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El «cierto caballero» y maestro de la nao era el capitán Ignacio de Maleo y el navío de registro denominado Santa Agueda, propiedad de Pablo García Santayana. Realizó el viaje a Buenos Aires con licencia real, trayendo a su bordo a treinta y cuatro misioneros jesuitas a la orden del P. Simeón de Ojeda, Procurador General de las Provincias del Paraguay y otros pasajeros con las debidas autorizaciones. Debemos agradecer estos datos al distinguido investigador don José Torre Revello, que con su proverbial gentileza nos los ha proporcionado de documentos inéditos del Archivo General de Indias de Sevilla. (N. del E.)

 

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De ser exacto este dato consignado por Acarette, debemos admitir que en la solicitud de licencia el capitán Maleo redujo la capacidad del navío a 340 toneladas, según consta en la documentación inédita que nos facilitó el historiador José Torre Revello, conservada en el Archivo General de Indias, de Sevilla, en donde hasta se señala que el Santa Agueda era de construcción holandesa. (N. del E.)

 

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Es decir, que debió hallarse en Buenos Aires en la primera quincena de abril de 1658. (N. del E.)

 

24

«En 1658 -dice TORRE REVELLO, p. 487-, tres navíos franceses, al mando de Timoleon de Osmat, llamado Caballero de la Fontaine, aparecieron de improviso en el estuario, lo que obligó al gobernador a tomar forzadas medidas de defensa, sin que se presentara ocasión de entablar lucha con la tripulación de los citados navíos». El navío Santa Agueda luego de reconocer una de las tres fragatas francesas, que dice mandada por el capitán Foran, procuró poner distancia entre ambas y arrumbar prestamente hacia el puerto de Buenos Aires. Coincide con estos datos de Acarette el cronista PEDRO LOZANO, (Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, ilustrada con noticias del autor y con notas y suplementos por ANDRÉS LAMAS, t. III, p. 437, Buenos Aires, 1874). (N. del E.)

 

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Según TORRE REVELLO, p. 487, «los navíos franceses continuaron su asedio a Buenos Aires, hasta que fueron batidos por el navío de registro Santa Agueda, del que era maestre Ignacio de Maleo, con la ayuda de un navío holandés al mando de Isaac de Brac, apresando en el combate que se entabló a la nao capitana, llamada La Mareschale, a la que causaron bajas en su tripulación, y obligando a las dos naves restantes a abandonar a velas desplegadas el lugar de la acción». PEDRO LOZANO, describe en la p. 438, las alternativas de la lucha. (N. del E.)

 

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Don Luis Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste y Marqués de Villaflor: había sido gobernador en el virreinato de Nueva España entre los años de 1650 y 1653, pasando luego en iguales funciones al del Perú, donde desempeñó el elevado cargo entre el 24 de febrero de 1655 y el 31 de diciembre de 1661. (ALSEDO Y HERRERA, p. 135). (N. del E.)

 

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RUY DIAZ DE GUZMÁN advierte en La Argentina (lib. I, cap. IV) «que el puerto de Buenos del relato de Acarette es uno de los más certeros, los navíos estando surtos donde llaman los Pozos, por estar algo distante de la tierra». Este pasaje del relato de Acarette es uno de los más certeros, siendo posible suponer que recibió informaciones del práctico que condujo a puerto al navío Santa Agueda. RÓMULO ZABALA y ENRIQUE DE GANDÍA en su Historia de la Ciudad de Buenos Aires (tomo I -1536-1718-, pp. 249 q sigs., Buenos Aires, 1936) describen la entrada al puerto de Buenos Aires mediante una Relación del gobernador Pedro Esteban Dávila remitida a España en 1635, que corrobora los datos de Acarette. (N. del E.)

 

28

DÍAZ DE GUZMÁN (en el lib. I, cap. IV, de La Argentina) dice refiriéndose a la fertilidad de la tierra paraguaya, que da todo género de frutos de Castilla, «en especial viñas...». (N. del E.)

