Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Rimas [1837]

Esteban Echevarría



[Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Buenos Aires, Imprenta Argentina, 1837 y cotejada con la edición crítica de Antonio Lorente Medina (Madrid, Editora Nacional, 1984)].






ArribaAbajoLa cautiva


Female hearts are such a genial soil
For Kinderfeelings, whatsoe'er their nation,
They naturally pour the «wine and oil»
Samaritans in every situation;


BYRON                


En todo clima el corazón de la muger es tierra fértil en afectos generosos: -ellas en cualquier circunstancia de la vida saben, como la Samaritana, prodigar el «óleo y el vino».


A ÉL...                



ArribaAbajoParte I

Ils vont. L´espace est grand


HUGO                





ArribaAbajoEl desierto


   Era la tarde, y la hora
en que el Sol la cresta dora
de los Andes. El Desierto
inconmensurable, abierto,
y misterioso a sus pies  5
se estiende; triste el semblante,
solitario y taciturno
como el mar, cuando un instante
al crepúsculo nocturno
pone rienda a su altivez.  10

    Gira en vano, reconcentra
su inmensidad, y no encuentra
la vista, en su vivo anhelo,
do fijar su fugaz vuelo,
como el pájaro en el mar.  15
Do quier campos y heredades
del ave y bruto guaridas,
do quier cielo y soledades
de Dios sólo conocidas
que Él sólo puede sondar.  20

    A veces la tribu errante
sobre el potro rozagante,
cuyas crines altaneras
flotan al viento ligeras,
lo cruza cual torbellino,  25
y pasa; o su toldería
sobre la grama frondosa
asienta, esperando el día
duerme, tranquila reposa,
sigue veloz su camino.  30

    ¡Cuántas, cuántas maravillas,
sublimes y a par sencillas,
sembró la fecunda mano
de Dios allí!-¡Cuánto arcano
que no es dado al vulgo ver!-  35
La humilde yerba, el insecto,
la aura aromática y pura,
el silencio, el triste aspecto
de la grandiosa llanura,
el pálido anochecer.  40

    Las armonías del viento,
dicen más al pensamiento,
que todo cuanto a porfía
la vana filosofía
pretende altiva enseñar.  45
¡Qué pincel podrá pintarlas
sin deslucir su belleza!
¡Qué lengua humana alabarlas!
Sólo el genio su grandeza
puede sentir y admirar.  50

    Ya el sol su nítida frente
reclinaba en Occidente,
derramando por la esfera
de su rubia cabellera
el desmayado fulgor.  55
Sereno y diáfano el cielo,
sobre la gala verdosa
de la llanura, azul velo
esparcía, misteriosa
sombra dando a su color.  60

    El aura moviendo apenas,
sus alas de aroma llenas,
entre la yerba bullía
del campo que parecía
como un piélago ondear.  65
Y la tierra contemplando
del astro rei partida
callaba, manifestando,
como en una despedida,
en su semblante pesar.  70

    Sólo a ratos, altanero
relinchaba un bruto fiero
aquí o allá, en la campaña;
bramaba un toro de saña,
rugía un tigre feroz:  75
O las nubes contemplando,
cómo extático y gozoso,
el yajá, de cuando en cuando
turbaba el mudo reposo
con su fatídica voz.  80

    Se puso el sol; parecía
que el vasto horizonte ardía:
La silenciosa llanura
fue quedando más oscura,
más pardo el cielo, y en él,  85
con luz trémula brillaba
una que otra estrella, y luego
a los ojos se ocultaba,
como vacilante fuego
en soberbio chapitel.  90

    El crepúsculo entre tanto,
con su claroscuro manto,
veló la tierra; una faja
negra como una mortaja,
el Occidente cubrió:  95
Mientras la noche bajando
lenta venía, la calma
que contempla suspirando,
inquieta a veces el alma,
con el silencio reinó.  100

   Entonces, como el rüido,
que suele hacer el tronido
cuando retumba lejano,
se oyó en el tranquilo llano
sordo y confuso clamor;  105
se perdió... y luego violento,
como baladro espantoso
de turba inmensa, en el viento
se dilató sonoroso,
dando a los brutos pavor.  110

   Bajo la planta sonante
del ágil potro arrogante
el duro suelo temblaba,
y envuelto en polvo cruzaba
como animado tropel,  115
velozmente cabalgando;
víanse lanzas agudas,
cabezas, crines ondeando,
y como formas desnudas
de aspecto estraño y crúel.  120

   ¿Quién es? ¿Qué insensata turba
con su alarido perturba,
las calladas soledades
de Dios, do las tempestades
sólo se oyen resonar?  125
¿Qué humana planta orgullosa
se atreve a hollar el desierto
cuando todo en él reposa?
¿Quién viene seguro puerto
en sus yermos a buscar?  130

   ¡Oíd! -ya se acerca el bando
de salvages atronando
todo el campo convecino;
¡Mirad! -como torbellino
hiende el espacio veloz.  135
El fiero ímpetu no enfrena
del bruto que arroja espuma;
vaga al viento su melena,
y con ligereza suma
pasa en ademán atroz.  140

   ¿Dónde va? ¿De dónde viene?
¿De qué su gozo proviene?
¿Por qué grita, corre, vuela
clavando al bruto la espuela,
sin mirar al rededor?  145
¡Ved! que las puntas ufanas
de sus lanzas, por despojos,
llevan cabezas humanas,
cuyos inflamados ojos
respiran aún furor.  150

   Así el bárbaro hace ultraje
al indomable coraje
que abatió su alevosía;
y su rencor todavía
mira con torpe placer,  155
las cabezas que cortaron
sus inhumanos cuchillos,
esclamando: «ya pagaron
del cristiano los caudillos
el feudo a nuestro poder.  160

   Ya los ranchos do vivieron
presa de las llamas fueron,
y muerde el polvo abatida
su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?  165
Vengan hoi del vituperio,
sus mugeres, sus infantes,
que gimen en cautiverio,
a libertar, y como antes
nuestras lanzas probarán.»  170

   Tal decía; y bajo el callo
del indómito caballo,
crujiendo el suelo temblaba;
hueco y sordo retumbaba
su grito en la soledad.  175
Mientras la noche, cubierto
el rostro en manto nubloso,
echó en el vasto desierto,
su silencio pavoroso,
su sombría magestad.  180




ArribaAbajoParte II


...orríbili favelle,
Parote di dolore, accenti d'ira,
Voci alte e fioche, e suon di man con elle
Facévan un tumulto...


