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El tiempo es inflexible: su curso impetuoso |
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jamás ha conocido ni tregua ni reposo; |
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de Dios le empuja el soplo y arrebatado va. |
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Él mira indiferente pasar generaciones, |
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y, en sus inmensas olas, a pueblos y naciones |
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arrastra hacia el abismo de la honda eternidad. |
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Tras de sus huellas marchan, falange aterradora, |
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la peste descarnada, la guerra asoladora, |
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el humeante incendio, la ronca tempestad: |
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ayúdanle en su empresa el rayo que calcina, |
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del mar el fuerte impulso que los peñascos mina, |
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el viento embravecido, la lava del volcán. |
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¡Cien razas poderosas gigantes se extendieron, |
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y el orbe dominaron y leyes al mar dieron; |
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el huracán del tiempo sus frentes azotó! |
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Un día no habrá en la tierra ni aun eco de su estrago: |
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en la desierta playa donde se alzó Cartago |
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decid que fue del pueblo que en ella se agitó. |
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El tiempo es inflexible, fugaz la vida humana; |
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el sol que hora se oculta y alumbrará mañana |
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tal vez en mi sepulcro sus rayos quebrará. |
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Para alumbrar mi frente yo busco luz de gloria; |
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que vivan en el tiempo mi fama y mi memoria, |
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y no pase mi nombre como mi ser fugaz. |
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Si arder siento en mis venas espíritu guerrero, |
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fulmine en campo abierto mi vencedor acero, |
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y sean pueblos esclavos trofeos de mi valor: |
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que, al darme en el sepulcro la muerte eterno abrigo, |
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del bronce en la batalla ganado al enemigo |
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podrán alzarse al cielo columnas en mi honor. |
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Si vierte en mí sus dones la celestial poesía, |
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en ondas se levante de mágica armonía |
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mi acento, sobre el ronco bullicio mundanal. |
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Mi siglo podrá ingrato negarme sus laureles, |
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pero su verdes ramas, al genio siempre fieles, |
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si no adornan mi frente, mi tumba sombrearán. |
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Es la creación entera un libro misterioso; |
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yo estudiaré en sus hojas sin tregua ni reposo, |
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acaso encuentro en ellas incógnita verdad. |
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Tal vez a mis miradas relumbre ignota estrella, |
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y, en tanto vibre pura su luz trémula y bella, |
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allí mi nombre escrito verá la humanidad. |
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Si artísticas creaciones mi pensamiento encierra, |
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aun guardan las entrañas fecundas de la tierra |
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mármol que anime el golpe de mágico cincel; |
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o, a la creación robando sus galas y colores, |
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vistiendo el tosco lienzo de ardientes resplandores, |
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vivir gloriosa vida mi nombre puede en él. |
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¡Ah, sí! cuando agobiado mi cuerpo al fin sucumba, |
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que, más allá del límite estrecho de la tumba, |
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haya en la tierra un eco que siempre hable de mí, |
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ligero ante nosotros deslizase el presente: |
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si en vano es detenerlo, que tenga reverente |
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abierta a nuestra gloria su puerta el porvenir. |
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El tiempo es inflexible; fugaz la vida humana; |
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el sol que hora se oculta y alumbrará mañana, |
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tal vez en mi sepulcro sus rayos quebrará. |
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Para alumbrar mi frente yo busco luz de gloria; |
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que vivan en el tiempo mi fama y mi memoria |
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y no paso mi nombre como mi ser fugaz. |
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Dadme la lira: inspiración ardiente |
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arrebata mi joven fantasía, |
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del genio y del saber admiradora; |
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y pues que luce el venturoso día |
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en que la hispana gente |
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orne del genio altivo y eminente |
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la sien encanecida |
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con la corona a su saber debida, |
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su melodioso acento |
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suene con pompa y majestad no usada, |
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y del Betis undoso al Manzanares, |
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lleve en sus alas el sonoro viento |
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mis entusiastas, férvidos cantares. |
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No siempre coronada |
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de blando mirto y olorosas flores, |
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la embriaguez del placer y los amores |
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ha de cantar la lira del poeta, |
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a más altas empresas destinada; |
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no, como en campos de Ática famosa, |
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que orna risueño Mayo, |
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la voz cansada del cantor de Teos, |
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a la molicie y lúbrico desmayo |
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ha de ofrecer sus versos por trofeos. |
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Ni despertando en nuestra edad gloriosa |
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de la de hierro el genio belicoso, |
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y empuñando de Ossian el arpa ruda, |
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sobre peña desnuda |
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alce el poeta la gloriosa frente |
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por un viento de muerte acariciada, |
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y el pecho henchido de entusiasmo ardiente, |
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la melodiosa voz enronqueciendo |
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sólo al fragor de militar estruendo |
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del acero a la luz que centellea |
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al descargar sobre la hirviente malla, |
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y en el aire caliente donde humea |
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la sangre derramada en la batalla. |
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¡Ah! ¡no! de la creación en el conjunto |
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más alta empresa a sus esfuerzos cabe; |
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aun hay, poetas, más hermoso asunto |
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en que ensayar el cántico suave. |
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¡Oh vates españoles! |
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del talento del hombre las victorias, |
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de los divinos seres, |
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del pensamiento refulgentes soles, |
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¿las inmortales glorias |
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no son objetos dignos de la lira? |
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¿Aureola de luz ciñe una frente; |
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nada al poeta su fulgor inspira? |
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Vibran los ecos de mi dulce España |
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con voz de amor y con triunfal acento; |
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astro de gloria cruza el firmamento |
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y en blanda luz el horizonte baña. |
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Al borde ya de la callada tumba, |
