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Riquezas peruanas: colección de artículos descriptivos escritos para «La Tribuna»

Modesto Basadre y Chocano

—III→

Las montañas del Perú, que tras de los Andes se dilatan en extensión inmensa, son, por su abundante y variada riqueza, objeto de importantísimo estudio, y a las que ha debido consagrarse una constante y particular atención.

Las pampas de Tarapacá, emporios de cuantiosa riqueza, han debido, también, atraer las miradas y el interés de nuestros compatriotas y de los hombres de empresa.

Aquellas montañas y esas pampas serán, un día, fuentes copiosas en donde irán a formarse ingentes fortunas: sólo se necesita, para que de una vez comiencen a serlo, que el trabajo inteligente y perseverante se acerque a ellas; sólo es preciso dar los primeros pasos, hacer los primeros esfuerzos, para que los resultados sean tales que sucesivamente vayan disminuyendo la fatiga, y haciendo más poderosa y fecunda la acción.

Dominados por estas ideas, y sabedores de que el señor don Modesto Basadre había hecho estudios especiales en esas regiones, le pedimos su importante cooperación, suministrándonos los datos que hubiese podido reunir en sus penosas exploraciones por aquellas comarcas. Este caballero, lejos de excusarse, ha correspondido espléndidamente a nuestro pedido, redactando para La Tribuna los artículos que, después de publicados los días sábados, reunimos hoy en un volumen, que damos en obsequio a aquellos de los suscritores que la han favorecido desde que volvió a ver la luz pública hasta el mes de octubre último.

En esos artículos traza el señor Basadre el camino que han de seguir los que, con buena voluntad y constancia, se propongan —IV→ explotar esos grandes veneros de riqueza, los mismos que pueden aprovechar de la lección que, adquirida por el autor de sus viajes, la ofrece en sus artículos, y sacar la inmensa utilidad que de ella puede reportarse.

Desgraciados acontecimientos han cegado el manantial donde tomaban entre nosotros origen la fortuna pública y la privada; pero publicaciones como la que hemos coleccionado, demuestran que mucho tenemos en qué apoyar gratas esperanzas; y, porque encontramos en esos datos los elementos del porvenir del Perú, de un porvenir próximo y brillante, nos apresuramos a presentarlos reunidos en un volumen, a nuestros compatriotas, y como estímulo, también, al capital extranjero, para el que tiene el Perú, en ese espléndido banquete de las grandes fortunas, un lugar de preferencia.

La colección que presentamos, no es un libro de aventuras, ni un romance que halague la imaginación de un lector que busca sólo distraerse; son relaciones de lugares en que la Naturaleza ostenta toda su belleza y sus hermosas joyas, y que redactadas con una mira práctica, tienden a lo real y positivo, a la adquisición de lo útil para todos. El autor no ha tenido más propósito que narrar con exactitud y verdad, todo lo que ha visto, tocado, examinado y estudiado; y al dar cuenta de sus observaciones, las relata en el mismo orden y con la misma naturalidad con que fueron hechas. No se ha cuidado de figuras retóricas, sino sólo de exponer con claridad y sencillez los hechos y las cosas; circunstancias que dan a su narración el mérito peculiar de esa clase de trabajos, a saber: una expresión al alcance de todas las inteligencias, y un sello de verdad, buena fe y patriotismo, que no puedo menos que producir en el ánimo del lector, un profundo convencimiento de que lo que se relata es lo que en efecto existe.

Si como es de esperar de la benevolencia y de la laboriosidad del señor Basadre, La Tribuna sigue siendo favorecida por sus estudios, ella, a su vez, hará, como ahora, cuanto esté a su alcance, para que duren más que las pasajeras hojas de un diario.

—1→

El hombre primitivo

El puerto de Ilo se hallaba situado en la embocadura del río, que riega el fértil valle de Moquegua, con sus renombrados viñedos. La hacienda de los Cornejos de Ite, se hallaba situada en la embocadura, al lado Sur del río, que riega el valle de Locumba. Tanto el pueblo de Ilo, cuanto la hacienda de Ite, fueron inundados por las impetuosas olas del mar, el día 13 de Agosto de 1868, día memorable por el gran terremoto, que arruinó todas las poblaciones del Sur de la República. Ambos territorios no son hoy día, sino vastos y desolados campos cubiertos de arena y cascajo. De Ilo a Ite, es decir, entre las embocaduras de ambos ríos, habrá una distancia de catorce a quince leguas; camino carretero y llano, antes frecuentado por millares de burros, que conducían los productos de Arequipa y valle de Tambo a los convenientes mercados de Tacna y Arica. Hoy ese camino se halla desierto y completamente abandonado. Los comerciantes de Arequipa, los hacendados de Tambo, ya no llevan por esa ruta sus harinas, alfeñiques, mieles, etc. Las harinas de Chile, los azúcares del —2→ norte del Perú, han destruido ese tráfico: los vapores han reemplazado a los burros en el carguío de esas mercancías.

