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21

PATTISON, op. cit., pág. 22, basándose en una declaración de Giner de los Ríos, afirma que la influencia de Spencer es la que más se nota en la filosofía española. Aparte de que la observación de Giner puede ser errónea, creemos que lo importante no es saber si Spencer fue o no más leído que Wundt, sino averiguar a qué concepción se acerca más el espíritu que late en los escritos del momento. Y, desde luego, creemos que respecto a esto no hay posibilidad de duda. El eclecticismo a lo Wundt estuvo mucho más difundido que el materialismo positivista de Spencer.

 

22

GONZÁLEZ SERRANO, Estudios psicológicos, Madrid, 1892.

 

23

EOFF, op. cit., pág. 130.

 

24

TH. RIBOT, Les maladies de la personnalité (1885), cit. por González Serrano, op. cit., pág. 100.

 

25

EOFF, op. cit., pág. 130.

 

26

«La filosofía del progreso», en Revista europea, 5, 1874, cfr. Eoff. op. cit., pág. 130.

 

27

«Breves indicaciones sobre Filosofía a matemáticos», Revista de España, XXV, 1872, pág. 266, cfr. Eoff, 131.

 

28

E. PARDO BAZÁN, La cuestión palpitante, cfr. Pattison, op. cit., págs. 99-100.

 

29

Lo que la Pardo Bazán y, en general, todos los naturalistas españoles aceptaron y negaron del naturalismo zolesco es bien conocido por la crítica.

En general, coinciden en rechazar dos cosas principalmente: de un lado (el más superficial), el bizantinismo de lo feo, lo horrible, lo desagradable. Clarín introduce en este aspecto un matiz propio de su inteligencia al advertir que la presencia de lo repulsivo en las obras naturalistas puede convertirse en fórmula, en convención estereotipada y, de este modo, en lugar de reflejar la realidad, abstraerla por medio de estereotipos. «Puede todo lo que hay en el mundo entrar en el trabajo literario -escribe-, pero no entra nada por el mérito de la fealdad, sino por el valor real de su existencia». Del otro lado, se niega su filiación positivista y las consecuencias que ello trae, el pesimismo, el exclusivismo cientifista, el determinismo, etc. Esta segunda negación es grave y harto significativa, pues el pesimismo que conduce al positivismo crea la necesidad de objetivación, la exclusión del subjetivismo, y con ello, el naturalismo como forma artística. Que el naturalismo no podía ser concebido sin el positivismo en que se fundamentaba, lo expresa muy bien la contradicción observada por Pattison en la Pardo Bazán (op. cit., págs. 100-101) que, después de rechazar el determinismo en La cuestión palpitante, escribe una carta a Menéndez Pelayo en la que confiesa: «Lo que hay en el fondo de la cuestión es una idea admirable, con la cual soñé siempre: la unidad de método en la ciencia y el arte. ¡Ahí es nada! La división arbitraria ha desaparecido, y la observación y la experimentación se aplican lo mismo a la novela que a los estudios anatómicos» (vid. C. BRAVO VILLASANTE, Vida y obra de Emilia Pardo Bazán, Revista de Occidente, Madrid, 1962, pág. 91). Lo cual implica que las leyes anatómicas, es decir físicas, son un instrumento adecuado para el análisis del espíritu humano, que forzosamente ha de estar presente en la novela.

Consecuencia de todo ello es que el cientifismo propio del naturalismo es asimilado por la novela española en su acepción de «estudio social», de «verdad», de «libertad temática», de «método artesano de trabajo», de «exactitud en los datos», y no en su acepción de concepción cientifista (en el sentido positivista) del hombre y de la vida, de la psicología como dependencia, de la fisiología, etc. La idea de Taine del «milieu» y el «moment», es decir, un aquí y ahora para cada persona, para cada situación, es respetada, pero esta idea pertenecía ya al realismo, y no es, por tanto, naturalista esencialmente. En cuanto al determinismo, el naturalismo español presenta abundantes casos de determinación por el medio, bien se cargue el acento sobre el espacio (Los Pazos de Ulloa), bien sobre el momento histórico (La de Bringas), pero muy escasos y aparentemente inconscientes de determinación hereditaria (tal vez Isidora Rufete, cuyo padre muere loco y cuyo hijo nace deforme, aunque algo muy similar ocurría ya con la Rosarito de Doña Perfecta), Ana Ozores vive determinada por el pasado, pero no por la herencia, sino por los pecados que la sociedad le cargó a la espalda: ser hija de una modistilla pretendidamente libertina, cometer pretendidamente un pecado sexual cuando niña, etc. En cuanto al Julián de Los Pazos, lo que le determina es el mimo recibido por su madre, la vida del seminario y el contraste con la vida brutal de Los Pazos, factores con los que colabora, colabora solamente, su complexión endeble. El más común de los casos es el de la determinación por la posición social, pero esto estaba ya en el realismo.

 

30

Cfr. PATTISON, op. cit., pág. 17.