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un anciano eminente, |
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honor y prez de la nación íbera, |
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hoy se presenta a nuestra absorta vista. |
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En su elevada frente, |
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cubierta con la nieve de los años, |
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brilla del genio la inmortal lumbrera: |
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la admiración del mundo es su conquista, |
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el amor de las gentes su victoria, |
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y sus nobles trofeos |
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los preciados laureles de la gloria. |
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¡Oh! ¡Levantad la voz en su alabanza, |
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y el aura misma que su nombre lleva |
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lleve vuestros cantares melodiosos |
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del raudo Betis al helado Neva! |
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¡Sí! ¡ya os oigo! ¡ya os oigo!-¡Patria mía! |
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¡tú, cuyo seno, sin cesar fecundo, |
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esa esfera ideal de la poesía |
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pobló de genios, que te envidia el mundo, |
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álzate de tu sueño! |
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¡álzate en gloria y majestad cubierta! |
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Hijo tuyo, de lauros coronado, |
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llega del Pindo a la dorada puerta; |
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hijos tuyos también, que el genio inspira, |
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dan su alabanza al viento sosegado, |
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entre los sones de la acorde lira, |
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y dicen a los pueblos extranjeros |
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que, si honda, lucha tu blasón empana |
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y tu corona artística deshoja, |
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siempre eres cuna, idolatrada España, |
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de Calderón, de Ercilla y de Rioja. |
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¡Salud, genio inmortal, noble Quintana! |
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yo desde niño me extasié en tus versos, |
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¡tesoro de la musa castellana! |
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¡Cuántas veces, sentado en la ribera |
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del ronco mar de Atlante, |
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los recitaba ardiente, conmovido, |
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y de entusiasmo el pecho palpitante, |
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en tanto que en estrépito atronante |
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formaban digno coro a tus canciones |
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el ronco son de la tormenta fiera |
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y el bramar de los rudos aquilones! |
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¡Cuántas después en la florida orilla |
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del Betis caudaloso, |
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que al hondo y ancho mar con regia pompa |
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marcha sereno, altivo y majestuoso, |
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a entusiasmar mi mente |
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volvieron de tu lira los acentos, |
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dulces como el murmullo de la fuente; |
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o llenos de severa melodía, |
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como los tumbos de la mar bravía |
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al rudo empuje de encontrados vientos! |
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Cuando abismado de la patria historia |
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recorro el libro santo, |
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acude siempre, ¡oh vate! a mi memoria |
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algún recuerdo de tu noble canto. |
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Numen inspirador, dio el patriotismo |
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alto temple a tu lira, |
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la lira que en loor de la hermosura |
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trémula aun y lánguida suspira. |
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¡Quién como tú! Cual águila altanera |
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que a la más alta cima se levanta |
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para mirar del sol la inmensa, hoguera |
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sin que el fulgor ardiente la deslumbre, |
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tú de la historia a la elevada cumbre, |
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donde el sol de la gloria reverbera, |
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subes ansioso de beber sus rayos, |
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y no te ciega el resplandor ardiente |
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que ciñe la alta frente |
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de Padillas, Guzmanes y Pelayos. |
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¡Oh noble emulación! Tras cada hazaña |
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el genio de la España |
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de Covadonga a Trafalgar te lleva: |
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tu gloria siempre unida va a la gloria: |
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donde un héroe brilló, tu voz se eleva, |
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tu noble voz que su alabanza entona |
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con fuerza irresistible, |
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y, al ceñir a su frente una corona, |
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la ciñes tú de lauro inmarcesible. |
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Y por eso en confuso torbellino, |
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que con los sones de tu lira encantas, |
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cubre el pueblo de rosas el camino, |
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genio inmortal, que huellas con tus plantas. |
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Y por eso también rasga los vientos |
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de cien poetas la canción sonora: |
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¿a dónde van sus férvidos acentos? |
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¿qué nueva gloria ensalzarán ahora? |
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¿qué alto nombre repito el aire vano? |
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¡Tu gloria que se eleva vencedora; |
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tu nombre, noble anciano! |
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¡Ah! ¡yo también ansió |
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añadir una flor a tu corona, |
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emblema fiel del pensamiento mío! |
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¡Yo quiero unir mi voz al gran concierto |
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que tu alto ingenio, tu virtud pregona! |
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¡Quién como tú feliz! Cruza el poeta |
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del triste mundo el erial desierto |
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por senda aislada, en soledad sombría, |
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pero animado por la voz secreta |
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que le hace oír los ecos de su fama |
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al otro lado de la tumba fría. |
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¡Oh! ¡cuántas veces el laurel divino |
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con que anhela ceñir su frente adusta |
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sólo llega a arrullar su último sueño, |
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como arrulla el del épico latino |
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del sol de Italia al resplandor templado, |
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y por el suave viento |
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del mar, entre perfumes, agitado! |
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No así tú: de la vida el aura pura |
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el sagrado laurel en tu sien besa, |
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y, antes de hundirte en la callada huesa |
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la voz escuchas de la edad futura. |
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Ya para ti los tiempos se adelantan; |
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ya las generaciones venideras, |
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con la presente, tu grandeza cantan. |
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¡Óyelas, noble anciano! |
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canto es de gloria, admiración lo inspira: |
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«El genio abrió su mano, |
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y el lauro descendiendo omnipotente, |
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al inmortal poeta |
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cercó de rayos la gozosa frente(1).» |