El camino del valle de Tambo desemboca a la costa sobre la Caleta de Cocotea; y, desde esa caleta se extiende la vasta pampa que conduce a la pampa de Silicate, lindante con el río de Locumba, llamado Ite en ese punto. Esas pampas, viniendo del Norte al Sur, se hallan limitadas a la derecha por las orillas del mar, a la izquierda por lomas, más o menos elevadas. En un punto llamado Icuy, se eleva el majestuoso cerro conocido en el país con el nombre de Puyte; desde el mar y a gran distancia se puede distinguir ese cerro, tiene de alto más de tres mil pies. En su mole, hacia la cumbre, se hallan gran número de vetas de cobre, antes elaboradas, hoy abandonadas y casi desconocidas. La cumbre del cerro se halla cubierta de escaso pasto, pero sí de muchísimas plantas del cactus giganteus, algunos de la altura de diez y doce varas. Sobre sus abundantes ramales, por siglos han anidado las águilas y halcones, muy abundantes en ese punto. El arisco y veloz huanaco también abunda en esas alturas, y muchas veces es perseguido por galgos, cuya velocidad de carrera es conocida. En días más felices, cuando el valle de Locumba era habitado por muchas familias de fortuna; cuando los Cornejos, Chocanos, Yañez, Vargas, Zeballos, etc. eran propietarios pudientes y acomodados, salían de las haciendas de Sitana, Locumba, Camiara, etc. partidas alegres y con numeroso séquito, a la caza del huanaco o del venado: esos campos, esas haciendas son hoy un desierto, una desolación. La guerra ha llevado allí el incendio, la degollación de sus pacíficos moradores, su ruina, su exterminio. Donde antes reinaba la alegría, donde se oía el canto y el sonido de la guitarra y flauta, hoy no se oye sino el graznido del cuervo, el lamento de la lechuza: —3→ apartemos la vista de tan tristes cuadros. Marchando de Ilo hacia el Sur, he dicho que a la izquierda se hallan las pampas limitadas por las Lomas. Estas alturas, en los meses de Junio a Diciembre, se hallan cubiertas de verde y abundante pasto, regadas por las leves lluvias, llamadas garúas. Como en los campos de Piura, dos o tres aguaceros abundantes, hacen brotar allí excelentes pastos e innumerables flores de colores vivísimos, de especial fragancia. El año 1824 los pastos eran más altos que un hombre a caballo: lo mismo sucedió en 1831; y el año 1846 sucedió lo mismo en los cerros de Talamolle. Los cerros de esas lomas en varios puntos, se hallan cubiertos de plantas, allí casi de árboles, de hielotropo, cuyas fragantes flores embalsaman gratamente la atmósfera. En muchas de esas quebraditas corren límpidos arroyuelos, que más abajo riegan los olivares, de que haré mención después. El temperamento, en esas comarcas es de lo más delicioso y templado: allí no se conocen ni los extremos del calor, ni los del frío. En las lomas nadie se enferma: todo es vida y placer.

Siendo joven conocí en Tacna a don Mariano Dávila: este anciano entonces me aseguró varias veces que mi tío abuelo don José Manuel Cornejo, cuando Dávila era joven, es decir por el año de 1780, tenía la costumbre de introducir sus ganados a las lomas de Talamolle, en el mes de Mayo; hoy las circunstancias climatéricas, de las costas del Perú, han cambiado muchísimo, y en varios años no se hallan pastos en las lomas, sino a fines de Agosto; la consecuencia ha sido la casi completa destrucción de la cría de ganado en nuestras costas. Cualquiera que haya viajado por las costas del Perú, habrá podido notar el gran número de quebradas, que patentizan haber tenido, en épocas mas o menos remotas, corrientes de agua en sus hoy secos cauces: unos cortos aguaceros —4→ son pues bastantes para hacer fructíferos esos al parecer áridos desiertos.

Esos campos, esas lomas, se hallaban cubiertas en los meses indicados de innumerables tropas de ganada vacuno, lanar y cabrío; todos los hacendados de los valles inmediatos mandaban a esos campos sus animales, pagando dos reales por cada cabeza de ganado vacuno. El señor don Bruno Vargas, propietario de las lomas de Talamolle, y vecino pudiente de Locumba, tenía una gran cría de ganado vacuno. En los meses de pastos, los campos de Alfarillo y Talamolle se veían cubiertos con sus ganados; en los meses de escasez los abundantes alfalfares de Camiarita y Locuraba sustentaban parte de sus tropas; otras eran enviadas a los pastales de Aigache, inmediatos al pueblo de Candarave, en el corazón de la cordillera. Ya que traigo a la memoria el nombre querido de esa familia de Vargas, diré que el referido don Bruno tuvo dos hijos: uno llamado Rafael y otra Susanna. Esta era una niña de lo más bello en su físico, de lo más digno y amable en su carácter. Rafael, asaltada y quemada su finca, hace pocos meses, en la hacienda de Camiarita, huyó al monte: los restos de su cadáver, devorado por los animales silvestres, fueron encontrados días después. ¡Todas sus propiedades fueron destruidas, sus peones degollados, su heredad desolada!

Marchando de Ilo hacia el Sur, y a la distancia como de dos leguas, se hallan, a la izquierda, situadas las lomas llamadas el Mostasal, risueños y verdes campos, frecuentados antes por las familias pudientes de Moquegua, en los meses de octubre, noviembre y diciembre, con el objeto de veranear y tomar baños. En esos meses esos campos se hallaban cubiertos de tropas de ganado vacuno y lanar, conducidas de todos los pueblos de la Provincia de Moquegua para el engorde. En todo el año existen allí —5→ tropas de burros cimarrones, cuya propiedad reclaman los señores Arguedas y Flor de Moquegua. Al lado Sur del cerro de Puyte, y al mismo pie de él, se halla situado el olivar de Icuy, antes propiedad de la familia Tamayo, hoy de don Lorenzo Cornejo. Este olivar se halla cerrado de paredes de piedra bruta, tiene buena casa, convenientes oficinas y costoso estanque. Media legua más al Sur se halla el olivar Tacabuey, propiedad de la familia Vargas. A las dos leguas, más o menos al Sur se hallan unos pocos olivos, restos del antiguo olivar del Totoral, propiedad de la familia Vertiz de Mirave, valle de Locumba arriba.

