Escena I
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DON BRAULIO,
DON RUPERTO y EUSTASIO, de pie. BENJAMÍN sentado en uno de los
escritorios y escribiendo. Al levantarse el telón
deberá sentirse un ruido parecido al que se escucha en los
patios de maquinaria de las fábricas. DON BRAULIO habla a DON RUPERTO, pero por el ruido nada se
oye. Después el ruido va cesando, y cuando ha cesado hasta
el punto de poderse oír lo que los actores dicen,
éstos comienzan esta escena como si continuasen su
conversación.
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RUPERTO.- (A BRAULIO y por EUSTASIO.) Pues bien.
Aquí se le dejo a usted. Yo creo que ha de quedar usted
satisfecho.
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BRAULIO.- Así lo creo. Veremos. Los
augurios y las noticias de usted me hacen concebir risueñas
esperanzas, y si, como es de suponer, la conducta de su hijo
Eustasio responde a esos augurios —4→
y noticias, le anticipo que podrá ser pronto mi jefe
de oficina, y que de ahí le haré socio mío,
dándole participación en todos los negocios de la
casa.
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EUSTASIO.- Muchas gracias.
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RUPERTO.- Gracias.
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BRAULIO.- No crean ustedes que hablo así
solamente por la recomendación eficaz que me presentan, sino
porque siento deseos de premiar el mérito de este joven y
poder devolver algún día a usted (A
RUPERTO.)
la posición desahogada que la suerte le ha hecho perder en
tan poco tiempo.
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RUPERTO.- Quedo desde luego
agradecidísimo a la buena acogida que usted nos dispensa. Le
repito que creo que se ha de ver usted satisfecho de mi hijo.
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EUSTASIO.- Padre... (Como
reconviniéndole.)
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RUPERTO.- Ya sé, hijo mío, que no
está bien que yo te alabe; pero en esta ocasión, en
que se trata de tu porvenir, no puedo menos de hacerlo. Sobre todo,
¿cómo no he de alabarte cuando sé todo lo que
has aprendido, cuando sé que es muy difícil que este
caballero encuentre para su fábrica un dependiente con
tantos conocimientos como tú? ¡Ah! Sólo un
padre sabe y aprecia lo que vale la instrucción de un hijo.
Yo he gastado contigo un capital para educarte. ¡Si hoy lo
tuviera!... Pero dejemos estos recuerdos. Tú hijo, has
aprendido mucho. «Quiero saber latín», me
dijiste un día, y te puse profesor. «Quiero saber
francés», me dijiste otro, y le aprendiste.
Así, por este camino, fuiste anhelando cada día
conocer —5→
más la ciencia, y estudiaste inglés y
alemán, y ruso y sánscrito, y griego e italiano, y
portugués y filosofía, y ciencias exactas y
naturales, y derecho, y qué sé yo. Has pasado toda la
vida estudiando. Nada te has divertido. Hoy, que de todo
necesitamos, aprovecha tu ciencia y recoge el premio de tus
afanes.
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BRAULIO.- Está bien, está
bien.
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RUPERTO.- Dispense usted, caballero; hablando de
mi hijo se van las horas. Ya me voy. Ahí quedas, Eustasio.
Cumple con tu deber. Adiós.
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EUSTASIO.- Adiós, padre.
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BRAULIO.- Adiós.
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Escena II
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Dichos, menos DON
RUPERTO. Después un mozo.
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BRAULIO.-
Difícilmente, según veo, hubiera
encontrado, desaprovechando esta ocasión, otro joven que me
conviniera más que usted. Abundan poco en España los
conocedores de lenguas extranjeras. Encuentra usted a lo sumo quien
conozca una o dos; pero quien conozca y domine tantas como usted,
no le encuentra. Sobre todo, que ese uno que se encuentra no conoce
más que eso, y sacándole de ahí, para nada
sirve. Conocer lenguas y contabilidad y ciencias y todo, como
usted, es dificilísimo. Debe usted ser una inteligencia muy
privilegiada.
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EUSTASIO.- Señor...
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BRAULIO.- Sí, debe usted serlo; si no,
fuera imposible que tan joven supiera usted tanto.
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(Acerca a EUSTASIO a la mesa donde BENJAMÍN
trabaja.) Aquí tienes un nuevo
compañero. Según me dicen, vale mucho. Cuando
termines tu trabajo aproxímate a su mesa, hazle que
esclarezca tus dudas, fíjate en lo que hace, y, sobre todo,
y esto lo digo a los dos, quiero que sean ustedes amigos, amigos
verdaderos, puesto que la suerte hace comunes sus afanes en el
momento más santo, en el momento de trabajar.
