Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajo

Capítulo XXI

Del carácter de decir bajo i de su vicio opuesto


1. Hemos tratado del estilo magnífico o sublime. Síguese el bajo, por el qual no deve entenderse abatido i vil, sino el que comparado con el sublime i mediano, tiene el ínfimo lugar, sin ser despreciable, i por otro nombre se llama sencillo. Sus sentencias son de cosas febles i de poca monta, pertenecientes a chozas, campecillos, arroyuelos o poblacioncillas.

2. La habla es pura, clara, provable o merecedora de aprovación i evidente. Huye de palabras de dobles sentidos i de hechos ambiguos o dudosos. Tal es el estilo de las cartas de santa Theresa de Jesús, el de las églogas de Garci-Lasso de la Vega i el de Christóval de Castillejo.

3. En la composición se deve evitar el encuentro de las vocales largas i la longura de los nombres.

4. Este estilo tiene lugar principalmente en las cartas familiares, como en la de Garci-Lasso a Juan Boscán, que empieza:


Aquí, Boscán, donde del buen troyano.



I en la de Marcelo para Alcida, en la Diana enamorada de Gaspar Gil Polo, que comienza:


La honesta magestad i el grave tiento.



I en otra de López Maldonado, que principia assí:


Pastor dichoso, cuyo llanto tierno.



5. Pero no en las cartas que se escriven a las ciudades i grandes personages, como príncipes i reyes, o sobre assuntos que piden la grandiosidad de estilo.

6. El carácter bajo tiene un vicio que es la sequedad, que también se considera en las sentencias, en las palabras i en la composición.

7. En las sentencias, como quando uno decía: «Gerges baja con los suyos», en lugar de decir, «con un egército innumerable».

8. En las palabras, como si de un parricida digera uno: «Ola, aquí está el homicida», porque la intergeción ola es de quien halaga, i homicida por parricida no es palabra bastantemente agravante.

9. Finalmente por la composición, si los incisos fueren freqüentes, como los de Séneca i Saavedra en sus Empresas políticas.




ArribaAbajo

Capítulo XXII

Del carácter de decir mediano i del vicio su contrario


1. Queda por esplicar el carácter de decir mediano, llamado assí, porque media entre el bajo i el sublime. Sus sentencias no son tan graves como las del sublime ni tan llanas como las del bajo.

2. Lo mismo deve decirse de las palabras; i en quanto a las figuras, desecha las más vehementes, como grandes alegorías, freqüentes interrogaciones, apóstrofes, prosopopeyas, esclamaciones i otras semejantes. Don Antonio de Solís en la prefación de la Historia de la Conquista de Mégico, dijo con notable error que este estilo es el que se prescrive a los oradores, siendo assí que es propio del orador el estilo sublime, pero variado con el medio, según lo pidieren los assuntos de que tratare, las personas que oyeren i la parte de la oración que digere, requiriendo unas mayor sublimidad que otras.

3. Lo que se ha dicho hasta aquí de los tres caracteres de decir, sublime, bajo i mediano, según la doctrina de los rhetóricos, entiendo que si se aplica abstrahidamente a los caracteres, es ciertamente imaginaria, no teniendo límites ciertos, sino ideales, dicha distinción, i más siendo tan diversas las ideas de los estilos, según la variedad, penetración i gusto de los juicios. Me parece, pues, que deve proporcionarse con ciertos respetos a la persona que habla i a aquella con quien se habla, i a la cosa de que se habla; pues no puede razonar tan altamente un hombre de poco ingenio, como otro de grande; uno que no sea científico, como otro que lo es; i siempre lo que se digere, deve acomodarse a la capacidad del que oye; i en quanto a las cosas que se han de decir, cada una de ellas puede tratarse con toda la alteza que deve admitir, sin faltar a la verdad en la demasía i sin adornos superfluos. También se tratará con una bajeza que no sea inferior a la cosa, ni desaliñada, i con una medianía entre la alteza i la bageza. Comparadas unas composiciones poéticas con otras, ninguna pide estilo tan llano como la égloga; sin embargo vemos que Garci-Lasso de la Vega, hombre de gran ingenio i de mayor dulzura en el decir, i príncipe en este género de composición, sin faltar al decoro devido a las personas, a lo que conviene a la materia i al arte de tratar de ella, cantó en su Égloga segunda con incomparable elegancia i dulzura las alabanzas de la vida pastoril, deste modo:


    ¡Quán bienaventurado
Aquel puede llamarse,
Que con la dulce soledad se abraza;
I vive descuidado,
I lejos de empacharse
En lo que al alma impide i embaraza!
No ve la llena plaza,
Ni la sobervia puerta
De los grandes señores,
Ni los aduladores,
A quien la hambre del favor despierta.
No le será forzoso,
Rogar, fingir, temer i estar quejoso.
    A la sombra holgando
De un alto pino o robre,
O de alguna robusta i verde encina,
El ganado contando
De su manada pobre,
Que por la verde selva se avecina.
Plata cendrada i fina,
Oro luciente i puro,
Bajo i vil le parece;
I tanto le aborrece,
Que aun no piensa que dello está seguro;
I como está en su seso,
Rehúye la cerviz del grave peso.
    Combida a un dulce sueño
Aquel manso ruido
Del agua que la clara fuente embía;
I las aves sin dueño
Con canto no aprendido
Hinchen el aire de dulce harmonía;
Háceles compañía
A la sombra bolando,
I entre varios olores
Gustando tiernas flores
La solícita abeja susurrando,
Los árboles i el viento
Al sueño ayudan con su movimiento.



4. Es notorio que el estilo del diálogo deve ser como el de una conversación juiciosa, i que el estilo de ésta es el que pide menos cuidado; i con todo esso frai Luis de León, acomodándose a la capacidad de los theólogos interlocutores i esforzándose a sublimar el estilo para acomodarle, en la manera possible, a la inefable dulzura de la bondad de Dios, dijo assí con levantado espíritu861: «Si la pintura hermosa, presente a la vista, deleita los ojos; i si los oídos se alegran con la suave harmonía; i si el bien que ai en lo dulce o en lo sabroso, o en lo blando causa contentamiento en el tacto; i si otras cosas menores i menos dignas de ser nombradas, pueden dar gusto al sentido, injuria será que se hace a Dios poner en qüestión, si deleita o qué tanto deleita el alma que se abraza con él. Bien lo sentía esto aquél que decía862: ¿Qué ai para mí en el cielo?, i fuera de Vos, Señor, ¿qué puedo desear en la tierra? Porque si miramos lo que, Señor, sois en Vos, sois un océano infinito de bien, i el mayor de los que por acá se conocen i entienden es una pequeña gota comparada con Vos; i es como una sombra oscura i ligera. I si miramos lo que para nosotros sois, i en nuestro respeto, sois el deseo del alma, el único paradero de nuestra vida, el propio i solo bien nuestro, para cuya possessión somos criados; i en quien sólo hallamos descanso; i a quien, aun sin conoceros, buscamos en todo quanto hacemos. Que a los bienes del cuerpo i quasi a todos los demás bienes que el hombre apetece, apetécelos como a medios para conseguir algún fin, i como a remedios i medicinas de alguna falta o enfermedad que padece. Busca el manjar porque le atormenta la hambre; allega riquezas por salir de pobreza; sigue el son dulce i vase empós de lo proporcionado i hermoso porque sin esto padecen mengua el oído i la vista. I por esta razón los deleites que nos dan estos bienes, son deleites menguados i no puros: lo uno, porque se fundan en mengua i en necessidad i tristeza; i lo otro, porque no duran más de lo que ella dura, por donde siempre la trahen junto a sí i como mezclada consigo. Porque, si no huviesse hambre, no sería deleite el comer, i, en faltando ella, faltaría él juntamente. I assí no tienen más bien de quanto dura el mal para cuyo remedio se ordenan. I por la misma razón no puede ninguno entregarse a ellos sin rienda, antes es necessario que los use, el que dellos usar quisiere, con tassa, si le han de ser conforme a como se nombran deleites, porque lo son hasta llegar a un punto cierto, i en passando dél, no lo son. Mas Vos, Señor, sois todo el bien nuestro i nuestro soberano fin verdadero; i aunque sois el remedio de nuestras necessidades, i aunque hacéis llenos todos nuestros vacíos para que os ame el alma mucho más que a sí misma, no le es necessario que padezcan mengua, que Vos por Vos merecéis todo lo que es el querer i el amor. I quanto el que os amare, Señor, estuviere más rico i más abastado de Vos, tanto os amará con más veras. I assí como Vos en Vos no tenéis fin ni medida, assí el deleite que nace de Vos en el alma, que consigo os abraza dichosa, es deleite que no tiene fin; i que quanto más crece, es más dulce, i deleite en quien el deseo, sin recelo de caer en hartura, puede alargar la rienda quanto quisiere; porque como testificáis de Vos mismo863: Quien beviere de uestra dulzura, quanto más beviere, tendrá della más sed». Claramente se ve la sublimidad i magnificencia deste decir, que en nada desdicen de una conversación, porque la grandeza del assunto las requiere; i por más sabio que sea el que trata de ella, siempre es inferior a su dignidad. Por esso es necessario que el mismo Dios inspire pensamientos levantados i que toda la naturaleza, hechura suya, inspire con su variedad admirable a hacer concebir la indecible grandeza de su criador. Levantemos pues el espíritu i bolvamos a oír a León que, imitando a David864, alabó a Dios celebrando assí sus obras maravillosas:


    Alaba, o alma, a Dios. Señor, tu alteza,
¿Qué lengua ai que la cuente?
    Vestido estás de gloria i de belleza,
I luz resplandeciente.
    Encima de los cielos desplegados
Al agua diste assiento.
    Las nubes son tus carros, tus alados
Cavallos son el viento,
    Son fuego abrasador tus mensageros,
I trueno i torvellino.
    Las tierras sobre assientos duraderos
Mantienes de contino,
    Los mares las cubrían de primero
Por cima los collados:
    Mas visto de tu voz el trueno fiero,
Huyeron espantados;
    I luego los subidos montes crecen,
Humíllanse los valles.
    Si ya entre sí hinchados se embravecen,
No passarán las calles
    Los mares que les diste i los linderos,
Ni anegarán las tierras.
    Descubres minas de agua en los oteros,
I corre entre las sierras.
    El gamo i las salvages alimañas
Allí la sed quebrantan.
    Las aves nadadoras allí bañas,
I por las ramas cantan.
    Con lluvia el monte riegas de tus cumbres,
I das hartura al llano.
    Ansí das heno al buei i mil legumbres
Para el servicio humano.
    Ansí se espiga el trigo i la vid crece
Para nuestra alegría.
    La verde oliva assí nos resplandece,
I el pan da valentía.
    De allí se viste el bosque i la arboleda,
I el cedro soberano,
    A donde anida el ave, a donde enreda
Su cámara el milano.
    Los riscos a los corzos dan guarida;
Al conejo la peña,
    Por ti nos mira el sol, i su lúcida
Hermana nos enseña
    Los tiempos. Tú nos das la noche escura
En que salen las fieras,
    El tigre, que ración con hambre dura
Te pide, i voces fieras.
    Despiertas el aurora, i de consuno
Se van a sus moradas.
    Da el hombre a su labor sin miedo alguno
Las horas situadas.
    ¡Quán nobles son tus hechos
De tu sabiduría!
    Pues ¿quién dirá el gran mar, sus anchos senos,
I quántos peces cría;
    Las naves que en él corren, la espantable
Ballena que le azota?
    Sustento esperan todos saludable
De ti, que el bien no agota;
    Tomamos, si Tú das. Tu larga mano
Nos deja satisfechos.
    Mas tornará tu soplo i renovado
Repararás el mundo.
    Será sin fin tu gloria i Tú alabado
De todos sin segundo.
    Tú que los montes ardes, si los tocas,
I al suelo das temblores.
    Cien vidas que tuviera i cien mil bocas
Dedico a tus loores.
    Mi voz te agradará, i a mí este oficio
Será mi gran contento.
    No se verá en la tierra maleficio,
Ni tirano sangriento.
    Sepultará el olvido su memoria.
Tu alma a Dios da gloria.






ArribaAbajo

Capítulo XXIII

De la donosidad en el decir i del vicio su contrario


1. Hasta ahora hemos tratado de los tres caracteres de decir i de los vicios contrarios a ellos. Ahora trataremos de las propiedades de los caracteres, quales son la donosidad i la gravedad, que erradamente pensó Demetrio Falereo o quien quiera que aya sido el autor del doctíssimo librito de la elocución, que eran caracteres verdaderos de decir.

2. La donosidad, o hermosura agraciada, o graciosidad, que los latinos llaman venustas o perfeción de belleza, es de dos maneras: más leve i más grave.

3. La donosidad, graciosidad más leve o gracejo, conviene a las comedias, i por esso es tan freqüente en Aristófanes, en Plauto, en el autor de la Scelestina, en el de la Eufrosina, que fue Jorge Ferreira de Vasconcelos, i en Bartholomé de Torres Naharro.

4. La donosidad o graciosidad más grave, es de dos maneras. La primera es para la dignidad i magestad, la qual se observa en los poetas épicos, como quando Homero compara a Nausice con Diana, i Virgilio a Dido con la misma Diana.

5. La segunda sirve para amargar a otros. I assí es terrible enfáticamente, como quando en Homero dice el Cíclope que Ulisses tendría la buena correspondencia de la hospitalidad en ser comido después de otros; gracia por cierto cruelíssima. No deja de serlo también lo que Atheas, rei de los cithas, escrivió a los de Bizancio: «No queráis ser dañosos a mis rentas, porque no vayan mis yeguas a bever a uestra tierra».

6. También ai otra distribución de graciosidad, porque ai una que contiene la gracia i donaire en las mismas cosas; otra, en la manera agraciada de tratarlas; i otra, en ambas.

7. De la primera especie son los hurtos de las ninfas, los himeneos, las cantilenas, los amores, los combites, las danzas i todas las poesías de Safo i de Anacreonte que tenemos en español, deviendo las graciosidades de aquel amoroso viejo a don Estevan Manuel de Villegas.

8. La segunda especie es quando de las cosas por su naturaleza desgraciadas sacamos la graciosidad. Assí Genofonte, en la Instrución de Ciro865, halló la graciosidad en un hombre desgraciado i berroqueño, como Aglaitadas Persiano, diciendo que más presto se sacaría dél fuego, que risa.

9. La tercera especie es quando la manera de tratar hace más agraciadas las cosas agradables, ahora lo sean por naturaleza, ahora por arte. Por naturaleza, como se ve en la admirable descripción de la Noche serena, que dirigió frai Luis de León a don Oloarte, esto es, según yo pienso, a quien desea alabar a Dios, cantando assí divinamente:


    Quando contemplo el cielo
De innumerables luces adornado,
I miro hacia el suelo
De noche rodeado
En sueño i en olvido sepultado;
    El amor i la pena
Despiertan en mi pecho un ansia ardiente
Despiden larga vena,
Los ojos hechos fuente,
Oloarte, i digo al fin con voz doliente:
    Morada de grandeza,
Templo de claridad i hermosura,
El alma que a tu alteza
Nació; ¿qué desventura
La tiene en esta cárcel baja escura?
    ¿Qué mortal desatino
De la verdad aleja assí el sentido?
Que de tu bien divino,
Olvidado, perdido
Sigue la vana sombra, el bien fingido.
    El hombre está entregado
Al, sueño, de su muerte no cuidando;
I con passo callado
El cielo bueltas dando,
Las horas del vivir le va hurtando.
    ¡O!, despertad mortales,
Mirad con atención en uestro daño.
Las almas inmortales
Hechas a bien tamaño,
¿Podrán vivir de sombras i de engaño?
    ¡Ai!, levantad los ojos
A aquesta celestial eterna esfera,
Burlaréis los antojos
De aquesta lisongera
Vida, con quanto teme i quanto espera.
    ¿Es más que un breve punto
El bajo i torpe suelo comparado
Con esse gran trasunto,
Do vive mejorado
Lo que es, lo que será, lo que ha passado?
    Quien mira el gran concierto
De aquestos resplandores eternales,
Su movimiento cierto,
Sus passos desiguales,
I en proporción concorde tan iguales;
    La luna como mueve
La plateada rueda i va empós della
La luz do el saber llueve,
I la graciosa estrella
De amor la sigue reluciente i bella;
    I como otro camino
Prosigue el sanguinoso Marte airado
I el Júpiter benino,
De bienes mil cercado,
Serena el cielo con su rayo armado.
    Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
Tras él la muchedumbre
Del reluciente coro
Su luz va repartiendo i su thesoro.
    ¿Quién es el que esto mira
I precia la bageza de la tierra,
I no gime ¡suspira,
I rompe lo que encierra
El alma, i destos bienes la destierra?
    Aquí vive el contento,
Aquí reina la paz, aquí assentado
En rico i alto assiento
Está el amor sagrado,
De glorias i deleites rodeado.
    Inmensa hermosura
Aquí se muestra toda, i resplandece
Claríssima luz pura,
Que jamás anochece,
Eterna primavera aquí florece.
    ¡O campos verdaderos!
¡O prados con verdad frescos i amenos!
¡Riquíssimos mineros!
¡O deleitosos senos,
Apuestos valles, de mil bienes llenos!



10. Las cosas gustosas i apetitosas, se hacen más sabrosas por el arte de sazonarlas i aderezarlas, como se ve en el discreto romance que hizo el príncipe de Esquilache alabando la vida del solitario virtuoso:


    Dichoso es el silencio
De una inculpable vida;
Por el peligro humana,
Por la quietud divina.
    Entre las soledades
No ai recelar envidias,
Pues se mudó el contento
Donde el temor vivía.
    No ai suerte, ni ventura,
Donde es la mayor dicha
Olvidarse de todo,
Quando todos le olvidan.
    Como es estrecha senda
Por donde el bien camina,
Los locos la rehúsan
I los cuerdos la pisan.
    Quien lleva en todos tiempos
A la verdad por guía,
Por norte al desengaño,
Nunca en mar peligra.
    Quien no surcó las olas,
No se perdió en la orilla
Por falta de esperiencia,
Por sobra de codicia.
    Mal creyera el engaño,
Que vivir se podía
Vida tan diferente
Con una vida misma.
    Contento con la suerte,
Sin ambición prolija,
Hace mayor desprecio
De lo que más estiman,
    Que un pecho codicioso,
Que siempre a más aspira,
No atiende a lo que falta,
Sino a lo que imagina.
    Que la mejor fortuna,
Si se busca, fatiga;
Si se alcanza, desvela;
Si se pierde, lastima.
    ¿Quién fue jamás tan loco,
Que aviendo en pocos días
De perder lo adquirido
Emprenda una conquista?
    En todo tiempo ha sido
Diligencia perdida,
Donde jamás vivieron,
Buscar las alegrías.



11. El adorno se considera en tres cosas: en las sentencias, en la locución, o habla, i en la composición.

12. Los lugares de las sentencias a lo menos son tres. El primero, es de los proverbios o dichos célebres admitidos como verdades esperimentadas dichas con gracia. El segundo, de las fábulas como las de Isopo, que redugeron al verso Fedro, ahorrado del emperador Tiberio; Rufo Festo Avieno, i don Fernando Ruiz de Villegas; i tradujo en prosa castellana el maestro Pedro Simón Abril. El tercero, la mudanza del temor, como si uno, viendo alguna cuerda o raíz de árbol, pensare que es serpiente i temiere, i luego reconociere lo que es.

13. Se diferencia mucho lo ridículo de lo agraciado. Primeramente se distinguen en la materia, porque las cosas que de su naturaleza son agraciadas, no causan risa; pero sí las ridículas, que tienen una fealdad, sin dolor o admiración. En segundo lugar, por la dicción, que en las cosas graciosas es agraciada; i en las ridículas, vulgar. En tercer lugar por el fin, porque en aquéllas ai deleite i alabanza, i en éstas risa. I finalmente en el lugar, porque en las cosas agraciadas puede aver tragedia engrandecedora de las cosas; en las ridículas, no. Don Francisco de Quevedo Villegas se dedicó mucho al estilo ridículo; i no pocas veces le afectó don Luis de Góngora anteponiendo el aplauso popular al de los eruditos juiciosos. Quizá conocía su poca erudición original i el gusto estragado de la mayor parte de los contemporáneos, faltos de las letras de humanidad, i tenía por máxima escrivir a contentamiento de sus letores lo que dice en unas letrillas hechas al desengaño, después de aver hablado con seriedad:


    ¿Pero quién me mete
En cosas de seso,
I en hablar de veras
En aquestos tiempos?
    Porque el que más trata
De burlas i juegos,
Esse es quien se viste
Más a lo moderno.