DANTE                





ArribaAbajoEl festín


   Noche es el vasto horizonte,
noche el aire, cielo y tierra.
Parece haber apiñado
el genio de las tinieblas,
para algún misterio inmundo,  5
sobre la llanura inmensa,
la lobreguez del abismo
donde inalterable reina.
Sólo inquietos divagando,
por entre las sombras negras,  10
los espíritus foletos
con viva luz reverberan,
se disipan, reaparecen,
vienen, van, brillan, se alejan.
Mientras el insecto chilla,  15
y en fachinales o cuevas
los nocturnos animales
con triste aullido se quejan.
   La tribu aleve, entre tanto,
allá en la pampa desierta,  20
donde el cristiano atrevido
jamás estampa la huella,
ha reprimido del bruto
la estrepitosa carrera;
y campo tiene fecundo  25
al pie de una loma extensa,
lugar hermoso, do a veces
sus tolderías asienta.
Feliz la maloca ha sido;
rica y de estima la presa  30
que arrebató a los cristianos:-
caballos, potros y yeguas,
bienes que en su vida errante
ella más que el oro precia;
muchedumbre de cautivas,  35
todas jóvenes y bellas.
Sus caballos, en manadas,
pacen la fragante yerba;
y al lazo, algunos prendidos,
a la pica, o la manea  40
de sus indolentes amos
el grito de alarma esperan.
Y no lejos de la turba,
que charla ufana y hambrienta,
atado entre cuatro lanzas,  45
como víctima en reserva,
noble espíritu valiente
mira vacilar su estrella;
al paso que su infortunio,
sin esperanza, lamentan  50
rememorando su hogar,
los infantes y las hembras.
Arden ya en medio del campo
cuatro extendidas hogueras,
cuyas vivas llamaradas  55
irradiando, colorean
el tenebroso recinto
donde la chusma hormiguea.
En torno al fuego sentados
unos lo atizan y ceban;  60
otros la jugosa carne
al rescoldo o llama tuestan.
Aquél come, éste destriza,
más allá alguno degüella
con afilado cuchillo  65
la yegua al lazo sujeta,
y a la boca de la herida,
por donde ronca y resuella,
y a borbollones arroja
la caliente sangre fuera,  70
en pie, trémula y convulsa,
dos o tres indios se pegan,
como sedientos vampiros,
sorben, chupan, saborean
la sangre, haciendo mormullo,  75
y de sangre se rellenan.
Baja el pe<z>cuezo, vacila,
y se desploma la yegua
con aplauso de las indias
que a descuartizarla empiezan.  80
Arden en medio del campo,
con viva luz las hogueras;
sopla el viento de la pampa,
y el humo y las chispas vuelan.
A la charla interrumpida,  85
cuando el hambre está repleta,
sigue el cordial regocijo
el beberaje y la gresca,
que apetecen los varones,
y las mugeres detestan.  90
El licor espirituoso
en grandes vacías echan,
y, tendidos de barriga
en derredor, la cabeza
meten sedientos, y apuran  95
el apetecido néctar,
que bien pronto los convierte
en abominables fieras.
Cuando algún indio, medio ebrio,
tenaz metiendo la lengua,  100
sigue en la preciosa fuente,
y beber también no deja
a los que aguijan furiosos;
otro viene, de las piernas
lo agarra, tira y arrastra,  105
y en lugar suyo se espeta.
Así bebe, ríe, canta,
y al regocijo sin rienda
se da la tribu; aquél ebrio
se levanta, bambolea,  110
a plomo cae, y gruñendo
como animal se revuelca.
Éste chilla, algunos lloran,
y otros a beber empiezan.
De la chusma toda al cabo  115
la embriaguez se enseñorea,
y hace andar en remolino
sus delirantes cabezas,
entonces empieza el bullicio,
y la algazara tremenda,  120
el infernal alarido
y las voces lastimeras.
Mientras sin alivio lloran
las cautivas miserables,
y los ternezuelos niños  125
al ver llorar a sus madres.
Las hogueras entretanto,
en la oscuridad flamean,
y a los pintados semblantes,
y a las largas cabelleras  130
de aquellos indios beodos
da su vislumbre siniestra
colorido tan estraño,
traza tan horrible y fea,
que parecen del abismo  135
précita, inmunda ralea,
entregada al torpe gozo
de la sabática fiesta.
Todos en silencio escuchan;-
una voz entona recia  140
las heroicas alabanzas,
y los cantos de la guerra:-

    Guerra, guerra y exterminio
al tiránico dominio
del huinca; engañosa paz:-  145
devore el fuego sus ranchos,
que en su vientre los caranchos
ceben el pico voraz.
   Oyó gritos el caudillo,
y en su fogoso tordillo  150
       salió Brian;
pocos eran y él delante
venía, al bruto arrogante
dio una lanzada Quillán.
   Lo cargó al punto la indiada:  155
con la fulminante espada
       se alzó Brian;
grandes sus ojos brillaron,
y las cabezas rodaron
de Quitur y Callupán.  160

    Echando espuma y herido
como toro enfurecido
       e encaró,
ceño torbo revolviendo,
y el acero sacudiendo:  165
nadie acometerlo osó.

    Valichu estaba en su brazo;
pero al golpe de un bolazo
       cayó Brian
como potro en la llanura:  170
cebo en su cuerpo y hartura
encontrará el gavilán.

   Las armas cobarde entrega
el que vivir quiere esclavo;
pero el indio guapo, no:  175
Chañil murió como bravo,
batallando en la refriega,
de una lanzada murió.

    Salió Brian airado
blandiendo la lanza,  180
con fiera pujanza
Chañil lo e<nv>istió;
del pecho clavado
en el hierro agudo,
con brazo forzudo,  185
Brian lo levantó.

   Funeral sangriento
ya tuvo en el llano;
ni un solo cristiano
con vida escapó.  190
¡Fatal vencimiento!
Lloremos la muerte
del indio más fuerte,
que la pampa crió.

    Quiénes su pérdida lloran,  195
quiénes sus hazañas mentan.
Óyense voces confusas,
medio articuladas quejas,
baladros, cuyo son ronco
en la llanura resuena.  200
De repente todos callan,
y un sordo mormullo reina,
semejante al de la brisa
cuando rebulle en la selva;
pero, gritando, algún indio  205
en la boca se palmea,
y el disonante alarido
otra vez el campo atruena.
El indeleble recuerdo
de las pasadas ofensas  210
se aviva en su ánimo entonces,
y atizando su fiereza
al rencor adormecido,
y a la venganza subleva.
En su mano los cuchillos,  215
a la luz de las hogueras,
llevando muerte relucen;
se ultrajan, riñen, vocean,
como animales feroces
se despedazan y bregan.  220
Y asombradas las cautivas
la carnicería horrenda
miran, y a Dios en silencio
humildes preces elevan.
Sus mugeres entre tanto,  225
cuya vigilancia tierna
en las horas de peligro
siempre cautelosa vela,
acorren luego a calmar
el frenesí que los ciega,  230
ya con ruegos y palabras
de amor y eficacia llenas;
ya interponiendo su cuerpo
entre las armas sangrientas.
Ellos resisten y luchan,  235
las desoyen y atropellan,
lanzando injuriosos gritos;
y los cuchillos no sueltan
sino cuando, ya rendida,
su natural fortaleza  240
a la embriaguez y al cansancio,
dobla el cuello y cae por tierra.
Al tumulto y la matanza
sigue el llorar de las hembras
por sus maridos y deudos,  245
las lastimosas endechas
a la abundancia pasada,
a la presente miseria,
a las víctimas queridas
de aquella noche funesta.  250
Pronto un profundo silencio
hace a los lamentos tregua,
interrumpido por ayes
de moribundos, o quejas,
risas, gruñir sofocado  255
de la embriagada torpeza;-
al espantoso ronquido
de los que durmiendo sueñan,
los gemidos infantiles
del ñacurutú se mezclan;  260
chillidos, aúllos tristes
del lobo que anda a la presa.
De cadáveres, de troncos
miembros, sangre y osamentas,
entremezclados con vivos,  265
cubierto aquel campo queda,
donde poco antes la tribu
llegó alegre y tan soberbia.
La noche en tanto camina
triste, encapotada y negra;  270
y la desmayada luz
de las festivas hogueras
sólo alumbra los estragos
de aquella bárbara fiesta.




ArribaAbajoParte III


Yo iba a morir, es verdad,
entre bárbaros crueles,
y allí el pesar me mataba
de morir, mi bien, sin verte.
A darme la vida tú
saliste, hermosa, y valiente.


CALDERÓN                





ArribaAbajoEl puñal


   Yace en el campo tendida,
cual si estuviera sin vida,
ebria la salvage turba,
y ningún ruido perturba
su sueño o sopor mortal.  5
Varones y hembras mezclados
todos duermen sosegados:
sólo, en vano tal vez, velan
los que libertarse anhelan
del cautiverio fatal.  10

    Paran la oreja bufando
los caballos, que vagando
libres despuntan la grama,
y a la moribunda llama
de las hogueras se ve,  15
se ve sola y taciturna,
símil a sombra nocturna,
moverse una forma humana,
como quien lucha y se afana,
y oprime algo bajo el pie.  20

   Se oye luego triste aúllo,
y horrisonante mormullo,
semejante al del novillo
cuando el filoso cuchillo
lo degüella sin piedad;  25
y por la herida resuella,
y aliento y vivir por ella,
sangre hirviendo a borbollones,
en horribles convulsiones,
lanza con velocidad.  30

   Silencio;- ya el paso leve
por entre la yerba mueve,
como quien busca y no atina,
y temeroso camina
de ser visto o tropezar,-  35
una muger:- en la diestra
un puñal sangriento muestra,
sus largos cabellos flotan
desgreñados, y denotan
de su ánimo el batallar.  40

   Ella va.- Toda es oídos;
sobre salvages dormidos
va pasando, -escucha,- mira,-
se para,- apenas respira,
y vuelve de nuevo a andar.  45
Ella marcha, y sus miradas
vagan en torno azoradas,
cual si creyesen ilusas
en las tinieblas confusas,
mil espectros divisar.  50

   Ella va, y aun de su sombra
como el criminal se asombra;-
alza,- inclina la cabeza;
pero en un cráneo tropieza
y queda al punto mortal.-  55
Un cuerpo gruñe y resuella,
y se revuelve; mas ella
cobra espíritu y corage,
y en el pecho del salvage
clava el agudo puñal.  60

