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ArribaAbajoGüiraldes y el ambiente intelectual de su tiempo

Los silencios de Güiraldes

He subrayado en otro lugar que Güiraldes era un tapao como Don Segundo Sombra. Por eso no siempre se lo ha entendido bien. Güiraldes ha guardado silencio respecto a cosas que son claves para la inteligencia cabal de un autor y de su obra. Me voy a referir hoy al nacionalismo de su época y a su propio y personal nacionalismo, que debió de ser entrañable pero que pasó inadvertido o casi inadvertido durante muchos años. Para entrar en el tema conviene evocar uno de sus silencios, botón que nos baste para muestra. Este silencio se produce, curiosamente, cuando parece más locuaz y comunicativo que de ordinario. La fecha es junio de 1925, mientras Güiraldes trabaja sobre Don Segundo Sombra y no mucho antes de la gloria y de la muerte.

En las Obras completas, su autobiografía ocupa doce páginas. El destinatario de esta larga confidencia es Guillermo de Torre. Güiraldes cuenta a Torres cuáles fueron sus lecturas desde la niñez. Su despertar literario se produce en alemán. A los doce años descubre libros franceses. Sus autores favoritos serán Flaubert, Baudelaire, Mallarmé, Laforgue, Corbière, etc. Habla de ellos con entusiasmo, repite una y otra vez sus nombres. Como con pudor, como confesando un grave error, confía a Torre que entre los 12 y los 14 años ha leído Campoamor, a Espronceda, a Núñez de Arce, a Bécquer. Añade el nombre de un hispanoamericano: el de Jorge Isaacs. Y pasa por esto como sobre ascuas. Este interés por lo hispánico es un sarampión en los umbrales de la pubertad y, como tal, se cura pronto.

Bien: Lo que interesa subrayar aquí no es su rechazo explícito de Campoamor o Bécquer sino algo, sí, importante: en la historia de su evolución intelectual menciona a un sólo escritor argentino, muy de   —156→   pasada, entre un alemán y un francés y tras la escueta mención de Darío. Este escritor es Lugones125.

¿Significa esto que ningún otro escritor argentino ha ejercido la más mínima influencia en la formación de su espíritu? La pregunta no es improcedente. Recordemos que en junio de 1925 está él redactando un libro que será el último de una hoy célebre trilogía -digamos- y va a asociar el título de este libro al de uno escrito en 1845 y al de otro en 1872 y 1879. Es de esperarse, pues, que el autor de DON SEGUNDO SOMBRA, mientras cabalga idealmente junto a su héroe por la llanura, se acuerde de quienes también, antes que él, le señalaron rumbos que iba a seguir o a rechazar. Güiraldes, sin embargo, guarda silencio. No tiene una palabra sobre los que lo precedieron en el ejercicio de la poesía acerca de la Pampa. Habla, sí, como hablaría un escritor francés, sobre autores franceses a cuya tradición artística se adscribe con evidente fervor. «¡¡¡Descubrí a Mallarmé!!!» prorrumpe. Y para denotar mayor énfasis a lo que profiere multiplica los signos de admiración.

Este silencio nos interesa porque es representativo de una actitud que despistó a mucha gente para quien Güiraldes ha sido un afrancesado sin verdadero arraigo espiritual en su patria. Ahora bien: la autobiografía que en junio de 1925 traza para Guillermo de Torre es una carta. Esta carta -no lo olvidemos- quedó en borrador. Nunca fue expedida. He aquí otra forma de silencio.

El ambiente mental

Sin embargo, dos meses después de haber callado lo que a autores argentinos atañe, Güiraldes escribe a Valéry Larbaud. No olvidemos la fecha: agosto de 1925. Y en esta carta sí se manifiesta conscientemente inserto en la tradición literaria criolla. En ella relata la alucinación de Ceilán -episodio acaso decisivo en su evolución espiritual- y en seguida discurre con lucidez crítica sobre Sarmiento y José Hernández. Da la impresión de que él, ahora, está a punto de revelar lo nuevo que, en lo que mira al gaucho, se propone decir en su novela. En efecto, advertimos que Güiraldes lo entiende todo muy bien; que habla desde una perspectiva histórica que le permite ver mejor las realidades. Sarmiento fue el detractor (no sin lucha interior) del gaucho; Hernández, el defensor-pedagogo, del gaucho. Y nos parece que va a agregar que a él, Güiraldes, le toca asumir una actitud diferente en la dialéctica de las valoraciones: que él será, además del exaltador, no el pedagogo sino el discípulo (el discípulo algo más que literario, se entiende) del gaucho... Casi, casi, casi, este autor que está escribiendo la tercera obra de la Trilogía gauchesca, rompe del todo la serie de sus silencios y formula,   —157→     —158→   fuera de la ficción, el propósito de simbolización que le anima al trazar la historia del magisterio de Don Segundo y del discipulado de Fabio Cáceres. Poco falta, en efecto, para que nos comunique, o le comunique a Larbaud, que el Facundo fue la tesis; el Martín Fierro la antítesis, y que ahora, Don Segundo, ha de ser la síntesis. Advertimos, insisto, que al enfrentarse con Sarmiento y con Hernández, este poeta tenido por un semi expatriado, un europeísta, un cajetilla extranjerizante, ha madurado un pensamiento nacionalista personal en torno al gaucho y a los no gauchos.

