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Rafael Cansinos Asséns, crítico militante

José María Martínez Cachero





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I. Rafael Cansinos Asséns nació en Sevilla, bulló y brilló en Madrid y en esta ciudad murió cuando ya era un nombre olvidado. Desde 1883 hasta 1964 tuvo ocasión de conocer varias generaciones literarias y vivió activamente las vicisitudes de movimientos tales como el Modernismo y el Ultraísmo. Fue correspondiente de la Academia sevillana de Buenas Letras y de la Goethiana de Sao Paulo (Brasil); en 1925 la Real Academia Española de la Lengua le concedió el premio «Chirel» y al año siguiente era distinguido con las Palmas Académicas francesas. Trabajó bastante en la prensa periódica y sus colaboraciones de crítica literaria inmediata en «La Correspondencia de España», «La Tribuna» o «La Libertad», pongamos por ejemplo, eran seguidas con atención. Parte de esos artículos, oportunamente retocados a veces, pasó a integrarse en volumen, títulos a los cuales deben añadirse las narraciones que publicó en la segunda y tercera décadas del siglo. Destaquemos, por último, su esforzada y sobresaliente tarea de traductor fiel y directo: todo Dostoievski y todo Goethe2, más Las mil y una noches; poco antes de morir trabajaba en la obra completa de Balzac. Ni escasos ni flojos son, pues, los méritos contraídos por Rafael Cansinos Asséns.

No fue Cansinos universitario (ni siquiera acabó el bachillerato), pero nunca se produjo a lo bohemio ignorante que se paga de su nulo saber;   —566→   «la bohemia -escribiría3- es un estado aventurero y precario, propio para los falsos artistas que sólo aspiran a los júbilos materiales del triunfo. Pero el joven que tenga una seria intención, emancipada de la premura del tiempo, ignorante de lo que es triunfar, únicamente ávida de cumplirse aunque sea en el secreto, debe cimentar su porvenir sobre la ancha base de un trabajo honesto». Como gran trabajador, trabajador honesto y a su aire, se nos presenta Cansinos Asséns.

En Recuerdos de una vida literaria4 contaba el interesado cómo vino a Madrid (con la familia) siendo apenas un adolescente y cuán vivo era entonces su deseo de hacerse nombre en la república de las letras. Un pariente le pone en contacto con los redactores de «El Motín» pero José Nákens y la pintoresca cohorte que le acompaña piensan mal y dicen pestes de los literatos modernistas, en tanto el muchacho que les está oyendo siente y escribe en modernista. Ésta su fe literaria se corrobora decisivamente cuando conoce a Francisco Villaespesa y con él y con otros jóvenes innovadores pasea por las calles madrileñas y recala en ciertas reuniones y tertulias.

Ya está Cansinos dentro del grupo, en el que ha sido admitido sin reparo alguno. Es el tiempo de «Helios» y (unos años más tarde) de «Renacimiento», o de las revistas que funda Villaespesa; el tiempo de las visitas, los domingos por la tarde, al «hermano» Juan Ramón Jiménez, voluntariamente hospitalizado en el sanatorio del Rosario -véase el encendido y elegíaco «Preludio lírico» del tomo primero de la serie La nueva literatura-. El grupo es discípulo de Rubén Darío y lo integran modernistas de vario signo como los mentados Villaespesa y Juan Ramón, Gregorio Martínez Sierra, Emilio Carrere, José Ortiz de Pinedo, los Machado. Poco a poco, luego de penoso esfuerzo, consiguen imponerse algunos de esos poetas -un Antonio Machado, un Juan Ramón Jiménez-, que ya caminan por senda propia y magistral5. ¿Qué le ocurre mientras tanto a Cansinos Asséns?