14. Por esso en un romance amoroso, descriviendo ridículamente a su dama, dijo assí:


    La ceja entre parda i negra,
Mui más larga que sutil,
I los ojos más compuestos
Que son los de Quis, vel Qui.



15. I esto baste en quanto a las sentencias.

16. La graciosidad de las palabras, o atiende a la elegancia, o a la dignidad, o a lo figurado.

17. Al primer modo, que es el de las palabras, pertenecen las juntadas i ditirámbicas, como boquisumido, boquiconejudo, boquifruncido.

18. También las innovadas, o formadas de nuevo, como quando dijo don Estevan Manuel de Villegas866:


    Bien sé que ai Arquímedes mentirones;
Mas es fuerza que caiga lo violento,
Por más que geometricen sus razones.



I Gregorio Silvestre, en la Visita de amor:


   Un vegecete pulido,
Livianete enamorado,
El seso verde i florido,
Entró allí mui requebrado.



19. También las palabras tomadas de la gente baja, pero usadas convenientemente, de que ai grande abundancia de egemplos en las comedias de Plauto, especialmente en las pláticas de los esclavos i en la Atalaya de la vida de Matheo Alemán.

20. A la dignidad, o autoridad i grandeza de las voces i sentencias, pertenecen los tropos i las figuras, assí de palabras como de sentencias.

21. Entre los tropos tienen la primacía las metáforas i las alegorías.

22. Entre las figuras de sentencias se da preferencia a la anáfora, o repetición en el principio; i a la anadiplosis, o repetición en el fin i en el principio inmediato. Elegante egemplo de la anáfora es éste de don Diego Hurtado de Mendoza a don Simón Silveira:


Suave cosa es servir muger mui rara,
Suave cosa admirar quanto hiciere,
Suave cosa en verdad; mas cuesta cara.



I aun es mejor la anáfora del mismo don Diego a Marfira, en la carta escrita a Juan Boscán:


    Por ti me place este lugar sabroso,
Por ti el olvido dulce con concierto,
Por ti querría la vida i el reposo.
    Por ti la ardiente arena en el desierto,
Por ti la nieve elada en la montaña,
Por ti me place todo desconsuelo.



23. I de la anadiplosis este otro de Alonso de Velasco:


    Pues éste uestro amador,
Amador uestro se da;
Dase con penas de amor,
Amor que pone dolor,
Dolor que nunca se va.



24. También se alaba en la dignidad la concisión, o brevedad de la plática, pues es cierto lo que cantó don Alonso de Ercilla:


    Que no ai tan dulce estilo i delicado,
Ni pluma tan cortada i sonorosa
Que en un largo discurso no se estrague,
Ni gusto que un manjar no lo empalague.



Es buen egemplo de estilo cortado quando dijo don Diego Hurtado de Mendoza, en el libro segundo de las Guerras de Granada867: «En esto la gente de Granada, libre del miedo i de la necessidad, tornó a la passión acostumbrada. Embiavan al rei personas de su ayuntamiento, pedían nuevo general, nombravan al marqués de los Vélez, engrandeciendo su valor, consejo, paciencia de trabajos, reputación, partes que aunque concurriessen en él, la mudanza de voluntades i los mismos oficios hechos en su perjuicio dende a pocos días, que entonces en su favor mostravan no averse movido los autores con fin de loallas porque fuessen tales. Calumniavan al de Mondéjar que permitía mucho a sus oficiales, que no se guardavan las vituallas, que los ganados, pudiendo seguir el campo, se llevavan a Granada, que no se ponía cobro en los quintos i hacienda del rei; que teniendo presidente, cabeza en los negocios de justicia, tantas personas graves i de consejo en la chancillería, un ayuntamiento de ciudad, un corregidor solícito, tantos hombres prudentes, no solamente no les comunicava las ocasiones en general, pero de los sucessos no les dava parte por escrito, ni de palabra; antes indignado por competencias de jurisdiciones, preheminencias de assientos, o maneras de mandar, sabían de otros la causa por que se les mandava que recibiessen el mandamiento. Loavan la diligencia del presidente en descubrir los tratados, los consejos, los pensamientos de los enemigos, entretener la gente de la ciudad, exhortar a los señores del reino que tomassen las armas, en particular al marqués de los Vélez; otras demostraciones, que atribuidas al servicio del rei eran juzgadas por honestas; i a su particular, por tolerables; empressas de reputación autoridad; no desdeñando, ni ofendiéndola; i que en fin como quiera eran de suyo provechosas al beneficio público; que la guerra no estava acabada, pues los enemigos aún andavan en pie; que las armas entregadas eran inútiles i viejas; mostrávanse indignados i rebeldes, resolutos a no mandarse por el marqués. Los alcaldes (oficio usado a seguir el rigor de la justicia, i aun el de la venganza, porque qualquiera dilación o estorvo tienen por desacato) culpavan la tibieza en el castigar, recebir a merced i amparar gente traidora a Dios i al rei; las armas en mano de padre i hijo; oprimida la justicia i el govierno; llena Granada de moros, mal defendida de christianos; muchos soldados i pocos hombres; peligros de enemigos i defensores; deshaciendo por un cabo la guerra i criándola por otro. Por el contrario los amigos, allegados del marqués i su casa, decían: Que la guerra era libre; los oficiales i soldados, concegiles i essos sin sueldo, movidos de su casa por la ganancia; los ganados havidos de los enemigos; que por todo se hallaría, que la carne i el trigo i cevada se aprovechava de día en día; que mal se podían fundar presidios para guarda de vitualla con tan poca gente; ni assegurar las espaldas, sino andando tan pegados con los enemigos, que les mostrassen las cuerdas de los arcabuces i los hierros de las picas; que los quintos tenían oficiales del rei en quien se depositavan i passavan por almonedas; que los oficios eran tan apartados, i los consejos de la guerra requerían tanto secreto, que fuera della no se acostumbrava comunicarlos con personas de otra professión, aunque más autoridad tuviessen, porque como plática estraña de sus oficios, no sabían en qué lugar se devía poner el secreto; que tras el publicar venía el yerro i tras el yerro el castigo; i que como el presidente i oidores o alcaldes no le comunicavan los secretos de su acuerdo, assí él no comunicava con ellos los de la guerra; ni se vían, ni avía causas por que huviesse esta desigualdad, o fuesse autoridad o superioridad. De lo que toca al corregidor i la ciudad, burlavan, como cosa de concejo i mezcla de hombres desigual. Que los que eran para entender la guerra, andavan en ella i servían ellos o sus hijos al rei; i obedecían al marqués sin passión. Que los cumplimientos eran parte de buena crianza; i cada uno, si quería ser mal quisto, podía ser mal criado. Que trayendo tan a la continua la lanza en la mano, mal podía desembarazalla para la pluma; que la guerra era acabada según las muestras; i el castigo se guardaría para la voluntad del rei; i entonces temían su lugar la mano i la indignación de las justicias; i si decían que sobresanada, porque estavan los enemigos en pie, armados; lo sobresanado o acabado; lo armado i desarmado es todo uno, quando los enemigos, o se rinden, o están de manera que pueden ser oprimidos sin resistencia, como lo estavan a la sazón los del reino i la ciudad de Granada; que de aquello servía la gente en el Albaicín i la Vega, la qual como entretenida con alojamientos i sin pagas, no podían sino dar pesadumbre i desordenarse; ni como poco plática, saber la guerra tan de molde, que no se les pareciesse que eran nuevos. Pero la carga de lo uno i de lo otro estava sobre los enemigos, a quien ellos decían que se avía de dar riguroso castigo; lo qual aunque se difería, no se olvidava; que espantallos sin tiempo era perder el fin i las comodidades que se podían sacar dellos; que las personas quando eran tales, siempre serían provechosas, especialmente las que sirviessen a su costa, como la del marqués de los Vélez, provada para qualquier gran cargo que estuviesse sin dueño, &c».

25. En las figuras de sentencia apetece la graciosidad, la imagen i la parábola, o cotejo; pero aquélla no deve passar los límites de la moderación, porque si es hiperbólica o ponderativa, conviene al estilo soso, desacreditando la seriedad de quien habla.

26. Fuera desto se adorna bien la graciosidad con la epanorthosi, corrección, o emienda, pero con mucha mayor admiración, con el decir no esperado, qual es éste que en boca de un labrador introdujo Miguel de Cervantes Saavedra en una audiencia de Sancho Panza868: «Si va a decir la verdad, la doncella es como una perla oriental, i mirada por el lado derecho parece una flor del campo; por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo que le saltó de viruelas. I aunque los hoyos del rostro son muchos i grandes, dicen los que la quieren bien que aquéllos no son hoyos, sino sepulturas, donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia, que por no ensuciar la cara, trahe las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; i con todo esso parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, i a no faltarle diez o doce dientes i muelas, pudiera passar i echar raya entre las más bien formadas. De los labios no tengo qué decir, porque son tan sutiles i delicados, que si se usara aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja, pero como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul i verde, i aberengenado».

27. Finalmente, gusta la graciosidad de la acusación encubierta. Tal fue la que usó Cicerón contra Quinto Hortensio869. Avía éste defendido a Cayo Verres tratándose de la tassación de las costas de su pleito, i por aquella defensa recibió una esfinge de marfil. Cicerón, indirectamente dijo algo contra Hortensio; i aviendo dicho éste que no sabía soltar enigmas, le instó Cicerón diciendo: «Pues en casa tienes la esfinge», aludiendo a que según la historia fabulosa la esfinge proponía enigmas. También es mui propia de la graciosidad la sencillez del decir que caracteriza al que habla, i más si se añade una dissimulada reprehensión. Uno i otro se ve en la descripción que hizo el ama de Don Ouijote de quán mal parado bolvió éste de su segunda salida, i quánto le reparó ella, i en la respuesta socarrona de Sansón Carrasco870: «La segunda (vez) vino en un carro de bueyes, uncido i encerrado en una jaula, a donde él se dava a entender que estava encantado; venía tal él triste, que no le conociera la madre que le parió, flaco, amarillo, los ojos hundidos en los últimos camaranchones del celebro, que para avelle de bolver algún tanto en sí, gasté más de seiscientos huevos, como lo sabe Dios i todo el mundo, i mis gallinas que no me dejarán mentir. Esso creo yo mui bien, respondió el Bachiller, que ellas son tan buenas, tan gordas i tan bien criadas, que no dirán una cosa por otra, si rebentassen».

