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Reconocimiento del fuerte del Carmen del Río Negro y de los puntos adyacentes de la costa patagónica

Ambrosio Cramer



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Reconocimiento del Río Negro

Buenos Aires, y abril 15 de 1822.

Excelentísimo señor:

Conforme a las órdenes de Vuestra Excelencia, me embarqué el día 17 de octubre del año próximo pasado, a bordo del bergantín Exeter, para pasar al Río Negro, a fin de reconocer varios puntos de la costa patagónica. El día 2 de noviembre fondeamos en frente del establecimiento.

Mi primera operación fue levantar un plan circunstanciado de la población y contornos.

El fuerte está edificado encima de una loma, que tiene bajada hacia el río, con barrancas en ciertas partes. El piso es una arena suelta, que el viento amontona en todas direcciones.

Los primeros pobladores vivieron en cuevas, cavadas en la barranca pero poco a poco fueron edificando casas, generalmente dispuestas sin orden: todas son chicas y con poca comodidad, pero sanas: las paredes son de adobe, y los techos de teja.

La nueva población es un cuadro de casas iguales, edificadas como a dos cuadras y media al E del fuerte; tres costados no más se acabaron. El lado del S quedaba para construir el cabildo, pero nunca se hizo; y como los vientos los más violentos reinan para esa parte, las arenas se han ido amontonando en medio del cuadro, de modo que las casas del lado opuesto están algo tapadas. Muy pocos son los vecinos que   —4→   viven en la nueva población: la mayor parte de las casas están abandonadas y algunas arruinadas.

El fuerte es un cuadro imperfecto con tres pequeños bastiones solamente, porque un lado está sin acabar. Toda su defensa consiste en una pared de tres y media varas de alto, sobre cerca de vara y media de ancho, construida de adobes, y en algunas partes de tosca: toda esa fortificación está generalmente en muy mal estado, y no sufre otra reparación que la que está haciendo actualmente el comandante de aquel punto, cual es reforzar la pared por la parte de adentro, con una banqueta de tres pies de alto sobre tres de ancho. Cualquiera otra reparación sería inútil, pues las obras que existen no son capaces de sostener nuevos materiales. La población dicha del S se compone de una docena de casas, situadas al otro lado del río, y precisamente al S de la primera. Parece que este sitio es el que se había elegido para formar el establecimiento cuando llegaron las primeras familias: pero, espantadas por las mareas vivas, que algunas veces alcanzan a cubrir toda la superficie de aquel terreno, se pasaron al N, y se fijaron en la loma donde está el fuerte. Los pocos que quedaron están expuestos anualmente a dos o tres de estas inundaciones, y tienen entonces que refugiarse en las casas las más elevadas, o a sus botes. En fin, se puede decir que la posición de una y otra población es bastante mala, y en el reconocimiento que después hice del río, he tenido ocasión de ver muchos parajes más a propósito, para formar el establecimiento. La boca del Río Negro hasta San Javier, por ser desconocida su barra, ofrece algunas dificultades, que desaparecerían con buenos prácticos, y proveyendo la boca de todo lo necesario para socorro de los barcos que se presentasen para entrar. Hay varias canales para pasar la barra: las más conocidas son las del S, del medio, del SE, y del N.

La canal del S es la más fácil, pero hay poca agua; y los buques que calen mas de ocho a nueve pies, no deben seguirla. La canal del medio tiene dos brazas de agua, en la pleamar, cuando los vientos reinan de la parte del S; y en las mareas vivas se suelen encontrar cerca de tres brazas. Esta canal es algo estrecha, lo   —5→   que hace que la salida es más fácil que la entrada, porque desde afuera no se descubre el punto a donde deben dirigirse los buques.

La canal del SE es la más segura y la más ancha: en las mareas vivas se encuentran más de tres brazas de agua. Si se pudieran establecer dos o tres boyas en esa canal, la navegación del Río Negro presentaría menos dificultades.

