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Capítulo XXII

De los testimonios


1. Aviendo explicado los argumentos intrínsecos, tratemos ahora de los extrínsecos. Éstos son los testimonios divinos o humanos; i las cosas semejantes o dessemejantes.

2. Testimonios divinos son los que da Dios por sí, o por sus ángeles, o por personas inspiradas por el mismo Dios. Como el precepto de obediencia intimado por Dios a Adán224, la embajada del ángel Gabriel a la Virgen María225, las profecías sagradas. Los testimonios divinos dan la mayor autoridad a la oración. Assí dijo Saavedra:226 «Aun los árboles vecinos a las ciudades cercadas no permiten las sagradas letras que se corten, porque son leños, no hombres, i no pueden aumentar el número de los enemigos».227 ¿Qué pastor de almas no se pone a temblar, i no se horroriza, oyendo al profeta Ecequiel, que con voz espantosa intima estas verdades?:228 «Esto dice Dios nuestro Señor. ¡Ai de los pastores de Israel que apacentavan a sí mismos! ¡Por ventura no apacientan los pastores al ganado! Comíais la leche, i os vestíais de las lanas, matavais lo que estava gruesso, i no apacentavais mi ganado. No fortalecistes las ovejas flacas, no sanastes las enfermas, no figastes la perniquebrada, no redugistes al rebaño la descarriada, i no buscastes la perdida; sino que os enseñoreastes de ellas con rigor i con violencia. I mis ovejas están derramadas por falta de pastor, i se han hecho comida de todas las fieras del campo, i están esparcidas. Mis ganados anduvieron perdidos por todos los montes i por todos los altos collados. I sobre toda la haz de la tierra están derramados mis ganados, i no avía quien los buscasse con diligencia; no avía, digo, quien los buscase con diligencia. Por tanto, pastores, oíd la palabra del Señor. Vivo yo, dice el Señor Dios: que por quanto mis ganados han estado espuestos a la presa, i mis ovejas han sido manjar de todas las fieras del campo por falta de pastor, i mis pastores aún no se han puesto a buscar mi rebaño, sino que se han apacentado a sí mismos, i no han apacentado mi rebaño; por tanto, pastores, oíd la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios. Atended, i mirad, que yo mismo me avré con los pastores, i requiriré mi ganado de su mano, i haré que no apacienten más mi ganado. I que no apacienten más a sí mismos; i libraré mi ganado de sus bocas, i en adelante no comerán dél, &c.»

3. A los testimonios divinos se refieren también los presagios, o divinaciones, i los milagros. I omito los oráculos por ser embustes de los gentiles.229

4. Testimonios humanos son las sentencias de los santos padres, de los filósofos, de los poetas, de los historiadores, de los oradores i hombres sabios; los dichos de los testigos; los de los puestos a qüestión de tormento; 86 el juramento judicial; las sentencias de los jueces; la fama común; los susurros i las escrituras públicas. Tiene también fuerza de testimonio el combidar al que contradice, a que haga esperiencia de lo que se le quiere hacer creer i persuadir; porque contra la incredulidad i obstinación, no ai medio mejor, que apelar a la esperiencia, madre de las artes.»

5. Los testimonios humanos merecen tanto crédito, quanto pide la razón en que se fundan. Hase de examinar la causa por qué se digeron; la vida i costumbres del que los dijo; la fe que merece de los oyentes; si él fue el autor del testimonio, o otro; esto es, si dice lo que vio, o esperimentó por sí, o por relación agena. Pithágoras tenía tanto crédito entre sus dicípulos, que para que ellos creyessen algo, bastava advertirles: Él lo dijo.230 Esta autoridad es provechosa a los dicípulos que empiezan a aprender; pero dañosa a los que comienzan a saber dudar, i pueden salir de lo que dudan, averiguándolo por sí, o preguntando a otros. Jesu-Christo es a quien conviene: Él lo dijo.

6. Los dichos de los testigos tienen fuerza correspondiente a la veracidad, o inclinación a mentir, i costumbre de hablar de quien lo afirma. I aun quando es veraz quien depuso algo, se examina si estava bien o mal informado.

7. Si los dichos son de los puestos a qüestión de tormento, o se dirá que confirman la verdad, o se enflaquecerá este género de prueva, diciendo con Cicerón:231 «Que el dolor govierna aquellos tormentos; el natural de cada ánimo i el cuerpo los modera; el pesquisidor los rige, la passión los doblega, la esperanza los corrompe, el miedo los debilita, de manera que en las angustias de tantas cosas ningún lugar queda a la verdad».

8. En quanto al juramento, se refiere del filósofo Genócrates232, que siendo assí que los Athenienses no admitían testimonios sino de quien prestava antes juramento de decir verdad, hicieron a Genócrates la gracia de que su deposición se admitiese sin juramento alguno. Memorable egemplo que enseña la diferencia que ai de unos testimonios a otros, según la entereza acreditada de quien los atestigua.

9. La autoridad de la cosa juzgada es de gran momento, si se prueva la conformidad de los casos, i la entereza de los que juzgaron antes; pero a esto puede oponerse que las cosas tratadas o juzgadas entre unos no dañan a otros233, i que, como dijo el emperador Justiniano234, No se ha de juzgar con egemplos, sino con leyes. I, como gravíssimamente enseñó el jurisconsulto Próculo235, No tanto se ha de mirar lo que se ha hecho en Roma, como lo que deve hacerse.

10. La fama común se interpreta favorablemente, como fundada en los dichos de tantos hombres que aman la verdad, i la dicen sin passión i sin interés. I al contrario se disminuye el crédito que se le deve dar, diciendo que los que han hecho correr tal voz, por esso mismo que no tienen passión, ni interés, no han procurado informarse bien, i han repetido lo que han oído decir sin hacer averiguación alguna.

11. Los susurros, o se dirá que son hijos de la verdad, o que no merecen crédito por no saberse quién ha sido su cierto autor.

12. Las escrituras pueden ser, o verdaderas, o falsas; i según fueren, se les dará crédito, o se les negará. Acá pertenece el adagio aragonés: Callen barbas i hablen cartas, que el juicioso historiador Vicente Blasco de Lanuza explicó assí:236 «En Aragón no se admiten testigos contra instrumentos, i por esso es tan usado i notorio nuestro refrán: Donde ai cartas deven callar barbas».




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Capítulo XXIII

De las cosas semejantes i dessemejantes


1. Semejantes son las cosas que entre sí se cotejan con cierta proporción: en cuyo argumento dos cosas se semejan a otras dos, o a más, como quando dijo Aristóteles:237 «Lo que es el ojo en el cuerpo, es el entendimiento en el alma». I mucho mejor se ve en este divino oráculo pronunciado por boca de Isaías:238 «Como los cielos son más altos que la tierra; assí son más altas mis caminos que uestros caminos, i mis pensamientos, más que uestros pensamientos. Como deciende la lluvia i la nieve del cielo, i no buelve más allá, sino antes embriaga la tierra, i la hace concebir, i brotar, i da simiente al que siembra, i pan al que come: assí será mi palabra, que saldrá de mi boca; no bolverá a mí vacía: sino que hará todo lo que quise, i tendrá próspero sucesso en aquello a que la embié.» Acá pertenecen casi todas las semejanzas de los poetas, que impropiamente suelen llamarse comparaciones.

2. Dessemejantes son aquellas cosas que discrepan en alguna proporción cotejada. Deste modo: «No de la manera que en la palestra el que recibe las teas encendidas es más veloz en la carrera, que el que las entrega; assí es mejor general el nuevo que recibe el egército, que el que le deja: porque el corredor fatigado entrega el hacha al no cansado; pero el general esperimentado entrega el egército al no esperimentado.» Es mui hermosa esta dessemejanza de Matheo Alemán:239 «Dicen de Circes, una ramera, que con sus malas artes bolvía en bestias los hombres con quien tratava. Quales convertía en leones, otros en lobos, javalíes, ossos o sierpes, i en otras formas de fieras; pero juntamente con aquello quedávales vivo i sano su entendimiento de hombres, porque a él no les tocava. Mui al revés lo hace agora estotra ramera nuestra ciega voluntad, que dejándonos las formas de hombres, que damos con entendimiento de bestias».

3. Todo lo que hablamos, o consiste en las mismas cosas, o en sus semejantes, o dessemejantes; i vale más emplearse en el conocimiento de la misma cosa, en que se desea su instrucción, que en la de su semejante o dessemejante. Pero, si esto no puede aprovechar, o porque se ignora la naturaleza de la cosa, o porque se ilustra i se persuade mejor con la semejante; entonces se recurre a ésta, o a la dessemejanza, que la hace resaltar más. Como se ve en lo que en boca de los condenados dice la divina sabiduría:240 «¿De qué nos aprovechó la sobervia? o ¿qué nos grangeó la ganancia de las riquezas? Todo aquello se passó, como sombra, i como una posta que passa corriendo. I como un navio que passó por las ondas del agua, de cuyo passo no ai que buscar rastro, ni senda de carrera entre las olas del agua: o como ave que, passa por el aire, de cuyo camino ninguna señal se halla, sino únicamente el sonido de las alas por el sacudimiento del viento, i por el rompimiento violento del camino por el aire: de suerte, que con el movimiento de las alas boló a otra parte; i después desto ningún rastro se halla de tal camino; o, como quando una saeta se tira al blanco, que cortado el aire, luego se cierra en sí mismo; de suerte, que nosotros luego que nacemos, dejamos de ser, i ciertamente ni aun señal de virtud podemos mostrar. Mas en nuestra malicia fuimos consumidos del todo. Tales cosas digeron en el infierno los que pecaron».

4. El que ama la verdad, siempre deve entender que de las semejanzas i dessemejanzas no se toma argumento que averigüe, sino que amplifique i adorne. Poco importa que la semejanza sea verdadera, o fingida, como las que vemos en los Apólogos de Isopo, de Locman i de san Cirilo; aunque siempre en la ficción deve atenderse al decoro, que es una apropiación de lo que pide la cosa de que se trata.

5. Las semejanzas adornan mucho la oración: la hacen clara, sublime, florida, agradable i admirable, como se ve en este ilustre egemplo de don Diego de Saavedra:241 «La misma variedad que se halla en los ingenios, se halla también en los negocios. Algunos son fáciles en los principios, i después, como los ríos, crecen con las avenidas i arroyos de varios inconvenientes i dificultades. Estos se vencen con la celeridad, sin dar tiempo a sus crecientes. Otros al contrario son, como los vientos, que nacen furiosos i mueren blandamente. En ellos es conveniente el sufrimiento i la constancia. Otros ai, que se vadean con incertidumbre i peligro, hallándose en ellos el fondo de las dificultades, quando menos se piensa. En éstos se ha de proceder con advertencia i fortaleza, siempre la sonda en la mano i prevenido el ánimo para qualquier accidente. En algunos es importante el secreto. Estos se han de minar para que rebíente el buen sucesso antes que se advierta. Otros no se pueden alcanzar, sino en cierta coyuntura de tiempos. En ellos han de estar a la colla las prevenciones, i medios para soltar las velas, quando sople el viento favorable. Algunos echan poco a poco raíces, i se sazonan en el tiempo. En ellos se han de sembrar las diligencias, como las semillas en la tierra, esperando a que broten i fruten. Otros, si luego no salen, no salen después. Estos se han de ganar por assalto, aplicados a un tiempo los medios. Algunos son tan delicados i quebradizos, que como a las redomas de vidro un soplo los forma i un soplo los rompe. Por estos es menester llevar mui ligera la mano. Otros ai, que se dificultan por mui deseados i solicitados. En ellos son buenas las artes de los amantes, que enamoran con el desdén i desvío. Pocos negocios vence el ímpetu; algunos la fuerza; muchos el sufrimiento; i casi todos la razón i el interés. La importunidad perdió muchos negocios; i muchos también alcanzó, como de la cananea lo dijo san Gerónimo.242 Cánsanse los hombres de negar, como de conceder. La sazón es la que mejor dispone los negocios. Pocos pierde quien sabe usar della. El labrador que conoce el terreno, i el tiempo de sembrar, logra sus intentos. Horas ai en que todo se concede; i otras, en que todo se niega, según se halla dispuesto el ánimo, en el qual se reconocen crecientes i menguantes; i cortados los negocios, como los árboles en buena luna, suceden felizmente».

