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R. U., Ciudadano del Teatro y del Ensayo

Alejandro Ortiz Bullé Goyri





«Un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad», dijo Usigli...



La obra de Rodolfo Usigli destaca como piedra angular en medio de todo el panorama de la dramaturgia nacional. Usigli se alejó por cuenta propia de los grupos de su tiempo, como Los Contemporáneos, sin negar los intereses en torno al teatro nacional, y partió de la idea común de que no existía por entonces una tradición teatral en México y en consecuencia de que no había un teatro mexicano. Crearlo fue la tarea monumental que intentó generar con su propia y solitaria obra. Este teatro debía ser nacional por su temática y para que se constituyera en un verdadero espejo de una realidad social, un teatro que ofreciera al espectador mexicano herramientas para valorar sus patrones de conducta, sus valores éticos y morales y su propia identidad. Toda la obra dramática de Usigli está guiada por el siguiente axioma acuñado por él mismo: «Un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad» (Usigli, 1979, p. 11), aunque por ahí hemos encontrado que la misma máxima se le atribuye al dramaturgo Noruego Heinrik Ibsen. Cierto o falso, el hecho es que el retrato de la realidad social, política y psicológica que Ibsen hizo de su tiempo, fue una guía y un ejemplo para lo que Usigli intentó hacer para el teatro en México: que sirviera como espacio de reflexión crítica de una realidad o de una identidad, usualmente escamoteada por efectos de la simulación.

Usigli, a diferencia Xavier Villaurrutia y de Salvador Novo, sus contemporáneos y en muchas aventuras teatrales, compañeros de viaje, consideraba que lo universal en el teatro radica precisamente en su localismo. Para él, entre más local fuera la temática o la anécdota, mayor sentido de universalidad se podría alcanzar, siempre y cuando ese teatro tuviera la fuerza y la calidad formal para sostenerse a sí mismo.

Usigli decía en su «Ensayo sobre la actualidad de la poesía dramática» de su propia labor como dramaturgo que:

Cuando exista un teatro mexicano capaz de expresar a México sin falso pudor y sin color falso, [...] Será porque exista México como unidad y no como un caos del espíritu [...] Estoy serena pero firmemente convencido de que, en este aspecto, y corriendo los más grandes riesgos, he creado un teatro mexicano. En otras palabras, y con toda modestia, estoy seguro de que México empieza a existir de un modo redondo y crea su propio teatro a través de mí, instrumento preciso en la medida humana.


(Usigli, 1979, pp. 491-531).                


Y resulta claro, para nosotros, que su labor en el teatro marcó de manera definitiva al arte escénico mexicano del siglo XX.

Tanto en lo que se refiere a la estructura de las propias obras, como al tono y el sentido del humor, o al juego de paradojas; lo mismo que en el interés por usar el teatro como una herramienta de reflexión social, Usigli recibió como dramaturgo la influencia de George Bernard Shaw. En Usigli también se siente la presencia de los dramas sociales y familiares de Ibsen o, en algunos casos, de la técnica naturalista de las obras de August Strindberg; sin faltar la ya observada influencia de Luigi Pirandello; particularmente en lo que se refiere al recurso de teatro dentro del teatro y en la obsesión por la búsqueda del sentido de la verdad. No hay en él el simple deseo de imitar modelos, sino la capacidad de crear, y de usar el teatro como medio de expresión personal y como espacio de disertación sobre la identidad. «Somos -parece decirnos Usigli- lo que nuestro teatro expresa».

Esto es lo que escribió Usigli de sí mismo a propósito de sus reflexiones sobre la realidad social y política mexicana de los años treinta, en el prólogo a su comedia impolítica Noche de estío:

Confieso que nunca he sido propiamente liberal, ni libre pensador, ni masón; que nunca he estado de acuerdo tampoco con el misticismo inactivo ni -menos- con el fanatismo del pueblo mexicano [...] Y ya que de mí se trata, permítaseme añadir unas palabras y decir que si alguien ha deseado y necesitado del cambio social en México, soy yo, pobre desde niño y que no tendría absolutamente nada sobre la tierra si no tuviera talento. Mi apellido sugerirá ideas exóticas. Error. Aparte de haber nacido en México, que ya es algo, tengo del mexicano desde la sublime inconformidad hasta el desorden económico, desde la pasión en toda cosa en que pongo las manos hasta el infatigable espíritu de maledicencia. Y si algo de europeo queda en mi sangre, es sólo para servir al dolorido mexicano.


