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En el mar

I

                                  Allá, en occidente, se pierde el sereno
del astro del día postrer resplandor,
que guardan las nubes un punto en su seno
cual guardan las almas recuerdo de amor.
No brilla en el cielo la pálida luna,
oscuras se arrastran las olas del mar,
las tibias estrellas, surgiendo una a una,
su trémulo brillo comienzan a dar.
               Bogad, bogad.
 
   Tendiendo sus alas en plácido giro,
los ángeles cruzan del cielo el azul,
y espira a su paso, con blando suspiro,
el ronco tumulto que engendra la luz.
Rumor de campanas, que hieren el viento,
tan solo se escucha lejano vibrar,
y eleva a los cielos el fiel pensamiento
y puebla los aires de acentos de paz.
               Bogad, bogad.
 
   Envuelta en la niebla, fugaz desparece
la plácida orilla, cual vaga visión;
ya en olas más gruesas tranquila se mece
la barca, al impulso del viento veloz.
Agítanse en torno las formas livianas
que ve en las tinieblas la mente vagar;
traspasan las sombras, rojizas, lejanas,
las luces que alumbran la inmensa ciudad.
               Bogad, bogad.
 
   ¡Oh noche serena, silencio, frescura,
murmullos del agua, de lánguido son,
rumor de los vientos, atmósfera pura,
estrellas que bordan azul pabellón!
Si rudas borrascas conmueven el alma,
venid amorosos su furia a templar;
yo busco en vosotros suavísima calma,
misterio, armonías, amor, soledad!
               Bogad, bogad.
 
   No turba aquí el aire la voz de la orgía,
que el vino enronquece, que apaga el placer,
no suena iracunda, sacrílega, impía,
la sórdida lucha del vil interés.
No el pecho contristan, no arrancan el llanto
miserias, pasiones, sarcasmo, impiedad;
el alma recorre mansiones de encanto,
resuena en su seno la eterna verdad.
               Bogad, bogad.
 
   Y cántico ardiente, sublime, profundo,
en alas de fuego levanta el Señor;
se olvida del hombre, se olvida del mundo,
y vuela más pura, más férvida a Dios.
Que aquí brota inmenso raudal de consuelo,
y se alza al Eterno magnífico altar,
que, en bóveda inmensa, cobija ese cielo
y, en móvil llanura, sustenta la mar.
               Bogad, bogad.
 
   Yo quiero estar solo, sentir lo infinito,
cual vasto sudario, mi cuerpo envolver;
leer en los cielos, con astros escrito,
el símbolo eterno de eterno poder;
dejar a la mente perderse en la altura
y en esos abismos profundos del mar,
y oír en su sombra fatídica, oscura,
la voz de los mundos vibrante sonar.
               Bogad, bogad.


II

                                  ¡Al fin!... Tus acentos graves
vibran de nuevo en mi oído
y aspiro tus brisas suaves,
como las marinas aves,
tengo en tus rocas mi nido.
 
   ¡Oh mar! en ti ve mi mente,
que va en su entusiasmo ardiente
siempre de lo grande en pos,
la imagen más elocuente
de la grandeza de Dios.
 
   Con tus olas, coronadas
de blanca y rizada espuma,
con tus rocas erizadas,
con las gasas delicadas
en que te envuelve la bruma;
 
   Con tus orillas serenas,
frescas, alegres y solas,
de piedras y conchas llenas,
do, entre menudas arenas,
hierven al llegar tus olas;
 
   Con tus peñascos desiertos,
de espuma y algas cubiertos,
do miran los navegantes,
de asombro y espanto yertos,
cien mundos que fueran antes;
 
   Con tu recia sacudida,
cuando el huracán te azota,
con la huella que en su huida
deja la nave que flota
sobre tu espalda tendida;
 
   Con los monstruos colosales
que, en apartadas regiones,
se agitan en tus cristales,
con tus brisas celestiales,
con tus rudos aquilones;
 
   Tu vegetación sombría,
que en masas confusas rueda,
tu misteriosa poesía,
y esa salvaje armonía
que nunca el eco remeda.
 
   Como la niñez risueño,
soberbio como el pecado,
ya duermes con blando sueño,
ya intentas con loco empeño
el cielo escalar osado.
 
