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Las relaciones hispano-japonesas en la era del Nuevo Imperialismo (1885-1898)

Belén Pozuelo Mascaraque



INTRODUCCIÓN

     �1885� marca el viraje de la política colonial de las grandes potencias comenzando una nueva fase en las relaciones coloniales definida por los autores como �era del Imperialismo� o �nuevo Imperialismo� (Fieldhouse, Renouvin).

     Por lo que se refiere a las posiciones de España y Japón a lo largo de este período, hay que señalar que ambos países constituyen casos especiales dentro de la historia del colonialismo.

     Japón va a iniciar, una vez verificada la Revolución Meiji, una política exterior con unos objetivos claramente definidos (125): por un lado, el establecimiento de su propia seguridad geográfica con respecto a las grandes potencias, lo que le llevará a practicar una política de expansión colonial, y por otro, el planteamiento de la revisión de los �tratados desiguales� impuestos por las potencias occidentales. De esta forma, a medida que consolide un desarrollo interno, Japón iniciará un giro en sus relaciones exteriores.

     En el caso de España, el punto de partida de esta fase, en torno a los años 1885-1888, viene definido por la búsqueda de una nueva política exterior que supere la definición canovista de �recogimiento�. Y en este sentido hay que tener presente tanto la resolución de la crisis de las Carolinas (126) como la nueva [80] orientación exterior propugnada por Segismundo Moret (127) señalaba el ministro de Estado la necesidad de España de salvaguardar las posesiones ultramarinas, analizando de qué lado podría venir un ataque a los dominios, o cuál sería el resultado de complicaciones europeas cuyo desenlace tuviera lugar en aquellos territorios.

     El papel de España en lo que conocemos como Extremo Oriente Ibérico es extremadamente débil a la altura de estas fechas, lo que contrasta con los rasgos de la era del Imperialismo. Así, estos años que median entre 1885 y 1898 representan el gran fracaso de la política colonial española, y este fracaso pasa por su acción en Extremo Oriente.

     España no sólo no consiguió impulsar el desarrollo de sus colonias sino que, en relación con Japón, y a medida que avancen los años, iba a manifestarse como la pequeña potencia que era. Un país occidental, España, heredero de un imperio que había sido mundial, vio cómo un país asiático como Japón, con las connotaciones que ello tenía en la época, podía perfectamente disputarle la hegemonía en el Pacífico; con el tiempo se demostró que Japón podía ser tan peligroso como cualquier potencia occidental.

     Con estas consideraciones generales, a la hora de trazar un cuadro de lo que fueron las relaciones hispano-japonesas entre 1885 y 1898, y siempre desde la perspectiva española (128), es necesario destacar que la política de nuestro país se va a encontrar claramente condicionada por los dos objetivos trazados por el gobierno japonés, especialmente entre 1890 y 1891.

     En este sentido, pueden establecerse tres fases en el desarrollo de las relaciones hispano-japonesas a lo largo del período:

     a) 1885-1891: caracterizada por los intentos de poner en marcha una política de buenas relaciones con Japón, teniendo como punto de apoyo el inicio de unas provechosas relaciones comerciales. [81]

     b) 1891-1895: durante esta fase, que se prolonga hasta la guerra sino-japonesa, España es espectadora singular del desarrollo de Japón, cuya política exterior comienza a ser vista como una seria amenaza para la posición española en la zona.

     En 1889 había saltado a un primer plano la cuestión de la revisión de los tratados desiguales, planteada desde 1879, que afectaba directamente a España pero que, por el momento va a mantenerse en su negativa a dicha revisión en espera de lo que hicieran las otras potencias occidentales al respecto.

     e)1895-1898: entre la guerra sino-japonesa (1894-1895) y la crisis de 1898, se asiste a la necesidad española de redefinir su política exterior en relación a Japón, que ya ha surgido como potencia �expansionista� y con la que ha firmado un nuevo tratado de Amistad, Comercio y Navegación en enero de 1897.

     Son ya los últimos momentos de la presencia española en Extremo Oriente, que no supo advertir que el peligro para la integridad de sus posesiones ultramarinas no habría de venir, en realidad, de Japón.



PRIMERA FASE, 1885-1891

     A lo largo de esta primera fase comienzan a tener cierta importancia las relaciones entre España y Japón (129), y ello habría de responder a dos objetivos; por un lado, estimular el desarrollo de las posesiones españolas en el Pacífico, y por otro, obtener un puesto definido en el juego de las relaciones internacionales que se operan en el Extremo Oriente en este período.

     Desde los primeros momentos, España pretendía aparecer ante Japón como potencia colonialista, en pie de igualdad con las grandes potencias presentes en el área: esta idea se repetirá constantemente en los informes diplomáticos y así, en 1887 se señala que �la posición de España en este Imperio -Japón- no depende del valor que en Europa se la conceda sino de aquél que como fuerza colonial en relación con este Imperio representa� (130).

     España, como queda dicho, manifiesta una actitud colonialista, y ello es importante porque a medida que pasen escasos años cambiará radicalmente la [82] actitud española ante Japón. A ello habría que añadir la influencia que para entonces ejercían las otras potencias occidentales en el país asiático desde los años 70, como son los casos de Gran Bretaña, EEUU (sobre todo desde la creación de la línea de vapores entre San Francisco y Yokohama en 1872), Rusia, Francia y especialmente Alemania, lo cual iba a suscitar los recelos españoles dado que comenzaba a constatarse que la posición de España en aquellas tierras era extremadamente débil (131).

     Antes de 1885 ya se habían producido los primeros atisbos de la posterior expansión japonesa, centrados entonces en la adquisición de Ryu-kyu, Bonín y en sus acciones en Formosa y Corea entre 1874 y 1875; incluso este Imperio le había propuesto a España en 1880 la compra de las islas Marianas que, lejos de toda vía comercial, en opinión de los japoneses, serían beneficiosas para el establecimiento de una colonia penitenciaria (132).

     Por lo pronto, y para la diplomacia española, ya hay una llamada de atención ante lo que sería la política japonesa, y desde ese momento, la preocupación por los asuntos de Extremo Oriente iba a acrecentarse ya que era de vital importancia para la conservación del viejo, o �pequeño�, en expresión de Yániz, �Imperio español�.

     España iba a intentar explotar las ventajas que le otorgaban los tratados de 1868, procurando fomentar el intercambio comercial y animando, en un principio, el envío de corrientes migratorias de campesinos japoneses a la Micronesia española con el objeto de solventar la escasez de población, necesaria para impulsar la economía de las posesiones ultramarinas.

     Con respecto a este último punto, aunque hubo diferentes proyectos para fomentar la emigración, nunca llegó a firmarse un tratado en este sentido entre ambos países.

     Ya en 1888 el Encargado de Negocios recomendaba el fomento de la emigración japonesa a Filipinas (133), a pesar del fracaso del ensayo practicado en las islas Marianas entre 1868 y 1872; tres años más tarde se sentarán las bases de un tratado con Japón para fomentar la emigración de familias japonesas al archipiélago filipino que no llegó a prosperar pero que servirá como punto de [83] partida para ulteriores estudios hasta que finalmente España abandone la idea.

     El planteamiento de la cuestión comercial surge ya en los años 70 (134), pero no tendrá cierta importancia hasta la década siguiente; así, en 1887 queda registrada en el Consulado de Tokio la primera casa comercial española, �Gil y Remedios� (135), y un año después se funda la casa �Odón y Viñals� (136), compañía de importación y exportación entre España, Japón (Tokio, Yokohama y Kobe) y China (Shanghai, Hong Kong, Amoy, Cantón), y que tenía como agente comercial en China precisamente a la primera casa citada.

     Una cuestión clave en estos años fue la suscitada en torno al establecimiento de una línea de vapores entre Japón y Filipinas, siendo su objetivo el estrechar las relaciones comerciales entre ambos archipiélagos; lo cierto es que la resolución a favor de Japón va a mostrar la incapacidad de España por poner en marcha un plan que hubiese sido favorable para fortalecer los intereses, en sentido amplio, y la posición española en la zona.

     Las tentativas españolas fueron varias; en 1887, el representante español en Tokio propuso que la Compañía Transatlántica prolongara la línea que moría en Manila hasta los puertos de Japón (137); en 1888, el ministro de Alemania en aquel Imperio, barón Holleben, propuso al embajador español en Berlín, conde de Benomar, la idea de establecer una línea de vapores españoles entre Filipinas y los puertos japoneses (138), añadiendo que España podría aprovecharse del fracaso de las relaciones entre México y Japón, encaminadas a establecer una línea entre ambos países, para poner en marcha una línea española que enlazara Manila con los puertos japoneses y mexicanos. El propio Viñals señalaba la conveniencia de que el gobierno tomara algunas resoluciones para fomentar las relaciones comerciales con el vecino archipiélago, haciendo referencia [84] a la Compañía Trasatlántica (139). Desde Filipinas, la Cámara de Comercio de Manila insistía en la necesidad de dicha línea (140).

     La cuestión pareció decidida en diciembre de 1890, cuando el director de la sociedad naviera japonesa �Nippon Iusen Kaisha�, poseedora de una flota de cincuenta y ocho vapores, presentó un proyecto para el establecimiento de una línea directa y regular de navegación entre Filipinas y Japón, a cuyo efecto habría de salir desde Kobe para Manila, vía Amoy, en viaje de ensayo, el vapor �Isuruga Maru� a últimos de diciembre del citado año (141).

     El plenipotenciario español, Luis del Castillo y Trigueros, informó al ministro de Estado de las tres posibilidades que se barajaban para el establecimiento de la línea de vapores (142), siendo las dos primeras las más interesantes para España: la opción de la Trasatlántica; el proyecto de la compañía española que se proponía fundar Francisco Gil con un capital de 250.000 pesos, y el proyecto de la �Nippon Iusen Kaisha�, sociedad naviera que había nacido en 1885 como resultado de la fusión de varias empresas, entre ellas la �Mitsubishi�, para pasar a transformarse en la principal compañía japonesa, fuertemente respaldada por el Gobierno (143).

     El propósito de esta última no era bien visto por el representante español en Tokio ya que consideraba que �no podrá llenar nunca los fines que persiguen los comerciantes filipinos, la Cámara de Comercio de Manila y nuestros intereses mercantiles en aquel archipiélago y, por tanto, en ningún caso hubiera cooperado esta Legación de S.M. para la realización de tal proyecto por una compañía japonesa. Es importantísimo, es necesario, el establecimiento de la línea de navegación a que me refiero, pero es tan importante y tan necesario o más para nuestros intereses, que los barcos que hagan la travesía lleven bandera española, y esto es lo que pide el comercio de Filipinas y así lo entiende también la Cámara de Comercio de Manila (144).

     A pesar de las recomendaciones del representante español, finalmente sería la compañía japonesa la que acabaría estableciendo la línea de vapores mensual en 1891.

     Parece ser, como se desprende de la documentación consultada, que a las empresas españolas, se les ofreció un subsidio para que sus proyectos, que no [85] llegaron a prosperar, salieran adelante. De todas formas, el Gobierno español nunca abandonó la idea de favorecer cualquier plan encaminado al establecimiento de una línea española que funcionara junto a la japonesa, aunque el fracaso de las negociaciones en este sentido parecían demostrar a Japón que España no contaba con los medios necesarios para establecerla.

     En cualquier caso, lo que quedaba patente desde 1890-1891 era que el país asiático comenzaba ya a controlar las rutas marítimas del Pacífico; al respecto, dicha sociedad naviera fue considerada por el representante español como un plan preconcebido para ir llevando elementos que aumentando la influencia japonesa en Filipinas, pudieran ser provechosos en un momento dado (145).



SEGUNDA FASE, 1891-1895

     A lo largo de estos años las relaciones oficiales entre España y Japón transcurren por una línea de aparente entendimiento y de amistad, aunque aumentarán de forma considerable los recelos españoles hacia el expansionismo japonés, si es que realmente éste fue resultado de una visión imperialista (146).

     El punto de partida de esta fase arranca del proyecto japonés de anexión de tres pequeñas islas del Pacífico, Sulphur, San Alejandro y San Augusto (o San Agustín), conocidas genéricamente como Volcanes o Iwojima, en julio de 1891; la amenaza que dicha anexión representaba para la dominación española de las islas Marianas parecía evidente ya que aquéllas se encuentran al surde las islas Bonín, controladas por la Armada japonesa desde 1873, y al norte [86] de Marianas, y aunque fuera de las aguas jurisdiccionales del archipiélago español, el plenipotenciario destacado en Tokio se apresuró a consultar al Gobernador General de Filipinas si España podría hacer valer algún derecho de soberanía sobre ellas (147).

     La integridad de las islas Marianas parecía verse amenazada ante las distintas propuestas japonesas de compra de las mismas en 1880, como ya se ha señalado, 1887 y 1891, fecha esta última en que Enomoto Takeaki, ministro de Negocios Extranjeros al que se le atribuían ciertas miras sobre el archipiélago micronesio (148), nuevamente preguntó al plenipotenciario español sobre la posibilidad de que se establecieran gentes en las citadas �islas no habitadas� (149), es significativo que Takeaki empleara esta denominación para referirse a Marianas teniendo en cuenta que en enero de 1890 las islas habían sido visitadas por dos buques de guerra japoneses, el �Hi-yei� y el �Kongô� (150).

     Por otro lado, y teniendo en cuenta que el grupo de las Sulphur está integrado, en realidad, por pequeños islotes deshabitados, era lógico pensar que la clave de la anexión estaba en el propósito expansionista japonés, máxime cuando la prensa no cesaba de dar noticias relativas a las pretensiones de su gobierno por extender su soberanía por las islas que pueblan el Pacífico.

     Por ejemplo, el periódico de Tokio Nippon Yin ya desde 1890 se mostró favorable a la expansión japonesa hacia el sur, incluyendo en su trazado las islas Filipinas, cuando la amenaza de un posible conflicto de intereses entre Gran Bretaña y Rusia podría repercutir en la consecución del imperialismo japonés en torno a Corea, Formosa, Sajalín y Filipinas (151), al tiempo, se dudaba de la posición de España en el área ante las ambiciones de Francia, Gran Bretaña, Rusia y Alemania, especialmente esta última, reafirmando la idea de que nuestro país era ya una potencia de segundo orden. [87]

     Un decreto imperial de 9 de septiembre de 1891 sancionaba la anexión de los islotes, refrendado por el Presidente del Gobierno japonés, conde Matsukata Masayoshi, y por el ministro del Interior, vizconde Shinagawa Tagiro, con los nuevos nombres de Iwoto, Minami y Kita (152).

     Consumada la anexión, la postura de España fue vacilante puesto que si bien reconocía que dichas islas carecían de valor, ya que si lo tuvieran tanto ingleses como alemanes habrían optado por incorporárselas, por R.O. de 20 de septiembre de 1891 se pasó el decreto de la anexión a la Dirección Hidrográfica y Secretaría Militar del Ministerio de Ultramar para que estudiara las posibles reclamaciones que se podrían presentar ante Japón con respecto a la soberanía de las islas; lo poco fundado de las reclamaciones haría que quedaran en letra muerta.

     A la altura de 1891, los intereses de Japón se centraban en varios puntos geográficos con un denominador común, fomentar la emigración japonesa a través de la creación de colonias agrícolas e impulsar su comercio exterior con las islas del Pacífico. Al respecto, proyectó una expedición a los mares del Sur capitaneada por el buque �Hiyei-Kan�, y que habría de pasar por Marianas, Carolinas, grupo de Nuevas Hébridas y Australia y, tras explorar la costa norte de Nueva Guinea, habría de regresar tocando las islas Filipinas (153).

     Las posibilidades que ofrecía el Pacífico español eran varias:

     a) adquirir directamente las islas Marianas.

     b) obtener diferentes terrenos, por medio de compra o arrendamiento, en las islas Filipinas (154).

     c) comprar terrenos y fomentar el comercio con las islas Carolinas (155).

     d) establecer alguna casa comercial en Palaos (156).

     La reticencia española a dichas pretensiones japonesas fue manifiesta en lo relativo a la compra de terrenos, si bien poco a poco comenzó a cobrar impulso, aunque tímido, el comercio entre las colonias españolas y Japón, si bien promovido por los japoneses (157). [88]

     Respecto a los planes coloniales de éstos, y según un informe elaborado por el Ministerio de Estado de acuerdo con los despachos remitidos por el plenipotenciario español (158), para España la política expansionista japonesa era premeditada, valiéndose, además, de dos medios: por un lado, de la anexión de islas sin dueño (caso de las Sulphur) y, por otro, del envío de corrientes migratorias, como sucedió en Nueva Caledonia, penitenciaría francesa a la que Japón envió en 1892 seiscientos colonos.

     La solución propuesta para contrarrestar esa política expansionista, aunque por el momento se señala que no había que mirar con desconfianza, pasaba por �incrementar el prestigio español en aquel Imperio�, y ello a través de dos medidas de urgencia:

     a) potenciar las visitas a Japón de los buques de la escuadra de Oceanía puesto que hacía años que ningún barco español tocaba aquellos puertos.

     b) nombrar un agregado militar y otro naval que se sumaran a la representación diplomática en Japón ya que ello serviría para que España tuviera una idea clara del progreso y estado de las fuerzas armadas del Imperio y, al tiempo, para dar a conocer allí el Ejército y la Marina españolas con el objeto de obtener un puesto en la instrucción militar y naval de Japón, al igual que lo hacían los oficiales franceses, ingleses y alemanes, incluso italianos, que dirigían en Osaka la fabricación de cañones, los ingleses controlaban la instrucción naval mientras que franceses y rusos montaban los arsenales.

     La ocasión para practicar dicha política de prestigio surgió tras la visita que dos buques de guerra japoneses realizaron a Manila el 1 de marzo de 1892 (159), y los preparativos de la misma, desde su salida el 2 de febrero desde Yokohama, sorprendieron al plenipotenciario español ya que vio en ello la prolongación de las miras imperialistas japonesas (160). La respuesta española fue la organización de la expedición Pita da Veiga.

     En opinión del Plenipotenciario, la expansión japonesa se dirigía hacia las islas del Pacífico porque en el continente Rusia se había hecho extremadamente poderosa; era consciente de la debilidad de España en Oceanía, objetivo primordial de los japoneses, que se dedicaban a organizar expediciones navales y a proyectar la colocación de colonos. [89]

     La penetración japonesa en las posesiones españolas, continúa aquél, se servía de dos medios: el Consulado japonés en Manila, válido para informar a su gobierno de la situación en Filipinas, y la línea de vapores entre la capital del archipiélago y Yokohama, que representaba la supremacía comercial japonesa en la zona (161). La idea de la amenaza japonesa se justificaba, según el mismo, por el hecho de que Japón, humillado por las potencias occidentales, deseaba la revisión de los tratados; si se impusiera sobre una potencia de segundo orden, como era el caso de España, mejoraría su posición para impulsar sus objetivos.



LA EXPEDICIÓN PITA DA VEIGA

     El 1 de enero de 1892, una Real Disposición ordenaba al contraalmirante Gabriel Pita da Veiga la visita a los puertos de Japón con los cruceros �Reina Cristina� y �Don Antonio Ulloa�.