Ricardo Güiraldes

Ricardo Güiraldes

[Página 157]

Escuchemos, pues, con suma atención a Güiraldes cuando tras de relatar su alucinación en Ceilán, opina sobre el Facundo y el Martín Fierro. Y no sólo porque es un hombre de silencios que duran años, sino porque es hombre de reflexiones tenaces sobre sus temas y, además, alguien que ha elegido un angosto camino de perfección y que abomina de cuanto sea insinceridad, mistificación, farsa. «No creo en las influencias -confiesa a Larbaud-. Y este temperamento se basa en que creo mucho más en un medio ambiente intelectual».

Esto, como lo que sigue es muy conocido; se reduce a argüir que, merced a ese medio ambiente intelectual o necesidad de época o ambiente mental, como se quiera, los inmersos en él tendrán el mismo tono y dirán la misma cosa aunque estén unos en Londres, otros en Sidney, otros en Calcuta, y otros en Buenos Aires126.

Si esto cree Güiraldes en plena madurez intelectual, ha de ser por alguna razón seria. Por consiguiente, para sorprender el sentido de su visión del gaucho y de lo argentino, se habrá de tener en cuenta el medio ambiente intelectual, el ambiente mental, la necesidad de época, en que Güiraldes se encontró viviendo. Como Don Segundo Sombra es una obra criollista y versa sobre un tipo de hombre y de vida ya pasados a la leyenda y al folklore, nos interesa sobremanera determinar el componente argentino del ambiente mental durante el primer cuarto del siglo XX.

Para describir este ambiente mental basta una fórmula verbal en cuyo sujeto hallamos un neologismo muy de la época: La argentinidad estaba en peligro. Si se pregunta ahora qué ponía en peligro a la argentinidad, la respuesta se encierra en una palabra que sin falta se emplea cuando se habla de aquel peligro: el cosmopolitismo. Si en los cinco primeros lustros del siglo, y aún después, se hubiese preguntado a un argentino alerta y cultivado cómo se podía conjurar ese peligro, la respuesta hubiera sido más o menos esta: «Hay que continuar la tradición de nuestro pueblo». Esto precisamente preconizaba la generación llamada del Centenario o de la restauración nacionalista, como también podría llamarse. Los coetáneos de Güiraldes nos cuenta uno de   —159→     —160→   ellos, -Manuel Gálvez- formaban un grupo «ardientemente nacionalista, dando a esta palabra -aclara- un vasto significado, no el restringido que tiene ahora». Gálvez se refiere a los escritores nacidos en el quinquenio 1879-1884, arguyendo que estas fechas son, naturalmente, aproximadas. Él, como Ricardo Rojas, ha nacido en 1882 y es por tanto cuatro años mayor que Güiraldes. «Dos escritores de nuestro grupo -declara- Ricardo Rojas en La restauración nacionalista, libro aparecido en 1909, y Manuel Gálvez en El diario de Gabriel Quiroga, publicado en 1910, serán los primeros en preconizar un nacionalismo argentino»127. Esto no es exacto y el mismo Gálvez se corrige enseguida. Antes que ellos, Emilio Bécker formuló el credo generacional sin emplear la palabra nacionalismo sino otra, la ya mencionada palabra epocal: cosmopolitismo. En 1906 Bécker escribió en La Nación: «Todo debe, pues, inclinarnos a defender el grupo nacional contra las invasiones disolventes, afirmando nuestra improvisada sociedad sobre el cimiento de una sólida tradición. El cosmopolitismo llegó a tener entre nosotros, por un instante, el aspecto de una filosofía humanitaria y aún deslumbró a las inteligencias incautas por su prestigio de utopía realizable. Creyose que la anarquía de las razas era la imagen de la sociedad futura y que el idioma del provenir sería la lengua de Babel»128.