A las dos leguas, poco más o menos, se halla situado, en honda quebrada, el olivar de Alfarillo, antes posesión de la familia Campoblanco de Lima, heredera de los condes de Velayos, hoy propiedad de la familia del ya mencionado don Bruno Vargas: este olivar es regado por unas vertientes, que salen de la cueva de Uchupuru; sitio lo más bello que desear ver se puede. A las pocas cuadras, y situado sobre una loma grande, se halla el olivar de Talamolle, propiedad de la familia de los Condorpusa y Ciesas, nietos de un señor Noriega, comerciante antiguo de Lima, y a quien las vicisitudes de la vida desterraron, hacen cien años, a esas lejanas tierras. Como una milla al Sur se halla el gran corralón de la Cueva, en el cual se hacen los rodeos de ganado y otros animales en los meses de diciembre de cada año. Como dos leguas y media al Sur se hallan unos pocos olivos, restos del olivar de Mollegallo de los Cornejos. Poco más de dos leguas más al Sur, se hallan los cerros que forman el cauce, digamos del valle de Locumba, en la parte llamada la Sopladera. En ese punto, el río de Locumba, en miles de años ha abierto su ancho cauce, destruyendo lentamente la roca de granito, que impedía su tránsito, por una distancia de más de tres leguas.

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Desde el Mostasal a Mollegallo todos los corres se hallan cubiertos de pasto abundante, en los meses ya indicados. El terreno y cerros desde Mollegallo a la Sopladera, es decir la distancia como de dos leguas, se hallan cubiertos de escasísima verdura, es un terreno muy quebrado. El granito y gneis cubren su extensión, y raro es el hombre que ha penetrado en sus áridas quebradas y cuestas.

En la parte de la costa esa se hallan situadas las pampas de Silicate y de Ite. Hace como cincuenta años que un señor Montes, chileno, formó el proyecto de regar esas Pampas, sacando una acequia regadora, arriba de la Sopladera. Su no corta fortuna, y los dineros de varios amigos suyos, se emplearon en esa tan importante obra: fue superior a sus fuerzas, y redujo a él y a su bellísima esposa, la señorita Vascones de Tacna, a la mayor indigencia. Montes tuvo que regresar a Chile, dejando los campos de Ite cubiertos con los sepulcros de su numerosa peonada chilena. En esos tiempos era yo ganadero; y muchas veces merecí la hospitalidad de esa familia, en esos inhabitados campos. El señor don Rudecindo Barrionuevo, esposo de la señora doña Martina Hurtado, que había franqueado muchos fondos a Montes, se encargó después de la obra infructuosamente. Después compraron esos derechos los señores Carlos Zapata y Andrés Novillo, y lograron dar gran impulso a la obra, consiguiendo sacar las aguas a la pampa de Silicate, que se halla a más altura que la de Ite; logrando plantar grandes potreros de alfalfal, etc., etc. El día que una empresa, con suficientes capitales, tome por su cuenta esta obra, se formará en esos campos la primera y más grande hacienda de caña que posea el Perú, teniendo además la inmensa ventaja de hallarse con una excelente caleta, en la misma hacienda, para exportar sus grandes y ricos productos. No conozco ningún terreno en el Perú, —7→ que se preste tan ventajosamente para una colosal empresa, por sus abundantes terrenos. Las pampas de Silicate e Ite tienen tres leguas de extensión, y más de una de ancho, con tan gran caudal de agua, pues hay todo cuanto se necesita para el cultivo de tres tantos de terrenos, y con un Puerto en la misma, finca. Solamente la falta de capitales, y nuestro estado de constante inquietud política, pueden haber demorado la formación de una sociedad, que tantos beneficios atraería para sí, y que tantos podría producir a los valles inmediatos, consumiendo sus producciones agrícolas. Esperamos que días más felices quizá nos aguardan.

Desde el mes de octubre, puede decirse que todas las poblaciones de los valles de Locumba e Ilabaya se bajaban a veranear a las Lomas de Talamolle, etc., donde igualmente acudían con igual objeto gran número de familias de Moquegna y Tacna. Las familias acampaban en grandes carpas, colocadas bajo las sombras de los abundantes y frondosos olivos de que he hablado. La vida en esos días y en esos lugares, era una constante diversión y entretenimiento. Por la mañana a caballo, a tomar baños a orillas del mar, de vuelta el almuerzo; seguía el baile de los jóvenes, el juego o siesta de los viejos y viejas; a la tarde el paseo a caballo a Sombrerito, un punto bellísimo cubierto de flores, hacia arriba de Talamolle, o a orillas del mar, para apostar carreras en su arenosa y sólida playa. A las seis abundantísima comida, el baile hasta la media noche o los juegos de prenda; en fin el descanso para seguir al día siguiente la misma rutina. Los jóvenes muchas veces, después de recogidas las familias, se juntaban en alegres comparsas, y acompañados de conocidos cantores en esos valles, iban de campamento en campamento, entonando yaravís nacionales. Era de rigurosa etiqueta obsequiar dulces, vinos y licores a los cantantes —8→ de los Gallos. En algunos campamentos se improvisaban bailes, que duraban hasta el amanecer. Todas las familias tenían a honor recibir y obsequiar huéspedes en sus mesas: y los forasteros o poco conocidos, eran tratados y recibidos con sin igual franqueza y cordialidad. La política era desterrada, todos eran amigos, todos miembros al parecer de una sola familia afectuosa. Tiempos eran esos de verdadera dicha y felicidad, tiempos de paz y abundancia, de amistad y franqueza, tiempos siempre recordados con amor.

Entre el olivar Mollegallo, de que ya he hablado, y la quebrada de la Sopladera, llamada así parte del valle de Locumba, como tres leguas más arriba de la desembocadura del río, los cerros y terrenos son muy quebrados y pedregosos; escaso pasto sale en esos puntos, aun en los años abundantes de garúas, por ser casi desprovistos de tierra. Las aguas del río de Locumba, en miles y miles de años, con su corriente, han labrado un profundo cauce, rompiendo su camino por enmedio de las rocas primitivas (granito y gneiss) que forman ese terreno. En esos cerros y quebradas no se veían ganados ni seres vivientes, era y es una región desierta y sin agua. Sólo en la inmediata quebrada de Mollegallo se hallaban escasos manantiales; reducidos restos de aguas abundantes, que en el remoto tiempo servían para irrigar ese olivar de Mollegallo, y sus terrenos inmediatos. Las aguas de esos manantiales, como la de varios otros puntos, han desaparecido a consecuencia de los grandes terremotos, que se han experimentado y se experimentan en la costa, y también como consecuencia de los cambios climatéricos de que he hablado.