     La expedición se realizó en junio, con el objetivo de acrecentar el prestigio español, como rezaba el primer punto de la solución propuesta para contrarrestar a Japón (162). De esta forma, fue una visita de �urgente conveniencia política y con un fin eminentemente político� (163) que habría de servir tanto para mostrar en aquellos puertos la tan olvidada bandera española como para hacer un informe �in situ� sobre las aspiraciones del gobierno japonés con respecto a la Oceanía española.

     En su informe (164), el contraalmirante, después de trazar un cuadro de la sorprendente evolución de Japón desde 1854 y de analizar la boyante situación económica del país, constataba el creciente poderío japonés pero no lo consideraba una amenaza, en contraposición a las impresiones del representante español.

     Así, las conclusiones del informe eran claras: era necesario elevar el prestigio de España por vía diplomática, construyendo urgentemente una Casa Legación en Tokio, e incrementar las relaciones comerciales con Japón.

     En este sentido, Pita da Veiga manifestaba que la pretendida amenaza japonesa no era más que el intento del país por estrechar los lazos comerciales manteniendo buenas relaciones con España. Ahora bien, hay una llamada de [90] atención al hecho de que ese mismo expansionismo comercial podría devenir en el tiempo en un expansionismo de tipo político-imperialista. La solución estaría en prevenirse ya que el interés de Japón por las posesiones españolas se centraba en la posibilidad de hacer de Manila, Marianas y Carolinas puntos de escala en su gran vía comercial de Australia y América del sur y, además, un centro comercial en Manila para la redistribución de los productos de Europa, de los puertos de China y otros, tanto de Oriente como de Occidente.

     Por lo que se refiere a la dirección de la expansión japonesa, el contralmirante consideraba que, tras apoderarse de las islas Loo-Choo, Japón se acercaba cada vez más a Formosa, punto estratégico para el control el Mar de China. Y ello es una llamada de atención porque en caso de un conflicto en la zona, la presencia española quedaría borrada por completo, ya que la vigilancia de las costas, desatendida por falta de recursos en su conservación, reemplazos y hasta en sus municiones de guerra, y la falta de comunicación entre las distintas islas pueden dar lugar al caso de que ocupada alguna de ellas por un enemigo audaz, no se tenga conocimiento en el centro de gobierno hasta pasados muchos días, cuando se encuentre sólidamente establecido� (165).

     La Sección de Política del Ministerio de Estado, tras las noticias enviadas por Pita da Veiga, elaboró un informe en el que se insistía en que la amistad con Japón interesaba mucho por dos razones; primero, para lograr que aquel país se convirtiera en mercado para los productos filipinos y, segundo, para desterrar del ánimo de los hombres de Gobierno sus proyectos de expansión (166). Los medios con los que contaba España, continúa el informe, eran dos: el �temor�, dando a conocer el �poderío� español en aquellas costas, y el �halago�, que se traducía en el simple hecho de conceder medallas y diferentes condecoraciones a figuras destacadas del Imperio. Huelga decir que ambos �medios� eran extremadamente débiles.

     Con respecto al primer punto, ya la R.O. de 20 de febrero de 1892 dispuso que tanto en aquel año como en los sucesivos, y en época en que se calmara el monzón del noreste, un crucero español del Apostadero de Filipinas visitara los puertos de China y Japón.

     Tras la expedición de junio se sucedieron otras más: en 1893 se prepara el viaje del crucero �Castilla� a Hong Kong, Emuy, Nagasaki, Kobe y Yokohama (167), y en 1894 el del �Don Juan de Austria�, que incluso llegó tocar en Vladivostók (168). [91]



ESPAÑA ANTE LA GUERRA SINO-JAPONESA (1894-1895)

     Aunque la historiografía considera que hasta la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 Japón no asciende al rango de potencia de primer orden a los ojos de los occidentales, lo cierto es que, para España, este primer conflicto entre los dos grandes asiáticos ya ha confirmado a aquél en dicho puesto. Así, al menos, lo afirmaba el ministro de Estado, para quien �Japón tiene en Oriente, en esas fechas, una importancia análoga a la de una potencia de primer orden en Europa, y para España tanto como cualquiera de aquéllas por hallarse enclavado en el Pacífico y cercano a las vecinas posesiones españolas. El apogeo de Japón va a ser seguido de una política exterior tan reflexiva y tan resuelta como la han sido sus transformaciones, la de su expansión colonial� (169).

     Desde que salta a un primer plano la reabierta cuestión de Corea, suscitada ahora por el envío de tropas japonesas, el representante español en Tokio se apresura a llamar la atención sobre el hecho puesto que eran conocidas las pretensiones japonesas sobre Corea (no hay que olvidar el Tratado de Kanghwa), aunque hasta la fecha se había visto obstaculizado tanto por China como por Rusia (170).

     España se mostró expectante en los inicios de la crisis, antes de su abierto estallido, pero la posición de Japón apareció clara cuando su gobierno propuso al de China la reorganización de la administración coreana, y ante la negativa de ésta, parecía demostrarse que �la actitud japonesa, tan marcadamente resuelta, es una prueba evidente de que Japón está decidido a no transigir (171). La guerra era inminente y así se confirmó con las mutuas declaraciones de China y Japón el 1 de agosto de 1894.

     Para España, el problema principal radicaba en la posibilidad de que Japón se adueñara de Formosa, precisamente por el valor estratégico de ésta y porque su adquisición le aproximaría en exceso a las posesiones españolas. Las islas situadas al sur de aquéllas habían sido anexionadas por el Imperio y la toma de Formosa permitiría a los japoneses, en su expansión hacia el sur, ser dueños de una cadena de islas que se acercaban peligrosamente al Pacífico español.

     Desde el punto de vista externo, la posición formal de España fue de neutralidad, en virtud de la R.O. de 19 de agosto de 1894, aunque se envió a Corea como observador al crucero �Don Juan de Austria� (172). [92]

     La posibilidad de que el conflicto se resolviera a favor de Japón, como parecía evidente a finales de 1894, llevó a un replanteamiento de la política exterior española con respecto a aquél, en el marco del replanteamiento de la cuestión de los tratados.

     El 13 de octubre de 1894 el ministro de Estado envió un largo informe a Sagasta, presidente del Consejo de Ministros, exponiéndole las bases para el replanteamiento de las relaciones hispano-japonesas señalando, más que la conveniencia, la verdadera necesidad de atender dichas relaciones, especialmente para prevenir las posibles contingencias derivadas de la resolución del conflicto (173).

     En líneas generales, el plan se basaba en la puesta en marcha de una serie de medidas tales como: creación de una Casa Legación en Tokio, con el nombramiento de agregados militar y naval; incremento de las visitas de los buques españoles; celebración de un nuevo tratado de comercio que sustituyera al de 1868; prolongación de la línea de vapores correo de la Compañía Trasatlántica española hasta Kobe y Yokohama, pasando por Hong Kong y Shanghai empleo de los carbones de Nagasaki en la escuadra de Filipinas, más barato que el que suministraba Australia; celebración de un tratado especial para favorecer la emigración de familias japonesas a Filipinas, y creación en Manila de una escuela de chino y japonés que serviría de base para crear un plantel de intérpretes oficiales.

     Por el momento (octubre de 1894), el plan quedaba trazado y sometido a la consideración del Presidente del Consejo de Ministros, por R.O. de 27 de noviembre, dicho plan fue trasladado para su estudio desde Presidencia a los Ministerios de Ultramar y de Marina, y el 8 de enero de 1895, el propio Sagasta remitía al Ministerio de Estado el informe que al respecto había elaborado el de Marina (174), y que se expresaba en los términos siguientes: propuesta como Agregado Naval al Teniente de Navío D. Mariano Rubio y Muñoz, posibilidad de establecer permanentemente una base naval en Japón, con un buque que podría estar a las órdenes del ministro en Tokio, prolongación del servicio de vapores de la Compañía Transatlántica, si bien la decisión habría de corresponder al Ministerio de Ultramar; por último, adopción de carbones japoneses siempre y cuando se demostrara su superioridad sobre los australianos.

     Mientras el proyecto quedaba de nuevo para su estudio, la rápida expansión japonesa pronto fue coreada por la prensa del país, como señalaba el representante español al referirse a las simpatías que despertaba en Filipinas la causa de los japoneses, según noticias del diario de Tokio Yomi-Uri (175). [93]

     �Casi todos los habitantes de las islas de Oceanía se interesan por el Japón, sobre todo en Manila, cuyos habitantes expresan sus sentimientos de simpatía por el Japón, defendiéndolo con ardor, y todos sus periódicos elogian sus victorias alcanzadas sobre China. Que cuando los periódicos de Hong Kong publican noticias de la guerra en favor de China, los manilos se enfurecen y que hasta que llegan las noticias verdaderas de origen japonés, no se calman y quedan satisfechos. Y por último, que los chinos residentes en Manila, para defender a su país en la opinión pública, hacen circular estampas representando al ejército francés ayudando al japonés contra el chino�.

     La guerra sino-japonesa continuaba pero la victoria se inclinaba claramente hacia Japón cuando éste, en febrero de 1895 se apoderó de Wei-Hai-Wei, en la Península de Shandong-, al mes siguiente, se produjo el desembarco en Formosa y la penetración en el continente hacia la región de Jehol, próxima a Pekín.

     La derrota china y el consiguiente Tratado de Shimonoseki representaron el gran triunfo de Japón y la confirmación de los temores españoles ante los apetitos japoneses tanto por Corea (aunque por el tratado se reconoce su independencia) como por Formosa.

     Desde este momento se va a producir una vacilante política española por formar parte de ese �concierto europeo� que �recomendó� a Japón la renuncia de la Península de Liaotung (176). Interesa al respecto destacar el hecho de que España logró la tan ansiada declaración de límites de influencias en el Pacífico, precisamente para frenar ese expansionismo japonés que se acercaba a las islas Filipinas.



TERCERA FASE, 1895-1898

     Por lo que respecta a la postura española en relación a Japón, hay que tener como punto de partida el informe de 1894 encaminado a regular las relaciones hispano-japonesas, que tendrán su punto culminante en 1897 con motivo de la firma del tratado de enero.

     Conviene señalar que, a pesar de dicho informe, que llegó a concretarse en algunos puntos, y de la firma de la Declaración de Límites de 1895, para España aún se perfilaba Japón como una seria amenaza, momento que va a coincidir con la insurrección filipina de 1896.

     Por lo que se refiere al primer aspecto, a la altura de 1896, y según informe del Ministerio de Ultramar (177), ya se habían tomado diferentes medidas: así, [94] fueron aumentados los gastos de representación del ministro en Tokio con cargo a los presupuestos generales de Filipinas, se concedieron los créditos necesarios para el establecimiento de los agregados militar y naval, y fue tramitado el expediente para la construcción de la Casa Legación en Tokio (178).

     El Ministerio de Ultramar también se mostró favorable a la prolongación de la línea de la Transatlántica, con la que había negociaciones desde mayo de 1895, hasta Kobe y Yokohama, consignando en los presupuestos de Filipinas la cantidad de 120.000 pesos como subvención para un servicio que no llegó a realizarse. En cuanto al uso del carbón japonés, dicho Ministerio coincidió con la opinión del de Marina, y en lo referente a la inmigración de familias japonesas, aquél mostró su total rechazo.

     Para el fomento de las relaciones hispano-japonesas, el logro más importante fue la firma del Tratado de 2 de enero de 1897, que vino a completar el firmado el 16 de abril del año anterior sobre comercio y residencia en Formosa.

     La cuestión de la revisión de los tratados desiguales fue reabierta en 1889, con el nuevo planteamiento japonés del abandono de la revisión colectiva para pasar a hacerlo bilateralmente con cada una de las potencias interesadas (179). Las bases de los convenios descansarían en los preliminares acordados por los delegados que habían trabajado en el proyecto de revisión colectiva.

     Uno de aquellos preliminares, el artículo V de la Convención comercial que establecía un derecho de compensación sobre productos similares y la base sobre la que habrían de imponerse los derechos arancelarios, no había sido admitido por España puesto que imposibilitaba la importación a Japón de azúcares filipinos, tasados en la tarifa general con un 20% y amenazados en dicho plan con un recargo del 13,1/4% y más.

     Este aspecto será precisamente uno de los más espinosos en las negociaciones hispano-japonesas y así, desde que se plantea la cuestión de la revisión de los tratados, el gobierno español va a mantenerse firme en su criterio de no reconocer la imposición sobre dicho producto de un derecho mayor del 20%, solicitando incluso que fuera reducido.

     El 13 de junio de 1889 el conde Okuma, ministro de Negocios Extranjeros, presentó al representante español un proyecto de tratado con objeto de que fuera remitido al ministro de Estado (180); aunque dicho proyecto fue recibido con cierta frialdad, el hecho de que Japón hubiese presentado en los meses anteriores proyectos similares a otras potencias occidentales como EEUU, Alemania, [95] Bélgica, Gran Bretaña o Portugal, animó a las autoridades españolas a ser más proclives a las pretensiones japonesas, si bien había recelo por el hecho de que nuestro país fuese considerado por el asiático como una potencia de segundo orden puesto que el proyecto fue posterior.

     Japón ofrecía abrir todo el territorio del Imperio al comercio extranjero suprimiendo las barreras y dando todo tipo de facilidades a las transacciones comerciales y marítimas. Como contrapartida, solicitaba la revisión de los tratados de amistad, comercio y navegación, la elevación de las tarifas aduaneras y la supresión de la jurisdicción consular. En principio, la idea era sustituir dicha jurisdicción por tribunales mixtos integrados por magistrados japoneses y extranjeros.

     La actitud de las potencias occidentales al respecto fue de abierta oposición a las pretensiones japonesas, especialmente en la parte referente a la elevación de las tarifas aduaneras y a la cuestión de la extraterritorialidad, alegando que los tratados no eran denunciables más que por mutuo consentimiento (181). Lógicamente, España se sumó a dicha postura y desde que se iniciaron las negociaciones sobre la revisión de los tratados en 1879 (revisión colectiva), el criterio del Ministerio de Estado fue el de obrar de mutuo acuerdo con las otras potencias siempre y cuando no salieran perjudicados los intereses españoles.

     Desde 1889 (revisión bilateral), y a lo largo del año, la posición de España es clara: referente a las tarifas aduaneras, en la discusión del proyecto de tratado logró recabar de Japón la reducción de aquéllas de un 20% a un 19,1/2%, y es que el conde Okuma había manifestado que siendo insignificante la importación del azúcar español en relación al de Formosa, la reducción no podía ser mayor porque ello implicaría el perjuicio de los intereses japoneses.

     Respecto a la cuestión de la extraterritorialidad, España se mostró favorable siempre y cuando hicieran lo mismo el resto de las potencias que, por otro lado, se oponían a la revisión. Por el momento, y hasta 1894, la cuestión quedará en suspenso, entre tanto, se asiste al viraje proteccionista de las economías occidentales, aplicado en España desde 1891. Al año siguiente, y por R.O. de 8 de julio de 1892, el nuevo sistema arancelario español, en vigor desde primeros de mes, suprimía la cláusula de �nación más favorecida� (182), cláusula que [96] había sido aplicada a China y Japón, en principio sin reciprocidad, concedida finalmente por R.O. de 2 de febrero de 1878 en virtud de la disposición n� 12 de los Aranceles de Aduanas de 1877.

     Desde 1894 hay un replanteamiento de la cuestión en España motivado sobre todo por la firma del nuevo tratado entre Japón y Gran Bretaña el 16 de julio, cuyos términos eran muy similares al proyecto propuesto por Japón a nuestro país en 1889. Dicho acuerdo fue resultado de las gestiones entre el ministro de Negocios Extranjeros, Aoki, y el Secretario del Exterior británico, Kimberley.

     En virtud del tratado, la extraterritorialidad desparecería cinco años después de la firma y la autonomía arancelaria lo haría, a su vez, en 1911, mientras que los nuevos derechos de exportación se aplicarían un mes más tarde de la publicación del tratado (183).

     En España, el nuevo ministro de Ultramar, Manuel Becerra, señalaba el 23 de octubre de 1894 la necesidad de favorecer y aceptar el tratado propuesto por los japoneses (184); para ello fueron nombrados por el marqués de Peña Plata, D. Ramón Blanco, a la sazón Gobernador General de Filipinas, dos delegados peritos en la administración filipina, D. Ángel Avilés y D. Rafael Comenga, para que preparasen en Japón el nuevo tratado de comercio (185).

     Para entonces, Japón, que se había adaptado desde el punto de vista político (Constitución de 1889) y económico (nuevos códigos comerciales) a los modelos occidentales, se encontraba preparado para recabar de las potencias la revisión de los tratados: entre 1894 y 1896 firmó nuevos tratados, similares al anglo-japonés, con Francia, Italia, Alemania, Rusia, etc. Además, un nuevo paso para regular las relaciones comerciales y políticas con el exterior fue dado por el gobierno japonés cuando tras la toma de Formosa, uno de los resultados de la guerra sino-japonesa, firmó el tratado de 1896 sobre residencia y comercio en Formosa, que vino a solucionar el contencioso que España tenía con el Imperio con motivo de la actividad en la isla de los dominicos españoles (186).

     El 15 de septiembre de 1894 Japón propuso decididamente la revisión del tratado de 1868 (187); sin embargo, ese mismo año otra cuestión vino a complicar, al menos por parte española, las relaciones hispano-japonesas ya que al producirse la insurrección en Filipinas, las autoridades españolas creyeron ver la [97] posibilidad de que Japón, o ciertos elementos japoneses, estuviesen fomentando el movimiento tagalo.

     En este sentido se expresaba el Gobernador General de Filipinas cuando informó a Madrid de que en Yokohama se publicaba el periódico tagalo Kalayaan (La Libertad), dirigido por el filipino Marcelo H. del Pilar, íntimo amigo del español Morayta y que había trabajado en Madrid como director de La Solidaridad.

     Destacaba el Gobernador General �la protección� -a Marcelo H. del Pilar- más o menos encubierta del país en que habita (...) esa nación nueva llena de vanidad y de ilusiones y que no ha encontrado por lo pronto otro ideal que el de la expansión por el sur, ni más país conquistable o anexionables que Filipinas. Todo esto a pesar del Gobierno, cuyo proceder es correctísimo y prudente y no se deja llevar todavía de esas fantasías, pero que se hará el ignorante y el distraído si esos separatistas establecen allí su centro de acción (...). Mucha amistad y mucha corrección, pero campo libre a los filibusteros para organizarse y armarse en su territorio y proveer de recursos a los que aquí llegasen a levantarse en armas (...). Por eso, entre otras razones deseaba (...) un tratado de amistad y comercio para ver de cortar desde el primer momento esas ideas y atraerlos a nuestra amistad� (188).