6. La semejanza sirve mucho para la amplificación o engrandecimiento de las cosas, como se ve en el egemplo siguiente del maestro frai Luis de León, en su nunca bastantemente celebrada obra de los Nombres de Christo:243 «Assí como en el árbol la raíz no se hizo para sí, ni menos el tronco que nace i se sustenta sobre ella, sino lo uno i lo otro juntamente con las ramas, i la flor, i la hoja, i todo lo demás que el árbol produce, se ordena i endereza para el fruto que dél sale, que es el fin i como remate suyo, assí por la misma manera, estos cielos estendidos que vemos, i las estrellas, que en ellos dan resplandor, i entre todas ellas esta fuente de claridad i de luz, que todo lo alumbra, redonda i bellíssima; la tierra pintada con flores; i las aguas pobladas de peces; los animales i los hombres; i este universo todo, quan grande i quan hermoso es, lo hizo Dios para fin de hacer hombre a su Hijo, i para producir a luz este único i divino fruto, que es Christo, que con verdad le podemos llamar el parto común i general de todas las cosas. I assí como el fruto, para cuyo nacimiento se hizo en el árbol, la firmeza en el tronco, i la hermosura de la flor, i el verdor i frescor de las hojas, nacido contiene en si, i en su virtud todo aquello que para él se ordenava en el árbol, o por mejor decir al árbol todo contiene: assí también Christo, para cuyo nacimiento creó primero Dios las raíces firmes i hondas de los elementos, i levantó sobre ellas después esta grandeza del mundo, con tanta variedad, como si digéssemos de ramas i hojas, lo contiene todo en sí, i lo abarca, i se resume en él, i como dice sant Pablo244, se recapitula todo lo no criado i criado; lo humano i lo divino; lo natural i lo gracioso. I, como de su Christo llamado Fruto por excelencia, entendemos que todo lo criado se ordenó para él; assí también desto mismo ordenado, podemos rastreando entender el valor inestimable que ai en el fruto, para quien tan grandes cosas se ordenan. I de la grandeza, i hermosura, i qualidad de los medios, argüiremos la excelencia sin medida del fin. Porque, si qualquiera que entra en algún palacio, o casa real, rica o suntuosa, i vee primero la fortaleza del muro ancho i torreado, i las muchas órdenes de las ventanas labradas, i las galerías, i los chapiteles, que deslumbran la vista; i luego entrada alta, i adornada con ricas labores, i después los zaguanes i patios grandes i diferentes; i las colunas de mármol, i las largas salas, i las recámaras ricas, i la diversidad i muchedumbre i orden de los aposentos hermoseados todos con peregrinas i escogidas pinturas, i con el jaspe, i el pórfiro, i el marfil, i el oro que luce por los suelos i paredes i techos; i vee juntamente con esto la muchedumbre de los que sirven en él, i la disposición i rico aderezo de sus personas, i el orden que cada uno guarda en su ministerio i servicio, i el concierto que todos conservan entre sí; i oye también los menestriles i dulzura de música; i mira la hermosura i regalo de los lechos, i la riqueza de los aparadores, que no tiene precio; luego conoce que es incomparablemente mejor i mayor, aquel para cuyo servicio todo aquello se ordena; assí devemos nosotros también entender, que, si es hermosa i admirable esta vista de la tierra i del cielo, es sin ningún término mui más hermoso i maravilloso aquel, por cuyo fin se crió; i que si es grandíssima, como sin ninguna duda lo es, la magestad deste templo universal, que llamamos mundo nosotros; Christo, para cuyo nacimiento se ordenó desde su principio, i a cuyo servicio se sugetará todo después, i a quien agora sirve, i obedece, i obedecerá para siempre, es incomparablemente grandíssimo, gloriosíssimo, perfetíssimo, más mucho de lo que ninguno puede, ni encarecer, ni entender. I finalmente, que es tal, qual inspirado i alentado por el Espíritu-Santo». San Pablo dice escriviendo a los Colossenses:245 «Es imagen de Dios invisible, i el engendrado primero que todas las criaturas. Porque para él se fabricaron todas, assí en el cielo, como en la tierra, las visibles i las invisibles; assí digamos los thronos, como las dominaciones, como los principados i potentados, todo por él i para él fue criado; i él es el adelantado entre todos, i todas las cosas tienen ser por él. I él también del cuerpo de la Iglesia es la cabeza, i él mismo es el principio, i el primogénito de los muertos, para que en todo tenga las primerías; porque le plugo al Padre, i tuvo por bien que se aposentasse en él todo lo sumo i cumplido. Por manera, que Christo es llamado Fruto, porque es el fruto del mundo, esto es, porque es el fruto para cuya producción se ordenó i fabricó todo el mundo, &c.»




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Capítulo XXIV

De los argumentos que se sacan de las passiones del alma


1. Hasta aquí hemos tratado de las pruevas de la verdad, que obliga al entendimiento a que la conozca; i por esso deven ser eficaces para persuadir a los hombres habituados a seguir la razón; pero no fuerzan a la voluntad a que la siga, siendo ésta muchas veces, como Medea, que según dice Ovidio246, Veía i aprovava lo mejor; pero egecutava lo peor. Esto nace del mal uso de las passiones del alma. I assí es necessario que tratemos destas, en quanto conducen a la persuasión, i por consiguiente popularmente, i no con aquella sutileza con que se pudiera, si se escriviesse de ellas filosóficamente. Para nuestro fin pues bastará tratar de las passiones consideradas en sí mismas, esto es, independientemente de ciertas modificaciones, o por mejor decir efetos suyos, que no varían su naturaleza, ni ofrecen materia para variar la persuasión; porque excitar a una passión considerada en sí, i abstrahídamente, es lo mismo que excitar a ella en quanto se quiere que cause un efeto, i no otro, que la modifique, i por esta modificación se le dé otro nombre; no estando en mano del orador mover determinadamente a una passión principal, de suerte que por razón de ser passión más o menos eficaz, deste o del de otro modo, cause un efeto i no otro. Pongo por egemplo. Quien incita al miedo, puede causar horror, pavor i consternación, o por mejor decir miedo con ciertos efetos, con erizamiento de cabellos, si es horror; con aceleración del pulso, si es pavor; i con abatimiento de ánimo, si es consternación; pero no está en su mano sino representar el mal que amenaza para causar miedo; i según fuere la impressión de la representación del mal en el ánimo del oyente, assí será el efeto menor o mayor. Lo mismo digo de otras passiones.

2. Esto supuesto, luego que se ofrece al alma algún obgeto nuevo, se admira dél; i esta admiración es una afección del entendimiento, o modificación del alma, que como inteligente recibe alguna especie de novedad. Inmediatamente el entendimiento estima o desestima aquel obgeto: esto es, o le aprecia, o le desprecia.

3. Informada el alma, como inteligente, empieza a obrar, como potencia libre, capaz de querer, i de no querer, la qual potencia se llama voluntad, o alvedrío; i todos los movimientos de ésta proceden, o de la representación del bien o del mal, en quanto es contrario al bien; i son, o para lograr el bien, entendiendo también por bien, la ausencia del mal; o para obrar contra el mal, evitándole, o librándose dél; entendiéndose también por mal, la ausencia del bien; i assí es verdadero aquel mote,


Mal es bien que no dura



el qual glossó discretamente Diego Núñez de Quirós discurriendo assí:


    Mirando el bien que perdí
Desdichado sin ventura,
Pues tan presto no vos vi,
Bien puedo decir por mí,
Mal es el bien que no dura.
    Los bienes que se procuran,
Bienes son, si no se alejan;
Mas amargamente aquejan,
Aquellos que poco duran,
En el dolor que nos dejan.
    I pues yo triste me vi,
Sin pesar, i sin tristura,
Visto el tiempo que perdí,
Bien puedo decir de mí,
Mal es el bien que no dura.



4. El bien (lo mismo deve entenderse del mal) o es presente, o passado, o venidero, o possible.

5. Luego que el bien se ofrece al entendimiento, agrada a la voluntad; i este agrado, si se mantiene, se hace amor.

6. El movimiento del alma causado del bien presente ya conseguido, se llama alegría, que, si es passagera, tiene el nombre de deleite, o gusto de lo que agrada; i, si es permanente i duradero, se llama gozo.

7. El movimiento del alma, que aspira al logro del bien venidero, o possible, o a conseguir la ausencia del mal, ahora el tal movimiento sea ordenado, ahora desordenado, se llama generalmente deseo; i si es ordenado, reteniendo el mismo nombre, se opone a la codicia. I si el ordenado a buen fin, es en demasía, i el desordenado es mui excessivo, se llama solicitud, o afán.

8. Si el logro del deseo se representa como conseguible, aquel deseo es esperanza; i, si ésta es mui provable, es confianza.

9. Si el bien deseado está ausente, i se echa menos su presencia, se puede llamar desiderio con nombre latino españolizado.

10. El primer movimiento que el mal causa en el alma, quando ofende él, o su representación, es contrario del agrado, i puede llamarse desagrado, i mejor, aversión o desprecio; i manteniéndose, se hace odio, contrario del amor.

11. El mal presente causa tristeza; el venidero, miedo.

12. El movimiento del mal presente, que llamamos tristeza, corresponde en el ánimo al dolor del cuerpo; pues atormenta, como éste. La causa de ella, o es el mismo paciente, o otro. Si es el paciente, o se mantiene en el mismo propósito, i aquella tenacidad o terquedad del ánimo se llama obstinación o terquería; o siente aver sido causa del mal; i este sentimiento se llama arrepentimiento.

13. Si es otro el que causa el mal, el primer encendimiento del ánimo se llama excandecencia; i, si ésta se arraiga, ira. Si la ira es justa sintiendo la injusticia del mal causado, se llama indignación; si injusta, esto es, más contra el malhechor, que contra el mismo mal, se llama apetito de venganza; si está arraigado, odio; i, si envegecido i reconcentrado, rancor.

14. Si nosotros no somos los que padecemos el mal, sino algún otro, i nos parece que no merece padecerle, el sentimiento que tenemos de su mal, se llama compassión o lástima: i si está acompañado del deseo de su alivio, se llama misericordia

15. Si tememos que otro, por la noticia de algún hecho indecente, o culpable omissión, no tiene o no hará de nosotros o de los nuestros, o disminuirá el buen concepto en que estamos, o que quisiéramos tener, este miedo se llama vergüenza, que suele producir confusión, arrepentimiento i repentino silencio, o enmudecimiento.

16. Contraria de la vergüenza es la desvergüenza, esto es, un desprecio de la opinión agena, sabiendo que se funda en la justa desestimación de nuestro mal procedimiento, o de alguno de los nuestros.

17. Si se considera el bien ageno como bien de que deviéramos ser participantes, el sentimiento de no participarle según nuestro mérito, se llama emulación. Si parece que el bien no será nuestro, porque otro le posee, el sentimiento de esto, es celosía. Si solamente se siente que otro possea algún bien, este sentimiento es embidia.

18. El movimiento del alma contra el mal venidero, o que está amenazando, si es racional, en quanto se opone a él, se llama osadía o atrevimiento; en quanto se considera el medio de vencerle, esperanza, que si es mucha, se dice confianza; i conseguida la vitoria sin miedo de nuevos peligros, seguridad.

19. Si se considera que ai poco fundamento para esperar, la huida, o retrahimiento de oponerse al mal, se llama desconfianza; i por el efeto que causa en el ánimo de encogerle i achicarle (digámoslo assí) pusilanimidad, o poco corazón; i, si se piensa que no ai medio alguno para remedio del mal, desesperación, que no es otra cosa sino un estremado sentimiento de la impossibilidad del logro de la cosa deseada.

20. Manifestadas assí brevemente las raíces, tronco i ramas de las passiones del alma, si se considera que los medios de conseguir el bien, o de huir del mal, dependen de nosotros, ondea el ánimo; i en este ondeamiento 113 tienen lugar la deliberación, la determinación, i el consejo, para tomar la resolución conveniente en el escogimiento de los medios, i en la manera de su egecución i práctica; i este escogimiento i egecución, es el que persuade el prudente rhetórico, facilitándolos con una viva representación del bien o del mal; que es lo mismo que decir, moviendo o reprimiendo los afectos del alma, que suelen llamarse passiones; porque la opinión del bien i del mal parece que hace en el alma una especie de impressión, cuyos efetos en el cuerpo son sensibles: como el ardor de los ojos en la ira, la amarillez del rostro en el miedo, la apacibilidad del semblante en la alegría, i assí en otras passiones.

21. Esto supuesto, las passiones se excitan o se aplacan por medio de la presencia del obgeto que cada una tiene. Si se ve el bien, como tal, luego se ama; si se mantiene en la presencia, se goza; si está ausente, se echa menos. Al contrario si se ve el mal, como tal, se le tiene aversión; i si permanece en la presencia, odio. El rhetórico que sabe uno i otro; por una vehemente manifestación de su deseo hace presente en la memoria del oyente algún bien; i consiguientemente, amable; por una hipotiposis, o figuración le propone a la fantasía, i le hace apetecible. Lo mismo sucede en el mal, aviéndole representado en la memoria i figurándole vivamente; por una deprecación o ruego le hace abominable. Con una exclamación, horroroso a quien no huye dél; con la ficción de una persona que habla lo que conviene, autoriza la persuasión i la anima mucho más. Pero para que mejor se vea todo esto, tratemos de las passiones rhetóricamente.

22. El amor es un afecto del alma, con que deseamos i facilitamos a alguno lo que pensamos que es bien suyo; no por interés nuestro, sino por causa de aquel a quien estimamos. Se excita el amor alabando el mérito de aquel que deseamos que se ame: i este es el amor más apurado; o mostrando el amor que otro tiene al que deseamos que le ame, pues encamina su bien, utilidad i comodidad; i esta consideración excita el agradecimiento, que es el amor de buena correspondencia. Para mover uno i otro amor, conduce mucho (como ya se ha dicho) hacer presente el bien que se desea, que ame alguno; porque con la cercanía, como el fuego, inflama el ánimo. Por esso don Jorge Manrique ingeniosamente cantó assí, en estos quarteles, mereciendo el primero, que le glossasse Gregorio Silvestre, i todos los tres Christóval de Castillejo.


    Quien no estuviere en presencia
No tenga fe en confianza;
Pues son olvido i mudanza
Las condiciones de ausencia.
    Quien quisiere ser amado,
Trabage por ser presente;
Que quan presto fuere ausente,
Tan presto será olvidado;
    I pierda toda esperanza
Quien no estuviere en presencia;
Pues son olvido i mudanza
Las condiciones de ausencia.