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BENJAMÍN.- Obedeceré a usted, don
Braulio. Por lo que toca a este joven, puede desde luego contar con
mi amistad. (Le da la mano.)
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EUSTASIO.- Y usted con la mía.
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BRAULIO.- ¡Ea! ya están ustedes
presentados. Ahora, a trabajar. (A EUSTASIO, llevándole a uno de
los escritorios.) Aquí tiene usted sus armas.
Ahí están todas las cartas extranjeras; conteste
usted las que pueda. Lo que urge más son esas cuentas, que
es preciso confrontar con el libro. Las que sean para comisiones,
rebájelas usted un veinticinco. Extiéndalas usted con
arreglo a ese plan, y a medida que vayan estando, toque usted a ese
timbre, que el muchacho vendrá y las llevará a su
destino.
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EUSTASIO.- Está bien.
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BRAULIO.- Aquí estoy yo.
(Señalando a su
escritorio.)
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EUSTASIO.- Adiós.
(EUSTASIO se
sienta frente a su mesa y comienza a revolver papeles. Pausa.
Vuelve a oírse el ruido de las máquinas, pero menos
fuerte que antes. El ruido debe ser monótono y como de
muchas ruedas que se agitan sobre sus —7→
ejes al mismo tiempo y a compás. La voz de
EUSTASIO debe dominar el
ruido, aunque se suponga que no es oída de sus
compañeros de oficina.) Pues señor, en
mi vida vi tantos papeles juntos. Estas son las cuentas.
(Revolviéndolas.) Este es
comisionista. Es preciso rebajarle un veinticinco. Un veinticinco.
¡Si tuviese aquí mis matemáticas! Un
veinticinco. A ver... (Comienza a sumar y
escribir.)
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BENJAMÍN.-
(Aparte.) Mucho cavila mi
compañero.
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(DON BRAULIO toca
un timbre, aparece un mozo, le da unos papeles DON BRAULIO y el mozo
desaparece.)
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EUSTASIO.- Esto es, digo, debe ser. Lo
extenderemos así. (Comienza a escribir en
distintos papeles, revolviendo libros y haciendo notas. Va poniendo
aparte los papeles que supone despachados.)
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BENJAMÍN.-
(Aparte.) Trabaja de prisa.
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EUSTASIO.- Y están las de los
comisionistas; no son más que cuatro.
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(Toca el timbre. Aparece el mismo mozo que
antes.)
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BENJAMÍN.-
(Aparte.) Si se marchase don
—8→
Braulio hablaría un momento con el joven Eustasio.
Dicen que es un sabio.
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BRAULIO.- Benjamín.
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BENJAMÍN.- Voy. (Se acerca
al escritorio de DON
BRAULIO y habla con él.)
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EUSTASIO.- Ya terminé con las cuentas.
Vamos a ver las cartas. Esto es todavía más cruel.
¡Si tuviera aquí mis gramáticas! Aquí no
habrá ni diccionarios. En España todo está
así. Una fábrica de sedas sin una gramática
inglesa. Esto sólo pasa en España. Veamos.
(Coge un manojo de cartas. Apartando
algunas.) Inglesa, francesa, alemana, alemana,
francesa, italiana. ¿Cómo contestaré yo todo
esto? ¡Vaya un apuro! ¡Si me hubiese traído mis
gramáticas! Ya saldré. Recordaré lo que pueda.
(Se pone a escribir.)
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BENJAMÍN.- (Vuelve a su
asiento. A DON
BRAULIO.) En seguida estará.
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BRAULIO.- En cuanto esté, lo traes.
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BENJAMÍN.- Bueno. ¿Y qué
hago del negocio Isorem?
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BRAULIO.- Ahora despacha eso, que luego
veremos.
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(Entra el mozo.)
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MOZO.- (Acercándose a
EUSTASIO.)
Señor...
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EUSTASIO.- Lleva esas cuentas.
(Vase el mozo.) Ya he contestado a
tres cartas. Una de cada lengua. Yo creo que no deben estar del
todo mal. Ésta está en un francés malo; pero
ya lo entenderán. La inglesa y la italiana ya sé yo
que tampoco están bien; pero no creo que sean tan tontos que
no las entiendan. ¡Si tuviese yo aquí mis
gramáticas! ¡Estas fábricas de España,
sin una gramática! —9→
Trabajando con tanto compromiso me desespero. Haber pasado
la vida estudiando tanto para no saber nada. Porque ahora que estoy
solo puedo decirlo. Tengo de todo generalidades, que cuando quiero
aplicar a casos concretos no me sirven de nada. ¡Qué
horrible situación!
