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Reportajes obscenos

Sergio Ramírez





Berlín, dice Rubén en su libro de viajes Tierras de bruma que he releído estas noches prestándolo a la monumental Biblioteca del Instituto Iberoamericano con treinta mil títulos sobre Centroamérica, ciudad llena de cosas contradictorias, donde visitando un templo os aborda un proxeneta que os promete el pecado, y en un bar, entre gentes pecadoras, se os aparece una mujer que os ofrece periódicos religiosos y os vende «Imágenes de Cristo».

Copio esta frase de la edición de las obras completas, volumen XII, Madrid, año de 1919, página 236 de Tierras solares y Tierras de bruma. Rubén estuvo en esta ciudad de Berlín un otoño del año 1904, y entre las cosas que vio y anotó con esa sagacidad suya de periodista que le permitiría, entre otras grandes revelaciones que hizo a la lengua castellana, trasponer las experiencias de la prosa periodística a la poesía, está ésa que se refiere a un proxeneta (palabra puesta en boga por los modernistas y que designa a una gama infinita de pervertidos sexuales, maricones, chulos, chivos, travestistas, drogadictos, alucinados, patrones de burdel, coimes, tahúres, cuchilleros) que promete el pecado (ofreciendo prostitutas y describiendo sus cualidades y atractivos secretos a los clientes en potencia, uno de ellos Rubén, sentados tranquilamente en las bancas de un templo católico y que llevará seguramente una colección de fotos lascivas debajo de la camisa).

Mientras tanto tengo sobre la mesa los recortes de periódicos que acabo de recibir de Nicaragua, con el poema de Ernesto Cardenal sobre New York publicado en dos partes, y la descripción de la acusación o denuncia presentada por un prelado de la Iglesia ante la Jefatura Política de Managua (Pablo Antonio: no estoy muy claro ¿Pero no es allí donde se sacan los permisos para serenatas y procesiones?) y no he podido menos que recordar a Rubén, que inventó el periodismo literario moderno en América Latina y que lo utilizó después en la poesía y que anduvo por el mundo y vio todas las cosas, rábulas, prostitutas, proxenetas, bailarinas, homosexuales, traficantes de celeste carne, borrachos amanesqueros, un asesino con su cuchillo, como diría después Joaquín Pasos, cocottes, condes, viciosos, y que si no las hubiera visto ni oído y después escrito (cantado, para respetar los cánones líricos) hubiera fallado en su descripción del universo que no consistió precisamente en la elaboración de yesos dorados y una gentil princesita tan bonita, etc.

¿Y cómo no recordar entonces esa imagen del poema de Ernesto, la mujer que vende periódicos religiosos en los lugares de pecado (garitos, cantinas, estancos, coimerías, casas de cita, burdeles y demás sitios de amancebamiento), la santa Dorothy Day, el Catholic Worker de a un centavo el ejemplar, tantas veces en la cárcel entre prostitutas y lesbianas?

Desde la Epístola de Rubén, dedicada a Madame Lugones, a la Pequeña biografía de mi mujer de Coronel Urtecho, a los Murales y a los Testigos oculares de Carlos Martínez Rivas, y en general en casi toda la de Cardenal, la tradición de la poesía nicaragüense es descriptiva, de reportaje abierto, de relación de lugares, situaciones, cosas, hechos, de información, de crónica, quizá porque nunca hemos tenido corriendo pareja ninguna investigación de la realidad por medios científicos, ni tampoco ninguna novela, hasta la aparición de Trágame tierra de Lizandro Chávez Alfaro, una tradición que cobrará no poca importancia ahora que la novela misma se encamina hacia lo documental, la entrevista; en la combinación de esas dos formas podría estar anunciándose un nuevo cauce de expresión literaria en nuestro país.

Estas líneas no pretenden, por supuesto, constituir una defensa de Ernesto. Mal podrían descansar en paz las cenizas de Bobadilla en Nicaragua, porque no puede explicarse a Bobadilla sin Pedrarias, en ese estrecho jugoso que es nuestro país, en donde tantos juicios penales, y no precisamente contra la poesía, hacen falta. Pero dejemos que el mundo nos recuerde otra vez (hoy ha estado en mi casa Herman Schulz, el director de la Editorial Peter Hammer que publica a Cardenal en lengua alemana; también el pintor berlinés Dieter Mashur y el traductor austríaco Gerard Drekonian; han leído el material de los recortes, la acusación, el poema, de todo han querido copia y hemos ido a buscar una Xerox). Tal vez, además de lo que nos deparó el terremoto, y de nuestro parentesco con Mike Jagger, nos hacemos famosos también por esto.

Berlín, 31 de agosto de 1973.





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