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Recuerdos de Fernando de Villalón, por Manuel Halcón. Madrid, Talleres de Rivadeneyra, 1941. Un vol. en 8.º de 204 páginas

Ricardo Gullón





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Conocía diversas fotografías de Fernando de Villalón, pero ninguna de ellas me había parecido tan auténtica como esta en que se le ve en pie junto al caballo, zahones, chaquetilla corta y sombrero ancho, la garrocha al brazo y detrás la marisma de sus romances, un invisible toro adivinándose cercano. Esta era la imagen que yo prefería, tal vez porque me costaba trabajo situar a Villalón sobre el asfalto de la calle de Alcalá y, más aún, pensarlo haciendo por Madrid «vida literaria».

Quizás ha sido por eso por lo que el libro de Manuel Halcón Recuerdos de Fernando Villalón se me antoja sobrevenido en el momento preciso. Pues aun las leyendas es conveniente muestren algún plausible indicio por donde puedan ser contrastadas con la realidad. Villalón era, efectivamente, un hombre del campo, y gracias a ello su poesía adquirió inconfundible acento, profunda verdad, características indelebles. Importa su poesía, pero también importa el hombre, y a su conocimiento contribuyen en gran manera estas páginas de Halcón, escritas con lúcido fervor, con apasionada intención de aportar el posible esclarecimiento al caso referido. Y su Villalón se mantiene en pie, coherente, consistente, tal como lo deseábamos; poeta y ganadero, con la misma capacidad para el ensueño que para la vida.

Quedaba el riesgo de que la obra se diluyera en anécdotas, y este riesgo ha sido soslayado, mejor diría, superado, tras de afrontarlo cuando conviene, sin escamotear aquellas que son en verdad significativas y reveladoras del carácter. Por lo demás, el libro ordénase armónicamente alrededor de cuatro temas esenciales: casa y familia, campo, ciudad, poesía y misión. No en trámite de pura información biográfica, sino de otra manera, sin el atadero de ineficientes cronologías -salvo en cuanto necesarias-, sin detenerse en los aspectos y en los días que carecen de interés, sintetizando y reduciendo los   —154→   temas a unos pocos acordes fundamentales, que, a modo de línea melódica, van apuntándose en el momento preciso y luego vuelven a sumergirse, pero transparentándose aún, insinuándose cada vez que vuelve a ser justo.

Pertenecía Villalón a una familia de aristócratas andaluces -Conde de Miraflores de los Ángeles-, arraigados en su tierra de Morón, y del contacto con la naturaleza, con las fuerzas que es necesario batir y domeñar, le nació tal fortaleza que parecía «una torre en movimiento». Cuando pisaba los salones de su casa, nos dice Halcón, «todo entraba en vibración» y uno se imagina la zozobra de la madre ante «aquel hijo intrépido a quien había dado en sus entrañas doble ración de vida».

Nació en Sevilla, el 31 de mayo de 1881. Su apego a la tierra era un fenómeno natural. Y su físico iba bien con sus aficiones. «Pesada generalmente noventa kilos. Su pelo era negro cetrino, con brillo y abundoso como el de los gitanos». «Las facciones eran bastas y los ademanes bruscos». «Se abuñolaba levemente el pelo en el arranque de la frente», nos informa su primo y cronista, que añade un dato definitivo: «Andaba como los picadores». Esta página de Halcón, ¿no vale por media docena de retratos?

De Villalón en el campo se nos cuentan cosas interesantes, de cómo conoció al Pernales y hasta quiso tomarle a su servicio. Por cierto que a este propósito nos da Manuel Halcón un excelente apunte del último bandolero andaluz. Vemos a Villalón en su avatar de teósofo, luego escéptico cazador de duendes, para, finalmente, después de su fracasada experiencia de ganadero, desembocar, con el peso de sus bien vividos cuarenta años, en una poesía viril, graciosa y peculiarísima. En los artos 26 al 29 publica sus tres libros de poemas: Andalucía la Baja, La Toriada y Romances del 800. Por la misma época mantuvo en Huelva una hoja poética -Papel de Aleluyas- en la línea de las revistas que entonces solían llamarse «jóvenes» o de «vanguardia». Poco después cesaban, con su vida, sus actividades: falleció en Madrid el 8 de marzo de 1930, después de serle practicada una intervención quirúrgica. Pocas veces podrá emplearse con más verdad el término «malogrado», porque con él desapareció un genio poético del que podían esperarse obras en plena sazón.

Los Recuerdos de Halcón están escritos con la sencillez que el tema imponía, repartidos en breves capítulos de gran densidad de contenido.   —155→   Forman un libro ameno, fácil y agradable, que se lee con deleite, porque a lo sabroso de la materia se une la facilidad de mano y adecuada naturalidad del escritor. Un libro como se escriben pocos en España, donde, no sé si por indolencia o por desinterés, la gente gusta de guardar sus recuerdos para sí. ¡Ojalá que las páginas de Halcón sean ejemplo, si no modelo, para otros escritores, sirviendo de acicate a la publicación de memorias de quienes no hayan perdido enteramente las suyas, ni el gusto por contarlas!





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