28. Resta tratar de la composición, que en quanto al ayuntamiento requiere suavidad; en quanto a la orden en la congerie, agregación, o amontonamiento, coloca las cosas vulgares en primer lugar; las nuevas i desusadas, en el postrero; en quanto al período, ama los miembros iguales en quanto al número rhetórico, de tal suerte usa de versos enteros, o quebrados, que nadie lo perciba de manera que le dissuene. A veces, aunque pocas, también se acota en la oración el verso de algún poeta, como lo hizo Cicerón en la oración contra Lucio Pisón871. Pero principalmente lo practicó en los libros filosóficos, porque entre los Gentiles lograron los poetas la estimación de ser los hombres más sabios i de enseñanza más gustosa.

29. De lo dicho hasta aquí se infiere quán dificultoso es conseguir la donosidad en el decir. Pero supuesto que sabemos ya en qué consiste, veamos un egemplo della i séalo el siguiente de frai Luis de León, no menos donoso que juicioso: «No ha de ser costosa ni gastadora la perfeta casada, porque no tiene para qué lo sea. Porque todos los gastos que hacemos son para proveer o la necessidad, o al deleite; para remediar las faltas naturales con que nacemos, de hambre i desnudez; o para bastecer a los particulares antojos i sabores que nosotros nos hacemos por nuestro vicio. Pues a las mugeres en lo uno la naturaleza les puso mui grande tassa, i en lo otro las obligó a que ellas mismas se la pusiessen. Que si decimos verdad i miramos lo natural, las faltas i necessidades de las mugeres son mucho menores que las de los hombres. Porque lo que toca al comer, es poco lo que les basta, por razón de tener menos calor natural. I assí es en ellas mui feo ser golosas o comedoras. I ni más ni menos quanto toca al vestir, la naturaleza las hizo por una parte ociosas para que rompiessen poco, i por otra asseadas para que lo poco les luciesse mucho. I las que piensan que a fuerza de posturas i vestidos han de hacerse hermosas, viven mui engañadas, porque la que lo es, [rebuelta, lo es] i la que no, de ninguna manera lo es ni lo parece; i quanto más se atavía, es más fea. Mayormente, que la buena casada, de quien vamos tratando, qualquiera que ella sea, fea o hermosa, no ha de querer parecer otra de lo que es, como se dirá en su lugar. Assí que quanto a lo necessario, la naturaleza libró de mucha costa a las mugeres; i quanto, al deleite i antojo, las ató con mui estrechas obligaciones para que no fuessen costosas. I una dellas es el encogimiento, i modestia i templanza, que deven a su natural. Que aunque el desorden i demasía, i el dar larga rienda al vano i no necessario deseo, es vituperable en todo linage de gentes; en el de las mugeres, que nacieron para la sugeción i humildad, es mucho más vicioso i vituperable. I con ser esto assí, no sé en qué manera acontece, que quanto son más obligadas a tener este freno, tanto quanto lo rompen, se desenfrenan más que los hombres i passan la raya mucho más; i no tiene tassa ni fin su apetito. I assí sea ésta la segunda causa que las obliga a ser mui templadas en los gastos de sus antojos, porque si comienzan a destemplarse, se destemplan sin término, i son como un pozo sin suelo que nada les basta; i como una carcoma, que de contino roe; i como una llama encubierta, que se estiende sin sentir por la casa i por la hacienda, hasta que la consume. Porque no es gasto de un día el suyo, sino de cada día; ni costa que se hace una vez en la vida, sino que dura por toda ella; ni son, como suelen decir, muchos pocos, sino muchos i muchos. Porque si dan en golosear, toda la vida es el almuerzo, i la merienda, i la huerta, i la comadre, i el día bueno. I si dan en galas, passa el negocio de passión, i llega a increíble desatino i locura. Porque hoi un vestido, i mañana otro, i cada fiesta con el suyo; i lo que hoi hacen, mañana lo deshacen; i quanto veen, tanto se les antoja. I aun passa más adelante el furor, porque se hacen maestras e inventoras de nuevas invenciones i trages, i hacen honra de sacar a luz lo que nunca fue visto. I como todos los maestros gusten de tener dicípulos que los imiten, ellas son tan perdidas que, en viendo en otra sus invenciones, las aborrecen, i estudian, i se desvelan por hacer otras. I crece la frenesía más, i ya no les place tanto lo galano i hermoso, como lo costoso i preciado, i ha de venir la tela de no sé dónde; i el brocado de más altos; i el ámbar que bañe el guante i la cuera; i aun hasta el zapato, el qual ha de relucir en oro también, como el tocado; i el manteo ha de ser más bordado que la vasquiña; i todo nuevo, i todo reciente, i todo hecho de ayer para vestirlo hoi i arrojarlo mañana. I como los cavallos desbocados quando toman el freno, quanto más corren, tanto van más desapoderados; i como la piedra que cae de lo alto, quanto más desciende, tanto más se apressura; assí la sed destas crece en ellas con el bever; i un gran desatino, i excesso que hacen les es principio de otro mayor, i quanto más gastan, tanto les aplace más el gastar. I aun ai en ello otro daño mui grande, que los hombres si les acontece ser gastadores, las más veces lo son en cosas, aunque no necessarias, pero duraderas o honrosas; o que tienen alguna parte de utilidad i provecho, como los que edifican suntuosamente i los que mantienen grande familia o como los que gustan de tener muchos cavallos; mas el gasto de las mugeres es todo en el aire: el gasto mui grande, i aquello en que se gasta, ni vale ni luce; en bolantes, i en guantes, i en pebetes, i cazoletas, i azabaches, i vidrios, i musarañas, i en otras cosillas de la tienda, que ni se pueden ver sin asco, ni menear sin hedor. I muchas veces no gasta tanto un letrado en sus libros, como alguna dama en enrubiar los cabellos. Dios nos libre de tan gran perdición. I no quiero ponerlo todo a su culpa, que no soi tan injusto, que gran parte de aquesto nace de la mala paciencia de sus maridos. I passara yo agora la pluma a decir algo dellos si no me detuviera la compassión que les he. Porque si tienen culpa, pagan la pena della con las serenas. Pues no sea la perfeta casada costosa ni ponga la honra en gastar más que su vecina, sino tenga su casa más bien abastada que ella, i más reparada, i haga con su aliño i aseo que el vestido antiguo le esté como nuevo, i que con la limpieza qualquiera cosa que se pusiere, le parezca mui bien, i el trage usado i común cobre de su aseo della, no usado, ni común parecer. Porque el gastar en la muger es contrario de su oficio i demasiado para su necessidad, i para los antojos, vicioso i mui torpe; i negocio infinito que assuela las casas i empobrece a los moradores i los enlaza en mil trampas, i los abate, i envilece por diferentes maneras».

30. La cacozelia se opone a la graciosidad, que Quintiliano dijo872 ser una mala afectación, la qual tiene lugar en todo género de decir. I assí incurre en ella el decir hinchado, nada suave i que empalaga por demasiadamente dulce, sobreabundante, traído, como suele decirse, por los cabellos, i mui sobresaliente. Por último, afectadamente malo se llama todo lo que traspassa las buenas maneras de decir, lo qual sucede siempre que el ingenio del que habla carece de juicio i se engaña con aparencia de bien, que es el peor vicio que puede tener la eloqüencia para quien la practica, porque equivoca la inperfeción con la perfeción. Lo peor pues deste vicio, es que los demás se huyen i éste se apetece, como especialmente se ve en el pedantismo. La cacozelia pues, o mala afectación, en parte consiste en las sentencias, como aquella del que dijo: «Centauro cavalgando a sí mismo»; i en parte en las palabras, como a cada passo se ve en las obras de don Luis de Góngora que, por afectar un lenguage distinto de los demás, usava con freqüencia de voces i frasis latinas. Consiste también la cacozelia en la composición, si es anapéstica o semejante a los versos muelles. Séneca observó muchos egemplos de la cacozelia en Arruncio873, i nosotros pudiéramos observar muchos más en nuestros escritores clássicos sino tratássemos de estimar antes sus graciosidades que de notar sus sosedades.




ArribaAbajo

Capítulo XXIV

De la gravedad en el decir del vicio que le es opuesto


1. Hemos tratado de la graciosidad i cacozelia o mala afectación; falta escrivir de la gravedad, que hace la oración desapacible i picante, como se puede observar en esta manera de decir de don Diego de Saavedra en la Idea de un Príncipe Político Christiano874: «No se fíe el príncipe poderoso en las demostraciones con que los demás le reverencian, porque todo es fingimiento i diferente de lo que parece. El agrado es lisonja; la adoración, miedo; el respeto, fuerza; i la amistad, necessidad. Todos con astucia ponen assechanzas a su sencilla generosidad, con que juzga a los demás. Todos le miran a las garras i le cuentan las presas. Todos velan por vencelle con el ingenio no pudiendo con la fuerza. Pocos o ninguno le trata verdad, porque al que se teme, no se dice; i assí no deve dormir en confianza de su poder. Deshaga el arte con el arte i la fuerza con la fuerza. El pecho magnánimo prevenga dissimulado i cauto, i resista valeroso i fuerte los peligros».

2. Las sentencias propias de la gravedad por sí son picantes, como se ve en el egemplo propuesto, i si se añaden chistes, son salpimentados.

3. La locución o habla, parte se considera en cada una de las palabras que pertenecen a la primera parte de la elocución o modo perfeto de esplicar los pensamientos con palabras, i parte en los tropos i figuras.

4. Del primer género son las palabras compuestas, como cariacontecido, i las que tienen aspereza, como horroroso.

5. De los tropos sirven a la gravedad las metáforas, que amplifican las cosas, i también las alegorías, la énfasis, hipérbole i eufemismos.

6. De las figuras de sentencia pertenecen acá la asíndeton, anáfora, epizeuxis i la gradación o gradería, pero huye de palabras semejantes i de otros juguetes propios de quien se entretiene i no de quien ofende i moteja.

7. De las figuras de sentencia se estiman principalmente la preterición, aposiopesis, prosopopeya, icón o imagen, la interrogación, la contrariedad, la epanastasis o insulto de la oración i, finalmente, la oración que zahiere o satiriza a alguno.