   El indio dormido espira;
y ella veloz se retira
de allí, y anda con más tino,
arrastrando del destino
la rigorosa crueldad.  65
Un instinto poderoso,
un afecto generoso
la impele y guía segura,
como luz de estrella pura,
por aquella oscuridad.  70

   Su corazón de alegría
palpita;- lo que quería,
lo que buscaba con ansia
su amorosa vigilancia
encontró gozosa al fin.  75
Allí, allí está su universo,
de su alma el espejo terso,
su amor, esperanza y vida;
allí contempla embebida
su terrestre Serafín.  80

   «-Brian, dice, mi Brian querido
busca durmiendo el olvido;
quizá ni soñando espera
que yo entre esta gente fiera
le venga a favorecer.  85
Lleno de heridas, cautivo,
no abate su ánimo altivo
la desgracia, y satisfecho
descansa, como en su lecho,
sin esperar, ni temer.  90

   Sus verdugos, sin embargo,
para hacerle más amargo
de la muerte el pensamiento;
deleitarse en su tormento,
y más su rencor cebar  95
prolongando su agonía,
la vida suya, que es mía,
guardaron, cuando triunfantes
hasta los tiernos infantes,
osaron despedazar,  100

   arrancándolos del seno
de sus madres -¡día lleno
de execración y amargura,
en que murió mi ventura,
tu memoria me da horror!-»  105
Así dijo, y ya no siente,
ni llora, porque la fuente
del sentimiento fecunda,
que el femenil pecho inunda,
consumió el voraz dolor.  110

   Y el amor y la venganza
en su corazón alianza
han hecho, y solo una idea
tiene fija y saborea
su ardiente imaginación.  115
Absorta el alma, en delirio
lleno de gozo y martirio
queda, hasta que al fin estalla
como volcán, y se esplaya
la lava del corazón.  120

   Allí está su amante herido,
mirando al cielo y ceñido
el cuerpo con duros lazos,
abiertos en cruz los brazos,
ligadas manos y pies.  125
Cautivo está, pero duerme;
inmoble, sin fuerza, inerme
yace su brazo invencible:
de la pampa el león terrible
presa de los buitres es.  130

   Allí, de la tribu impía
esperando con el día
horrible muerte, está el hombre,
cuya fama, cuyo nombre
era al bárbaro traidor  135
más temible que el zumbido
del hierro o plomo encendido;
más aciago y espantoso
que el valichu rencoroso
a quien acata su error.  140

   Allí está; -silenciosa ella,
como tímida doncella,
besa su entreabierta boca,
cual si dudara lo toca
por ver si respira aún.  145
Entonces las ataduras
que sus carnes roen duras
corta, corta velozmente
con su puñal obediente,
teñido en sangre común.  150

   Brian despierta; -su alma fuerte,
conforme ya con su muerte,
no se conturba, ni azora;
poco a poco se incorpora,
mira sereno, y cree ver  155
un asesino: -echan fuego
sus ojos de ira; mas luego
se siente libre, y se calma,
Y dice : «¿eres alguna alma
que pueda y deba querer?  160

   ¿Eres espíritu errante,
ángel bueno, o vacilante
parto de mi fantasía?»
«-Mi vulgar nombre es María,
ángel de tu guarda soi;  165
y mientras cobra pujanza,
ebria la feroz venganza
de los bárbaros, segura,
en aquesta noche oscura,
velando a tu lado estoi:-  170

   Nada tema tu congoja.-»
Y enagenada se arroja
de su querido en los brazos,
le da mil besos y abrazos
repitiendo «-Brian, Brian-».  175
La alma heroica del guerrero
siente el gozo lisongero
por sus miembros doloridos
correr, y que sus sentidos
libres de ilusión están.  180

   Y en labios de su querida
apura aliento de vida,
y la estrecha cariñoso,
y en éxtasis amoroso
ambos respiran así;  185
mas, súbito él la separa,
como si en su alma brotara
horrible idea, y la dice:-
«María, soi infelice,
ya no eres digna de mí.  190

   Del salvage la torpeza
habrá ajado la pureza
de tu honor, y mancillado
tu cuerpo santificado
por mi cariño y tu amor;  195
ya no me es dado quererte.»
Ella le responde: «-advierte
que en este acero está escrito
mi pureza y mi delito,
mi ternura y mi valor.  200

   Mira este puñal sangriento
y saltará de contento
tu corazón orgulloso;
diómelo amor poderoso,
diómelo para matar  205
al salvage que insolente
ultrajar mi honor intente;
para, a un tiempo, de mi padre,
de mi hijo tierno y mi madre
la injusta muerte vengar.  210

   Y tu vida, más preciosa
que la luz del sol hermosa,
sacar de las fieras manos
de estos tigres inhumanos,
o contigo perecer.  215
Loncoy, el cacique altivo,
cuya saña al atractivo
se rindió de estos mis ojos,
y quiso entre sus despojos
de Brian la querida ver,  220

   después de haber mutilado
a su hijo tierno; anegado
en su sangre yace impura;
sueño infernal su alma apura:
diole muerte este puñal.  225
Levanta, mi Brian, levanta,
sigue, sigue mi ágil planta;
huyamos de esta guarida
donde la turba se anida
más inhumana y fatal.-»  230

   «¿Pero adónde, adónde iremos?
¿Por fortuna encontraremos
en la pampa algún asilo,
donde nuestro amor tranquilo
logre burlar su furor?  235
¿Podremos, sin ser sentidos
escapar, y desvalidos
caminar a pie, ijadeando,
con el hambre y sed luchando,
el cansancio y el dolor?»  240

   «-Sí; el anchuroso desierto
más de un abrigo encubierto
ofrece, y la densa niebla,
que el cielo y la tierra puebla,
nuestra fuga ocultará.  245
Brian, cuando aparezca el día,
palpitantes de alegría,
lejos de aquí ya estaremos,
y el alimento hallaremos
que el cielo al infeliz da.-»  250

   «Tu podrás, querida amiga,
hacer rostro a la fatiga,
mas yo, llagado y herido,
débil, exangüe, abatido,
¿cómo podré resistir?  255
Huye tú, muger sublime,
y del oprobio redime
tu vivir predestinado;
deja a Brian infortunado,
solo, en tormentos morir.»  260

   «-No, no, tú vendrás conmigo,
o pereceré contigo.
De la amada patria nuestra
escudo fuerte es tu diestra,
¿y qué vale una muger?  265
Huyamos, tú de la muerte,
yo de la oprobiosa suerte
de los esclavos; propicio
el cielo este beneficio
nos ha querido ofrecer;  270

   no insensatos lo perdamos.
Huyamos, mi Brian, huyamos;
que en el áspero camino
mi brazo, y poder divino
te servirán de sostén.-»  275
«Tu valor me infunde fuerza,
y de la fortuna adversa,
amor, gloria, o agonía
participar con María
yo quiero, huyamos, ven, ven».  280

   Dice Brian y se levanta,
el dolor traba su planta,
mas devora el sufrimiento;
y ambos caminan a tiento
por aquella oscuridad.  285
Tristes van, -de cuando en cuando
la vista al cielo llevando,
que da esperanza al que gime,-
¿qué busca su alma sublime?
la muerte o la libertad.  290

   «Y en esta noche sombría
¿quién nos servirá de guía?»
«-Brian, ¿no ves allá una estrella
que entre dos nubes centella
cual benigno astro de amor?  295
Pues esa, es por Dios enviada
como la nube encarnada
que vio Israel prodigiosa;
sigamos la senda hermosa
que nos muestra su fulgor,  300

   ella del triste desierto
nos llevará a feliz puerto.-»
Ellos van; -solas, perdidas
como dos almas queridas,
que amor en la tierra unió,  305
y en la misma forma de antes,
andan por la noche errantes,
con la memoria hechicera
del bien que en su primavera
la desdicha les robó.  310

   Ellos van.- Vasto, profundo
como el páramo del mundo
misterioso es el que pisan;
mil fantasmas se divisan,
mil formas vanas allí,  315
que la sangre joven hielan:
mas ellos vivir anhelan.
Brian desmaya caminando,
y al cielo otra vez mirando,
dice a su querida así:  320

   «Mira, -¿no ves?- la luz bella
de nuestra polar estrella
de nuevo se ha oscurecido,
y el cielo más denegrido
nos anuncia algo fatal.»  325
«-Cuando contrario el destino
nos cierre, Brian, el camino,
antes de volver a manos
de esos indios inhumanos,
nos queda algo: -este puñal.-»  330




ArribaAbajoParte IV


Gia la terra e coperta d'uccisi;
Tutta e sangue la vasta pianura;...