(Usigli, 1979, p. 370).                


Y lo dicho por él mismo, a propósito de él mismo, no es más que el testimonio de un autor que no sólo había nacido en México, sino que estaba convencido de ser mexicano. Esa conciencia de sí mismo, y de su mexicanidad es lo que fluye a lo largo de su dramaturgia.

Lo que nos interesa plantear aquí es que la amplia obra creativa e intelectual de Rodolfo Usigli merece ser releída y revalorada porque en ella se contiene por una parte un conjunto de reflexiones útiles para comprender mejor un segmento de la cultura mexicana del siglo veinte y por la otra aspectos de teatralidad y de una estética que van más allá de lo que el propio Usigli se planteó al escribir cada una de sus obras, y que a la distancia de los años, representan una fuente para comprender determinados modelos de creación teatral que de cierta manera influyeron en el desarrollo de otras expresiones artísticas del México moderno, como fue el caso del cine. Y la razón es muy clara: muchas de las obras usiglianas fueron adaptadas para el cine y muchos de los dramaturgos mexicanos de la primera mitad del siglo XX colaboraron como guionistas o adaptadores cinematográficos, Usigli incluido.

La obra dramática de este autor contiene por añadidura una originalidad que no le pertenece en sí misma a él; sino, de manera amplia, a la cultura que lo produjo, al contexto social y cultural en que se fue gestando su propia labora creativa. Buena parte de la obra dramática de Usigli, ofrece testimonios valiosos sobre la cultura, la ideología, las mentalidades y la vida cotidiana mexicana en el siglo XX, al exponer una visión de México, desde distintas perspectivas; como si nuestro autor viese en su país un poliedro al que necesita retratar desde sus distintos ángulos o aristas. Así lo vemos desde sus famosas comedias impolíticas (Noche de estío, Estado de secreto, El presidente y el ideal) que datan de los años treinta y que no sólo anteceden a la escritura de El gesticulador (1938), sino que obedecen a una constante de todo el teatro usigliano, la de retratar las pasiones y costumbres del ambiente político del México del siglo XX, a veces con mejor fortuna que en otras.

Pero también cuando lo vemos estructurar piezas realistas aristotélicas de corte psicológico (El niño y la niebla, 1936), o social (El gesticulador, 1938); Usigli va buscando una forma moderna para expresar una realidad identitaria; como también lo hace cuando incursiona en la escritura del melodrama (Aguas estancadas, 1938-1939); así como también cuando vierte al teatro mexicano el ímpetu y el vigor de la tragedia clásica (Corona de fuego, 1960), en su obsesión por revisitar la historia mexicana a través del teatro. Cada obra es así una búsqueda y una inquietud constante por expresar a México y lo mexicano a través del arte teatral.

La famosa escena del acto III de El Gesticulador entre César Rubio y el General Navarro, cuando ambos se desenmascaran, no es otra cosa que la reconfiguración artística de una expresión social, de una realidad reconocida popularmente en el México posrevolucionario;

CÉSAR.-   [Refiriéndose al retrato que cuelga de la pared de la sala, donde aparece él mismo como un ambiguo César Rubio1.]  ¿Por qué no te atreves a mirar el retrato? Anda y denúnciame. Anda y cuéntale al indio que la virgen de Guadalupe es una invención de la política española. Verás qué te dice. Soy el único César Rubio porque la gente lo quiere así.

NAVARRO.-  Eres un impostor barato. Se te ha ocurrido lo más absurdo. Aquí podías presumir de sabio sin que nadie te tapara el gallo. ¡Y te pones a presumir de general!