     El 27 de agosto, el ministro de Estado remitió al plenipotenciario en Tokio la R.O. n� 29 por la que se le comunicaban las instrucciones acerca de la conducta que debía seguir para evitar que los �filibusteros� residentes en el Japón llevaran a cabo sus propósitos contra la soberanía española en el archipiélago oceánico, recordándole que con arreglo al tratado entre España y Japón de 12 de noviembre de 1868 (art. 4�, 5�, 6� y 7�), todos los súbditos españoles residentes en aquel Imperio estaban sujetos a la jurisdicción de las autoridades españolas allí constituidas. Por lo tanto, en caso de haber cometido Marcelo H. del Pilar con ocasión de la publicación de su periódico algún delito o falta penado en las leyes españolas, el plenipotenciario tenía capacidad para ordenar su procesamiento de conformidad con lo prescrito en el Reglamento para el ejercicio de la jurisdicción en China de 18 de noviembre de 1854, aplicado a Japón por R.O. de 11 de mayo de 1871, pudiendo, además, expulsar a todo súbdito español cuya permanencia pudiera considerarse perjudicial, u ordenar su traslado a Filipinas a disposición de las autoridades del archipiélago (189). [98]

     En septiembre había sido detenido en Filipinas uno de los cabecillas del movimiento independentista, Juan Castañeda, que prestó declaración ante la policía gubernativa para referirse a las relaciones entre los insurrectos filipinos y algunos japoneses (190). Dijo el detenido que estando en Japón, en Kobe y Yokohama, había varias familias de conspiradores filipinos (191) que habían contactado con ciertos japoneses como el profesor de Derecho S. Hirata y el comerciante Yosida. Suponía el mismo que el primero citado se entendía con un príncipe de la familia imperial residente en Tokio, y además que algunos filipinos trataban con el general Yamagata, aquel que fuera generalísimo en la guerra sino-japonesa.

     Añadió Castañeda que existía un plan de auxilio de ciertos elementos japoneses a los insurrectos filipinos, comprometiéndose aquéllos a suministrarles 100.000 fusiles con municiones que pagarían en un número determinado de años a cambio de que los �filibusteros� favorecieran la emigración japonesa al archipiélago filipino.

     Por el momento, y como señalaba el Gobernador General de Filipinas (192), nada podía afirmarse �aún con respecto a las inteligencias entre los rebeldes y los japoneses, pero infunden sospechas las noticias que los mismos rebeldes propagan, y la llegada a esta capital de dos japoneses que están muy vigilados así como la reciente venida, pretextando asuntos comerciales, del señor Shimizu, cónsul de Japón en Hong Kong�.

     La actitud de la prensa japonesa con respecto a la insurrección fue muy desigual; así, mientras algunos periódicos como el Yim Simpo mostraron verdadera simpatía hacia España, otros, como el Kokunin Shimbum, extremaron sus ataques empleando para ello un lenguaje tan despectivo que el representante español en Tokio hubo de llamar la atención al gobierno japonés sobre el particular, obteniendo la promesa de que se tomarían las medidas necesarias a fin de que dicho periódico modificara su lenguaje al ocuparse de la cuestión (193).

     La circunstancia de hallarse en crisis el Ministerio Ito había impedido al representante español, Luis de la Barrera, plantear la cuestión ante el gobierno japonés durante cerca de dos meses. En octubre, con la subida del nuevo gabinete Matsukata y la designación del conde Okuma como ministro de Negocios [99] Extranjeros, surgía, en opinión del español, un obstáculo casi insuperable para lograr que se permitiera a las autoridades consulares españolas arrestar o mandar a Manila a los �filibusteros�, puesto que el conde �es el paladín de la completa soberanía de Japón con exclusión de toda jurisdicción extranjera� (194).

     El conde se oponía a que las autoridades españolas procedieran contra los que se consideraban delincuentes políticos según la legislación española, negando la cooperación necesaria de la política japonesa ya que era necesaria la presentación de pruebas que mostraran que esos españoles conspiraban desde Japón contra España; ello motivó el cambio de estrategia española: ya que no era posible suprimir los focos haciendo salir de Japón a los filipinos, se imponía la necesidad de estrechar la vigilancia allí mismo creando consulados de carrera en Kobe, Nagasaki y Takao (Formosa), con agentes de policía españoles (195).

     Es lógico que a la altura de esas fechas Japón vetara la petición española puesto que en los meses finales de 1896 la negociación sobre el nuevo tratado, en el que la cuestión de la extraterritorialidad era piedra de toque, estaba tomando un nuevo y definitivo impulso.

     A finales de noviembre había llegado a Madrid el diplomático japonés Simichiro Kurino, nombrado ministro plenipotenciario por el emperador Meiji para negociar y firmar, �ad referéndum�, el tratado hispano-japonés (196).

     Las negociaciones comenzaron el 2 de diciembre, cuando tuvo lugar en el Ministerio de Estado la primera Conferencia de la Comisión integrada por el representante japonés y los delegados del gobierno español Guillermo J. de Osma, Luis Polo de Bernabé y Julio de Santiago. El Secretario de Embajada, Alfonso Merry del Val, desempeñó las funciones de Secretario de la Comisión, con auxilio del agregado diplomático Manuel Figuerola. El señor Adacti, Secretario de Legación, asistía al plenipotenciario japonés (197).

     Después de varias conferencias, ambas partes llegaron a un acuerdo que cristalizó en el nuevo Tratado de amistad y relaciones generales entre España y Japón, acompañado de un Protocolo, firmados en español e inglés en Madrid el 2 de enero de 1897, así como una nota concediendo ventajas arancelarias. Actuaron como ministros plenipotenciarios Simichiro Kurino Shoshii por parte de Japón, y Carlos O'Donnell y Abreu, duque de Tetuán, por parte española. Las ratificaciones del Tratado, compuesto por veintiún artículos, fueron canjeadas [100] en Tokio el 9 de septiembre de 1897, en virtud del artículo XXI, siendo publicado el 30 de octubre en la Gaceta de Madrid; habría de entrar en vigor antes del 17 de julio de 1899, idéntico año al consignado en el tratado anglojaponés, rigiendo un año después de que el Gobierno de S.M. el Emperador de Japón hubiese notificado al Gobierno de S.M. el Rey de España su intención de ponerlo en vigor (art. XX). Dicho tratado tendría una duración de doce años.

     En líneas generales, parecían saldarse todas las cuestiones pendientes entre ambos países; así, por el artículo 1� se establecía que los súbditos de cada una de las dos Altas Partes contratantes tendrán completa libertad para penetrar, viajar o residir en cualquier lugar del territorio de la otra, y gozarán de plena y completa protección en sus propiedades y personas (...)�.

     En lo relativo a las inmunidades en materia judicial y administrativa, los japoneses no obtenían otros derechos que aquellos que gozaran los súbditos nacionales y, en cambio, se les concedían tan solo los que disfrutaban los súbditos de la nación más favorecida en lo tocante a la posesión y transmisión de bienes, teniendo en cuenta que la legislación vigente en el archipiélago filipino establecía determinadas limitaciones de los derechos de los extranjeros respecto de bienes realengos y fincas rústicas.

     La cláusula del mismo artículo relativa a la libertad de conciencia y al ejercicio del culto se redactó de tal forma que cuanto se refiriera al particular quedaba subordinado a las leyes, ordenanzas y reglamentos interiores y, por lo tanto, a las limitaciones que establecía el artículo XI de la Constitución de 1876.

     En el proyecto de tratado presentado por Japón, dicha cláusula quedaba redactada estableciendo que �los súbditos o ciudadanos de cada una de las dos Altas Partes contratantes gozarán, en el territorio de la otra, de completa libertad de conciencia y podrán, conforme a las leyes, ordenanzas y reglamentos, dedicarse al ejercicio privado o público de su culto, gozarán también del derecho de inhumar a sus respectivos nacionales según sus costumbres religiosas, en puntos convenientes y apropiados que se establecerán y conservarán a este efecto�.

     Como la citada Constitución española no permitía más culto público que el de la religión católica, en el texto final del tratado dicha cuestión se resolvió suprimiendo el punto referente al ejercicio privado o público, para consignar únicamente el derecho a ejercer su culto, quedando de esta forma condicionado.

     En el orden arancelario, durante las negociaciones España se preocupó por las consecuencias que para la producción y el comercio del archipiélago filipino pudiera entrañar la promulgación del arancel japonés, cuyas tarifas en 1896 aún se desconocían (198). [101]

     Desde el primer momento, se trató de obtener del negociador japonés el compromiso de una tarifa anexa que garantizara para los principales artículos de la exportación filipina beneficios análogos a los que por entonces disfrutaban en virtud del Arancel anexo al Tratado de 1868.

     En las negociaciones, Japón vetó la concesión; partiendo del hecho de haber concedido el negociador japonés, contra su primitivo propósito, las tarifas anexas pactadas con Alemania, Francia y Gran Bretaña, y en el convenio con EEUU (aunque éste más tarde renunciara a ellas), argüía que el comercio de esos cuatro países representaba el 90% de la importación japonesa. A las demás potencias, incluso a Rusia e Italia, el gobierno japonés negó en los convenios las tarifas anexas que con insistencia solicitaban, pudiendo así aparecer el otorgamiento que a España se hiciere como una concesión contraria a la política del Imperio.

     Por otra parte, el trato recíproco de nación más favorecida pactado por Japón en sus convenios comerciales y propuesto por el Kurino en la negociación con España, creaba dificultades, sobre todo porque en esos momentos las relaciones arancelarias de España con las principales potencias europeas se regían por acuerdos provisionales. De esta forma, ofrecería serios inconvenientes el consignar en un tratado, cuyos efectos habrían de subsistir hasta 1911, la concesión de todas las tarifas convencionales hasta la fecha pactadas por España, concesión que gratuita y espontáneamente se hizo en una R.O. de 20 de agosto de 1894, comunicada oficialmente al Gabinete de Tokio.

     Ante estas consideraciones, y porque la dificultad para firmar un pacto comercial de tan larga duración nacía exclusivamente de la orientación distinta de la política arancelaria en ambas naciones, se optó de común acuerdo aplazar el pacto arancelario, que habría de ser objeto de un convenio especial cuya negociación se estipulaba en el art. V del Protocolo anexo (199).

     En consecuencia, lo que se consignó finalmente en el tratado fue un modus vivendi que habiendo de durar, cuando menos, hasta el 17 de julio de 1899 o hasta la fecha ulterior en que empezara a regir aquél, garantizaba entre tanto a cambio de renunciar, como ya habían hecho las otras potencias, al arancel anexo de 1868, el trato de nación más favorecida en materia arancelaria a los productos y las procedencias de España y sus posesiones de Ultramar, que disfrutarían así, cuando se pusiera en vigor el nuevo arancel japonés, de todas [102] las ventajas específicas que concedía el Imperio en sus tratados con Alemania, Francia y Gran Bretaña.

     Al eliminarse del tratado las estipulaciones arancelarias, no correspondía el epígrafe de �Tratado de comercio� y así, finalmente, se sustituyó por el del �Tratado de Amistad y de relaciones generales�.

     De la concesión recíproca del trato general de nación más favorecida en materia comercial y de navegación, se excluyó cuanto hiciera referencia al régimen arancelario y a las especiales ventajas que España reservara a Portugal y a las Repúblicas Hispano-Americanas (art. XIV).

     Al hacer extensiva a las provincias y posesiones ultramarinas de España las estipulaciones del tratado, se estableció por el artículo XVIII la limitación de que los efectos de dichas estipulaciones en Ultramar sólo regirían en cuanto lo permitieran las leyes de aquellas provincias y posesiones.

     La cuestión de la jurisdicción consular se resolvió finalmente a favor de Japón, según se constata en el art. XIX: �El presente Tratado sustituirá, desde el día que empiece a regir, al de Amistad, Comercio y Navegación de 12 de noviembre de 1868, cuya fecha corresponde al 280 día del 9� mes del primer año de Meiji y al artículo adicional de la misma fecha, así como a cuantos Acuerdo y Convenios subsidiarios celebrados o existentes entre las dos Altas Partes contratantes, y desde el mismo día, dichos Tratado, Convenios, Arreglos y Acuerdos dejarán de ser obligatorios y, en su consecuencia, la jurisdicción que hasta ahora venía ejerciéndose por los Tribunales españoles en el Japón, y todos los privilegios, excepciones e inmunidades especiales de que venían gozando los súbditos españoles como parte de esta jurisdicción o como de ella derivados, cesarán y terminarán en absoluto sin notificación, correspondiendo a y ejerciéndose desde este momento por Tribunales japoneses�. Según el art. 50 del Protocolo, los asuntos que quedaran pendientes ante la jurisdicción consular española en el momento de la cesación de la misma, continuarían sujetos a ella hasta su final resolución.

     En el art. 2� del mismo Protocolo se consignaban las cláusulas constitutivas del modus vivendi arancelario, conteniendo, además, otras estipulaciones encaminadas a facilitar la circulación de los españoles en el interior del Imperio mientras no entraran en vigor los nuevos tratados que abrían aquél por completo a los súbditos de las Potencias contratantes (art. 3�).

     El séptimo y último artículo del Protocolo se refería a la naturalización de los respectivos súbditos españoles y japoneses, comprometiéndose las Partes contratantes a notificarse las naturalizaciones que a los súbditos de la otra concediera, sin cuyo requisito no surtirían efecto alguno en el país de origen y para sus Autoridades. Se expresaba igualmente que se entendía que renunciaban implícitamente a la nacionalidad adquirida los súbditos nacionalizados que regresaran al país de su origen sin intención de volver al de adopción, admitiéndose [103] que el residir por espacio de un año en el país de origen constituiría una prueba de que el súbdito nacionalizado no se proponía regresar al país de su nueva nacionalidad.

     Desde la firma del tratado, las relaciones hispano-japonesas parecían emprender un nuevo camino. Así, en principio, comenzaron a disiparse los temores españoles sobre las pretensiones japonesas en Filipinas, como señalaba el ministro plenipotenciario un mes después al comentar nuevamente el asunto de Juan Castañeda: �se me ha manifestado la ocasión de manifestar la creencia que abrigo de que el gobierno japonés no apoya la insurrección tagala� (200). Aun en el caso de que Japón estuviera interesado en el archipiélago español, consideraba Barrera que las naciones europeas no iban a consentir en ese momento lo que no permitieron meses atrás, haciendo una clara alusión a las consecuencias de la guerra sino-japonesa y a la imposición de las tres potencias occidentales.

     España aún creía en el �concierto� de las potencias interesadas en el statu quo del mundo asiático, y precisamente en ese �concierto� quiso basar su seguridad. Pero es evidente que entre 1897-1898 se asiste al total aislamiento de España en el área, justo cuando está variando el sistema de alianzas.

     La firma en 1897 del Convenio ruso-japonés sobre Corea representaba, en opinión del representante español en Tokio, una derrota para la influencia japonesa en la península coreana, aunque se le reconociera el derecho a tener tropas allí estacionadas para vigilar el cable telegráfico entre Fusán y Seúl (201). Ante el avance ruso, Barrera señaló la posibilidad de una alianza anglo-japonesa en el futuro, cuando Japón estuviera plenamente desarrollado (202).

     Además, se temía el hecho de que a cambio de obtener la renuncia de toda mira del Japón en Corea, Rusia se comprometía a no coartar su libertad de acción en las islas oceánicas, lo que parecía poner en peligro la soberanía española en los archipiélagos del Pacífico. Por otro lado, no hay que olvidar que Rusia y Francia son aliadas europeas.

     �Cuál fue la postura de Japón en 1898?; hay una serie de elementos que permiten, al menos, especular sobre la postura del país asiático. [104]

     Es sabido que enviaron barcos como observadores en el momento del conflicto hispano-norteamericano en su escenario filipino, y en este sentido conviene recordar que las relaciones de Japón con esa �alianza anglosajona� (203) eran relativamente buenas, especialmente con Gran Bretaña desde 1894.

     Por lo que se refiere a EEUU, además de la inauguración en los años 70 de la línea de vapores americanos que enlazaba San Francisco con Yokohama, era además el principal comprador de té y tejidos japoneses (204), lo que significa que las relaciones entre ambos países eran buenas, por otro lado, en 1899 la Nippon Iusen Kaisha construyó, a su vez, la línea que enlazaría los mismos puertos.

     No cabe duda de que Japón era uno de los países más interesados en el Pacífico español, como se demostró en 1918. Ahora bien, si en 1899 Marianas -salvo Guam-, Carolinas y Palaos fueron finalmente compradas por Alemania, cuando parecía que el principal candidato era Japón, pudo ser porque el país asiático no era considerado por las demás naciones como la gran potencia que sería poco después.

     En enero de ese mismo año, el representante español en aquel Imperio, al comentar la visita a China y Japón del contralmirante lord Charles Beresford, comisionado por las Cámaras de Comercio inglesas para estudiar el estado del comercio extranjero y el medio de desarrollar el tráfico de Gran Bretaña con el Celeste Imperio, señalaba que el fin de aquél era hacer propaganda en favor de la unión a que aspira Gran Bretaña con el Japón, con los Estados Unidos y también ahora parece que con Alemania, unión que bajo el nombre y pretextos mercantiles, no serían menos que una verdadera alianza política�, en contraposición a los intereses franceses y rusos en China; �aunque la misión de lord Beresford no tiene carácter oficial, no es aventurado suponer que cuenta con el apoyo y las simpatías del Gabinete de Londres, quien convencido de la absoluta necesidad de cambiar la política de aislamiento hasta ahora seguida por la Gran Bretaña y ansioso de aliarse con Estados Unidos y con Japón, vería colmada esas aspiraciones si además de estas dos poderosas naciones pudiera atraerse también a Alemania aprovechando la comunidad de intereses comerciales que los cuatro estados tienen en Extremo Oriente (...). �Llegará a constituirse la cuádruple alianza por que con tanta convicción y entusiasmo aboga ahora el marino inglés?� (205).

     Aunque se equivocaba el observador español, no así en la alianza anglo-japonesa, en cualquier caso es una buena muestra de cómo aún, cuando España [105] estaba prácticamente fuera de la zona, se seguía viendo a Japón como un estado expansionista y extremadamente poderoso (206).



CONCLUSIONES

     Los temores españoles hacia las supuestas pretensiones japonesas a lo largo de la �era del Imperialismo� pueden ser fundados o no; ahora bien, una cosa es evidente: la expansión japonesa hacia el sur siguió dos líneas claras, hacia suroeste y sureste, y en cada una de ellas se encontraban las posesiones españolas, Filipinas y Marianas, respectivamente.

     De todas formas, no fue Japón quien acabó apoderándose de aquéllas sino que los hicieron dos potencias occidentales cuando, paradójicamente, España creyó ver en el conjunto de potencias la seguridad del Pacífico español.

     Es discutible la idea de un Japón expansionista a costa de las posesiones españolas, como así se creyó a finales del siglo pasado. Que Japón las ambicionara parece lógico, pero lo que está claro es que no iba a provocar ningún tipo de incidente para conseguirlas; además, había conciencia de la debilidad de España, que era una potencia de segundo orden, pero occidental en definitiva. Esperar a que la situación internacional fuera favorable para la adquisición es, de hecho, lo que finalmente ocurrió.

     Conviene recordar que las relaciones hispano-japonesas tuvieron como telón de fondo la incidencia de otras políticas occidentales, en clara referencia a la posición británica. Y ello por tres razones: primero, porque la conservación del Imperio español en el Pacífico dependía de la anuencia británica; segundo, porque este país fue quien mejores relaciones mantuvo con Japón a lo largo de estos años, y tercero, porque Gran Bretaña era la potencia más importante en la fecha por su posición en Extremo Oriente.

     Estos tres elementos son los suficientemente importante como para condicionar unas relaciones que no dependían única y exclusivamente de los dos países interesados, España y Japón. [107]



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España y Japón ante la crisis de Extremo Oriente en 1895

Agustín R. Rodríguez González



INTRODUCCIÓN

     Es bien sabido que desde el siglo XVI hasta casi el XX, España y Japón fueron vecinos. Menos conocido es que, por un breve período, desde 1895 al fin de la presencia española en Extremo Oriente, fueron además potencias limítrofes. Tal hecho dio origen a un tratado de límites cuya gestación y resultados son el objeto de este trabajo.