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Ha sido espectador de lo sucedido y comentador fervoroso de sus amigos y allegados pero El candelabro de los siete brazos, primer libro, conjunto de salmos, aparece en 1914, fecha tardía si se compara con las de no pocos libros de esos compañeros de tendencia literaria. Ésta -el Modernismo- había entrado ya en período agónico y en el ambiente estaba la necesidad de un cambio o ruptura. El mismo Cansinos no se retrasa en darse cuenta y explícitamente lo proclama más de una vez. ¿De dónde había de venir el apetecido remedio?

Entra así en escena el movimiento ultraísta y, por breve lapso de tiempo, Cansinos Asséns, modernista nato, se convertirá en pontífice de la aventura. El germen fue la estancia madrileña, julio a noviembre de 1918, del chileno Vicente Huidobro: «Los jóvenes que rodearon a Huidobro [...] supieron discernir la novedad alboreante de sus poemas. Leyéndole, volvían a sentir otra vez la inquietud de los novicios, y poco a poco ensayaban el tránsito de sus jóvenes estrofas, ya viejas, a las novísimas cristalizaciones. [...] Huidobro le perturbó a más de uno la conciencia literaria. Más de un manuscrito quedó repudiado y rasgado. Yo, testigo de sus evangélicas exhortaciones, pude ver el rejuvenecimiento que obraba aun en los más tiernos epígonos. Les veía, llenos de dudas y vacilaciones sobre los que creyeron sus seguros comienzos, en ese estado de buena inquietud que predispone a recibir la gracia literaria. Y yo les incitaba también hacia adelante»6. A la marcha del autor de Poemas árticos siguió, fruto de una elección tácita y aclamadora, la jefatura de Rafael Cansinos; son las jornadas que ha historiado Gloria Videla7: revistas, veladas, polémica, la tertulia del Comercial, las noches del Viaducto. Pero aquel entusiasmo decayó no tardando.

En El movimiento V. P., novela de 1921, manifiesta Cansinos su desencanto, harto presumible porque según parece era bien poco lo que podía esperarse de aquellos muchachos reunidos en torno suyo; muy   —568→   pronto hubo recelos y deserciones pero, sobre todo, impotencia para crear desde casi la nada. En el último capítulo de esa novela, el poeta Renato (poeta de América, que se confunde con Vicente Huidobro) aconseja al protagonista de la ficción, en tantas páginas testimonio o documento, de la siguiente manera: «Date prisa a subir en este pájaro maravilloso. Vente conmigo a América, a la América inteligente donde los poemas verdaderamente grandes se cotizan en las Bolsas, como valores cosmopolitas, sin que necesiten el aval de ningún Crítico de la Raza, ejemplar ignorado de nuestra zoología» (página 255). Y es que Cansinos Asséns siempre mantuvo la opinión de que el fracaso del Ultraísmo español quedaba compensado por el logro de algunos escritores hispano-americanos -Borges, Lanuza, Carlos Mastronardi, por ejemplo-, de algún modo adheridos a la nueva estética. Por entonces, apenas comenzados los años veinte de este siglo, Rafael Cansinos dejó de ser -voluntaria e irrevocable decisión la suya- personaje descollante en el veleidoso juego literario.

La Guerra Civil española confirmó y aumentó al máximo posible el apartamiento de quien parecía hecho para actuar en muy destacada fila. Retirado en su cuarto de trabajo, dedicado a la obra de otros escritores (extranjeros en este caso); definitivamente extinguida la que había sido su época y agotados los libros suyos que daban testimonios de ella8, pasaron los últimos veinticinco años de la vida de Rafael Cansinos Asséns.