8. Esta se hace de muchos modos: porque unas veces habla el orador ambiguamente, como Cicerón contra Hortensio875; en otras, se reviste de la persona de otro. I a las veces porque no es cosa segura hablar señaladamente de alguno, se dice generalmente lo que se suele o deve hacerse, o preguntando amigablemente se saca una confessión ingenua i generosa.

9. Resta la composición, la qual en quanto al ayuntamiento es laxa o floja (que los latinos dicen hiulca o hendida) en las vocales, i en las consonantes, áspera.

10. En quanto a la orden, en la última parte del período coloca lo que es más áspero i más horrible.

11. En quanto al período, usa principalmente de miembros compuestos de incisos, i de períodos apretados, i vibrados en el fin. Como se ve en este egemplo de don Diego de Saavedra876: «Si los buenos se suelen hacer malos en la grandeza de los puestos, los malos se harán peores en ella. I si aun castigado i infamado el vicio tiene imitadores, más los tendrá si fuere favorecido i exaltado. En pudiendo la malicia llegar a merecer los honores, ¿quién seguirá el medio de la virtud? Aquélla, en nosotros es natural; ésta, adquirida o impuesta. Aquélla, arrebata; ésta, espera los premios, i el apetito más se satisface de su propia violencia que del mérito; i como impaciente, antes elige pender de sus diligencias, que del arbitrio ageno. Premiar al malo ocupándole en los puestos de la república, es acovardar al bueno i dar fuerzas i poder a la malicia. Un ciudadano injusto poco daño puede hacer en la vida privada: contra pocos egercitará sus malas costumbres; pero en el magistrado contra todos, siendo árbitro de la justicia i de la administración i govierno de todo el cuerpo de la república. No se ha de poner a los malos en puestos donde puedan egercitar su malicia. Advertida deste inconveniente la naturaleza, no dio alas ni pies a los animales mui venenosos, porque no hiciessen mucho daño. Quien a la malicia da pies o alas, quiere que corra o que buele. Suelen los príncipes valerse más de los malos que de los buenos, viendo que aquéllos son ordinariamente más sagaces que éstos, pero se engañan, porque no es sabiduría la malicia ni puede aver juicio claro donde no ai virtud».

12. El vicio contrario a la gravedad se llama ligereza, que también consiste en las cosas, en las palabras i en la composición.

13. En las cosas se peca si son puercas o sucias, como quando dijo don Luis de Góngora:


    Quando ha de echarme la musa
Alguna ayuda de Apolo,
Desatácase el ingenio,
I algunos papeles borro.



Donde es de advertir que la suciedad no está en la palabra ayuda considerada por sí, sino en usar della en sentido metafórico o trasladado sucio, como es el clistel, quando no se habla de medicina, porque entonces es palabra propia i no sucia; i mucho menos lo es quando hablando de las cosas dificultosas se dice: Dios i ayuda; Dios dice, ayúdate i ayudarte he; A quien madruga Dios le ayuda; La fortuna ayuda a los osados; Dios ayuda a los mal vestidos; i lo mismo deve decirse de ayuda de cámara i ayuda de costa. Mas digo que, para que la palabra sea sucia o puerca, no basta que lo sea la cosa, sino que es menester que su espressión excite en la imaginación alguna idea que provoque a asco. I assí, aunque el puerco sea sucio, no lo es su nombre. I por esso Cervantes hizo burla de los que, quando usan deste vocablo, piden perdón. Sus palabras son éstas877: «Un porquero, que andava recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos (que sin perdón assí se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen». Es mui freqüente en los labradores nombrar el estiércol pidiendo perdón a los oyentes. A este propósito es mui del caso trasladar aquí lo que escrivió Fernando de Herrera en sus Anotaciones al noveno soneto de Garci-Lasso de la Vega: «Por nuestra inorancia (dice) avemos estrechado los términos estendidos de nuestra lengua, de suerte que ninguna es más corta i menesterosa que ella, siendo la más abundante i rica de todas las que viven ahora; porque la rudeza i poco entendimiento de muchos la han reducido a estrema pobreza, escusando por delicado gusto, siendo mui agenos del buen conocimiento las diciones puras, propias i elegantes; una vez por ser usadas i comunes; otra, por no incurrir en la ambigüidad de la sinificación, dándole sentido torpe contra razón i contra todo el uso de las demás lenguas; ¿por qué causa no deven ser admitidas estas voces, natura, ayuda, siendo bien formadas, i analógicas, i sinificantes, i otras infinitas desta suerte? ¿Quién es tan bárbaro i rústico de ingenio que huya el trato desta dición, lindo, que ninguna es más linda, más bella, más pura, más suave, más dulce, i tierna, i bien compuesta, i ninguna lengua ai que pueda alabarse de otra palabra mejor que ella? ¿Por ventura es mejor el uso de las estrangeras? ¿Es justo que perdamos nuestra lengua propia i abracemos la estraña? Los italianos, hombres de juicio i erudición, i amigos de ilustrar su lengua, ningún vocablo dejan de admitir, sino los torpes i rústicos; mas nosotros olvidamos los nuestros nacidos en la ciudad, en la corte, en las casas de los hombres sabios, por parecer solamente religiosos en el lenguage i padecemos pobreza en tanta riqueza i en tanta abundancia &c».

14. También se peca en las cosas si son torpes i obscenas, como muchas de los assuntos de invención que escrivió don Francisco de Quevedo Villegas.

15. En las palabras también se falta si no corresponden a las cosas, como si uno llamasse disgusto al enojo.

16. Finalmente en la composición, si la oración es semejante a la desencasada; si los miembros no están atados, sino semejantes a los quebrados; si los períodos son largos, de suerte que casi sofoquen al que los pronuncia por falta de haliento.

17. Hasta aquí de los caracteres de decir i de sus propiedades; i con esto se acaba la dotrina de la elocución, en cuyo assunto, tratando de los vicios de ella, he querido ser escaso en los egemplos por considerar que, siendo mui poco estimado el uso de la crítica, es odiosíssimo quien la professa, aunque sea con prudente templanza i con la justa intención de que por la censura de los vicios en el decir, se venga en conocimiento de ellos i se procure evitar su prática.




ArribaAbajo

Capítulo XXV

De los estilos ático, asiático, rhodio i lacónico


1. Aviendo tratado hasta aquí de los tres caracteres de decir, sublime, bajo i mediano, i de sus afecciones o propriedades, queda por advertir que es distinta la división de los estilos ático, asiático i rhodio: porque esta distinción no se refiere a los caracteres de decir, sino a las diversas maneras de hablar que por costumbre general tenían muchas naciones, i atendidas éstas, podemos también añadir por mui celebrado en la antigüedad el estilo lacónico. Para inteligencia desto conviene saber que, antiguamente, en ninguna parte floreció tanto la eloqüencia como en Athenas, donde huvo hombres mui sabios deseosos de ser tenidos por tales i consiguientemente de esplicarse con la mayor perfeción; para lo qual se requiere comprehender muchas ideas en pocas palabras, que es lo mismo que decir una sabiduría esplicada con brevedad.

2. Es propio del hombre sabio decir ni más ni menos de lo que conviene al assunto, esto es, ni ser sobreabundante ni corto en el hablar. Acomoda bien las palabras a las ideas i las ideas a las cosas; anima los pensamientos con las passiones correspondientes, los embellece con sentencias, los ameniza con descripciones hermosas i naturales, lo ordena todo con claridad i buen méthodo i lo espressa con palabras puras, propias, escogidas i bien dispuestas, que fácilmente se pronuncian i con gusto se oyen; discurriendo suspende los ánimos, diciendo bien los arrebata, con el mirar honesto los cautiva, i con las acciones agraciadas los asombra, como Demósthenes. Es pues el estilo ático, sabio, breve, no sobreabundante, no escaso, afectuoso con dulzura, sentencioso sin afectación, ameno, diferenciado, claro, propio, espressivo, sonoroso i totalmente agradable.

3. La eloqüencia ática quiso peregrinar por el Asia878, i saliendo del Pireo, puerto de Athenas, a la qual igualava en grandeza i vencía en utilidad, navegó a las islas i corrió toda el Asia, i deseando comunicarse a sus moradores, ellos, poco instruidos en las ciencias, la inficionaron con sus malos modos de decir. Porque los que sabían menos que los athenienses i querían parecer iguales en el saber i decir, afectaron la abundancia de pensamientos i se hicieron sobreabundantes; quisieron ostentar la agudeza de ingenio, i por decir con mayor novedad, hablaron con menos juicio; quisieron mover los ánimos, i se manifestaron impertinentemente afectuosos; desearon ostentar su saber, i se hicieron enfadosamente sentenciosos. Pusieron cuidado en el escogimiento de las palabras, i formaron una oración voluble i brillante, pero desnervada i sin las fuerzas convenientes. Tal era pues el estilo asiático, sobreabundante con demasía, poco juicioso, desanimado, impertinentemente sentencioso, flojo, hinchado i aparente como un oropel.

4. Los de Rhodas, más sabios que los asiáticos, pero menos que los athenienses, por una parte imitaron las perfeciones destos i por otra cayeron en las inperfeciones de aquéllos; i se acostumbraron a un estilo que tenía una medianía entre el ático i asiático, más copioso que el ático i menos sobreabundante que el asiático. Esquines, orador insigne, competidor de Demósthenes, aviendo sido desterrado de Athenas, fue a Rhodas i allí introdujo los estudios de los athenienses879, i según Plutarco880, fundó una escuela llamada rhodiaca, la qual tuvo insignes maestros de eloqüencia i señaladamente a Apolonio de Molón, a quien oyeron con gusto i aprovechamiento los romanos más eloqüentes, como Cayo Julio César881, Marco Tulio Cicerón882, Marco Bruto883 i Cayo Cassio Longino884. Si bien se observa, la escuela de Rhodas fue inferior a la de Athenas, porque la una era rhetórica i la otra oratoria, quiero decir, la de Rhodas más egercitada en las declamaciones o ensayos de orar que en las oraciones prácticas. Pero los que salieron de la escuela de Rhodas i se dieron al egercicio práctico de orar, fueron insignes oradores, como los romanos ya referidos, aunque diversos entre sí, según la diversidad de ingenios, genios, aplicación i egercicio, aviendo sido Julio César mui aficionado al escogimiento de las palabras i a la oración señoril i espléndida, i, como dicípulo de Cratipo, a decir con abundancia885. De Cicerón no ai que decir sino que él solo recogió en sí las bondades i bellezas de decir de todos los oradores. Marco Bruto fue nervioso, breve i sutil. Cayo Cassio, aunque egercitado en oír declamar a Cicerón886, fue conciso i cortado en el decir, como lo manifiestan sus cartas.

