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Quien mucho abarca...

Proverbio en un acto y en prosa

Francisco Pi y Arsuaga



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PERSONAJES
 

 
DON BRAULIO,   director de una fábrica.
DON RUPERTO,   padre de Eustasio.
EUSTASIO.
BENJAMÍN,   empleado de la fábrica de don Braulio.
Un mozo.
Un caballero.
Otro caballero.1


 

Época actual

 



  —3→  

ArribaActo único

 

Decoración: oficina de una fábrica. A un lado cajones cerrados, paquetes, etc. Escritorios de madera. El del director cercado por una barandilla de metal o madera. Algunos bancos. Un estante. Puertas al foro y laterales.

 

Escena I

 

DON BRAULIO, DON RUPERTO y EUSTASIO, de pie. BENJAMÍN sentado en uno de los escritorios y escribiendo. Al levantarse el telón deberá sentirse un ruido parecido al que se escucha en los patios de maquinaria de las fábricas. DON BRAULIO habla a DON RUPERTO, pero por el ruido nada se oye. Después el ruido va cesando, y cuando ha cesado hasta el punto de poderse oír lo que los actores dicen, éstos comienzan esta escena como si continuasen su conversación.

 

RUPERTO.-   (A BRAULIO y por EUSTASIO.)  Pues bien. Aquí se le dejo a usted. Yo creo que ha de quedar usted satisfecho.

BRAULIO.-  Así lo creo. Veremos. Los augurios y las noticias de usted me hacen concebir risueñas esperanzas, y si, como es de suponer, la conducta de su hijo Eustasio responde a esos augurios   —4→   y noticias, le anticipo que podrá ser pronto mi jefe de oficina, y que de ahí le haré socio mío, dándole participación en todos los negocios de la casa.

EUSTASIO.-  Muchas gracias.

RUPERTO.-  Gracias.

BRAULIO.-  No crean ustedes que hablo así solamente por la recomendación eficaz que me presentan, sino porque siento deseos de premiar el mérito de este joven y poder devolver algún día a usted  (A RUPERTO.)  la posición desahogada que la suerte le ha hecho perder en tan poco tiempo.

RUPERTO.-  Quedo desde luego agradecidísimo a la buena acogida que usted nos dispensa. Le repito que creo que se ha de ver usted satisfecho de mi hijo.

EUSTASIO.-  Padre...  (Como reconviniéndole.) 

RUPERTO.-  Ya sé, hijo mío, que no está bien que yo te alabe; pero en esta ocasión, en que se trata de tu porvenir, no puedo menos de hacerlo. Sobre todo, ¿cómo no he de alabarte cuando sé todo lo que has aprendido, cuando sé que es muy difícil que este caballero encuentre para su fábrica un dependiente con tantos conocimientos como tú? ¡Ah! Sólo un padre sabe y aprecia lo que vale la instrucción de un hijo. Yo he gastado contigo un capital para educarte. ¡Si hoy lo tuviera!... Pero dejemos estos recuerdos. Tú hijo, has aprendido mucho. «Quiero saber latín», me dijiste un día, y te puse profesor. «Quiero saber francés», me dijiste otro, y le aprendiste. Así, por este camino, fuiste anhelando cada día conocer   —5→   más la ciencia, y estudiaste inglés y alemán, y ruso y sánscrito, y griego e italiano, y portugués y filosofía, y ciencias exactas y naturales, y derecho, y qué sé yo. Has pasado toda la vida estudiando. Nada te has divertido. Hoy, que de todo necesitamos, aprovecha tu ciencia y recoge el premio de tus afanes.

BRAULIO.-  Está bien, está bien.

RUPERTO.-  Dispense usted, caballero; hablando de mi hijo se van las horas. Ya me voy. Ahí quedas, Eustasio. Cumple con tu deber. Adiós.

EUSTASIO.-  Adiós, padre.

BRAULIO.-  Adiós.



Escena II

 

Dichos, menos DON RUPERTO. Después un mozo.

 

BRAULIO.-   Difícilmente, según veo, hubiera encontrado, desaprovechando esta ocasión, otro joven que me conviniera más que usted. Abundan poco en España los conocedores de lenguas extranjeras. Encuentra usted a lo sumo quien conozca una o dos; pero quien conozca y domine tantas como usted, no le encuentra. Sobre todo, que ese uno que se encuentra no conoce más que eso, y sacándole de ahí, para nada sirve. Conocer lenguas y contabilidad y ciencias y todo, como usted, es dificilísimo. Debe usted ser una inteligencia muy privilegiada.