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Escena III
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Dichos y un caballero.
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CABALLERO.- Buenos días, señores.
¿Está don Braulio?
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BRAULIO.- ¿Qué se le ofrece a
usted?
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CABALLERO.-
Hombre, que me han remitido hoy, ahora mismo, una
cuenta que pagué hace dos meses, con la particularidad de
que está notablemente rebajada. De modo que de aquí
resulta, no que me hayan querido engañar enviándome
una cuenta ya pagada, pues esto será una equivocación
que por los libros se podrá corregir, sino que me
engañaron cuando me remitieron la primera cuenta.
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BRAULIO.- Traiga usted esa cuenta. No entiendo
eso.
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CABALLERO.-
(Enseñando la
cuenta.) Vea usted. Esas dos mil pesetas, con el
veinticinco resultaban mil quinientas; la cuenta que hoy me han
remitido es de sólo mil pesetas. Luego me han estafado en la
primera cuenta quinientas pesetas, dos mil reales. Porque una
equivocación es —10→
verosímil; pero dos en una misma cuenta es
imposible.
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BRAULIO.- Eustasio, usted ha remitido esta
cuenta. Traiga usted la matriz.
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EUSTASIO.-
(Aparte.) ¿Y yo qué
sé dónde estará?
(Alto.) Como se la he mandado, no la
tengo ya. He roto la otra.
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BRAULIO.- ¡Cómo! Pero
¿está usted loco? A ver, a ver. ¡Vaya una
barbaridad! la encontraremos en el libro. (Al
caballero.) Acérquese usted.
(Comienza a revolver los papeles de EUSTASIO. Saca un libro y lo
abre.) Vea usted, dos mil pesetas (A
EUSTASIO.)
Pero hombre, ¿no le dije a usted que rebajase de las cuentas
el veinticinco?
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EUSTASIO.- Pues el veinticinco.
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BRAULIO.- ¿Cómo el veinticinco? De
dos mil pesetas, ¿mil son el veinticinco?
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EUSTASIO.- Eso creo.
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BRAULIO.- Es usted un bárbaro. Eso es una
majadería. ¡Vaya en un compromiso que me ha puesto la
impericia de usted! De buen modo comienza usted a demostrar lo que
sabe.
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EUSTASIO.- Como no tengo aquí mis
matemáticas...
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BRAULIO.- Ya arreglaremos esto. ¿Se da
usted por satisfecho, caballero?
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CABALLERO.-
Ante su demostración, sí me doy.
Adiós y usted dispense.
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BRAULIO.- Adiós.
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(Vase el caballero.)
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Escena IV
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DON BRAULIO,
EUSTASIO, BENJAMÍN, otro
caballero.
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CABALLERO.-
Yo no puedo pasar por esto, don Braulio.
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BRAULIO.- ¿Qué sucede?
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CABALLERO.-
En esta cuenta que acabo de recibir, en vez del
veinticinco prometido, me hace usted sólo la rebaja del
cinco. ¿Le parece a usted esto bien? ¿Es cumplir esto
lo estipulado?
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BRAULIO.- A ver, a ver esa cuenta.
(El caballero se la entrega. A EUSTASIO, después de
leerla.) Otra falta de usted. Yo no pasaré
por ésta. Usted no me sirve. No sabe usted una palabra.
Caballero, se le remitirá a usted la cuenta corregida.
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CABALLERO.-
Dispense usted, y gracias.
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BRAULIO.- Adiós.
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(Vase el caballero. BENJAMÍN se va por la
izquierda, como si le faltase algo.)
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Escena V
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BRAULIO y
EUSTASIO.
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BRAULIO.- Amigo mío, en el poco tiempo
que está usted en mi casa ha demostrado entender muy poco en
ciencias exactas.
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—12→
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EUSTASIO.- ¡Si tuviese aquí mis
matemáticas!
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BRAULIO.- Las operaciones mercantiles exigen
hombres que resuelvan los problemas con facilidad y rapidez, pues
de lo contrario los negocios se estacionarían y la
contabilidad marcharía mal. Lo que es de esto no vuelva
usted a ocuparse. ¿Ha escrito usted cartas?