La canal del N era muy frecuentada hace cuatro o cinco años; pero con el tiempo se ha ido estrechando, y en el medio se ha formado un pequeño banco que la hace de difícil acceso. A más de esto las corrientes llevan con fuerza hacia a la costa, de modo que esa canal no se puede seguir sino con embarcaciones menores.

El Río es navegable en todos tiempos hasta la población: más arriba ofrece algunas dificultades, principalmente cuando las avenidas de las aguas empiezan a disminuirse.

La costa del S es generalmente baja: la del N al contrario está bordada de lomas más o menos altas, y cortadas a pique en ciertas partes.

Los moradores hasta ahora han sembrado solamente algunos llanos de la costa del río, que las mareas fertilizan, y no se han atrevido a apartarse de la población de más de tres o cuatro leguas, por miedo de los indios.

La parte del S es un llano, que se extiende desde la boca hasta ocho leguas más arriba de San Javier: una gran parte de la costa del Río está sembrada; pero todavía no han llegado a aprovechar los campos de San Javier, y ese punto es el que ofrece más ventaja a los labradores.

En otros tiempos hubo una guardia en aquel destino, pero no queda más que los rastros de ella.

Para poblar esos llanos sería preciso poner una fuerza respetable en la Angostura, que se halla ocho leguas de San Javier, y es un paso casi preciso para los indios. Los vecinos podrían entonces sacar el fruto de sus tareas, sin temor de ver los indios acabar en un día con el trabajo de muchos años.

A fines de diciembre pasé a la Bahía de Todos Santos, y recorrí la costa hasta la Bahía de Brettman.

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La Bahía de Todos Santos es el fondeadero habitual de los buques de pesca: de allí reparten sus embarcaciones menores en todas direcciones, para traer la grasa de los elefantes que matan.

Toda la bahía no es igualmente buena para fondear, porque los vientos del SO levantan mucha marejada. El fondeadero más seguro es el que se halla entre la Isla Rasa y la de Gamas: pero no tiene arriba de diez pies en bajamar.

La Isla Rasa es un banco de arena que nunca cubre. La de Gamas, aunque muy estéril, tiene regulares pastos en algunas partes, y un pozo de agua cerca del fondeadero.

Las aguas de la mar suben por el Arroyo del Indio, y forman la Isla de San Blas, en la cual se encuentran dos aguadas, la una cerca de los ranchos, y la otra media legua más al N. Esta última es la mejor: los terrenos del N de la isla parecen muy buenos, y están cubiertos de un hermoso pasto. El arroyo al bajamar queda en seco por la parte del S; al N se encuentran hasta tres o cuatro brazas de agua a la entrada, pero hay un bajo que no deja penetrar adentro, hasta que suba la marea. Más arriba hay partes de mucha agua, y con la misma creciente alcancé a remontar cerca de tres leguas: es a decir, que llega en frente de unas salinas, que pocos días antes reconocí por tierra, las que podrán quedar a dos leguas y media del arroyo.

Haciendo un reconocimiento formal del camino que conduce del arroyo a las Salinas, estoy persuadido que la sal podría cargarse por la bahía, lo que ofrecería muchas ventajas: pues ya sabemos que, por causa de la barra del Río Negro, los buques destinados a ese comercio no deben calar arriba de diez a doce pies, mientras que en la bahía podrían cargar buques de todo porte.

De la Bahía de Todos Santos pasé a la de la Unión. Las canales que conducen de una y otra tienen poco fundo: las chalupas no más pueden atravesar. Reconocí al pasar la Isla Larga, y la de Borda; pero una y otra ofrecen muy pocos recursos.

La Bahía de la Unión, a más de prometer las mismas ventajas que la de Todos Santos para la pesca, tiene también mejores fondeaderos: la canal para entrar es bastante ancha, con cinco brazas de agua en bajamar.