Era el mes de Noviembre de 1831. En el olivar de Talamolle se hallaban reunidas algunas familias de Moquegua y Tacna, y gran número de familias de Locumba, Mirave e Ilabaya, Entre todas reinaba la —9→ mayor cordialidad, la más estrecha unión. Gran número de las personas que las componían acababan de regresar a caballo del baño, a orillas del mar se preparaban para disfrutar de los más opíparos almuerzos, cuando el zambo Ventura, vaquero del señor don Bruno Vargas, se presentó en el campamento de su patrón a comunicarle que habiendo tenido necesidad de buscar unos animales, que se hallaban extraviados había penetrado en ese territorio, llamada el Desierto, existente entre Mollegallo y la Sopladera, y que de repente se había encontrado, cara a cara con ¡el Diablo! Los concurrentes, al oír la relación de Ventura, y ver lo conmovido y asustado que se hallaba, prorrumpieron en estrepitosas carcajadas.

Ventura sostenía su relación con mil juramentos, asegurando que el Diablo, al momento que tropezó con él, se había subido a los cerros con asombrosa velocidad, desapareciendo de su vista. El zambo Ventura era un hombre como de 50 años de edad, muy honrado y verídico, y tanto insistió sobre la verdad de su relación, que los oyentes al fin suspendieron su mofa. Don Tomás Chocano Moreno, abuelo materno mío, y uno de los hombres más chistosos que se han conocido era muy empeñoso en averiguar de Ventura si el tal Diablo tenía los cuernos retorcidos, como algunos carneros viejos, o los tenía puntiagudos, como los toros bravos, indagación que Ventura no pudo resolver. Durante el almuerzo se discutió largamente sobre la relación de Ventura; y al fin se resolvió a instancias de don Carlos Maule Stevenson, mi tío, el mandar a los puntos designados por Ventura, varios hombres bien montados a buscar a ese Ser, o a ese animal, a quien Ventura juzgaba representar a su Majestad Infernal. Marcharon los ocho o diez comisionados al Desierto, así llamado: al anochecer regresaron, no habían visto al Diablo, ni habían hallado huellas o señales de él. Ventura fue por muchos —10→ días objeto de la burla de varios; y en especial de mi abuelo, quien afirmaba que lo que Ventura había considerado como representante de Satanás, no podía ser sino algún toro viejo, que se había retirado a esas soledades, después de ser maltratado por competidores más jóvenes de su raza. Ventura sin embargo sostenía la verdad de su relación, ¡flaqueando sí su testimonio respecto a los cuernos! No habían pasado muchos días, cuando unos arrieros arequipeños que regresaban de Tacna aseguraron, que al pasar el río, por el vado enfrente de la Pampa de Silicate, habían visto un mono tan grande como un hombre, el que al verlos, huyó rápidamente internándose al monte, a orilla del río. Ya la relación de Ventura tenía un comprobante: entre el Diablo y un gran mono podría existir alguna analogía. Se resolvió mandar algunos agentes, que apostados en determinados puntos, y en especial en los manantiales de Mollegallo, y vado del río de Ite, pudiesen espiar los movimientos de ese ser, fuese Diablo o mono. Al día siguiente volvieron algunos espías; habían en realidad visto un ser, al parecer, hombre que huyó despavorido al verlos, con asombrosa rapidez hacia los corros del Desierto. Con estas relaciones no cabía la duda, existía un ser extraordinario en esos lugares y se resolvió indagar por él y descubrirlo, averiguando su modo de existir. Se formó un verdadero plan de campaña. El señor don Bruno Vargas, con dos hombres debía salir al alto del Airampal, y marchar por esas alturas hacia la Sopladera. El señor don José Tamayo y señor Yañes debían marchar por las quebradas de Mollegallo, y coronar las alturas del cerro del Pajarito; don Carlos Maule Stevenson debía vigilar las Pampas de Silicate; don Pedro Portocarrero debía recorrer las pampas de Ite y vado del río; don Jacinto y don Celestino Vargas debían penetrar con don Ignacio Cossio por las alturas, frente —11→ a los puntos, donde hoy se hallan las casas de don Carlos Zapata; don José María Malo, don Saturnino Cañas, y otros debían pasar por detrás del Cerro Verde, rebuscar esas hondanadas, en fin otras partidas debían cubrir y rebuscar otras salidas de ese territorio. Todas las patrullas debían marchar hacia un centro, hasta encontrarse, y poder comunicar el resultado de sus indagaciones, combinándose señales etc. para el caso de hallar el objeto de sus pesquisas. Serían las dos de la tarde, cuando el señor Tamayo, que había entrado por el lado de Mollegallo, hizo señales de haber descubierto al Diablo, y notició que se dirigía al Sur, es decir hacia los crestones de roca, que forman el lado Norte de la quebrada de la Sopladera. Con las noticias recibidas, todos los exploradores se dirigieron hacia el punto indicado, reconcentrándose del mejor modo posible. Como a tres de la tarde quedaba poco terreno que reconocer, se hallaba este casi cercado por las patrullas; sin embargo el Diablo no aparecía. Se desmontaron algunos mozos, y exploraron las rocas y cuevas que allí se encuentran. En una poco profunda, jadeante pero tranquilo, y al parecer apacible, se halló el objeto de sus indagaciones. No era el Diablo; no era un mono, era un hombre joven, al parecer de veinte años, de estatura mediana, su cuerpo cubierto de espeso bello, con abundante barba, y larga y enredada cabellera.