     Japón era, en el último tercio del XIX, un país recién salido de su secular aislamiento y deseoso de recuperar el terreno perdido, vitalista y expansivo, en el que las ideas panasiáticas cuando no claramente imperialistas estaban en ebullición. Progresivamente Japón se verá a sí mismo como el pueblo asiático mejor colocado para liberarse y ayudar a liberar a sus hermanos de raza de la opresión de los bárbaros blancos, imitando y adaptando para ello sus mejores logros, los que les habían situado en esa posición preeminente.

     Las percepciones mutuas, al menos en buena parte, no eran muy halagüeñas: España, consciente de su atraso y de su crisis colonial, teme a un Japón expansionista, que pudiera jugar un papel en el Pacífico análogo al que tradicionalmente habían adoptado los EE.UU. en el Caribe. Por su parte, en Japón, muchos se hacen eco de los juicios críticos, cuando no despectivos, que desde hace ya largo tiempo, otras grandes potencias hacían sobre el carácter del colonialismo español y hasta de una nación con serios problemas internos y que no ha sabido adaptarse a los nuevos desafíos.

     Pero el análisis de dichas relaciones no es, no puede ser, únicamente bilateral, pues ambas naciones actúan en un espacio donde los intereses de las grandes potencias, sus puntos de acuerdo y sus divergencias, van a enmarcar de forma decisiva tanto las percepciones como las decisiones. [108]



JAPÓN Y ESPAÑA DE 1868 A 1895

     En otro trabajo de esta obra colectiva, debido a Luis Togores, se analiza la reanudación de relaciones diplomáticas entre ambos estados, formalizada por el Tratado de 12-XI-1868, realizado a imitación de los que Japón había suscrito con otras potencias, pero con un evidente retraso español poco explicable a la luz de sus intereses.

     En 1880, el almirante Durán, Ministro de Marina en un gabinete del conservador Cánovas, proyectó un programa de construcción de una escuadra para la defensa de Filipinas. En la parte expositiva, el marino anota preocupadamente la amenaza que puede representar Japón en unas Filipinas que ya han conocido la insurrección de Cavite en 1872 (207).

     Es cierto que el proyecto de Durán no se llevó formalmente a cabo, pero no es menos cierto que en la década de los ochenta, España, muy consciente del peligro en que se hallaban sus posesiones en el Pacífico, reforzó allí considerablemente sus fuerzas navales, hasta niveles superiores a los del Caribe, y realizó una nueva y activa política de presencia tenaz y de asentamiento real de su dominio en muchas zonas de ese área, que fueron desde la acción armada a la realización de cartografía. Tal preocupación, sin duda, se vio reforzada por la crisis de 1885 con Alemania por la posesión de las Carolinas. Pero es de señalar que en esta coyuntura, la fracasada compra por España de dos cruceros japoneses que se construían en astilleros británicos, causó un cierto distanciamiento y recelo hacia la actitud nipona.

     Paralelamente, los temores españoles ante el acelerado crecimiento de las fuerzas navales y terrestres japonesas fueron en aumento, según mostraban los cada vez más reiterados informes aparecidos en la oficial Revista General de Marina (208).

     Sin embargo, la misma proximidad geográfica y los intereses mutuos originaron otro tipo de relaciones más amistosas: la posible emigración hacia los territorios españoles de trabajadores japoneses cuyas virtudes de laboriosidad, sobriedad y disciplina eran universalmente reconocidas, la instalación, ya iniciada de casas y factorías japonesas en las islas y el establecimiento de líneas marítimas regulares entre Manila y Yokohama (209). [109]

     Pero incluso tales gestiones, iniciadas por ambas partes, provocaron nuevos temores a las autoridades españolas, preocupadas por las posibles consecuencias futuras derivadas de la instalación de una grande e influyente colonia extranjera en las islas, y no digamos ya, por la insistente petición japonesa de compra de alguna de las deshabitadas (210).

     Tal vez no se acertó al negarse a esta colaboración, que podía haber sido decisiva para el desarrollo económico de las posesiones españolas. Pero el caso paralelo del contencioso entre los EEUU y Japón por las Hawaii, prueba a nuestro juicio que la decisión española, seguramente discutible, era al menos prudente. En aquella época los residentes en el extranjero de una potencia, sus intereses y su seguridad personal, eran utilizados como una poderosa palanca que justificase peligrosas injerencias, y en las inestables condiciones de las colonias españolas, aceptar algo así era realmente muy peligroso. A estas alturas Japón ya había dado buenas pruebas de ser un aventajado discípulo de los mejores y peores aspectos de la civilización europea, y aquella práctica ya tenía demasiados precedentes para que fuera de esperar que no se repitiera, aparte de que, como es bien sabido, Japón hizo un posterior buen uso de tal estrategia.

     En este ambiente, se anunció la toma de posesión formal por Japón de las islas Vulcano (Sulphur u Osagawara) en 1891. Las islas, pequeñas, volcánicas y sin gran valor, son contiguas (aunque a gran distancia) de las Marianas, lo que produjo a las autoridades españolas un doble motivo de preocupación: de un lado, los dos imperios han entrado en contacto geográfico, de otro, seguramente el interés nipón por las islas no parecía deberse a su valor intrínseco, muy limitado como hemos dicho, sino como escala para una posterior expansión hacia el sur.

     Tan seriamente se consideró el asunto que por Real Orden de 20-II-1892 del Ministerio de Ultramar, se ordenó que al menos una vez al año visitaran buques de guerra españoles puertos japoneses con la manifiesta misión de �mostrar la bandera� y lograr un efecto disuasorio, al mismo tiempo que se recolectaba �in situ� toda la posible información sobre el rearme japonés y sus propósitos (211).

     Esta política tuvo su mayor expresión en la visita de la escuadra al mando del almirante Pita da Veiga a Japón entre el 27 de mayo y el 2 de junio del mismo 1892, siendo recibidos los marinos por altas autoridades japonesas, entre ellas y de forma destacada, por la emperatriz. [110]

     Al año siguiente fue el visitante el crucero �Don Juan de Austria�, que extendió su viaje hasta Vladivostók, base principal por entonces en el Pacífico de la marina rusa. Su comandante, don José Padriñán, realizó un detallado informe de la expedición, publicado en la Revista General de Marina por Real Orden de 15-X-1893, lo que prueba el carácter de la visita y el interés que se le concedía, en sí y a su divulgación. Aparte de los informes sobre la escala en Japón, destaca el de la estancia en la base rusa, con una minuciosa descripción y señalándose el buen recibimiento y la gran amistad de las autoridades rusas (212).

     Conviene que el lector recuerde este hecho y lo valore adecuadamente: en la época una visita análoga tenía hondos contenidos políticos. Algunos meses después en este año, la alianza franco-rusa era sellada en el marco de una estancia de la escuadra imperial en puertos franceses, asunto que volverá a aparecer en nuestra exposición. Y, como hemos visto, pero en sentido contrario, los viajes de los buques de guerra españoles a Japón, lejos de constituir meros actos protocolarios, tenían muy claras motivaciones.

     La situación internacional se agravó considerablemente al año siguiente con la guerra entre China y Japón. El éxito japonés se concretó en rápidas y extensas conquistas, especialmente, y por lo que a los intereses españoles se refiere, de la isla de Formosa, inmediata a las pequeñas Batanes en la costa norte de Luzón.

     Para los gobernantes de Madrid y Manila quedaron meridianamente claras las ansias expansionistas de Japón, así como su disposición a recurrir a la guerra si éstas no eran satisfechas de otro modo. Además, sus fuerzas terrestres y navales, sobre ser muy superiores en número a las españolas en el área, demostraron estar magníficamente equipadas, entrenadas y dirigidas. La misma prensa diaria tomó la cuestión, dándole gran relieve al considerar que la amenaza japonesa había pasado de ser probable a ser inminente (213).

     Es conocido que otras potencias tampoco permanecieron impasibles frente a los éxitos japoneses. Unas, preocupadas, se concertaron para limitar estas conquistas, en concreto Rusia, Alemania y Francia, mientras que otras, aunque neutrales en la cuestión, observaron los éxitos nipones favorablemente, pues iban en detrimento de los intereses de posibles adversarios en la zona, caso de Gran Bretaña.

     En este convulso marco, la diplomacia española se propuso garantizar sus posesiones del área, a las que se consideraba gravemente amenazadas. Pero la [111] situación por entonces de las relaciones exteriores de España no auguraba grandes resultados.



ESPAÑA Y SUS RELACIONES INTERNACIONALES

     Planteada hasta ahora la cuestión en términos regionales y bilaterales, consideramos imprescindible una limitada digresión para explicar la situación internacional española del momento, sin la cual, lo que sigue sería de muy difícil o imposible comprensión.

     Como es notorio, el 4-V-1887, España firmó un acuerdo con Italia que situó al país ibérico en la órbita de la Triple Alianza. El acuerdo se refería en su preámbulo a un compromiso de reforzar el principio monárquico y de garantía de la paz general, y en sus tres artículos a una cooperación respecto al Norte de África y el Mediterráneo en evidente oposición a la política francesa en el área (214).

     Aunque limitado en la letra, el acuerdo podía tener un posterior desarrollo posibilitando una base sobre la cual España articulara una política de más altos vuelos que la preconizada por Cánovas del �recogimiento�, o así al menos lo esperaba su inspirador, el liberal Moret.

     Sin embargo, la desilusión del gabinete liberal y del propio Moret no tardó en llegar con motivo de la �Crisis del Ultimátum� que Portugal debió afrontar desde enero de 1890.

     En los dos países ibéricos se percibió pronto que la frustración colonial lusa podía desembocar en una crisis del régimen, con la caída de los Braganza. Ante el acercamiento de ambas casas reales y gobiernos, la similitud, de situaciones y la comprobada interdependencia de las situaciones políticas de ambas naciones, en España se vivió el problema casi como propio y se temió que una caída de los monarcas portugueses arrastrara la de los españoles en medio de una revolución republicana e iberista. En España siempre se temió que crisis como la portuguesa dieran al traste con todo el sistema de la Restauración (215).

     Así que había serios motivos para que el gobierno español iniciase consultas buscando una mediación o unos buenos oficios que condujesen a una solución de arbitraje o a cualquier otra que al menos �salvase la cara� al régimen portugués. [112]

     Sin embargo, las gestiones iniciadas por el gobierno de Sagasta en aquel invierno y primavera no obtuvieron más resultado que la negativa británica a aceptar cualquier compromiso, la actitud casi desdeñosa de una Alemania muy cercana por entonces al gobierno de Londres y la abstención de Italia, que resultó más inexplicable y dolorosa. Sólo algún gesto de simpatía se recogió: los de Rusia y los de Francia (216).

     El asunto era tanto más doloroso para España puesto que coincidió con una grave enfermedad del niño Alfonso XIII, que pareció por unos días encontrarse a las puertas de la muerte, con las consecuencias previsibles.

     En junio del 90 subieron al poder los conservadores de Cánovas dispuestos a aportar un giro a lo que consideraban política aventurera y poco realista de los liberales. En primer lugar conocieron el acuerdo con Italia, que permanecía secreto, pero del que las potencias sospechaban sin conocer sus contenidos exactos. Aliviado al conocer sus términos, Cánovas no tuvo inconveniente en renovarlo en 1891.

     Pero pese a los compromisos y a la nueva línea de actuación de los conservadores, lo cierto es que la crisis portuguesa no tuvo solución adecuada, ni pese a la gestión de la reina madre, María Pía, seguridades de apoyo por parte de otras potencias. Una de las cuestiones acordadas en 1887, la defensa del principio monárquico, se esfumaba ante intereses más concretos.

     En lo referente a África, tuvo un pequeño desarrollo en la renovación de 1891, al reservarse España el derecho de represalia sobre las tribus fronterizas marroquíes, ante la reiteración de incidentes especialmente en los límites de Melilla.

     Sin embargo, el conflicto de Melilla de 1893 mostró los muy estrechos márgenes en que podía moverse la respuesta española a una agresión, lo que provocó una dura reacción del frustrado Ejército, y todo ello mientras que el respeto al �statu quo� de Marruecos sancionado por las potencias interesadas en el Tratado de Madrid de 1880, era menos que aparente (217).

     Añadiendo a éstas otras cuestiones, como la del espinoso tratado comercial con Alemania, se puede decir que hacia 1894-95, la relación española con los países de la �Triple� se estaba enfriando rápidamente, y no tiene nada de extraño, a la vista de lo señalado, que la renovación del acuerdo con Italia fuera desechada por estéril por el Ministro de Estado Duque de Tetuán. [113]

     Sorprendentemente, mientras tanto, no faltaban las muestras de buena disposición de dos de las otras grandes potencias europeas. Francia había intentado solucionar con un arbitraje los conflictos de límites entre los dos países en el Sáhara y el Golfo de Guinea, en agudo contraste con la actitud británica ante Portugal, y por otro lado, el peligro republicano, pese a sus sucesivos aunque limitados triunfos electorales en España, parecía no recibir un especial apoyo del gobierno galo.

     En el mismo 1893 de la visita del �D. Juan de Austria� a Vladivostók y de la crisis de Melilla, la escuadra rusa visitó puertos franceses, en cuyos actos se firmó la alianza entre los dos países, pese a las abismales diferencias entre sus regímenes políticos, lo que debió ser motivo de reflexión para más de un político español.

     Lo que no suele ser recordado es que los buques rusos, en su travesía del Atlántico al Mediterráneo, fondearon en puertos españoles, en Cádiz y en Cartagena.

     El entonces Ministro de Estado, Segismundo Moret, ya de vuelta de sus esperanzas de 1887, creyó oportuno recordar a las autoridades de aquellas ciudades el que se extremara la cordialidad del recibimiento a los marinos rusos (218).

     De que el objetivo se alcanzó no cabe duda ante la respuesta de la prensa oficial de San Petersburgo, agradeciendo la acogida y considerándola una muestra del acercamiento español a la alianza franco-rusa, con un paralelo distanciamiento de la Triple Alianza (219).

     Incluso prensa española especuló sobre el tema, haciéndose eco de los rumores que corrían por toda Europa de que... cualquiera hubiera creído que en Melilla iba España a extender las cartas dotales del matrimonio franco-ruso para firmarlas luego en Tánger� (220).

     Es sabido que España no llegó a integrarse en la referida alianza, pese al significativo acercamiento mencionado. Pero los acontecimientos del Extremo Oriente llevaron de nuevo a la diplomacia española cerca de los recientes aliados. El ministro español en Rusia telegrafiaba al de Estado que el Ministro ruso Giers, ante el estallido de la guerra chino-japonesa, le aseguraba �... que este gabinete procurará siempre, en lo que esté de su parte, no resulten lesionados los intereses de una nación arruga, como es España, cualquiera que sea la solución que tenga el conflicto de que se trata... y... que toda noticia que sobre este asunto tuviera la comunicaría gustoso al gobierno de S.M.� (221). [114]

     Desgraciadamente Giers no pudo mantener sus promesas pues murió al poco, tomando su sucesor una actitud menos cordial en un principio. Pero faltaba lo peor: a comienzos de 1895 y en plena crisis de Extremo Oriente estalló la insurrección en Cuba con el �Grito de Baire�, cuyas consecuencias provocaron la dimisión del gabinete Sagasta, tomando el relevo Cánovas con el Duque de Tetuán en Estado el 23 de Marzo del 95, y recayendo así la responsabilidad de la solución de la crisis en el partido conservador, que afrontaba una doble reto, en Cuba y en Extremo Oriente, en una situación peligrosa de aislamiento internacional, al haberse distanciado de la �Triple� y sin concretar el tibio acercamiento a los franco-rusos.



EL CONCIERTO EUROPEO

     Era una actitud tradicional de la diplomacia española en el XIX el actuar sólo si Francia e Inglaterra marchaban juntas en la cuestión, en caso contrario lo mejor era abstenerse. Tal premisa era prácticamente imposible de obtener en el último tercio del siglo, y desde luego el presente caso no era una excepción, pero como tantas otras veces, el abstenerse de tomar alguna iniciativa por parte de España era impensable dada la gravedad de los intereses afectados.

     Otra actitud de la diplomacia española servía de complementaria a la anterior, cuando no de alternativa: la idea, no por constantemente defraudada menos firme, de que el �concierto europeo� actuaría de consuno ante crisis en Ultramar que pudieran poner en peligro el destino de la monarquía española, al no tratarse de intereses vitales para las otras potencias, y especialmente si la que amenazaba a España era extraeuropea, y más, si como era el caso, se trataba de un país como Japón, al que no se consideraba �cristiano y civilizado�, por no mencionar cuestiones raciales.

     Tan ingenua suposición, desmentida reiteradamente hasta el amargo 1898, era completamente incierta ante el conflicto chino-japonés. Como hemos visto las potencias europeas se dividieron en dos bloques: uno franco-ruso y alemán decidido a limitar el éxito japonés, y otro, encabezado por Inglaterra favorable a Japón dentro de una postura neutral. Así pues, no sólo no existía ningún concierto europeo, sino que en ese área Alemania se sintió más cercana a los intereses de sus enemigos en Europa que a los de otros países de la Triple Alianza.

     Esa actitud británica, que cristalizaría en el tratado de alianza de 1902, era ya positiva hacia Japón antes de la guerra de 1894-95. Al menos desde 1892, se construían en astilleros británicos para la marina imperial japonesa acorazados que superaban en tamaño y potencia a los de las flotas europeas destacadas en Extremo Oriente, incluso a los de la Royal Navy. Con ser esto muy [115] relevante, al tratarse de buques que en aquella época eran los mayores exponentes del poder naval de una nación y de la acción en el exterior del estado, era aún mucho más decisivo que ninguno tales buques se construyó por entonces en Gran Bretaña con destino a otra potencia, pues indudablemente ninguna otra mereció por entonces esa suprema muestra de confianza del gobierno de S.M.B. (222)

     Es cierto que Inglaterra, aunque próxima a la �Triple�, no formaba realmente parte de ella, segura en su �esplendido aislamiento� y reacia a adquirir por entonces compromisos, pero hubo un país de la Triple Alianza que tomó en la cuestión una actitud contraria a la de Alemania, nada menos que Italia. Su ministro de AAEE comunicaba al de Japón, Takahira, el 27-IV-1895, la �necesidad de brindar una solución al problema de la intervención (franco-rusa y alemana) antes de que se escape de nuestras manos, mediante una alianza de Inglaterra, los EEUU e Italia en ayuda de Japón� (223).

     La sorprendente propuesta quedó pronto estancada por la actitud negativa de los otros dos países convocados, que reafirmaron su neutralidad en el asunto, y resulta poco comprensible, dada la escasa entidad de los intereses italianos en la zona, a no ser que se tratara de una maniobra dirigida a obtener fines muy distintos.

     Desconocemos cuales fueron tales fines, pero la oportunista diplomacia italiana obtuvo, probablemente, uno tal vez no deseado, la no renovación en fechas inmediatamente posteriores de su acuerdo con España. Efectivamente, a fines de ese mes de abril, el Duque de Tetuán ordenó a los embajadores en París, Berlín y San Petersburgo que iniciaran contactos exploratorios con las tres potencias, en la eventualidad de sumarse a su iniciativa (224). A una ya reticente España, la iniciativa italiana, según nuestra hipótesis, debió parecerla la consabida gota que derrama el vaso de los agravios.

