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301

Christopher F. Laferl, «América en el teatro español del Siglo de Oro», in Andrea Sommer-Mathis y otros, El teatro descubre América. Fiestas y teatro en la Casa de Austria (1492-1700), Madrid, Editorial Mapfre, 1992, p. 173.

 

302

Ángel Valbuena Briones, «Nota preliminar» a La aurora en Copacabana, in Don Pedro Calderón de la Barca, Obras Completas, nueva ed., prólogo y notas de A. Valbuena Briones, Madrid, Aguilar, 1966 (5ª ed.), p. 1313.

 

303

Ibi., p. 1314

 

304

Cfr. Historia general del Perú, in Obras completas del Inca Garcilaso de la Vega, cit., Parte II, libro II, cap. XXIV e XXV

 

305

Pedro Calderón de la Barca, La aurora en Copacabana, op. cit., «Jornada Primera».

 

306

Cfr. Kathleen N. March, «La visión de América en La aurora en Copacabana», in Aa. Vv., Calderón, Actas del Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro, publicadas bajo la dirección de Luciano García Lorenzo, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1983, vol. I, p. 513.

 

307

Cfr. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Edición de Joaquín Ramírez Cabaña, México, Editorial Porrúa, 1968 (6ª ed.), I, cap. LXXVII, pp. 258-259.

 

308

Fra Toribio de Benavente, Motolinía, Historia de los Indios de la Nueva España, ed. de G. Bellini, Madrid, Alianza Editorial, 1988, Tratado I, cap. I, p. 58.

 

309

Il personaggio è peraltro reale; Francisco Titu Yupanqui, discendente dagli Incas, scolpì realmente la statua lignea della famosa Vergine di Copacabana, che terminò nel 1583, e la replicò più volte. Cfr. Leopoldo Castedo, Historia del arte y de la arquitectura latinoamericana, Barcelona, Editorial Pomaire, 1970, pp. 120-121.

 

310

Scrive, con entusiasmo eccessivo, Valentín De Pedro, in América en las letras españolas del Siglo de Oro, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1954, p. 167: «De este modo Calderón de la Barca llevó al teatro un hecho esencial del descubrimiento y la conquista. Estaba él singularmente capacitado para advertir su trascendencia, como empresa fundamental de su patria. Cuando escribió esta obra, ya no era el poeta cortesano encargado de divertir a unas Majestades en cuyas manos se desmoronaba el poderoso Imperio de Carlos V, sino un sacerdote que en la religión encontró un refugio para su desengaño».

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