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Allá, en occidente, se pierde el sereno |
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del astro del día postrer resplandor, |
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que guardan las nubes un punto en su seno |
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cual guardan las almas recuerdo de amor. |
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No brilla en el cielo la pálida luna, |
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oscuras se arrastran las olas del mar, |
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las tibias estrellas, surgiendo una a una, |
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su trémulo brillo comienzan a dar. |
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Bogad, bogad. |
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Tendiendo sus alas en plácido giro, |
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los ángeles cruzan del cielo el azul, |
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y espira a su paso, con blando suspiro, |
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el ronco tumulto que engendra la luz. |
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Rumor de campanas, que hieren el viento, |
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tan solo se escucha lejano vibrar, |
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y eleva a los cielos el fiel pensamiento |
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y puebla los aires de acentos de paz. |
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Bogad, bogad. |
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Envuelta en la niebla, fugaz desparece |
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la plácida orilla, cual vaga visión; |
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ya en olas más gruesas tranquila se mece |
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la barca, al impulso del viento veloz. |
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Agítanse en torno las formas livianas |
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que ve en las tinieblas la mente vagar; |
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traspasan las sombras, rojizas, lejanas, |
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las luces que alumbran la inmensa ciudad. |
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Bogad, bogad. |
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¡Oh noche serena, silencio, frescura, |
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murmullos del agua, de lánguido son, |
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rumor de los vientos, atmósfera pura, |
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estrellas que bordan azul pabellón! |
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Si rudas borrascas conmueven el alma, |
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venid amorosos su furia a templar; |
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yo busco en vosotros suavísima calma, |
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misterio, armonías, amor, soledad! |
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Bogad, bogad. |
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No turba aquí el aire la voz de la orgía, |
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que el vino enronquece, que apaga el placer, |
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no suena iracunda, sacrílega, impía, |
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la sórdida lucha del vil interés. |
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No el pecho contristan, no arrancan el llanto |
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miserias, pasiones, sarcasmo, impiedad; |
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el alma recorre mansiones de encanto, |
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resuena en su seno la eterna verdad. |
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Bogad, bogad. |
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Y cántico ardiente, sublime, profundo, |
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en alas de fuego levanta el Señor; |
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se olvida del hombre, se olvida del mundo, |
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y vuela más pura, más férvida a Dios. |
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Que aquí brota inmenso raudal de consuelo, |
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y se alza al Eterno magnífico altar, |
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que, en bóveda inmensa, cobija ese cielo |
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y, en móvil llanura, sustenta la mar. |
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Bogad, bogad. |
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Yo quiero estar solo, sentir lo infinito, |
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cual vasto sudario, mi cuerpo envolver; |
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leer en los cielos, con astros escrito, |
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el símbolo eterno de eterno poder; |
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dejar a la mente perderse en la altura |
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y en esos abismos profundos del mar, |
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y oír en su sombra fatídica, oscura, |
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la voz de los mundos vibrante sonar. |
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Bogad, bogad. |
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¡Al fin!... Tus acentos graves |
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vibran de nuevo en mi oído |
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y aspiro tus brisas suaves, |
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como las marinas aves, |
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tengo en tus rocas mi nido. |
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¡Oh mar! en ti ve mi mente, |
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que va en su entusiasmo ardiente |
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siempre de lo grande en pos, |
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la imagen más elocuente |
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de la grandeza de Dios. |
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Con tus olas, coronadas |
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de blanca y rizada espuma, |
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con tus rocas erizadas, |
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con las gasas delicadas |
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en que te envuelve la bruma; |
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Con tus orillas serenas, |
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frescas, alegres y solas, |
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de piedras y conchas llenas, |
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do, entre menudas arenas, |
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hierven al llegar tus olas; |
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Con tus peñascos desiertos, |
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de espuma y algas cubiertos, |
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do miran los navegantes, |
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de asombro y espanto yertos, |
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cien mundos que fueran antes; |
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Con tu recia sacudida, |
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cuando el huracán te azota, |
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con la huella que en su huida |
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deja la nave que flota |
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sobre tu espalda tendida; |
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Con los monstruos colosales |