 

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Don Juan Blazquez de Valverde, oidor de la Real Audiencia de La Plata, era a la sazón gobernador y capitán general de la provincia del Paraguay. Había asumido el mando el 21 de setiembre de 1656, depositándolo el 24 de diciembre de 1659 en manos de su sucesor, don Alonso Sarmiento de Sotomayor y Figueroa. Blazquez de Valverde había sido designado visitador de las provincias del Uruguay y del Paraná y «enviado a depurar las denuncias contra los jesuitas, cuyas misiones visitó, empadronando a los indios y tasando los tributos debidos al Rey; dictó dos sentencias absolviendo a los Padres de los cargos que se les hacían; dejó impunes a los indios de Caazapá y de Yuty, que se resistieron a ser empadronados» (BLAS GARAY: Breve resumen de la historia del Paraguay, en Tres ensayos sobre historia del Paraguay, p. 63, Buenos Aires, 1942, y ANTONIO ZINNY: Historia de los gobernantes del Paraguay, 1535-1887, p. 90, Buenos Aires, 1887). En 1657, Blazquez de Valverde señaló la jurisdicción de cada uno de los pueblos jesuíticos, de lo que nos hemos ocupado en JULIO CÉSAR GONZÁLEZ, Contribución al conocimiento de la cartografía colonial, en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, t. XXIV, pp. 59-91, Buenos Aires, 1940. (N. del E.)

 

30

No fueron muy fieles las referencias que Acarette recogió acerca del aspecto edilicio de la Asunción. Aun cuando el sentimiento religioso de los pobladores que había conocido podía hacerle esperar la existencia de «iglesias muy bonitas», cuanto puede consultarse al respecto contra dice su afirmación de viajero que escribe al dictado, pues de su relato no se puede extraer la firme conclusión de que navegase el río Paraná hasta el Paraguay. RICARDO DE LAFUENTE MACHAIN en La Asunción de antaño, Buenos Aires, 1942, dedica un capítulo a la Arquitectura religiosa, en donde, comentando un informe del gobernador del Paraguay don Juan Diez de Andino, fechado el 24 de abril de 1682, anota el estado deplorable de la Catedral de La Encarnación, y otra documentación recogida en esta interesante recopilación registra el estado ruinoso del Templo de la Compañía de Jesús y los dedicados a San Sebastián y a San Roque. Desde luego que alguna documentación que se conoce no coincide con la impresión favorable que anota Acarette, acerca de la ciudad antigua, pero contemporáneos han habido que la consideraron digna de alabanza y en sus oportunidades solían registrarlo con visible entusiasmo. RUY DÍAZ DE GUZMÁN, escribiendo en 1612 La Argentina, dice en el lib. II, cap. XIV, que la catedral asunceña estaba «hecha de buena y bien labrada madera, las paredes de tapia bien gruesa y cubierta de tejas hechas de una dura palma, y otros edificios y casas consistoriales de consideración, que ennoblecieron aquella ciudad de modo que estaba la República tan aumentada, abastecida y acrecentada en su población, abundancia y comodidad que desde entonces hasta hoy no se ha visto en tal estado». Según el mismo cronista, la Asunción estaba «fundada sobre el mismo río Paraguay al naciente en tierra alta y llana, hermoseada de arboledas, y compuesta de buenos y extendidos campos... La traza de esta ciudad no está ordenada por cuadras y solares iguales, sino en calles anchas y angostas, que salen o cruzan a las principales, como algunos lugares de Castilla». Los elogios de Díaz de Guzmán eran para la Asunción de la época inmediatamente posterior a Don Domingo Martínez de Irala, es decir, hasta mediados del siglo XVI. Para el siguiente había variado en extensión y desde luego en calidad -digámoslo así- edilicia. El cronista paraguayo nos lo parece estar asegurando cuando recuerda que «ocupaba antiguamente la población más de una legua de largo, y más de una milla de ancho, aunque el día de hoy ha venido a mucha disminución». (N. del E.)