2. Pertenece Cansinos a la promoción de críticos literarios que sigue cronológicamente a la de «Clarín», Valera y doña Emilia Pardo Bazán; algunos de sus coetáneos compañeros de «sacerdocio» se llaman: Eduardo Gómez de Baquero, Andrés González Blanco, Julio Casares, Enrique Díez-Canedo, José Francés o el venezolano Rufino Blanco Fombona9. Este último merece elogio por su penetración y valentía, cualidades que   —569→   campean en libros como El Modernismo y los poetas modernistas y Motivos y letras de España10; Díez-Canedo, que escribe en «El Sol», es ejemplo de crítico «perspicaz»; de Andrés González Blanco, tan excelentemente dotado, cabe esperar mucho «cuando venza su aturdimiento juvenil [que es] su más peligroso enemigo»11. Azorín, que ha destacado ya en otros géneros, constituye ahora, según Cansinos Asséns, un sano y vivificante modelo pues ha iniciado entre nosotros una «crítica comprensiva y amplia, llena del sentido de lo relativo [...], esa crítica tolerante y humana en que han de ilustrarse los Manuel Bueno y los Candamo y que dejará de perseguir la fealdad por las vías estrechas del estilo para buscar sólo la belleza en cada obra y mostrarla a las gentes»12.

Quedan así enfrentadas dos modalidades a la sazón existentes: la nueva y la vieja crítica, una que abre horizontes y otra que se complace en la seca literalidad de lo escrito. Tal las entiende Cansinos Asséns, adherido fervorosamente a la primera de ellas, practicante de «la crítica literaria en la amplitud a que la han elevado los nuevos críticos modernistas, como criticismo más bien que como crítica, en el sentido de fructuosas peregrinaciones al través de los libros»13, y resuelto enemigo de la segunda, por entonces personificada en Julio Casares, en su escandalizadora Crítica profana -1916-: «Cuando la crítica se ha hecho interpretativa y lírica y rebuscadora de bellezas, viene Casares a resucitar el antiguo espíritu de negra intransigencia, el sectarismo gramatical de aquella antigua crítica que era una suerte de Santo Oficio para los escritores que, al crear belleza o pensamiento, tropezaban en la piedra de estorbo de la palabra. Nada más fácil que ejercer esa crítica de gerundios y galicismos»14.

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Indudablemente el Modernismo estimulaba la práctica de una crítica subjetivísima, basada en personales e instantáneas impresiones del crítico-lector para cuya formulación brindaba una cierta abundancia de expresiones y vocablos hasta la fecha no usados en ese menester. Había, desde luego, el riesgo de la vaguedad palabrera, el peligro de la digresión lírica lejos y fuera del volumen materia de comentario. Poco más tarde15, Casares se defendería atacando del siguiente modo: «Al reclamar objetividad en la crítica, quiero decir que no me satisfacen esos lirismos floreados, esas fosforescencias subjetivas, esas vacías sonoridades verbales, cercanas muchas veces (dicho sea con perdón) al camelo vulgar, que obran como vapor de cloroformo sobre la inteligencia de los lectores y que, a beneficio de su vaguedad cautelosa, son aplicables a todos los libros y no son aplicables a ninguno. Prefiero la impugnación franca y concreta, que revela estudio de la obra y aprecio de autor, al más selecto ramillete de generalidades laudatorias».

3. Habida cuenta de la modalidad a que Cansinos se acoge teórica y prácticamente no debe extrañar su entendimiento del crítico como «un creador que discierne» como «un lírico que expresa sus emociones íntimas» (el subrayado es mío). Por una y otra condición puede, operando sobre la obra ajena, «extraer [de ella] una belleza nueva [...], alargando la línea de las intenciones, abriendo los cálices que el poeta de torpe vuelo [...] dejó cerrados, expresando en una voz franca lo que en la obra son infantiles balbuceos, confiriendo, en fin, a la creación artística su plena pubertad»16. No resulta, por tanto, la crítica un quehacer secundario, ni quien la ejerce es un peón de segunda fila en la república de las letras.

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¿Qué normas presidirán la actuación de la persona voluntariamente metida a crítico? Aparte de las consabidas de afición, documentación y sensibilidad, Cansinos Asséns enuncia las siguientes: «Debe hacer su examen de conciencia ante la belleza universal [...], insensible al elogio y a la censura, él, que censura y elogia. Debe revestirse de una incontaminada inviolabilidad [...]. Debe asumir la serenidad de los cánones [...]. Debe estar lejos de todos [...]»17.