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que, en apartadas regiones, |
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se agitan en tus cristales, |
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con tus brisas celestiales, |
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con tus rudos aquilones; |
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Tu vegetación sombría, |
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que en masas confusas rueda, |
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tu misteriosa poesía, |
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y esa salvaje armonía |
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que nunca el eco remeda. |
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Como la niñez risueño, |
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soberbio como el pecado, |
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ya duermes con blando sueño, |
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ya intentas con loco empeño |
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el cielo escalar osado. |
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Grande, ¡oh mar! si las divinas |
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luces del cielo reflejas |
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en tus aguas cristalinas, |
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y blancas aves marinas |
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mecerse en tus olas dejas. |
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Grande si los aires hiende |
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la tormenta, y tu sereno |
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cristal agita y suspende, |
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y el rayo en la nube enciende |
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para apagarlo en tu seno. |
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Y ¡cuánta doliente historia, |
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con llanto y con sangre escrita, |
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cuánto recuerdo de gloria, |
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cuánta halagüeña memoria |
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entre tus olas palpita! |
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Un día fue... Cuando colmada |
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Dios vio, con torva mirada, |
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la copa que su ira encierra, |
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y con su diestra indignada |
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la vertió sobre la tierra, |
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Cuando el orbe estremecido |
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vio, con siniestro ruido, |
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luchando los elementos, |
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y retembló, conmovido |
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en sus profundos cimientos, |
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Se alzó más ronco, más fuerte, |
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de tus abismos oscuros, |
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tu grito, nuncio de muerte, |
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y el hombre, de espanto inerte, |
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te vio traspasar tus muros. |
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Te vio, ministro severo |
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de las iras del Señor, |
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avanzar rugiente y fiero, |
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y, frío como el acero, |
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heló su pecho el pavor. |
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Y tú... tu marcha seguiste, |
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y con tus aguas cubriste |
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el más elevado monte, |
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y triunfador te extendiste |
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en torno del horizonte. |
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Y cumplido el fin tremendo, |
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al crimen del hombre escaso, |
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retrocediste rugiendo; |
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mas en la tierra imprimiendo |
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huella eterna de tu paso. |
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¡Ah! ¡cómo a mi pensamiento |
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el alto valor asombra |
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del primero que, contento, |
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surcó tu espalda, a la sombra |
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de lino que agita el viento! |
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En él germinó el profundo |
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instinto que alienta y crea, |
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que luego llevó fecundo |
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por la redondez del mundo |
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el resplandor de la idea. |
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Que en vano, en la sombra oscura |
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de pavoroso misterio, |
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tras de tu inmensa llanura |
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bañaba el sol con luz pura |
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un ignorado hemisferio. |
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¡Con alas de fuego vuelas, |
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soberana inspiración! |
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¡En vano, mar, te rebelas! |
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¡allá van las carabelas |
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del intrépido Colon! |
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En torno suyo se agitan |
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siniestros presentimientos... |
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¡No importa! su arrojo excitan, |
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porque en su mente palpitan |
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soberanos pensamientos. |
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El bramido amenazante |
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desoyó del hondo abismo, |
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siguió su marcha arrogante, |
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apoyado en el triunfante |
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lábaro del cristianismo, |
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Y allá, entre remota gente, |
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lo plantó con fuerte abrazo; |
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y vio el sol desde el oriente |
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unirse en eterno lazo |
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uno y otro continente. |
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Y ya lejanas riberas |
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a donde, eternas viajeras, |
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sólo llegaban las aves, |
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vieron arribar ligeras |
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a las españolas naves. |
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¡España! ¡patria querida! |
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tu gloria yace dormida, |
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tu gloria que el orbe llena, |
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pero del mar repetida, |