CÉSAR.-  Igual que tú.

NAVARRO.-  ¿Qué dices?

CÉSAR.-  Digo: Igual que tú. Eres tan poco general como yo o como cualquiera [...].

¿De dónde eres general tú? César Rubio te hizo teniente porque sabías robar caballos, pero eso es todo. El viejo caudillo, ya sabes cuál, te hizo divisionario porque ayudaste a matar a todos los católicos que aprehendían. No sólo eso... le conseguías mujeres. Ésa es tu hoja de servicios.

NAVARRO.-   (Pálido de rabia.)  Te estás metiendo en cosas que...

CÉSAR.-  ¿No es cierto? Todas las noches te tomabas una botella entera de coñac para poder matar personalmente a los detenidos en la inspección. Y si nada más hubiera sido sólo coñac...

NAVARRO.-  ¡Ten cuidado!

CÉSAR.-  ¿De qué? Puede que yo no sea el gran césar Rubio. Pero ¿quién eres tú? ¿Quién es cada uno en México? Donde quiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores, asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes, ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres. ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas.

NAVARRO.-  Ninguno ha robado la personalidad de otro.

CÉSAR.-  ¿No? Todos usan ideas que no son suyas, todos son como las botellas que se usan en el teatro con etiqueta de coñac, pero rellenas de limonada, otros son rábanos o guayabas: un color por fuera y otro por dentro. Es una cosa del país. Está en toda la historia, que tú no conoces. Pero tú, mírate tú [...].

NAVARRO.-   (Con furia.)  No se trata de mí, sino de ti; un maestrillo mediocre, un fracasado que nada pudo hacer por sí mismo... ni siquiera matar, y que sólo puede vivir tomando la figura de un muerto [...].

CÉSAR.-  ¿Y quién eres tú para que yo tema? No soy César Rubio [...] Pero sé que puedo serlo, hacer lo que él quería.


(Usigli, 1997, pp. 503-548).                


Dos personajes, que son hombres que representan a dos perspectivas distintas de país, se confrontan, pero también se complementan. En el fondo ninguno de los dos es mejor que el otro, ambos no son más que entelequias, pero son también una antinomia que revela una identidad y una manera de ser y de pensarse mexicanos. Si César Rubio y el General Navarro existieran como seres humanos en nuestro tiempo, con certeza nos hablarían de su condición de ser mexicanos, como seguramente lo harían Miguel y Julia, los hijos de César Rubio y desde luego Elena, su propia esposa. Quizá ya no haya generalotes revolucionarios como el General Navarro, pero sí es bastante probable que los procederes y el conjunto de «habitus y gestus» del personaje usigliano se mantengan vivos en las instituciones políticas del país. No es extraña la coincidencia -por más sorprendente que sea- entre lo dicho por el general Navarro después del asesinato de César Rubio y lo que los medios oficiales divulgaron poco después de la muerte del candidato presidencial priísta Colosio ocurrida durante la campaña presidencial del 94: En ambos casos el virtual asesino resulta ser un «fanático religioso».

El fenómeno de analogías entre realidad social y personajes dramáticos en el teatro de Usigli, no sólo es privativo de su pieza para demagogos El gesticulador, sino que en todo el amplio espectro de su obra dramática podemos encontrar esa constante; que sobra decirlo, era precisamente la gran obsesión creativa de Rodolfo Usigli.

El prólogo a su Noche de Estío, del que citamos un fragmento líneas arriba, resulta ser un excelente ensayo, muy útil para entender la identidad del México, no tan lejano, de los años treinta, que si bien el país ha crecido y se ha diversificado sustancialmente, hay aspectos que podrían parecernos profundamente cercanos y reconocibles, como muestra de «lo mexicano». Si bien empieza Usigli a reflexionar sobre sus influencias teatrales, en particular de la Bernard Shaw; ya para la cuarta o quinta página empieza a desgranar sus ganas de reflexionar sobre la realidad de su tiempo, desde diversos ángulos: la clase política dirigente y dirigida, la clase política fracasada y de oposición y fracasada en la oposición, el militarismo, la burocracia, la vieja clase rica, la nueva clase rica, la clase media, los escritores, la Revolución, etc. (Usigli, 1979, 303-416). Pero Usigli era, aparte de magnífico ensayista, dramaturgo. Y esas ideas que va sustentando a lo largo de su ensayo se ven desarrolladas teatralmente en la mayoría de sus obras.