23. Alegría es un movimiento del ánimo, que proviene de la imaginación de algún bien presente. Se mueve no solamente representando la grandeza del bien ya logrado, sino también cotejando la dicha presente con la desdicha passada, i proponiendo cosas agradables a los sentidos o al entendimiento; i, si esto se hace bien al vivo, se introduce en el ánimo la delectación, que es aquel placer que suavemente descansa en el bien presente; i, si esta delectación o deleite es durable i permanece, passa a ser gozo.

24. El modo de persuadir el gozo, es el mismo que el de la alegría. I, si llega a lograrse, se persuaden los medios de su conservación, i la cautela en no incurrir en los impedimentos i estropiezos de ella.

25. Al contrario se dissuade el gozo, averiguando las causas de que proviene, que según san Juan de la Cruz247 pueden ser seis géneros de bienes, es a saber, temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales i espirituales.

26. Los temporales, como las parentelas, las riquezas, los estados, los oficios i las dignidades, son desmoronadizos, inestables i variables con el tiempo.

27. Los naturales, como la salud, las fuerzas, la agilidad i la hermosura, son perecederos.

28. Los sensuales, son comunes a los irracionales.

29. Los morales, como las virtudes, son en sí útiles; pero peligrosos, si por ellos se estima uno a sí mismo con demasía; de donde nace la vanagloria i la jactancia, como la del fariseo que refiere el evangelista san Lucas248, i el desprecio de los demás.

30. Los bienes sobrenaturales, como las gracias graciosamente dadas, es a saber, el don de sabiduría para hablar de las cosas divinas, i el de la ciencia de las cosas humanas; el de obrar milagros; el de profecia; el de discreción de espíritus; el de hablar muchas lenguas; el de entender las estrañas; todos son dones para utilidad del prógimo i gloria de Dios: no para gozarse en ellos, de los quales qualquiera es indigno.

31. Finalmente los bienes espirituales, por los quales se entienden los del entendimiento, de la memoria i de la imaginación, en quanto sirven a la comunicación de Dios con el alma, más deven humillar al hombre confundiéndole, que regocijarle por su logro, no deviendo el hombre admitir otro gozo, sino de que Dios sea honrado i glorificado.

32. Deseo es aquel movimiento del alma, con el qual quiere las cosas venideras, que se le representan como buenas. Por el deseo no solamente se apetece la presencia del bien ausente, sino también la conservación del presente, i también la ausencia del mal, que, o ya se padece, o se cree que ha de venir. Si este deseo es ordenado, se deve excitar; si desordenado, reprimir i anonadar.

33. Se excita el deseo ordenado, ponderando la bondad, utilidad i comodidad del bien.

34. El desordenado, llamado codicia, raíz de todos los males según san Pablo249, tiene varios nombres según sus especies; i es necessario conocerlas separadamente para dissuadir cada una dellas. Si el deseo, es un excessivo apetito de recrear el gusto con demasía, comiendo i beviendo, se llama gulosidad, i el vicio, gula; si de darse a las cosas venéreas, liviandad o lujuria; si de aumentar riquezas por medios ilícitos, o de retenerlas, sin el uso que pide la caridad i el dictamen de la razón, avaricia; si de conseguir honores superiores al mérito propio, ambición; si de averiguar lo que no importa, curiosidad; si de traspassar los límites de la prudencia en buscar los bienes útiles, solicitud o afán. I cada una destas passiones se reprime i regula de diversa manera.

35. La gulosidad, que es el demasiado apetito de satisfacer el gusto, generalmente se llama destemplanza; pero si es apetito de comer, glotonería; si de bever, carece de nombre, i su vicio se llama embriaguez o borrachera.

36. La gulosidad se dissuade ponderando los daños que causa la calidad de la comida i su cantidad excessiva.

37. La embriaguez, representando la infamia, que causa por privar al hombre de la razón, que es la que govierna i modera las operaciones humanas, i por ser indecorosa.

38. La liviandad, primer efeto sensible de la rebeldía del hombre250, no siendo otra cosa sino un desordenado apetito de los deleites carnales, se reprime, ponderando los daños de las miradas ociosas, de las conversaciones i cantares inútiles, o torpes, de la leyenda no instructiva, de los bailes i músicas indecentes, i de la demasiada familiaridad del trato con personas de otro sexo; pues como dice el refrán: El hombre es fuego, i la muger estopa, viene el diablo i sopla. I Christóval de Castillejo en la Historia de Píramo i Tisbe:


Guárdeos Dios, que amor atice
El fuego, que él mismo hace,
Que aunque temor amenace,
El hace en fin lo que dice,
I dice lo que os place.
De achaques anda desnudo,
De manera, que no dudo,
Antes lo doi por aviso,
Que aquello pudo que quiso,
I si no quiso no pudo.



39. La avaricia, que es una vehemente afición al dinero, o de los demás bienes que llaman de fortuna, pensando que son de mayor uso, que el único que tienen de proveer a la necessidad i comodidad propia, i de socorrer a los necessitados; se dissuade, representando el afán de conseguirlos, la inquietud de guardarlos, el sentimiento de perderlos, i el aborrecimiento universal por tenerlos, sin el uso devido. A este propósito dijo mui bien frai Iñigo de Mendoza, franciscano, distinto del marqués de Santillana, en las Justas de la razón contra la sensualidad:


Assí que tu bien mayor,
De quien haces tanta cuenta,
Tiene su posseedor
En peligro, i en temor,
De continuo a sobrevienta.
I suelen con él andar
Continuamente, a mi ver,
Gran trabajo en lo alcanzar,
Gran temor en lo guardar,
Gran dolor en lo perder.



40. La ambición, que es un vehemente deseo de conseguir honras superiores al propio mérito, se dissuade, explicando, que lo que toca a cada uno es obrar virtuosamente, contentándose con manifestar su mérito a quien puede premiarle, o darle a conocer i patrocinarle, dejando la elección de los empleos honrosos, i de las dignidades, a la obligación i prudencia de los superiores, i a la providencia de Dios que, por medios suaves i no comprehensibles, siempre está egecutando lo que conviene a su gloria; siendo cierto, que nunca logra el indigno los empleos honrosos i las dignidades, sin grandes trabajos i sin medios indecentes, consiguiendo con unos i otros mayores trabajos, para hacer creer, con alguna aparencia, que es capaz de egercitar los empleos i de mantenerse en la dignidad sin manifestar la indignidad. Permanecer el indigno en los empieos, es servir a los negocios que le oprimen; complacer a sus consegeros i ayudantes que le mandan; servir a la vanagloria, que le hinche de presunción i sobervia; sugetarse a la irrisión universal, que hace befa dél, tanto más fisgona, quanto más dissimulada. La permanencia en el empleo siempre es peligrosa por no estar apoyada sobre el mérito; la deposición causa infamia; el retiro, pérdida del poder i de la autoridad. El indigno en la dignidad siempre es indigno, i se tiene por tal. Por esto quando las gracias de los cargos son concedidas a los que no las merecen, conviértense en desgracias i liviandades, por la mala sazón i aparejo de ellos, como dijo Dios por David: Yo los he dejado andar según los deseos de su corazón.

41. La curiosidad, passión viciosíssima, propia de hombres ociosos i de desaplicados a las letras, la qual es un excessivo deseo de saber lo que ni es útil, ni honesto; se modera, manifestando que lo que importa saber es lo útil para nosotros i para el prójimo, i lo que por sí es honesto i conveniente para alabar a Dios; porque lo demás, si es cosa passada, que no conviene averiguar, ni aprovecha a nosotros, ni a los demás; i si es venidera, o se considera como tal, hace a los hombres embusteros, i professores endiablados de malas artes.

42. Finalmente la solicitud, o afán, que es un cuidado congojoso del ánimo, que piensa que de ningún modo se pondrá la diligencia necessaria para conseguir algún fin; se dissuade, manifestando que esta passión turba la razón, embaraza los medios prudentes de conseguir los buenos fines, aflige i atormenta inútilmente al ánimo, i no le deja emplear en otras cosas necessarias o convenientes a la vida humana.

43. La esperanza, que es un amor del bien venidero, representado al entendimiento como conseguible, se mueve, provando la possibilidad i facilidad de conseguirle; i, si se espera la ausencia del mal (la qual es especie de bien) se refiere, que de semejantes males, o de otros mayores, se ha visto libre el que ahora se considera amenazado. También se excita, discurriendo por menor, que están prontos los socorros para el alivio, i especialmente el favor divino para librarnos del mal; i avivando esta persuasión con una prueva cierta de los medios para lograr el bien, o evitar el mal, o librarse dél, se mueve la confianza.

44. El desiderio, que es un intenso deseo de ver i gozar la presencia de la cosa amada i ausente, se alivia, representando fácil, cierta i mui cercana la presencia del bien; i dando o señalando los medios convenientes; i se desarraiga, i arranca de quajo, persuadiendo, que aquello que se echa menos, o no es tan gran bien, como se piensa; o no hace mella. Verdad es, que tan estremadamente puede amarse, que quizá ofenderá al amante disminuir la bondad de la cosa, cuya ausencia siente; i entonces lo mejor es proponer medios que diviertan el ánimo a otros obgetos.

45. La aversión, contraria del amor, es un movimiento del alma, con que se aborrece aquello, que se representa al entendimiento como mal propio, i que, como tal, causa tristeza, la qual según los obgetos tienen diversos nombres.

46. Ante todas cosas conviene saber, que el remedio de la tristeza es disminuir o anonadar la opinión del mal que la causa.

47. Pero si quien le causa, le continúa, se afea el endurecimiento de ánimo, dañoso a sí mismo; i se persuade el arrepentimiento, que es el dolor que percibe nuestro ánimo, originado de la idea de un mal que, aviendo podido evitarle, hemos querido, por culpa nuestra. Esta passión es utilíssima; porque por un lado es una renunciación, aborrecimiento i retiramiento del mal; i por otro, un cuidado, diligencia i egercicio del bien, que son las virtudes, esto es, las obras buenas agradables a Dios.

48. El arrepentimiento verdadero i cordial, se persuade, proponiendo i esforzando la necessidad desta diligencia, para que, substituyendo las buenas obras, vayan en descuento de las malas; i manifestando la importancia de la presteza por la incertidumbre de la sazón venidera; i de uno i otro resulta el consuelo de tener sossegada la propia conciencia.

49. La excandecencia, como es un repentino encendimiento del ánimo; si se previene, admite remedios preservativos proporcionados a disminuir, o borrar, la opinión del mal; pero, si una vez se inflama, luego deve apagarse para que no passe a ser mayor incendio del alma, que abrase i consuma a otros.

50. No hablo de la indignación, que es un desasossiego del ánimo nacido de la opinión del bien, o del mal, ageno no merecido; porque, siendo esta una passión justa, antes deve moverse, que apagarse. Se mueve, provando la vileza de la vida antecedente contrapuesta a las presentes riquezas, poder, dignidad i autoridad de quien ha logrado el bien de que no es merecedor. I al contrario, si a alguno ha sobrevenido algún mal, que no merece padecer, se provará la inocencia de la vida, contrapuesta a la oravedad del mal ponderado, según sus circunstancias; i este sentimiento del mal injustamente padecido, o que amenaza, en quanto se siente como propio, es compassión, o lástima, i en quanto se desea su ausencia, misericordia.

51. La misericordia se mueve por los adjuntos de la persona, lugar, tiempo, fin i modo.

52. De la persona, si es inocente, cándida, amable, o respetable por su nobleza, parientes o empleos.

53. Del lugar, si es el de las hazañas; i si miran en él aquella miseria los que menos quisiera que la viessen. Si ai en él quien aya de favorecer, o no. Lo qual tuvo presente el autor de aquel antiguo villancico:


   Si muero en tierras agenas
Lejos de donde nací,
¿Quién avrá dolor de mí?



54. Del tiempo, si alguno se ha de privar de la vida i del trato civil en la flor de su juventud.

55. Del fin, si padece porque no quiso desamparar la causa de la república, o alguna otra por la qual deviesse estar, i especialmente la de Dios.

56. Del modo, como si contra un hombre, constituido en dignidad, se manda un género de castigo propio de personas viles.

57. También suele aprovechar poner delante a los miserables, i a los suyos, con triste hábito, gimiendo, sollozando i llorando. I finalmente sirve mucho la comparación de la vida passada feliz con la presente desdichada.

58. La vergüenza es una passión del ánimo por la qual se teme que otro disminuya, o no haga el buen concepto que tendría, o pudiera tener dél, si no supiera algún mal hecho, o culpable omissión de alguna acción obligatoria moral, o civilmente.

59. Tenemos vergüenza delante de siete géneros de personas.

60. Primeramente delante de aquellos de quienes hacemos aprecio; como son los que admiran i estiman nuestras cosas; o deseamos que las admiren i estimen; delante de los que nosotros admiramos, porque los tenemos por justos apreciadores del mérito, como personas que le tienen; delante de aquellos con quienes tenemos contiendas de honor, como oposiciones literarias, o de calidad de linage; o de aquellos, cuyo juicio no despreciamos, como son los mayores de edad, los prudentes, los entendidos, i todos aquellos que juzgamos que son buenos jueces de nuestras cosas.