MANZONI                



Ya de muertos la tierra está cubierta,
Y la vasta llanura toda es sangre.





ArribaAbajoLa alborada


   Todo estaba silencioso.
La brisa de la mañana
recién la yerba lozana
acariciaba y la flor,
y en el oriente nubloso  5
la luz apenas rayando,
iba el campo matizando
de claroscuro verdor.

    Posaba el ave en su nido;
ni del pájaro se oía  10
la variada melodía,
música que al alba da;
y sólo, al ronco bufido
de algún potro que se azora,
mezclaba su voz sonora  15
el agorero yajá.

    En el campo de la holganza,
so la techumbre del cielo,
libre, agena de recelo
dormía la tribu infiel;  20
mas la terrible venganza
de su constante enemigo
alerta estaba, y castigo
le preparaba crúel.

    Súbito al trote asomaron  25
sobre la extendida loma
dos ginetes, como asoma
el astuto cazador;
y al pie de ella divisaron
la chusma quieta y dormida,  30
y volviendo atrás la brida
fueron a dar el clamor

    de alarma al campo cristiano.
Pronto en brutos altaneros
un escuadrón de lanceros  35
trotando allí se acercó,
con acero y lanza en mano;
y en hileras dividido
al Indio, no apercibido,
en doble muro encerró.  40

Entonces, el grito «Cristiano, Cristiano»
    resuena en el llano,
«Cristiano» repite confuso clamor.
La turba que duerme despierta turbada,
   clamando azorada,  45
«Cristiano nos cerca, cristiano traidor.»

Niños y mugeres, llenos de conflito,
   levantan el grito;
sus almas conturba la tribulación;
los unos pasmados, al peligro horrendo,  50
   los otros huyendo,
corren, gritan, llevan miedo y confusión.

Quién salta al caballo que encontró primero,
   quién toma el acero,
quién corre su potro querido a buscar;  55
mas ya la llanura cruzan desbandadas,
   yeguas y manadas,
que el cauto enemigo las hizo espantar.

En trance tan duro los carga el cristiano,
   blandiendo en su mano  60
la terrible lanza, que no da cuartel.-
Los indios más bravos luchando resisten,
   cual fieras e<nv>isten:-
el brazo sacude la matanza crúel.

El sol aparece; -las armas agudas  65
   relucen desnudas,
horrible la muerte se muestra do quier.
En lomos del bruto, la fuerza y coraje,
crece del salvaje,
sin su apoyo, inerme, se deja vencer.  70

Pie en tierra poniendo la fácil victoria,
   que no le da gloria,
prosigue el cristiano lleno de rencor.-
Caen luego caciques, soberbios caudillos:
   los fieros cuchillos  75
degüellan, degüellan, sin sentir horror.

Los ayes, los gritos, clamor del que llora,
   gemir del que implora,
puesto de rodillas, en vano piedad,
todo se confunde:- del plomo el silbido,  80
   del hierro el crujido,
que ciego no acata ni sexo, ni edad.

   Horrible, horrible matanza
hizo el cristiano aquel día;
ni hembra, ni varón, ni cría  85
de aquella tribu quedó.
La inexorable venganza
siguió el paso a la perfidia,
y en no cara y breve lidia
su cerviz al hierro dio.  90

   Viose la yerba teñida
de sangre, hediondo y sembrado
de cadáveres el prado
donde resonó el festín.
Y del sueño de la vida  95
al de la muerte pasaron
los que poco antes se holgaron,
sin temer aciago fin.

   Las cautivas derramaban
lágrimas de regocijo;-  100
una al esposo, otra al hijo
debió allí la libertad;
pero ellos tristes estaban,
porque ni vivo ni muerto
halló a Brian, en el desierto,  105
su valor y su lealtad.




ArribaAbajoParte V


.........................e lo spirito lasso
Conforta, e ciba di speranza buona.


DANTE                



......................y el ánimo cansado
de esperanza feliz nutre, y conforta;





ArribaAbajoEl pajonal


   Así, huyendo a la ventura,
ambos a pie divagaron
por la lóbrega llanura,
y al salir la luz del día
a corto trecho se hallaron  5
de un inmenso pajonal.
Brian debilitado, herido,
a la fatiga rendido
la planta apenas movía;
su angustia era sin igual.  10
Pero un ángel, su querida
siempre a su lado velaba
y el espíritu y la vida,
que su alma heroica anidaba,
la infundía, al parecer,  15
con miradas cariñosas,
voces del alma profundas,
que debieran ser eternas;
y aquellas palabras tiernas,
o armonías misteriosas,  20
que sólo emanan fecundas
del labio de la muger.

   Temerosos del Salvaje
acogiéronse al abrigo
de aquel pajonal amigo,  25
para de nuevo su viaje
por la noche continuar;
descansar allí un momento,
y refrigerio y sustento
a la flaqueza buscar.  30

   Era el adusto verano.
Ardiendo el sol como fragua
en cenagoso pantano
convertido había el agua
allí estancada, y los peces,  35
los animales inmundos,
que aquel bañado habitaban
muertos, el aire infestaban,
o entre las impuras heces
aparecían a veces  40
boqueando moribundos,
como del cielo implorando
agua y aire:- aquí se vía
al voraz cuervo, tragando
lo más asqueroso y vil;  45
allí la blanca cigüeña,
el pescuezo corvo alzando,
en su largo pico enseña
el tronco de algún reptil;
más allá se ve el carancho,  50
que jamás presa desdeña,
con pico en forma de gancho
de la espirante alimaña
<z>ajar la fétida entraña:-
y en aquel páramo yerto,  55
donde a buscar como a puerto
refrigerio, van errantes
Brian y María anhelantes,
sólo divisan sus ojos
feos, inmundos despojos  60
de la muerte.- ¡Qué destino
como el suyo miserable!
Si en aquel instante vino,
la memoria perdurable
de la pasada ventura,  65
a turbar su fantasía.
¡Cuán amarga les sería!
¡Cuán triste, yerma y oscura!

   Pero con pecho animoso
en el lodo pegajoso  70
penetraron, ya cayendo,
ya levantando, o subiendo
en pie flaco y dolorido;
y sobre un flotante nido
de yajá, (columna bella,  75
que entre la paja descuella,
como edificio construido
por mano hábil), se sentaron
a descansar o morir.
Súbito allí desmayaron  80
los espíritus vitales
de Brian a tanto sufrir;
y en los brazos de María,
que inmoble permanecía,
cayó muerto al parecer.  85
¡Cómo palabras mortales
pintar al vivo podrán
el desaliento y angustias,
o las imágenes mustias
que el alma atravesarán  90
de aquella infeliz muger!
Flor hermosa y delicada,
perseguida y conculcada
por cuantos males tiranos
dio en herencia a los humanos  95
inexorable poder.

   Pero a cada golpe injusto
retoñece más robusto
de su noble alma el valor;
y otra vez, con paso fuerte,  100
<h>olla el fango, do la muerte
disputa un resto de vida
a indefensos animales;
y rompiendo enfurecida
los espesos matorrales,  105
camina a un sordo rumor
que oye próximo, y mirando
el hondo cauce, anchuroso
de un arroyo que copioso
entre la paja corría,  110
se volvió atrás, exclamando
arrobada de alegría:
«¡-Gracias te doi, Dios supremo!
Brian se salva, nada temo.-»

   Pronto llega al alto nido  115
donde yace su querido,
sobre sus hombros le carga,
y con vigor desmedido
lleva, lleva, a paso lento,
al puerto de salvamento  120
aquella preciosa carga.

   Allí en la orilla verdosa
el inmoble cuerpo posa,
y los labios, frente y cara
en el agua fresca y clara  125
le embebe;- su aliento aspira,
por ver si vivo respira,
trémula su pecho toca;
y otra vez sienes y boca
le empapa:- en sus ojos vivos,  130
y en su semblante animado,
los matices fugitivos
de la apasionada guerra
que su corazón encierra,
se muestran.- Brian recobrado  135
se mueve, incorpora, alienta;
y débil mirada lenta
clava en la hermosa María,
diciéndola: «amada mía
pensé no volver a verte,  140
y que este sueño sería
como el sueño de la muerte;
pero tú, siempre velando,
mi vivir sustentas, cuando
yo en nada puedo valerte,  145
sino doblar la amargura
de su estraña desventura.»
«-Que vivas tan sólo quiero,
porque si mueres, yo muero;
Brian mío alienta, triunfamos,  150
en salvo y libres estamos.
No te aflijas; -bebe, bebe
esta agua, cuyo frecor
el extenuado vigor
volverá a tu cuerpo en breve,  155
y esperemos con valor
de Dios el fin que imploramos.-»

   Dijo así y en la corriente
recoge agua, y diligente,
de sus miembros con esmero,  160
se aplica a lavar primero
las dolorosas heridas,
las hondas llagas henchidas
de negra sangre cuajada,
y a sus inflamados pies  165
el lodo impuro; y después
con su mano delicada
las venda.- Brian silencioso
sufre el dolor con firmeza;
pero siente a la flaqueza;  170
rendido el pecho animoso.