5. Pero bolviendo a los tres estilos, ático, asiático i rhodio, para dar una idea perfeta de ellos convendría mucho cotejar las mejores oraciones de los más eloqüentes athenienses con las mejores de los asiáticos i rhodios, haciendo ver aquella sanidad de oración, que alabó Cicerón en el estilo ático887, el juicio prudente i sincero, nada estragado, según Quintiliano888, no sobreabundante ni hueco, apretado, limado i limpio. Al contrario los asiáticos, como los de Caria, i Frigia, i Misia889 nada pulidos i elegantes, se apropiaron un estilo, digámoslo assí, fecundo i engrassado, que los de Rhodas sus vecinos, mediando poco mar entre ellos, nunca aprovaron, i otros griegos mucho menos, i los athenienses totalmente reprovaron.

6. Si comparamos pues los tres estilos, el ático es más perfeto que el rhodio; i el rhodio, que el asiático; pero éstos no son caracteres, sino modos nacionales de decir; i cada uno de los dichos estilos en su manera contenía los tres caracteres: sublime, bajo i mediano.

7. Esto supuesto, si conforme lo que digeron los antiguos, nos es permitido poner egemplos de los tres estilos, podemos decir que es ático este de frai Luis de León890: «Si en el cuerpo de Christo se descubre i reluce tanto la figura divina, ¿quánto más espressa imagen suya será su santíssima ánima?, la qual verdaderamente, assí por la perfeción de su naturaleza, como por los thesoros de sobrenaturales riquezas que Dios en ella ayuntó, se assemeja a Dios i le retrata más vecina i acabadamente que otra criatura ninguna. I después del mundo original, que es el Verbo, el mayor mundo i el más vecino original es aquesta divina alma, i el mundo visible comparado con ella es pobreza i pequeñez, porque Dios sabe i tiene presente delante los ojos de su conocimiento, todo lo que es i puede ser, i el alma de Christo vee con los suyos todo lo que fue, es i será. En el saber de Dios están las ideas i las razones de todo, i en esta alma el conocimiento de todas las artes i ciencias. Dios es fuente de todo el ser, i el alma de Christo, de todo el buen ser, quiero decir, de todos los bienes de gracia i justicia, con que lo que es, se hace justo, i bueno i perfeto. Porque de la gracia que ai en ti mana toda la nuestra. I no sólo es gracioso en los ojos de Dios para sí, sino para nosotros también. Porque tiene justicia, con que parece en el acatamiento de Dios, amable sobre todas las criaturas; i tiene justicia poderosa para hacerlas amables a todas, infundiendo en sus vasos de cada una algún efeto de aquella su gran de virtud, como es escrito891: «De cuya abundancia recibimos todos gracia por gracia», esto es, de una gracia otra gracia; de aquella gracia que es fuente, otra gracia, que es como su arroyo; i de aquel dechado de gracia, que está en ti, un traslado de gracia o una otra gracia trasladada que mora en los justos. I finalmente, Dios cría i sustenta al universo todo, i le guía, i endereza a su bien; i el alma de Christo recría, i repara, i defiende, i continuamente va alentando e inspirando para lo bueno i lo justo, quanto es de su parte, a todo el género humano. Dios se ama a sí i se conoce infinitamente; i ella le ama i le conoce con un conocimiento i amor en cierta manera infinito. Dios es sapientíssimo, i ella de inmenso saber; Dios poderoso, i ella sobre toda fuerza natural poderosa. I como si pusiéssemos muchos espejos en diversas distancias delante de un rostro hermoso, la figura i faciones dél, en el espejo que estuviesse más cerca, se demostraría mejor; assí esta alma santíssima, como está junta, i si lo avemos de decir assí, apegadíssima por unión personal al Verbo divino, recibe sus resplandores en sí i se figura dellos más vivamente que otro ninguno».

8. Podemos decir que está escrita con estilo asiático esta pintura de la ignorancia que devemos al ingenioso Matheo Alemán892: «Pintáronla los griegos por un tierno niño, desnudo, los ojos vendados, cavallero en un jumento i una caña en la mano. Esta fue una figura llena de otras muchas que cada qual dellas pudiera, siendo parte, satisfacer por el todo, como verdaderíssimo símbolo suyo. I comenzando del niño, ¿qué animal (de quantos tiene Dios criados en el mundo) es más inorante? No teme fuego, desprecia el peligro, no duda en el daño ni sabe usar del provecho, en quanto naturaleza no le socorre con la noticia de las cosas. Desnudo, esso mismo es la inorancia, un cuerpo desnudo de saber i sin abrigo de ciencia. Los ojos vendados, por cierto aquesto bastava para un famosíssimo geroglífico della, pues cosa de algún valor no podrá hacer ni tratar un ciego sin peligro, ¿de qué se podrá librar?, ¿en qué no trompica?, ¿dónde no cae? o cómo se defenderá de sus enemigos, por ser la vista quien da conocimiento de las cosas. El mismo Aristóteles, tratando de los ojos, dice consistir en ellos el conocimiento de la filosofía. La ceguera de la razón es igual i común a todas las edades; andan mui correlativos i hállanse siempre juntos inorancia i ceguera, i por el contrario, figúranseme los inorantes a los animales brutos que suelen ir en los navíos, que si por algún caso los hombres que vienen dentro perecen, ellos quedan solos; mas, aunque tengan dentro bastimentos i el navío esté bien pertrechado de jarcia, velas, timón, aguja, con todo lo más necessario para poder tomar puerto, se pierden sin llegar a él. Cavallero en un jumento, que cavallero, va sobre su necedad el necio. ¿Qué firme de pie i ajustado en la silla? ¿Cómo se gallardea el inorante con su misma inorancia?¿Qué casado anda con ella i quán a peligro i riesgo, si cae, de no poderse levantar? ¿Qué bien pareado está con el jumento?, pues no se duda, i aun en cierto modo pudiéramos decir, governarse dos cuerpos con un alma, como lo sintió Platón, diciendo estar ambos privados de todos los buenos hábitos. Pusiéronle una caña en la mano; como si digeran, inconstante i vano es el inorante, vacías tiene las manos de cosas de importancia. Lleva una caña en la mano, símbolo del oprobio; fácil i movediza, que con qualquier ventecico se dobla i de poco se quiebra. I advertid qué ponzoñosa es la herida que con ella se hace, por pequeña que sea. ¿Qué de daños i quán peligrosos vienen a ser los yerros de los necios?, ¿cómo enconan? I es lo peor que, porque no lo entienden, los dejan passar con desprecio, como cosa de poco momento, pareciéndoles fáciles rasguños las heridas penetrantes i graves. ¿Qué anudados lleva los pensamientos i en qué pequeños espacios? En resolución, si no me culparan por ello, me fuera cevando en este discurso por avérseme venido como assí me lo quiero, i quisiera dilatar su fealdad, aborrecible (como dicen) de Dios i de la gente. Los mismos griegos llamaron a la inorancia, tinieblas o humo; como por el contrario, luz a la ciencia; pareciéndoles andar los inorantes ofuscada la razón, oprimida en oscuridad i como con humo a narices. Juvenal, Horacio i otros muchos que van con ellos, a quien les pareció que la razón i la sabiduría tienen su assiento en el corazón, llamaron a el inorante, cuerpo sin pecho, i Pithágoras le dijo alma ciega».

9. El mismo Matheo Alemán nos dará dos egemplos del estilo rhodio en dos oraciones, a cuya composición dio motivo la historia siguiente, que referiré con sus propias palabras893: «En el tiempo (dice) que assistí sirviendo al rei don Felipe Segundo, nuestro señor, que está en gloria, en oficio de contador de resultas, en su contaduría mayor de cuentas, entre otras muchas grandezas que vi en su Corte fue que, aviendo allí llegado de parte de Su Santidad Pío Quinto, cierto príncipe de la Iglesia para tratar con su magestad negocios della, tanto gustó de algunos cortesanos de ingenio, que con curiosidad procuró grangear su amistad, i se la hizo tan familiar que no sólo se honrava de tenerlos en su posada i llevarlos en su carroza quando salía público, mas convidándolos a comer, les dava liberalmente su mesa haciéndoles muchas particulares mercedes. Tenía de costumbre, luego como se alzavan los manteles, quedarse tratando de varias cosas, curiosidades dinas de tan grande príncipe. I entre algunas dellas que llegaron a mi noticia en aquel tiempo, fue una que por ser tan de aqueste propósito, la hice promessa i quise valerme della pagándola en este lugar por no quedar adeudado. Tuvo por convidados un día dos gallardos estadistas, elegantes oradores i generales en toda conversación: Favelo i Mauricio. Monseñor (como tan discreto i famoso letrado), a quien movía el ánimo a la ciencia, codíciosíssimo de saber, por no hacerse reo del tiempo, lo quiso passar en el floreo de una curiosidad ingeniosa i nunca determinada, proponiéndoles: «Quál fuesse de mayor ecelencia, el hablar bien con la pluma, o descrivir con la lengua».