61. Segundariamente, nos avergonzamos de aquellos, en cuya presencia estamos; porque la vergüenza habita en los ojos; i por esso aconsejan los buenos maestros de las virtudes que, para movernos a obrarlas, pensemos que Dios, juez severíssimo, nos está mirando.

62. Terceramente, nos avergonzamos delante de aquellos, que no han cometido el mismo delito, o acción despreciable; porque es verisímil que los tales reprueven nuestro hecho.

63. Quartamente, nos avergonzamos de aquellos que son severos censores de los vicios.

64. Quintamente, delante de aquellos, que con facilidad divulgan lo que saben, como los que avemos injuriado i recelamos que quieren vengarse; los malhechores; los que suelen tachar a otros, como los burlones, bufones, chacoteros, chocarreros, mofadores, fisgones, guizñadores, descocados, satíricos, mordaces, maldicientes i donairosos.

65. Sextamente, nos avergonzamos de aquellos que siempre nos dieron buen egemplo o buenos consejos.

66. Setenamente, delante de los niños capaces de conocer nuestra malicia, o falta de decoro; i delante de los criados i amigos de todas las personas que avemos referido; porque creemos que por ser sus familiares, paniaguados, o conocidos, sabrán lo que quisiéramos que no supiessen en desdoro nuestro.

67. Estas son las personas delante las quales nos avergonzamos; deviendo advertirse que, aunque la passión de la vergüenza suele tenerse en presencia de otro, a veces es tal la aprehensión que tenemos del juicio que hará otro, aunque ausente, que también nos avergonzamos; i por esso nos sale el color a la cara sonroseándonos, que llamamos rubor, efeto visible de la vergüenza, del qual dice el refrán: Más vale vergüenza en cara, que mancilla en corazón; siendo cierto lo que dice Luis de Camoens, en sus Rimas:


Muitas vezes diz a boca
O que nega, o coraçaõ.



68. Aplicando ahora lo dicho a nuestro propósito, siendo la vergüenza una passión honesta, se deve procurar mover, representando quán mal parecen aquellas cosas, que son feas en el hecho, o las señales de tal hecho. Assí vemos que causa vergüenza el recuerdo reprehensivo de una acción deshonesta, o necia, o poco remirada, o de las muestras provables de averla egecutado. I esta vergüenza se causa a los que hacen la cosa, o a sus compañeros, padres, ascendientes, decendientes, parientes, amigos, autores del hecho, o de la omisión, maestros, o consegeros. Solamente en un caso es peligroso excitar la vergüenza, i es, quando se habla con algún poderoso, cuya persuasión se ha de considerar, a quién toca, quándo i cómo.

69. La desvergüenza es un desprecio de la opinión, que otro tiene de alguna mala acción nuestra, o de los nuestros; i en nombre de acción se entiende también la omissión indevida.

70. El modo de dissuadir la desvergüenza es el mismo que el de persuadir la vergüenza, representando la infamia que se sigue de no tener vergüenza; porque es indicio de perseverar en el mal ánimo, i de no arrepentirse, ni hacer caso de los hombres de bien, ni de la propia estimación.

71. La emulación, que es un sentimiento de que en igualdad de méritos no tiene uno igual premio, fama o gloria, que otro, no porque sienta que el otro goce de tales bienes, sino porque uno no es participante de otros que correspondientemente se le deven, la emulación, digo, se persuade animando a igualar el mérito propio con el ageno, o a sobrepujarle, para que siendo igual, o más sobresaliente, sea igualmente, o mucho más estimado o premiado.

72. La celosía, que es un sentimiento de que otro goce lo que uno quiere para sí, se excita aumentando las sospechas; i se quita desvaneciéndolas, teniendo por mera credulidad, i antojo del capricho, la opinión que no se funda en razón, i sin ella injustamente se atormenta el ánimo. También se quita. procurando divertir el ánimo con obgetos agradables, que causen olvido de la causa de los celos. Por esso dijo en un estrivillo el príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja:


¿Para qué quieres, Menga, pesares i celos,
Si olvidando puedes vivir sin ellos?



Es hermosa la descripción del trabajo que passa una muger que tiene un marido celoso, hecha por Gaspar Gil Polo en su Diana enamorada, que dice assí: «¿Qué fatiga es para la muger ver su honestidad agraviada, con una vana sospecha? ¿Qué dolor ser ordinariamente, con palabras pesadas, i aun a veces con obras, combatida? Si ella está alegre, el marido la tiene por deshonesta; si está triste, imagina que se enoja de verle; si está pensando, la tiene por sospechosa; si le mira, parece que le engaña; si no le mira, piensa que le aborrece; si le hace caricias, piensa que las finge; si está grave i honesta, cree que le desecha; si ríe, la tiene por desembuelta; si sospira, la tiene por mala; i en fin, en quantas cosas se meten estos celos, las convierten en dolor, aunque de suyo sean agradables».

73. La embidia, que es un dolor del ánimo, originado de la aprehensión del bien de otro, no por causa de carecer dél, sino porque el otro le tiene; se disminuye, o se anonada, manifestando, que aquel bien no se ha logrado por honestos medios, i que por esso infama a quien le tiene; i, si se ha alcanzado por medios honestos, es bien merecido, i qualquiera tiene facultad para conseguir, con sus buenas obras, el bien correspondiente a su mérito. Es la embidia un monstruo compuesto del amor desordenado del bien apetecido, i del odio de la persona que le ha logrado; i monstruo cruelíssimo, que atormenta al mismo ánimo que le ha producido.

74. La ira es un desasossiego del ánimo por el mal que imaginamos que se hace a nosotros, o a los nuestros. Si el mal es verdadero, o injusto, la ira es justa, i se llama indignación, cuyo justo efeto es la corrección o el castigo que da el superior. Digo el superior, que es el que puede castigar; porque, si le da otro, es venganza, passión injustíssima. La ira se aplaca, provando que el mal que se hizo no fue a sabiendas, ni adrede, ni grande, ni duradero.

75. La venganza, que es un deseo de hacer mal por mal, no con el fin de enmendar al delinqüente, i de escarmentar a los demás, sino de darles que sentir sin peligro propio, quando se hace el mal; se dissuade diciendo que es passión de ánimos viles i crueles; pues ni hace bueno al otro, ni mejor al propio ánimo, contentándose con el bien aparente i engañoso de una vitoria infame, i usurpando a los magistrados el mando, al verdugo su oficio, i a Dios el castigo que juzga conveniente.

76. El odio que es un afecto con que se desea, i se procura a alguno lo que se piensa ser mal; se aplaca, o se quita, disminuyendo o desvaneciendo las causas dél, procurando provar que son imaginarias; i se rechaza contra los enemigos públicos, i legítimamente declarados como tales, refiriendo i ponderando las acciones que han hechocontrarias al bien que amamos i devemos amar.

77. El miedo es un sentimiento del alma, oríginado de la imaginación del mal venidero, que puede causar dolor o muerte a nosotros, o a alguno de los nuestros, i parece que amenaza. El rhetórico persuade el miedo, representando el mal, su grandeza i cercanía. Para moverle importa saber las inclinaciones i los vicios de cada qual. El enamorado teme perder sus liviandades; el avaro sus riquezas; el ambicioso, las honras, i assí otros.

78. Los peligros, o son propios, o comunes. Los propios, interessan más a los particulares; los comunes, a los que goviernan; i, si se trata de éstos con los particulares, se prueva que los peligros comunes redundan en los particulares. Importa mucho poner la calamidad a la vista. Se provará que el mal está amenazando, diciendo que los que deseamos que se teman pueden causar el mal, que representamos, i que tienen esta intención, i quieren egecutarla. Tales son los que están armados, los injustos, los vengativos, los justicieros. Los egemplos persuaden mucho, i más si son del mismo que nosotros queremos que se tema, o de los suyos. Por los medios contrarios se dissuade i se quita el miedo.

79. Al miedo se opone la osadía, que es un movimiento de ánimo pronto a emprender qualquier peligro para librarse de algún mal. Se excita representando i facilitando los medios de salir del mal, aunque sean peligrosos, como el valor, la constancia, la paciencia, la industria i la sagacidad.

80. Se dissuade la osadía, provando la fuerza invencible del mal, o por la misma naturaleza de la cosa, semejante a una riada, o avenida mui crecida, arrebatada, invadeable, i no transitable por algún salto, vado, esguazo, o puente; o porque el que causa el mal es superior en fuerzas, riquezas, amigos, aliados, maña o autoridad.

81. La confianza se persuade, o se dissuade, por los mismos medios, esforzándolos más.

82. La seguridad se persuade, provando que no ai peligro de algún mal, que la perturbe, ni interior, ni exterior; i se dissuade, provando el peligro que ai de trastornarla.

83. El atrevimiento, o temeridad, se apacigua, provando la mucha dificultad que aí en los medios para salir del mal; i manifestando la impossibilidad de evitarle, se excita la desesperación, la qual no deve persuadirse sino en los males temporales; porque los espirituales, mientras dura la vida, son evitables por la indecible clemencia de Dios, que nos ha dado alvedrío i poder para salir del mal, creyendo su dotrina, esperando sus promessas, amándole, i obrando fielmente según sus mandamientos, que con su favor son mui fáciles de practicar. I a este propósito dijo sabiamente Pedro de Carthagena:


    Veis aquí por donde vemos,
Que es toda nuestra la culpa
De los males que hacemos.
I será falsa desculpa
Qualquiera, si la ponemos.
Palabras son mui sabidas,
Que tenemos los mortales
En nuestras manos metidas
Nuestras muertes, nuestras vidas,
Nuestras culpas, nuestros males.



84. Esto baste en quanto a las passiones, o afectos del alma. Pero es menester advertir, que solamente deven excitarse en las causas que lo pidan, o aplacarse, quando los aya en el ánimo, i sean dañosos; porque de otra suerte intentar mover los afectos en cosas ligeríssimas, causa risa; i ponerse a declamar contra ellos, quando no los ai, es falta de conocimiento; i querer amortiguarlos en los obstinados i tercos es por demás, pues con su obstinación i terquería aumentan su odio i desprecio.

85. Pero siempre que uno quiera moverlos en otros, es menester que antes los excite en sí mismo. Para que algo arda, es necessario que se le aplique fuego.

86. A veces importa variar los afectos: porque deste modo el ánimo del oyente se combate de muchas maneras. Ingeniosamente los varió el discreto autor deste soneto.


    Espera al avesica el ballestero
De su muerte tan sólo codicioso,
I acaso quando muestra más reposo
Queriéndole tirar, se va primero.
    Assí por mi ventura i ruin agüero
Me tiene el esperar tan temeroso,
Que quando esperar quiero, ya no oso,
I quando esperar oso, ya no quiero.
    Amor anda conmigo en pundonores,
No le place que muera, ni tampoco
Que viva alegre un punto es a su gusto.
    Carezco de sentido, i ando loco,
Padezco mil tormentos por amores,
I no los padecer sería injusto.



87. Pero el profeta David practicó divinamente la variación de los afectos en el Salmo 106: «Den gracias al Señor por su misericordia, i sus maravillas con los hijos de los hombres, i sacrifiquen sacrificios de alabanza, i cuenten sus obras, saltando de placer, los que decienden a la mar en navíos i tratan en muchas aguas. Ellos han visto las hechuras del Señor, i sus maravillas en la hondura del mar. Habló, i se levantó un viento tempestuoso: i se embravecieron sus olas. Suben al cielo, i decienden hasta los abismos. Su alma desfallece en la aflicción. Se pasmaron i temblaron como un embriagado, i toda su ciencia se perdió. Pero clamaron al Señor en su angustia, i los sacó de su aprieto. Bolverá la tormenta en bonanza: i callarán sus olas. Se alegrarán porque calmaron, i los llevará al puerto que desearon. Den gracias al Señor por sus misericordias, i sus maravillas para con los hijos de los hombres. I ensálcenle en la congregación del pueblo, i alábenle en el tribunal de los ancianos. I para que veamos esta grandeza de decir adornada de la harmonía métrica, oyamos al maestro frai Luis de León, que traduciendo todo el Salmo 106 se esforzó a cantar assí:


    Cantemos juntamente
Quán bueno es Dios con todos, quán clemente.
Canten los libertados,
Los que libró el Señor de poderío
Del áspero enemigo conducidos,
De reinos apartados,
De oriente, i de poniente, i cierzo frío,
Del ábrego templado, que perdidos
Por hiermos no corridos,
Sin encontrar poblado, vagueavan,
I ansiosos voceavan,
Remedio de su mal a Dios rogando;
El qual luego inclinando
Su oído con piadoso
Amor, salvos los puso en buen camino,
I colocó en reposo.
Pues lóenle contino,
Porque hartó la hambre, i alentado
Hizo de ricos dones abastado.
    I, digan: «Inmortales
Loores, o Señor, te den tus obras,
Tu amor con los mortales,
Las no vistas grandezas que en nos obras».
Aquellos que en cadena
Moraron en horror en noche escura
De hierro rodeados, i pobreza,
Padeciendo la pena
Devida a su maldad, a su locura,
Porque amargaron malos la nobleza
De la Divina Alteza
Hollaron su consejo verdadero,
Por donde les colmó el pecho mal sano,
Sin que favor humano
Les valga, de miseria, i dolor fiero,
I libres del primero
Error bueltos al cielo
Llamaron al Señor, que abra la estrecha
Cárcel, i como al suelo
La cadena deshecha
Celebren el poder por quien quebradas
Fueron las cerraduras aceradas.
    I, digan: «Inmortales
Loores, o Señor, te den tus obras,
Tu amor con los mortales,
Las grandes maravillas que en nos obras».
I los hombres livianos,
Que por seguir, sin orden ni medida,
El deleitoso mal, la errada senda,
Los miembros firmes sanos
Hincheron de dolor, i de la vida
Perdieron la más dulce i rica prenda,
Que a la dura contienda
No iguales, de la fiebre derrocados,
Estando ya del todo al mal rendidos,
Del vivir despedidos,
Contra todo manjar enemistados,
A la muerte llegados
Con miserable lloro
Pidieron tu favor; i Tú al momento
Les mandaste un thesoro.
Ofrézcante por este beneficio,
Agradecido i justo sacrificio,
    I, digan: «Inmortales
Loores, o Señor, te den tus obras,
Tu amor con los mortales,
Las no vistas grandezas que en nos obras».
También los que corrieron
La mar en flaco leño bolteando
Por las profundas aguas, i provaron
En el abismo, i vieron
De Dios las maravillas grandes, quando
Mandándolo Él los vientos se enojaron,
I las olas alzaron
Al cielo furiosas; ya se apega
Con las nubes la nao; ya en el suelo
Se hunde, i el recelo
Atónitos los turba, ahila i ciega;
El grito al cielo llega.
Mas luego Dios llamado
Los mares allanó, serenó el día,
I dentro el deseado
Puerto, con alegría
Los puso; pues los tales de eminente,
Cantan de Dios los hechos a la gente.
    I, digan: «Inmortales
Loores, o Señor, te den tus obras,
Tu amor con los mortales,
Las no vistas grandezas que en nos obras».
Dios secará las fuentes,
Agotará los ríos; i la tierra
Viciosa hermanará, por los pecados
De las malvadas gentes,
Que moravan en ella, i de la sierra
Estéril hará frescos verdes prados,
I pondrá allí plantados
Los pobres donde hechos moradores,
La tierra labrarán, que no embidiosa
A legrará copiosa
Con rico i dulce fruto a sus señores;
I con dones mayores
Irán siempre creciendo
Ellos i sus ganados; porque el daño,
I el ir disminuyendo,
No nace del mal año,
Mas de los malos dueños; i por tanto
Sobre ellos verterá duelo i quebranto.
I dio al pobre riqueza,
I sucessión ilustre; gozo al bueno;
Para el malo tristeza,
I ponga esto el que es sabio dentro el seno.



88. Si los afectos que se varían, son no pensados por su contrariedad, como en el egemplo antecedente, hacen la oración más admirable, i consiguientemente más agradable. Deste artificio se valió el mismo maestro frai Luis de León, imitando a Francisco Petrarca, célebre poeta italiano, de la manera siguiente:


    Mi trabajoso día
Hacia la tarde un poco declinava,
I libre ya del grave mal passado
Las fuerzas recogía,
Quando, sin entender quién me llamava,
A la entrada me hallé de unverde prado
De flores mil sembrado,
Obra do se estremó naturaleza.
El suave olor, la no vista belleza,
Me combidó a poner allí mi assiento.
¡Ai triste! que al momento
La flor quedó marchita,
I mi gozo tornó en pena infinita.
    De labor peregrina
Una casa real vi, qual labrada
Ninguna fue jamás por sabio moro.
El muro plata fina,
De perlas i rubíes era la entrada.
La torre de marfil, el lecho de oro;
Riquíssimo thesoro
Por las claras ventanas descubría,
I dentro una dulcíssima harmonía
Sonava, que me puso en esperanza
De eterna bien andanza,
Entré, que no deviera,
Hallé por paraíso, cárcel fiera.
    Cercada de frescura,
Más clara que el cristal hallé una fuente.
En un lugar secreto i deleitoso,
De entre una peña dura
Nacía, i murmurando dulcemente
Con su correr hacía el campo hermoso.
Yo todo deseoso
Lancéme por bever. ¡Ai triste i ciego!
Beví por agua fresca ardiente fuego;
I por mayor dolor el cristalino
Curso mudó el camino,
Que causa que muriendo
Agora viva, en sed i pena, ardiendo.
    De blanco i colorado
Una paloma, i de oro matizada,
La más bella i más blanca que se vido,
Me vino mansa al lado,
Qual una de las dos por quien guiada
La rueda es de quien reina en Pafo i Gnido.
¡Ai! Yo de amor vencido
En el seno la puse, que al instante
En mi pecho lanzó el pico tajante,
I me robó cruel el alma i vida;
I luego convertida
En águila alzó el buelo;
Quedé, merced pidiendo yo, en el suelo.
    Al fin vi una doncella
Con semblante real, de gracia lleno,
De amor rico thesoro i de hermosura,
Puesto delante della
Humilde le ofrecí abierto el seno,
Mi corazón i vida con fe pura.
¡Ai! ¡Quán poco el bien dura!
Alegre lo tomó, i dejó bañada
Mi alma de placer; mas luego airada
De mí se retiró por tal manera,
Como si no tuviera
En su poder mi suerte.
¡Ai, dura vida! ¡Ai, perezosa muerte!
    Canción, estas visiones
Ponen en mí, encendida
Ansia de fenecer mi triste vida.



89. Una cosa advertiré, que me parece mui importante, i es, que assí como Sócrates, príncipe de la filosofía moral entre los griegos, enseñó al pintor Parrhasio, i al escultor Clito, el modo de representar las passiones del ánimo de la manera que sabiamente refiere Genofonte en el libro tercero de las Cosas memorables; assí el juicioso rhetórico puede observar esta misma dotrina no solamente en las obras de los filósofos morales, sino también en las pinturas más excelentes, i en las historias mejor escritas de los pintores más afamados, i en los buenos poemas, que son unas pinturas que hablan.

90. Finalmente, en lo que toca al estilo de las passiones, se ha de procurar que sea vehemente, encendido i eficaz; pero que no parezca de algún hombre furioso, i demasiadamente apassionado, sino animado de un espíritu racional, dulcemente empujado, i expressado sencillamente, para que assí mueva mejor, sin que el adorno lo impida, llevando tras sí la atención que merece el bien, o el mal. Por esta causa refiriendo un discreto poeta sus passiones con estilo sencillo, dijo en una elegía:


    Aquestas son novedades
De los limpios corazones.
Los otros en sus passiones
Digan pulidas razones,
Yo verdades.
    Que no me deja el pesar
Escrivir mejor estilo;
Que me tiene en tal lugar,
Que presto avrá de cortar
Laquesis mi largo hilo.



91. Cicerón fue tan feliz en este estilo, que los rhetóricos llaman pathético251, que Quinto Hortensio, el mayor orador que avía entonces en Roma, no le respondió, tratando de la defensa de su amigo Cayo Verres. Acusado por el mismo Cicerón en el senado Lucio Catilina, hombre atrevidíssimo, enmudeció. I en una causa particular i grave, empezando a responderle Curión el padre, repentinamente se sentó, diciendo, que con veneno le avían quitado la memoria.




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Capítulo XXV

De la especial invención de algunos assuntos freqüentes, i primeramente de la oración matrimonial


1. Los matrimonios son el fundamento de la propagación i duración del linage humano. Para facilitarlos suele aver oraciones o razonamientos de parte del hombre, i de la muger, que tratan de casarse, i de otros que celebran las bodas; i estas oraciones pueden llamarse matrimoniales; todo lo qual deve tratarse con alguna distinción.

2. El que pide la muger deve manifestar que conoce quán amable es la señora que desea, considerando los atributos de su persona, i especialmente el de su nobleza, edad, buena inclinación, hermosura, garbosidad, discreción, modestia, i demás virtudes propias de una persona social; i si se dice algo de los bienes de fortuna, se ha de tratar destos con desinterés de parte suya, celebrando solamente el buen uso dellos. I se ha de dar a entender, que del conocimiento de tan apreciables dotes, nace el amor que le tiene, el deseo de quererla por señora de su voluntad, i el atrevimiento de pedirle esta honra. El que pide deve representar también, en orden a su propia persona, lo que puede hacerle amable, sin incurrir en la nota de jactancioso, como su linage, sus riquezas para emplearlas en servicio suyo, i poder dejarlas a sus hijos, i singularmente el deseo de hacerla dueña de todo.

3. La respuesta, que corresponde a esta petición, o es negativa, o concessiva. Si negativa, se deve decir, que aún no se ha pensado en elegir estado, o que ya se ha acetado la propuesta de otro, procurando que el desengaño sea claro, modesto i nada ofensivo, i tal vez con aprecio de la buena voluntad con que se ha hecho la propuesta.

4. Si la respuesta es concessiva, se ha de mostrar, que se hace más caso de la persona por sus virtudes, que por sus bienes de fortuna; i se han de dar gracias por la propuesta.

5. Llegando el caso del matrimonio se suele decir alguna oración, que los griegos llamaron epithalamio; los latinos, oración nupcial; i yo bodal. Para hacer una oración desta especie, es menester saber que Dios es el autor de los casamientos252, los quales tienen muchas conveniencias, como es la opinión de la castidad, la bondad de la vida, porque el miedo de hacer cosa que dañe a los hijos contiene a los padres; el gusto de vivir con la persona que más se ama, el consuelo en los males, i por fin el matrimonio es el origen de la sociedad humana.

6. Pero lo que tiene especial lugar en esta oración es el deseo de la felicidad de los casados, la esperanza de los hijos, i el consuelo que se espera dellos. Deven alabarse los casados, i en ellos, la conformidad de sus genios, su nobleza, sus parentescos, sus interesses. También tiene lugar la alabanza de los que concurren, su regocijo, i el de todos generalmente. Se puede concluir exhortando a la continuación del amor, dando parabienes, i prometiéndose felicidades venideras.




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Capítulo XXVI

De la oración natalicia


1. Después del matrimonio se sigue el nacimiento, que da ocasión a la oración natalicia. Ésta se hace, o quando nace alguno, o quando se renueva la memoria de su nacimiento.

2. En lo que toca a éste, se suele hacer mención del tiempo i circunstancias en que uno nació, del lugar donde nació, i también de la nación, si es fecunda de varones grandes; lo qual hace concebir algunas esperanzas.

3. Si la oración se hace inmediatamente al nacimiento, tiene lugar en ella la noticia de los padres i de los mayores, i la esperanza que se concibe de que el reciennacido corresponderá a su linage por lo que promete la viveza de su semblante, i mucho más la crianza feliz que deve esperarse de padres tan buenos.

4. Pero si la oración se hace en memoria del nacimiento del que ya es crecido; además de lo dicho, tiene lugar la alabanza de sus virtudes, i el cumplimiento de su obligación en los empleos; i deve recurrirse a los atributos de las personas. Se suplica a Dios que alargue la vida del que se alaba, para que se renueve con regocijo la memoria de su nacimiento, i viva el tal para adelantar la virtud, favorecer el mérito, i ser útil i honroso a sí, a los suyos i a la república.

5. De qué manera deve alabarse el prohijado que civilmente se entiende que nace en cierta familia, lo enseña Tácito en la insigne oración que hizo Galba prohijando a Pisón.253




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Capítulo XXVII

De la oración natalicia de las ciudades


1. También tienen las ciudades sus oraciones natalicias, en que se celebra el día de su fundación. En estas oraciones se pueden engrandecer muchas cosas.

2. La primera, el fundador, en quien se considera la circunstancia de la persona, i el fin con que se edificó la ciudad, como el que cuentan averse tenido en la edificación de Venecia, para conservar la religión christiana, i defenderse los fieles de la persecución de Atila. Acá pertenecen las reedificaciones, las conquistas, las mudanzas de sitios, los autores de ellas, i las razones que huvo para las mudanzas.

3. La segunda, el sitio, respeto del cielo, si está hacia oriente, o poniente, debajo de qué clima i constelación; si en región fría, o caliente; templada, o destemplada; i a qué vientos está sugeta. Respeto de la tierra, si está en monte, o en valle, o en llanura; si es isla; o si está cerca del mar, o tierra adentro, que llaman mediterránea; qué confines i comarcas tiene; qué montes, arboledas, fuentes, ríos, estanques, lagos, puertos; qué géneros de aguas, pesca i caza; qué abundancia de leña, de madera, de frutos i de frutas; qué comodidades para traer lo que ha menester i llevar a otras partes lo que le sobra.

4. Tercera, la edificación: qué edificios privados acomodados a la vivienda de los ciudadanos, como calles destinadas a ciertas artes útiles a la vida humana, tiendas de vituallas acomodadamente esparcidas en todos los barrios; abundancia de pozos para la limpieza; de corrales para las gallinas i ganados; edificios públicos, como iglesias, hospitales, monasterios, colegios, universidad para todo género de estudios provechosos; qué pósitos, almacenes, atarazanas; qué fortalezas, como muros, baluartes, torres, castillos, fossos, fortificaciones exteriores; qué lonjas, o casas de contratación; qué comodidades, como calles espaciosas, plazas capaces, puentes fuertes i magníficas, muelles abrigados, fuentes perenales, baños limpios i medicinales; qué edificios para el regalo, como cercas de huertos para la hortaliza i frutas.