El Río Colorado desemboca en esta bahía por dos canales: la una   —7→   canal chica y la otra canal grande. A la pleamar las chalupas pueden pasar por la canal chica. La grande tiene tres brazas de agua, casi en toda su extensión: de modo que los buques pueden fondear en este brazo del Colorado con la mayor seguridad.

Creo que en toda la costa no hay un punto que ofrezca las ventajas de esta bahía: porque, a más de ser bastante bien abrigada, a pesar de su grande extensión, ese puerto también es el único paso para pasar al Colorado; porque las bocas de afuera de este río están casi siempre impracticables, aun para las chalupas más chicas.

Entré en el Colorado por la canal chica: este río se divide en una porción de brazos, que forman otras tantas islas, pero todas anegadizas y pantanosas. La corriente baja con mucha fuerza, y trae arena que se tapan las canales. Al salir del río, para seguir la costa hacia al N, encontramos tan poca agua, que varamos con una canoa chica.

Como a nueve leguas del Colorado encontré la Bahía de Brettman: para entrar hay una sola canal que corre SE y NO. Ella es regularmente ancha, y tiene dos brazas de agua al bajamar, en el punto más bajo. Adentro hay varios fondeaderos muy buenos, pero el mejor se halla en la parte del S. Esta bahía es navegable hasta cinco o seis leguas adentro: más arriba hay poca agua y muchos pantanos.

Los terrenos parecen buenos a la entrada, pero hacia adentro hay montes muy espesos de chañales y espinillos. A la costa del S vi algunos caballos marcados.

El 15 de Febrero salí del Río Negro, en una goleta de 18 toneladas, con destino a San José. El 18 llegué a la bahía del mismo nombre. La entrada tiene cerca de una legua de ancho: continuamente hay una marejada más fuerte, que podría hacer creer que la canal está llena de bajos, pero en todas partes se encuentran más de 50 a 60 brazas de aguas. La rapidez de la corriente es causa de tanta marejada.

En doblando las dos puntas que forman la entrada, la corriente disminuye sensiblemente, y más adentro hay muy poca o ninguna.

Toda la bahía tiene generalmente mucho fondo: en algunas partes se hallan 18 a 20 brazas de agua, hasta muy cerca de la costa.

En toda la extensión de la bahía se puede fondear, porque hay   —8→   buen fondo; pero las ensenadas de la parte del S ofrecen más abrigo contra los vientos del SE, que son muy violentos.

Bajé en tierra en varias partes, y anduve en cada dirección legua y media a dos leguas, al fin de descubrir la mayor parte de la península; subí también en las lomas más elevadas, y todo sin ver una cabeza de ganado. A la verdad vi muchos rastros, pero parecen de algún tiempo, lo que me ha hecho creer que los ganados que se han visto en San José, aparecen solamente en ciertas estaciones del año, en tiempo de lluvias, o que los indios los habrán llevado más al S.

Estuve en la población que los indios arruinaron: no queda más señales de ella, que un horno medio caído; y por cierto no me puedo figurar cuáles fueron los motivos que dieron lugar a la formación de aquel establecimiento; pues toda la península presenta el aspecto de la mayor esterilidad, a lo menos en lo que se ve cerca de la costa. La agua también es muy escasa, de modo que la pesca es la única razón que puede hacer apreciar esta bahía.

El 23 salí para ir al Saco de San Antonio, pero en la noche sobrevino un temporal furioso. Tuvimos la felicidad de apartarnos de la costa, y quedamos tres días en la situación la más apurada. En fin, el día 26 pudimos entrar en la boca del Río Negro, donde encontramos los restos de la embarcación de D. Antonio Leloir, que pereció el primer día del huracán, con cinco hombres de tripulación.

El reconocimiento de San José fue mi última operación. Ignoro si he llenado las órdenes que recibí; si no lo he hecho, Vuestra Excelencia puede estar seguro de que no habrá sido por falta de deseos de cumplir con las intenciones del Gobierno.

AMBROSIO CRAMER

A su excelentísimo el señor Ministro de Guerra y Marina.





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