     La decisión española de aproximarse a la intervención tripartita se hizo firme en los días siguientes, pero encontró un primer obstáculo al observar que los intereses de sus posibles socios, se dirigían más a contener la expansión japonesa al Este, que hacia el Sur, con Formosa como punto focal para la diplomacia española. Otros problemas derivaban de la tradicional actitud de �recogimiento� de los gobiernos canovistas y su renuencia a adquirir compromisos formales, así como la indefinición general de su política exterior. [116]

     Rusia, poco interesada en Formosa se mostró fría a los contactos españoles, una más interesada Francia fue más cordial. En cuanto a Alemania aunque receptiva, solicitaba que el compromiso español se definiera: �...reconocía la legitimidad de los intereses de España en Oriente y la justificación de asociarse al concierto de las tres potencias, pero que era necesario precisasemos en qué condiciones y extensión lo haríamos... incluso (definir) acción material... y concluyó asegurándome la lealtad y firmeza con que Alemania defendería nuestros intereses en Oriente� (225).

     El duque de Tetuán, que había organizado la exploración y consulta con las tres capitales (a las que se añadía Londres), centralizando la acción en París, tuvo pues que precisar las intenciones españolas: no se trataba de que Japón renunciara a Formosa (aunque le parecía lo más deseable) ni de adquirir por parte española fuertes compromisos, sino sólo de �... asociarse para examen y defensa colectiva, informar de nuestros intereses y comunicar las condiciones de paz que nos parecen peligrosas� (226).

     De nuevo esto era insuficiente y el ministro tuvo que concretar en una circular a sus embajadores:

                �Añada VE que España tiene actualmente en aquellos mares aunque pocos en número, algunos buques, que pudieran representarla en manifestación pacífica si se hiciera necesario, pero no de buenas condiciones de combate�.
     �Para el caso de acción material podríamos mandar dos cruceros de 7.000 toneladas y 13.500 c.v. cada uno, susceptibles de pasar por el canal de Suez y el ejército filipino, que es el mejor de aquellos países, lo reforzaríamos con batallones peninsulares. Interesaría saber para este caso si a juicio de los gobiernos concertados, el Canal de Suez estaría libre paso tropas, barcos y, material de guerra�.           
     �Se servirá informar VE respecto a forma y, procedimiento oficial para entrar en el concierto. Llamo la atención de VE, con el carácter de muy reservado, sobre la absoluta necesidad para España de no quedar ligada compromiso para el caso posible, aunque poco probable, de que Inglaterra se colocara resueltamente del lado del Japón, esto es, si se dividiera Europa en esta cuestión que tomaría entonces un aspecto completamente distinto y gravísimo para nuestros intereses, si nos viéramos ligados con una de las partes. Reconozco que éste es un punto delicado y difícil de exponer� (227).

     El texto transcrito muestra de manera clara los temores y limitaciones de la diplomacia canovista. También se es muy consciente de la postura británica, [117] de neutralidad favorable a Japón, y con la que se teme enemistarse, aparte de por razones ya mencionadas y obvias, por dos que se citan en el texto: una actitud poco amistosa por parte del Reino Unido comprometería gravemente la dominación española en el Pacífico: primero porque podría impedir el paso de expediciones de refuerzo por Suez, y segundo, porque, falta de instalaciones adecuadas en su base principal de Cavite, la escuadra española debía enviar a reparar sus buques a Hong Kong, lo que de negarse, imposibilitaría virtualmente cualquier operación naval seria por parte española.

     Los temores se incrementaron, el embajador en París, León y Castillo, llega a decir al Ministro de Exteriores francés �Supongo que Rusia, Alemania y Francia representan a Europa en Extremo Oriente, y que la abstención de Inglaterra no se convertirá en hostilidad ni en alianza con el Japón ni con los EE.UU. de América, porque en ese caso nuestros intereses en Cuba y Filipinas sobre todo, estarían más directamente amenazados que los de nación alguna. Nuestra situación, si ello ocurriera, sería tan difícil que dudo haya gobierno en España capaz de arrostrar eventualidad tan peligrosa� (228).

     Hannoteaux, el Ministro francés, tranquilizó acerca de tan ominosa posibilidad, mientras las consultas con otros países corroboraron dicha apreciación. Pero si el peligro de una gran conflagración se fue difuminando, volvieron a surgir temores ante el anunciado desembarco de tropas europeas en Formosa con el propósito de proteger súbditos e intereses. España no podía estar ausente de una acción sobre la isla cuya situación más le interesaba, por lo que anunció el envío inmediato hacia allí de buques y soldados (229).

     El tema fue filtrado a la prensa española con las consecuencias de esperar. Las disculpas fueron presentadas y la cuestión fue relegada, pero lo cierto es que, en unas cosas y otras, el tiempo pasaba, a la acción de las potencias se concretaba y España no había todavía definido su postura.

     Es más, la satisfecha Rusia empezó a dar por concluido el asunto. �En visita de hoy al Ministro de Exteriores (Lotanoff) me ha reiterado que Rusia, en vista triunfo obtenido, se considera en imposibilidad intervenir en asunto Formosa, limitándose apoyar deseo Francia relativo Pescadores� (230).

     Parece lógico que Rusia, satisfechos sus deseos y ante la indefinición española, creyera oportuno no presionar más a Japón.

     La situación vino a salvarse, en este crítico momento, por la mediación francesa, que considerando cerrada la negociación en una primera fase, creía [118] que podía afrontarse la cuestión promovida por España en una segunda fase, aunque rogó definiera su actitud y propósito.

     Esto era, al parecer, pedir demasiado, y Tetuán insistió en la comunidad de intereses entre Francia y España, indicando que la preocupación francesa por el destino de las islas Pescadores era irrelevante si Formosa quedaba en manos japonesas.

     La negociación parecía bloqueada, pero el activo embajador en París, León y Castillo, aventuró una prometedora salida: �No se puede hablar de 'statu quo' por concurrencias (de las potencias que ya planeaban el break-up de China) y en cuanto a neutralización de Formosa, es inútil, porque no hay en toda la isla un puerto a propósito, (para una base naval) mejor plantear una postura defensiva y que Japón no pueda arrogarse ningún derecho o pretensión respecto territorios y archipiélagos que no sean comprendidos en Tratado... acaso sea lo más práctico obtener cláusula Japón excluya reclamación o pretensión sobre islas vecinas al Sur y SE de Formosa. Ministro de Exteriores me ofreció que planteadas en este terreno nuestras pretensiones, nos ayudaría resueltamente en San Petersburgo� (231).

     En Madrid debió verse el cielo abierto, pues inmediatamente se aprobó la idea, que probablemente había sido sugerida por Francia.



EL APOYO DE LAS POTENCIAS

     Había que obtener el acuerdo de los otros dos socios, y Francia comunicó con Alemania y Rusia apoyando la pretensión española. Rusia, influida por su aliada, dio pronto su conformidad.

     Pero Alemania, de forma insólita, se negó a apoyar la petición española. Tras varios contactos previos, la entrevista del embajador Méndez Vigo con el Secretario de Estado alemán fue totalmente desalentadora. Decía Méndez Vigo a Tetuán:

               �Le comuniqué apoyo de Francia y Rusia, y que, por lo tanto, suponía que Alemania la aceptaría. Como conociéndola de antemano me contestó que la encontraba muy vaga, y sobre todo, que Alemania no podría aceptar la responsabilidad de una nueva reclamación contra Japón que podía perjudicar el éxito ya obtenido en un principio... manifesté mi extrañeza... me contestó que... (no obtendría su apoyo)... para hacer una nueva reclamación del todo distinta...�           
     �Inútiles fueron cuantas consideraciones expresé para demostrar que la demanda de España no significaba acto de hostilidad contra el Japón... y llamé [119] su atención sobre comentarios en cuanto a separación de Alemania de Francia y Rusia en esta cuestión... y tan poco conforme con las buenas relaciones que existen entre Alemania y España.
     �Insistió en sus negativas y no quiso dar importancia ni atender a la petición que le hice de consultar con Francia y Rusia antes de adoptar la resolución tan definitiva que me manifestaba� (232).

     La entrevista concluyó, rayando en la descortesía, diciendo el ministro alemán que se ausentaría por varios días para las fiestas de la inauguración del Canal de Kiel. No tiene pues, nada de extraño que Tetuán comunicase a Méndez Vigo que no volviera a plantear la cuestión ante el gobierno alemán.

     Se trataba de todo un desaire que los diplomáticos españoles interpretaron achacándolo a las difíciles negociaciones que sobre la renovación del tratado comercial abordaban entonces españoles y alemanes. Algo más debía de haber cuando justamente el Káiser se presentaba a sí mismo como el adalid de una unión europea ante el �peligro amarillo�.

     Tal vez intervinieron otros factores: la ya tradicional consideración alemana de que España seguía una política internacional poco seria, por decirlo suavemente, el deseo alemán de no prolongar una cuestión que la separaba de Inglaterra e Italia; e incluso, los temores, fuertes desde 1893, de que España se aproximaba a la alianza franco-rusa, ocasionales aliados en Oriente, pero probables enemigos en Europa.

     Cualquiera que fuera la razón o razones, en dicha cuestión, para España tan importante, había visto la postura favorable hacia Japón de Inglaterra y de Italia, menos interesada en ella pero más imprudente, para concluir en que la misma Alemania se negaba a apoyar las muy limitadas pretensiones españolas.

     Hubiera debido de significar toda una provechosa lección para la diplomacia española, que, como es bien sabido, estuvo muy lejos de aprender con las consecuencias que tuvieron lugar apenas tres años después. Si frente a Japón apenas obtuvo apoyos, sería mucho más difícil esperarlos frente a Estados Unidos, y ya no sólo por las notables diferencias entre esos dos países, sino porque mientras Japón sólo había esbozado un cierto interés por los territorios españoles, la postura de los EEUU respecto al Caribe estaba, desde hacía ya largos años, mucho más definida.

     Al menos se obtuvieron en aquellos momentos seguridades de la postura neutral de los EE.UU. en el asunto, relajando las preocupaciones españolas y confirmando la negativa americana a apoyar la iniciativa italiana (233). [120]



LA NEGOCIACIÓN

     Pero España, al menos, había obtenido el apoyo de Francia y Rusia, lo que parecía más que suficiente para obtener de Japón lo que se le pedía.

     Pronto se concretó entre españoles y franceses que, sin entrar en otras consideraciones o detalles, bastaría con marcar un límite, el Canal de Baschi entre Formosa y las Batanes, al Sur y SE del cual Japón declararía no tener pretensión alguna. Con la ventaja de que la misma línea de paralelo podría separar el otro área de contacto, la de las Vulcano-Marianas. Y como se anotó, Japón no podría negarse a algo así sin que se extendieran serias dudas sobre sus ulteriores intenciones (234).

     El 7-VII-1895, el duque de Tetuán remitió un memorándum sobre el estado de la negociación a las embajadas y legaciones españolas interesadas en ella (235).

     En este documento el Ministro hacía un resumen de los pasos dados hasta entonces y de lo conseguido, bastante triunfalista, especialmente al olvidar o minusvalorar lagunas, errores y problemas, incluso dando por hecho el apoyo alemán y concluyendo en que se solicitará a Japón renuncia formal a cualquier pretensión al S y SE de la línea citada.

     El funcionario encargado de la tarea en Tokio no podía ser el ministro plenipotenciario allí destinado, dado el bajo nivel de la legación y la delicadeza e importancia de la cuestión, por ello se envió a D. José de la Rica y Calvo como embajador extraordinario y plenipotenciario, sus destinos anteriores como secretario de la legación en Tokio y Londres, donde fue embajador en funciones durante la crisis del Ultimátum, parecían indicarle como la persona idónea.

     Incidentalmente, y de forma paralela, se supo que Formosa había hecho una declaración unilateral de independencia (probablemente a instancias del gobierno chino), bajo la presidencia de Tang King Hung, quien remitió peticiones de reconocimiento a todos los gobiernos implicados y que fueron desdeñosamente ignoradas, quedando pronto en nada el asunto. España, sin embargo, envió al �D. Juan de Austria� para vigilar allí los intereses españoles en la isla, reducidos a algunos misioneros y sus feligreses.

     José de la Rica y Calvo inició sus contactos con las autoridades japonesas, asegurando dicho gobierno no tener dificultades para realizar la declaración pedida, pero pidiendo un cierto plazo. Al mismo tiempo, los embajadores ruso y francés en Tokio tenían instrucciones de apoyar la petición española en cuanto ésta se hubiera realizado formalmente (236). [121]

     El 12 de junio de la Rica se entrevista con el marqués Sajonzi, ministro de Instrucción Pública y en funciones de exteriores por enfermedad de su titular, vizconde Mutsu:

                �Comuniqué al marqués Saionzi las instrucciones que VE me indica y en términos amistosos hice resaltar la neutralidad que España había conservado durante el transcurso de los acontecimientos, pero que mi gobierno deseaba consultar y estrechar las relaciones hoy en día existentes, y que para evitar en el porvenir motivos que pudieran menguar dichas relaciones, creía necesario conocer las ideas que el gobierno imperial pudiera tener� (237).           

     Posteriormente el enviado español se quejó de la actitud antiespañola de la prensa japonesa, resaltando que conocía el control que sobre ella ejercía el gobierno.

     Pasando a mayores, preguntó si Japón reconocería la libre navegación del canal de Fukien, la indemnización que exigiría de China por la renuncia a Liao-Tung y si se pensaba fortificar las Pescadores.

     El ministro japonés mostró su sorpresa ante estas cuestiones y eludió una respuesta indicando que aún estaban estas cuestiones sometidas a negociación. Con dichas preguntas el enviado español había dado a entender su vinculación con la intervención tripartita.

     Esto no podía por menos que reforzar la petición española, al mismo tiempo que la hacía más antipática para Japón. Otros detalles confirmaban tal vinculación, como el anecdótico pero muy significativo de que la carta geográfica que portaba el enviado español procedía de un buque de guerra francés surto en el puerto, con todas sus indicaciones en francés, idioma que se utilizó en toda la negociación por otra parte.

     Queriendo quitar hierro a la cuestión, complicada además por el tono de la prensa de ambos países, y haciendo hincapié en los motivos amistosos y de prevención de futuros desacuerdos, España propuso que la declaración fuera recíproca, estableciendo un plano de igualdad.

     El 7 de Agosto de 1895 a las 11 de la mañana se firmó la �Declaración de Tokio�, escrita en francés como idioma único y anotando el enviado la �cortesía y buenos procedimientos... sin regateos y fingidas dificultades� por parte japonesa.

     Aunque el texto de la declaración ha sido publicado en alguna ocasión, consideramos oportuno reproducirlo aquí, traducido del original francés conservado en el AMAE: [122]

                �El gobierno de SM el Rey de España y el gobierno de SM el Emperador del Japón, estando igualmente animados del deseo de desarrollar las buenas relaciones que existen actualmente entre los dos países y estando persuadidos de que un entendimiento perfecto en lo que conviene a sus derechos territoriales en el Oeste del Océano Pacífico podrá contribuir a alcanzar el fin deseado�.           
     �Los abajo firmantes. D. José de la Rica y Calvo, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de SM el Rey de España y el marqués Saionzi, Ministro de Instrucción Pública y Ministro a.i. de Asuntos Exteriores de SM el Emperador de Japón, debidamente autorizados a este efecto por sus gobiernos respectivos, convienen en hacer la declaración siguiente�:
�1.- Por esta declaración el paralelo que pasa por medio del canal navegable de Baschi es tomado como línea de demarcación entre las posesiones españolas y japonesas en el Oeste del Océano Pacífico:�
�2- El gobierno japonés declara que no tiene ninguna reclamación o pretensión sobre las islas situadas al S y SE de dicha línea de demarcación�.
�3- El gobierno español declara que no tiene ninguna reclamación o pretensión sobre las islas situadas al Norte y NE de dicha línea de demarcación�.
     �Declarado y firmado en doble en Tokio, el 7 de Agosto de 1895, correspondiente al 7� día del 8� mes del 28 año Meiji�.

     Las legaciones rusa y francesa que tanto habían influido en el feliz término de la negociación, comunicaron sus felicitaciones a España, especialmente efusivas por parte francesa, y dejando entrever además nuevas ocasiones de acuerdo y apoyo.



LAS REPERCUSIONES

     Resuelta la cuestión de forma satisfactoria, se produjo poco después un acercamiento hispano-japonés que culminó en el Tratado de Amistad y Relaciones Generales firmado en Madrid el 2-1-1897, que no entraría en vigor hasta el 17-VII-1899, por el que se revisaba el �desigual� de 1868, petición constante de los japoneses, y en la línea del recientemente firmado entonces entre Japón y Gran Bretaña.

     Parecería que las relaciones entre ambos países se había normalizado y que se entraba en una etapa libre de tensiones. Pero esto, con ser cierto en buena medida, no muestra toda la realidad de las relaciones entre españoles y japoneses, pues la normalización diplomática encubría la persistencia de temores, recelos y críticas mutuos (238). [123]

     De hecho, los mismos recortes de prensa japonesa remitidos a Madrid desde la legación de Tokio y contenidos en la documentación ya citada, muestran un cuadro poco tranquilizador.

     La prensa japonesa veía a España como a otra de las potencias que la había humillado tras su victoria sobre China, y si las circunstancias y peticiones españolas eran distintas, se achacaban más a la debilidad del país que a sus auténticos deseos.

     Dicho esto, se entraba a juzgar de forma muy crítica la colonización española en Asia, recurriendo a tópicos ya consagrados: predominio y nefasta influencia del clero, ineficacia, desidia, corrupción, despotismo y racismo, acusaciones pronto avivadas debido a la insurrección independentista en Luzón. Pero además se criticaba duramente a España como nación, recordando sus luchas civiles, escaso desarrollo económico, etc... así como un carácter nacional al que se tildaba de excesivamente orgulloso, agresivo y suspicaz, llegándose a calificar de �enferma� a España.

     Ante tales diagnósticos, el futuro estaba claro: aunque Japón había tenido que ceder en un momento de aislamiento y debilidad internacional, el mismo desarrollo natural de los hechos llevaría a que el Pacífico español terminara cayendo, de un modo u otro, y en un plazo no demasiado largo, en la órbita japonesa.

     Calificativos no mucho mejores había usado la prensa española, pero además, los temores españoles continuaron: si Japón veía frenado sus deseos expansionistas, ahora innegables, al Norte y Oeste, especialmente por Rusia, y hacia el Este, en las Hawaii, por los Estados Unidos, la única posible vía de expansión, y la de menor resistencia, sería hacia el Sur, en inevitable detrimento de las posesiones españolas. Este razonamiento, aunque sin mencionar las Hawaii, era el que hacía el ministro en Tokio, D. Luis de la Barrera el 28-I-1897, en despacho al Ministro de Estado (239).

     En el plano militar, el rearme japonés continuaba aceleradamente, provocando de nuevo el interés y los recelos españoles, así como la petición constante de nuevos informes. Uno de ellos tiene una significación especial, el agregado naval en Tokio, puesto de reciente y significativa creación, envió en septiembre de 1897 un completo estudio sobre las fuerzas navales japonesas, estableciendo comparaciones, incluso barco por barco, con las españolas (240).