5. Quarta, sus moradores. Qué número de labradores, de artesanos, de mercaderes i de ciudadanos que viven de sus rentas, i quáles sean éstas, quán sin perjuicio de los que trabajan, i quáles sus egercicios, i quáles sus entretenimientos i diversiones. Qué hombres ai aplicados a las letras, i con qué utilidad se emplean en ellas. Qué número de soldados, i quántos se pueden mantener, entretenidos en tiempo de paz con honestos i útiles egercicios, sustentando la vida con sueldo proporcionado, i la robustez con trabajo moderado i continuo. Qué hombres ha avido i ai insignes en las artes de la paz, o de la guerra.

6. Quinta, el govierno político, si es monárquico, de uno solo, como el del rei; aristocrático, o de la nobleza; democrático, o popular; oligárquico, o de la canalla; o tiránico, el de los que se alzan con tiranía por fuerza i con malas artes; qué leyes i costumbres; i qué mudanzas morales, militares, civiles i literarias han sobrevenido; qué magistrados; qué capitanes; cómo se escogen; cómo se conservan; cómo se administra la justicia; cómo la guerra; como se premia; cómo se castiga. Quál ha sido el govierno passado, quál el presente. Qué guerras, qué paces, qué alianzas se han hecho. Qué amigos públicos ai; qué enemigos; qué defensa, qué aparejo para la ofensa i para el vencimiento. Qué tributos, en qué géneros, i con qué equidad se imponen i se recaudan; qué providencias ai para la abundancia de las cosas necessarias, útiles i acomodadas para la vida humana; esto es, para comer, bever, vestirse i regalarse con moderación i templanza.




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Capítulo XXVIII

De la oración de gracias


1. El bien, o el mal, que acontece a alguno, nos ofrece ocasión de dar las gracias por el bien, i por esso se llama parabién; o de lamentarnos por el mal, que se dice pésame.

2. La oración de gracias, o es derecha, o obliqua. Derecha es aquella en que derechamente, i sin rodeo, damos las gracias; la qual tiene tres partes.

3. En la primera, manifestamos el regocijo que nos ha causado el beneficio recibido.

4. En la segunda, ponderamos el beneficio, para que se entienda que conocemos su grandeza, siendo gran prenda de un ánimo saber lo que deve, i confessar de buena gana su obligación i reconocimiento.

5. En la tercera parte ofrecemos el agradecimiento possible: lo qual se hace de dos maneras; porque, o decimos que retornaremos igual o mayor recompensa; o, si el beneficio que avemos recibido es superior a nuestras fuerzas; o la persona que nos ha beneficiado, incapaz de recompensa por la superioridad que tiene; ofrecemos un ánimo agradecido, que teniendo siempre presente el favor recibido, deseará ocasiones de obsequiar a tan insigne bienhechor; i suplicaremos a Dios, que remunere tan gran liberalidad para fomento i premio della.

6. La oración de gracias obliqua es aquella en que se dan, como quien no lo hace; como quando se dice que no se dan; i al mismo tiempo se manifiesta un ánimo agradecido, diciendo que se encomienda el beneficio a un reconocimiento silencioso, porque no es ponderable, i que es tal la obligación por averle recibido, que por manifiesta se calla.

7. En la historia eloqüentíssima de Tito Livio254 ai un ilustre egemplo de la oración de gracias que los saguntinos dieron a los romanos, porque, por causa suya, emprendieron la guerra contra Haníbal; i en las obras de Ausonio se conserva la que éste dijo al emperador Graciano, porque le hizo cónsul. Traduciré, i pondré aquí la del emperador Tácito al senado romano, porque tiene ciertamente una brevedad imperial. Dijo assí:255 «Séame permitido regir el imperio de manera que conste que vosotros me avéis elegido. Todas las cosas he resuelto obrar según nuestro parecer i poder. Es pues obligación uestra mandar i establecerlas que parezcan dignas de vosotros, dignas de un egército modesto, dignas del pueblo romano».




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Capítulo XXIX

De la oración gratulatoria


1. La oración gratulatoria, o de gracias, sirve, o para manifestar a otro nuestra felicidad en algún sucesso; o para dar a otro el parabién de averla logrado.

2. Quando nosotros damos cuenta de nuestro bien, se puede reducir la oración a dos capítulos.

3. En el primero, propondremos el logro del bien con sus circunstancias i las de los medios. En el bien consideramos, si es honesto, útil i agradable. En los medios, los méritos, el favor de los buenos, i singularmente de aquel con quien hablamos; i si queremos mostrarnos mui agradecidos a él, disminuiremos nuestro mérito sin envilecerle; o no haremos mención de él i confessaremos dever el beneficio a su favor.

4. En segundo lugar ofreceremos a otro nuestro deseo de servirle, en todas las ocasiones que facilite el empleo; como lo practicó santa Theresa de Jesús con admirable prudencia, destreza i eloqüencia en el razonamiento que hizo a sus monjas de la Encarnación de Ávila, quando aviendo ya renunciado la regla mitigada, fue a ser prelada de aquel convento. Trasladaré aquí su oración, para que se estime como idea de la eloqüencia christiana; i se vea i considere cómo escrivía la santa de pensado; porque aviéndose conservado su razonamiento, se colige que fue premeditado i no repentino. Dijo assí:

5. «Señoras, madres i hermanas mías. Nuestro Señor, por medio de la obediencia, me ha embiado a esta casa, para hacer este oficio, de que estava yo descuidada, quan lejos de merecerlo. Hame dado mucha pena esta elección, assí por averme puesto en cosa que yo no sabré hacer; como, porque a Us. mercedes les ayan quitado la mano que tenían para hacer sus elecciones, i les ayan dado priora contra su voluntad i gusto; i priora que haría harto, si acertasse a aprender de la menor, que aquí está, lo mucho bueno que tiene. Sólo vengo para sevirlas i regalarlas en todo lo que yo pudiere; i a esto espero que me ha de ayudar mucho el Señor. Que en lo demás qualquiera me puede enseñar i reformarme. Por esso vean, señoras mías, lo que yo puedo hacer por qualquiera. Aunque sea dar la sangre i la vida, lo haré de mui buena voluntad. Hija soi desta casa, i hermana de todas Us. mercedes. De todas, o de la mayor parte, conozco la condición i las necessidades. No ai para que se estrañen de quien es tan propia suya. No teman mi govierno; que, aunque hasta aquí he vivido i governado entre descalzas, sé bien, por la bondad del Señor, cómo se han de governar las que no lo son. Mi deseo es que sirvamos todas al Señor con suavidad; i esso poco que nos manda nuestra regla, i constituciones, lo hagamos por amor de aquel Señor, a quien tanto devemos. Bien conozco nuestra flaqueza, que es grande. Pero, ya que aquí no llegamos con las obras, lleguemos con los deseos; que piadoso es el Señor, i hará que poco a poco las obras igualen con la intención i deseo».

6. Quando damos a otro algún parabién, se puede guardar este méthodo.

7. Manifestaremos lo mucho que nos hemos holgado, i nos holgamos, con la noticia del bien ageno.

8. Encareceremos el bien; i, si fuere grande, diremos que aquel, a quien damos el parabién, ha merecido tanto favor, i que dificultosamente se hallaría otro a quien igualmente se deviesse. I si la merced conseguida fuere algún empleo, o dignidad, añadiremos, que no sólo se ha mirado por el bien de su persona, sino también del público.

9. Si el bien que el otro ha conseguido no fuere grande, después de averle engrandecido moderadamente, diremos que no corresponde a sus méritos, sino que es un escalón para subir a otros mayores.

10. Alabaremos también la virtud i la industria con que ha alcanzado la merced; i, si no ha puesto medio alguno, celebraremos el justo favor de quien le ha facilitado i dado, i la divina providencia que todo lo endereza a su gloria.

11. Si diéremos la enhorabuena por la restitución de alguna dignidad; daremos la culpa de averla perdido a las malas facciones, propias del tiempo calamitoso, i a la depravada malicia de algunos; o a la imprudencia de quien estuvo mal aconsejado; pero el averse restituido a su antigua dignidad, lo atribuiremos a su virtud, i al especial favor de Dios, que en tiempos tan corrompidos, tan impensadamente, tan presto, i con tanta felicidad, ha convertido la desgracia en gracia, el desfavor en favor, i la desdicha en dicha. Después manifestaremos el deseo de que este bien sea provechoso i perpetuo al que le tiene, a sus parientes, amigos, i a toda la república; i juntamente pediremos a Dios que en todas las cosas le prospere.

12. Si diéremos el parabién a algún amigo; podremos amonestarle i exhortarle, cómo deve portarse en adelante. Porque de su procedimiento ha de nacer el juicio de los otros, su fama, o infamia, en que nosotros tendremos grande parte de gozo, o de tristeza.

13. Pero, si el otro fuere de tal dignidad que no pudiéremos usar deste libre lenguage, diremos que todos tienen por cierto que su procedimiento i destreza de obrar serán tales, que merecerán i grangearán la aprovación i celebridad de todos los hombres de bien i justos apreciadores de la virtud.

14. Finalmente, en el parabién, como en todas las cosas, se ha de guardar el decoro, considerando mui bien que de un modo se da al príncipe; de otro, al particular; de un modo, el de un grande bien; de otro, el de un bien pequeño; i siempre se ha de procurar, que no se falte a la verdad, i que lo que se dice parezca que nace del corazón; lo qual sucederá siempre que consideremos, que devemos alegrarnos i regocijarnos del bien que logra el benemérito.

15. Tal vez se da el parabién indirectamente, diciendo que no se da al que ha logrado el bien, sino a la república, en cuyo beneficio ha de resultar.

16. La respuesta de la oración gratulatoria puede tener tres partes. En la primera, significaremos que el bien que hemos conseguido, le devemos a la intercessión o gracia del que nos da el aviso, o el parabién.

17. En la segunda, celebraremos tenerle por participante de nuestro gozo, i ofreceremos a su disposición i servicio todo el bien que nos viniere.

18. En la tercera, le suplicaremos que, de la suerte que nos ha favorecido con el consejo, o industria, diligencia, o favor, nos favorezca en adelante para que tengamos acierto. I concluiremos suplicando a Dios nos le dé en todo para cumplir con nuestra obligación privada i pública. Juan de Mariana teniendo presente la homilía que hizo san Leandro de Sevilla dando el parabién a la Iglesia después de la conversión de los godos arrianos a la religión cathólica, en el Concilio toledano tercero256, tomándose la licencia de componerla a su modo, hizo la siguiente oración gratulatoria:257 «La celebridad deste día, i la presente alegría es tan grande i tan colmada, quanta de ninguna fiesta que por todo el discurso del año celebramos; lo que ninguno de Vos podrá dejar de confessarlo. En las demás festividades renovamos la memoria de algún antiguo misterio, i beneficio, que se nos hizo; el día de hoi nos presenta materia de nueva i mayor alegría; quando (gracias al Salvador del género humano, Christo) la gente nobilíssima de los godos, que hasta aquí descarriada se hallava en medio de unas tinieblas mui espessas; alumbrada de la luz celestial, ha entrado por el camino de la inmortalidad, i ha sido recibida dentro del divino i eterno templo que es la Iglesia. Si las cosas quebradizas i terrenas, i que sólo pertenecen al arreo del cuerpo i a su regalo, quando suceden prósperamente, de tal suerte aficionan a los corazones, que a las veces la mucha alegría saca a algunos de juicio; ¿en quánto grado devemos alegrarnos por ser llamados i admitidos a la herencia del reino celestial? Quanto por más largo tiempo hemos llorado la ceguedad i miseria en que nuestros hermanos estavan; quanto menor era la esperanza que nos quedava de su remedio; tanto es más razón que en este día nos alegremos i regocigemos. A mí por cierto el mismo sol me parece que ha salido hoi más resplandeciente que lo que suele; la misma tierra se me figura mui más alegre que antes. Gózase el cielo por la entrada que se ha abierto a tantas gentes para aquellas sillas bienaventuradas, i por la vecindad que tantos hombres han tomado de nuevo en aquella santa ciudad, que señalados con el nombre christiano, avían caído en los lazos de la muerte. La tierra se alegra, porque estando antes de aora sembrada de espinas, al presente la vemos pintada i hermoseada de flores; de las quales, padres, que hasta aquí sufristes grandes molestias, podéis teger i poner en uestras cabezas mui hermosas guirnaldas. Sembrastes con lágrimas; aora alegres coged las flores, i segad los campos, que ya están sazonados; llevad a los graneros de la Iglesia manojos de espigas granadas. La grandeza de uestra alegría no se encierra dentro de los términos de España; forzosa cosa es que passe i se comunique con lo demás de la Iglesia universal; que abraza i tiene en su seno toda la redondez de la tierra, i acrecentada al presente con añadírsele esta provincia nobilíssima, inspirada del Espíritu-Santo, engrandece la divina benignidad, por tan señalado beneficio. Porque la que por su esterilidad era despreciada en el tiempo passado; al presente por el don celestial de un parto, ha producido muchos hijos. Con que las demás naciones, si algunas todavía perseveran en los errores passados, a egemplo de nuestra España, podrán esperar su remedio, i que se ayan de lijuntar en breve dentro de las entrañas de la Iglesia, i debajo de un pastor, Christo. Aquel lo podrá poner en duda, que no tiene bien conocida la fe de las divinas promessas. I está mui puesto en razón, que los que tenemos un Dios, i un mismo origen, i Padre, de quien procedemos todos, quitada la diversidad de las lenguas, con que entró en el mundo gran muchedumbre de errores, tengamos un mismo corazón, i estemos entre Nos atados con el vínculo de la caridad, que es la cosa que entre los hombres ai más suave, más saludable i más honesta, para quien pretende honra i dignidad. Rebiente de embidia i de dolor el enemigo del género humano, que solía gozarse particularmente en nuestras miserias i males. Duélase i llore, que tantas almas, i tan nobles, en un punto se ayan librado de los lazos de la muerte. Nos por el contrario, a egemplo de los ángeles, cantemos, gloria a Dios en las alturas, i en la tierra paz. Que pues la tierra se ha reconciliado con el cielo, podremos tener esperanza no sólo de alcanzar el reino celestial, sino esso mismo, cuidado de invocar de día i de noche la divina benignidad, por el reino terrenal, i por la salud de nuestro rei, autor principal i causa desta gran felicidad.»