   Ella entonces alimento
corre a buscar; y un momento,
sin duda el cielo piadoso,
de aquellos finos amantes,  175
infortunados y errantes,
quiso aliviar el tormento.




ArribaAbajoParte VI


¡Qué largas son las horas del deseo!


MORETO                





ArribaAbajoLa espera


   Triste, oscura, encapotada
llegó la noche esperada,
la noche que ser debiera
su grata y fiel compañera;
y en el vasto pajonal  5
permanecen inactivos
los amantes fugitivos.
Su astro, al parecer, declina,
como la luz vespertina,
entre sombra funeral.  10

   Brian por el dolor vencido
al margen yace tendido
del arroyo; -probó en vano
el paso firme y lozano
de su querida seguir;-  15
sus plantas desfallecieron,
y sus heridas vertieron
sangre otra vez.- Sintió entonces
como una mano de bronce
por sus miembros discurrir.  20

   María espera, a su lado
con corazón agitado,
que amanecerá otra aurora
más bella y consoladora;-
el amor la inspira fe  25
en destino más propicio,
y la oculta el precipicio
cuya idea solo pasma:-
el descarnado fantasma
de la realidad no ve.  30

   Pasión vivaz la domina,
ciega pasión la fascina;-
mostrando a su alma el trofeo
de su impetuoso deseo
la dice: tú triunfarás.  35
Ella infunde a su flaqueza
constancia allí y fortaleza;
ella su hambre, su fatiga,
y sus angustias mitiga
para devorarla más.  40

   Sin el amor que en sí entraña,
¿qué sería?- Frágil caña
que el más leve impulso quiebra,
ser delicado, fina hebra,
sensible y flaca muger.  45
Con él, es ente divino
que pone a raya el destino,
ángel poderoso y tierno
a quien no haría el infierno
vacilar, ni estremecer.  50

   De su querido no advierte
el mortal abatimiento,
ni cree se atreva la muerte
a sofocar el aliento
que hace vivir a los dos;  55
porque de su llama intensa
es la vida tan inmensa,
que a la muerte vencería,
y en sí eficacia tendría
para animar como Dios.  60

   El amor es fe inspirada
es religión arraigada,
en lo íntimo de la vida.-
Fuente inagotable, henchida
de esperanza, su anhelar  65
no halla obstáculo invencible
hasta conseguir victoria;
si se estrella en lo imposible,
gozoso vuela a la gloria
su heroica palma a buscar.  70

   María no desespera,
porque su ahínco procura
para lo que ama ventura,
y al infortunio supera
su imperiosa voluntad.  75
Mañana, -el grito constante
de su corazón amante
la dice:- mañana el cielo
hará cesar tu desvelo,
la nueva luz esperad.  80

   La noche cubierta, en tanto,
camina en densa tiniebla,
y en el abismo de espanto,
que aquellos páramos puebla,
ambos perdidos se ven.  85
Parda, rojiza, radiosa
una faja luminosa
forma horizonte no lejos;
sus amarillos reflejos
en lo oscuro hacen vaivén.  90

   La llanura arder parece,
y que con el viento crece,
se encrespa, aviva y derrama
el resplandor y la llama
en el mar de lobreguez.  95
Aquel fuego colorado,
en tinieblas engolfado,
cuyo esplendor vaga horrendo,
era trasunto estupendo
de la inferna terriblez.  100

   Brian, recostado en la yerba
como ageno de sentido,
nada ve: -ella un rüido
oye; pero sólo observa
la negra desolación,  105
o las sombrías visiones
que engendran las turbaciones
de su espíritu.- ¡Cuán larga
aquella noche y amarga
sería a su corazón!  110

   Miró a su amante, -espantoso,
un bramido cavernoso
la hizo temblar, resonando:-
era el tigre, que buscando
pasto a su saña feroz  115
en los densos matorrales,
nuevos presagios fatales
al infortunio traía.-
En silencio, echó María
mano a su puñal, veloz.  120




ArribaAbajoParte VII


Voyez... Déjà la flamme en torrens se déploie;


LAMARTINE                



Mirad... ya en torrentes se extiende la llama.





ArribaAbajoLa quemazón


   El aire estaba inflamado,
turbia la región suprema,
envuelto el campo en vapor;
rojo el sol, y coronado
de parda oscura diadema,  5
amarillo resplandor
en la atmósfera esparcía;
el bruto, el pájaro huía,
y agua la tierra pedía
sedienta y llena de ardor.  10

   Soplando a veces el viento
limpiaba los horizontes,
y de la tierra brotar
de humo rojo y ceniciento
se velan como montes;  15
y en la llanura ondear,
formando espiras doradas,
como lenguas inflamadas,
o melenas encrespadas
de ardiente, agitado mar.  20

   Cruzándose nubes densas
por la esfera dilataban,
como cuando hay tempestad,
sus negras alas inmensas;
y más, y más aumentaban  25
el pavor y oscuridad.
El cielo entenebrecido,
el aire, el humo encendido,
eran, con el sordo ruido,
signo de calamidad.  30

   El pueblo de lejos
contempla asombrado
los turbios reflejos;
del día enlutado
la ceñuda faz.  35
El humilde llora,
el piadoso implora;
se turba y azora
la malicia audaz.

   Quién cree ser indicio  40
fatal, estupendo
del día del juicio,
del día tremendo
que anunciado está.
Quién piensa que al mundo,  45
sumido en lo inmundo,
el cielo iracundo
pone a prueba ya.

   Era la plaga que cría,
la devorante Sequía  50
para estrago y confusión:-
de la chispa de una hoguera,
que llevó el viento ligera,
nació grande, cundió fiera
la terrible quemazón.  55

   Ardiendo, sus ojos
relucen, chispean;
en rubios manojos
sus crines ondean,
flameando también:  60
la tierra gimiendo,
los brutos rugiendo,
los hombres huyendo,
confusos la ven.

   Sutil se difunde,  65
camina, se mueve,
penetra, se infunde;
cuanto toca, en breve,
reduce a tizón.
Ella era,- y pastales,  70
densos pajonales,
cardos y animales,
ceniza, humo son.

   Raudal vomitando
venía de llama,  75
que hirviendo, silbando
se enrosca y derrama
con velocidad.
Sentada María
con su Brian la vía:  80
«-¡Dios mío! decía,
de nos ten piedad.-»

   Piedad María imploraba,
y piedad necesitaba
de potencia celestial.  85
Brian caminar no podía,
y la quemazón cundía
por el vasto pajonal.

   Allí pávulo encontrando,
como culebra serpeando,  90
velozmente caminó;
y agitando, desbocada,
su crin de fuego erizada
gigante cuerpo tomó.

   Lodo, paja, restos viles  95
de animales y reptiles
quema el fuego vencedor,
que el viento iracundo atiza;
vuelan el humo y ceniza,
y el inflamado vapor,  100

   al lugar donde, pasmados,
los cautivos desdichados,
con despavoridos ojos,
están, su hervidero oyendo,
y las llamaradas viendo  105
subir en penachos rojos.

   No hai cómo huir, no hai efugio,
esperanza ni refugio;
¿dónde auxilio encontrarán?
Postrado Brian yace inmoble  110
como el orgulloso roble
que derribó el huracán.

   Para ellos no existe el mundo.
Detrás arroyo profundo
ancho se extiende, y delante,  115
formidable y horroroso,
alza la cresta furioso
mar de fuego devorante.

   «Huye presto, Brian decía
con voz débil a María,  120
déjame solo morir;
este lugar es un horno:
huye; ¿no miras en torno
vapor cárdeno subir?»

   Ella calla, o le responde:-  125
«-Dios, largo tiempo, no esconde
su divina protección.
¿Crees tú nos haya olvidado?
Salvar tu vida ha jurado
o morir mi corazón.-»  130

   Pero del cielo era juicio
que en tan horrendo suplicio
no debían perecer;
y que otra vez de la muerte
inexorable, amor fuerte  135
triunfase, amor de muger.