Si debe asumir la serenidad de los cánones, el crítico no podrá serlo «a través de mis nervios» (título famoso de una recopilación de juicios obra de Emilio Bobadilla «Fray Candil»); «temeroso de ser tachado de arbitrario e injusto, temeroso de ser ciego para la más pobre belleza, vedle ahí, sujetando su haz de nervios, probando a conciliar su criterio absoluto con las realidades relativas, torturado como el poeta que busca la más difícil rima y no quiere defraudar su inspiración»18. Sólo procediendo con tamaño sosiego de espíritu cabe resultar justo (o aproximarse a la justicia) y, de paso, la tarea quedará signada por una abierta y comprensiva amplitud, evitadora para el crítico de muy grave amargura: «de todas las amarguras que puede sufrir un crítico, la más grande es este temor a no ser comprensivo; y de todos los reproches que puedan hacérsele, el más terrible es éste de no haber comprendido una obra de arte [...]. No haber comprendido una intención artística, no haber sido más perspicaz y fino que el autor, él que se erige en luz; no haber encontrado la belleza, él cuya misión es descubrir los tréboles; haber sido una vez acaso más torpe que el vulgo y haber velado con una sombra de ceguera una belleza resplandeciente. ¿Y para qué, pues, entonces sus medidas y sus compases?»19.

Es la inquietud, esa «virtud juvenil [que] mantiene jóvenes a los escritores o los libra de caer en la fijeza de una fórmula que es la vejez literaria»20, el más poderoso estímulo contra la cerrazón y la falta de curiosidad.   —572→   Durante muchos años de su existencia, los de activa militancia crítica, no le faltó a Rafael Cansinos ese eficaz revulsivo.

4. ¿Estuvo nuestro crítico, tal como acabamos de verle postular, lejos de todos, único modo de mantener incontaminada la deseable y necesaria inviolabilidad? Ni pudo, ni quiso ser espectador impasible del mundo literario contemporáneo y por eso tomó partido más de una vez. La materia que le correspondió en suerte juzgar fue, a menudo, la obra de compañeros y amigos de juventud y vocación; de ahí «el entusiasmo», «calor de alma» o «aire de intimidad» que se echa de ver en tantas de sus reseñas, que preside y distingue, verbi gratia, el conjunto titulado La nueva literatura, lo cual no es obstáculo para que en ocasiones discrepe y censure21.

Continuemos preguntando. Nuestro crítico, ¿gustó más de formas o de contenido, valoró preferentemente bellezas o verdades? Dada su idiosincrasia modernista y su adscripción sin reservas a el arte por el arte -«[...] la noble condición ociosa y liberal del arte que en no ser útil ni responder a ningún fin, y sernos, sin embargo, tan vitalmente necesario, cifra su imponente magisterio», proclamará resueltamente22- no puede sorprender el hecho de que Cansinos se rinda a lo estético y no a lo ético. Varios textos abonan semejante inclinación, éste por ejemplo: ha recibido el libro titulado Los problemas de España, obra de don Javier Gómez de la Serna, y consciente de su obligación de crítico se justifica por anticipado declarando23: «¿Qué podría decir yo de un libro grave y profundo como éste, sereno espejo para las ideas; yo, que sólo amo las formas bellas y engañosas? Por un esteticismo consciente y definitivo, ha ya tiempo que encontré la fórmula de mi antiintelectualismo y limité mi contemplación al aspecto bello y formal de las cosas. En un libro, como en un discurso, me interesa su aspecto literario, ornamental y extático. ¡Salve a la belleza serena y plácida, sin ideas, que fluye tan serenamente hacia el olvido, seguida de un cortejo de veladas imágenes!».