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Capítulo XXX

De la oración lamentatoria


1. La oración lamentatoria, o lamentación, necessita de menos arte; pues el dolor hace discreto a qualquiera. Suele tener dos partes.

2. En la primera, manifestamos la grandeza del mal que padecemos.

3. En la segunda, excitamos la indignación contra el que le causa; si ya no es que sea el mismo con quien hablamos; que entonces conviene causarle miedo, manifestando que lo mismo pudiera sucederle; o la misericordia, para que levante la mano; como quando don Francisco de Quevedo Villegas escrivió al Conde Duque258, refiriéndole lo mucho que padecía en su prisión de Uclés, cuya sencilla relación bastava para mover a misericordia, sobrando las citas, que manifiestan estudio i arte. Es admirable egemplo de oración lamentatoria la de don Fernando de Valor el Zaguer, que en lengua arábiga quiere decir el Menor, a quien por otro nombre llamaron Aben Xauhar, hombre de gran autoridad; i en el consejo, astuto; entendido en las cosas del reino i de su lei. Éste, viendo que la grandeza de la rebelión de los moriscos del reino de Granada causava miedo, dilación i mudanzas de pareceres, los juntó en casa de Zinzán en el Albaicín, i según don Diego Hurtado de Mendoza259, les habló: «Poniéndoles delante la opressión en que estavan, sugetos a hombres públicos i particulares; no menos esclavos que si lo fuessen; mugeres, hijos, haciendas, i sus propias personas en poder i arbitrio de enemigos, sin esperanza en muchos siglos de verse fuera de tal servidumbre; sufriendo tantos tiranos, como vecinos, nuevas imposiciones, nuevos tributos, i privados del refugio de los lugares del señorío, donde los culpados puesto que por accidentes, o por venganzas (esta es la causa entre ellos más justificada) se asseguran; echados de la inmunidad i franqueza de las iglesias, donde por otra parte los mandavan assistir a los oficios divinos con penas de dinero; hechos sugetos de enriquecer clérigos; no tener acogida a Dios, ni a los hombres; tratados i tenidos como moros entre los christianos, para ser menospreciados; i como christianos entre moros, para no ser creídos, ni ayudados; excluidos de la vida i conversación de personas. Mándannos que no hablemos nuestra lengua; no entendemos la castellana. ¿En qué lengua avemos de comunicar los conceptos, i pedir o dar las cosas sin que no puede estar el trato de los hombres? Aun a los animales no se vedan las voces humanas. ¿Quién quita que el hombre de lengua castellana no pueda tener la lei del Profeta, i el de la lengua morisca la lei de Jesús? Llaman a nuestros hijos a sus congregaciones casas de letras; enséñanles artes que nuestros mayores prohibieron aprenderse, porque no se confundiesse la puridad i se hiciesse litigiosa la verdad de la leí. Cada hora nos amenazan quitarlos de los brazos de sus madres, i de la crianza de sus padres; i passarlos a tierras agenas, donde olviden nuestra manera de vida, i aprendan a ser enemigos de los padres que los engendraron, i de las madres que los parieron. Mándannos dejar nuestro hábito, vestir el castellano. Vístense entre ellos los tudescos de una manera, los franceses de otra, los griegos de otra, los frailes de otra, los mozos de otra, i de otra los viejos. Cada nación, cada professión i cada estado usa su manera de vestido; i todos son christianos; i nosotros, moros, porque vestimos a la morisca, como si trugéssemos la lei en el vestido, i no en el corazón. Las haciendas no son bastantes para comprar los vestidos para dueños i familias. Del hábito que traemos, no podemos disponer; porque nadie compra lo que no ha de traer. Para traello es prohibido; para vendello es inútil. Quando en una casa se prohibiere el antiguo, i comprare el nuevo del caudal que teníamos para sustentarnos; ¿de qué viviremos? Si queremos mendigar, nadie nos socorrerá como pobres, porque somos pelados como ricos. Nadie nos ayudará; porque los moriscos padecemos esta miseria, i pobreza, que los christianos no nos tienen por prógimos. Nuestros passados quedaron tan pobres en la tierra, de las guerras contra Castilla, que casando su hija el alcaide de Loja, grande i señalado capitán que llamavan Alatar, deudo de algunos de los que aquí nos hallamos, huvo de buscar vestidos prestados para la boda. ¿Con qué haciendas, con qué trato, con qué servicio, o industria, en qué tiempo adquiriremos riqueza para perder unos hábitos i comprar otros? Quítannos el servicio de los esclavos negros. Los blancos no nos eran permitidos por ser de nuestra nación. Avíamoslos comprado, criado i mantenido. ¿Esta pérdida sobre las otras? ¿Qué harán los que no tuvieren hijos que los sirvan, ni hacienda con que mantener criados, si enferman, si se inhabilitan, si envegecen; sino prevenir la muerte? Van nuestras mugeres, nuestras hijas, tapadas las caras, ellas mismas a servirse i proveerse de lo necessario a sus casas. Mándanles descubrir los rostros. Si son vistas, serán codiciadas, i aun requeridas; i veráse quién son las que dieron la avilanteza al atrevimiento de mozos i viejos. Mándannos tener abiertas las puertas, que nuestros passados con tanta religión i cuidado tuvieron cerradas; no las puertas sino las ventanas i resquicios de casa. ¿Hemos de ser sugetos de ladrones, de malhechores, de atrevidos i desvergonzados adúlteros, i que éstos tengan días determinados i horas ciertas, quando sepanque pueden hurtar nuestras haciendas, ofender nuestras personas, violar nuestras honras? No solamente nos quitan la seguridad, la hacienda, honra, el servicio; sino también los entretenimientos, assí los que se introdugeron por la autoridad, reputación, i demostraciones de alegría en las bodas, zambras, bailes, músicas, comidas, como los que son necessarios para la limpieza, convenientes para la salud. Vivirán nuestras mugeres sin baños (introdución tan antigua), veránlas en sus casas, tristes, sucias, enfermas; donde tenían la limpieza por contentamiento, por vestido, por sanidad. ¡Astuta i artificiosa lamentación!»

4. A la oración lamentatoria pertenecen los threnos, lamentaciones, o endechas, en que se manifiesta el sentimiento de las costumbres depravadas, como se ve en los Threnos de Geremías, en que lloró el miserable estado de los judíos, i en los de san Gregorio Nacianceno, en que manifestó su aflicción por los pecados públicos. El arte de los threnos consiste en lamentarse del mal, manifestar a Dios justamente enojado, hacer temer su indignación, i mover a implorar su clemencia por medio de la penitencia, que es la que aplaca el furor de Dios.260 Sabiamente el refrán: Vida con paciencia, i muerte con penitencia.




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Capítulo XXXI

De la oración consoladora


1. La oración consoladora, o consolación, es un razonamiento con el qual sossegamos el ánimo del que está desconsolado con el dolor de algún desconsuelo.

2. El dolor que se ha de disminuir, o quitar, proviene de algún bien perdido, o del miedo de perderle.

3. La consolación, que ha de disminuir el desconsuelo del bien perdido, se dispone diferentemente según la naturaleza del mal, que ha sucedido, o según es la persona consoladora, o la que está desconsolada.

4. En lo que toca al mal sucedido, se ha de observar, si es ligero, o a lo menos tal, que se pueda enderezar.

5. Si el mal es ligero, podrá uno entremezclar alguna chanza; pero tal, que pueda sufrirla el que se ha de consolar, i de suerte que conozca que se dice para apocar el mal, no por gusto de verle padecer, ni por falta de sentimiento, o de disgusto de que padezca.

6. Si el mal sucesso puede enderezarse, esforzaremos las congeturas, por las quales se hace verisímil que el mal no será duradero; como, si se ha perdido una batalla, se propondrán los medios de salir vencedores en otra.

7. Respeto de la persona que consuela; ésta es, o inferior, o igual, o mayor.

8. El inferior ha de consolar con sencillez, brevedad i miramiento. Manifestará su amor i su deseo de aliviar el sentimiento, i dirá que pide a Dios que le consuele. Si añadiere algo más, sea como quien señala a otro lo que entiende que ya sabe, o por su natural prudencia, o por la ciencia i experiencia; no, como quien enseña lo que deve hacer.

9. El igual, si quiere consolar, se valdrá del pretexto de amistad, i egecutará lo mismo con mayor libertad.

10. El mayor puede usar de mayor licencia; porque, si el inferior se destempla en el desconsuelo, puede reprehender su poquedad de ánimo i la falta de confianza en la divina misericordia.

11. Es uno mayor que otro por una o muchas de estas causas, edad, riquezas, dignidad, imperio i sabiduría.

12. El consuelo del que es mayor por la edad, deve proporcionarse a la que tiene el que ha de ser consolado; conviniendo unos consuelos a los niños, como son los juguetes i las cosas que les causan novedad, i que divierten i hacen fijar en ellas su atención; otros, a los mozos, como la representación de las cosas que les causan vergüenza; otros, a los jóvenes, como la opinión de su poco valor i descaecimiento de ánimo; otros, a los hombres hechos, como la obligación de mirar por sus hijos i por los suyos, i de dar egemplo de ánimo constante; otros, a los ancianos, como la cercanía de la muerte, dejando las cosas mundanas, dando cuenta a Dios de su vida passada.

13. En riquezas es uno mayor que otro, como Marco Crasso i Cornelio Balbo, respeto de algún cliente, puesto a su cuidado, o dependiente suyo. El que ofrece a otro sus bienes para practicar los medios que facilitan el logro del consuelo, da un grande alivio.

14. En dignidad es uno superior a otro, como el padre respeto del hijo. Verdad es, que el padre tiene también imperio sobre su hijo; pero su imperio es casero, no político. Es decoroso al más digno proponerse como egemplo i dechado, i consolar con mayor autoridad.

15. En imperio era superior Livia, muger del emperador Augusto, respeto de Ovidio, el qual la consoló mui de otra manera que ella consolaría a su marido. La consolación imperiosa es más resuelta i señoril.

16. En la sabiduría era superior Séneca a Polibio, i a su madre Helvia, a quienes consoló. El sabio consuela con la razón, propio egemplo, experiencia, dictámenes prudentes, gravedad i autoridad.

17. Finalmente, todos los que son superiores pueden manifestar su buen afecto en la consolación, hablar con mayor libertad i autoridad; i especialmente el sabio puede alargarse más en las sentencias, i persuadir con mayor eficacia.

18. Respeto de la persona que pretendemos consolar; o ésta quiere parecer tan fuerte, que no necessita de consolación; o tan apocada de corazón, que no admite consuelo siendo el dolor mui fresco.

19. Si la persona desconsolada fuere de una animosidad superior a los males; diremos que, aunque la calamidad es tal, que en otro ánimo haría gran mella; tenemos tal experiencia de su sabiduría i fortaleza, que estamos persuadidos a que será superior al mal; supuesto que sabe que es menester padecer trabajos, i que al sabio únicamente toca no tener culpa en ellos, i llevarlos con paciencia, ofreciéndolos a Dios, a quien devemos gracias, por los admirables modos que tiene de labrar los corazones humanos. Puede concluirse con el parabién de la práctica de tales máximas, pidiendo a Dios que continúe al paciente el don de fortaleza.

20. Si el que ha de ser consolado fuere de ánimo flaco, i el desconsuelo, tan reciente, que de pronto no admita remedio, o alivio alguno, dividiremos la oración en dos partes.

21. En la primera, nos revestiremos de dolor i compassión. Diremos, que más estamos para admitir consuelo, que para darle; i para que se crea assí, manifestaremos las causas de nuestro sentimiento, como es la gravedad del mal i sus malas conseqüencias; i que no le merece el que le padece, si es que el mal viene de los hombres. Añadiremos, que con nosotros se compadecen todos los hombres de bien. Con esta prevención podremos persuadir con mayor facilidad, que las adversidades se han de llevar con superioridad de ánimo; porque viendo el otro que nosotros, que conocemos el mal i le sentimos, templamos el dolor, valiéndonos de la prudencia; es mui natural el deseo de imitar lo mejor; pero, si no se manifiesta el conocimiento del mal, ni la compassión en él, se desprecia el remedio, i no se logra el alivio del desconsuelo.

22. Dispuesta pues, como queda dicho, la primera parte de la oración consoladora; alegaremos, en la segunda, lo que es a propósito para suavizar el dolor; como, si digéremos, que el mal es grave, pero sufridero; que la paciencia apoyada en la conformidad con Dios, le convertirá en bien; o que no es tan grave como parece; porque no será duradero; i dará ocasión a otro bien, que será de consuelo total. También conviene acordar que otros padecen mayores males, i viven con una grandeza de ánimo superior a ellos.

