual allá en el fondo de su ser: mas si este hombre no acierta a expresar sus sentimientos ni a revestir de una forma adecuada las creaciones de su fantasía, este hombre no podrá llamarse artista. La calidad esencial del arte, reside, por consiguiente, en la forma.

Esta fue una de las verdades de la teoría del arte, que el Sr. Galiano defendió con más ingenio y con más fuerza persuasiva por lo mismo que en el día hay una   -12-   escuela pseudo-espiritualista que presume de despreciar la forma, y de poner todo el mérito y valor de las artes, y singularmente del de la poesía, en lo que llama el pensamiento y el sentimiento, como si ambos no estuvieran unidos estrechamente a la forma, o como si pudieran desprenderse de ella y concebirse y trasmitirse de un modo espiritual y meramente intelectivo.

Sobre la duración y perpetuidad del arte dio también el Sr. Galiano cuantas seguridades pudo y supo contra aquellos que imaginan que la ciencia ha de acabar al fin con él; porque el Sr. Galiano demostró que no sólo existirá siempre ese infinito inexplorado, donde la imaginación vive y se encumbra, y pasiones, y en sueños, y sentimientos que la ciencia no podrá nunca entibiar ni borrar, ni secar, sino que demostró asimismo que siendo las facultades humanas que sirven para el arte, muy otras de las que sirven para la ciencia, y siendo todas ellas esencialísimas de nuestro ser, no ha de recelarse que se amengüen las unas al compás que crezcan las otras, sino que sin detrimento de ninguna de ellas, han de crecer todas y han de desenvolverse y medrar con el progreso, aumento y desarrollo de toda virtud y de toda energía del humano linaje.

Verdad es que la escultura de lo porvenir no creará un tipo más perfecto de hermosura varonil que el Apolo de Belvedere, ni una mujer más hermosa que la Venus de Milo; ni tal vez la arquitectura imaginará nada más bello que el Partenón, ni nada más sublime que una catedral gótica; ni tal vez invente la pintura un rostro más divino que el de las vírgenes de Rafael:   -13-   pero en la música y en la poesía lírica, donde se cifran y compendian todas las celestes aspiraciones de la humanidad, caben sin duda progreso y mejora, conforme nuestras almas se vayan levantando a superiores esferas, y descubriendo más vastos y dilatados horizontes por donde tender la mirada y por donde enderezar la voluntad, sedientas ambas de lo infinito.

La poesía lírica y la música son las artes predilectas de la edad presente. Nunca hubo músicos ni poetas líricos tan grandes como los de ahora. En cuanto a los músicos, es tan evidente esta verdad, que es inútil demostrarla. En cuanto a los poetas, den de ella testimonio Byron, Moore, Shelley, Tenison, Wordsworth y tantos otros, en Inglaterra; Lamartine, Víctor-Hugo, Musset y Béranger en Francia; en España, Espronceda, Quintana y Zorrilla; Schiller, Goethe, Platen, Geibel y Heine en Alemania; y en Italia, Manzoni, Parini, Monti, Leopardi y Foscolo, los cuales se adelantan en la forma y en la idea a la mayor parte de los poetas líricos que hubo en los siglos pasados, en sus respectivos países.

Es indudable que si la humanidad llegase a un estado de espiritualismo o misticismo tan puro y etéreo que comprendiese sin forma los pensamientos y sentimientos, o bien a un estado científico tan perfecto que los tuviese ordenados y clasificados lógicamente, deduciendo con método rigoroso todas las consecuencias de sus ideas, encadenándolas todas y encerrándolas luego en una altamente comprensiva y sintética, y aplicando y ajustando sus pasiones a la vida práctica,   -14-   con tan sabia moral y con tan utilitario tino, que todas ellas concurriesen al bien general y al individual juntamente, el arte acabaría; el arte no tendría razón de ser; pero como tal extremo de perfección es imposible, también lo es el aniquilamiento del arte. Este cambiará de formas y de manera, pero no acabará nunca, mientras que la humanidad no acabe.

El poeta de lo presente y de lo venidero no enseñará las ciencias y la moral, como los gnómicos de Grecia; ni como Hesíodo, la religión; ni la física, como Arato, Empédocles y Lucrecio; ni como Virgilio, la agricultura; pero con natural e instintivo vaticinio marcará la senda de las futuras generaciones, y hará lucir el ideal del género humano, presentándole en sus cánticos a los pueblos. El poeta y el músico, y en general el artista de ahora y de los tiempos venideros, satisfarán asimismo o procurarán satisfacer otras necesidades inherentes a todo ser humano, y que no podrán jamás ser satisfechas ni por el bienestar material más cumplido, ni por la ciencia más inconcusa, comprensiva y maravillosa; las necesidades del corazón y de la fantasía, que serían más exigentes y poderosas si las del entendimiento y las de los sentidos llegasen a lograr toda satisfacción y hartura, o pudiesen aquietarse, merced a una educación más eficaz que la de ahora.