   Grande, ¡oh mar! si las divinas
luces del cielo reflejas
en tus aguas cristalinas,
y blancas aves marinas
mecerse en tus olas dejas.
 
   Grande si los aires hiende
la tormenta, y tu sereno
cristal agita y suspende,
y el rayo en la nube enciende
para apagarlo en tu seno.
 
   Y ¡cuánta doliente historia,
con llanto y con sangre escrita,
cuánto recuerdo de gloria,
cuánta halagüeña memoria
entre tus olas palpita!
 
   Un día fue... Cuando colmada
Dios vio, con torva mirada,
la copa que su ira encierra,
y con su diestra indignada
la vertió sobre la tierra,
 
   Cuando el orbe estremecido
vio, con siniestro ruido,
luchando los elementos,
y retembló, conmovido
en sus profundos cimientos,
 
   Se alzó más ronco, más fuerte,
de tus abismos oscuros,
tu grito, nuncio de muerte,
y el hombre, de espanto inerte,
te vio traspasar tus muros.
 
   Te vio, ministro severo
de las iras del Señor,
avanzar rugiente y fiero,
y, frío como el acero,
heló su pecho el pavor.
 
   Y tú... tu marcha seguiste,
y con tus aguas cubriste
el más elevado monte,
y triunfador te extendiste
en torno del horizonte.
 
   Y cumplido el fin tremendo,
al crimen del hombre escaso,
retrocediste rugiendo;
mas en la tierra imprimiendo
huella eterna de tu paso.
 
   ¡Ah! ¡cómo a mi pensamiento
el alto valor asombra
del primero que, contento,
surcó tu espalda, a la sombra
de lino que agita el viento!
 
   En él germinó el profundo
instinto que alienta y crea,
que luego llevó fecundo
por la redondez del mundo
el resplandor de la idea.
 
   Que en vano, en la sombra oscura
de pavoroso misterio,
tras de tu inmensa llanura
bañaba el sol con luz pura
un ignorado hemisferio.
 
   ¡Con alas de fuego vuelas,
soberana inspiración!
¡En vano, mar, te rebelas!
¡allá van las carabelas
del intrépido Colon!
   En torno suyo se agitan
siniestros presentimientos...
¡No importa! su arrojo excitan,
porque en su mente palpitan
soberanos pensamientos.
 
   El bramido amenazante
desoyó del hondo abismo,
siguió su marcha arrogante,
apoyado en el triunfante
lábaro del cristianismo,
 
   Y allá, entre remota gente,
lo plantó con fuerte abrazo;
y vio el sol desde el oriente
unirse en eterno lazo
uno y otro continente.
 
   Y ya lejanas riberas
a donde, eternas viajeras,
sólo llegaban las aves,
vieron arribar ligeras
a las españolas naves.
 
   ¡España! ¡patria querida!
tu gloria yace dormida,
tu gloria que el orbe llena,
pero del mar repetida,
entre sus olas resuena.
 
   Yo escucho en concierto santo
mágicas voces vibrar
la voz de gloria ¡Lepanto!
la voz de gloria y de llanto
que resonó en Trafalgar.
 
   ¡Ah! si en la lid infecunda
a que se entregan prolijos,
y que de dolor te inunda,
esa voz grave, profunda,
oyeran también tus hijos,
 
   España, noble matrona,
pronto su mano robusta,
que historia brillante abona,
de nuevo triunfal corona
ciñera a tu frente augusta.
 
   ¡Oh mar! si al rumor del viento,
que te agita en blando son,
mecido por ti me siento,
se eleva mi pensamiento,
se ensancha mi corazón.
 
   Pueda ver eternamente,
cuando en la tarde levantas
esa canción elocuente,
el cielo sobre mi frente,
tus olas bajo mis plantas.
 
   ¡Y esa sonora armonía,
que me arrulló en mi niñez
y mi juventud ansía,
pueda halagar algún día
los sueños de mi vejez!


III

                                  Bogad: que las aguas divida la prora
ciñendo de espuma gallardo festón;
que, en tanto no brillo la cándida aurora,
las olas me aduerman con vaga canción.
Los sueños de gloria, de amor, de poesía,
mi mente agitada podrán visitar:
bogad; mientras duro la noche sombría,
la vasta llanura del ponto cruzad.
                 Bogad, bogad.
 