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EUSTASIO.- Sí, señor; aquí
están.
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BRAULIO.- En esto no podré yo juzgarle.
Aparte del francés y el italiano, que conozco algo, las
demás lenguas me son totalmente desconocidas.
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EUSTASIO.- (Aparte.)
Pues con las dos que conoces te bastan para
fastidiarme.
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BRAULIO.- A ver esas cartas.
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EUSTASIO.- Aquí están.
(Se las entrega.)
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BRAULIO.-
(Examinándolas.)
¡Ah, una en francés y otra en
italiano!
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EUSTASIO.- Pues ha conocido lo que eran.
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BRAULIO.- (Después de
haberlas leído.) Esto no es francés, y
esto no es italiano. ¡Pero hombre, usted y su padre me han
engañado miserablemente! Usted no sabe nada de nada. Estas
cartas no pueden salir. Amigo mío, lo siento, pero puede
usted retirarse. Le pagaré el sueldo de hoy, y aunque sera
un par más, por atender la recomendación que de usted
me hace mi amigo.
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EUSTASIO.- Señor, si yo tuviese
aquí mis matemáticas y mis gramáticas, todo
iría bien.
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BRAULIO.- El uso continuo de esos libros es muy
bueno para aprender; pero para lo que yo le necesito a usted es un
trabajo que ha de demorar —13→
mucho los negocios. Además, yo no digo que no
necesitase usted alguna vez de esos libros; pero usted necesita de
ellos mucho tiempo y por muchas horas todavía. Como que
aún no los conoce usted bien.
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Escena VI
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Dichos, DON
RUPERTO por el foro. BENJAMÍN por la izquierda. Este
último se sienta otra vez y comienza a trabajar sin hacer
caso de lo que pasa.
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RUPERTO.- Buenas tardes, buenas tardes.
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BRAULIO.- Buenas las tenga usted.
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RUPERTO.- ¿Qué tal el niño?
¿Sirve?
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BRAULIO.- Aunque con sentimiento, he de decir a
usted que no. Es posible que continúe en mi casa. Tiene que
aprender mucho. Él mismo creo que no será tan
orgulloso que tema confesarlo.
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EUSTASIO.- Por desgracia, he de considerarme
vencido.
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RUPERTO.- Pero eso no puede ser. ¿De
qué me ha servido entonces gastar un capital en sostenerle
más de veinte profesores, si hoy, en las horas de miseria,
su ciencia no le sirve de nada?
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BRAULIO.- No hay tal ciencia, caballero.
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RUPERTO.- Pero esos veinte profesores...
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BRAULIO.- Ahí está mal. Usted
tiene la culpa de todo. Ha querido usted enseñarle tanto,
que —14→
nada ha podido aprender. El muchacho no es tonto. Si le
hubiese usted dedicado a una sola cosa, hoy podría servirse
de ella. Ha perdido su juventud estudiando más de lo que sus
fuerzas alcanzaban, y todos los malos ratos que han pasado han sido
completamente estériles en resultados. Ya sabe usted, amigo
mío, que quien mucho abarca poco aprieta.
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RUPERTO.- ¿De modo que mi miseria no
tiene remedio?
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BRAULIO.- Me da usted compasión, y voy a
proponerle un medio de que se arregle todo. Si usted quiere,
Eustasio puede quedar aquí de escribiente. Al mismo tiempo
yo procuraré que le queden algunas horas para estudiar lo
que a él más le convenga; pero una sola cosa. Y
después de algún tiempo y de algunas amarguras
podremos ir realizando el plan que nos habíamos tan
prematuramente propuesto comenzar. Todo esto, si la conducta de
Eustasio responde a mis deseos.
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EUSTASIO.- Responderá, señor.
¿Cómo no ha de responder, debiéndole a usted
tanto favor? Sería yo muy ingrato. Sufriré esta
humillación con paciencia, y el tiempo se encargará
de lo demás.
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BENJAMÍN.- (Aparte.)
Ya se arreglaron. Me alegro. Eustasio es muy
simpático.
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RUPERTO.- Bien, hijo mío. Yo tengo la
culpa de todo.
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BRAULIO.- No se apure usted ya; a lo hecho,
pecho. Aceptada mi proposición, Eustasio entra
—15→
hoy definitivamente en mi casa, y desde hoy tendrá
sueldo. (A EUSTASIO.)
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Aprenda, pues, tu
alma inquieta |
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a ser en el saber ducho, |
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porque aquel que abarca mucho |
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es el que menos aprieta. |
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