23. Últimamente, podemos consolar tomando los argumentos de la consolación, de lo honesto, útil, necessario, agradable i possible.

24. Nos valdremos del argumento de la honestidad de la consolación; porque Dios nos manda que mitiguemos el dolor del ánimo, conformándonos con el orden de su divina providencia. Para esso es la paciencia, remedio pronto por ser voluntario pues como dijo santa Theresa de Jesús:


La paciencia
Todo lo alcanza.



I el Eclesiaste, o predicador: Mejor es el sufrido de espíritu, que el altivo.

25. Diremos, que es útil mitigar el dolor; porque los malos se abstienen de hacer más daño, viendo que no hacen todo el que quieren; i que ai fuerzas, o para resistirle, o para rebatirle; i Dios nos purifica con los mismos males temporales, haciéndonos éstos más cautos, más prudentes i mejores. ¡Desdichados los siempre dichosos!

26. Manifestaremos que es necessario consolarnos; porque el mal que no se remedia con lágrimas, se aumenta con ellas.

27. Apuntaremos, que es cosa agradable consolarnos; porque lo que ahora nos molesta, llevado con paciencia, en adelante ciertamente nos recreará con una dulce memoria.

28. Últimamente persuadiremos, que de lo possible se passa al hecho, supuesto que no a¡mal que con la paciencia no se venza; siendo oficio de la prudencia, procurar que haga la razón, por medio del distraimiento de la imaginación, lo que pausadamente suele hacer el tiempo. Este último argumento se esfuerza con los egemplos que, si son caseros, son más eficaces.

29. Exhortaremos al recobro del antiguo valor i serenidad de ánimo, diciendo ser propio de menguados de corazón ceder a los males, ofuscando el entendimiento, i dando gusto al diablo; pues un ánimo entorpecido con el desconsuelo, no está para emprender acciones heroicas, ni aun medianamente virtuosas i gloriosas.

30. Otro género de consolación deve practicarse con los afligidos, que piensan que amenaza el mal; pues en ella el méthodo deve ser diverso.

31. Si el mal es evitable, el mejor remedio es proponer los mcdios honestos de impedirle, ponderar la facilidad dellos, exhortar a su egecución, ofrecer sus oficios, i convertir el temor en esperanza; porque Del bien al mal, no ai un canto de real.

32. Si el mal es inevitable, se ha de acudir a Dios para que dé fortaleza para padecerle, ofreciéndole el egercicio de su don de paciencia. Se ha de disponer el ánimo para conformarle con su divina voluntad; i se han de proponer remedios para que el mal sea menor, i el sufrimiento, meritorio i galardonado; procurando verificar, que Del mal lo menos; i que No ai mal que por bien no venga:


Que assí de un mal ageno bien se empieza.



33. También se puede practicar otro méthodo en la oración consoladora. Alegaremos las causas que nos mueven a consolar a otro, la compassión que le tenemos, el parentesco, la amistad, el interés del bien público. Después trataremos de la naturaleza del mal, que confessaremos ser grave, i tal, que nosotros le sentimos en gran manera; pero diremos, que no es tal que deva debilitar el ánimo, por lo pensado; i en caso que aya sido voluntario, el escarmiento es gran parte de consuelo para cautelarse de otros semejantes. Después argüiremos de varios modos respeto de la persona que padece el mal. Ante todas cosas le acordaremos, que es hombre, expuesto a semejantes trabajos, i obligado a tolerarlos, como hombre fuerte, prudente, i christiano, que no tiene más bien en esta vida, que agradar a Dios con alegría, o con aflicción.

34. Para consolar a otro, son excelentes ideas, las cartas de Servio Sulpicio a Cicerón en la muerte de su hija Tulia261, la de Lucio Lucceyo al mismo Cicerón sobre el mismo assunto262, la de Cicerón a Ticio en la muerte de su hijo263; i a Marco Bruto en cierta aflicción, i264 la de Séneca a Marcelo en la muerte de su hijo, copiada a la letra en la carta noventa i nueve dirigida a Lucilio; la de Plinio a Marcelino en la muerte de la hija de Fundano265, i otra al mismo Marcelino en la muerte de Junio Avito266; la de Plutareo a Apolonio, i su muger; la oración de Pericles en alabanza de los que murieron en la guerra267; las de Arístides en las muertes de Eteoneo i Alejandro; aquél mozo, i éste viejo. I por no proponer solamente ideas de escritores gentiles, alegaré también las de muchos sabios christianos, que trataron deste assunto con gran energía i autoridad, i señaladamente, san Cipriano en el libro de la immortalidad, o de la peste; san Basilio en la carta 5 a Nectario, i a su muger, afligida por la muerte de su hijo único; en la 6 a la muger de Nectario por la misma causa; en la 28 a la Iglesia de Neocesarea en la muerte de su obispo Musonio; en la 101 a cierta persona noble en la muerte de no sé quién; en la 269 a la muger de Arintheo en la muerte de éste. San Gregorio Nacianceno en la carta 115 a su hermano san Basilio, i en la 38 estando triste por su muerte; en la 95 a Nisseno, i en la 180 a los monges Sannabadaenses. San Gregorio Nisseno en su sabia oración de los muertos, donde enseñó, que no se han de llorar los que descansan en el Señor. San Ambrosio, lib. 2, epístola 8 a Faustino, doliéndose de la muerte de su hermana. San Juan Chrisóstomo en la excelente carta en que consoló a una viuda moza en la muerte de su marido; san Gerónimo en la epístola al monge i obispo Heliodoro, aviendo muerto Nepociano, hijo de su hermana, monge i presbítero; en la epístola a Pamaquio en la muerte de su muger Paulina; en la epístola a Theodora española en la muerte de su marido Lucinio Bético. De las ideas de consolaciones que nos dejaron los poetas, se pudieran citar muchíssimas; i, si quisiéramos añadir las de muchos modernos, sería empezar i no acabar.

35. En la respuesta que se da a la oración consoladora, se ha de manifestar brevemente, que se estima en mucho el amor, la benevolencia, i las demás causas beneficiosas que han movido a consolamos.

36. Se ha de expressar la vehemencia del desconsuelo i el deseo de mitigarle poniendo en egecución tan prudentes i christianos consejos. La respuesta que Cicerón dio a Servio Sulpicio268 infunde compassión, i es más admirable, que imitable.




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Capítulo XXXII

De la petición, o demanda


1. Es mui freqüente pedir algo, o para nosotros, o para otro: i esta última petición se llama intercessión, o recomendación.

2. En qualquiera petición se deve observar, que se pueda dar lo que se pide; i no solamente deve pedirse lo possible, sino también lo justo, i lo moderado, ofreciendo la remuneración de que sea capaz el que ha de conceder, como es el agradecimiento, el obsequio, la recompensa en dinero, o otra cosa que estime el que la ha de recibir; pero no tal, que le ofenda.

3. La petición, o es directa, o indirecta. En aquélla, se pide algo a las claras; en ésta, insinuándolo, como quien no lo dice.

4. La petición derecha tiene lugar en todas las cosas de justicia, i en las de gracia, quando se pide a persona que nos quiere bien, i desea favorecer. En este género de petición se anticipa algo que nos concilie el amor, o recuerde el que otro nos tiene; apuntarnos el modo de hacer la cosa, si no es que sea tan entendido el que la ha de hacer, que no necessite de que se lo digan; pero es necessario decirlo, quando es mui exquisito, i difícil de ocurrir al pensamiento. Ofrecemos la remuneración según la calidad de la persona i su genio.

5. Usamos de petición torcida, quando lo que se pide, es de mera gracia; i la persona a quien se pide, poco favorable. Supongo siempre la decencia de lo que pide. Exponemos nuestra vergüenza, o nuestro atrevimiento en pedir a quien no tenemos obligado. Con todo esso manifestamos nuestra confianza fundada en su bondad, acreditada por la fama. Si nos ha favorecido en otras ocasiones, la fundaremos en las experiencias, que nos ha dado de su liberalidad, a la qual deseamos estar obligados más i más.

6. Si le avemos favorecido antes, tal vez apuntaremos modestamente el favor que le hicimos, sin pedir como deuda la remuneración; i, si es hombre mui advertido, o sobervio, bastará insinuar que se ha tenido deseo de servirle. Tiene aquí lugar la mención de la amistad de los padres, i de la nuestra, i el recuerdo del parentesco, especialmente si el otro no le huviere de desdeñar.

7. Manifestaremos que pedimos una cosa honesta, piadosa, justa, fácil de conceder, i a nosotros necessaria, o a lo menos útil i acomodada. I aquí se puede mover la misericordia, representando la pobreza i la miseria.

8. Si puede nacer algún inconveniente de conceder la petición; o, aunque no pueda nacer, si se teme, se disminuirá, o desvanecerá enteramente.

9. Añadiremos súplicas i ruegos por las personas que más ama el otro; pero sin declinar a lo ridículo, ni abatido.

10. Finalmente prometeremos un ánimo agradecido, aun siendo tal la persona del favorecedor, cuya superioridad de fortuna no admita remuneración; i concluiremos poniéndonos en sus manos confiando de su liberalidad i grandeza de ánimo.

11. Si la petición o plegaria se hace a Dios, solamente requiere humildad de corazón, i sumissión a su divina voluntad, como lo practicó el rei don Fernando segundo que, considerándose vecino a la muerte, hizo, según refiere el monge de Silos, una mui tierna oración, que el sabio Juan de Mariana acomodó a su estilo deste modo.269 «Uestro es el poder, uestro es el mando, Señor. Vos sois sobre todos los reyes i todo está sugeto a uestra merced. El reino que recebí de uestra mano vos restituyo. Sólo pido a uestra clemencia, que mi ánima se halle el uestra eterna luz.» I el rei de España don Carlos Segundo, después di aver hecho testamento, i dispuesto de sus vastos dominios, exclamó diciendo: «¡O Dios eterno! Vos sois el que dais i quitáis los imperios.»

12. Síguese el otro género de petición, o demanda, que digimo llamarse intercessión, o recomendación, la qual puede tener estas partes.

13. Primeramente, expondremos las causas de recomendar algún persona, como lo son, lo mucho que devemos al recomendado, o a lo suyos, o a la amistad que tenemos con él. Alabaremos su bondad i habilidad. Si es pobre, ponderaremos su necessidad; si rico, su liberalidad; en fin referiremos todos los atributos de la persona, que sean más de caso. Manifestaremos que las alabanzas que le damos, más nacen de su mérito, que de nuestra afición; pues las dicta el conocimiento i la experiencia que tenemos de su procedimiento. Pero importa alabar de manera, que después no quedemos desmentidos.

14. Aprovecha mucho decir, que el recomendado ama a la persona a quien se encomienda, i que lo ha manifestado en sus obras; i se podrá prometer su buena correspondencia en fe de su bondad i agradecimiento.

15. Concluiremos suplicándole el amparo, i el favor, que se pide; o diremos que confiados en su liberalidad, no queremos ser porfiados, ni molestos, i que esperamos que nos obligue mucho más con la concessión de tal beneficio.

16. Si la persona, a quien se pide, es de ánimo generoso, o inclinada a lo justo, i el recomendado pretende lo que se le deve conceder, es mui buen modo de recomendar el indirecto, diciendo, que no encomendamos tal personage; sino que le damos a conocer, o hacemos mención dél, porque tratándole, o acordándose de su mérito, sabemos que le favorecerá, como a benemérito.

17. A la petición se responde concediendo, o negando. El mejor modo de negar es alegando la impossibilidad física, o moral; porque, como dijo sabiamente Papiniano270, Los hechos que dañan a la piedad, reputación, vergüenza nuestra, i (por decirlo generalmente) los que son contrarios a las buenas costumbres, se ha de creer que no podemos hacerlos.

18. Si no huviere impossibilidad, tiene lugar la escusa, que en caso de no ser legítima, i bien fundada, conviene que se revista de algún color, el que pueda ser más aparente; pero no falso, ni ofensivo.

19. Se concluirá manifestando un buen deseo de complacer en otras cosas al que huviere hecho la petición, o demanda; esto se entiende en caso de que en otras, se quiera darle gusto; porque de otra suerte sería imprudencia exponerse a segunda petición, que también se aya de negar.

20. Si se concediere lo que se pide, se manifestará el gozo de complacer al que ha pedido, la presteza de ánimo en egecutarlo, los medios que se han practicado, las dificultades que se han vencido, la felicidad con que se ha hecho todo, o el desgusto de aver aplicado las diligencias infructuosamente; i se concluirá manifestando un vivo deseo de complacer en todo al que ha hecho la petición.

21. A la recomendación se dirá el deseo que uno tiene de dar gusto a quien le ha empleado.

22. Que de buena gana ha puesto en egecución lo que le ha pedido.

23. Expondrá las causas de averlo egecutado; el amor que tiene al que ha hecho la recomendación, i a su recomendado, el mérito de éste.

24. Prometerá continuar sus buenos oficios, si fueren necessarios, o convenientes. Se dirá que todo esto es mui devido; mucho más lo que se desea hacer; i se concluirá pidiendo nuevas ocasiones de egercitar la buena voluntad. Psta se ofrecerá, como satisfación de deuda al que obligó; como buena correspondencia al amigo; como obsequio mui devido al superior. Encarecer el beneficio, es venderle a gran precio; darle a conocer modestamente, es grangear la voluntad; apocarle, es franqueza de ánimo. El que le concede, deve hablar mucho menos, que el que le pide.



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