10. »Favelo, a quien tocó hablar con la pluma, se levantó i, hecho el acatamiento devido, se bolvió a sentar con mucho sossiego, i en cumplimiento de su deuda, comenzó diciendo: Deverse la ventaja (con justa razón) a los escritos, pues quedaron las musas vencedoras en la contienda que tuvieron con las sirenas, porque las musas escrivían los versos que cantavan ellas; i que sin comparación se devía estimar en mucho más lo escrito (por su inmortalidad) que las palabras, pues apenas la lengua cessa, quando todo lo que ha hablado, aunque mui elegante sea, se lo lleva el viento quedando sepultado en el olvido, i no quiso decir otra cosa lo que fingieron los poetas, que trayendo alas de plumas las sirenas, las musas las pelaron, haciendo dellas coronas que pusieron sobre sus cabezas; como si más claro digeran que se corona el sabio con el escrivir de la pluma. ¿Qué fuera de la eloqüencia de Cicerón, si no la dejara escrita? Ni della huviera memoria, ni dél se acordaran. Toda fuera tenida por aire, como la materia de que se formaron sus palabras. El escrivir lo hizo eterno con perpetuo renombre. Más famoso quedó Aquiles por los escritos de Homero que por las palabras de su amigo Patroclo. Los antiguos atribuyeron las letras a las grullas, como lo dice Ulisses a Diomedes, en la Guerra de Troya: 'No pienses que tú inventaste las letras, pues bolando en el aire las grullas las van formando'. También se sabe destas aves, quando quieren passar el monte Cáucaso, que para no ser sentidas de las águilas cada una dellas lleva una pedrezuela en el pico para ir calladas. De manera que son símbolo de la prudencia, i según dice Pierio en su Historia Geroglífica, sinifican el govierno democrático de los prudentes i sabios, que deven ser diestros en el escrevir i cautos en el hablar. Mucho se corrobora mi parte con lo dicho, i ver que los árboles que dan más hoja i sombra, son los que menos fruto llevan. Los vasos de mayor sonido suelen estar más vacíos. Las aves que más cantan, buelan menos, i siendo menores, no tienen tanta carne. Los perros que más ladran, cazan mal, i en la república de las avejas, a los que hacen mayor sonido, llaman zánganos, que no dan fruto de miel ni cera. De donde se infiere que los hombres que más hablan, por lo común i ordinario, hacen poco i saben menos. Quando los antiguos trataron de cosas de amores por escritos, lo hicieron por manos de sabios; mas para hablar dellos, introdugeron pastores, bocas i lenguas de rústicos grosseros, como lo vemos en la Bucólica de Theócrito entre los griegos, i en las Églogas de Virgilio en los latinos; i nuestro común uso hasta hoi los ha imitado, de que tenemos infinitos libros. De donde se saca en limpio ser mucho más ecelente lo escrito que lo hablado. Pregunto a los que saben, ¿cómo pintavan los lacedemonios a su Dios Apolo, presidente de la ciencia? ¿Pintáronlo con quatro alas? No, por cierto; mas pusiéronle quatro manos, para que con ellas escriviesse mucho. Los mismos antiguos nos digeron que las cosas notables i grandes no eran dinas de la lengua, sino del cedro inmortal, que no se corrompe. Los dichos i sentencias, en escrito tienen más fuerza, por estar más vecinos a la consideración; i las palabras no lo son tanto. Assí el hablar es de muchos i cosa que a las veces a un discreto hará parecer loco, i el escrivir, de pocos; i trahe consigo silencio, que hace a un loco parecer discreto. La postura más propia en el hombre, la juzgamos quando está sentado; de donde los príncipes, jueces, prelados i maestros, que son los que mejor entendimiento tienen, o lo devieran tener, están sentados en tronos i sillas, natural postura i propia de quien escrive. Los griegos llamaron a los dotos, enamorados de la sabiduría; i sabios, los latinos; sacerdotes, los egipcios; escrivanos, los hebreos; los persas, magos; profetas, los cabalistas; ¡ninguno los llamó habladores. Aquel famoso Mecenas, que tanto estimó la sabiduría, i con tantos premios gratificó i anplió las letras, como príncipe de la discreción, i por ello tan amado del pueblo romano, en especial del enperador Otavio, traía en su gineta por armas o empressa una rana bermeja, que llamamos en Castilla rubeta; la qual, según escrive Paradino en los Sínbolos de Francia, tiene propiedad natural a donde quiera que asiste, hacer que todas las más ranas enmudezcan i ninguna se oiga. De donde vino el discreto Mecenas a decir que no estimava la eloqüencia de la lengua, teniéndola por parlería, sino sólo el silencio i muchos escritos, porque conoció que de solos ellos avía de quedar tan celebrado. Aquella famosa estatua, con que los paduanos honraron a su Tito Livio, tenía dos dedos puestos en la boca, haciendo señal a todos que callassen, enseñando con ello que los que quisiessen imitar a Livio, escriviessen no hablassen. Dios, quando dio la Lei a Moisés para su pueblo, en tablas de piedra se la escrivió con su dedo; i el mismo Dios, hablando de sí mismo, nos dice: 'Mis grandezas, mi poder i magestad hallaréis al principio escrito en la cabeza, en lo mejor de mi libro'. Concluyo con decir que oyó san Juan una voz del cielo que le dijo: 'Escrive', i no le mandó que hablasse. Todo lo qual que tengo referido, es copia de cosas escritas, que fuera inpossible llegar a nuestra noticia, menos que mui corronpidas i sin verdad, si su tradición viniera passando de lengua en lenguas; mas como nos lo dejaron en escritos, a ellos devemos la gloria i reverencia de lo que se sabe, siendo como es lo más ecelente i calificado, salvo la correción de uestra ilustríssima señoría.

11. »Dejó Favelo tan gustoso i satisfecho a Monseñor, como hasta este punto lo avía tenido suspenso, con la elegancia de su decir, lo que antes no avía oído por aquel estilo; i creyendo que le avía de igualar Mauricio con su vivo ingenio, favoreciendo la parte que se le avía encomendado, le hizo señal que comenzasse. Con esta licencia, hecho el acatamiento acostumbrado, dijo lo siguiente:

12. »Con tanta verisimilitud nos ha enseñado Favelo la fuerza de lo escrito, que nos deja sin algún blanco; a lo menos tan corto i angosto el margen, que apenas ai lugar donde se pueda cobrar i favorecer la lengua; salvo, si ella no se anpara de uestra ilustríssima i le hace la merced que sienpre. Mas pues con la suya tan bien ha sabido esplicarse, que justamente merece todo premio de glorioso nonbre, bien se sigue que la mucha elegancia i suave decir ha sido quien lo ha ilustrado, realzando i dando ser con su gallardo estilo a cosas, que quando (aunque suyas) nos la diera en escritos, no las tuvieran en aquel grado, por faltarles el vivo con que las tiene referidas. I assí no ai duda, que la voz de todo buen orador son colores que realzan i levantan de punto el dibujo de la pluma, con que tácitamente llevamos ya confesado por la parte contraria nuestro propósito, el qual esforzaremos con lo siguiente. Deseando Sócrates conocer la capacidad i entendimiento de un mancebo que le traían para dicípulo, le dijo: 'Habla'; i no le mandó escrivir, dándonos a entender, que por las palabras conocemos mejor los entendimientos que por los escritos. Los athenienses tenían al mismo Mercurio, que alegó Favelo, puesto encima de un altar, juntamente con Venus a su lado, enseñando en esto, según dice Alciato, que los amantes i devotos de Venus también lo son del hablar. El mismo Mercurio, nuncio de los dioses, no traía plumas para escrevir, sino para bolar; porque la discreción perfeta no está en los escritos, mas en las palabras de los honbres eminentes que buelan pronunciadas por su lengua. Demás de lo qual sabemos que lo pintavan con alas en la cabeza, pies i manos, i lo tienen por dios eloqüentíssimo; lo qual es afirmarnos que sin duda bolará más alto i será más estimado entre los hombres, el que más elegante fuere de razones. Quando queremos engrandecer a uno de filósofo, de sabio, de astuto, de gallardo, quando loamos a un prudente príncipe o valiente capitán, con la lengua lo hacemos, no con la pluma ni escritos; i assí nos dice Salomón que su lengua estava en su corazón para sacar de allí las palabras que avía de hablar. Fingieron los antiguos que las faltas i pecados de los honbres, los escrevían en la piel de Amalthea, que fue una cabra que crió a Júpiter, enpero las buenas obras las cantavan; que fue lo mismo que decirnos que lo escrito es más acomodado para el mal i lo hablado para el bien. Tanbién sabemos del hablar ser más antiguo que la pluma; nadie lo duda; i si a la mayor ancianidad se deve más justa reverencia, no se me podrá negar tocarle derechamente a las palabras i no a los escritos. Horacio llamó a la oración de los buenos, oratio pennata, oración enplumada, i no, de pluma. De cinco sentidos que tenemos, el más propio a la sabiduría es el oír; i quando nos enseñan, somos oyentes. Assí, los lacedemonios pintavan a su Apolo con dos pares de oídos, diciéndonos en ello que deve oír mucho el sabio, i el oír anda en una balanza con la lengua, de donde resulta ser menos habladores los que son sordos. Los antiguos, que fueron la fuente de la sabiduría, los Janos de Italia, los Pithágoras de Grecia, los Trimegistos de Egipto, escrivieron poco i hablaron mucho. La diferencia que hacen los vivos a los defuntos, los honbres a las estatuas; essa misma es la que llevan a los escritos las palabras, por ser los criados los escritos, i las palabras dueños i señores dellos. Los franceses, para pintar sabio a su Hércules, no le ponían plumas en la mano, sino cadenas de oro en la lengua; con lo qual tiranizava, llevándose tras de sí los honbres, atados i pressos por los oídos; enseñando en esto, que los eminentes i sabios, con palabras de oro, que son poderosíssimo interés, con aquella fineza de pedrería en estudios, tesoros de ciencia i riqueza de palabras que por la boca vierten, rinden i cativan los oyentes. La estatua de Beroso, de que tanto se preciavan los antiguos athenienses, por ser el premio de los discretos i sabios, carecía de manos i tenía lengua; pareciéndoles, como era verdad, que no en el bien escrevir, mas en el bien hablar, consistía la ciencia. Lo que más engrandeció a Demósthenes, fue su lengua; porque aunque sus escritos fueron tan calificados i ecelentes como se sabe, les dio con la elegancia de sus palabras tanta energía, tal vivo i sinificación, que obró mucho más con ellas que por la pluma; porque con voz eficacíssima que, acreditada de su ingenio, acciones de cuerpo i rostro, movía con actividad los ánimos de los oyentes, como lo hacían los más oradores. I vemos en las comedias que, buenas, en bocas de malos oficiales las hacen malas; i no tales, quando se representan por personages diestros, hacen que nos parezcan admirables, menos malas o mejores de lo que son. Pues que sean las palabras mucho (sin comparación) más duraderas que los escritos, no ai duda; porque si se considera la verdad, sencilla i desapassionadamente, las palabras quedan inpressas en los ánimos, que son eternos, como presto lo veremos; i los escritos nos los dejaron en hojas de palmas, cortezas de árboles, cañas del Egito i tablas de cedro; lo qual se gastó con el tienpo, i lo mismo será del papel, como materia más delicada i fácil. Vengamos agora, pues, a las demostraciones. Demos caso (i no hará poco al nuestro para dejar lo que se trata más ilustrado) que un mudo de su nacimiento sepa mui bien escrevir, como avemos conocido a muchos en esta Corte; i por el contrario, a otro que supiesse bien hablar i no escrevir; pregunto, ¿quál diríamos que carece de mayor bien? Pues aquésse que fuere mayor bien, será lo mejor i más ecelente. Demás, que la habla es natural i propio; i el escrevir, un arte que se adquiere con el trabajo. Luego bien se sigue que serán las palabras de mayor dinidad en el honbre, que sus escritos; pues mui sin conparación es mejor, que lo que con solicitud se pretende, con trabajo i dificultad se alcanza. La voz hace fuerza, conpele i obliga, sin tener quien le resista, como lo hizo la de Cicerón, quando con eficacíssimas palabras obligó al pueblo romano que renunciasse la lei agraria, cosa tan áspera i dificultosa, contra toda naturaleza; pues no fue menos que tener por sumo bien dejarse morir de hanbre, repudiando la comida. Luego bien se conoce quánto sea el hablar de sabios, de gente noble i grave, i el escrevir no tanto. I porque avemos tenido para fábulas, fábulas, i para historias, historias, quiero tanbién satisfacer con escrituras contra la que tiene alegada Favelo. San Gerónimo, en una de sus epístolas, encareciendo las palabras, dice que la viva voz del maestro tiene cierta fuerza natural, que se pega más a los ánimos por un particular espíritu. En la suprema región angélica, no escriven, pero hablan, bendicen i cantan la gloria de Dios. El mismo Dios, en el principio de las cosas, lo primero que hizo fue hablar, mandando que se hiciessen; i habló muchas veces con los Padres antiguos; i si les dio lei por escrito, que fue figura o sonbra de la lei evangélica; Jesu-Christo, Señor nuestro, jamás escrivió letra de toda su dotrina, i de su sola palabra nos dio la Lei de Gracia; porque aviendo salido de su divina boca, la dejava eficacíssimamente assentada en el mundo i arraigada dentro de las almas para sienpre. Más adelante, aun lo pienso llevar. El mismo Jesu-Christo, sabemos de fe cathólica, ser Palabra del Padre; pues quién duda que si Christo es palabra, i lo mejor del cielo i de la tierra, que no ai escritos que le lleguen; antes quedan tan atrassados i bajos, quanta es la distancia de lo que tengo provado, i es infinita. I si aquesto referido aún puede quedar más apretado, lo haré con lo siguiente, dejando de todo punto cerrada i concluida esta verdad notoria, con que ya no se podrá passar adelante. Tanta es la ecelencia que quiso Dios dar a las palabras humanas(porque degemos de hablar de las divinas i eternas, en que no ai conparación), que todos los escritos del mundo no tienen tanta eficacia. Esta demostración tenemos en las formas de los sacramentos; porque:,aunque las vemos escritas en papel, o tabla, notoria cosa es que no son forma de sacramento, hasta que actualmente las pronuncia el sacerdote. Demos egemplo las de la consagración, que no se consagra con ellas hasta quedar pronunciadas con los requisitos, i sobre devida materia, con que se deja hecho el más alto misterio de todos, la transustanciación del pan en el verdadero cuerpo de Christo Redentor nuestro. I pues en lo dicho no puede aver, ni ai duda, tampoco la tengo en que uestra Ilustríssima Señoría sentencie mi parte, por mejor provada i más fundada.