Don Segundo Ramírez

Don Segundo Ramírez, inspirador de Don Segundo Sombra

[Página 159]

Sin duda, Bécker alude nada menos que al gran Alberdi, profeta fallecido más de veinte años atrás que, en la Babel y en el caos, veía la fragua de la grandeza argentina. Ahora bien: no sólo los coetáneos de Güiraldes sino hombres de pensamiento nacidos mucho antes ya habían denunciado el peligro de la disolución nacional. Sarmiento había vociferado contra «el mito babilónico», contra «la Babel de banderas» y, anciano ya, en 1883, se preguntaba: «¿Argentinos? Desde cuándo y hasta dónde; bueno es darse cuenta de ello». Ricardo Rojas contestaría a Sarmiento en el libro titulado Blasón de plata, de 1912129. José Enrique Rodó, en 1900, en Ariel, había dado la señal de alarma «contra la afluencia inmigratoria que se incorpora a un núcleo aún débil»130.

Y hasta el desdeñoso francés argentinizado, autor de páginas de áspera censura y de quien Güiraldes fue una de las últimas víctimas, -Paul Groussac- escribía en aquella época: «Están sufriendo alteración profunda todos los elementos nacionales: lengua, instituciones políticas, gustos e ideas tradicionales. A impulsos de un progreso spenceriano, que es realmente el triunfo de la heterogeneidad, debemos temer que las preocupaciones materiales desalojen gradualmente del alma argentina las puras aspiraciones, sin cuyo imperio toda prosperidad nacional se edifica sobre arena. Ante el eclipse posible de todo ideal, sería poco alarmarnos por el olvido de nuestras tradiciones: correría peligro la misma nacionalidad»131.

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La expresión más enérgica y sistemática de la preocupación nacional de la época se halla en la obra ya nombrada en 1909, La restauración nacionalista. Dicho sea entre paréntesis que el nacionalismo no es el único contenido ambiental de los tiempos. También de 1909 es el Manifiesto del Partido Socialista. Leamos de él un párrafo para ver que el que llamamos lenguaje epocal es el mismo en bocas de gentes de muy diversa ideología. El manifiesto evidencia la preocupación nacionalista y el afán de argentinizar a la república o, lo que sería aún más interesante a los efectos de este trabajo, el deseo de congraciarse con el clima de opinión dominante:

«El movimiento obrero argentino es obra de hombres nacidos aquí y en otros países, como tiene que ser toda sana actividad colectiva en un país cosmopolita... El movimiento obrero hace obra de argentinización librando a nativos y extranjeros de prejuicios de raza...»132.

Ricardo Rojas, como su maestro Sarmiento a quien glorifica, ratifica y rectifica en escritos de todos conocidos, es también ante todo un educador; un educador afanoso de educar al Soberano. Por eso, en 1909, amonesta gravemente: «No sigamos tentando a la muerte con nuestro cosmopolitismo sin historia y nuestra escuela sin patria... Para restaurar el espíritu nacional, en medio de esta sociedad donde se ahoga, salvemos la escuela argentina, ante el clero exótico, ante el poblador exótico y ante la prensa que refleja nuestra vida exótica sin conducirla, pues el criterio con que los propios periódicos se realizan carece aquí de espíritu nacional»133.

En carta a su amigo Miguel de Unamuno, Rojas explica el sentido de su prédica: «Se trata de salvar la cohesión nacional, la tradición como fuerza de perduración y el idioma como instrumento de conquista...». Pocos temas interesan tanto a Unamuno como el de Rojas. Por eso publica en La Nación de Buenos Aires, en 1910, dos artículos, uno titulado «La restauración nacionalista». El ambiente mental nacionalista no se circunscribe al Río de la Plata ni -dicho sea sin aclaraciones- a los países de lengua española. Oigamos a Unamuno desde Salamanca: «La restauración nacionalista con que Rojas sueña, como toda restauración nacional -y aquí la nuestra, la española, tan amenazada por lo torcidamente que se entiende eso de la europeización-, tiene que empezar por la escuela; la escuela debe ser ahí la cuna de la argentinidad, como la escuela debe aquí ser la cuna de la españolidad... Y en la argentinidad es donde tiene que buscar la Argentina su universalidad».

En 1912 Unamuno felicita a Rojas por su prédica: «Está usted haciendo una obra profundamente religiosa, obra de profeta. Porque   —162→   Dios sólo se revela a través de las patrias. Y él, Dios, el Dios argentino, se lo premiará, y le pondrá un día a la diestra de Sarmiento, el gran vidente»134.