     Especial relieve tiene el que se adjuntaba otro informe sobre las defensas costeras japonesas facilitado por el agregado naval ruso, para el que el español solicitaba una condecoración en recompensa por una información tan valiosa como de difícil obtención. Del hecho podemos inferir que Rusia pretendía [124] atraer a España a un acuerdo frente a Japón, pues indudablemente, el marino ruso facilitaba tales informes a instancias de su gobierno.

     No podemos continuar aquí nuestra exposición hasta la siguiente crisis, la del 98, por lo que remitimos al lector a otros trabajos (241). Pero, y a la luz de lo expuesto, parece lógico suponer que algunas de las líneas explicativas de hechos tan cercanos en el tiempo se hubieran trazado o puesto de manifiesto en 1895: la soledad internacional de España, con sólo una simpatía franco-rusa, la posición hegemónica británica, apoyada en dos potencias muy próximas en el área: los Estados Unidos y Japón, así como la necesidad de ofrecer un premio de consolación a la brusca diplomacia alemana.



CONCLUSIONES

     El objeto de este trabajo ha sido referir y analizar las circunstancias en las que Japón y España acordaron un acuerdo de límites en 1895.

     Por debajo del lenguaje diplomático, no cabe duda de que el momento fue uno de los más tensos en las relaciones entre los dos países. Para Japón estaba claro que tenía un vecino tan débil como receloso, mientras su interés por las revueltas posesiones españolas no dejaba de acrecentarse. Además se vio como una afrenta el que, tras la humillación de Shimonoseki, se le plantearan nuevas reclamaciones presuntamente amistosas, pero auspiciadas por potencias que, como Rusia, eran evidentes competidoras en la zona del imperialismo japonés.

     Aún obtenido el acuerdo, pero sin ningún género de alianzas ni garantías de terceros, la declaración parecía un débil valladar frente a un probado expansionismo, por lo que los temores españoles incluso se incrementaron, al observar que la única o más fácil línea de expansión japonesa le encaminaba hacia las posesiones españolas.

     La confianza de la diplomacia española en el �concierto europeo� quedó palmariamente rebatida, aunque no se sacaron las conclusiones oportunas, tal vez porque gracias a un impensado apoyo franco-ruso, España obtuvo mucho más de lo que en su aislamiento y renuencia a contraer compromisos en política internacional le permitía esperar. Tal vez se pensó que siempre se tendría la misma suerte que entonces, o la de 1885 en las Carolinas, aunque en circunstancias bien distintas. El resultado fue que tal actitud irrealista pervivió hasta 1898, con las desastrosas consecuencias conocidas. [125]

     La crisis de 1895 presenta así, a nuestro entender, el punto culminante de dos tendencias de la política exterior española en la década de los noventa: el progresivo distanciamiento de la Triple Alianza y de Inglaterra, tras varios dolorosos desaires y que culmina de manera formal con la no renovación del acuerdo con Italia por esas mismas fechas, y la política de atracción de Franela y Rusia, antes y después de su alianza, en agudo contraste con la actitud de las otras potencias en dichas crisis y, en especial, en la de 1895. Pero el distanciamiento de la Triple Alianza no se vio compensado por un acercamiento formal y paralelo a la otra alianza, configurándose así la situación de aislamiento que tendría ominosas consecuencias en 1898.

     Es de sobra conocida la repugnancia española de la época a contraer compromisos internacionales que la implicaran en las tensiones continentales europeas, lo que explicaría dicho aislamiento. Pero como ha escrito José María Jover, el hecho de que España no tomara parte activa en las cuestiones ultrapirenaicas y se concentrara en ultramar, no significaba sino que volvía a encontrarse con Europa y sus realidades en escenarios como el Pacífico, el Caribe o África (242).

     Tal contradicción de la política exterior española no es fácilmente explicable, dada la insistencia de los hechos, pero brinda, a nuestro juicio, la mejor defensa del estudio de las relaciones internacionales de España en escenarios extraeuropeos, pues ofrece a menudo, y creemos que este trabajo es una muestra, una perspectiva más rica y amplia de lo que podría esperarse a primera vista e incluso de la que muestran las cuestiones puramente europeas.

     Por último, y ya en un aspecto más regional, anotar la difícil disyuntiva que se presentaba a España en sus espacios coloniales: para desarrollarlos económicamente, lo que de paso proporcionaría los medios materiales para su defensa, España debía recurrir a capitales, técnicas y hasta mano de obra extranjeras, pues la metrópolis carecía de ellos. Pero aceptar esta colaboración significaba dar la entrada a una futura injerencia de la potencia que la facilitara, con las previsibles y desagradables consecuencias que eran de esperar en la era del imperialismo.

     En el Pacífico y frente a Japón, se eligió la opción más segura a corto plazo, tal vez porque (aparte prejuicios raciales y culturales) ya era muy evidente que la tomada en el Caribe en relación con los Estados Unidos era demasiado peligrosa. Desgraciadamente ni una ni otra evitaron la pérdida de las colonias en ambos escenarios en 1898.



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La participación de Japón en la revolución filipina de 1896

  (243)

Ikehata Setsuho (244)

Profesor, ILCAA, Tokyo University of Foreign Studies



     Las relaciones entre Filipinas y Japón se vieron muy afectadas por la victoria de este último país en la Guerra Chino-Japonesa de 1895. Resultado del conflicto fue que Japón obtuvo Taiwán y las islas de Pescadores, impulsando de este modo su expansión hacia el sur. Por otro lado, los revolucionarios filipinos, que luchaban contra España por su independencia, creyeron que podrían conseguir ayuda de Japón.

     Así, pues, a través de esta relación Japón comenzó a intervenir en la Revolución filipina. Con todo, la intervención no era oficial. No podía serlo por tres razones: primero, en esta época la prioridad de Japón era consolidar su expansión hacia el norte; segundo, a Japón le preocupaban las negociaciones sobre la revisión de los tratados desiguales; tercero, Japón no deseaba provocar una reacción contraria de España, de los Estados Unidos y de Europa.

     Este artículo explorará la intervención japonesa en la Revolución filipina desde los tiempos de la Guerra Chino-Japonesa hasta el estallido de la guerra de Filipinas. La intervención puede dividirse en tres fases. (Para un análisis y una documentación detallados, véase [Ikehata, 1989]).



PRIMERA FASE: DE LA GUERRA CHINO-JAPONESA (1895) AL ESTALLIDO DE LA REVOLUCIÓN FILIPINA (AGOSTO 1896)

     Hacia 1895 en Filipinas, en la zona de Manila, dos movimientos de reforma. Uno de los grupos, el Cuerpo de Compromisarios, se componía de intelectuales de clase media que pedían reformas a las autoridades españolas. El [128] otro, el Katipunan, se componía de miembros de las clases bajas, y propugnaba la revolución armada. De estos grupos, el Cuerpo había tenido influencias más directas por el impacto de la Guerra Chino-Japonesa, y fue el que decidió enviar a José Ramos a Japón, en mayo de 1895, con la misión de obtener armas y solicitar el apoyo y la protección japoneses par la independencia filipina (245). Esta ayuda significó, obviamente, la conversión del Cuerpo de reformista en revolucionario.

     El otro grupo, el Katipunan, acabó considerando también la posibilidad de lanzarse a la revolución con apoyo japonés. Cuando un buque-escuela japonés, el Kongô, visitó Manila el 4 de mayo de 1896, Bonifacio y otros dirigentes del Katipunan dieron una recepción de bienvenida en honor del capitán del barco, Akira Serata, en el segundo piso del Bazar Japonés de Manila, e hicieron un llamamiento para que los japoneses apoyasen su movimiento. La persona que preparó el encuentro y actuó de intérprete era un japonés llamado Moritaro Tagawa, que trabajaba en el bazar (246).

     Según la historiografía de la Revolución filipina, después de que Bonifacio se convierte en tercer presidente del Katipunan en 1896 o, más exactamente, después de la aparición del primer ejemplar de Kalayaan, en marzo de 1896, aumentó el número de miembros del Katipunan. Dado que muchos miembros del Cuerpo se unieron al Katipunan, después de que aquél se deslizase hacia posturas revolucionarias, puede pensarse que la victoria de Japón en la Guerra Chino-Japonesa jugó un papel en el incremento del número de miembros. Además, es muy probable que la falsa acusación de que Kalayaan se imprimía en Yokohama se lanzase con la intención de hacer creer que la ayuda japonesa era una realidad, con el fin de atraer miembros al Katipunan.



SEGUNDA FASE: AGOSTO DE 1896-ENERO DE 1898

     Tras el estallido de la rebelión había grandes esperanzas en los medios populares de Manila en cuanto a una ayuda japonesa inminente. Se rumoreaba en la ciudad que dos buques japoneses con armas habían arribado a las costas filipinas y descargado las armas, o que el 29 de agosto un buque llamado Salvadora, que transportaba armamento, había llegado a Manila desde Kobe. Tales rumores hicieron que las autoridades españolas recelaran cada vez más, y que [129] los barcos provenientes de Japón, y los japoneses residentes o de paso en el país, fueran objeto de registros e investigaciones estrictas. También se llevaron a cabo registros en las viviendas de japoneses y los súbditos japoneses fueron sometidos a vigilancia (247).

     Pese a todo esto, no existían planes de ayuda definidos por parte de Japón. En realidad, el gobierno japonés y los militares tenían gran interés en la revolución, pues ésta estaba relacionada con los intereses nacionales japoneses, pero no podían apoyar abiertamente a los rebeldes filipinos. La principal preocupación de la diplomacia japonesa de aquel tiempo era la revisión de los tratados desiguales con las potencias occidentales. Respecto a las Filipinas, la política del gobierno japonés era mantener sus relaciones amistosas con España, y evitar todo conflicto de intereses y de planes con las grandes potencias -Alemania, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos- respecto a Filipinas.

     Pero esto no significaba que el gobierno y los militares japoneses no prestasen atención a lo que sucedía en Filipinas. Se enviaron espías a este país: por ejemplo, en septiembre de 1896 el Gobierno Colonial de Taiwán envió al jefe de la Primera sección de la Oficina de Asuntos Militares, el teniente coronel Y. Kususe, y al vicecónsul en Hong Kong, S. Shimizu a las Filipinas para recabar información sobre la revolución. Temiendo que su título oficial le impidiese entrar y moverse libremente en Filipinas, Kususe utilizó el alias K. Yamada y se presentó como empleado del consulado japonés en Hong Kong. Éste recabó datos sobre la revolución durante varios meses (248), y a su vuelta, informó que era necesario enviar a alguien a Manila para seguir los acontecimientos de la revuelta. Con esta recomendación, el Gobierno Colonial de Taiwán envió a Shiroo Sakamoto, funcionario de la Railroad Unit de Taiwán (los ferrocarriles de esta colonia japonesa) a Manila para obtener más información sobre el desarrollo de la revolución. Sakamoto llegó a Manila a fines de marzo de 1897, bajo distintas personalidades, unas veces como corresponsal del Jiji Shinpo, del Naigai Shogyo, y del Tokyo Shinpo, e incluso como empleado a tiempo parcial de una compañía comercial japonesa, la �Kaigai Boeki Kaisya�. Con la ayuda el del antes mencionado M. Tagawa, envió una serie de informes muy detallados al Gobierno Colonial de Taiwán al menos hasta agosto de 1898 (249).



TERCERA FASE: FEBRERO DE 1898 A ENERO DE 1899

     De todos modos, cuando en febrero de 1898 estaba claro ya que los Estados Unidos habrían colonizado las Filipinas, los militares japoneses trataron de [130] ganarse a los líderes principales del gobierno revolucionario exilado en Hong Kong para que se pasasen a su lado. Éstos trazaron una estrategia para poner coto a la colonización estadounidense en Filipinas. El gobierno revolucionario pediría al gobierno japonés que les permitiese comprar armas. Con el cargamento de armas, se enviaría a oficiales de las fuerzas armadas japonesas al archipiélago y, a través de ellos, Japón influiría sobre el ejército revolucionario filipino. Y los funcionarios civiles japoneses, incluido el cónsul japonés en Manila, cooperarían activamente con aquél.

     El Estado Mayor General envió al capitán de artillería Ulchi Tokizawa a Hong Kong para contactar con los dirigentes revolucionarios exilados allí y reunir información (250). Tokizawa entabló amistad con Mariano Ponce, que más tarde irá a Japón en calidad de representante de la Junta de Hong Kong (251) para discutir la idea de negociar la compra de armas y municiones (252). Es muy probable también que durante su estancia en Hong Kong, Tokizawa se entrevistase con su contacto en Manila, Teodoro Sandico. Los militares, por medio de Ramos, pensaron también en la estrategia de invitar a Aguinaldo a Japón (253).

     Según cartas confidenciales del cónsul japonés en Hong Kong, y debido a estas maniobras de los militares japoneses, en la primera semana de mayo de 1898 los dirigentes revolucionarios exilados estaban divididos en dos facciones: los pro-estadounidenses y los pro-japoneses.

     El 2 de mayo, un día después de que la flota estadounidense barriese a la flota española en la bahía de Manila, Japón declaraba su neutralidad en la guerra hispano-norteamericana (254). A continuación, Japón decidió enviar tres barcos de guerra, el Matsushima, el Maniwa, y el Akitsushima, que atracaron primero en Hong Kong, pero que luego continuarían su viaje hacia Manila con el pretexto de la observación militar y la protección de las vidas de los japoneses� (255). A bordo de estos tres barcos se hallaba una mezcla de oficiales observadores del ejército y de la marina, funcionarios consulares y periodistas (256). [131]

     Entre los oficiales de las fuerzas armadas japonesas que reunieron información en Hong Kong, y que luego continuaron sus contactos con los dirigentes revolucionarios en Filipinas con el fin de hacerlos dependientes de Japón, se hallaba el anteriormente mencionado capitán Tokizawa. Éste se entrevistó frecuentemente con Sandico, que actuaba de ministro de asuntos exteriores del gobierno revolucionario (en aquel tiempo no existía el cargo de ministro de asuntos exteriores en el gobierno revolucionario), y le habló de la posibilidad de que el gobierno japonés pudiese enviar armas y municiones, y le dio algunos consejos sobre cómo combatir a los norteamericanos. Sandico expuso a Aguinaldo todo lo que le había dicho Tokizawa (257). Y el propio Tokizawa se entrevistó con Aguinaldo en Bacoor, Cavite, el 15 de julio (258).

     El asalto estadounidense contra Manila desilusionó totalmente el gobierno revolucionario y quizá no sirvió más que para aumentar las esperanzas puestas en Japón por aquél, e hizo que confiarán más en este país. Las fuerzas revolucionarias habían rodeado Intramuros ya el 31 de mayo de ese año y habían intentado ocupar la ciudad amurallada. Pero con el ataque estadounidense contra Manila, todas sus iniciativas fueron dejadas a un lado y no se les permitió ni siquiera entrar en Intramuros. Completamente desencantados de los norteamericanos, finalmente Sandico entabló negociaciones con Tokizawa y el cónsul japonés para la compra de armas en Japón. Sandico visitó el consulado japonés el 1 de septiembre, presentando dos peticiones. La primera era que deseaba viajar a Japón en el plazo de una semana, con el fin de presentar oficialmente las exigencias del gobierno revolucionario y del pueblo filipino al gobierno japonés, para lo cual quería una carta de presentación oficial del consulado. La segunda era que, aun cuando el gobierno japonés no hiciese público su apoyo a los revolucionarios, el gobierno revolucionario deseaba el apoyo de aquél en la medida que fuese. Concretamente, quería que se le permitiese comprar en secreto armas y municiones por valor de 60.000 yens. En respuesta, el cónsul Mimashi informaba de la entrevista al gobierno japonés, y aconsejaba que Sandico fuese bien recibido a su llegada a Japón y que sus peticiones fuesen satisfechas, aunque fuese sólo parcialmente (259). Quizá Sandico deseaba ir a Japón porque las negociaciones para la compra de armas iniciadas a fines de julio no habían producido resultados concretos.

     Estas negociaciones para la compra de armas las llevaron a cabo Mariano Ponce y Faustino Lichauco, representantes de la Junta de Hong Kong. A su llegada a Japón se pusieron inmediatamente en contacto con Ramos, y éste les [132] hizo de intérprete y les facilitó los contactos con importantes funcionarios civiles y militares, y con importantes ciudadanos privados. En estas entrevistas se produjeron graves errores y malentendidos. Ponce y Lichauco pensaban que existía en Japón un Comité sobre el Problema Filipino organizado oficialmente, y que los cuatro japoneses a quienes visitaron habían sido nombrados por el Emperador para el comité. Dado que el coronel de Estado Mayor Y. Fukushima era uno de ellos, lo consideraron representante oficial de Japón, y pensaron que hablaba en nombre del gobierno japonés, y que las negociaciones para la compra de armas debían comenzar con él.

     Omitiré aquí las negociaciones llevadas a cabo por Ponce y Lichauco para la compra de armas, pues el proceso fue muy complicado. Sea como sea, el gobierno revolucionario, bajo el nombre de Aguinaldo, envió el 7 de diciembre de 1898, una petición oficial para un gran pedido de armas, material y personal. La petición incluía lo siguiente:

     1. 10.000 fusiles Murata de sistema moderno (5 disparos) (unos 130.000 pesos);

     2. cinco millones de cartuchos para los mismos (aproximadamente 250.000 pesos);

     3. una fábrica de cartuchos con todo el material y maquinaria necesarios;

     4. el personal japonés necesario e indispensable para montar y hacer funcionar las máquinas de la fábrica;

     5. de seis a ocho baterías de montaña de las más modernas usadas por la artillería del Ejército japonés;

     6. seis u ocho artilleros con un grado superior al que poseen ahora, y durante un tiempo ilimitado;

     7. oficiales: tres de artillería, dos de ingenieros, uno de caballería, dos de estado mayor, uno de infantería, y uno del cuerpo administrativo (260).

     Otra carta de Aguinaldo, del 16 de diciembre, autorizaba a Ponce a concluir el contrato de solicitud de oficiales de las fuerzas armadas (261). El encargado de guerra del gobierno revolucionario escribió también a Ponce para pedir por lo menos cincuenta oficiales (262).

     Podría causar sorpresa saber cuánto personal japonés se pidió, incluidos oficiales de las fuerzas armadas. Pero había una razón. Fukushima y Tokizawa habían hecho creer a los dirigentes revolucionarios y a los representantes de la Junta de Hong Kong que la compra de armamento era posible, y que se podrían [133] enviar algunos oficiales japoneses. Del 25 de septiembre de 1898 en adelante Ponce y Lichauco escribieron varias veces a Apolinario Mabini, el consejero de Aguinaldo y de la Junta de Hong Kong, sobre los beneficios derivados de permitir a oficiales japoneses que se unieran al ejército revolucionario, por ejemplo, en su carta a la Junta de Hong Kong de 228 de noviembre, Ponce y Rivero (éste último había sustituido a Lichauco por estas fechas) propusieron que los militares revolucionarios deberían invitar a Tokizawa. En la misma carta mencionaban lo siguiente: el coste de su invitación es muy exiguo, pero nos proporcionará una notable cantidad de buena voluntad japonesa. Japón no desea otra cosa que la libertad para los japoneses. No tiene intención de colonizar las Filipinas, pues ya tiene suficiente con la colonia de Taiwán (263).

