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Rima I, Dueña me ruega

Guido Cavalcanti

Traducción de Juan Ramón Masoliver







Dueña me ruega si querré decir
de un accidente, asaz frecuente y fiero,
tan altanero que es llamado amor:
   y aun quien lo niega la verdâ ha de oír.
Mas ahora gente competente quiero,
que a lo que infiero no a mente inferior
   cabe en el tema entrar con experiencia:
la ausencia de derecho experimento
ni a mi talento iba a dejar probar
dó aquél se posa, y quién lo haga brotar,
   qué serán su virtud y su potencia,
la esencia, sus efectos en aumento,
y el placimiento que nos le hace amar,
y si señal de sí brinde al mirar.

   En esa parte en que el recuerdo mora
toma su estado, perfilado, como
diáfano asomo, en una oscuridad
   que de Marte proviene, y se demora.
Y ya creado, y bien nombrado, es pomo
del alma, como afán de voluntad.
   Surge al ver una forma que se entiende,
que prende en el obrar del intelecto,
señor electo, y hace allí afirmanza.
En lugar tal no teme malandanza,
   pues no de cualidades se desprende;
y esplende en él un eternal efecto:
no cabe afecto, sólo contemplanza,
ni se presta a ninguna semejanza.

   No es la virtud, pero de aquélla viene
que es perfección (y afirmación de tal),
no racional pero sensible, digo.
   No hay rectitud cuando a juzgar se aviene
pues la intención como razón le val:
discierne mal quien del vicio es amigo.
   De su poder suele seguirse muerte
si es suerte que a virtud tenga impedida,
la cual convida a muy contraria vía:
no que a natura tenga antipatía;
   como quien el perfecto bien no advierte,
revierte en que no pueda tener vida,
pues firme, en sí, no encuentra señoría:
de quien de amor se olvida, igual diría.

   Muéstrase cuando el asimiento es tanto
que la natura en desmesura torna,
ni le soborna descansar ya más.
   Llega mudando color, risa en llanto
y en mueca dura hasta la faz deforma;
pronto retorna: así también verás
   cómo en gente de precio asaz se embeba.
La nueva condición llama al suspiro
y al pasmo, en tiro a un blanco sin sosiego
que ira desadormece y torna en fuego
   (ni lo puede pensar quien no lo prueba),
no aprueba a imán ceder de almo retiro
dándose un giro, ni que sea por juego;
poco le importa si uno es sabio o lego.

   Tiene ahí su encaje aquel mirar gallardo
que al parecer nos da placer tan cierto;
ya no encubierto va, pues dio en el centro.
   Nunca es salvaje el de beldades dardo,
pues que el temer niega, al querer, acierto:
mas premio es cierto el del flechado adentro,
   Y conocer no es dado su semblante:
que amante, blanco está al dar en su mano;
así, es humano, forma no se ve,
y menos a quien tuvo en ella pie.
   Sin colores que lo hagan circunstante,
actuante entre las sombras, brilla en vano.
Y de antemano téngase por fe
que sólo de éste se obtendrá merced.

   Tú libre de cuidado ve, canción,
adonde gustes; pues tal vas ornada
que harto alabada sea tu elección
donde afición no excuse entendimiento:
con otra gente, mal habrás contento.





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