EUSTASIO.-  Señor...

BRAULIO.-  Sí, debe usted serlo; si no, fuera imposible que tan joven supiera usted tanto.   —6→    (Acerca a EUSTASIO a la mesa donde BENJAMÍN trabaja.)  Aquí tienes un nuevo compañero. Según me dicen, vale mucho. Cuando termines tu trabajo aproxímate a su mesa, hazle que esclarezca tus dudas, fíjate en lo que hace, y, sobre todo, y esto lo digo a los dos, quiero que sean ustedes amigos, amigos verdaderos, puesto que la suerte hace comunes sus afanes en el momento más santo, en el momento de trabajar.

BENJAMÍN.-  Obedeceré a usted, don Braulio. Por lo que toca a este joven, puede desde luego contar con mi amistad.  (Le da la mano.) 

EUSTASIO.-  Y usted con la mía.

BRAULIO.-  ¡Ea! ya están ustedes presentados. Ahora, a trabajar.  (A EUSTASIO, llevándole a uno de los escritorios.)  Aquí tiene usted sus armas. Ahí están todas las cartas extranjeras; conteste usted las que pueda. Lo que urge más son esas cuentas, que es preciso confrontar con el libro. Las que sean para comisiones, rebájelas usted un veinticinco. Extiéndalas usted con arreglo a ese plan, y a medida que vayan estando, toque usted a ese timbre, que el muchacho vendrá y las llevará a su destino.

EUSTASIO.-  Está bien.

BRAULIO.-  Aquí estoy yo.  (Señalando a su escritorio.) 

EUSTASIO.-  Adiós.  (EUSTASIO se sienta frente a su mesa y comienza a revolver papeles. Pausa. Vuelve a oírse el ruido de las máquinas, pero menos fuerte que antes. El ruido debe ser monótono y como de muchas ruedas que se agitan sobre sus   —7→   ejes al mismo tiempo y a compás. La voz de EUSTASIO debe dominar el ruido, aunque se suponga que no es oída de sus compañeros de oficina.)  Pues señor, en mi vida vi tantos papeles juntos. Estas son las cuentas.  (Revolviéndolas.)  Este es comisionista. Es preciso rebajarle un veinticinco. Un veinticinco. ¡Si tuviese aquí mis matemáticas! Un veinticinco. A ver...  (Comienza a sumar y escribir.) 

BENJAMÍN.-   (Aparte.)  Mucho cavila mi compañero.

 

(DON BRAULIO toca un timbre, aparece un mozo, le da unos papeles DON BRAULIO y el mozo desaparece.)

 

EUSTASIO.-  Esto es, digo, debe ser. Lo extenderemos así.  (Comienza a escribir en distintos papeles, revolviendo libros y haciendo notas. Va poniendo aparte los papeles que supone despachados.) 

BENJAMÍN.-   (Aparte.)  Trabaja de prisa.

EUSTASIO.-  Y están las de los comisionistas; no son más que cuatro.

 

(Toca el timbre. Aparece el mismo mozo que antes.)

 

BENJAMÍN.-   (Aparte.)  Si se marchase don   —8→   Braulio hablaría un momento con el joven Eustasio. Dicen que es un sabio.

BRAULIO.-  Benjamín.

BENJAMÍN.-  Voy.  (Se acerca al escritorio de DON BRAULIO y habla con él.) 

EUSTASIO.-  Ya terminé con las cuentas. Vamos a ver las cartas. Esto es todavía más cruel. ¡Si tuviera aquí mis gramáticas! Aquí no habrá ni diccionarios. En España todo está así. Una fábrica de sedas sin una gramática inglesa. Esto sólo pasa en España. Veamos.  (Coge un manojo de cartas. Apartando algunas.)  Inglesa, francesa, alemana, alemana, francesa, italiana. ¿Cómo contestaré yo todo esto? ¡Vaya un apuro! ¡Si me hubiese traído mis gramáticas! Ya saldré. Recordaré lo que pueda.  (Se pone a escribir.) 

BENJAMÍN.-   (Vuelve a su asiento. A DON BRAULIO.)  En seguida estará.

BRAULIO.-  En cuanto esté, lo traes.

BENJAMÍN.-  Bueno. ¿Y qué hago del negocio Isorem?

BRAULIO.-  Ahora despacha eso, que luego veremos.

 

(Entra el mozo.)

 

MOZO.-   (Acercándose a EUSTASIO.)  Señor...