Tal es el caso de La familia cena en casa donde nos presenta la confrontación de clases a través del encuentro entre el hijo de familia y una mujer de la vida frívola; el de Jano es una muchacha, en donde los vicios privados salen a relucir, cuando el padre se encuentra con la hija en el prostíbulo de su predilección o en Medio tono, en donde Usigli realiza un excelente retrato de costumbres de la vida familiar de clase media en la ciudad de México y, desde luego, en ese viaje hacia tres momentos sustantivos de la historia de México que emprende nuestro autor que resultan ser sus «Tres Coronas... de luz, de fuego y de sombra».

Como ocurre con la obra muralística de Diego Rivera, en la dramaturgia usigliana encontramos un desfile de vidas, personajes, situaciones que refieren a distintas épocas y a distintos espacios sociales y culturales de la historia de México, con la idea de indagar en el pasado para entender el presente. Preguntar ¿de dónde venimos? Para saber quiénes somos y hacia adónde vamos. Dos problemas básicos de las identidades de un pueblo o de una nación.

Usigli consiguió que su teatro expresara esa identidad. Podrá decirse que sus obras, por su estructura realista, han dejado de tener sentido en los escenarios nacionales. En cierta medida eso es cierto, en virtud de que el hombre de teatro pensó que para que el teatro floreciera en México, debería escribirse un teatro que fuese asequible para las grandes compañías; que resultase atractivo para primeras actrices y primeros actores; es decir, que contara con un número amplio de roles teatrales, que pudiese presentar grandes trastos escenográficos y cuya duración fuese «comercialmente interesante», con tres actos de rigor, etc. Usigli pensaba que su teatro era como «ver por el ojo de la cerradura» y lo consiguió, pero el caso es que la configuración del teatro como lenguaje artístico y los sistemas de producción teatral cambiaron radicalmente y su teatro pareciera en nuestros días caduco e inabordable. Creemos que no, que la esencia de su teatro sigue vigente, que los conflictos dramáticos, los retratos de costumbres que ahí se muestran siguen siendo un espejo de una realidad que nos es conocida; pero es necesario una reinterpretación escénica adecuada al horizonte de expectativa del espectador actual. No obstante, sus obras, aun cuando no se lleven a escena con la frecuencia deseada, permanecen en la letra impresa y continúan siendo leídas, revisadas y comentadas por lectores, especialistas, profesionales y aficionados al teatro. Usigli sigue vivo, junto con su visión y su mirada crítica e irónica de México y del mexicano. Aunque el concepto de «lo mexicano» pueda no ser exactamente el mismo que el propio dramaturgo pensaba y le daba forma a través de sus personajes y quizás idealizaba. Pero me parece que en ese vasto horizonte de la llamada «identidad nacional» y supongo que ahora podría plantearse no como un tópico unívoco, sino múltiple y plural; es decir las «identidades nacionales». En fin, a lo que quisiéramos llegar es a que el teatro y la narrativa de Usigli, tuvieron como propósito fundamental el que la clase media ilustrada urbana del México del siglo XX, se viese a sí misma, en sus distintas vertientes, espacios y contradicciones. Es decir, lo que Usigli buscaba era que el teatro fuese un reflejo de los usos y costumbres, ideales, miserias, grandezas, mezquindades y heroísmos de lo que para él era México. Creo que, salvando las distancias, había otro aspecto similar entre las inquietudes artísticas de Rivera y las de Usigli: El arte como una herramienta para consolidar una conciencia identitaria y fijarla en el tiempo ¿Qué queda de todo ello? ¿Fue positivo el saldo de su intento? El hecho de que su dramaturgia siga siendo representada en el siglo XXI, podría significar que tuvo éxito en su cometido. Pero aún en el plano solo de la lectura, es inevitable encontrar lazos, similitudes y constantes que nos hacen ver que sus personajes parecen decirnos «¡hola, soy como tú!», de Archibaldo de la Cruz de Ensayo de un crimen a César Rubio de El Gesticulador. En ambos casos, es curioso, nos encontramos con personajes que tienen problemas para fijar su identidad; que buscan encontrar en la vida actos que les hagan sentir que existen o que su transitar par el mundo tuvo algún sentido. ¿Nos parecemos a ellos?