13. »Quedó Monseñor tan perplejo como gustoso de lo referido; i dando iguales gracias por ello, lo dejó indeciso a mejor juicio, a quien yo hago lo mismo con todo lo demás deste discurso».

14. Finalmente, estilo lacónico es aquél de que usavan los lacones, o lacedemonios, cuya capital fue Esparta. Los quales, si podían escrivir una carta con dos palabras, no gastavan más. Como quando escrivieron a Felipe, rei de Macedonia, deste modo894: «Los lacedemonios a Felipe. Dionisio en Corintho», cuyo decir breve es más picante que, si empleando más palabras, huvieran dicho: «Dionisio, que antes era famoso tirano, como tú, ahora es maestro de niños en Corintho. Hablar lacónicamente», según dice san Gregorio Nacianceno895, «no es, como piensas, escrivir unas pocas sílabas; sino escrivir poco sobre muchas, cosas. En este sentido digo yo que Homero es mui breve, i Antímaco, mui prolijo. ¿Cómo assí? Yo mido la longura por las cosas, i no por las letras». Según esto, el estilo lacónico huye de epítethos que adornen, de sentencias que ilustren, de passiones que animen, de semejanzas que hermoseen, de egemplos que inciten, de argumentos que convenzan, de amplificaciones que engrandezcan; i evita totalmente las divisiones, descripciones, episodios, digressiones; es breve i cortado, se contenta con apuntar las cosas, señalando i no egecutando a guisa de esgrimidores, sin pulidez i sin número artificial, preciándose solamente de hablar con madurez, no como quien dice una oración, sino como quien hace un índice; según se puede observar en la Carta 25 del libro onceno de las familiares de Cicerón, donde aquel gran padre de la eloqüencia latina, preciándose de imitar a Décimo Bruto en el laconismo, escrivió aquella carta de dicha manera; i lo mismo egecutó don Diego de Saavedra Fajardo en su Empressa última, la qual parece que formó como índice de su Idea de un príncipe político christiano, en un panegírico lacónico del rei don Fernando el Cathólico, escriviendo assí: «Las niñeces deste gran rei fueron adultas i varoniles. Lo que en él no pudo perficionar el arte i el estudio, perficionó la experiencia, empleada su juventud en los egercicios militares. Su ociosidad era negocio; i su divertimiento, atención. Fue señor de sus afectos, governándose más por dictámenes políticos, que por inclinaciones naturales. Reconoció de Dios su grandeza; i su gloria, de las acciones propias, no de las heredadas. Tuvo el reinar más por oficio, que por sucessión. Sossegó su corona con la celeridad i presencia; levantó la monarquía con el valor i la prudencia; la afirmó con la religión i la justicia; la conservó con el amor i el respeto; la adornó con las artes; la enriqueció con la cultura i el comercio; i la dejó perpetua con fundamentos i institutos verdaderamente políticos. Fue tan rei de su palacio, como de sus reinos; i tan ecónomo en él, como en ellos. Mezcló la liberalidad con la parsimonia, la benignidad con el respeto, la modestia con la gravedad, i la clemencia con la justicia. Amenazó con el castigo de pocos a muchos; i con el premio de algunos cevó las esperanzas de todos. Perdonó las ofensas hechas a la persona, pero no a la dignidad real. Vengó como propias las injurias de sus vassallos, siendo padre dellos. Antes aventuró el estado, que el decoro. Ni le ensoberveció la fortuna próspera, ni le humilló la adversa. En aquélla se prevenía para ésta, i en ésta se industriava para bolver a aquélla. Sirvióse del tiempo, no el tiempo dél. Obedeció a la necessidad, i se valió della reduciéndola a su conveniencia. Se hizo amar i temer. Fue fácil en las audiencias. Oía para saber, i preguntava para ser informado. No se fiava de sus enemigos, i se recatava de sus amigos. Su amistad era conveniencia; su parentesco, razón de estado; su confianza, cuidadosa; su difidencia, advertida; su cautela, conocimiento; su recelo, circunspección; su malicia, defensa; i su dissimulación, reparo. No engañava, pero se engañavan otros en lo equívoco de sus palabras i tratados, haciéndolos de suerte (quando convenía vencer la malicia con la advertencia) que pudiesse desempeñarse sin faltar a la fe pública. Ni a su magestad se atrevió la mentira; ni a su conocimiento propio, la lisonja. Se valió sin valimiento de sus ministros. Dellos se dejava aconsejar, pero no governar. Lo que pudo obrar por sí, no fiava de otros. Consultava despacio i egecutava de prissa. En sus resoluciones, antes se veían los efetos que las causas. Encubría a sus embajadores sus desinios, quando quería que engañados persuadiessen mejor lo contrario. Supo governar a medias con la reina, i obedecer a su hierno. Impuso tributos para la necessidad, no para la cudicia o el lujo. Lo que quitó a las iglesias obligado de la necessidad, restituyó quando se vio sin ella. Respetó la jurisdición eclesiástica, i conservó la real. No tuvo corte fija, girando como el sol por los orbes de sus reinos. Trató la paz con la templanza i entereza; i la guerra, con la fuerza i la astucia. Ni afectó ésta, ni rehusó aquélla. Lo que ocupó el pie, mantuvo el brazo i el ingenio, quedando más poderoso con los despojos. Tanto obravan sus negociaciones, como sus armas. Lo que pudo vencer con el arte, no remitió a la espada. Ponía en ésta la ostentación de su grandeza; i su gala, en lo feroz de los esquadrones. En las guerras dentro de su reino se halló siempre presente. Obrava lo mismo que ordenava. Se confederava para quedar árbitro, no sugeto. Ni vitorioso se ensoberveció, ni desesperó vencido. Firmó las paces debajo del escudo. Vivió para todos, i murió para sí, quedando presente en la memoria de los hombres, para egemplo de los príncipes, i eterno en el deseo de sus reinos».

15. De lo dicho, se infiere que no es lo mismo estilo breve, que lacónico; aunque todo estilo lacónico sea breve; porque el laconismo, que en pocas palabras dice muchas cosas, no admite adornos; i la brevedad, sí. Según esto, diremos que son lacónicas i breves la carta que Felipe Tercero escrivió a Rodrigo Vázquez de Arce, Presidente del Consejo de Castilla, para que dejasse su empleo, i la que Rodrigo Vázquez le respondió con magnanimidad poco usada, quando se responde a quien proponiendo manda i puede por fuerza hacerse obedecer. La carta del rei dice assí:

16. «El conde de Miranda me ha servido mui bien en esta jornada en otras muchas ocasiones; de que estoi mui satisfecho. He puesto los ojos en él para darle el oficio que vos tenéis. Mirad qué color queréis que se dé a uestra salida, que esse mismo se dará».

17. La respuesta de Rodrigo Vázquez fue la siguiente:

«Señor.

18. »Mui bien es que U. M. premie los servicios de los Grandes de Castilla, para que con esto se animen los demás a servirle. El color que mi salida ha de tener, es aver dicho verdad i servido a U. M. como tengo obligación». Pero es breve, i no lacónico, el estilo de don Diego Hurtado de Mendoza en la Guerra de Granada, i el de don Francisco de Moncada, conde de Ossona, en la Expedición de los catalanes i aragoneses contra turcos i griegos; pues diciendo mucho en pocas palabras, están adornados de todas las bellezas rhetóricas.





Arriba
Anterior Indice Siguiente