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Quién ha visto un entierro en Bucarest

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Quién ha visto un entierro en Bucarest. En el carro mortuorio, a ambos lados con dos blancos ángeles de mármol, yace el sepulcro abierto... sobre una almohada de atlas (raso) blanco bordado con negro yacía la cabeza pálida con los ahuecados rizos negros de la muerte. Caballos vestidos en negro iban al paso tras el melancólico tacto de la marcha de la muerte -sacerdotes en vestidos de seda roja y verde bordada con oro leían murmurando- ante el carro fúnebre -doce chicas vestidas de blanco y volantes con blanco parecían tristes ángeles del dolor que acompañaban a su hermana angelical a la tumba-. ¡Su hermana Angélica! La ropa de atlas blanco sobresalía fuera del ataúd -las manos pequeñas y unidas tenían una pequeña cruz de hueso blanco, los labios apretados y alrededor de su frente había una corona de rosas blancas e hilos de oro-. Su cara morada, los ojos grandes, hundidos, cerrados -una expresión de dolor sonriente- aquí está la campesina hermosa la de Dochia. La canción monótona de los sacerdotes ancianos, el paso perezoso del convoy, la música somnolienta de la marcha, niñas blancas cuyos seres eran enigmas vivos, he aquí la gente que se movía por la calle, mientras que de la torre de la iglesia suenan los genios entumecidos de la lengua de bronce, que gime como un llanto de dolor hacia las nubes que suben al cielo. Miré al cielo arriba con los ojos medio cerrados. Acaso por qué no me pareció que, pálida y santa, en su vestido largo de atlas, sobre su frente coronada de rosas blancas y las manos unidas al pecho la cruz, con los ojos húmedos levantados al cielo como una plegaria, su alma subía entre las nubes dispersas como la sombra blanca de un mártir, subía por la lluvia de rayos, por la nevada de estrellas, hasta que su blancura se perdía en la blancura de la luz plateada del cielo. La raptaba al cielo un canto sublime oído solamente por mí, el canto de aquel maestro divino en su grito: ¡Palestrina!

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