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Meridional (sevillano), modernista (como venimos y seguiremos reiterando), con pluma fácil y palabra pronta, hermeneuta lírico (él mismo se caracterizó así), gozaba Cansinos Asséns animando la expresión de sus pareceres mediante alusiones (frecuentemente a Grecia) y comparaciones (con la Naturaleza, vgr.), o con el empleo de términos insólitos en el ámbito de la crítica; lo que se ganaba, a veces, en color y alegría era muy posible se perdiera, porque el procedimiento engendra viciosa hojarasca, en justeza y precisión. Sucede así que para señalar destacadamente la incesante y vivificadora inquietud unamuniana se escribe lo siguiente24: «Puede afirmarse que D. Miguel de Unamuno ha gritado, en cada recodo del tiempo, la palabra nueva y ha desvelado a los que dormían en los cuatro ángulos del tiempo, sobre las anchas piedras de la costumbre; ha sido el aguijador incansable que con fina arista inquieta hostiga los flancos de los tardos bueyes y los encamina hacia el lugar de las cosechas futuras; ha sido el anticipador de cada cosa, el matinal anunciador que cada noche, en el breve temblor que estremece los oscuros lauros, siente el hálito de la aurora nueva: y ha sido con la curva torcida de su pensamiento como la espiritual eclíptica por cuyo influjo misterioso se cumple la procesión de nuestros equinoccios y cada vez la floración esperada brinda sus ramos primeros en un signo más allá, del zodíaco»25.

Párrafos largos, sin apenas punto y aparte, con andadura oratoria26; y, también, divagaciones cuya relación con el tema entonces tratado resulta   —574→   escasísima por no decir nula27. A veces, ocupándose de novelas y novelistas, Cansinos Asséns «argumentiza» demasiado, quiero decir: alarga con manifiesto exceso la referencia al asunto de su obra, lo que casi nunca es necesario para un más cabal entendimiento de ella28. Gusta nuestro crítico de relacionar entre sí autores contemporáneos, ya buscándoles parecidos de matiz, ya haciéndoles convivir en una misma tendencia o escuela; en la serie La nueva literatura quedan testimonios fehacientes de esta costumbre que exige a quien la practica fina percepción y no pequeño conocimiento, y pide a su lector requisitos por el estilo: «El crítico, como el poeta, procede por analogías, y el nombre de un escritor evocado a propósito de otro suele ser en sus labios una metáfora, como la del poeta que compara el cielo con el mar [...]. Por lo demás, hay también parangones impuestos por la época»29.

5. Puede que no anduviera muy acertado Cansinos Asséns al elegir como protagonistas de sendos libros suyos al sevillano José Más y a la montañesa Concha Espina30, libros que, por otra parte, tampoco muestran un feliz uso de sus habituales procedimientos analíticos. Tienen más de glosa superficial que de crítica penetradora y mucho ciertamente de hojarasca retórica; tal ocurre, si tomamos el volumen consagrado a la autora de El metal de los muertos con los capítulos I -«Ensayo de psicología nórdica» y II «Nuestra literatura norteña»-, o con los que tratan de «las novelas montañesas» -IV- y de «las novelas sociales de Concha Espina» -V- donde se pierde tiempo y espacio en   —575→   el circunstanciado resumen de las peripecias que constituyen el cuerpo argumental de aquéllas.

Siguiendo el orden de su aparición en los escaparates de las librerías viene ahora uno de los más estimables libros de nuestro crítico, Los temas literarios y su interpretación (1924). Dejando a un lado el trabajo que abre marcha, en el cual sienta Cansinos de modo teórico y general una actitud respecto de la crítica inmediata -véase el párrafo 3 del presente estudio-, tenemos tres grupos de artículos: A), Temáticos -mar, aire, arrabal, hermana, novia en la literatura española y contemporánea preferentemente-, donde muestra abundante saber de lecturas; B), Artículos que no son otra cosa sino reseñas de libros; C), Otros que deben considerarse verdaderos ensayos, tan amplios y personales como el que cierra, «Un concepto del teatro». Escasísimo resulta el aparato erudito visible; una cierta gala retórica, que luce con brillos modernistas, anotamos en la expresión.