   Súbito ella se incorpora:
de la pasión que atesora
el espíritu inmortal
brota, en su faz la belleza  140
estampando y fortaleza
de criatura celestial,

   no sujeta a lei humana;
y como cosa liviana
carga el cuerpo amortecido  145
de su amante, y con él junto,
sin cejar, se arroja al punto
en el arroyo extendido.

   Cruje el agua, y suavemente
surca la mansa corriente  150
con el tesoro de amor;
semejante a Ondina bella
su cuerpo airoso descuella,
y hace, nadando, rumor.

   Los cabellos atezados,  155
sobre sus hombros nevados
sueltos, reluciendo van;
voga con un brazo lenta,
y con el otro sustenta
a flor, el cuerpo de Brian.  160

   Aran la corriente unidos
como dos cisnes queridos,
que huyen de águila crúel
cuya garra, siempre lista,
desde la nube se alista  165
a separar su amor fiel.

   La suerte injusta se afana
en perseguirlos: -ufana
en la orilla opuesta el pie
pone María triunfante,  170
y otra vez libre a su amante
de horrenda agonía ve.

   ¡O del amor maravilla!
En sus bellos ojos brota
del corazón, gota a gota,  175
el tesoro sin mancilla,
celeste, inefable unción;
sale en lágrimas deshecho
su heroico amor satisfecho.
Y su formidable cresta  180
sacude, enrosca y enhiesta
la terrible quemazón.

   Calmó después el violento
soplar del airado viento:
el fuego a paso más lento  185
surcó por el pajonal,
sin topar ningún escollo;
y a la orilla de un arroyo
a morir al cabo vino,
dejando, en su ancho camino,  190
negra y profunda señal.




ArribaAbajoParte VIII

Les guerriers et les coursiers eux memes sont là pour attester les victoires de mon bras. Je dois ma renommée à mon glaive...


ANTAR                


Los guerreros y aún los bridones de la batalla existen para atestiguar las victorias de mi brazo. Debo mi renombre a mi espada.





ArribaAbajoBrian


   Pasó aquél, llegó otro día
triste, ardiente, y todavía
desamparados como antes,
a los míseros amantes
encontró en el pajonal.  5
Brian, sobre pajizo lecho
inmoble está, y en su pecho
arde fuego inextinguible;
brota en su rostro, visible
abatimiento mortal.  10

   Abrumados y rendidos
sus ojos, como adormidos,
la luz esquivan, o absortos,
en los pálidos abortos
de la conciencia, (legión  15
que atribula al moribundo)
verán formas de otro mundo;
imágenes fugitivas,
o las claridades vivas
de fantástica región.  20

   Triste a su lado María
resuelve en la fantasía
mil contrarios pensamientos,
y horribles presentimientos
la vienen allí a asaltar;-  25
espectros que engendra el alma,
cuando el ciego desvarío
de las pasiones se calma,
y perdida en el vacío
se recoge a meditar.  30

   Allí, frágil navecilla
en mar sin fondo ni orilla,
do nunca ríe bonanza
se encuentra sin esperanza
de poder al fin surjir.  35
Allí ve, su afán perdido
por salvar a su querido;
y cuán lejano y nubloso
el horizonte radioso
está de su porvenir:-  40

   cuán largo, incierto camino
la desdicha le previno,
cuán triste peregrinaje;
allí ve de aquel paraje
la yerta inmovilidad.  45
Allí ya del desaliento
sufre el pausado tormento,
y abrumada de tristeza,
al cabo a sentir empieza
su abandono y soledad.  50

   Echa la vista delante,
y al aspecto de su amante
desfallece su heroísmo;
la vuelve, y hórrido abismo
mira atónita detrás.  55
Allí apura la agonía
del que vio cuando dormía
paraíso de dicha eterno,
y al despertar un infierno
que no imaginó jamás.  60

   En el empíreo nublado
flamea el sol colorado;
en la llanura domina
la vaporosa calina,
el bochorno abrasador.  65
Brian sigue inmoble, y María
en formar se entretenía
de junco un denso tejido,
que guardase a su querido
de la intemperie y calor.  70

   Cuando oyó, como el aliento
que al levantarse o moverse
hace animal corpulento,
crujir la paja y romperse
de un cercano matorral.  75
Miró ¡oh terror! y acercarse
vio con movimiento tardo,
y hacia ella encaminarse
lamiéndose, un tigre pardo
tinto en sangre;- atroz señal.  80

   Cobrando ánimo al instante
se alzó María arrogante,
en mano el puñal desnudo,
vivo el mirar, y un escudo
formó de su cuerpo a Brian.  85
Llegó la fiera inclemente;
clavó en ella vista ardiente,
Y a compa<c>ión ya movida,
o fascinada y herida
por sus ojos y ademán,  90

   recta prosiguió el camino,
y al arroyo cristalino
se echó a nadar.- ¡Oh amor tierno!
de lo más frágil y eterno
se compaginó tu ser.  95
Siendo sólo afecto humano,
chispa fugaz, tu grandeza,
por impenetrable arcano,
es celestial.- ¡Oh belleza!
no se anida tu poder,  100

   en tus lágrimas, ni enojos;
si, en los sinceros arrojos
de tu corazón amante:
María en aquel instante
se sobrepuso al terror,  105
pero cayó sin sentido
a conmoción tan violenta.-
Bella como ángel dormido
la infeliz estaba, exenta
de tanto afán y dolor.  110

   Entonces, ¡ah!, parecía
que marchitado no había
la aridez de la congoja,
que a lo más bello despoja,
su frescura juvenil.  115
¡Venturosa si más largo
hubiera sido su sueño!
Brian despierta del letargo:
brilla matiz más risueño
en su rostro varonil.-  120

   Se sienta, -estático mira,
como el que en vela delira;
lleva la mano a su frente
sudorífera y ardiente,
¿qué cosas su alma verá?  125
La luz, noche le parece,
tierra y cielo se oscurece,
y rueda en un torbellino
de nubes.- «Este camino
lleno de espinas está:  130

   Y la llanura, María,
¿no ves cuán triste y sombría?
¿Dónde vamos?- A la muerte.-
Triunfó la enemiga suerte,»
dice delirando Brian.  135
«¡Cuán caro mi amor te cuesta!
Y mi confianza funesta,
¡cuánta fatiga y ultrajes!
Pero pronto los salvajes
su deslealtad pagarán.»  140

   Cobra María el sentido
al oír de su querido
la voz, y en gozo nadando
se incorpora, en él clavando
su cariñosa mirada.  145
«Pensé dormías, la dice,
y despertarte no quise;
fuera mejor que durmieras
y del bárbaro no oyeras
la estrepitosa llegada.»  150

   «¿Sabes?- Sus manos lavaron,
con infernal regocijo,
en la sangre de mi hijo;
mis valientes degollaron.
Como el huracán pasó,  155
desolación vomitando,
su vigilante perfidia.
Obra es del inicuo bando,
¡qué dirá la torpe envidia!
Ya mi gloria se eclipsó.  160

   De paz con ellos estaba
y en la villa descansaba.-
Oye, no te fíes, vela,-
lanza, caballo y espuela
siempre lista has de tener.-  165
Mira donde me han traído.-
Atado estoi, y ceñido;
no me es dado levantarme,
ni valerte ni vengarme,
ni batallar ni vencer.  170

   Venga, venga mi caballo,
mi caballo por la vida;
venga mi lanza fornida,
que yo basto a ese tropel.-
Rodeado de picas me hallo.-  175
Paso, canalla traidora,
que mi lanza vengadora
castigo os dará crúel.

   «¿No miráis la polvareda
que del llano se levanta?  180
¿No sentís lejos la planta
de los brutos retumbar?
La tribu es, huyendo leda,
como carnicero lobo,
con los despojos del robo,  185
no de intrépido lidiar.

   «Mirad ardiendo la villa,
y degollados dormidos
nuestros hermanos queridos
por la mano del infiel.  190
¡Oh mengua! ¡Oh rabia! ¡Oh mancilla!
Venga mi lanza lijero,
mi caballero parejero,
daré alcance a ese tropel.»

   Se alzó Brian enagenado,  195
y su bigote erizado
se mueve; chispean rojos,
como centellas, sus ojos
que hace el entusiasmo arder;
el rostro y talante fiero,  200
do resalta con viveza
el valor y la nobleza,
la magestad del guerrero
acostumbrado a vencer.