EUSTASIO.-  Lleva esas cuentas.  (Vase el mozo.)  Ya he contestado a tres cartas. Una de cada lengua. Yo creo que no deben estar del todo mal. Ésta está en un francés malo; pero ya lo entenderán. La inglesa y la italiana ya sé yo que tampoco están bien; pero no creo que sean tan tontos que no las entiendan. ¡Si tuviese yo aquí mis gramáticas! ¡Estas fábricas de España, sin una gramática!   —9→   Trabajando con tanto compromiso me desespero. Haber pasado la vida estudiando tanto para no saber nada. Porque ahora que estoy solo puedo decirlo. Tengo de todo generalidades, que cuando quiero aplicar a casos concretos no me sirven de nada. ¡Qué horrible situación!



Escena III

 

Dichos y un caballero.

 

CABALLERO.-  Buenos días, señores. ¿Está don Braulio?

BRAULIO.-  ¿Qué se le ofrece a usted?

CABALLERO.-   Hombre, que me han remitido hoy, ahora mismo, una cuenta que pagué hace dos meses, con la particularidad de que está notablemente rebajada. De modo que de aquí resulta, no que me hayan querido engañar enviándome una cuenta ya pagada, pues esto será una equivocación que por los libros se podrá corregir, sino que me engañaron cuando me remitieron la primera cuenta.

BRAULIO.-  Traiga usted esa cuenta. No entiendo eso.

CABALLERO.-    (Enseñando la cuenta.)  Vea usted. Esas dos mil pesetas, con el veinticinco resultaban mil quinientas; la cuenta que hoy me han remitido es de sólo mil pesetas. Luego me han estafado en la primera cuenta quinientas pesetas, dos mil reales. Porque una equivocación es   —10→   verosímil; pero dos en una misma cuenta es imposible.

BRAULIO.-  Eustasio, usted ha remitido esta cuenta. Traiga usted la matriz.

EUSTASIO.-   (Aparte.)  ¿Y yo qué sé dónde estará?  (Alto.)  Como se la he mandado, no la tengo ya. He roto la otra.

BRAULIO.-  ¡Cómo! Pero ¿está usted loco? A ver, a ver. ¡Vaya una barbaridad! la encontraremos en el libro.  (Al caballero.)  Acérquese usted.  (Comienza a revolver los papeles de EUSTASIO. Saca un libro y lo abre.)  Vea usted, dos mil pesetas  (A EUSTASIO.)  Pero hombre, ¿no le dije a usted que rebajase de las cuentas el veinticinco?

EUSTASIO.-  Pues el veinticinco.

BRAULIO.-  ¿Cómo el veinticinco? De dos mil pesetas, ¿mil son el veinticinco?

EUSTASIO.-  Eso creo.

BRAULIO.-  Es usted un bárbaro. Eso es una majadería. ¡Vaya en un compromiso que me ha puesto la impericia de usted! De buen modo comienza usted a demostrar lo que sabe.

EUSTASIO.-  Como no tengo aquí mis matemáticas...

BRAULIO.-  Ya arreglaremos esto. ¿Se da usted por satisfecho, caballero?

CABALLERO.-   Ante su demostración, sí me doy. Adiós y usted dispense.

BRAULIO.-  Adiós.

 

(Vase el caballero.)

 

  —11→  

Escena IV

 

DON BRAULIO, EUSTASIO, BENJAMÍN, otro caballero.

 

CABALLERO.-   Yo no puedo pasar por esto, don Braulio.

BRAULIO.-  ¿Qué sucede?

CABALLERO.-   En esta cuenta que acabo de recibir, en vez del veinticinco prometido, me hace usted sólo la rebaja del cinco. ¿Le parece a usted esto bien? ¿Es cumplir esto lo estipulado?

BRAULIO.-  A ver, a ver esa cuenta.  (El caballero se la entrega. A EUSTASIO, después de leerla.)  Otra falta de usted. Yo no pasaré por ésta. Usted no me sirve. No sabe usted una palabra. Caballero, se le remitirá a usted la cuenta corregida.

CABALLERO.-   Dispense usted, y gracias.

BRAULIO.-  Adiós.

 

(Vase el caballero. BENJAMÍN se va por la izquierda, como si le faltase algo.)

 


Escena V

 

BRAULIO y EUSTASIO.

 

BRAULIO.-  Amigo mío, en el poco tiempo que está usted en mi casa ha demostrado entender muy poco en ciencias exactas.

  —12→  

EUSTASIO.-  ¡Si tuviese aquí mis matemáticas!