A las voces de los descubridores, todos acudieron a la cueva, morada de tan extraordinario ser. Sobre montón de pasto seco se hallaba el objeto de tantas indagaciones, mirando a sus perseguidores con ojos vagos, y con signos de muy limitada inteligencia. Dos mozos robustos se le acercaron, lo tomaron por los brazos y condujeron afuera, era un objeto de ansiosa curiosidad para todos. En la cueva no existían armas o instrumentos de ninguna clase, a no ser que —12→ se considerasen como tales, un trozo de granito amarrado a otro trozo de palo con fibras de algún animal; dos costillas de buey algo afiladas en la punta, y que sin duda servían al joven para escarbar las papas silvestres, y raíces que eran su alimento. La cincelada copa de ese monarca del desierto, era un gran cuerno de buey, llena de agua, arrimado a un rincón. El joven no tenía vestido: el único que lo abrigaba era el largo y espeso vello que cubría su cuerpo. Sin duda era de raza blanca: lo demostraba su color, que aunque muy tostado por el sol, era blanco; su barba y la configuración general de sus facciones. No hizo la más pequeña resistencia cuando lo separaron de su cueva, no dio voces: parecía un niño, o un completo imbécil. Su mirada era vaga. Era el Hombre Primitivo sin ninguno de los adelantos de la civilización, y sin inteligencia. Más que voces eran aullidos los que de su pecho exhalaba. Se despachó un propio a Talamolle, a traer alguna ropa para cubrir la desnudez del expósito, poniéndose en marcha al campamento toda la comitiva. Como a las seis de la tarde, ya vestido el joven, llegaron a Talamolle, y la curiosidad de las hijas de Eva, fue insuperable para examinar y reconocer al Diablo. Este fue conducido al campamento de don José Tamayo. Al ver la llamarada del fogón de la cocina corrió a agarrar con sus manos la llama viva de la leña, y se quemó las manos: el infeliz creía poder agarrar sin duda con las manos, un trozo de ese astro, que había iluminado sus ojos, que había calentado sus miembros desnudos. Rechazó los alimentos preparados, sólo apetecía la carne cruda, y de preferencia los vegetales crudos, como las papas, etc. Fue imposible calzarlo: sus pies eran largos y anchos, con los dedos muy largos y apartados. Satisfecho su reducido apetito, su gusto era dormir: en todos sus actos demostraba la sencillez de un infante, y la más —13→ completa inocencia e ignorancia de todo. Al día siguiente de ser hallado, se le dio una cajita de música, ya con cuerda. Al momento dio varios gritos, se puso la cajita al oído, la trató de morder, con sus largas uñas quiso rasgarla; parecía que consideraba la caja de música como un pajarito, que había venido a sus manos. Se le cortó la barba y su enmarañada cabellera, sin hacer la más pequeña resistencia. Se trató, sin el más pequeño resultado favorable, el enseñarle a hablar: con grande dificultad se pudo hacer comprender el sentido de algunas pocas palabras, su inteligencia al parecer era muy limitada.

¿Quién era este joven? ¿Cuál era su procedencia y origen? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Era este joven hijo de alguna moderna Magdalena, que había venido a la Tebaida de la Sopladera, a ocultar su vergüenza, al fruto de su fragilidad, a llorar su desventura y abandono?

Y esa madre si existía. ¿Dónde se hallaba?, ¿y el padre de ese niño fue por ventura, quien lo condujo a esas soledades, huyendo quizás de doméstico infortunio? ¿Cómo se había mantenido en esas desiertas soledades ese desdichado joven, tan apacible, tan inofensivo, tan infantil en sus actos, tan niño en sus deseos? ¿Algún padre celoso había arrojado de su paternal morada, a quien consideraba como fruto de un crimen, como muestra constante de la degradación de su casa y blasones? Preguntas son estas que jamás se podrán resolver; se hallan los pormenores sepultados en el más profundo abismo y jamás, jamás se podrán publicar.

Entre el cura de Locumba, y el Reverendo Segura, Fraile Dominicano de Moquegua, se resolvió bautizar al joven, se le puso el nombre de Andrés, día en que se le halló en el desierto de la Sopladera: su nombre fue pues Andrés Desierto.

En diciembre las familias abandonaron Talamolle, el señor Tamayo se hizo cargo de la mantención y —14→ educación de Andrés. En abril fue Andrés atacado en Locumba de muy fuertes tercianas; un día, en ese mes desapareció de la casa para él paterna: jamás se supo su suerte o paradero. Meses después, en los montes de Camiarita, se hallaron los esparcidos huesos de un joven, por la dentadura algo gastada se creyó fuesen los restos del tan desgraciado Andrés. Peruano Gaspar Hauser1 su origen fue un misterio: su muerte fue lamentada por aquellos a quienes había interesado por la dulzura de su carácter, por sus actos infantiles e inofensivos.

Lima, julio 14 de 1883.

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Indios calaguayas

Hacen días me preguntaban ustedes ¿quiénes eran esos indios de vistoso vestido, que delante de nosotros cruzaban la Plaza de Lima? -Voy a decirles.

Uno de los departamentos de la República de Bolivia se llama La Paz, una de las provincias de ese departamento se llama Muñecas, en honor de un clérigo argentino de ese nombre, cura de una de las parroquias de la ciudad del Cuzco en 1814, y valiente guerrillero, sostenedor de la revolución del Indio Brigadier Pumacagua en esa época. Este Muñecas murió por un tiro casual, que estando prisionero, le dio un sargento español de orden del general Ramírez. Pueblo importante de la provincia de Muñecas, al este de la Gran Cadena de los Andes, es el llamado Charasani; y siete leguas más abajo de Charasani, pero en la misma quebrada, se halla situado el pueblo de Curva -todos los indios Calaguayas, médicos y boticarios ambulantes de la América del Sur, son oriundos de Curba y de sus contornos.