   Pero al punto desfallece.  205
Ella atónita enmudece,
ni halla voz su sentimiento;
en tan solemne momento
flaquea su corazón.
El sol pálido declina:  210
en la cercana colina
triscan las gamas y ciervos,
y de caranchos y cuervos
grazna la impura legión,

   de cadáveres avara,  215
cual si muerte presagiara.
Así la caterva estulta,
vil al heroísmo insulta,
que triunfante veneró.
María tiembla.- Él alzando  220
la vista al cielo, y tomando
con sus manos casi heladas
las de su amiga adoradas,
a su pecho las llevó.

   Y con voz débil la dice:  225
«Oye;- de Dios es arcano,
que más tarde o más temprano
todos debemos morir.
Insensato el que maldice
la lei que a todos iguala:  230
hoi el término señala
a mi robusto vivir.

   Resígnate; -bien venida
siempre, mi amor, fue la muerte
para el bravo, para el fuerte,  235
que a la patria y al honor
joven consagró su vida:
¿qué es ella?- una chispa, nada,
con ese sol comparada,
raudal vivo de esplendor.  240

   La mía brilló un momento,
pero a la patria sirviera;
también mi sangre corriera
por su gloria y libertad.
Lo que me da sentimiento  245
es que de ti me separo,
dejándote sin amparo
aquí en esta soledad.

   Otro premio merecía
tu amor y espíritu brioso,  250
y galardón más precioso
te destinaba mi fe.
Pero ¡ay Dios! la suerte mía
de otro modo se eslabona;
hoi me arrancan la corona  255
que insensato ambicioné.

   ¡Si al menos la azul bandera
sombra a mi cabeza diese!
¡O antes por la patria fuese
aclamado vencedor!  260
¡Oh destino! Quién pudiera
morir en la lid, oyendo
el alarido y estruendo
la trompeta y atambor.

   Tal gloria no he conseguido.  265
Mis enemigos triunfaron;
pero mi orgullo no ajaron
los favores del poder.
¡Qué importa! Mi brazo ha sido
terror del salvaje fiero:  270
los Andes vieron mi acero
con honor resplandecer.

   ¡Oh estrépito de las armas!
¡Oh embriaguez de la victoria!
¡Oh campos, soñada gloria!  275
¡Oh lances del combatir!
Inesperadas alarmas,
Patria, honor, objetos caros
ya no volveré a gozaros;
joven yo debo morir.  280

   Hoi es el aniversario
de mi primera batalla,
y en torno a mí todo calla...
Guarda en tu pecho mi amor,
nadie llegue a su santuario...  285
Aves de presa parecen,-
ya mis ojos se oscurecen;-
pero allí baja un cóndor;

   Y huye el enjambre insolente,
Adiós, en vano te aflijo...  290
Vive, vive para tu hijo,
Dios te impone ese deber.-
Sigue, sigue al occidente
tu trabajosa jornada:
adiós, en otra morada,  295
nos volveremos a ver.»

   Calló Brian, y en su querida
clavó mirada tan bella,
tan profunda y dolorida,
que toda el alma por ella  300
al parecer exhaló.-
El crepúsculo esparcía
en el desierto luz mustia.-
Del corazón de María,
el desaliento y angustia,  305
sólo el cielo penetró.




ArribaAbajoParte IX

Fallece esperanza y crece tormento


ANÓNIMO                


Morte bella parea nell suo bel viso


PETRARCA                



La muerte parecía
bella en su rostro bello.





ArribaAbajoMaría


   ¿Qué hará María? - En la tierra
ya no se arraiga su vida.
¿Dónde irá? -Su pecho encierra
tan honda y vivaz herida,
tanta congoja y pasión;  5
que para ella es infecundo
todo consuelo del mundo,
burla horrible su contento,
su compasión un tormento,
su sonrisa una irrisión.  10

   ¿Qué le importan sus placeres,
su bullicio y vanagloria;
si ella, entre todos los seres,
como desechada escoria,
lejos, olvidada está?  15
¿En qué corazón humano,
en qué limite del orbe
el tesoro soberano,
que sus potencias absorbe,
ya perdido encontrará?  20

   Nace del sol la luz pura,
y una fresca sepultura
encuentra; lecho postrero,
que al cadáver del guerrero
preparó el más fino amor.  25
Sobre ella hincada María,
muda como estatua fría,
inclinada la cabeza,
semejaba a la tristeza
embebida en su dolor.  30

   Sus cabellos renegridos
caen por los hombros tendidos,
y sombrean de su frente,
su cuello y rostro inocente
la nevada palidez.  35
No suspira allí, ni llora;
pero como ángel que implora,
para miserias del suelo
una mirada del cielo,
hace esta sencilla prez:  40

   «-Ya en la tierra no existe
el poderoso brazo,
donde hallaba regazo
mi enamorada sien:
Tú ¡oh Dios! no permitiste  45
que mi amor lo salvase,
quisiste que volase
donde florece el bien.

   Abre Señor a su alma
tu seno regalado,  50
del bienaventurado,
reciba el galardón;
encuentre allí la calma,
encuentre allí la dicha,
que busca en su desdicha,  55
mi viudo corazón.-»

   Dice: un punto su sentido
queda como sumergido.-
Echa la postrer mirada
sobre la tumba callada  60
donde toda su alma está,-
mirada llena de vida;
pero lánguida, abatida
como la última vislumbre
de la agonizante lumbre,  65
falta de alimento ya.

   Y alza luego la rodilla;
y tomando por la orilla
del arroyo hacia el ocaso,
con indiferente paso,  70
se encamina al parecer.
Pronto sale de aquel monte
de paja, y mira delante
ilimitado horizonte,
llanura y cielo brillante,  75
desierto y campo do quier.

   ¡Oh noche! ¡Oh fúlgida estrella!
Luna solitaria y bella
sed benignas; el indicio
de vuestro influjo propicio  80
siquiera una vez mostrad.
Bochornos, cálidos vientos,
inconstantes elementos,
preñados de temporales,
apiadaos; fieras fatales  85
su desdicha respetad.

   Y tú ¡oh Dios! en cuyas manos
de los míseros humanos
está el oculto destino,
siquiera un rayo divino  90
haz a su esperanza ver.
Vacilar, de alma sencilla,
que resignada se humilla,
no hagas la fe acrisolada;
susténtala en su jornada,  95
no la dejes perecer.

   Adiós pajonal funesto,
adiós pajonal amigo.
Se va ella sola ¡cuán presto
de su júbilo, testigo,  100
de su luto fuiste vos!
El sol y la llama impía
marchitaron tu ufanía;
pero hoi tumba de un soldado
eres y asilo sagrado:  105
pajonal glorioso, adiós.

   Gózate; ya no se anidan
en ti las aves parleras,
ni tu agua y sombra convidan
sólo a los brutos y fieras:  110
soberbio debes estar.
El valor y la hermosura,
ligados por la ternura,
en ti hallaron refrigerio;
de su infortunio el misterio  115
tú sólo puedes contar.

   Gózate; votos, ni ardores
de felices amadores
tu esquividad no turbaron,
sino voces que confiaron  120
a tu silencio su mal.
En la noche tenebrosa,
con los ásperos graznidos
de la legión ominosa,
oirás ayes y gemidos:  125
adiós triste pajonal.

   De ti María se aleja,
y en tus soledades deja
toda su alma; agradecido
el depósito querido  130
guarda y conserva; quizá
mano generosa y pía
venga a pedírtelo un día:
quizá la viva palabra
un monumento le labra  135
que el tiempo respetará.

   Día y noche ella camina:
y la estrella matutina
caminando solitaria,
sin articular plegaria,  140
sin descansar ni dormir
la ve.- En su planta desnuda
brota la sangre y chorrea;
pero toda ella, sin duda,
va absorta en la única idea  145
que alimenta su vivir.

   En ella encuentra sustento.-
Su garganta es viva fragua,
un volcán su pensamiento,
pero mar de hielo y agua  150
refrigerio inútil es
para el incendio que abriga:
insensible a la fatiga,
a cuanto ve indiferente,
como mísera demente  155
mueve sus heridos pies,

   por el Desierto.- Adormida
está su orgánica vida;
pero la vida de su alma
fomenta en sí aquella calma  160
que sigue a la tempestad,
cuando el ánimo cansado
del afán violento y duro,
al parecer resignado,
se abisma en el fondo oscuro  165
de su propia soledad.

   Tremebundo precipicio,
fiebre lenta y devorante,
último efugio, suplicio
del infierno, semejante  170
a la postrer convulsión
de la víctima en tormento:
trance que si dura un día
anonada el pensamiento,
encanece, o deja fría  175
la sangre en el corazón.