   Yo quiero estar solo, sentir lo infinito,
cual vasto sudario, mi cuerpo envolver,
leer en los cielos, con astros escrito,
el símbolo eterno de eterno poder.
Dejar a la mente perderse en la altura
y en esos abismos profundos del mar,
y oír en su sombra fatídica, oscura,
la voz de los mundos vibrante sonar.
                 Bogad, bogad.


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Tres fechas

I

                                  ¡Viva el placer! La tempestad sombría
enluta el firmamento:
resuenen los cantares de alegría
al par que silba plañidero el viento.
En plácida armonía
vibre el cristal con el cristal chocando,
y, en loca risa el corazón gozando,
nos sorprenda al nacer el nuevo día.
 
   ¡Oh cuán bella! la luz de tu mirada
es intensa y ardiente;
tu rubia cabellera destrenzada
es áureo marco de tu blanca frente.
Cual música acordada
mueve mi corazón tu voz sonora,
y, al estrechar mi mano abrasadora,
tiembla tu mano amada.
 
   Cae la lluvia a raudales, ronco el viento
          se agita con furor.
Fija tus ojos en los ojos míos
          y embriágame de amor.


II

                             Te estoy mirando y pensando
que es lo que tendrán mis ojos,
que siempre bajas la frente
cuando en los tuyos los pongo.
 
   No se si, al ver que te miro,
te enrojece la modestia,
o es que mis ojos alumbran
las sombras de tu conciencia.


III

                                  Yo amé siempre el abismo; en alta roca
sentado muchas veces, de océano
el eterno vaivén contemplé ansioso,
sintiendo en lo profundo de mi alma
un intenso placer; de las montañas
los hondos precipicios atrajeron
siempre mi vista, y, al sentir mi cuerpo
por atracción ignota dominado,
un no sé qué de grande y misterioso
hacía latir mi corazón; mas nunca
el terror embargaba mis sentidos
ni paraba el impulso de mi mente.
 
   Sol de fuego mi vista deslumbraba,
aire de aromas, plácidos rumores
poblaban el espacio; el alma mía
vagaba por un mundo de ventura
al viento del amor dando sus alas.
Y el abismo me atrajo: hondas tinieblas
un muro presentaron a mis ojos,
un aire frío resbaló en mi frente
y heló mi corazón; terror profundo
fijó mis ojos y oprimió mi alma.
                                              
No te amo ya.                        


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Fin

                               ¿De dónde vienes?-No lo sé: un momento
            mi ardiente fantasía,
en la vaga región oyó del viento
            insólita armonía.
 
Hirió mis ojos peregrina aurora,
            sentí fuerza secreta;
alcé la frente y vi deslumbradora
            la estrella del poeta.
 
¿Fue ilusión?... De la vida en los albores
            fue esa ilusión mi vida;
alzó su vuelo, envuelta en resplandores,
            mi alma estremecida.
 
Mundo de claridad y de hermosura
            me abrió su noble seno,
y allí del río de mi existencia pura
            corrió el cristal sereno.
 
Sentí el rumor de tiempos que pasaron
            vibrar en mi memoria;
las cuerdas de mi lira resonaron
            ¡Dios, el amor, la gloria!
 
Y, henchido de entusiasmo generoso,
            busqué con ansia ardiente,
para mi nombre un mármol victorioso,
            laurel para mi frente.
 
-¿Y hoy?-He vivido: el torbellino crece
            del viento que me azota,
ya ese mundo ideal se desvanece
            y, envuelto en nieblas, flota.
 
De la alta inspiración que ensalza y crea
            se apaga el sol fecundo:
mis ojos deslumbrados ya rodea
            la oscuridad del mundo.
 
¿Amor?... Guirnalda de olorosas flores
            tejí, que mi alma encierra;
hoy ya cubre sus vívidos colores
            el polvo de la tierra.
 
¿Gloria?... El ardiente impulso del deseo
            la realidad sofoca,
y, siempre encadenado, Prometeo
            retuércese en su roca.
 
Camino oscuro y triste y escabroso
            recorre mi pie herido.
-¿Qué buscas?-Nada ya: sólo el reposo.
            -¿A do vas?-Al olvido.
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