En suma: está en el ambiente de la época el tema de defender la tradición. Era la misión, el quehacer, digamos, de la generación coetánea de Güiraldes. No hace falta, sin embargo, postular una generación de 1910 o del Centenario o como quiera llamársele para hacer de ella surgir el contenido mental de la época. «¿Qué es una generación?», pregunta el biógrafo de un miembro conspicuo de la del Centenario. «Una generación es, tal como la entienden los intelectuales... un grupo, nada más que un autogrupo integrado por una treintena de autocomponentes que un día dan en la peregrina idea de elegir un café y redactar unos estatutos con miras a inscribirse en el Registro Nacional de la Posteridad»135. Haya o no haya habido la generación que Gálvez y otros han caracterizado, el hecho es que hubo una genuina preocupación acerca de la argentinidad en peligro. Y es un hecho el que esta preocupación constituye una cuestión palpitante en el primer cuarto de este siglo, esto es, cuando se forma la mente de Güiraldes, y, en el último lustro de ese lapso, se va gestando Don Segundo Sombra. Recordemos que, si en 1910 se corrige el slogan de los que más de medio siglo antes vencieron en Caseros y se dice «Gobernar es argentinizar», no ya poblar, en 1925, una de las mentes argentinas más poderosas y veraces, lleva a cabo el balance y liquidación de la ideología de Alberdi. Para entonces Fabio Cáceres se ha hecho hombre y Don Segundo ya está pensando en despedirse de su ahijado. El filósofo Alejandro Korn, en la revista Valoraciones, revista de que es hoy, en 1925, colaborador Güiraldes, escribe: «Cabe preguntar también si nos hemos de limitar a reproducir una copia simiesca de la cultura europea. ¿Todavía no estamos saturados? ¿No conviene reflexionar si la europeización de las catorce tribus ha llegado a un punto en que es lícito reclamar los fueros de la personalidad propia y dejar de ser receptores pasivos de influencias extrañas? De la Babel, del caos, saldrá un día brillante y nítida la nacionalidad sudamericana. Así pronosticaba Alberti. ¿No tenemos ya bastante caos?»136. Korn denuncia «la perversión del sentimiento nacional... por el histrionismo patriotero y el cosmopolitismo trashumante»137. En el mismo ensayo de revisión filosófica, el maestro se adhiere explícitamente al nacionalismo preconizado en vísperas del Centenario: «Ricardo Rojas -recuerda- lanzó el gran pensamiento de la restauración nacionalista, no como un retorno al pasado, ni como culto postizo a los próceres, sino como una palingenesia de energías ingénitas e históricas latentes en las entrañas de nuestro pueblo»138.

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Algunos aspectos del credo nacionalista se prestan a discusión.

Esto nos interesa ver con claridad porque tiene importancia en lo que mira al joven Güiraldes y a las conclusiones personales a que él debió de llegar por su cuenta. En 1913 Rojas inaugura la cátedra de Literatura Argentina en Buenos Aires. Desde ella opina que el Martín Fierro es a los argentinos lo que la Chanson de Roland para los franceses y el Mío Cid para los españoles. Esto suscita controversias. La revista Nosotros nada menos organiza una encuesta. En 1917 Lugones proclama epopeya nacional el poema de Hernández139. Entre esas dos fechas, Güiraldes, silenciosamente, anota: «Yo tuve en Europa el sentimiento de la podredumbre. Encarnaba la definición del gringo por Martín Fierro: "Y cuando pescan un naco / uno a otro se lo quitan". ¡Oro! Maldición que pesa sobre su brillo atrayente... ¿Será el crepúsculo de las potencias?140.

Estamos a 3 de agosto de 1914. Estamos, pues, a doce años de la publicación de Don Segundo Sombra. Nótese que Güiraldes ya mira al gringo, esto es, a Europa concebida como sociedad éticamente... putrefacta, desde la perspectiva de Martín Fierro. Ya se verifica en su espíritu en 1914 una confrontación de «valores foráneos» y «valores criollos» o, mejor, del gaucho. Ya está Güiraldes con Hernández y, acaso, ya se prepare para ir más lejos. Se colige que en 1914, nuestro poeta, adscrito deliberadamente en la tradición literaria gauchesca, adopta una actitud no europeísta. Él no es de los que se conformen con una «imitación simiesca» de todo lo europeo.