     En la última semana de diciembre, en medio de estos planes de compra de armas y de invitaciones a oficiales japoneses, Emiliano Riego de Dios, que había sustituido a Sandico como representante del gobierno revolucionario, llegaba a Japón. Y era recibido calurosamente por el gobierno japonés y por los militares. El ministro de Asuntos Exteriores, Shuzo Aoki, ofreció una cena informal en su honor el 23 de diciembre. Estaban presentes en esta ocasión el coronel Fukushima y el mayor Akashi, del Cuartel General de Estado Mayor (264). A Riesgo de Dios se le concedió el especial privilegio de inspeccionar la Academia Militar, la Escuela Militar Preparatoria, la Guardia imperial, y los barracones y arsenales militares, con Ramos como intérprete, y el mayor Akashi y el capitán Wada del Estado Mayor como guías (265).

     Con todo, tras todos estos actos sociales, Riesgo de Dios decidió suspender todas las negociaciones para la compra de armamento, hasta entonces llevadas a acabo por Ponce y otros representantes de Japón. Basó su decisión en una reunión que había tenido con el ministro de Asuntos Exteriores Aoki. Aunque Aoki expresó entonces su esperanza en la victoria y prosperidad de la República Filipina, dijo también que se sentía doblemente obligado por el hecho de que el ministro estadounidense en Japón hubiese sabido de la llegada de Riego de Dios a Japón y la hubiese notificado al gobierno japonés. Éste último quería restablecer la confianza de los Estados Unidos, en primer lugar, y quería retrasar el envío de las armas a Filipinas. Aoki hizo saber a Riego de Dios que si no podían esperar, podían ir a Corea y sobornar a los ministros de allí para obtener algunos documentos que permitiesen echar la culpa a Corea, en caso de que le sucediese alguna desgracia al envío (266). [134]

     Riego de dios constató lo ruin y peligroso que era Japón como aliado, mientras Ponce y sus colegas no podían ni siquiera darse cuenta de que los planes de los japoneses sólo beneficiaban a éstos. Riego de Dios tampoco confiaba en Ramos, que era el intermediario en las negociaciones. Ramos recibía del gobierno japonés (o más probablemente de los militares) 40 yens al mes por sus actividades de mediador y fuentes de información sobre la Revolución (267). Por esto, pensaba Riego de Dios, Ramos no podía juzgar objetivamente la postura y los planes de Japón.

     He discutido acontecimientos que en aquel tiempo no se conocían públicamente. Hubo hechos que se desarrollaban entre bastidores y que muestran la naturaleza de las relaciones filipino-japonesas por esas fechas.

     Para resumir, desde los tiempos del Cuerpo de Compromisarios hasta el establecimiento del gobierno revolucionario, los dirigentes filipinos no dejaron de tener esperanzas en la ayuda japonesa, sin reflexionar sobre cómo podría Japón haberlos ayudado (�se debía, acaso, a los planes de avance hacia el sur?), o sobre los factores internacionales y las prioridades de la diplomacia japonesa que afectarían a la materialización de la esperada ayuda japonesa.

     Por otro lado, el gobierno japonés y los militares, aunque daban prioridad a la revisión de los tratados desiguales y el mantenimiento de las buenas relaciones con las potencias occidentales, querían poner pie en las Filipinas con el fin de preparar su expansión hacia el sur.



BIBLIOGRAFÍA BREVE

Materiales manuscritos:

     United States National Archives [Archivos Nacionales de Estados Unidos]. Philipinne Insurgent Records, 1896-1901, With Associated Recordsof the United States War Department, 1900-1906. Microcopia n� 254. Selected Documents, núms. de los archivos 390, 416, 420, 446, 453, 458, 466, 471, 479, 621, 622, 637, 780A, 780B, 804, 903, 2036, 2038, 2039.

     Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón. Gaiko Shiryokan Bunsyo (Archivos de Historia Diplomática), 5.2.1.9. Beisei Censo Ikken (Asuntos relativos a la Guerra Hispano-Estadounidense), Vols. 1-4; Miscellancous Records [Documentos misceláneos] n�. 1.

Prensa:

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Libros y artículos:

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-Alejandrino, José: The Price of Freedom, M. Colcol & Company, Manila 1949.

-Epístola, SY: �The Hong Kong Junta�, Philippine Social Sciences and Humanities Review, 26(l), 1961: 3-65.

-Hatano, Masaru: �Firipin Dokuritsu Undo to Nihon no Taio (El movimiento independentista filipino y la respuesta japonesa)�, Ajia Kenkyu, 34(4), 1988: 69-95.

-Ikehata. Setsuho: �Firipin Kakumei to Nihon no Kanyo (La participación japonesa en la Revolución filipina)�, Ikehata, Setsuho et al.: Seiki Tenkanki ni Okeru Nihon Firipin Kankei (Relaciones nipo-filipinas entre dos siglos), pp. 1-36. ILCAA, Tokyo University of Foreign Studies, Tokyo 1989.

-Ministerio Japonés de Asuntos Exteriores. Nihon Gaiko Bunsyo. Vols. 29-34.

-Majul, César Adib: Mabini and the Philippine Revolution, University of Philippines, Press, Quezón City 1960.

-Manuel, E. Arsenio: Dictionary of Philippine Biography, Vol. 1, University of Philippine Press, Quezón City 1960.

-National Heroes Commission. The Letters of Apolinario Mabini, National Heroes Commission, Manila 1965.

-Ozaki, Takuya: Choinin Sakanioto Shiroo, Chomin Kai, Tokyo 1932.

Ponce, Mariano: Cartas sobre la Revolución 1897-1900, Bureau of Printing, Manila 1932.

-Retana, W.E. (compil.): Archivo del Bibliófilo filipino: Recopilación de documentos históricos, científicos, literarios y estudios bibliográficos vol. 3, Imprenta de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos, Madrid 1897.

-Saniel. Josefa M.: Japan and the Philippines 1868-1898, University of Philippines Press, Quezón City 1969.

-Taylor, John R.M. (compil.): The Philippine Insurrection against the United States: A Compilation of Documents and Introduction by John R.M. Taylor, 5 vols., Eugenio López Foundation, Pasay 1971.

-Zaide, Gregorio F.: Great Filipino in History: An Epic of Filipino Gratness in War and Peace, Verde Book Store, Manila 1970.

Traducción del inglés: C. A. Caranci. [137]



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Japón y la revolución filipina: imagen y leyenda

Grant K. Gowwan (268)

     En una época de contactos más amplios y más profundos, no es desaconsejado analizar algunos de los hechos del periodo anterior. Seguramente, con una comprensión del pasado más objetiva y razonable tanto los ciudadanos como los académicos tendrán más conocimientos y una mayor disposición para analizar el presente y anticipar el futuro. Aunque yo soy por formación un historiador de Japón conozco una zona del Sudeste asiático, las Filipinas, bastante bien, al haber realizado cuatro visitas de investigación en los años recientes. Además, he investigado ampliamente en archivos japoneses y filipinos y me he familiarizado, como espero muestren mis publicaciones, con las relaciones filipino-Japonesas en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras cuatro décadas del siglo XX.

     Filipinas, el área del sudeste asiático más cercana a Japón geográficamente, ha tenido contactos con Japón por lo menos desde el siglo XVI y tanto en Japón como en Filipinas ha surgido lo que se podrían llamar �escuelas de pensamiento� sobre la naturaleza de estos contactos. Para el propósito de esta conferencia, denominaré a estas escuelas �escuela de apropiación� (seizure school) y �escuela de redención� (redemption school).

     Los filipinos de la escuela eran aquellos que, principalmente bajo la influencia del colonialismo español y más tarde del colonialismo estadounidense, interpretaron cada contacto japonés con Filipinas (económico, político, de inmigración) como parte de una gran conspiración, aunque encubierta, para colonizar las islas y extender la hegemonía japonesa sobre ellas. La contrapartida japonesa de los apropiacionistas filipinos eran intelectuales de izquierdas japoneses que, especialmente durante los años 20 y 30, y como parte de su retirada [138] básicamente contraproducente e hipercrítica de la vida política japonesa, juzgaban toda la política exterior japonesa en términos marxistas clásicos. Por ello percibían que los intereses japoneses en regiones como Filipinas estaban motivados únicamente por el �expansionismo imperialista burgués capitalista� o por lo que aquí denomino como apropiación.

     La escuela de redención en Filipinas estaba compuesta por los filipinos que durante toda la etapa colonial percibían a los japoneses como posibles salvadores. Veían a los japoneses como compañeros asiáticos cuya proximidad territorial, orígenes étnicos y finalmente logros industriales y militares los convertían en los ayudantes naturales para la consecución de la nación filipina. El núcleo de esta escuela estaba representado por la rama de radicalismo filipino originada en el período de la revolución filipina de finales del siglo XIX, que había engendrado el sueño de que las islas sólo se podrían liberar con ayuda externa y que Japón era la única fuente lógica de ese apoyo. En Japón, la teoría de redención la mantuvieron un puñado de shishi (hombres de elevados propósitos o más específicamente, superpatriotas ultranacionales como se autodefinían) cuyas energías activistas y misteriosas cábalas románticas representaban mal su insignificancia política. Sin embargo, su panasiatismo estaba relacionado directamente con el realismo romántico del grupo de filipinos que seguían considerando a los japoneses como sus liberadores del colonialismo occidental. Aunque desde nuestro punto de vista la falta de proporción es evidente en la forma de pensar de los redencionistas filipinos y japoneses, el hecho es que, como en el caso de la escuela de apropiación, se ha creado una imagen y una leyenda acerca de las relaciones entre arribos Estados. Por ello, con estas dos imágenes en mente �apropiación y redención� y reconociendo las respectivas leyendas que han generado, déjenme probar la validez de estas imágenes desde el contexto del papel real de Japón en la Revolución filipina.

     Tras dos siglos de aislamiento autoimpuesto, cuando Japón se abrió forzadamente al mundo exterior a mediados del siglo XIX, las relaciones entre Filipinas y Japón, que habían florecido brevemente en los siglos XVI y XVII, se renovaron. En 1874, una comisión imperial fue de Tokio a Manila para investigar las posibilidades de reforzar el intercambio Japón-Filipinas. En 1888, el Ministro Español en Tokio con el apoyo extraoficial del Ministro de Asuntos Exteriores, Conde Ôkuma Shigenobu, y de otros dirigentes japoneses, propuso la apertura de Filipinas a emigrantes japoneses, pero las distintas ordenes religiosas de las islas expresaron su oposición y su propuesta no se llegó a materializar nunca.

     La victoria de Japón en la guerra sino-japonesa (1894-1895) y en particular la anexión japonesa de Taiwán originó cierto temor a las autoridades españolas en las Filipinas. Para algunos filipinos, sin embargo, este acontecimiento parecía lleno de significado y esperanza. Por primera vez unos orientales, [139] emulando al occidente, habían puesto en el campo de batalla un ejército equipado con armas modernas y había vencido al grande y antiguo pero ahora decrépito imperio chino. El deseo de muchos filipinos era, por supuesto, que, como sus compañeros asiáticos de Japón, podían modernizarse y sobre todo podían afianzar su independencia nacional. Después de todo, el notable triunfo japonés era prueba positiva de que los orientales no necesariamente tenían que encontrarse en segundo plano respecto a los occidentales. El resurgir del orgullo, racial y nacional, que sentían los filipinos instruidos no se puede medir. Sin embargo, la evidencia parece clara. Los filipinos nacionalistas actuaban con condescendencia hacia los pocos japoneses que comerciaban en las islas. Los contactos con Japón aumentaron a medida que crecía el número de filipinos que iba a Japón para estudiar y, lo que era más importante aún, a buscar apoyo político para la independencia filipina. La secuencia cronológica de la victoria Japonesa (1895) y la revolución Filipina (1896) contra España es seguramente una coincidencia, pero la inspiración derivada del surgir de un poderoso Japón en el lejano Este se demuestra a través de las distintas maneras en que los revolucionarios buscaron apoyo moral y material japonés.

     Antes de describir esas peticiones y la respuesta japonesa, parece importante mencionar que ninguna es importante en sí, sino que el significado real se esconde en la imagen y leyenda, la imagen de Japón como inspiración y estímulo de la independencia filipina y la leyenda de Japón como la única nación que ofrecía apoyo concreto al movimiento de independencia de Filipinas. El efecto de estos dos conceptos populares fue crear un continuo redencionista para el futuro de los movimientos revolucionarios filipinos, recurrentes en las historias de la República de Malolos, la conspiración de Hong Kong y la revuelta de Sadkal y de Tangulan, principalmente la expectativa de ayuda japonesa. Una vez más, es interesante señalar que en todos estos casos la participación de Japón fue menor que la leyenda que creció en torno a ella. Además, el papel de Japón, real o imaginado, en todos los casos surgió como una respuesta a peticiones filipinas. No significa que los japoneses no respondieran a las presiones filipinas en ninguna ocasión, sino que sólo los más románticos podían haber estado satisfechos por las infructuosas contribuciones de Japón a los revolucionarios filipinos.

     Durante algún tiempo, la sociedad secreta revolucionaria filipina Katipunan (liga de patriotas) había contemplado el envío a Japón de un comité para buscar armas. Sin embargo, en mayo de 1896, cuando el barco japones �Kongô� apareció en el puerto de Manila, los katipuneros decidieron negociar directamente con los oficiales del gobierno japonés. La historia insiste que se llegó a un acuerdo entre los revolucionarios filipinos y ciertos japoneses -misteriosamente, según la historia, con nombres falsos, una costumbre, digámoslo de pasada, más típica del Katipunan que de los Japoneses. Los supuestos [140] términos de este acuerdo no se pueden considerar como un gesto magnánimo de una gran potencia hacia su �hermano� revolucionario, dado que el Katipunan tenían que pagar 1,5 millones de pesos por 100.000 fusiles y 150 cañones y munición para las armas. El pago inicial requerido era de 300.000 pesos y el resto se pagaría en ocho plazos. Obviamente, los revolucionarios filipinos no podían cumplir semejantes requisitos financieros, y el plan, si existió, no se llegó a materializar nunca.

     Una versión más creíble aunque menos atractiva del asunto de �Kongô� cuenta una confrontación entre un comandante japonés y un grupo de representantes del Katipunan. El encuentro se tenía que llevar a cabo en el Bazar Japonés, una tienda de frutos secos en Manila, cuyo empleado japonés organizó la visita. El katipunero Emilio Jacinto entregó al almirante Japonés una carta dirigida al Emperador pidiendo ayuda para la independencia filipina y sugiriendo que el papel potencial de Japón en las Filipinas podría ser comparable al de Francia en los tiempos de la revolución norteamericana. Aparentemente avergonzado por la naturaleza de la ocasión, el almirante contestó formalmente y sin comprometerse que estaba encantado de conocer a todos los presentes y que esperaba que todos visitaran Japón, y casi como una reflexión que se unía a sus anfitriones filipinos en su deseo de asegurar la independencia. Seguramente esta historia parece más probable y más realista que la historia del supuesto acuerdo del �Kongô�. No es difícil especular, como el profesor Teodoro Agoncillo ha escrito que la esperanza de atraer a los oficiales japoneses para ayudar a los filipinos en su proyectada lucha de liberación nacional se perdió en el aire�: los katipunan fabricaron los supuestos términos del suministro de armas japonesas para conseguir apoyo y para hacer propaganda de la independencia entre sus ciudadanos.

     Sin embargo, los katipunan mantuvieron la esperanza de obtener armas y munición de Japón para la revuelta contra España. Según una fuente, Pío Valenzuela fue como representante de la organización revolucionaria de Filipinas a Dapital en Mindanao, en junio de 1896, a consultar con el futuro mártil José Rizal sobre la posibilidad de obtener la necesitada ordenanza en Japón. Rizal se puso de acuerdo con Valenzuela sobre la necesidad de asegurar armamento adecuado para cualquier futuro levantamiento y parece que expresó el deseo de que Japón podía jugar en los eventos filipinos un papel similar al de los Estados Unidos en la revolución de Cuba. En la misma ocasión Rizal dijo:

                Cuando estaba en Japón, un ministro japonés puso a mi disposición tres barcos mercantes con los que transportar armas a las Filipinas. Escribí a un rico filipino en Manila pidiéndole que me prestase 200.000 pesos para comprar armas y [141] munición, pero se negó a prestarme. Por eso he vuelto aquí, para procurar todo lo necesario para nuestra emancipación (269).           

     Al estallido de las hostilidades en Filipinas entre los revolucionarios y las autoridades españolas, el organismo del gobierno japonés más directamente interesado era el nuevo ejercito taiwanés. Los japoneses estaban aun en proceso de organizar su control sobre la recientemente adquirida isla de Taiwán, y las actividades hostiles de cualquier tipo en una zona cercana a Taiwán como las próximas Filipinas eran especialmente preocupantes para el ejército responsable de la seguridad de la isla. Así, inmediatamente después del estallido de hostilidades, la sede del ejército taiwanés envió un observador militar, el teniente coronel Kususe Yoshishiko, a las Filipinas. Después de pasar varios meses en las islas, el coronel volvió a Taiwán para recomendar el envío de una persona apropiada a Manila en su lugar y para continuar informando sobre los acontecimientos. Para este puesto se eligió a Sakamoto Shiró (1872-1931), nacido en un antiguo feudo de Tosa y ya activo en asuntos relacionados con los intereses japoneses en Corea.

     Sakamoto dejo Taiwán en marzo de 1897 y se mudó a una casa en el área de Binondo de Manila. En la superficie actuaba como un civil, como director de la oficina de una empresa de comercio exterior con sede en Ôsaka y como corresponsal de periódicos japoneses. En este segundo puesto tenía acceso tanto al gobierno español como a la sede de los rebeldes, y así elaboró con la sede del ejército taiwanés unos 110 informes detallados sobre los acontecimientos en Filipinas. Esta información fue especialmente valiosa, dado que aunque había un cónsul japonés en Manila, éste no podía moverse con la libertad de Sakamoto.

     Sakamoto simpatizaba personalmente con la causa rebelde. El 15 de agosto de 1898. Inmediatamente después del final de la guerra de Cuba, dirigió un telegrama urgente a la sede militar de Taiwán advirtiendo que los militares independentistas estaban en peligro de ser arrollados por el ejército norteamericano y que Japón no debería permanecer al margen. Sakamoto apuntó que si hubiera un batallón de marinos japoneses, la defensa de Manila podría romperse, las fuerzas independentistas de Aguinaldo encontrarían apoyo y la libertad de Filipinas estaría asegurada. Tras consultar, la sede militar de Taiwán respondió:

                No es momento para gestionar asuntos en las regiones del sur según ideales. Para prevenir daños de guerra en Manila, no se involucre directamente en la [142] lucha. Proteja las vidas y propiedades de los residentes japoneses manteniendo estricta neutralidad (270).           