   Dos soles pasan: ¿a dónde
tu poder ¡oh Dios! se asconde?
¿Está por ventura exhausto?
¿Más dolor en holocausto  180
pide a una flaca muger?
No;- de la quieta llanura
ya se remonta a la altura
gritando el yajá.- Camina,
oye la voz peregrina  185
que te viene a socorrer.

   ¡Oh ave de la Pampa hermosa,
cómo te meces ufana!
Reina sí, reina orgullosa
eres, pero no tirana  190
como el águila fatal:
tuyo es también del espacio
el transparente palacio:
si ella en las rocas se anida,
tú en la esquivez escondida  195
de algún vasto pajonal.

   De la víctima el gemido,
el huracán y el tronido
ella busca, y deleite halla
en los campos de batalla;  200
pero tú la tempestad,
día y noche vigilante,
anuncias al Gaucho errante;
tu grito es de buen presagio
al que asechanza o naufragio  205
teme de la adversidad.

   Oye sonar en la esfera
la voz del ave agorera,
oye María infelice;
alerta, alerta, te dice;  210
aquí está tu salvación.-
¿No la ves cómo en el aire
balancea con donaire
su cuerpo albo-ceniciento?
¿No escuchas su ronco acento?  215
Corre a calmar tu aflicción.

   Pero nada ella divisa,
ni el infeliz reclamo escucha;
y caminando va a aprisa:
el demonio con que lucha  220
la turba, impele y amaga.
Turbios, confusos y rojos
se presentan a sus ojos
cielo, espacio, sol, verdura,
quieta, insondable llanura  225
donde sin brújula vaga.

   Mas ¡ah! que en vivos corceles
un grupo de hombres armados
se acerca: ¿serán infieles,
enemigos? -No soldados  230
son del desdichado Brian.
Llegan, su vista se pasma;
ya no es la muger hermosa,
sino pálido fantasma;
mas reconocen la esposa  235
de su fuerte capitán.

   Créianla cautiva o muerta;
grande fue su regocijo.
Ella los mira y despierta.
«-¿No sabéis qué es de mi hijo?-»  240
Con toda el alma exclamó.
Tristes mirando a María
todos el labio sellaron;
mas luego una voz impía:
«los Indios lo degollaron»  245
roncamente articuló.

   Y al oír tan crudo acento,
como quiebra al seco tallo
el menor soplo del viento,
o como herida del rayo  250
cayó la infeliz allí;
viéronla caer, turbados,
los animosos soldados;
una lágrima la dieron,
y funerales la hicieron  255
dignos de contarse aquí.

   Aquella trama formada
de la hebra más delicada,
cuyo espíritu robusto
lo más acerbo e injusto  260
de la adversidad probó,
un soplo débil deshizo:
Dios para amar, sin duda, hizo
un corazón tan sensible;
palpitar le fue imposible  265
cuando a quien amar no halló.

   Murió María. ¡Oh voz fiera!
¡Cuál entraña te abortara!
Mover al tigre pudiera
su vista sola;- y no hallara  270
en ti alguna compasión,
tanta miseria y conflito,
ni aquel su materno grito;
y como flecha saliste,
y en lo más profundo heriste  275
su anhelante corazón.

   Embates y oscilaciones
de un mar de tribulaciones
ella arrostró; y la agonía
saboreó su fantasía,  280
y el punzante frenesí
de la esperanza insaciable,
que en pos de un deseo vuela;
no alcanza el blanco inefable,
se irrita en vano y desvela;  285
vuelve a devorarse a sí.

   Una a una, todas bellas,
sus ilusiones volaron,
y sus deseos con ellas;
sola y triste la dejaron  290
sufrir hasta enloquecer.
Quedaba a su desventura
un amor, una esperanza,
un astro en la noche oscura,
un destello de bonanza,  295
un corazón que querer:

   una voz cuya armonía
adormecerla podría;
a su llorar un testigo,
a su miseria un abrigo,  300
a sus ojos qué mirar.
Quedaba a su amor desnudo
un hijo, un vástago tierno;
encontrarlo aquí no pudo,
y su alma al regazo eterno  305
lo fue volando a buscar.

   Murió; por siempre cerrados
están sus ojos cansados
de errar por llanura y cielo,
de sufrir tanto desvelo,  310
de afanar sin conseguir.
El atractivo está yerto
de su mirar; ya el desierto,
su último asilo, los rastros
de tan hechiceros astros  315
no verá otra vez lucir.

   Pero de ella aun hai vestigio.
¿No veis el raro prodigio?
Sobre su cándida frente
aparece nuevamente  320
un prestigio encantador.
Su boca y tersa megilla
rosada, entre nieve brilla,
y revive en su semblante
la frescura rozagante  325
que marchitara el dolor.

   La muerte bella la quiso,
y estampó en su rostro hermoso
aquel inefable hechizo,
inalterable reposo,  330
y sonrisa angelical,
que destellan las facciones
de una virgen en su lecho;
cuando las tristes pasiones
no han ajado de su pecho  335
la pura flor virginal.

   Entonces el que la viera,
dormida ¡oh Dios! la creyera;
deleitándose en el sueño
con memorias de su dueño,  340
llenas de felicidad:
soñando en la alba lúcida
del banquete de la vida
que sonríe a su amor puro:-
mas ¡ay! que en el seno oscuro  345
duerme de la eternidad.




ArribaAbajoEpílogo


Douce lumière es tu leur ame?


LAMARTINE                



¿Eres, plácida luz, el alma de ellos?




   ¡Oh María! Tu heroísmo,
tu varonil fortaleza,
tu juventud y belleza
merecieran fin mejor.
Ciegos de amor el abismo  5
fatal tus ojos no vieron,
y sin vacilar se hundieron
en él ardiendo en amor.

   De la más cruda agonía
salvar quisiste a tu amante,  10
y lo viste delirante
en el desierto morir.
¡Cuál tu congoja sería!
¡Cuál tu dolor y amargura!
Y no hubo humana criatura  15
que te ayudase a sentir.

   Se malogró tu esperanza
y cuando sola te viste
también mísera caíste,
como árbol cuya raíz  20
en la tierra ya no afianza
su pompa y florido ornato:
nada supo el mundo ingrato
de tu constancia infeliz.

   Naciste humilde, y oculta  25
como diamante en la mina,
la belleza peregrina
de tu noble alma quedó.
El Desierto la sepulta,
tumba sublime y grandiosa,  30
do el héroe también reposa
que la gozó y admiró.

   El destino de tu vida
fue amar, amor tu delirio,
amor causó tu martirio  35
te dio sobrehumano ser;
y amor, en edad florida,
sofocó la pasión tierna,
que omnipotencia de eterna
trajo consigo al nacer.  40

   Pero, no triunfa el olvido,
de amor, ¡oh bella María!
Que la virgen poesía
corona te forma ya
de ciprés entretejido  45
con flores que nunca mueren;
y que admiren y veneren
tu nombre y su nombre hará.

   Hoi, en la vasta llanura,
inhospitable morada,  50
que no siempre sosegada
mira el astro de la luz;
descollando en una altura,
entre agreste flor y yerba,
hoi el caminante observa  55
una solitaria cruz.

   Fórmale grata techumbre
la copa extensa y tupida
de un Ombú, donde se anida
la altiva águila real;  60
y la varia muchedumbre
de aves que cría el desierto,
se pone en ella a cubierto
del frío y sol estival.

   Nadie sabe cúya mano  65
plantó aquel árbol benigno,
ni quién a su sombra el signo
puso de la redención.
Cuando el cautivo cristiano
se acerca a aquellos lugares,  70
recordando sus hogares,
se postra a hacer oración.

   Fama es que la tribu errante,
si hasta allí llega embebida
en la caza apetecida  75
de la gama y avestruz,
al ver del ombú gigante
la verdosa cabellera,
suelta al potro la carrera
gritando: -«allí, está la cruz.-»  80

   Y revuelve atrás la vista,
como quien huye aterrado,
creyendo se alza el airado,
terrible espectro de Brian.
Pálido el indio exorcista  85
el fatídico árbol nombra;
ni a hollar se atreven su sombra
los que de camino van.

   También el indio asombrado
cuenta que en la noche oscura  90
suelen en aquella altura
dos luces aparecer;
que salen, y habiendo errado
por el desierto tranquilo,
juntas a su triste asilo  95
vuelven al amanecer.

   Quizá mudos habitantes
serán del páramo aerio,
quizá espíritus, -¡misterio!
Visiones del alma son.  100
Quizá los sueños brillantes
de la inquieta fantasía,
forman coro en la armonía
de la invisible creación.





IndiceSiguiente