Quizá la aportación sustantiva de Usigli fue la de mostrar a través de su obra, lo que de moderno se venía conformando en la sociedad mexicana al término de la Revolución Mexicana. Esto es lo que percibe José Ramón Alcántara en su revisión de la modernidad en el teatro de Usigli:

La obra de Usigli, pues, manifiesta una modernidad que no desdeña la vanguardia teatral, sino que asume una posición que exige del teatro algo más que experimentaciones formales. Ese algo más es su profunda preocupación por el desarrollo del país en medio de la modernidad a la que ha sido arrojado por la revolución. En este sentido podríamos decir que es Usigli, más que sus contemporáneos, quien introduce el tema de la modernidad no sólo en México sino en toda Latinoamérica a través del planteamiento teatral del problema de la identidad.


(Alcántara, 2005, p. 9-22).                


Y he aquí lo que reflexiona también uno de los especialistas más importantes sobre la obra de Rodolfo Usigli, el investigador Daniel Meyran, en relación con el planteamiento formal de Usigli, en torno a la identidad del mexicano en su teatro:

Bien sabe Usigli que la historia contada se transforma en acción que el «mithos» aristotélico, es decir, el cumplimiento de las acciones humanas, se vuelve «drama», es decir, acción representada.


(Meyran, 1996, p. 25).                


Esas acciones humanas que Usigli expone en su teatro, son un vehículo para apelar a una realidad que quiere compartir con un espectador, con quien comparte principalmente un hecho insoslayable e irreductible: la propia nacionalidad, el ser mexicanos; más allá de que su teatro pueda ser interpretado y valorado en otras latitudes, por otras culturas y perspectivas de vida.

Por nuestra parte nos cuestionamos al respecto si el acto mismo de reflexionar sobre aspectos de identidad y nacionalismo ¿no nos coloca ante un abismo similar al de esos personajes fundamentales en el arte escénico, la literatura y el cine mexicano del siglo XX? ¿Por qué se convirtieron en personajes icónicos de la cultura mexicana? Mejor consignemos sobre ello las siempre sugerentes palabras del propio Usigli:

Cada pueblo tiene posee una eternidad propia, que a menudo no se sabe de dónde emana. Y ay de aquel que no la posea. Me refiero al México eterno, medido con una cinta métrica ideal que puede aplicarse al mundo maya o al tolteca, al azteca o al colonial: al mundo porfiriano o al mundo de la revolución. No hablo del México que vive -y que vive tan mal y de un modo tan paupérrimo, artificial y abyecto en 1950-, sino del México que sobrevive...


(Usigli, 2005 p. 267).                


Hoy sabemos y entendemos que esa eternidad no es tan uniforme, ni tan eterna como Usigli hubiese querido. No obstante esa necesidad que tuvo de retratar una idea de nación, de México hace de su obra literaria y dramática, se constituyó como un componente sustantivo de la idea de nacionalidad del México moderno y es por ello que su obra aún está presente entre nosotros.

Y así es; en estos agitados albores del siglo XXI, sobrevivimos, entre gesticuladores y ensayos de crímenes perfectos, con la sombra siempre inquietante de la historia nacional, que no fue ayer, sino como también dijo Usigli, es hoy, mañana y siempre.






Bibliografía

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