Para llegar a Charasani hay precisa necesidad de pasar por la vastísima Pampa, conocida con el nombre —16→ de Umabamba (Llano de agua), la que, como su nombre demuestra, ha sido, en épocas muy remotas, parte integrante de la laguna Titicaca. La pampa de Umabamba linda, por el norte, con las elevadísimas montañas, siempre cubiertas de eternas nieves y conocidas con el nombre de Coololo; esas montañas forman en Coololo, el nudo llamado de Apolobamba, y son el origen de la Gran Cadena, que se dirige al Sur, ostentando en su curso los elevadísimos cerros llamados Illampu e Illimani, de más de veinticinco mil pies de elevación. La mole o cuerpo del Illimani no es inferior a la de ningún cerro del orbe; y en cuanto a su altura es sólo inferior a algunos picos de los Himalayas. Por el Sur linda la pampa de Umabamba con los llanos de Escoma y Carabuco por el este con la cadena de cerros de la cordillera, que se dirige hacia el Sur, y por el oeste con las alturas de las provincias de Azángaro y Huancané. La pampa de Umabamba tiene una altura de más de doce mil quinientos pies, sobre el nivel del mar: en otros países, a esa altura no pueden vivir ni hombres ni animales.

Por el medio, puede decirse de esa pampa, corre el río Suches, que tiene su origen en los inmensos y riquísimos lavaderos de oro de Poto (provincia de Saudia) y en las serranías de Coololo. Poto es propiedad del señor don José María Peña, vecino de Arequipa; antes fue propiedad de la señora Rivero de Velasco. En Poto el frío es intenso, y los peones sufren muchísimo al trabajar en los lavaderos, causa de su escaso actual laboreo. En las cabeceras del río Suches, también se halla el oro en sus conglomerados o placeres, como los llaman en California.

El río Suches desde su origen hasta un punto, frente a la Hacienda de Ninantaya (candela fría), forma la línea divisoria de los territorios del Perú y Bolivia; de Ninantaya corre la línea recta hacia un —17→ punto, a orillas de la laguna Titicaca, al esté del pueblo peruano llamado Conima. El frío es tan fuerte en Ninantaya, que ni el fuego caliente -de allí el nombre del lugar.

La pampa de Umabamba se halla cubierta de tropas inmensas de alpacas, y es muy poblado por indígenas peruanos y bolivianos, estos en muy mayor número. En esos vastos campos, no existen ni árboles ni raquíticos2arbustos; y por ese motivo los habitantes han construido sus casas del modo siguiente: aplanado el terreno señalado para la habitación, se van poniendo en figura circular, y con el diámetro de tres varas, adobes cortados de la turba o champa, que cubre el terreno, y resecados al sol. A proporción que se van poniendo las hileras de adobes, se va angostando el ancho del círculo, hasta que a la altura de cuatro o cinco varas, sólo queda en la punta una abertura, como de un pie de diámetro, que sirve para que salga el humo del fogón, que se alumbra en el interior. Las casas tienen la figura de los moldes, que se usan en las haciendas de caña para labrar panes de azúcar. Como el frío en esos campos es tan fuerte, las puertas son bajas y angostas, y para entrar en las casas es necesario, casi el arrastrarse por el suelo. Los Ostiakes del Norte de la Siberia en algunos puntos tienen casuchas de parecida semejanza.

El alpaca, una de las tres familias, en que se halla dividida la raza del carnero o camello americanos, es un bellísimo animal; su altura de la cabeza a los pies será como de seis pies, de los cuales cerca de la mitad lo forma el largo pescuezo. El alpaca es de diversos colores, pero predominan en mucho los colores negro y café oscuro; tiene ojos muy grandes y negros, y es mansísimo. La lana o vellón de los recién nacidos es tan suave y fina como la seda; y alguna tiene después de un año, de crecida, el largo —18→ aun de doce pulgadas. Esta lana era casi desconocida en Europa antes de la Independencia, a pesar de su abundancia y calidad. En el año de 1835 los señores Hegan y Ca., comerciantes ingleses de Tacna, mandaron a Liverpool unos pocos fardos, por vía de ensayo. En ese puerto examinó la lana Titus Salt, escocés, fabricante de tejidos de lana; tomó muestras, y produjo en sus talleres las primeras y bellísimas alpacas, que han servido y sirven para vestidos lujosos. Salt hizo con su descubrimiento una enormísima fortuna; recibió de la reina Victoria el título de Baronet, el quinto en la jerarquía de la nobleza hereditaria de Inglaterra. Los indios de Umabamba jamás soñarían, al trasquilar sus alpacas, que estaban trabajando para construir los suntuosos palacios y parque de Soltaire, residencia hoy de tan opulenta familia.

La llama y la vicuña también se hallan en esos campos: la primera en notable número. La llama se halla repartida desde el Ecuador hasta las Pampas argentinas -la vicuña sólo se halla, según informes recibidos, en las Cordilleras del Perú, y más abundancia en las de Bolivia. Tropas grandes de vicuñas existen desde las faldas del Tutupaca y Tacora hasta Ysluga y Atacania -en esas soledades son compañeras de la Rhea o avestruz americana.

Hacen pocos años que un clérigo Cabrera, cura de Macusani, provincia de Carabaya, logró formar una tropa del entrocamiento de la alpaca con la vicuña: el producto era un bellísimo animal de lana blanca muy fina. El Congreso del Perú decretó señaladas recompensas a Cabrera, y su retrato fue depositado en el Museo nacional de Lima.

Con la muerte del citado cura, y con la necesaria incuria de sus herederos, se perdió la cría de tan útil animal. Guariso se llama la cría de la llama y alpaca es tan alto como la llama, con mucha más lana, —19→ pero no tan fina, como la de la alpaca. A veces el huanaco, que no es más que la llama en estado salvaje o natural, forma cría con la llama, pero jamás con la alpaca: el producto también se llama guariso, y es muy difícil amansarlo y utilizarlo para la carga. El huanaco es abundante desde el Ecuador hasta el Estrecho de Magallanes, y se encuentra en todas las lomas de las costas del Perú. He visto huanacos en los cerros inmediatos a Iquique y Choquemata.