BRAULIO.-  Las operaciones mercantiles exigen hombres que resuelvan los problemas con facilidad y rapidez, pues de lo contrario los negocios se estacionarían y la contabilidad marcharía mal. Lo que es de esto no vuelva usted a ocuparse. ¿Ha escrito usted cartas?

EUSTASIO.-  Sí, señor; aquí están.

BRAULIO.-  En esto no podré yo juzgarle. Aparte del francés y el italiano, que conozco algo, las demás lenguas me son totalmente desconocidas.

EUSTASIO.-   (Aparte.)  Pues con las dos que conoces te bastan para fastidiarme.

BRAULIO.-  A ver esas cartas.

EUSTASIO.-  Aquí están.  (Se las entrega.) 

BRAULIO.-    (Examinándolas.)  ¡Ah, una en francés y otra en italiano!

EUSTASIO.-  Pues ha conocido lo que eran.

BRAULIO.-   (Después de haberlas leído.)  Esto no es francés, y esto no es italiano. ¡Pero hombre, usted y su padre me han engañado miserablemente! Usted no sabe nada de nada. Estas cartas no pueden salir. Amigo mío, lo siento, pero puede usted retirarse. Le pagaré el sueldo de hoy, y aunque sera un par más, por atender la recomendación que de usted me hace mi amigo.

EUSTASIO.-  Señor, si yo tuviese aquí mis matemáticas y mis gramáticas, todo iría bien.

BRAULIO.-  El uso continuo de esos libros es muy bueno para aprender; pero para lo que yo le necesito a usted es un trabajo que ha de demorar   —13→   mucho los negocios. Además, yo no digo que no necesitase usted alguna vez de esos libros; pero usted necesita de ellos mucho tiempo y por muchas horas todavía. Como que aún no los conoce usted bien.



Escena VI

 

Dichos, DON RUPERTO por el foro. BENJAMÍN por la izquierda. Este último se sienta otra vez y comienza a trabajar sin hacer caso de lo que pasa.

 

RUPERTO.-  Buenas tardes, buenas tardes.

BRAULIO.-  Buenas las tenga usted.

RUPERTO.-  ¿Qué tal el niño? ¿Sirve?

BRAULIO.-  Aunque con sentimiento, he de decir a usted que no. Es posible que continúe en mi casa. Tiene que aprender mucho. Él mismo creo que no será tan orgulloso que tema confesarlo.

EUSTASIO.-  Por desgracia, he de considerarme vencido.

RUPERTO.-  Pero eso no puede ser. ¿De qué me ha servido entonces gastar un capital en sostenerle más de veinte profesores, si hoy, en las horas de miseria, su ciencia no le sirve de nada?

BRAULIO.-  No hay tal ciencia, caballero.

RUPERTO.-  Pero esos veinte profesores...

BRAULIO.-  Ahí está mal. Usted tiene la culpa de todo. Ha querido usted enseñarle tanto, que   —14→   nada ha podido aprender. El muchacho no es tonto. Si le hubiese usted dedicado a una sola cosa, hoy podría servirse de ella. Ha perdido su juventud estudiando más de lo que sus fuerzas alcanzaban, y todos los malos ratos que han pasado han sido completamente estériles en resultados. Ya sabe usted, amigo mío, que quien mucho abarca poco aprieta.

RUPERTO.-  ¿De modo que mi miseria no tiene remedio?

BRAULIO.-  Me da usted compasión, y voy a proponerle un medio de que se arregle todo. Si usted quiere, Eustasio puede quedar aquí de escribiente. Al mismo tiempo yo procuraré que le queden algunas horas para estudiar lo que a él más le convenga; pero una sola cosa. Y después de algún tiempo y de algunas amarguras podremos ir realizando el plan que nos habíamos tan prematuramente propuesto comenzar. Todo esto, si la conducta de Eustasio responde a mis deseos.

EUSTASIO.-  Responderá, señor. ¿Cómo no ha de responder, debiéndole a usted tanto favor? Sería yo muy ingrato. Sufriré esta humillación con paciencia, y el tiempo se encargará de lo demás.

BENJAMÍN.-   (Aparte.)  Ya se arreglaron. Me alegro. Eustasio es muy simpático.

RUPERTO.-  Bien, hijo mío. Yo tengo la culpa de todo.

BRAULIO.-  No se apure usted ya; a lo hecho, pecho. Aceptada mi proposición, Eustasio entra   —15→   hoy definitivamente en mi casa, y desde hoy tendrá sueldo. (A EUSTASIO.) 


   Aprenda, pues, tu alma inquieta
a ser en el saber ducho,
porque aquel que abarca mucho
es el que menos aprieta.



 
 
FIN
 
 




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