Para opinar de Cansinos Asséns en cuanto crítico inmediato ninguna piedra de toque mejor que los cuatro tomos de la serie La nueva literatura31. En ellos el autor se enfrenta con un tiempo literario que conoce de primera mano -porque ha sido el suyo propio- y con el cual se encuentra, en líneas generales al menos, bien avenido; un tiempo literario de sugestivo interés: poblado, variado, innovador; la generación del 98 y el Modernismo o 90032, los narradores eróticos, Ramón Gómez de la Serna, el Ultraísmo: he aquí algunos habitantes del mismo, a los que Cansinos dedica vigilante atención.

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Se acusa a nuestro crítico de que, demasiado comprensivo, generoso con exceso, «invirtió irresponsablemente la tabla de valores»33 contemporáneos, aseveración necesitada de algunas pormenorizaciones. Al espectador Cansinos Asséns le puede a veces el entusiasmo que siente ante el espectáculo que está contemplando y esto afecta sus impresiones críticas: un defecto, sí, pero bastante explicable. Mentiríamos si dijésemos que Cansinos Asséns no supo manejar otra cosa que el aplauso pues quien repase el conjunto de trabajos que integran el panorama comentado advertirá que de cuando en cuando -en líneas al paso, en párrafos, en páginas enteras- señala deficiencias y limitaciones, ataca actitudes, falla desfavorablemente respecto de algún título -(caso de Santa Rogelia, novela de Armando Palacio Valdés, en el tomo IV)-, o de algún autor -(así sucede, en el mismo tomo, con Ricardo León)-. En ocasiones, el elogio se hace no de toda una obra sino de concretos y parciales rasgos que en ella se dan y que merecen alguna estima, siquiera de menor cuantía; en la página 320 del tomo IV leemos que Pedro Mata posee «un buen número de las condiciones orgánicas del género [novela]», lo cual solamente quiere decir que el interesado sabe construir y contar, resulta ameno para un lector de escasas exigencias, manipula con soltura la peripecia más externa y superficial, etc. Téngase en cuenta, por último, que cuando Cansinos Asséns escribe -todo lo más hasta 1927, máximo tope cronológico- había escritores de carrera aún no concluida, lo cual impide juzgarlos con el pleno conocimiento con que se mira lo ya cerrado y sin porvenir.

En los tomos de La nueva literatura son atendidos varios escritores hispano-americanos de muy diferente generación y tendencia: junto a Rubén Darío y Amado Nervo van los muy jóvenes y prometedores ultraístas argentinos. Cansinos, al igual que algunos críticos españoles de entonces, siguió interesado la marcha de las letras de Hispano-América, de donde recibía libros, revistas y noticias; era hecho frecuente a la sazón el viaje a España y la estancia madrileña de muchos autores de allá y nuestro crítico aprovechó las ocasiones de conocimiento personal que se le deparaban. Verde y dorado en las letras americanas testimonia semejante interés.

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Forman este volumen diversas «semblanzas» -trabajos más extensos y totales- e «impresiones críticas» -artículos con motivo de algún libro recién aparecido- acerca de escritores jóvenes, a los que por serlo en edad y en obra conviene el primaveral color «verde», y no jóvenes, a cuya madurez estética y vital va bien el «amarillo», color del otoño. Labor de «caridad y justicia al mismo tiempo»34 es la que Cansinos Asséns cumple, ya que esos escritores de lengua castellana pocas veces encuentran el aprecio crítico a que son acreedores; por eso la simpatía y la benevolencia matizan su contemplación.

Queda hecha semblanza -semblanza en simpatía, sí- de un crítico que fue, ante todo, un literato pleno si por literato debemos entender el que vive la literatura. Merecía ser examinado en sus caídas y en sus excelencias; merece que se le tenga en cuenta a la hora de estudiar la crítica inmediata posterior a «Clarín»; no merece, desde luego, el olvido en que su nombre yace...





 
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