El alpaca es un animal especial de Bolivia y el Perú: en ningún otro punto del orbe se encuentra; y las pocas tropas, que contra leyes terminantes se han conducido de contrabando a otros países han desaparecido en limitados años. Un señor Carlos Ledger inglés, comerciante en Tacna, venciendo mil dificultades, y después de más de dos años de constantes esfuerzos, logró sacar una tropa de alpacas de Bolivia, y conducirlas a Copiapó. En el puerto de Caldera las embarcó para Australia, cuyo Gobierno le adjudicó grandes y señaladas recompensas. En Australia lentamente desapareció la tropa de alpacas, a pesar de ser cuidadas por indios pastores bolivianos, llevados a esas distantes regiones con ese especial objeto. Millones sobre millones de pesos fuertes ha importado el comercio de la lana de alpaca; en las chozas de los indios del Umabamba deben existir enterradas inmensas sumas de numerario, pues es imposible que esos indios, a pesar de su derroche y gastos, en especial en aguardiente, pueden gastar las inmensas sumas que anualmente se emplean en compra de las lanas. El punto principal hoy de ese comercio es el pueblo de Cojata, fundado por mí en 1853, y centro hoy de grandes negociaciones de lanas y cascarillas, extraídas de Bolivia. En 1853 Cojata era una pequeña capilla, sin casas y sin habitantes. Centro de la Pampa de Umabamba, y fronterizo a los valles de Pelechucos y Charasani, productores de la cascarilla —20→ de Bolivia, reunía ventajas notables para el desarrollo de un activo comercio. Repartí los terrenos para casas entre los vecinos de Moho, Vilquechico y Huancané, pueblos de la provincia de este último nombre; llamé con igual objeto a algunos comerciantes de Puno y Putina; y de una aldea abandonada, se ha formado un opulento pueblo con grandes bodegas, almacenes y tiendas. Un clérigo Montiel dueño de una corta hacienda inmediata, me permitió conducir de ella a Cojata, el agua tan necesaria para su creciente número de habitantes: sírvale este recuerdo de mi expresión de gratitud.

En esos vastos campos se hallan dos clases de zorros; uno tan grande como el tan conocido en la costa, y uno muy chico, cuando más del tamaño de un gato, y de un color oscuro. El zorrino (mephitis) se halla también de dos clases: uno grande con muy poblada cola, y rayado de fajas negras y blancas; otro poco más grande que una rata, y de color pardo oscuro. Con frecuencia se encuentra el León o Puma, (feliz con color.) animal tan común en todas nuestras cordilleras, y que se encuentra desde California al Estrecho de Magallanes: creo que es el animal más vastamente distribuido sobre la superficie del Globo. Al lado Este de la cordillera grande, y jamás al Oeste, o en la cordillera paralela de la costa, se halla el Yaguar, comúnmente llamado Tigre (feliz onca); es un animal muy alevoso y sangriento, y se halla en todos los bosques de la hoya Amazónica, y en los campos del Chaco y la Argentina. Los cascarilleros han sido muchas veces víctimas de su voracidad; en las noches es preciso rodearse de fogatas para libertarse de sus ataques, y en la oscuridad se puede descubrir su paradero por el brillo de sus ojos, que parece dos candelitas entre las ramas de los arbustos. El llamado Tigre no es más que la Pantera; con su piel a manchas negras pues, como se sabe, el Tigre —21→ verdadero es rayado. En los bosques inmediatos a Charasani, como en nuestras costas del Norte, se halla un pequeño oso, con su piel negra y hocico café claro, es del tamaño, cuando más de un carnero, se mantiene de raíces.

Muy común en esos campos es el animalito conocido con el nombre de sartinejo; es igual en todo, excepto en el color, al cuy o conejo: el sartinejo es pardo y se cría en gran número. El Taruc, o venado, es igual en todo al que se encuentra en las lomas y valles de la costa.

No he visto al Cóndor en esos campos; sólo abunda el Alcamara, conocido en el Sur y aun en Chile, con el nombre de Carcar. En las quebradas más abajo de Charasani, se halla una águila, muy grande y de plumaje del todo blanco, no es abundante. En las mas frígidas alturas se halla una especie de Tetra o (perdiz) anda en bandadas hasta de veinte, y es excelente comida, como lo son también las bellísimas cornejas de dos clases, llamados allí Putu-putu, nombre derivado de su grito lastimero. Las familias Grus y Herodias, se hallan representadas por garzas blancas y pardas -por el rojo flamenco- por tropas de negros Ibis, idénticos a los que, en remotas épocas, eran objeto de adoración en Egipto. La familia Anser se halla representada por la Guallata, que siempre se halla en pares, y que jamas se junta en tropas como los demás gansos salvajes. La familia Graculus se halla representada por el Suchesua, (ladrón de Suches): es el pájaro zambullidor, que constantemente persigue el pescado en los riachuelos y orillas de la laguna Titicaca.

Para ir de la Pampa de Umabamba a Charasani se toma una dirección al Este. Dejando la Pampa hay que marchar como seis a siete leguas antes de llegar a Charasani, población como de mil habitantes en 1816, época de mi visita, con una buena iglesia. El Pueblo —22→ de Curba, siete leguas, quebrada abajo, tendrá más o menos igual población y se halla rodeada de gran número de sembríos o chacras. Desde que se comienza a bajar la cuesta, hacia a Charasani, se cambia por completo la vegetación del terreno; mientras que en Umabamba y sus contornos, el terreno sólo se halla cubierto de ichu (paja), o la húmeda yerba, especial pasto del Alpaca, al comenzar el descenso se va gradualmente hallando nueva y mucha más vigorosa vegetación, la que cubre los cerros de verdes y floridas plantas. A poca distancia bajando se hallan arbustos, y muy luego frondosos árboles. Desde la punta de la cuesta comienza a correr a la izquierda un riachuelo, el que unido a otros luego forma ya un río al llegar a Charasani. Y más bajo ese río se une al Camata; este al Mapiri, este al Beni, este al Mamoré, este al Madera, y este al fin, al absorbente Amazonas. A ambos lados del camino, y creciendo con vigorosa abundancia, se halla una planta llamada Muña; se parece al orégano, pero tiene un olor muy fuerte, parecido al alcanfor, lo visan para destruir la polilla de la ropa en esos húmedos valles. En Charasani crece abundantemente la papa de la mejor calidad, y gran tamaño, el maíz, la alfalfa; son abundantes las manzanas, guindas y frutillas. En Curba crecen la palta, chirimoya, plátano y todas las frutas tropicales.