Ahora, ateniéndonos a uno de los documentos más reveladores de Güiraldes, fechado en agosto de 1925, se nos permite a asistir al momento en que cristaliza su forma peculiar de nacionalismo. La confesión -llamémosla así- de Güiraldes a Larbaud, fija este momento tres lustros antes de Don Segundo Sombra, esto es, en los días del Centenario.

La revelación ocurre en Ceilán. Güiraldes anticipa en muchos años al Borges que, en casa de Carlos Argentino, encuentra El Aleph y contempla el Universo. La visión de Güiraldes, no es, empero, omnímoda; se limita al mapamundi y, dentro de él, a la Argentina: «su territorio, su historia, sus hombres». Pero la descripción pormenorizada de esa visión no hubiera diferido mucho de la que en treinta y siete enumeraciones de incantatorias anáforas nos ofrece Borges de la suya. Güiraldes fuma pipas de haschich y accede a la verdad. Lo que ve -subrayemos- lo ve desde su conocimiento de civilizaciones completas y ya en retroceso. Y es entonces cuando aprende que la Argentina era un país no hecho todavía; aprende que «todo en él era imitación y aprendizaje y sometimiento»; aprende que en ese territorio que va desde la   —164→   nieve al trópico en los dos sentidos de latitud y altura», no hay personalidad. «Salvo -exceptúa- salvo en el gaucho que, ya bien de pie, decía su palabra nueva». Lo que sigue es desarrollo de esta profesión de admiración por la originalidad espiritual del gaucho. Y, enseguida, su discusión acerca de los que hoy debemos llamar sus antecesores literarios: Sarmiento y Hernández141.

Para ganar en alma hay que saber entrar en ese hombre, el gaucho. Esto piensa Güiraldes, no olvidemos, en agosto de 1925. Y esto es lo que entonces está haciendo Fabio Cáceres: está ganando en alma para después llevar la suya por adelante como madrina de tropilla.

Borges aseveró en 1952 que la novela, como el Canto Undécimo de La Odisea, era una evocación ritual de los muertos; que, en suma, es una elegía. En la novela hay una elegía -el adiós en el crepúsculo-; pero no es, ni mucho menos, toda ella, una elegía. A Güiraldes le interesa el pasado por lo que en él hay de tradición viviente; según Güiraldes, para «asimilar horizontes», «para huir de lo viejo», para «arrancarse de lo conocido» para tener «alma de proa» hay que tener, primero, alma de gaucho142.

Fabio la tiene cuando se despide de su padrino. Va a asimilar otros horizontes, va a beber lo que viene. Pero, claro, no puede menos de entristecerse al decir adiós.

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«Don Segundo lo hemos escrito todos. Estaba en nosotros y nos alegramos de que exista en letra impresa»143. Esta declaración de enero de 1927 para Valéry Larbaud debe interpretarse a la luz de aquello antes subrayado sobre «los ambientes mentales». ¿Por qué estaba en nosotros Don Segundo? Pues ha de ser porque, en el ambiente que todos respiraban, estaba el afán de una repristinación del alma argentina. En Fabio, en la Argentina de hoy, se había producido este anhelo. Se había restaurado el espíritu nacional, el verdadero espíritu, de que era depositario, «como una custodia lleva su hostia», el hombre duro de la Pampa inmensa. Güiraldes tenía derecho a cantar lo que cantó en El libro bravo: «Hablo a mi pueblo porque hablo por mi pueblo... Mi palabra no es personal ni aspira a expresar sentimientos personales». Y no olvidar esto: En El libro bravo, afirmó que su pueblo era «admirable» pero estaba «en peligro de claudicar»144.

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La novela termina con el adiós de Fabio a su padrino, el cual se desvanece entre las sombras. Se hunde, dirían muchos, Don Segundo, en la muerte, de donde había venido por evocación ritual de un gran poeta. En la realidad sucedió lo contrario. Fue Don Segundo el que dio su adiós a su discípulo. El 15 de noviembre de 1927 tres hombres bajaron a la fosa el ataúd de Güiraldes: Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Segundo Ramírez. Es decir, quien dio el espaldarazo al novelista en 1926; quien postuló con mesiánica elocuencia la restauración de lo nacional y, finalmente, quien sirvió de modelo al personaje inmortal.

El 20 de agosto de 1936 falleció Don Segundo Ramírez y fue enterrado cerca del lugar pampeano donde descansa Güiraldes. Este año se cumplen dos aniversarios: los 50 años de Don Segundo Sombra y los cuarenta del fallecimiento de Don Segundo Ramírez.

University of California (1977)



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