La crítica, precediendo en todo artista a la inspiración, es tal vez el único obstáculo serio que puede ofrecerse a la perpetuidad del arte en épocas de una civilización muy adelantada. La crítica, precediendo a la inspiración, parece harto natural en la edad reflexiva   -15-   de los pueblos, y la crítica entonces parece así mismo que ha de ser un estorbo insuperable para que logre el ingenio dar a sus obras la espontaneidad y la frescura que les dio cuando instintivamente y con una inspiración ciega y divina las creaba. Pero esta inspiración inconsciente es de esperar que siempre exista y viva en la idea germinal del poeta o del artista, la cual ha de venir de lo infinito inexplorado; en la forma, en la manera de la expresión, precederá a la inspiración la crítica; mas esto, lejos de ser un mal, será un bien. Todos los grandes poetas, todos los grandes artistas han sido siempre grandes críticos de lo exterior, de la forma: sólo en el fondo misterioso, que en la forma se oculta, se han dejado arrebatar del estro y de una iluminación súbita y de una revelación misteriosa, cuyo significado no entendían, y que los críticos de edades posteriores han desentrañado y explicado.

Cervantes no sabía que D. Quijote era lo ideal y que Sancho era lo real, y si lo hubiera sabido, no hubiera compuesto el más admirable de todos los libros de entretenimiento; hubiera compuesto una alegoría pálida y pedantesca; pero Cervantes sabía y trabajaba con pleno discernimiento crítico de la forma y los pormenores todos de su obra. Virgilio pesó y analizó y criticó sin duda cada uno de los hexámetros1 de sus églogas y de sus poemas, y comprendió con el entendimiento los caracteres de sus personajes y los sentimientos que expresan; sólo la parte divina, la inspiración profética, fue superior a su juicio. Lo propio puede decirse de Dante, de Shakespeare, de Calderón, y   -16-   aun de los poetas de nuestros días, en cuyas obras, cuando duren y pasen a la posteridad con el sello evidente de su mérito, hallarán los críticos claras verdades hoy tan desconocidas para nosotros, como el nacimiento del Redentor y el novísimo movimiento civilizador de Europa, avasallando y domando la tierra, para los coetáneos de Virgilio, y como las constelaciones del hemisferio austral para los de Dante, y como el descubrimiento del Nuevo Mundo para los de Séneca el Trágico.

El arte, por lo tanto, tendrá siempre una misión elevadísima y vivirá sin confundirse ni perderse en la ciencia: vivirá creando la hermosura y soñando y adivinando en el no explorado infinito las futuras verdades, o las hermosas ilusiones que han de servir a los hombres de guía o de consuelo.

La música y la poesía lírica son, por cierto, las dos formas artísticas más propias de nuestra edad; pero esto no excluye que sigan también manifestándose las otras formas. Hasta la misma poesía épica, si bien considerada de cierto modo es imposible en el día, a no ser como trabajo da taracea, de erudición y de puro remedo, todavía es posible y puede ser grande, comprendida del modo conveniente a nuestra civilización. Otro tanto debe afirmarse, aún con más fundamento, del arte dramático.

Las demás artes distan mucho de morir; antes renacen en nuestro siglo y vuelven a ser lo que en el pasado no fueron. La pintura en Bélgica y en Francia vale hoy tanto como en los mejores tiempos; en Alemania   -17-   vale más; en España despierta de un largo sueño, y promete acercarse un poco a su glorioso antiguo estado; sólo en Italia se halla en decadencia. La escultura no ha florecido nunca como en nuestro siglo desde los buenos tiempos de Grecia y de Roma; díganlo Canova, Thorwaldsen, Teneranni y Pradier; y si la arquitectura ha perdido toda originalidad y se limita a reproducir lo pasado, la música, en cambio, crea un universo de armonías, y con el número y los sonidos se diría que encierra lo infinito dentro del tiempo.

Estas y otras razones se alegaron durante la larga discusión que hubo en el Ateneo sobre los destinos del arte, prometiéndoselos felices e inmortales algunos oradores, y singularmente el Sr. Galiano, que hizo el resumen.

El extracto informe y ligero que damos de él nosotros es sólo un pálido y desordenado trasunto de la discusión de la sección de literatura, de la cual, con otro vagar y reposo, acaso hubiéramos acertado a dar una noticia menos confusa y más satisfactoria.





(El Contemporáneo.)



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