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entre sus olas resuena. |
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Yo escucho en concierto santo |
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mágicas voces vibrar |
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la voz de gloria ¡Lepanto! |
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la voz de gloria y de llanto |
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que resonó en Trafalgar. |
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¡Ah! si en la lid infecunda |
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a que se entregan prolijos, |
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y que de dolor te inunda, |
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esa voz grave, profunda, |
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oyeran también tus hijos, |
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España, noble matrona, |
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pronto su mano robusta, |
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que historia brillante abona, |
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de nuevo triunfal corona |
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ciñera a tu frente augusta. |
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¡Oh mar! si al rumor del viento, |
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que te agita en blando son, |
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mecido por ti me siento, |
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se eleva mi pensamiento, |
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se ensancha mi corazón. |
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Pueda ver eternamente, |
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cuando en la tarde levantas |
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esa canción elocuente, |
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el cielo sobre mi frente, |
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tus olas bajo mis plantas. |
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¡Y esa sonora armonía, |
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que me arrulló en mi niñez |
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y mi juventud ansía, |
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pueda halagar algún día |
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los sueños de mi vejez! |
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Yo amé siempre el abismo; en alta roca |
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sentado muchas veces, de océano |
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el eterno vaivén contemplé ansioso, |
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sintiendo en lo profundo de mi alma |
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un intenso placer; de las montañas |
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los hondos precipicios atrajeron |
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siempre mi vista, y, al sentir mi cuerpo |
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por atracción ignota dominado, |
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un no sé qué de grande y misterioso |
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hacía latir mi corazón; mas nunca |
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el terror embargaba mis sentidos |
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ni paraba el impulso de mi mente. |
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Sol de fuego mi vista deslumbraba, |
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aire de aromas, plácidos rumores |
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poblaban el espacio; el alma mía |
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vagaba por un mundo de ventura |
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al viento del amor dando sus alas. |
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Y el abismo me atrajo: hondas tinieblas |
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un muro presentaron a mis ojos, |
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un aire frío resbaló en mi frente |
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y heló mi corazón; terror profundo |
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fijó mis ojos y oprimió mi alma. |
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No te amo ya. |
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¿De dónde vienes?-No lo sé: un momento |
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mi ardiente fantasía, |
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en la vaga región oyó del viento |
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insólita armonía. |
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Hirió mis ojos peregrina aurora, |
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sentí fuerza secreta; |
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alcé la frente y vi deslumbradora |
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la estrella del poeta. |
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¿Fue ilusión?... De la vida en los albores |
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fue esa ilusión mi vida; |
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alzó su vuelo, envuelta en resplandores, |
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mi alma estremecida. |
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Mundo de claridad y de hermosura |
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me abrió su noble seno, |
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y allí del río de mi existencia pura |
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corrió el cristal sereno. |
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Sentí el rumor de tiempos que pasaron |
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vibrar en mi memoria; |
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las cuerdas de mi lira resonaron |
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¡Dios, el amor, la gloria! |
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Y, henchido de entusiasmo generoso, |
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busqué con ansia ardiente, |
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para mi nombre un mármol victorioso, |
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laurel para mi frente. |
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-¿Y hoy?-He vivido: el torbellino crece |
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del viento que me azota, |
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ya ese mundo ideal se desvanece |
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y, envuelto en nieblas, flota. |
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De la alta inspiración que ensalza y crea |
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se apaga el sol fecundo: |
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mis ojos deslumbrados ya rodea |
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la oscuridad del mundo. |
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¿Amor?... Guirnalda de olorosas flores |
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tejí, que mi alma encierra; |
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hoy ya cubre sus vívidos colores |
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el polvo de la tierra. |
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¿Gloria?... El ardiente impulso del deseo |
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la realidad sofoca, |
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y, siempre encadenado, Prometeo |
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retuércese en su roca. |
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Camino oscuro y triste y escabroso |
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recorre mi pie herido. |
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-¿Qué buscas?-Nada ya: sólo el reposo. |
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-¿A do vas?-Al olvido. |