Todos los indios de Curba son conocidos, por todo el territorio que frecuentan, desde Buenos Aires, Brasil y Chile, hasta Bogotá, con el nombre de calaguayas. De los árboles de sus serranías y quebradas, de las yerbas de sus campos y praderas, recogen plantas, semillas, gomas y resinas, que preparadas a su modo son conducidas a todas las poblaciones de la América del Sur, y vendidas en esos crédulos mercados, como panaceas para toda clase de dolencia y enfermedades. El incienso, que tanto se usa —23→ en nuestros templos, es la resina del Huaturu, árbol del tamaño de un manzano, con carnosa hoja, y semilla del tamaño de una nuez, y figura de una granada. La hoja es dos pulgadas más o menos de largo y ancho; indentada alrededor, y con un filete rosado. Esta hoja tiene la particularidad, que con el alfiler se raya y escribe lo que se quiera, y al momento lo rayado o escrito queda estampado con color rosado; en esos puntos muchas veces, a falta de papel, se ha usado la hoja del Huaturu para comunicar noticias, o hacer pedidos.

Hacen pocos días, que algunos calaguayas transitaban por las calles de Lima, vestidos con camisolas rojas y verdes, sus colores favoritos, con sus mantas argentinas, amarradas a las cinturas; sus pantalones largos, y calzoncillos de tocuyo. Todos son cristianos y por lo general ostentan sobre su pecho grandes cruces de plata, y sendos rosarios; son muy religiosos, pero no permiten que el cura de Charasani, que lo es de su parroquia, duerma en su pueblo. Así a lo menos me lo aseguró el cura Medina en Noviembre de 1846, durante mi permanencia en esa retirada población.

Los calaguayas son sobrios, raro es el indio de esos que se entrega a la embriaguez, casi todos los de esa raza son gente robusta, esbelta y bien formada; y distintos de otros indios, hay muchos que tienen escasa barba. Viajan a pie por todas partes de la América del Sur, con unos cuantos burros o millas, sobre los que cargan sus boticas y escaso equipaje. Caminan por las desoladas cordilleras del Perú, Bolivia y Chile sin guía y sin brújula. Jamás andan solos, sino en comparsas de ocho o diez personas. Todos los caminos de las cordilleras les son conocidos; y ellos sólo poseen los secretos de aquellos caminos, por donde transitó Almagro a la conquista de Chile, ellos sólo conocen las aguadas de las cordilleras —24→ los puntos de descanso convenientes. El maíz tostado, el chuño, (papa helada) la chalona (carnero helado), la coca forman su alimento, en esas rígidas y desiertas regiones. ¡¡La coca!! maravillosa yerba, que da fuerza, vigor, resistencia al peón de la mina, al chasque, al hambriento. Cuando llegó a Puno la noticia de la muerte de don Juan Sans de Santo Domingo, mandé un propio a Tacna al señor don José María Valle -ese propio se llamaba Alejo Vilca, e hizo la distancia de 84 leguas en 62 horas con un poco de maíz y coca- ni a caballo casi se podría hacer marcha igual, en atención a ser casi toda la distancia de brava y desierta cordillera.

¿Son de la misma raza y familia los robustos, activos, sobrios e inteligentes indios calaguayos, con los desidiosos, descuidados, sucios y borrachos indios de la Pampa de Umabamba? ¿Los indios calaguayas, algunos barbudos, tan laboriosos son de la misma descendencia, que los indios recelosos, flojos y desconfiados de las altiplanicies del Perú y Bolivia? A mí no me es dado afirmar o negar la relación. Para resolver esta cuestión, se necesitaba más descanso y estudio, que el que podría conceder un pasajero cascarillero, que en esas marchas entonces sólo buscaba ventajas y resultados comerciales.

Al bajar de Umabamba a Charasani, se encuentran a ambos lados del camino, Cromlechs, sepulcros antiguos de una notable construcción: cada sepulcro es formado por cuatro hojas o láminas grandes de pizarra, cada hoja es del alto de cuatro a cinco pies, sin contar la parte que se halla enterrada, del ancho de cuatro a cinco pies, y del grueso de más de una pulgada. Las cuatro hojas están perfectamente labradas y unidas en las esquinas del cuadrado, que forman en figura de un grande y parado cajón. Sobre las cuatro hojas se halla extendida como techo, otra hoja de pizarra; y sobre esta última han cargado varias —25→ hileras de arcilla y piedra bruta, hasta la altura de tres o cuatro pies. Sabido es que cuando los españoles verificaron la conquista del Perú, los naturales sólo usaban como herramientas las que fabricaban del Chumpi, metal compuesto de cobre y estaño y muy semejante al bronce. ¿Con esa clase de herramientas pudieron cortar y labrar esas grandes hojas de pizarra, para construir los sepulcros de sus notables caciques o príncipes?

¿Son acaso esos sepulcros hechos por las mismas superiores inteligencias, que fabricaron los notables templos y edificios de Tiaguanaco? Las actuales generaciones o habitantes de Umabamba o Charasani, no podrían absolutamente cortar láminas de pizarra iguales a las usadas en esos sepulcros, a pesar de poseer ya herramientas, muy superiores a las de sus antepasados, al tiempo de la conquista.

Lima, Junio 28 de 1883.

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