     Una vez más, una propuesta de intervención, esta vez recomendada por un japonés, no produjo ningún resultado concreto. Las complicaciones internacionales que se habrían precipitado por el envío de fuerzas militares japonesas a Filipinas eran temidas por quienes estaban en el poder en Japón. La debilidad financiera de un Japón que acababa de combatir su primera guerra moderna también estaba clara, así como el deseo de embarcarse lo más rápidamente posible en el desarrollo económico y explotación de Taiwán. Así, a pesar de los esfuerzos de un agente japonés, no había llegado ninguna ayuda japonesa y la actitud del gobierno japonés sólo se podía describir como correcta y estudiada�. Sin embargo, tanto el incidente del �Kongô� como la piratería de Sakamoto dieron un impulso significativo a la imagen y leyenda del apoyo japonés a la libertad de Filipinas, y en la excitación que rodeaba a los heroicos pero trágicos levantamientos filipinos de los años 90, la realidad del fracaso japonés de ayudar a los revolucionarios se hizo evidente.

     En agosto de 1898, Mariano Ponce fue enviado a Japón para intentar asegurar apoyo militar para la causa independentista y reconocimiento diplomático para el gobierno provisional del general Aguinaldo. Los resultados de Ponce fueron mínimos. Sin embargo, la opinión publica de Japón en 1898 parecía favorable a los filipinos. La mayoría de los periódicos publicaban editoriales simpatizantes. Líderes con influencia como Ôkuma e Ito defendían la autodeterminación de las Filipinas. Organizaciones cívicas privadas y partidos políticos daban apoyo a las fuerzas de Aguinaldo. Sin embargo, como se señala a continuación, aparte del apoyo verbal, no se consiguió ninguna acción concreta.

     Los factores que crearon en Japón un clima de opinión favorable a las peticiones de Ponce son evidentes. Como un novato en el mundo de la política internacional de poder y en particular en el fenómeno de la realpolitik fines del siglo XIX, Japón estaba deseoso de afirmar su identidad nacional. Sólo España había protestado contra la anexión de Taiwán tras la guerra sino-japonesa. Así, el apoyo a los filipinos fue una oportunidad de oro para la venganza. Pescar en las turbulentas aguas filipinas podría quizás servir para perturbar a los intervencionistas de 1896 -Francia, Alemania y Rusia- cuyas presiones conjuntas habían obligado a Japón, de manera humillante, a revisar el tratado con China y a devolver la preciada península de Liaotung. El orgullo japonés también [143] había sufrido por lo que la Oficina de Relaciones Exteriores consideraba una actitud hostil de los Estados Unidos y España al no invitar a Japón a participar en las negociaciones de paz que precedieron la firma del Tratado de París, y el Ministro japonés en Washington incluso llevó a cabo una protesta oficial. Además, debido al largo y agrio debate del Senado sobre la ratificación del tratado, ni Japón ni ningún otro país podía al principio asegurar que Estados Unidos asumiría, de hecho, la soberanía de las Filipinas, y Japón no pensaba permitir a una potencia europea que llenara el hueco español.

     Otro elemento que, casualmente, parecía beneficiar a los revolucionarios filipinos era el deseo de los líderes japoneses de obtener ventajas políticas tanto fuera como dentro del gobierno al hacer declaraciones favorables a la causa rebelde. La historia política de la primera década del funcionamiento de la dieta japonesa bajo la Constitución de 1889 había sido muy turbulenta. Sólo el breve periodo de la guerra sino-japonesa había favorecido un alto en la lucha entre los de �fuera� y los de �dentro� -los oligarquistas del gobierno Meiji y los llamados liberales del Congreso-. Consiguiendo apoyo para las fuerzas del general Aguinaldo, los liberales que apoyaban a su vez al revolucionario chino Sun Yat-sen esperaban avergonzar al gobierno por su fracaso en seguir una política exterior más agresiva. Por su parte, el gobierno, a través de declaraciones favorables de funcionarios de alto rango quería aclarar su intención de seguir políticas �positivas� y de no ser negativo como en el caso de la triple intervención. Sin embargo, todo los comentarios públicos de personas como Ôkuma o Ito o sus secretos intercambiados con el confiado Mariano Ponce, y toda la efusiva propaganda con la que los japoneses habían rodeado su apoyo a la causa independentista filipina no se contradicen con la realidad de la falta de una ayuda significativa a los revolucionarios.

     El limitado apoyo aportado a las fuerzas filipinas por los pocos soldados japoneses que habían llegado a las islas sólo fue posible gracias a los esfuerzos extraoficiales de una banda pequeña de shishi, que se vieron obligados a llevar a cabo sus tareas en secreto. Su participación en los asuntos filipinos no estaba sancionada por el gobierno y, de hecho, podrían haber intentado ridiculizar al gobierno japonés y apoyado los esfuerzos filipinos. Esta última suposición puede comprenderse mejor haciendo referencia a uno o dos de los japoneses más interesados por el lado filipino en la guerra americano-filipina.

     La principal figura responsable del reclutamiento de estos pocos soldados de fortuna, veteranos de la guerra sino-japonesa que de hecho prestaron servicio en Filipinas, fue Nakamura Yaroku (1854-1929). Oriundo de la prefectura de Nagano, Nakamura había sido profesor de alemán en la escuela de Tokio de lenguas extranjeras y, desde 1879 hasta 1886, estudiante de silvicultura en Alemania, donde se graduó de la escuela de Munich de Dendrología. A su vuelta de Alemania, Nakamura fue contratado por el Ministerio de Agricultura como [144] especialista en silvicultura y a su vez fue profesor de la escuela de Tokio de ingeniería forestal. Su carrera política comenzó con su elección al parlamento bajo la Constitución Meiji cuanto obtuvo un escaño por Nagano, que continuó ocupando a pesar de sus frecuentes cambios de afiliación política.

     Nakamura era tradicionalmente un miembro activo de la oposición, activo en la fundación de partidos anti-gubernamentales como el Mintô, el Dômeiseisha, el Kakushin Club, el Shimpotô, el Kensetô y el Club Chuô. Todos estos grupos defendían como principio general el respeto a la Familia Imperial, la protección a la Constitución Meiji, las responsabilidades del gobierno frente a la Dieta y una política exterior agresiva. En resumen, era una forma peculiar de liberalismo nacionalista que caracterizó a la oposición japonesa durante los 90 y que encontró a hombres como Nakamura activamente involucrados en movimientos revolucionarios semejantes en China, Corea y Filipinas.

     Los propios intereses de Nakamura se extendían incluso hasta Siam, donde, por miedo a que Gran Bretaña y Francia colonizaran este país, encabezó una misión japonesa tras la guerra sino-japonesa por iniciativa propia. Aunque el tratado que se acordó entre el partido de Nakamura por una parte y los Ministros de Interior, Agricultura y Asuntos Exteriores de Siam por otra nunca se ratificó. Esto fue no sólo un ejemplo significativo de piratería shishi en política exterior, sino también en línea con los intereses previos de Nakamura de una unión de los asiáticos para prevenir la dominación blanca. Además, al volver a Japón desde Siam, en Hong Kong, fue cuando Nakamura entró en contacto por primera vez con revolucionarios filipinos, donde el encargado de negocios japonés le presentó a miembros del grupo independentista. Éstos informaron a Nakamura sobre el carácter opresivo del gobierno español y sobre los preparativos en marcha para una revuelta con la que esperaban liberarse del yugo español. Al escuchar la situación y sus planes, Nakamura los alentó y prometio su apoyo incondicional.

     Cuando, tras su vuelta a Japón, Nakamura se puso en contacto con el representante de Aguinaldo, Mariano Ponce, que se había establecido en Yokohama, los dos hombres determinaron tratar de conseguir los servicios de algunos militares japoneses para ayudar a los rebeldes filipinos. Además de Nakamura y Ponce, los principales consultores para estas actividades fueron Sun Yat-sen, que había hecho de intermediario originalmente entre Nakamura y Ponce, Miyazaki Torazo, íntimo de Sun y profundamente involucrado en el movimiento revolucionario chino, Hayashi Masabumi, un shishi de Nagano como Nakamura y uno de sus colaboradores más cercanos, y Hara Tei, un capitán japonés también de Nagano, cuyo padre y tío habían estudiado chino con el padre de Nakamura. Tras una serie de reuniones clandestinas y de negociaciones, se decidió que Hará, cuatro militares japoneses reclutados por él personalmente y Hirayama Shû (1879-1940), que tenía que actuar como agente [145] político representante de Nakamura ya que él no podía ir por padecer diabetes, iría como avanzadilla a Filipinas. Inmediatamente después, Hayashi Masabumi junto con tres militares los seguiría con un cargamento de armas y munición.

     El 14 de junio de 1899, Hirayama Shû, Hara Tei y sus cuatro colegas militares navegaron desde Nagasaki a Manila vía Hong Kong. Llegaron a Manila en la segunda quincena de junio, y con la ayuda de un japonés local llamado Taoawa, el mismo hombre que había organizado la reunión entre los Katipuneros y el comandante del �Kongô� en 1896, alquilaron una habitación y esperaron la oportunidad de unirse a los rebeldes. La vigilancia norteamericana dificultaba el viaje de Manila a la sede de las fuerzas de Aguinaldo. Finalmente, vestidos con ropa indígena filipina y siguiendo un camino alternativo los seis hombres consiguieron reunirse con el ejército independentista. Aunque fuentes japonesas y filipinas están de acuerdo en que la aparición de los seis japoneses fue un estímulo para la moral de los rebeldes, sigue siendo dudoso en qué medida Hara y sus compañeros combatieron. Según el Profesor Marius Jansen, �tuvieron una experiencia inútil y miserable�.

     George H. Enosawa describió detalladamente a dos de los miembros del comando formado por cinco militares (271):

                Hara Tei nació en Samato en 1864, Nishiharachika-mura, Kamiina-gun, Prefectura de Nagano, situado al pie de los Alpes Japoneses. La familia Hara se estableció allí unos 600 años antes y durante más de diez generaciones siguió la profesión médica. Debieron disfrutar del profundo respeto de sus conciudadanos, ya que se les llamaba Yumin-sama, cuyo significado literal es el salvador de las personas. El coronel Hara, sin embargo, no heredó la profesión familiar sino que ingresó en la Academia Militar Imperial para hacerse oficial. Se graduó con honores de la academia en 1885 y se le dio el empleo de teniente de artillería de la Guardia Imperial. Su primer combate tuvo lugar durante la guerra sino-japonesa, donde demostró su bravura como soldado.           

     En 1899, cuando el Ejército independentista filipino, bajo el mando del general Aguinaldo, se opuso a los norteamericanos él era capitán de artillería de la Guardia Imperial. Por su parentesco con el capitán, el Dr. Nakamura le instó a mandar a los voluntarios japoneses en Filipinas y Hara, entonces capitán, [146] asintió. La dificultad sin embargo era cómo dimitir de un ejército que no conocía los éxitos y que habría detenido el proceso si hubiese tenido la más mínima sospecha de lo que estaba ocurriendo. Además, Hara tenía un brillante futuro en el ejército y no podía presentar ninguna razón a las autoridades para su dimisión.

     Pero el joven capitán conseguiría su cometido. Para ello, comenzó a quebrantar la normativa militar, irritando a sus superiores y pronto pasó a la reserva. Habiendo conseguido su libertad, se fue de Japón secretamente, sin ni siquiera avisar a su familia. Luchó durante varios meses bajo el mando del general Mascardo, pero los filipinos fueron derrotados.

     Tras la restauración de la paz, el capitán Hara volvió a Japón y se mantuvo en reserva durante varios años... Desde su partida para Filipinas en 1899 hasta seis meses antes de su muerte en 1933 no mencionó nada a su familia sobre su viaje a Filipinas. También se cuidó de no dejar ningún documento que pudiera demostrar lo que había hecho, ya que creía que sería perjudicial para las buenas relaciones entre los Estados Unidos y Japón.

     El teniente Nakamori Saburô era uno de los subordinados del coronel Hara y también sargento mayor durante la guerra de independencia filipina. Como Hara, también perteneció al regimiento de artillería de la Guardia Imperial. Nació el 28 de septiembre de 1871 en Kataoka-mura, Shioya-gun, Tochigi. A los veinte años ingresó en la escuela de formación militar para oficiales Kyododan. Tras graduarse, fue ascendido a sargento e ingresó en la Guardia Imperial. Nakamori también era un veterano de la guerra sino-japonesa y al ingresar en el ejército filipino fue sargento mayor en la compañía del sargento Hara.

     Cuando Hara decidió dejar el servicio activo para participar en la guerra de independencia filipina convenció a Nakamori para que hiciera lo mismo. Según la Sra. Hyakii Nakamori, su viuda, éste no le contó nada salvo que se iría del país durante algún tiempo. Nakamori siguió a Hara a Filipinas y se unió al ejército del general Mascardo.

     Quizás el aspecto más interesante e informativo de estas historias es la piratería de Hara y Nakamori. No sólo sus actividades eran totalmente ajenas al gobierno, si no que ambos hombres escondieron sus intenciones de las autoridades japonesas. Ciertamente Enosawa, al escribir su historia para la prensa filipina en 1940, en plena euforia propagandística japonesa, quería exagerar el apoyo japonés a la causa de la independencia filipina. Sin embargo, su descripción del celo con que se llevaron a cabo estas actividades y las medidas de precaución tomadas para evitar que las conociese el gobierno japonés es correcta.

     Mientras Hirayama y Hara y sus cuatro camaradas estaban de camino para unirse a Aguinaldo, Nakamura y Hayashi intentando, en secreto y activamente, conseguir un barco para transportar armas y municiones a Filipinas. Como resultado de una serie de largas negociaciones, Nakamura consiguió comprar [147] un anticuado barco de madera, el �Nunobiki Maru�, que pagó con 38.000 yen de los intereses de Mitsui. Tras una serie de gastos adicionales para arreglar el barco, y sin conocimiento de los japoneses ni de los americanos, el �Nunobiki Maru� salió del puerto de Nagasaki, el 19 de julio de 1899, para Casiguran, en la costa noreste de la isla de Luzón. A bordo, además de Hayashi y tres militares japoneses, iba un capitán, el ingeniero jefe, la tripulación completa, un piloto filipino y un tal Manuel Paroginog. El barco transportaba fusiles, cañones, pistolas y seis millones de cartuchos, todo ello camuflado. El fin del viaje y seguramente también la culminación de los esfuerzos del shishi en ayudar a los rebeldes filipinos llegó dos días más tarde. En 21 de julio el viejo barco se hundió en la costa de China en una tormenta.

     Así finalizaron estos breves, insignificantes y algo ridículos intentos de un pequeño grupo de activistas japoneses de apoyar sustancialmente la causa filipina independentista. Una vez más, es importante resaltar que estas acciones no estaban sancionadas, ni tampoco contaban con el apoyo del gobierno japonés, pero fueron llevadas a cabo por personas que no sólo se oponían al gobierno, si no que buscaban ridiculizar al gobierno por lo que los shishi creían que era una débil política exterior. La postura oficial del gobierno japonés, tanto de palabra como de hecho, continuó siendo �estudiadamente correcta�. Las expresiones personales de líderes políticos japoneses simpatizantes de la causa filipina e incluso declaraciones públicas no se tradujeron a acciones oficiales. De hecho, ocurrió lo contrario y el gobierno japonés dio a conocer a través de canales diplomáticos que �Japón... menospreciaba todo interés en las Filipinas si los Estados Unidos proponían la adquisición�. Menospreciar todo interés una vez el senado norteamericano hubiera ratificado el Tratado de París significaba condenar a los revolucionarios filipinos a la derrota. De hecho, en agosto de 1898 uno de los agentes de Hong Kong avisó al mismo Aguinaldo de que la ayuda japonesa al bando filipino era dudosa, especialmente si se hacía contra los Estados Unidos. Sin apoyo significativo externo, la causa de los independentistas contra el poder del ejército americano era, por supuesto, imposible.

     Quizás una de las mejores explicaciones de la realpolitik de los oligarcas del régimen Meiji respecto a su estrategia �correcta� en la precaria situación filipina la ha dado la profesora Hilary Conroy (272):

                Los oligarcas estaban jugando el juego de la diplomacia según el estilo aprendido de los occidentales, práctico, con cuidado y realismo. Así, habían aproximado a Japón al borde del éxito: revisión del tratado, un lugar al sol para Japón y, reconocimiento como estado occidental moderno. Las causas y cruzadas, ya fuesen liberales o reaccionarias, eran anatema para ellos. [148]           

     Debido a sus recientes esfuerzos en la guerra sino-japonesa, Japón se debilitó militarmente con rapidez. Pero más significativo fue el deseo del gobierno japonés de consolidar las ganancias diplomáticas referidas por la profesora Conroy, de asegurar a sus potencias �hermanas�, especialmente a Gran Bretaña, con quien una asociación estaba en marcha, que Japón no era un peligro para la paz internacional y que la guerra sino-japonesa se había limitado a afianzar la seguridad japonesa en la región, donde sus intereses nacionales se habían visto amenazados. También era importante el deseo japonés de mantener y aumentar los lazos amistosos con los Estados Unidos. Habían sido los Estados Unidos los que habían abierto Japón al mundo moderno, también quienes habían jugado un papel importante en el fomento de la revisión de tratados desiguales, que era lo que más deseaba el gobierno Meiji. Además, la introducción de Estados Unidos como potencia amiga de Japón en la región asiática podría actuar como equilibrador en las relaciones con países como Francia, Alemania y Rusia.

     Como indiqué al principio, esperaba que esta conferencia ofreciese una evaluación del papel de Japón en la revolución filipina en términos de las escuelas de �apropiación� y de �redención�. Ahora debería estar claro que el curso de los sucesos no se puede considerar dentro de ninguna de estas categorías. También está claro que los �apropiacionistas� y los �redencionistas� interpretaron los sucesos en sus propios términos. Para los filipinos, el interés que demostró el gobierno japonés durante la revolución filipina y la presencia de japoneses en la isla es prueba suficiente de los designios japoneses sobre el territorio filipino. Para los �redencionistas� filipinos, la evidencia del apoyo japonés a la independencia filipina era, cualquiera que fuesen los hechos, indiscutible. Para los �redencionistas� japoneses, las decepciones de sus propios intentos magnánimos sólo sirvieron para convencerlos de que, para utilizar una frase americana, los diplomáticos de �pantalones rayados� eran sus enemigos implacables y no comprendían la misión japonesa de liberar el Asia colonial.

     Así, en una situación donde el gobierno japonés había actuado con rectitud internacional, surgieron las imágenes y leyendas que iban a afectar profundamente los futuros contactos entre las Filipinas y Japón, incluso los actuales. El gobierno japonés no tenía ningún interés en la adquisición de un grupo de islas remotas que serían seguramente una carga política y estratégica. Además, como Estados Unidos, un país considerado amigo de Japón, sucedería a España, había incluso menos posibilidades de preocupación. A su vez, los líderes japoneses del cambio de siglo, a pesar de sus flaquezas, no eran quijotescos y nunca hubieran involucrado a Japón, en una era caracterizada por el colonialismo mundial, en una causa perdida como la nacionalista. Así, había consideraciones más amplias -revisión de tratados, los intereses japoneses en Corea, la [149] aceptación de Japón en los círculos occidentales- que moldearon el papel oficial de Japón en la revuelta filipina. En efecto, el realismo más que el idealismo configuró la política japonesa hacia los revolucionarios filipinos. Sin embargo, el idealismo, o más correctamente el idealismo romántico, ha creado una imagen y una leyenda sobre el papel de Japón en las Filipinas.

Traducción del inglés: Beatriz Pont

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